Epílogo

Nueva York

Tres semanas después

Nina se bajó de la limusina y alzó la vista hacia la losa de cristal oscuro que era el edificio del Secretariado de las Naciones Unidas. A diferencia de su visita anterior, no sentía la más mínima inquietud. Muy al contrario. En esta ocasión, Eddie y ella venían a recibir un homenaje.

El primer promotor de la ceremonia había sido el Gobierno egipcio. El descubrimiento de una pirámide en el desierto occidental, y la noticia de que esta contenía la tumba del mismísimo Osiris, lo que daba un vuelco a los estudios sobre la antigua mitología del país, significaba que la egiptología se convertiría durante los años siguientes en el campo de estudio más candente de toda la arqueología. Como mínimo, los ingresos por turismo tendrían un auge espectacular.

En vista de ello, los egipcios habían pedido a las Naciones Unidas que reconocieran los méritos de Nina y Eddie al descubrir la pirámide de Osiris…, así como al frustrar los planes de Shaban.

Nina pensó en lo paradójico que resultaba que sus relaciones con la AIP hubieran culminado todo un ciclo. En un principio, la agencia se había establecido, en gran medida, para ocultar al público la verdad sobre un intento de asesinato a escala inimaginable. Ahora, esa misma organización que la había despedido fulminantemente ocho meses atrás se veía obligada a suplicarle su ayuda en la investigación de una nueva trama genocida.

A pesar de todo ello, vaciló al llegar a la entrada.

—¿Estás bien? —le preguntó Eddie.

—Sí. Solo que… las dos últimas veces que vine a la ONU, Maureen Rothschild me puso de vuelta y media.

—Esta vez solo te dará la vuelta para besarte el culo —le aseguró él.

—Bien dicho —dijo Nina, sonriendo—. ¿Sería de mala educación por mi parte restregarle por la cara que yo tenía razón y que ella se equivocaba?

—Seguramente. Pero yo prefiero pasarme la buena educación por los cojones.

Niina le dio un beso, y entraron los dos.

Resultó que Nina no pudo decir nada a la Rothschild, con buena educación ni con mala. Aunque reconoció a varios miembros destacados de la AIP entre los representantes y funcionarios de la ONU y demás invitados, además de al profesor Hogarth, la directora de la agencia brillaba por su ausencia.

Pero Nina no tardó en olvidarse de aquel desprecio mientras el embajador egipcio ante la ONU, al que acompañaba el doctor Ismail Assad, cantaba sus alabanzas.

—Y, gracias a la doctora Wilde y a su marido —concluyó el embajador—, no solo se ha descubierto en Egipto el hallazgo arqueológico más increíble de los últimos cien años, sino que ha sido posible protegerlo.

El embajador señaló con la cabeza unas grandes ampliaciones fotográficas del interior de la tumba. Se había extraído del sarcófago el cuerpo aplastado de Osir, y se había depositado de nuevo la momia en el lugar de reposo que le correspondía por derecho.

—Por desgracia, la tumba de Osiris sufrió algunos desperfectos; pero su contenido no ha sido saqueado. Con el tiempo, el mundo entero podrá contemplar estos tesoros nacionales increíbles. De modo que, doctora Wilde, señor Chase…, les doy las gracias en nombre del pueblo egipcio.

Una oleada de aplausos recorrió la sala mientras el embajador daba la mano a Nina y a Eddie.

—Gracias —dijo Nina, que se había puesto ante el micrófono—. Gracias, señor embajador, doctor Assad… ¡y pueblo egipcio, claro está!

El público rio con amabilidad.

—Pero hay otra persona a la que debemos dar las gracias, pues sin su valor y su determinación no habríamos llegado a saber siquiera de la existencia de la pirámide de Osiris. Por tanto, Macy… —dijo, señalándola—. Macy Sharif, ¿quieres hacer el favor de ponerte de pie?

Macy estaba en la segunda fila, entre su padre y su madre. La joven, que normalmente no tenía nada de vergonzosa, se sonrojó al recibir los aplausos.

—Cuando Macy se licencie, si el Departamento de Egiptología de la AIP está contratando personal, yo la recomendaría de todo corazón, si es que mi recomendación tiene algún valor —añadió Nina.

