Capítulo XII
El Bosque Grávido
l día siguiente estaban levantados antes de que saliese el sol, y comieron en la enorme cocina de la posada, en la mesa de pino A pulido, con Halifax y su esposa, Marta, calentados por la estufa de hierro.
—Es callada su esposa, ¿a que sí?—dijo Halifax moviendo el hombro en dirección a Maerad.
—No le gustan demasiado los desconocidos —dijo Cadvan—. Es sociable a su modo.
—Bueno, hay otras que no se callan nunca, así que supongo que no hay mal que por bien no venga —Halifax puso los ojos en blanco cómicamente, y Marta le pegó una patada bajo la mesa.
—Yo sí que sé de uno que anda por aquí y nunca se calla —dijo tranquilamente—. ¿Quieren que les prepare algo para el mediodía? Han de hacer un largo viaje hasta Milhol, por muy buenos que sean sus caballos.
Esperaron mientras ella les cortaba unas rebanadas de un pan tierno y les hacía un paquete con carne fría, pepinillos, quesos y unas cebolletas frescas. Cadvan lo metió en su hatillo, tras darles las gracias a los posaderos, y después Maerad y él se fueron a los establos, montaron los caballos y se marcharon. El amanecer ya pintaba una línea rosa en el horizonte y el agudo gorjeo de los pájaros comenzaba a despertar al campo mientras salían trotando de Barcombe y retomaban la carretera del oeste.
—Ahora ya casi hemos salido de la Franja de Innail —dijo Cadvan—. Y estoy pensando que cuanto más lejos lleguemos, mejor —en silencio, todavía perturbada por el grito que la había despertado la noche anterior, Maerad estuvo de acuerdo con él. Apuraron a los caballos para que fuesen a medio galope, y así continuaron durante las siguientes dos horas, hasta que el sol se elevó en el cielo claro y disolvió las neblinas más tempranas.
Maerad vio que las montañas discurrían mucho más cerca a cada uno de sus laterales. Prácticamente acababan encontrándose a unas cuantas millas de allí, donde cada cerro iba decayendo hasta convertirse en una suave colina, la abertura del valle al que llamaban la Boca de Innail. Ahora la carretera era más ancha y recta, y parecía mucho más gastada, pero no vieron a nadie más durante aquella primera parte de su cabalgata. Un par de horas después volvían a estar bajo las sombras de las montañas, cabalgando al lado del río Imlan, que discurría caudaloso entre sus orillas de escasa pendiente. Al otro lado había estrechos campos y pocas casas, y unos bosques de pinos que se alzaban desde donde estaban estas hacia las laderas. Cadvan redujo la marcha.
—Estaremos fuera de aquí tranquilamente a la hora de comer, me parece —dijo—. Aun así, ahora estaría bien estar alerta. Podría haber espías colocados a lo largo de esta carretera, es el único camino que sale del valle.
—¿Espías? —dijo Maerad. Levantó la vista hacia el cielo involuntariamente y vio un pájaro negro que volaba en círculos. Cadvan le siguió la mirada.
—Sí, de todo tipo —dijo en tono grave. Mientras miraban, el pájaro comenzó a volar hacia ellos, y Cadvan lo observó, deteniendo a Darsor.
Maerad comenzó a darse cuenta de que el pájaro se dirigía a ellos.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó, repentinamente asustada.
—Nada —dijo Cadvan—. Es un cuervo, si no me equivoco.
—¿Un cuervo? —dijo Maerad. Esperó con Cadvan. El pájaro aleteó pesadamente hasta posarse sobre el brazo de este. Abrió el pico y, para asombro de Maerad, habló en lengua corriente.
—Salve, señor Cadvan —dijo.
—Salve, señor Kargan —dijo Cadvan—. ¿Qué le trae por aquí?
—Corrientes malvadas. Vengo de parte de la señora Silvia, que me pidió que le buscase y le dijese esto. Anoche dos Glumas entraron en la Escuela de Innail. Intentaron abrir la puerta de Malgorn y Silvia, pero la protección los repelió. Después interrogaron a Dernhil de Gent.
—¿Dernhil? —dijo Maerad. El rostro de Cadvan se quedó sin sangre.
—Y ¿qué ocurrió tras el interrogatorio?—preguntó.
—No lo sabemos, señor Cadvan. Lo encontraron en su cuarto con la primera luz de esta mañana, y nadie sabrá qué ocurrió allí, a no ser que viaje hasta el otro lado de las Puertas que dan a la Tierra Oculta.
Cadvan inclinó la cabeza.
Temerosa, Maerad dijo:
—¿Quiere decir que está muerto?
—Por desgracia sí, señorita Maerad —dijo el cuervo asintiendo con la cabeza. Maerad se quedó como si le hubiesen echado encima un jarro de agua fría.
—Nos trae malas noticias —dijo Cadvan con dificultad—. ¿Está la señora Silvia segura de que eran Glumas?
