Capitulo XXI

Un consejo de amigos 

Maerad flotó entre las nebulosas y neblinas del sueño durante lo que le pareció un largo tiempo: imágenes absurdas de una ciudadela como la de Norloch se aparecerían ante ella, aunque diminutas y atrapadas dentro de un cristal como un adorno infantil, árboles que caminaban en dirección al mar y Hem comiéndose un racimo de uvas sobrenatural. Pero de repente se quedó sin aliento en sueños: ante ella aparecía un Gluma que extendía la mano para tomarla de la muñeca.

La agarraba, y ella no podía ni moverse. Entonces el Gluma se desvaneció y Maerad soñó, tal y como le había ocurrido hacía mucho tiempo en el Innail, que se elevaba como un pájaro sobre el reino de Annar. En la distancia, el sol que se hundía tocaba las montañas orientales y las almenas de una gran ciudad al oeste, una ciudad que ahora sabía que era Norloch; el río Aleph fluía por el centro, una serpiente de oro fundido. De nuevo una neblina negra se arrastraba sobre la tierra y escuchaba lamentos, y después la voz gritaba: «Mira al norte.» Sintió un pánico que la inundaba cuando una sombra que se disolvía intentaba encontrarla; y entonces, igual que la otra vez, con el enfermizo pavor de un sueño, apareció la voz muerta. Comprendió, con una paralizante sensación de asombro, que empleaba el Habla, pero de repente el Habla cambiaba y se distorsionaba de modo que ya no era una lengua de gran belleza, sino malvada y vacía, con su potencia invertida. «Aquí estoy de nuevo», dijo la voz, «pero nadie hallará mi morada, ya que habito en cada corazón humano.» Se echó a reír, y la risa la hirió; y después, retorciéndose y dando vueltas en la cama, Maerad escapó a los tentáculos de la pesadilla y se despertó. Se incorporó en el lecho, temblando, y miró a su alrededor. Su cuarto estaba tranquilo y en paz. Una débil lucecilla penetraba por las contraventanas e iluminaba la alcoba con una luz plateada. Miró a su alrededor, para tranquilizarse; allí estaba su lira, su libro, la flauta que le había dado la Elidhu…

Cuando se sentó en la cama, intentando sin éxito deshacerse de una aplastante sensación de pánico, se escuchó un golpecito en la puerta. A Maerad casi se le sale el corazón del pecho del susto.

—¿Maerad? —era Hem.

—¿Sí?

La carita pálida de Hem, despeinada por el sueño, asomó por la puerta.

—Maerad, ¿puedo dormir contigo? Tengo pesadillas… El cuarto es tan grande y oscuro…

Maerad asintió, y Hem se subió a la cama con ella sin decir una palabra.

Ella se tumbó, rodeando con los brazos el cuerpecillo delgado y huesudo de Hem. En cuestión de segundos este estaba roncando, y no pasó mucho rato hasta que también Maerad cayó en sueño pesado y sin imágenes.

Maerad abrió los ojos. Lo único que vio fue una gran extensión blanca, atravesada por una onda de luz dorada danzante. Se quedó mirándola, fascinada, durante lo que le pareció un largo tiempo, y poco a poco fue dándose cuenta de que estaba mirando al techo. Debía de estar en Innail, pensó, aunque allí los techos eran de piedra, no blancos. Después todo se le vino a la memoria de repente, y se incorporó bruscamente.

Hem estaba sentado en una esquina, comiendo un bollito.

—Duermes como un perro viejo —dijo—. Llevo mil años esperando a que te despiertes. Ya llevo horas levantado.

—¿Qué hora es? —Maerad se pasó los dedos por el cabello.

—Pasan tres horas del mediodía —Hem le pegó otro mordisco al bollito—.

Y además roncas.

—¿Qué tal está Cadvan? —Maerad sacó las piernas de la cama, en busca de sus ropas.

—No lo sé —Hem se encogió de hombros—. Seguramente esté dormido como tú.

—Sal para que pueda vestirme.

—De acuerdo —Hem volvió a encogerse de hombros—. Hay comida abajo, si quieres. Tengo que volver para enseñarte el lugar, Saliman está preocupado por si te pierdes —Maerad le lanzó la almohada, y él salió de la habitación agachado.

Después de vestirse, Maerad se acercó a la ventana y miró hacia afuera.

Hacía un día despejado y hermoso, como si la tormenta del día anterior hubiera fregado bien el cielo para dejarlo limpio. Podía ver los tejados de los Círculos inferiores, bajando hasta Carmallachen, y más allá, veía el Valle de Norloch. Estaba admirando la vista cuando de repente recordó, con un escalofrío que le recorrió el cuerpo, su sueño de aquella noche. Le golpeó una ola de náuseas que le comenzó en los pies y la recorrió por completo, hasta la cabeza. Tuvo que agarrarse a la mesa, sintiéndose mareada y con ganas de vomitar. La Maerad que se unió a Hem diez minutos más tarde y bajó por las escaleras era una muchacha sombría.

Cadvan y Saliman ya estaban en la sala de estar de Nelac, inmersos en una conversación. Alzaron la vista cuando Maerad y Hem entraron.

Cadvan todavía estaba muy pálido, tenía profundas sombras en la cara: las marcas de los latigazos, cubiertas por una espiga de diminutos puntos de sutura, resaltaban vívidas en su piel, y el ojo morado se estaba desvaneciendo espectacularmente con un brillo como el de los colores del atardecer. Pero el aspecto sepulcral que tanto había preocupado a Maerad la noche anterior había desaparecido.

—Buenos días —dijo Cadvan—. ¿O debería decir tardes? ¡Yo también me he levantado a deshora!

—Hola —dijo Maerad. Se sentía tan aliviada al ver a Cadvan con un aspecto casi normal que se le vinieron las lágrimas a los ojos. Parpadeó para deshacerse de ellas y miró hacia el comedor—. Hem me dijo que había comida.