Cuando se acallaron los aplausos, Macy se volvió a sentar con alivio.

—Pero lo que nos enseña todo este caso es lo prudentes que debemos ser los arqueólogos y los historiadores. Cuando realizamos estos descubrimientos maravillosos, es muy fácil dejarnos arrastrar por los sueños de fama y fortuna… y, sí: reconozco que yo misma he seguido ese camino. Pero lo que sucedió aquí se debió a que todo se redujo a una cuestión de dinero… No, no de dinero; a una cuestión de alcanzar el premio cuanto antes. Alguien quería algo con tanto ahínco que tomó atajos para alcanzarlo. Y eso estuvo a punto de conducir a un desastre. Así pues, espero que esto sirva de advertencia de lo que puede pasar cuando se da más importancia al dinero que a la ciencia.

El aplauso fue algo más tibio esta vez, y se veían algunas caras francamente incómodas.

Nina no había venido con la intención de reprender a nadie en su intervención, pero había decidido sobre la marcha que a la porra: tenía que decirlo. Se volvió hacia su marido.

—¿Quieres añadir algo, Eddie?

—No se me dan bien los discursos —dijo él, encogiéndose de hombros—. Solo que me alegro de haber sido útil… ¡Ah! Y que sería estupendo que alguien nos pagara los gastos del viaje.

El público se rio.

—Hay una cosa más —dijo Assad.

Un asistente le entregó una caja de madera pulida.

—En muestra de agradecimiento por el descubrimiento de la pirámide de Osiris, el Consejo Supremo de Antigüedades ha decidido hacer entrega de una cosa a la AIP. Digamos que se trata de un préstamo.

Abrió la caja, y se vio que contenía una estatuilla. Era una figura humana tallada rudamente, en una piedra poco común de color morado. Nina no la reconoció, y Eddie tardó un momento en recordar que la había visto antes, en la tumba de Osiris.

—Me avergüenza un poco reconocerlo, dado mi cargo —bromeó Assad—; pero el caso es que no hemos sido capaces de identificarlo, de momento. No concuerda con ningún otro objeto encontrado en la pirámide de Osiris, ni en ninguna otra parte. ¡Puede que la AIP tenga mejor suerte!

Entregó la caja a Nina, que quedó algo sorprendida, mientras el público volvía a aplaudir.

—Esto… yo ya no pertenezco a la AIP, ¿no lo recuerda usted? —le dijo Nina a media voz.

—Pero si ellos… Ah.

El embajador comprendió que su compatriota había tenido un desliz, y se apresuró a tomar el micrófono para dar las gracias a todos por su asistencia, dejando a Nina con la duda de qué era lo que había empezado a decir Assad. Uno de los funcionarios de la ONU más destacados entre los presentes, un inglés llamado Sebastian Penrose, al que Nina había tratado varias veces en la época en que se estaba formando la AIP, se levantó de su asiento y llamó por señas a Nina y a Eddie. Estos acudieron, y Nina miró al funcionario con desconfianza.

—Vale, ¿qué pasa aquí?

—Me temo que alguien se ha precipitado un poco —respondió Penrose.

Hizo una seña a un funcionario de la AIP, que salió al estrado.

—Queríamos haber debatido esto con ustedes después de la ceremonia.

—¿Qué es lo que querían debatir? —dijo Eddie.

—Su vuelta a la AIP.

—¿Qué? —exclamó Nina con incredulidad sarcástica—. ¿Después de habernos despedido?

—Técnicamente, no fue un despido, sino una suspensión de empleo y sueldo a la espera de una investigación oficial —dijo Penrose con suavidad—. Y estoy, hum, bien seguro de que, a la luz del resultado final de la investigación, se recomendará el reingreso, cobrando todos los atrasos y demás beneficios, así como una indemnización.

—Sí, claro. Ya me figuro que a Maureen Rothschild le parecerá bien…

—La profesora Rothschild ya no está en la AIP —dijo Penrose.

Nina se sorprendió.

—¿Por qué no? —preguntó.