—Las señales son inequívocas —dijo el cuervo, volviendo la cabeza para clavar uno de sus ojos en él—. Ningún otro miembro de la Oscuridad tiene poderes para cruzar oculto las Puertas de Innail. Pero yo también los vi, pese a que ellos no me vieron a mí.
Cadvan se quedó unos instantes en silencio.
—Señor Kargan —dijo—. Ya ha hecho mucho, pero continúo necesitando de su ayuda. Hemos de cruzar la Boca de Innail, y no sé si la Oscuridad habrá apostado allí a sus espías. Podría ser que todavía estuviese sin vigilancia porque piensen que aún estamos en Innail. Le estaría muy agradecido si pudiese volar hasta allí y contarme lo que vea.
El pájaro volvió a fijar su mirada imperturbable sobre Cadvan.
—Me sentiré honrado de poder hacer tal cosa —dijo, y salió volando.
Cadvan y Maerad continuaron su camino. Cadvan estaba pálido, y las manos le temblaban ligeramente al sostener las riendas.
Maerad no podía creerse las noticias, aquello no podía ser cierto. ¡Dernhil asesinado! Y entonces, tras el aturdimiento producido por el shock, apareció un miedo incipiente: «Me están buscando a mí. Nos siguen de cerca. Ya han matado a Dernhil… y en Innail, que parecía tan seguro, tan impenetrable.»
—¡Qué dura noticia! —dijo finalmente Cadvan—. ¡Ay, era un gran amigo, al que amaba, y es esta una dolorosa pérdida!
—No hacía mucho tiempo que le conocía —dijo Maerad con torpeza. Se sentía demasiado aturdida para llorar—. Pero… también era mi amigo —se detuvo, sintiéndose impotente ante lo poco apropiadas que eran aquellas palabras para expresar lo que sentía. Continuaron caminando, cada uno sumido en sus pensamientos.
—Anoche escuché a Dernhiln —dijo Maerad, tras recordar repentinamente el terrible grito que la había despertado de su sueño la noche anterior.
—¿Le escuchaste?
—Me desperté, porque escuché que alguien me llamaba. Le escuché llamarme por mi nombre. Pensé que debía de haber sido un sueño. Una pesadilla —se le quebró la voz, pero continuó—. Pero ahora sé que era Dernhil.
Cadvan se volvió a quedar un rato en silencio.
—Hablé de ti con Dernhil, Maerad —dijo—. Sé que te amaba. Él era una de esas personas que son capaces de ver claramente el alma del otro, y sus sentimientos eran verdaderos. Ese tipo de cosas no tienen nada que ver con el tiempo que haga que conozcas a esa persona. Y ahí yace nuestra esperanza: la Oscuridad desconoce lo que es el amor. Y si, como parece casi seguro, los Glumas buscasen tener noticias de ti, quizá su amor te haya protegido, como no podría haberlo hecho ninguna otra cosa.
Maerad pensó en su último encuentro con Dernhil, y en el enryu que le había enviado. «Quizá volvamos a encontrarnos», le había dicho, y ahora ya no habría más encuentros, ni más poemas, ni más conversaciones al lado del fuego. Deseó, con un súbito arrepentimiento feroz, no haberse asustado tanto cuando él la había besado, haber tenido más tiempo para ellos. ¡Qué despreocupadamente había dado por hecho que habría un futuro en el que los daños se podrían reparar! Y ahora ya no existía…
—Es culpa mía —dijo con voz ahogada—. Si no me hubiese dado clases…
Cadvan la miró.
—Tú no lo has matado —dijo con voz dura—. No es culpa tuya que exista la maldad en el mundo —se detuvo en seco, como si tuviese miedo de lo que pudiese llegar a decir, y suspiró hondamente—. Estoy pensando que existe un saber que solo conocen los Bardos, que es como matarse sin armas. A veces podrían llegar a usarlo, si no pudiesen defenderse de ninguna otra forma para evitar que les forzasen la mente.
Durante un rato, ninguno de los dos dijo nada. Maerad se preguntaba qué querría decir él con «que les forzasen la mente».
—Es indescriptiblemente terrible —dijo finalmente Cadvan— desear que Dernhil se haya suicidado en vez de haber sido asesinado por esos seres malvados, pero aun así es lo que deseo.
Continuaron caminando sin decir nada más. Pronto volvieron a ver a Kargan, que aleteaba en dirección a ellos. Aterrizó, igual que antes, sobre el brazo de Cadvan.
—El camino es seguro, señor Cadvan —dijo—. He preguntado a las criaturas y me lo han dicho. Dos Oscuros pasaron por aquí hace tres noches, me han dicho, y el bosque se estremeció; pero ahora solo los hombres de Innail perturban el camino.