—¡Hem y la comida! —Saliman puso los ojos en blanco—. Nunca había visto a un ser humano comer tanto. ¡Creo que no ha dejado de masticar desde que salió de la cama!

—Tengo hambre —dijo Hem—. ¿Qué tiene de malo? —y desapareció en el comedor.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó tímidamente Maerad. Cadvan le sonrió por primera vez en varios días.

—Muy bien, mi joven Bardo —dijo—. Aparte de unos cuantos puntos que me tiran. Estoy seguro de que tengo peor aspecto por fuera de lo que siento por dentro, para variar un poco. Ve y coge algo de comer. Nelac vendrá enseguida, ahora mismo está dando clase. Tenemos que hablar todos juntos.

Maerad desayunó —con Hem, que explicó sin ningún tipo de vergüenza que ella necesitaría compañía— y volvió a la sala de estar, donde Cadvan y Saliman hablaban del viaje a Norloch de Saliman.

—No ha estado tan accidentado como el tuyo —dijo Saliman mirando el rostro herido de Cadvan—. No he visto a ningún espectro. Pero me atacaron tres Glumas en un cruce, y aunque conseguí deshacerme de ellos, mataron a Dima, mi yegua. Todavía la lloro. Me había llevado durante los últimos siete años. ¡No esperaba hallar tales peligros en el corazón de Annar! Así que me llevó más tiempo llegar aquí de lo que habría deseado. Me compré otro caballo, pero no era tan bueno como el mío, me sentía presionado y no me encontraba en una situación en la que pudiese regatear.

Mientras hablaba volvió Nelac. La luz del sol se colaba por los grandes ventanales, y los abrió para que entrase el aire fresco. Maerad miró hacia el exterior; vio un cenador de coloridas florecillas esparcidas sobre un césped verde esmeralda, y contuvo una exclamación de deleite.

—La mayoría de mis flores han sobrevivido a la tormenta —dijo Nelac desde detrás de ella—. ¡Pero, ay, no las flores del viento! La más mínima brisa les arranca los pétalos, y este año estaban tan hermosas…

Maerad se volvió hacia Nelac, sonriendo, y su timidez desapareció de repente. Más que su nobleza, percibió su ternura, y bajo esta la tristeza que parecía ser una cualidad de todos los Bardos y a veces la confundía, por lo a menudo que se transformaba sin previo aviso en alegría. Era, se dio cuenta, muy parecido a Cadvan, entonces recordó que los dos venían de la misma Escuela.

Los Bardos hablaron durante un rato. Hem se sentó en el suelo, escuchando y mordisqueando trocitos de comida, y de vez en cuando desaparecía en la sala contigua para reponerlos. Parecía tener miedo de que toda la comida desapareciese en la próxima hora si no la consumía inmediatamente. Nelac y Saliman se sentaron sobre las grandes sillas que estaban al lado de la chimenea apagada, y Maerad se sentó al lado de Cadvan, en el sofá que estaba contra la pared pintada, con Hem cerca de los pies.

Cadvan le contó a Nelac su descubrimiento de Maerad en El Castro de Gilman, su salida de Innail y la muerte de Dernhil a manos de los Glumas, que Nelac ya conocía por Saliman. Este último meneó la cabeza con tristeza.

—Dernhil es una dolorosa pérdida —dijo—. ¡Y es tan extraño! Todo Innail estaba de duelo cuando me marché; Silvia era inconsolable —el corazón de Maerad dio un vuelco ante la mención de Silvia, y se le vino a la mente su rostro, oscurecido por la pena—. ¿Por qué iban a atacar los Glumas a Dernhil? —continuó Saliman—. ¿Sería tal vez por venganza, Cadvan? ¿O crees que pueda tener algo que ver con Maerad?

—Puede que ambas cosas —dijo Cadvan muy serio. Después les relató sus encuentros con los Glumas y el Kulag, y por último la emboscada del espectro. Debido a la promesa que le había hecho a Ardina, no mencionó Rachida. Hem escuchaba en silencio, masticando pensativamente. Ni Nelac ni Saliman interrumpieron; escuchaban atentamente, con una grave expresión en el rostro. De vez en cuando Saliman miraba a Maerad con cara de asombro.

—Lo del Kulag ya es bastante extraño —dijo cuando Cadvan termino su relato—. ¡Pero destruir un espectro!

—No sabemos si fue destruido —dijo Nelac—. Aunque parece que así fuese. Nunca he escuchado que un Bardo pudiese hacer nada más que expulsar a un espectro al Abismo.

—E incluso eso necesita de una voluntad poderosa —añadió Cadvan—. Sí, aquí hay algo que no comprendemos bien —todos miraron a Maerad.

—Entonces ¿por qué no fuiste tú capaz de expulsarlo? —le preguntó esta a Cadvan—. Todo el mundo dice que eres un gran Bardo.

Cadvan suspiró.

—Debería haber sido capaz de hacerlo. Pero me pillaron, he de confesar con vergüenza, por sorpresa. Tenía prisa y tomé la decisión equivocada; creí que podría enfrentarme a Glumas y semi-hombres. Incluso aunque hubiera cinco Glumas, no me parecía imposible; un riesgo, pero no un gran riesgo, siendo cauteloso. Pero un espectro era algo muy diferente — sonrió irónicamente—. Por mucho que a ti te pueda parecer poca cosa.

—Bueno —dijo Maerad, ruborizándose ligeramente—. No es que me pareciese poca cosa, más bien es que… que no pensé en ello. Fue como si saliese de mí. Estoy muy cansada desde entonces —añadió rápidamente.

—No lo dudo —dijo Saliman sonriendo—. Yo hubiera necesitado pasarme una semana tumbado.

—Me preguntaba… —dijo Maerad, y se detuvo.

—¿Qué, oh mi Libertadora? —dijo Cadvan.

Maerad volvió a ruborizarse ante sus bromas.

—Me preguntaba si el Landrost te habría herido, y si sería por eso por lo que… —le falló la voz y volvió a detenerse.