—Presentó su dimisión ayer. Por una parte, por las acusaciones criminales que han presentado los egipcios contra el doctor Berkeley. Gracias a la declaración de usted, según la cual el doctor se arrepintió, es posible que lo traten con cierta tolerancia; pero, teniendo en cuenta que todos los demás conspiradores han muerto, necesitan un chivo expiatorio. Como había sido la doctora la que había designado personalmente al profesor como director de la excavación en Guiza, esto la ha dejado en muy mal lugar a ella, y es señal de poco acierto. Que también pone en tela de juicio el resto de sus decisiones…, tales como la de suspenderlos a ustedes.

—Y ¿cuál es la otra parte? —preguntó Eddie.

—Por otra parte, usted, doctora Wilde, le había enviado un correo electrónico en el que le explicaba cómo se iba a llevar a cabo el robo en el Salón de los Registros, antes de que este sucediera…, pero la profesora no le hizo caso. De hecho, borró el mensaje; pero resultó que otra persona tenía una copia.

—Recuérdame que envíe a Lola un gran regalo de agradecimiento —dijo Nina—. Así que quieren que vuelva. Y ¿qué pasa con Eddie?

—El señor Chase recuperará también su puesto, claro está. Y hay otra cuestión: ahora que ya no está la profesora Rothschild, la AIP se encuentra sin director. Usted tiene la experiencia que adquirió cuando ejerció de directora en funciones…

Eddie le dio un codazo.

—Eh, no está mal —le dijo—. ¡No solo quieren que vuelvas, sino que te ofrecen un ascenso!

—Pero ¿nos interesa a nosotros volver? —le preguntó ella; aunque la respuesta se leía claramente en sus ojos.

Eddie sonrió.

—La oferta seguirá en pie —dijo Penrose, y entregó a Nina su tarjeta—. Al menos, durante algún tiempo. Llámenme cuando hayan tomado una decisión.

Les dio la mano a los dos y se marchó, seguido por el funcionario que llevaba la caja.

—Bueno… maldita sea —dijo Eddie—. Es que no se las pueden arreglar sin nosotros, ¿verdad?

—Eh, esto ya se nos da muy bien a estas alturas. Pero ¿sabes qué es lo más importante? ¡Que podremos volver a vivir en Manhattan!

Eddie alzó los ojos al cielo en broma.

—Estupendo… Alquileres absurdos, multitudes, ruido, tráfico…

—¡No veo la hora!

—Bah —dijo Eddie con humor—. Pero sí que hay una cosa buena… ¡Podré pagar esa fiesta de boda!

—Podremos pagarla entre los dos —lo corrigió Nina—. Y puede que yo te acompañe a las clases de baile.

Bajaron del escenario, y salieron a su encuentro Macy y los padres de esta.

—Así que ¿de qué os ha estado hablando? —les preguntó Macy, una vez hechas las presentaciones.

—Nos estaba haciendo una oferta.

—¿Una oferta de trabajo? —preguntó Macy, emocionada—. ¡Ay, Dios mío, qué estupendo! ¿Vais a aceptarla?

—Bueeeeeno —dijo Eddie, encogiéndose de hombros de manera exagerada—. Todavía no lo hemos pensado del todo…

—Pero ¿recuerdas que te he recomendado para un puesto en la AIP cuando te hayas licenciado? —dijo Nina.

Macy asintió con la cabeza.

—Pues creo que podría afirmar, sin temor a equivocarme, que el puesto será tuyo, si lo deseas.

A la muchacha se le iluminó el rostro.

—¿De verdad? Ay, ¡guau! Entonces, procuraré interesarme por algo más, aparte de por la egiptología. Hasta por los mondadientes mongoles. ¡Gracias! —exclamó, abrazando a Nina.

Eddie las observó un momento.

—Entonces, ¿puedo intervenir yo también, y hacemos el trío por fin?

—¡Eddie! —gritaron ambas mujeres.

Macy se sonrojó e hizo un gesto a Eddie para recordarle que sus padres estaban a un metro. Pero, después, lo abrazó a él también.

—Entonces, ¿qué vais a hacer ahora? —preguntó Macy cuando se separaron.

—Todavía no lo sé —dijo Nina, y sonrió—. Pero creo que vamos a estar muy ocupados.