—Gracias, señor Kargan —dijo Cadvan con seriedad—. Siempre le estaré en deuda. Lleve noticias nuestras a la señora Silvia, y nuestro agradecimiento y amor, y dígale que pronto estaremos fuera de la Franja de Innail.
El cuervo se marchó, en dirección a Innail, y Cadvan levantó el brazo para despedirse. Después se volvió hacia Maerad.
—La Oscuridad nos sigue los talones muy de cerca —dijo—. Ahora debemos volar como el viento, Imi, esterine nil.
La yegua resopló, pegó una coz contra el suelo y partieron a todo galope.
Las montañas discurrían muy cerca de ellos, y tenían la carretera por delante, recta como una flecha. En un momento estaban saliendo de Innail. La vasta tierra de Annar se extendía ante ellos, y también el brillante río que la atravesaba como una serpiente de plata.
Cuando dejaron bien atrás la Boca, Cadvan redujo la marcha. Imi, pese a todo su valor, estaba cubierta de sudor y comenzaba a tropezar. Hicieron una breve pausa, durante la que bajaron al río para que bebiesen los caballos, estirar las piernas y comer a toda prisa el almuerzo que Marta les había preparado aquella mañana. «¿Realmente había sido aquella mañana?», pensó Maerad para sí, ya que parecía haber pasado una eternidad. El paisaje se extendía ante ellos en una ligera cuesta abajo, y las montañas se elevaban a sus espaldas, envueltas en las nubes. Aparte de eso, el cielo estaba despejado, y el sol les calentaba la espalda y secaba el sudor de los caballos. El río Imlan discurría a su izquierda, ancho y rápido, hundiéndose a veces en canales, otras haciendo lentos meandros que discurrían entre orillas poco profundas, y a su derecha tenían un bosque de altos robles y fresnos. La carretera discurría al lado del río pero más recta, permitiéndole a este realizar sus anchos giros y ondas, y en aquella parte estaba adoquinada con piedras planas, y tenía marcadores más bajos a los lados.
—Los annarienses hicieron esta carretera cuando se comenzaron a construir las Escuelas, hace nueve siglos —le explicó Cadvan mientras circulaban por ella—. Estas carreteras unen las Escuelas, aunque algunas han caído en desuso y están deterioradas. La Carretera del Oeste va hasta Norloch, y también existe la Carretera del Norte y la Carretera del Sur, y muchas otras que van a todos los lugares de los Siete Reinos.
Continuaron por la carretera unas cuantas millas más, y entonces Cadvan, tras mirar arriba y abajo para asegurarse de que nadie los veía, los llevó rápidamente hacia un pequeño sendero que se desvanecía enseguida en el bosque. Sobre ellos cayó el frío, la luz del sol descendía moteada, y Maerad vio ardillas que desaparecían subiendo por los troncos de los árboles a su paso, y un conejo que salía corriendo hacia un claro, mientras su cola blanca se meneaba entre los árboles a medida que se acercaban. Muchos de los árboles tenían unos troncos enormes, y las altas copas de los más grandes cubrían un área de tamaño de una casa grande.
—Este es el Bosque Grávido —dijo Cadvan—. Es uno de los más antiguos de Annar, un vestigio de los antiguos bosques que una vez se extendieron desde el mar a la montaña. Es un lugar salvaje, y por lo tanto merece nuestra precaución. No es precisamente un lugar para seres humanos.
Mientras cabalgaba entre los árboles, Maerad tuvo la poderosa sensación de que el bosque no la dejaba entrar. Parecía mirar con una cautela que no era exactamente enemistosa. La sensación aumentó a medida que se adentraban en el bosque, los árboles se hacían más gruesos y la luz apenas atravesaba aquel dosel enmarañado, pero no sentía miedo. Pensó que se hubiera sentido diferente si no hubiera estado con Cadvan. Aunque él había dicho que no era un lugar malvado, ella percibía un poder que podría ser hostil si alguien lo amenazase.
Las sombras comenzaron a estirarse, e inmediatamente el frío los rodeó.
Cadvan miraba a su alrededor a medida que avanzaban, en busca de algo, y al final le hizo un gesto con la cabeza y la desvió ligeramente del sendero hacia un pequeño claro similar al Irihel en el que habían dormido la primera noche tras la huida de Gilman. Este estaba formado por serbales de los cazadores que crecían en forma de semicírculo, de forma que sus ramas se unían y entretejían encima de sus cabezas. La suave hierba del interior descendía hacia un manantial que brotaba de un saliente de la roca, sobre el que crecían zarzas y madreselvas. Había una delicada cueva medio escondida por la crecida vegetación, con el suelo arenoso, en la que estaba claro que la gente había acampado muchas otras veces. Incluso tenía un rudimentario hogar hecho con piedras sueltas.