—El Landrost me hirió, sí —dijo Cadvan—. Y mi poder estaba más enflaquecido de lo que debería estar. Pero eso no es excusa para tomar decisiones precipitadas y para los errores que de ellas se deriven. Me juzgo culpable, y lo soy; y es un juicio serio, Maerad, porque las cosas estuvieron a punto de ser de otra forma, y el resultado hubiera sido terrible para muchos más que nosotros —Maerad percibió durante un momento una severidad implacable en el rostro de Cadvan, y se estremeció; pensó que no le gustaría que Cadvan la juzgase si realmente hubiera hecho algo mal.

Pero después aquello pasó y él continuó hablando—. Si la nube estaba envuelta en dorado, fue eso lo que te hizo adquirir el Habla, y quizá solo una situación tan extrema podía conseguirlo. Estabas profundamente velada.

—Un velo profundo podría ser señal de un gran Don —intervino Nelac—.

Esta Thorondil de Culor, por poner un ejemplo. No adquirió el Habla hasta los veintiún años.

—Aún hay más —dijo Cadvan. Entonces les habló del pergamino que Dernhil le había dado a Maerad, en el que Lanorgil hablaba de su sueño premonitorio, y le habló a Nelac de la lira de Maerad, el tesoro oculto de Pellinor. A petición de Nelac, ella subió corriendo a su habitación y cogió las dos cosas de su hatillo. El anciano Bardo tomó la lira con reverencia, dándole vueltas en las manos.

—Sí, Cadvan, tienes razón —dijo por fin, frotando las cuerdas ligeramente con los dedos, de manera que resonaron débilmente por toda la sala—. Un verdadero objeto Dhyllico. Algo hermoso, perfecto. ¡Qué equilibrio!

—Tenía la esperanza de que pudieses leer lo que está escrito en la madera —dijo Cadvan—. No reconozco la caligrafía en absoluto.

Nelac la observó más de cerca.

—No —dijo finalmente—. En Afinil había muchas caligrafías en uso, y yo no las conozco todas. Estas son runas, y tales escritos pueden contener un poema entero en un solo símbolo. Son muy difíciles de descifrar si se ha perdido la clave. Pero quizá no diga nada más que el nombre del artesano y un fragmento de un verso.

Volvió a acariciar la lira y después se la dio a Maerad, que volvió a meterla en la funda que Cadvan le había regalado. La trató aún con más cuidado del habitual; para ella era algo precioso, siempre lo había sido, pero aquellos Bardos la contemplaban con una especie de conmoción.

—Este es el pergamino que Dernhil me dio —dijo, tendiéndoselo a Nelac. Él lo inspeccionó a conciencia.

—Entiendo que dice el Nombre Verdadero de Quien el Destino ha elegido —dijo Cadvan, dirigiéndole a Nelac una mirada inquisidora—. ¿Tú que opinas?

Buscadlo y apreciad al Lirio de Fuego, a Quien el Destino ha elegido, que con más belleza florece en sombríos lugares y ha dormido durante largo tiempo en las tinieblas; de una raíz así florecerá de nuevo la Llama Blanca, cuando parezca que su semilla está envenenada desde el mismo centro — dijo Nelac, leyendo el pergamino—. Hmmm —miró a Maerad y de nuevo al pergamino—. Está claro que no es del lirio de Pellinor de quien habla, y parece evidente que habla de un Nombre Verdadero, a veces se dice que viene de «las tinieblas». ¡Percibid la Señal, no estéis Ciegos! En el nombre de la Luz y ansioso de Habla, cuyas raíces yacen en el Canto del Árbol que nos nutre a todos. ¿El Canto del Árbol? Vaya, hacía mucho que no pensaba en eso…

—¿Lo conocías? —Cadvan se inclinó hacia delante, le brillaban los ojos—.

Es una pista, tiene algo que ver con los Elementales. Hay una cosa más.

Maerad, cuéntales lo de la Elidhu.

Maerad les explicó su encuentro con la Elidhu en el bosque Grávido, y recitó la canción que esta le había cantado. Saliman y Nelac escuchaban en silencio absoluto, y ella disfrutó del relato al percibir su asombro. Hem alzó la vista, con la boca abierta, olvidándose por una vez de comer.

Maerad pensó en la extraña seguridad de que Ardina y la Elidhu eran una.

Pero tenía prohibido mencionar Rachida, y ni tan siquiera le había hablado a Cadvan de la revelación de Ardina.

—¡Sangre elemental en la Casa de Karn! ¡Eso me sorprende hasta a mí! — dijo finalmente Nelac—. Pero estoy seguro de que tienes razón, existe una conexión. Debería remontarme a lo más profundo de mis recuerdos para encontrarlo. El Canto del Árbol es una antigua tradición, que data de Afinil y cayó hace mucho en la sombra; está relacionada con el Habla. Se conecta, de alguna manera, con Quien el Destino ha elegido; casi no consigo recordar… también hay muchas canciones sobre Quien el Destino ha elegido. Y todas son enigmas.

Una hermosa voz tenor llenó la sala de súbito. 

 

      En la Zarza crece el Lirio

en la Ola crece la Zarza

es su voz de Fuego trilingüe

la que Edil-Amarandh salva

 

Maerad levantó la vista sorprendida. Era Saliman, a quien nunca había escuchado cantar.

—¿Qué era eso? —preguntó.

—Es de los Cánticos de Pel —le dijo él—. Escrito justo después del Gran Silencio. El Lirio de Fuego parece quedar bastante claro, si tomamos como guía la profecía de Lanorgil. Y en cuanto a la Zarza, esa es la Casa de Karn.

—¿Sí? —preguntó Maerad atónita.

—Su símbolo es una rosa —dijo Cadvan—. Una rosa salvaje —tenía el ceño fruncido, pensativo—. No había pensado en los Cánticos —dijo—.