—Esta es una Derenhel, o una Casa del Bosque —dijo Cadvan mientras le mostraba la cueva—. Es un Hogar Bárdico. Hay muchos así por todo Annar —les dijo algo a los caballos, los desensilló y los soltó en el claro para que pastasen. En todos sus viajes Maerad nunca vio a Cadvan atar a su caballo, ni ella había necesitado atar al suyo: él les pedía que se quedasen cerca, y los caballos nunca se marchaban. Entonces Cadvan y Maerad tomaron sus hatillos y entraron en la cueva, y una vez allí, después de haber reunido unas cuantas ramas muertas, Cadvan encendió un fuego, y la melancolía que los había envuelto desde las noticias del señor Kargan se vio ligeramente aliviada. Al principio no hablaron de la muerte de Dernhil, ya que el tema era demasiado duro para tratarlo con simples palabras, pero lo que sabían estaba latente en toda su conversación, como una sombra de pena y miedo.
Maerad se sentía muy entumecida y dolorida tras dos días de cabalgata.
Se estiró haciendo una mueca.
—¡Au! No creo que pueda caminar mañana —dijo—. Y menos cabalgar. Me siento como si me hubieran pegado con palos por todas partes.
—Un par de días más y te acostumbrarás a ello —dijo Cadvan—. Pero puedo hacer algún truco Bárdico para quitarte el entumecimiento más grave —le dijo a Maerad que se pusiese en pie ante él y después pasó las manos alrededor del cuerpo sin tocarla. Maerad sintió un cálido cosquilleo por donde iban pasando sus manos, y los dolores disminuyeron.
Después pudo sentarse sin estar incómoda, pese a que todavía se sentía agotada y un poco dolorida.
—¡Magia! —dijo, estirando las piernas.
—Así es como le llaman algunos —dijo Cadvan—. Los Bardos lo llaman el Saber. Y en lo que tú sabes hay unos cuantos vacíos, joven Bardo Menor —sonrío pese al cansancio—. Comeremos, y después debo comenzar con nuestras lecciones.
—Hay tantas cosas que me gustaría saber —dijo Maerad—. Oh, montones de cosas. ¿Por qué entendía al cuervo, si no poseo el Habla? Y ¿qué es el Habla? ¿Cómo puedo saberlo sin haberlo aprendido?
—El Habla es la explicación de toda una vida —respondió Cadvan mientras sacaba la comida de su hatillo—. Y en lo que respecta al señor Kargan, le entendías porque hablaba tu lengua. Son las únicas bestias que pueden hablar así a los humanos, y por eso son reverenciados. Los cuervos de Innail pertenecen a un antiguo linaje, sabio como los Bardos.
Pero primero —dijo mientras le lanzaba un pastel de carne— ¡come!
Masticaron en silencio, escuchando el crepitar del fuego y el ruido que hacían los caballos al pastar y relincharse el uno al otro a medida que la noche oscurecía. Entonces Cadvan se apoyó contra la pared de la cueva, siguiendo las sombras con la mirada mientras estas danzaban en la piedra. Parecía cansado y tenso, pero su voz no delataba confusión interna.
—Primero, Maerad, está el Saber. En el centro del Saber está el Habla, que todos los Bardos portan con ellos como derecho de nacimiento. Dicen que algunos Bardos nacen hablándola, y solo aprenden el habla humana más tarde, de la manera normal; pero normalmente a un Bardo le llega el Habla de pequeño. No siempre es así, y tú eres una de las excepciones. A cada Bardo le llega el Habla a su manera y en su momento. No se puede enseñar.
—Oh —dijo Maerad, sintiéndose ligeramente decepcionada. Pensaba vagamente que Cadvan realizaría algún tipo de encantamiento, o que ella tendría que someterse a algún tipo de ritual, y después de ello, de repente, estaría dotada del Habla—. ¿Así que solo tengo que esperar? ¿Y si no ocurre?
—Ocurrirá, a su debido tiempo. Mientras tanto, el Habla se mantiene oculta en tu interior.
—¿Qué te ocurrió a ti cuando encontraste el Habla? ¿Cuántos años tenías?
El rostro de Cadvan se iluminó durante un segundo, y Maerad tuvo una breve visión del aspecto que debía de tener cuando era niño.
—Lo recuerdo bien —dijo—. Era un niño muy pequeño, de unos cinco años. Estaba nadando en el río con mis hermanos y hermanas durante un caluroso día de verano, y un pez me habló. Me quedé tan sorprendido que salí del agua de un salto y me marché corriendo y gritando hacia donde estaba mi madre.
—¿Qué te había dicho el pez? —preguntó Maerad con curiosidad.
—Me dijo: «Nadas como una rana clavada en un palo. ¡Ponte unas aletas, patoso!»
—¿Y entonces tu madre supo que eras Bardo? —dijo Maerad riendo—.
¿Ella era Bardo?
—Sí, respuesta a tu primera pregunta. Y no, no lo era —el rostro de Cadvan se oscureció, como si aquel tema le resultase doloroso, y Maerad no hizo más preguntas—. Entonces —continuó—, en el centro del Saber está el Habla. Puedo enseñarte algo del Saber, pero no tendrá verdadero sentido hasta que no poseas el Habla. De todas formas, tú tienes ventaja porque posees la música, y se dice que en el centro del Discurso está el Silencio de la Luz, y la música es la única expresión posible de misterio. Y es por eso por lo que los Bardos reverencian así la música.
Cadvan lanzó otra rama al fuego y la empujó, y un reguero de chispas voló hasta el techo de la caverna. Una polilla entró volando, atraída por la luz, y se puso a a dar vueltas torpemente por la cueva, arrojando, unas enormes sombras aladas sobre las piedra mientras Cadvan hablaba.
—El Saber se divide en Tres Artes, y por supuesto todas ellas están interconectadas y son en realidad un único flujo. Todas sirven al Equilibrio, el contrapeso del mundo, que fue determinado cuando el propio tiempo era un huevo, pero esos son misterios de los que podemos hablar más tarde, y ni tan siquiera el más sabio los comprende completamente.
Llamamos a las Tres Artes Lectura, Creación y Cuidado. La Lectura es el conocimiento de las Artes Elevadas, las historias, las lenguas, el canto, la tradición, el trazo de las grandes fuerzas que dan forma y curvan esta tierra. Es lo que comúnmente se considera mágico, pero también es tan simple como leer y escribir. La Creación es exactamente eso: es crear música, pintar, construir, forjar joyas, escribir, danzar. El Cuidado es el conocimiento sobre agricultura, cría de animales, silvicultura, cuidado de las criaturas, fauna y flora, hierbas, curación saberes sobre pájaros y cosas así —hizo una pausa y se quedó mirando al techo—. A veces hay debates sobre cuál de las Tres Artes pertenece a una rama del Saber en particular. Por ejemplo, un Bardo que crea un objeto de poder interviene en dos de ellas: Creación y Lectura, y si se trata de un objeto curativo, como una piedra, por ejemplo, podría intervenir en las tres. Pero a mí no me interesan demasiado esos debates.
Maerad estaba fascinada, mirando al fuego.
—Y tú, ¿qué eres?
—Yo soy experto en Lectura —dijo—. La mayoría de los Bardos averiguan pronto qué es lo que más les interesa, qué los atrae. La Lectura es el más peligroso, ya que es donde un Bardo puede corromperse con más facilidad.
Por lo tanto a los Bardos se les exige saber de las tres, pues un Bardo que considera el poder y el aprendizaje las máximas habilidades, rechazando comprender cómo todas las Artes se informan y nutren las unas de las otras, es un Bardo pobre. Según la Tradición de los Bardos, las Tres Artes son honradas por igual.
—¿Y Malgorn es del Cuidado? Y Silvia supongo que es… Y Dernhil, ¿era de la Lectura?
El rostro de Cadvan volvió a endurecerse. Miró hacia las profundidades del fuego y se quedó en silencio durante un largo rato. Maerad sintió haber dicho el nombre de Dernhil. Pero entonces Cadvan comenzó a cantar:
Dulce cae la lluvia en los montes de Innail,
como un niño que por los pinares brinca
es su voz de hielo una melodiosa risa
en busca del arpa de Dernhil de Gent.
Más ya él no escucha, se agotó su música.
¿Adónde ha ido? Vacía se halla su alcoba,
brillan las lágrimas en los salones de Oron,
donde entró una vez él, cantando secretos
surgidos del corazón más profundo.
Qué oscuras las puertas que se abren llamándolo
y se cierran tras él, al crepúsculo gris,
tallando en silencio su madera de Bardo.
No cantará más las glorias del otoño,
dorando abedules en Lowen y Braneua;
los bosques de Ileadh lo esperarán en vano,
ya no pisará praderas de música
recogiendo alegría y sembrando placer.
Su arpa ya no suena, su dulce voz es silencio:
tristes fluyen los ríos por el Valle de Innail.
Se quedó en silencio, y después se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar. Maerad se dio la vuelta, sintiendo que las lágrimas le picaban también en los ojos, y las dejó caer. Continuaron así durante una eternidad, llorándole cada uno en privado, y el fuego se iba reduciendo cada vez más.
Por fin Cadvan se incorporó y arrojó más madera a las llamas. Miró a Maerad.
—Es duro perder a un amigo así —dijo—. Dernhil me ayudó a salir de un lugar oscuro hace muchos años. Me enseño mucho acerca de la humildad.
Y de la amistad. Y ahora… la Oscuridad se ha tomado su venganza.
Debería haberme dado cuenta de los peligros —añadió amargamente—. Si no le hubiera pedido que te enseñase, ningún Gluma lo habría buscado.
—Quizá no —dijo Maerad al recordar lo que Cadvan le había dicho aquel mismo día «no es culpa tuya que exista la maldad en el mundo»—. Pero creo que él hubiera hecho lo mismo, incluso aunque hubiera conocido los riesgos. Y creo que los conocía.