¿Trilingüe? ¿No se referirá al Habla, el annariense y la lengua de los Elidhu? —miró a Nelac con el rostro iluminado por la emoción.

—¿Estás sugiriendo que Maerad es Quien el Destino ha elegido? — preguntó Nelac, con las cejas tan alzadas que casi le desaparecían bajo el cabello.

—Sí, sí, sí, por su puesto que lo estoy sugiriendo —Cadvan volvió a ponerse a cavilar, abstraído—. La ola. ¿Qué es eso? La ola significa tantas cosas…

—¡Cadvan, esa es una afirmación muy seria! —dijo Nelac—. ¿Hablas en serio?

Cadvan miró a Nelac directamente a los ojos.

—Hablo más en serio de lo que he hablado nunca —dijo—. La necesidad despierta a la Luz, según se dice. ¿Dudas que ahora haya necesidad?

Nelac lo miró sin pestañear. Lentamente asintió, y después suspiró. Se volvió hacia Maerad, y sus ojos se clavaron en profundidad en la mente de ella, escudriñándola con más intensidad de lo que lo había hecho la noche anterior. Ella se echó atrás, tomada por sorpresa. Se produjo un súbito silencio en la sala. Después él realizó un curioso gesto: fue hundiendo la cabeza en el pecho lentamente, arrastró la mano derecha hasta la nuca y se la agarró con fuerza. Se quedó así durante un rato. Mientras tanto, Cadvan y Saliman lo miraban fijamente, con las palabras detenidas en los labios.

Finalmente, Nelac levantó la cabeza.

—Sí, creo que Maerad es la Elegida —dijo—. Creo que tus exposiciones son correctas —volvió a suspirar, mirando a Maerad con inmensa compasión.

Ella le devolvió la mirada sin decir nada, deseando preguntarle cómo lo había sabido, sintiendo que la sangre le zumbaba en las orejas.

—Tienes más cosas que decir, me parece —dijo Nelac.

—Sí —dijo Cadvan—. Pero me pregunto qué significará la ola.

—Es una señal de la Luz, por supuesto —dijo Nelac—. Y también es el símbolo de la música y, casualmente, también el de la escuela de Amdridh.

Podría significar simplemente el mar. Es demasiado intrincado para buscarle sentido.

—Más adelante, los Cánticos hablan de espuma —intervino Saliman.

—Hmmm. Sí, así es —Nelac frunció el ceño—. Se asociaba a los Elidhu con la espuma de las olas, que es capaz de tomar diferentes formas. Pero eso es tensar demasiado el arco —hizo una pausa, frunciendo el ceño abstraído—. Ahora recuerdo lo que es el Canto del Árbol. Son antiguas palabras para nombrar el Habla, de los días de Afinil. Significa lo que está más allá de las palabras. Y también es una canción, supuestamente escrita cuando los Bardos aparecieron en Annar por primera vez, que contiene el misterio del Habla, pero la Tradición sostiene que es un enigma que ningún Bardo ha sido capaz de descifrar. Y se perdió hace mucho tiempo. Incluso durante los primeros días tras el Silencio, cuando los Bardos comenzaron a encontrar una buena parte de lo que había desaparecido, muchos dijeron que nunca había existido.

Se produjo una pausa en la que nadie dijo nada.

—Entonces ¿cómo vamos a averiguarlo? —preguntó Maerad.

Nelac le dirigió una aguda mirada.

—No lo sé —dijo—. Pero creo que habría que hacerlo —miró a Cadvan inquisidoramente—. Y ¿qué más?

—Está el tema de Hem, o Cai —dijo Cadvan.

Hem se removió como si estuviese a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor.

Cadvan se sumergió en la historia del hallazgo de Hem, hablando de su vida en el orfanato y del descubrimiento de su medallón. Esta vez Nelac y Saliman interrogaron más a fondo a Cadvan, y después le hicieron preguntas a Maerad.

—Sé que es mi hermano —dijo Maerad, acercándose inconscientemente a Hem en un gesto protector—. Creo que lo intuí antes de saberlo… en mi interior, vaya.

—Podría ser que tu comprensible deseo de que tu hermano esté vivo haya sido mal interpretado aquí —dijo Nelac con dulzura—. Hasta ahora la única prueba que tenemos es su medallón y un ligero parecido con Dorn.

Los Glumas podrían haberle puesto encima el medallón, para confundir a los demás.

—No, es mío —dijo Hem con vehemencia—. Ya lo tenía cuando fui allí.

Siempre lo he tenido —y Maerad reconoció la pasión de quien nunca había poseído nada; ella sentía exactamente lo mismo por su lira, su único objeto preciado, su exclusiva señal de identidad en El Castro de Gilman.

—Aún así, eso no significa que no te lo hubiera podido poner encima un Gluma —dijo Saliman—. Y a falta de ninguna otra prueba… —Maerad posó la mano sobre el hombro de Hem, agarrándolo con fuerza.

—Sí —Nelac bajó la cabeza, sumido en profundos pensamientos—. Sí. Y sabemos, por supuesto, que los recuerdos pueden incrustarse en la menta.

Los Glumas están acostumbrados a ello. La única manera de estar seguros seria visionándolo.

—Yo no voy a visionarlo —dijo rápidamente Cadvan—. Ya fue bastante terrible visionar a Maerad.

—Entonces lo haré yo —dijo Nelac—. Si Hem está de acuerdo, claro está.

Hem fruncía el ceño desde la alfombra.

—No estoy diciendo mentiras —dijo rápidamente.

—Lo sé —dijo Nelac—. Lo que dudo no es algo que tú puedas hacer a propósito. Pero has de saber, Hem, que no se visiona a nadie contra su voluntad. Nos ayudaría mucho si aceptases.

Se produjo una larga pausa.

—De acuerdo —dijo Hem enfadado, sonaba como si estuviese a punto de echarse a llorar—. ¡Visióname, si es que no me crees! —se puso en pie y salió corriendo al jardín.