—Dernhil no era ningún tonto, pero no sabía mucho de ti aparte de que eras mi alumna —dijo Cadvan.
Maerad recordó de repente el pergamino que Dernhil le había dado.
—No, sospechaba algo más —dijo—. Me dio algo. Lo había olvidado hasta ahora, pero me dijo que te lo enseñase.
Rebuscó en su hatillo hasta que encontró el pergamino, y le dijo a Cadvan lo que Dernhil le había dicho. Cadvan lo inspeccionó a conciencia, e iba empalideciendo mientras lo hacía.
—¿Sabes lo que dice? —preguntó.
—Dernhil me lo tradujo —dijo Maerad—. Pero no sé lo que significa.
Cadvan leyó el pergamino una vez más y se lo devolvió.
—¡Escóndelo! —dijo—. No estoy seguro de si deberíamos quemarlo, porque me gustaría que Nelac lo viese.
—¿Nelac? ¿Quién es Nelac? —dijo Maerad, olvidando que había sido el viejo maestro de Cadvan en Norloch, pero Cadvan no le respondió en un principio. Tenía el rostro oscurecido en concentración.
—Maerad —dijo por fin—. Si la Oscuridad sabe lo que sabía Dernhil, ahora nos encontramos en problemas peores de los que creía. Por la Luz, ojalá supiese lo que ocurrió anoche.
—Pero, ¿qué significa? —preguntó Maerad, testaruda. Cadvan le dirigió una mirada honesta a Maerad, como si estuviese viéndola por primera vez.
Ella se encontró con su mirada y la sostuvo, al final él rio dulce y transigente.
—Maerad, creo que tú eres la Predestinada, la que ha de venir, a Quien el Destino ha elegido —dijo—. Lanorgil era uno de los grandes Clarividentes, y te predijo. «Buscad entonces a quien vendrá sin Habla de las Montañas: un Bardo sin Escuela pero al mismo tiempo de esta Escuela.» Se refería a ti. El enigma no es difícil de resolver, y Dernhil tenía razón: no ha sido una casualidad que haya aparecido en este momento. A Quien el Destino ha elegido, según dice la Tradición, será quien derrote al Sin Nombre en su alzamiento más oscuro. Es una tradición antigua, pese a que ahora está prácticamente olvidada, excepto por los Sabios, que no olvidan.
Maerad escuchaba en un silencio tenso, mientras el corazón le latía desaforadamente. Las palabras de Cadvan la llenaban de un extraño pánico, el mismo pánico que había sentido cuando Dernhil le había enseñado el pergamino.
—No puede estar hablando de mí —dijo, riendo nerviosamente para ocultar su confusión—. Yo no soy… no soy importante…
—Es una tradición que la Oscuridad no ha olvidado —dijo Cadvan, mirándola sombríamente—. Ya sospechan claramente que tú eres Ella, saben tu nombre, y ahora ya sabrán que aspecto tienes. No lo saben con seguridad, pero la simple sospecha es suficiente para asegurar tu muerte, si alguna vez llegases a caer en las garras de la Oscuridad. Pero si todavía eso solo una sospecha, podrían no buscarnos con tanta urgencia… a no ser que los Glumas hayan podido robarle el pensamiento a Dernhil. O a no ser que sepan algo que nosotros no sabemos.
—Pero ¿qué? ¿Por qué iban a sospechar de mí? —preguntó Maerad—.
¿Cómo iban a saberlo? No tiene sentido, Cadvan —comenzaba a estar enfadada—. Un… un sueño estúpido escrito en un papel y, de todas formas, no dice que sea yo.
—Podrías. Creo que podrías serlo —Cadvan hizo una pausa—. Creo que Lanorgil, cuando habla del Lirio de Fuego, se refiere al nombre de Quien vendrá —citó las palabras de Lanorgil—. «Buscadlo y apreciad al Lirio de Fuego, a Quien el Destino ha elegido, que con más belleza florece en sombríos lugares, y ha dormido durante largo tiempo en las tinieblas; de una raíz así florecerá de nuevo la Llama Blanca.» El Lirio es por supuesto el símbolo de Pellinor. Pero ellos utilizan el lirio de agua. El Lirio de Fuego, Elednor en el Habla, es una flor diferente.
—¡Pero yo no me llamo Elednor! —Maerad se puso en pie en mitad de su agitación—. Me llamo… me llamo…
—Maerad, tú no sabes tu Nombre. Nadie lo sabrá hasta que no se proclame Bardo. Y si tu Nombre es Elednor, entonces, serás con seguridad Quien el Destino ha elegido, tal y como lo predijo Lanorgil —Cadvan hablaba con gran gentileza, y sus ojos estaban llenos de una extraña compasión.
—¿Y si no lo fuese? ¿Y si lo hubiese entendido mal? Entonces, ¿qué?