—¡Lo has asustado! —dijo Maerad acaloradamente, mirando a Nelac, y siguió a Hem al exterior. Este estaba de pie bajo un árbol en flor, mirando con el ceño fruncido en dirección a los parterres.

—Hem —lo llamó en voz baja.

—¿Qué? —no se volvió.

Maerad no sabía qué decir.

—Nelac… Nelac no pretendía herirte —dijo por fin—. Cadvan me ha visionado. No duele. Sabes, cuando me lo hizo ¡fui yo quien le hice daño a él!

—Yo no miento —dijo con voz ahogada—. Tú no tienes ningún problema, nadie está diciendo que no te crean.

—Eso no es cierto del todo —respondió Maerad, pensando en el Consejo de Innail—. De todas maneras, no va a hacerlo ahora mismo. Venga, vuelve a entrar.

Hem se volvió malhumorado, con la mirada baja. Maerad le cogió la mano y él se la apartó, pero la siguió de vuelta a la sala. Cadvan, Saliman y Nelac estaban sentados en silencio.

—Hem, siento haberte asustado —dijo Nelac gravemente—. Y también siento que parezca que dudo de ti. Las cosas que estamos hablando aquí son tan importantes que no podemos estar menos que absolutamente seguros de lo que creemos.

Hem asintió, tragando con fuerza.

—De todas maneras, puedo prometerte que la visión no te hará daño —continuó Nelac—. Y ordenaré un banquete especial para después, solo para ti, para reconciliarnos por ello.

Hem volvió a asentir, y parecía un poco más alegre.

—No estoy asustado —dijo con una bravuconería despectiva—. Entonces, ¿querrás hacerlo ahora? —preguntó tras una pausa—. Mi cerebro está listo.

Saliman sonrió y le dio un suave coscorrón.

—¿Qué no harías tú por comida, granuja? —preguntó—. De todas maneras, tenemos que terminar aquí.

—Más tarde será lo bastante pronto —dijo Nelac ocultando una sonrisa—.

Y después, por supuesto, hemos de decidir qué hacer contigo.

—¿Hacer conmigo? —la alarma volvió instantáneamente al rostro de Hem.

—Tienes que ir a la Escuela.

—Oh

—Pero por desgracia no creo que Norloch te acepte.

—No, seguramente no —dijo Cadvan—. Había olvidado que…

—¿Olvidado el qué? —Maerad levantó la vista con brusquedad.

—Parece ser que los Pilanel no suelen obtener plaza aquí —dijo Cadvan, con cierto desprecio en la voz—. Se supone que una Escuela ha de aceptar a todo los que tengan el Don, pero aquí se argumenta que, ya que Norloch es el Centro de la Luz, solo aquellos de buena cuna deben tener el honor de aprender aquí.

—¡Pero Hem es de la Casa de Karm! —dijo Maerad—. ¡Me dijiste que era una de las familias más nobles que existían!

—Sí —dijo Cadvan—. Pero incluso aunque estuviésemos completamente seguros de ello, será difícil persuadir a alguien más de los de derechos de Hem. En especial aquí. Y también pienso que Hem sería más feliz en otra escuela.

—¿Y Turbansk? —preguntó Saliman.

—¿Turbansk? —el rostro de Hem se iluminó de repente—. ¿De verdad que podría ir allí?

—Si lo deseas —dijo Saliman—. Yo podría llevarte. Pronto he de partir de aquí.

Maerad siento un repentino pinchazo: ¿perdería tan rápido a su hermano?

Hem parecía estar pensando lo mismo.

—¿Maerad también vendrá? —preguntó.

—Tal vez —dijo Cadvan—. Y si no, seguro que podrá visitarte —Hem pareció un poco tranquilizado.

—Podemos pensar en el futuro de Hem durante los próximos días —dijo Nelac—. Hay varias posibilidades. Alguien con el inusual pasado de Hem necesita ser ubicado cuidadosamente. Estoy de acuerdo con que Norloch no sería un buen lugar. ¡Pero cómo pasa el tiempo! El sol ya se dirige hacia el oeste. Necesito digerir todo lo que se ha dicho hoy. Está claro, pues, que creemos que Maerad es la Elegida.

Cadvan asintió.

—Es una gran proclama —continuó Nelac—. Y no tenemos esperanza de convencer a otros hasta que sea proclamada y sepamos su Nombre. Acepto la profecía de Lanorgil; era uno de los más grandes Clarividentes que han existido. Ahora me quedaría muy sorprendido si Maerad no fuese la Elegida, pero debemos pensar en lo que sea mejor para ella. Para todos nosotros. Ya que ella todavía es muy joven, e inexperta en lo que respecta a sus poderes; y no ha tenido la escolarización que alguien con sus habilidades debería tener. Eso puede resultar ser una cuestión peligrosa — hizo una pausa, sus ojos volvieron a repasar el rostro de Maerad y esta se estremeció repentinamente avergonzada; recordó, con reparo, la extraña felicidad que había sentido cuando había destruido al Kulag y al espectro—. También opino —añadió Nelac— que tendremos serios problemas para conseguir que el Primer Círculo de aquí esté de acuerdo en proclamarla.

—¿Incluso después de todo lo que se ha dicho hoy aquí? —dijo Saliman asombrado.

Nelac le dirigió una mirada desde debajo de las cejas.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuviste aquí, Saliman? ¿Cinco años? ¿Y tú, Cadvan? ¿Por lo menos un año? —ambos asintieron—. Debo deciros, es ese caso, que Enkir ha prohibido que aquí se enseñe a las mujeres.

—¿El qué? —dijeron los dos Bardos a un tiempo. Maerad, olvidando que Cadvan ya se lo había contado, preguntó: —¿Quién es Enkir?

—Enkir es el Primer Bardo —explicó Nelac—. Los dos sabéis que lleva tiempo escribiendo cosas contra las mujeres. Hace tres años prohibió la enseñanza de las artes de la esgrima y el combate sin armas a las mujeres.