Cadvan se encogió de hombros.
—Como ya he dicho antes, en ese caso simplemente estaría equivocado — se quedó un ratito más en silencio, y después comenzó a hablar lentamente.
—Tú no te das cuenta, Maerad, de la grandeza de tu Don, ni de lo poco común que es que un Bardo surja de la nada poseyendo tal poder, sin haber sido tutorizado en absoluto —dijo—. Comencé a preguntármelo poco después de haberte visionado. Y sin duda nuestra aventurilla con el Landrost ha alertado a otros. Ese poder te hace incluso peligrosa, y sería mejor silenciarte antes de que te des cuenta. Hasta que no seas proclamada solo será una sospecha, una sospecha que cada vez se hace más fuerte en mi cabeza. Evidentemente Dernhil albergaba la misma idea.
Si los Glumas saben lo que sabía Dernhil, nuestra situación es todavía más oscura. Pero me pregunto cómo pueden haber sospechado los Glumas tan rápido. ¿Qué les interesa?
—Dernhil no nos hubiera traicionado —dijo Maerad insegura. Continuaba de pie, quieta ante la luz parpadeante, con los brazos cruzados. Una vívida imagen del rostro de Dernhil se apareció ante ella, y vio de nuevo la resolución que yacía bajo su gentileza.
—No se trata de traición —dijo Cadvan—. Tú no sabes… —un espasmo de dolor recorrió su cara, y se quedó en silencio durante un instante—.
Dernhil era fuerte, y un Bardo puro. Y creo que los Glumas hubieran querido utilizarlo, mejor que matarlo; hubieran buscado convertirlo en su marioneta, su espía dentro de Innail, sería una forma mejor de llegar a ti.
Un asesinato solo conseguiría alertar a la Escuela de su presencia: ahora ya no pueden quedarse allí. Ni siquiera los Glumas pueden enfrentarse a alguien como Marlgorn o Oron —se detuvo, pensativo.
Maerad miró el rostro ensombrecido de Cadvan, y finalmente volvió a sentarse al lado del fuego.
—Creo que es probable —dijo por fin Cadvan— que Dernhil se haya matado para que no pudiesen entrar en su mente, y creo que no solo es mi esperanza quien habla —se estremeció—. Créeme, Maerad, hay cosas mucho peores que la muerte.
Se quedó mirando al fuego fijamente.
—Según el señor Kargan, intentaron entrar en la casa de Malgorn y Silvia.
Yo había puesto una protección en la puerta, un conjuro que protegiese la casa, poco después de que llegásemos allí, y está claro que no hice mal. No solo los echó atrás, sino que también les habrá dicho a Malgorn y a Silvia quién intentó forzar su puerta. Podría ser que crean que todavía estamos en la Escuela. Pero no lo sé.
Maerad estaba callada, asimilando lo que había dicho Cadvan. Era cierto que Dernhil estaba muerto. Quizá fuese cierto que la Oscuridad la buscaba, tal y como pensaba Cadvan. Sintió que un miedo negro le recorría las entrañas.
—¿Cómo podemos saberlo? —dijo por fin—. Quiero decir, que si tengo un Nombre, ¿cómo puedo saberlo?
—Ninguno de nosotros sabe nada —dijo Cadvan con delicadeza—. Lo que es el comienzo de la sabiduría… —hizo una pausa—. Has de ser proclamada, Maerad, y lo más rápido que seamos capaces. Es por eso que vamos a Norloch: no podríamos eludir los Cargos en ningún otro lugar, pues si no estos necesitarían de años de estudio. Yo siempre he visto esto claro, pero ahora me parece imperativo.
—¿Cómo, que simplemente me proclamen? —dijo Maerad incrédula—.
¿Cómo Bardo Completo? Pero si apenas sé leer…
—Ante unas circunstancias especiales lo harán, sí —respondió Cadvan—.
Y a mí estas me parecen muy especiales —suspiró—. Sí tú eres la Elegida, Maerad, será un duro destino, que solo podrás aceptar de buena voluntad.
Si no lo hicieses, si te negases, o intentases escapar de él, te perseguiría de todas formas.
—Menuda elección —dijo Maerad con ironía. Cogió una ramita y empujó uno de sus extremos hacia el interior del fuego, mirándola hasta que estalló en un arbolillo de llamas. De repente pensó en su madre. ¿Sabía Milana más acerca de Maerad de lo que le había contado? A veces habían hablado del destino, pero Maerad nunca había sabido a qué se refería, era tan joven… La llama quemó la ramita hasta casi llegarle a los dedos, y la dejó caer en las llamas—. Cadvan, ¿qué son los Glumas?
—Los Glumas —Cadvan se encorvó, y parecía estar hablando de mala gana, como si lo hiciese contra su voluntad. Las llamas arrojaban largas sombras sobre su rostro—. Los Glumas son, o eran, Bardos. Tienen los poderes de los Bardos. Pero sirven al Sin Nombre.
Se detuvo, y Maerad escuchó en aquel silencio la respiración de los caballos en el exterior, el murmullo de los árboles y la llamada de un pájaro nocturno.
—El Sin Nombre, como ya sabes, también fue una vez Bardo, y para conquistar a la muerte, renegó de su Nombre. Ese es un gran crimen, y un crimen que solo los Bardos pueden cometer. Los Glumas están ligados a su voluntad, pese a que, a diferencia de muchos de sus esclavos, tienen sus propias voluntades. Tampoco mueren de la manera ordinaria, pero con una diferencia al respecto del Sin Nombre: se les puede matar. Nadie sabe lo que les ocurre después. Tienen cuerpos como los nuestros, pero después de varias vidas se vuelven repugnantes a la vista, aunque pueden disfrazarse igual que nosotros podemos pasar por mortales.
Se quedó en silencio, rebuscando entre sus propios recuerdos, y después habló con una vehemente ira que tomó a Maerad por sorpresa.
—Los odio. Traicionan todo lo que nos convierte en lo que somos, y destruyen todo lo que merece la pena amar. Los odio más que al propio Sin Nombre —después se contuvo y continuó con más tranquilidad—.
Nadie sabe cuántos son. Se piensa que no hay Bardos que se hayan convertido en Glumas desde que los que estamos vivos tenemos memoria, no desde que se produjo el Silencio. Pero yo tengo mis dudas acerca de eso.
—¿A qué te refieres? —Maerad cogió otra ramita y le encendió. Una sensación de terror comenzaba a darle escalofríos en la nuca.
—Me refiero a que hay Glumas a los que todavía no hemos reconocido — respondió Cadvan—. He hablado de mis miedos con muy pocos. Algunos de los problemas de las Escuelas pueden reducirse a vicios mezquinos como la locura o la codicia, pero pienso que no todos. Más a menudo de lo que nos gustaría, las Artes Oscuras seducen a los Bardos, lo cual no significa que se conviertan en Glumas. Piensa en tu amigo Mirlad, parece probable que lo hubieran expulsado de las Escuelas por practicar la Tradición Prohibida, pero lo más seguro es que no fuese un Gluma. De los Glumas se piensa que tienen aspecto malvado, así que la gente no cuestiona el aspecto de un Bardo, pero a veces me he preguntado…
¡Maerad, ten cuidado al depositar tu confianza! Si tu corazón alberga una duda, escúchalo, aunque sea por encima de las voces de la razón.
Maerad se estremeció, y pensó en Usted de Desor. Simplemente le había parecido un hombre desagradable, pero ¿podría ser peor? Y ¿cómo podía saberse? Ella pensaba que los Bardos estaban libres de maldad, incluso aunque fuesen imperfectos, pero ahora parecía ser que nadie lo estaba.
Durante un instante de locura pensó en Annar como en una versión ampliada del Castro de Gilman, en donde no se podía confiar en nadie en absoluto; pero recordó a Silvia, Dernhil y Malgorn, y al propio Cadvan, y sus miedos se vieron tranquilizados.
—¿Por qué no se puede matar al Sin Nombre? —preguntó.
—Se hizo un conjuro vinculante —dijo Cadvan—. Los Bardos llevan siglos intentando descifrar el conjuro. Lo único que se sabe es que tal encantamiento nunca se había hecho antes ni se ha vuelto a hacer desde entonces, y que su poder lo ata a la tierra de forma que su alma no puede partir atravesando las Puertas tras las muerte, y vuelve a tomar forma en otro cuerpo. Se dice que el tormento era tan terrible en el momento en que se pronunció el conjuro, que su gritó resonó desde el reino de Idurain sobre las sierras del Osidh Annova hasta la Isla de Thorold, desde los restos de Zmarkan hasta descender al Mar de Lamarsan. Los sabios sostienen que todavía siente este tormento. Ya que ningún humano puede soportar tal agonía, parece que solo toma formas que puedan soportarlo, todas abominables y horrorosas a la vista.
Cadvan suspiró profundamente.
—Y así llegó a Annar el Gran Silencio. Pero bueno, creo que ya he hablado demasiado esta noche, y los dos estamos cansados. Es hora de que nosotros realicemos un pequeño silencio.
Maerad se envolvió en su manta, intentando encontrar un punto cómodo sobre el suelo. Durante un rato fue incapaz de descansar, una serie de pensamientos al azar revoloteaban desordenados por su mente: el asesinato de Dernhil, su Nombre, el gran cuervo que se posaba sobre el antebrazo de Cadvan, la Elegida, los Glumas.
«Nada tiene sentido» pensó agotada, «no tiene sentido en absoluto.» Era como un mal sueño, pero un sueño del que no se podía despertar.
El miedo se le retorció en la barriga como una serpiente helada.