A finales del año pasado hizo público un bando según por el cual las mujeres no debían ser educadas como Bardos.

—¡Pero eso no es justo! —Maerad estalló.

—Es una medida de su poder —continuó Nelac—. Desde que murió Nardil, hace ahora cuatro años, no ha tenido quien le controle. Yo hago lo que puedo, por supuesto, pero yo y unos pocos más perdemos las votaciones en el Consejo con diferencia. Ha pasado más del tiempo de una vida entera desde la última vez que hubo una mujer en el Primer Círculo. No me gusta. Algo malo pasa aquí con el Equilibro, y cada vez se tuerce más.

—Enkir es orgulloso y ambicioso —dijo Saliman—. Lo recuerdo bien. Pero no creo que sea un Bardo malvado.

—Tal vez no sea malvado —respondió Nelac—. Pero es un hombre con una voluntad de hierro. Está seguro de que hace lo correcto, y convence de ello a los demás. Y puede salir caro oponerse a él.

—Me resulta difícil creerlo corrupto, pese a que no siento simpatía por él —dijo Cadvan—. Ha hecho mucho para servir a la Luz —se produjo un silencio mientras los Bardos rumiaban sus propios pensamientos, y Maerad sintió cómo volvía su inquietud.

—Anoche tuve un sueño —dijo bruscamente—. Era… —se detuvo, las náuseas volvieron en su interior, y esperó a que desapareciese.

—¿Un sueño? —dijo rápidamente Cadvan—. He olvidado mencionar lo de su sueño premonitorio en Innail —les explicó a los otros dos.

Nelac levantó la vista.

—¿Es que las capacidades de esta muchacha no tienen fin? —preguntó.

—Era el mismo. Solo que esta vez lo he entendido —dijo Maerad. Relató los dos sueños, luchando contra la enfermiza sensación de pesadilla, y de nuevo los Bardos la escucharon con absoluta atención. Nelac agarraba los brazos de la silla con las manos mientras ella hablaba, con los nudillos blancos.

—Ya veo —dijo en voz baja cuando ella hubo acabado.

—¿Qué ves, Nelac? —preguntó apresuradamente Cadvan.

—Está claro que es un sueño premonitorio, y para mi consuelo tiene demasiadas cosas en común con la profecía de Lanorgil —dijo. Maerad bajó la vista para ocultar la expresión de su rostro, se sentía mareada—. «¡Mira al norte!» Me pregunto qué querrá decir eso. A mí me parece, Maerad, que si realmente has de buscar el Canto del Árbol, deberías mirar al norte.

Pero también es una advertencia. Aquí hay cosas que no concuerdan. Me parece imperativo que Maerad sea proclamada lo antes posible, así sabremos con seguridad si ella es la Predestinada. Solicitaré que mañana haya un Consejo.

—Yo también pienso eso —dijo Saliman con discreción—. Pero se hace tarde, y esta charla me ha cansado. Creo que es hora de tomar un poco de vino.

Tras la reunión Maerad deseaba tomar un poco de aire fresco, así que Cadvan le enseñó el Primer Círculo. Se quedó mirando los edificios, maravillada antes las graciosas torres. Eran en su mayoría redondas, pese a que algunas tenían extrañas formas, con nueve o siete lados, y muchas tenían tejados hechos con tejas doradas. Alrededor de puertas y ventanas había extrañas caras grabadas, algunas eran grotescas, otras de una belleza insuperable, e inscripciones hechas en antiguas runas. Estaban construidas en piedra blanca adherida con tanta habilidad que algunas parecían estar hechas a partir de un único bloque de piedra, y contra las paredes blancas florecían árboles de anarech, que crecían en pocos lugares de Annar. El anarech era un árbol alto y grácil, con una corteza negra y largas hojas plateadas en la parte baja y oscuras en la copa, de modo que cuando el viento las hacía ondear parecían fuentes de luz y sombra en movimiento. Ahora estaban en pleno florecimiento, y tras la tormenta de la noche anterior las calles tenían un color carmesí por los pétalos caído.

Había poca vegetación más en las calles de Norloch: la ciudadela era austera, evitando la simple hermosura. Había algo que inquietaba a Maerad, pero al principio no fue capaz de determinar qué era, y le llevó un buen rato averiguarlo. No escuchaba voces de niños por ningún lado.

Ningún niño reía en los patios ocultos ni jugaba en los caminos, las personas que caminaban por las calles eran adultas y serias, y vio a muy pocas mujeres. Igual que la casa de Nelac, Maerad pensó que Norloch era bella y grandiosa; pero también le parecía fría, más consciente de su majestuosidad que del latir vital de la vida humana.

Cadvan, por otro lado, que estaba acostumbrado a la gloria de Norloch, estaba sumido en sus pensamientos.

—Estoy contento que Nelac y Saliman hayan estado de acuerdo con lo que yo pienso de ti —dijo mientras caminabas—. Me alivia. Yo estoy completamente convencido, pero algunos podría parecerles tal locura que se necesitaría algo más que todas las señales que tenemos. Me aporta esperanza que el Primer Círculo te proclame.

—¿Y si lo hacen y yo no soy la Elegida? —dijo Maerad esperanzada. Aquel pensamiento le quitaba un peso del corazón.

—Entonces estaré equivocado, y eso será todo —dijo Cadvan sonriendo—.

Podría llevarte a una buena Escuela, tal vez a Gent, ya que no está lejos de aquí, y allí podrías completar tus estudios.

Maerad se quedó un rato pensando, recordando lo que Dernhil le había dicho acerca de continuar sus estudios. Le gustaría ver su Escuela.

—¿Te quedarías allí? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

Él le dirigió una rápida mirada. Su rostro era indescifrable.

—Un tiempo, hasta que te hubieras asentado —dijo.

—Sería lo que más me gustaría —dijo Maerad, meditativa—. No ser la Elegida, y aprender a leer y escribir correctamente. Tal vez Hem también podría venir. Todo lo demás todavía me resulta ridículo —recordó el verso que había cantado Saliman—. «La que Edil-Amarandh salva.» ¿Qué puedo hacer?

—Ninguno de nosotros sabe lo que podemos hacer —dijo Cadvan—. Tal vez tú no seas la Elegida, pese a que Nelac ahora está seguro de que lo eres.

Tal vez sea algo ridículo. Pronto lo sabremos con certeza, de una forma u otra —continuaron caminando en silencio.

Cuando Maerad volvió de su paseo, Hem le pidió si podría venir a su visión. Ella sentía curiosidad por ver cómo era visionar desde fuera, y asintió con entusiasmo.

—No es habitual que haya otra persona presente —dijo Nelac dudoso—.

Visionar es un acto muy privado. Pero tampoco es habitual visionar a un niño —volvían a estar en la sala de estar de Nelac, el último sol de la tarde se colaba por las ventanas. Hem estaba de pie de espaldas a Nelac, mirando hacia el jardín.

—Yo preferiría que Maerad estuviese allí —dijo. Pese a sus apariencias de gallito, Hem era incapaz de ocultar el nerviosismo que había en su voz, y a Maerad se le encogió el corazón ¿Y si la visión revelaba que Hem no era su hermano, después de todo? Seguiría sintiendo lo mismo por él, pensó. De alguna manera se pertenecían el uno al otro.

—Por supuesto que estaré, si tú quieres —dijo con calidez, mirando a Nelac de reojo. Este asintió.

—Es justo —añadió dulcemente—. Y ahora es tan buen momento como cualquier otro. La espera es por lo general la peor parte de cualquier trance desagradable. ¿Sí, Hem?

Hem asintió compungido, parecía que lo estuvieran llevando al patíbulo.

Nelac se los llevó a un cuarto que Maerad no había visto antes, del que pensó que debía de ser su estudio. Era mucho más grande que el de Dernhil, cubierto del suelo al techo con libros y con una lujosa alfombra teñida de azul, y tenía vistas al mismo jardín que la sala de estar. En una esquina había una enorme arpa dorada, tallada en forma de dragón, al lado de un gran escritorio de roble. Como en cada uno de los aposentos de Nelac, había pergaminos, rollos y papeles apilados por todas partes, y entre ellos había objetos de lo más curioso: figuritas de alabastro y jaspe, y modelos de barcos e instrumentos musicales complicadamente tallados en madera pulida y piedra. Pero su atención se volvió hacia Hem y Nelac.

Igual que había hecho Cadvan con Maerad en el Irihel, Nelac le pidió a Hem que se pusiera de pie ante él, y colocaron las manos en los hombros del otro. Ligeramente asombrada, Maerad vio que Hem era casi igual de alto que Nelac. Hem lanzaba miradas nerviosas en dirección a Maerad, y ella le guiñó un ojo dándole ánimos. Él tragó saliva y miró a Nelac a los ojos.

—Y ahora, Hem —dijo Nelac en Habla—, relájate —murmuró unas cuantas palabras que Maerad no pudo entender, y comenzó a brillar con la misma luz plateada con la que había brillado al curar a Cadvan. Esta vez no era tan intensa; era una radiación más sutil, suave como la luz de una estrella. A Maerad le dio la impresión de que la luz también se reunía en torno a Hem, solo que la luminosidad alrededor de este era ligeramente diferente, más dorada. Un rayo de luz parecía unir los ojos de ambos, aunque después de parpadear ya no estaba segura de si lo había visto de verdad, o solo se lo había imaginado por la intensidad de sus miradas.

Hem pareció entrar en trance, los ojos se le quedaron completamente en blanco, como si no viese nada a su alrededor. Entonces apretó con las manos los hombros de Nelac, durante un segundo pareció luchar y después el rostro se le quedó completamente blanco. No veía la expresión de Nelac, ya que este miraba en otra dirección. Maerad se mordió el labio con ansiedad; ¿estaría bien Hem? Después mucho más rápido de lo que había esperado, Nelac se inclinó hacia delante y besó a Hem en la frente, y este le soltó los hombros. Las manos de Hem se separaron de Nelac como si estuviesen exhaustas, y la luz que había en los dos se desvaneció.

—Bien hecho, Hem —dijo Nelac en voz baja—. Es duro.

Hem se sentó bruscamente en el suelo. Todavía tenía la cara pálida, pero tenía una expresión más abierta de lo que Maerad le había visto nunca.

Levantó la vista hacia ella y, para su sorpresa, se ruborizó.

—Te he visto —dijo—. Quiero decir, te he recordado. Antes no me acordaba. Eras una niña pequeña, pero a mí me parecías grande. Eras igual que ahora —se detuvo, una pena insoportable se le acumulaba en los ojos—. Padre me tenía en brazos —arrugó la cara y se la cubrió con las manos, Maerad vio que le temblaban los hombros. De repente se dio cuenta de lo cierta que era la admonición de Nelac acerca de la privacidad de visionar, aquella era una pena tan íntima que ni tan siquiera una hermana podía compartirla.

Les dio la espalda a Hem y Nelac, sintiendo que una oleada de alivio se extendía por todo su cuerpo. Ahora todas las dudas habían desaparecido; Hem era su hermano, sin cuestionamientos. No se había dado cuenta de lo llena de preocupación que estaba.

Nelac parecía cansado, como si hubiera trabajado muy duro para concentrarse.

—Sí, es cierto. Hem es tu hermano —dijo buscando su mirada—. Estoy muy contento de que Hem haya aceptado hacer esto. Me hace estar mucho más seguro interiormente. Cuanto más seguros estemos en estos tiempos de duda, mejor —buscó a tientas una silla y se sentó, pasándose una mano por los ojos—. Ya no soy tan joven como antes —dijo—. Mirar dentro del alma de otro es una actividad que cansa. Ya veo por qué Cadvan no quiso visionar a Hem. Hay mucha angustia ahí dentro —emitió un gran suspiro.

Maerad se sentía incómoda ante ellos dos, como si fuese una intrusa.

—¿Puedo traerte algo? —preguntó por fin—. ¿Una bebida, tal vez?

Nelac le dirigió una lánguida sonrisa.

—Un vaso de laradhel resultaría más que bienvenido. Gracias, Maerad.

Maerad salió del cuarto con una sensación de liberación. Volvió con dos vasos de laradhel, dejó uno en el suelo al lado de Hem y después los dejó solos. No le parecía correcto quedarse allí.

Aquella noche Hem no acudió a la cena: se había ido a su alcoba tras la visión y no había vuelto a aparecer. Saliman arqueó una ceja.

—Debe de estar cansado de verdad, para saltarse una comida —dijo—.

Cadvan me ha dicho que la visión fue bien, ¿es así?

—Sí, ha confirmado todo lo que habíamos hablado hoy —respondió Nelac brevemente—. Ahora ya no hay duda —Maerad pensó que todavía parecía cansado.

Nelac les contó entonces que había arreglado un Consejo para la tarde siguiente.

—Enkir sentía curiosidad por saber si lo que tenías que decir era lo bastante importante para un Consejo completo —dijo, mirando a Cadvan—. Le dijo que traías noticias del norte.

—Es bastante cierto —dijo Cadvan—. Noticias importantes, parece ser.

—Y también le dije que Saliman era portador de noticias del Círculo de Turbansk que requieren la deliberación de todos los Bardos. Conseguir permiso para que asistiese Maerad fue un poco más complicado. Si hubiera dicho que queríamos traer a una muchacha, se hubiera negado directamente. Al final le dijo que Cadvan deseaba traer a su estudiante. Ni tan siquiera él se atrevería a echarla fuera delante de todo el Círculo.

—¿Tengo que ir? —preguntó Maerad. El corazón le dio un vuelco. Había deseado estar excusada.

—Es crucial que estés allí —respondió Nelac—. Necesitan sentir tu Don por ellos mismos. Sí, me temo que tendrás que ir.

Maerad hizo una mueca. No le gustaba nada cómo sonaba el Primer Círculo de Norloch.

—Sugiero enérgicamente que omitamos cualquier mención de los Elementales, y de la lira de Maerad —continuó Nelac—. Pienso que, por ahora, solo debemos hablar de nuestras conjeturas acerca de que Maerad sea la Elegida, y decir por qué.

—Yo estoy de acuerdo —dijo Saliman mientras limpiaba el plato con un poco de pan y lo masticaba con placer—. Cualquier sugerencia de una relación con los Elidhu, y los Bardos que estén más dudosos pondrán trabas instantáneamente. Tampoco veo ninguna razón para mencionar a Hem. Solo nosotros tres sabemos quién es, y tan solo la gente de esta casa sabe que está aquí. Creo que podría complicar la situación.

—No hay espías en esta casa, si eso es lo que estás sugiriendo —dijo Nelac—. Pero entiendo lo que quieres decir.

—El interés de los Glumas por Hem refuerza nuestros argumentos —objetó Cadvan.

—Sí, ¿pero piensas que se van a creer que te has encontrado a dos Bardos de Pellinor? —dijo Saliman—. El Kulag, el espectro, y el episodio del Landrost deberían ser suficiente motivo de reflexión. Algunos del Círculo pensarán que ya los estamos intentando encandilar, presentarles tantas maravillas de golpe podría ser un error. De una en una.

—¿Y no mencionaremos el Canto del Árbol?

—No, creo que no —dijo Nelac—. No, sin duda. Eso podría venir después, cuando podamos probar que Maerad es la Elegida. De momento, solo lucharemos para conseguir su proclamación bajo estas circunstancias especiales. Eso ya será suficientemente difícil. Para empezar, es mujer, y no tiene nada de la formación correcta.

—Es cuestión de facciones —le explico Saliman a Maerad—. Debemos andarnos con cuidado. Si somos Nelac, Cadvan y yo quienes presentamos el razonamiento, lo verán como una tentativa de conseguir el poder para Nelac.

—¿Por qué? —preguntó Maerad, desconcertada.

—Porque Nelac fue el mentor de los dos cuando éramos jóvenes Bardos — dijo Saliman—. Así que nos ven como si estuviésemos de su parte. Está el tema de que la Elegida sea una mujer, para empezar. Enkir lo verá como un ataque directo contra él. Y para algunos será suficiente para desacreditar todos nuestros argumentos.

—¿Pero no es esto más importante que todo eso? —preguntó Maerad.

Cadvan suspiró con impaciencia.

—¡Cómo odio a esos políticos! —dijo.

—Tú, amigo mío —respondió Saliman, apuntando hacia él con el pan—, nunca has sido político. Ese es tu principal problema. Yo, en cambio, vengo del sur, donde la política es un arte. Sería mejor, Nelac, que hubiera otro Bardo que presentase nuestra petición.

—Ya he pensado en ello —dijo Nelac—. Pero no he osado mencionar el asunto de Maerad a ninguna otra persona del Círculo. A Caragal, tal vez, pero no puedo adivinar qué dirá y tampoco puedo estar lo bastante seguro de su discreción. Lo más probable parece ser que todo el mundo lo sabía inmediatamente, y se nos desestimaría antes incluso de que pudiéramos llegar al Consejo. Debemos presentarlo completa y justamente, ante todo el Círculo, sin que se vea empañado por los chismorreos. Es nuestra única posibilidad.

Se quedaron un buen rato sumidos en un silencio contemplativo.

Cadvan asintió.

—De acuerdo, acepto —dijo—. Ahora lo más importante es la proclamación de Maerad. ¡Mañana, pues! —alzó su vaso y el resto le siguieron.

Maerad alzó el vaso más lentamente que los demás. Se sentía mareada de aprensión al pensar en el Consejo. Al día siguiente se decidiría su destino, y no se sentía preparada en absoluto.