14
Mónaco
Aunque el Principado de Mónaco no es, ni mucho menos, el único microestado que figura como un punto en el mapa de Europa, sí que es el más rico de ellos con diferencia, al menos en cuanto a renta per cápita; y también es el más lleno de glamour. El minúsculo país, gracias a su ubicación en la Riviera Francesa, cerca de la frontera italiana, goza de un clima cálido, subtropical; y su monarquía y sus casinos le aportan un aire de lujo y riqueza… Sin olvidar su carácter de paraíso fiscal, que atrae como un imán a los superricos.
Pero podría afirmarse que lo que lo hace más famoso es su Gran Premio de Fórmula 1, que se celebra todos los años, en el que vehículos que cuestan millones recorren con estrépito las calles tortuosas a más de doscientos noventa kilómetros por hora. Desde la cubierta de proa del enorme yate de Osir, el Barca Solar, que estaba fondeado en alta mar, ante el rompeolas exterior de Mónaco, Nina no alcanzaba a ver la sesión de entrenamientos del sábado, en la que los pilotos se preparaban para la carrera del domingo; pero sí podía oírla, pues los edificios devolvían los ecos del rugido de los motores de ultraalto rendimiento cuando los coches volaban por el paseo del puerto, antes de volver a girar hacia el interior de la ciudad y de subir la pendiente empinada hasta llegar a la plaza del Casino.
—Caray, esto debe de resultar molesto para el que viva allí y quiera oír la televisión.
El líder de la secta estaba mirando un televisor, precisamente.
—Creo que cualquiera que viva en Mónaco puede permitirse marcharse de vacaciones una semana al año si no le gusta el ruido de los coches de carreras —dijo, con los ojos clavados en una retransmisión en directo de los entrenamientos—. Pero cualquiera que… ¡No! —exclamó de pronto, y musitó una maldición en árabe.
—¿Alguien ha hecho una vuelta en mejor tiempo que Virtanen? —preguntó con indiferencia burlona Shaban, que estaba echado allí cerca en una tumbona.
Osir lo miró con rabia.
—¡Por más de una décima de segundo! A este paso, tendremos suerte si uno de nuestros coches sale en la primera mitad de la parrilla.
—No deberíamos tener coches allí. Es un gasto enorme.
—Contribuye a dar a conocer por todo el mundo el nombre del Templo Osiriano —dijo Osir—. A mí me parece que vale la pena… y no voy a volver a discutirlo contigo, Sebak.
El hermano de Osir torció el gesto, se puso de pie y se retiró al interior del yate.
Nina dejó de contemplar el panorama soleado de la ciudad para mirar a Osir.
—Sabes, yo no pensaba que estaba permitido que las religiones patrocinaran escuderías.
—El Templo Osiriano no está patrocinando nada, técnicamente —dijo, sin dejar de atender a la pantalla—. Todo el dinero proviene del Grupo de Inversiones Osiris.
Aparecieron en la pantalla nuevas cifras.
—¡Ah, eso está mejor! Con eso saldremos en tercera fila.
—Patrocinar escuderías de Fórmula 1, sufragar este yate inmenso… El Templo Osiriano es más bien distinto de las demás religiones, ¿no?
Osir la miró por encima de sus gafas de sol.
—Parece que no lo apruebas, Nina.
Nina se encogió de hombros.
—No es asunto mío —dijo—. Solo comentaba…
—Mis contables, que son muy listos, han descubierto el modo de que el Barca Solar no me cueste absolutamente nada, gracias a unas empresas subsidiarias que tienen pérdidas y a unos contratos de venta al GIO con arrendamiento posterior hábilmente redactados. Y, ya que lo tengo, mejor será que lo disfrute. Y tú también puedes disfrutarlo.
Osir pulsó un botón de intercomunicación que tenía en el reposabrazos de su tumbona.
—¿Nadia? Dos martinis, por favor.
—A mí no me apetece tomar nada —dijo Nina, levantando una mano.
—Insisto. En un día tan hermoso como este, debes gozar al máximo con cada uno de tus sentidos.
—Yo preferiría estar trabajando con el zodiaco.
—Cuando esté preparado —repuso él, para desilusión de Nina—. Mis expertos se están asegurando de que se monte con toda la perfección posible. Todavía tardarán unas horas; pero yo no quiero que se pierda la más mínima indicación.
Nina, sin poderse contener, replicó:
—Entonces, quizá deberías haberlo dejado en el techo del Salón de los Registros.
—Ahora ya está claro que no lo apruebas —dijo él con una sonrisa burlona.
—Yo habría optado por no trasladarlo…, sobre todo, si tenemos en cuenta que tu hermano y ese gilipollas de Diamondback quisieron matarme para conseguirlo.
Al decir esto, Nina echó una mirada ponzoñosa a la cubierta superior. Allí estaba Diamondback, apoyado en la barandilla y vigilándola discretamente.
—Pero ya está hecho —prosiguió Nina—. De modo que más me vale beneficiarme de ello.
—Y te beneficiarás, Nina. Nos beneficiaremos los dos.
Osir sonrió, y se volvió ante la llegada de una joven jamaicana en biquini que traía una bandeja.
—Gracias, Nadia.
Nadia entregó a Nina y a Osir los vasos, en los que tintineaban los cubitos de hielo.
—¿Desea alguna cosa más? —preguntó con tono sugerente.
—¡Siempre, querida! —dijo Osir con una sonrisa—. Pero ahora no. Quizá después de la fiesta en el casino.
Cuando la joven se volvió para marcharse, Osir le asestó en el trasero algo entre roce y palmada, haciéndole soltar una risita.
—¿Tienes a algún tipo musculoso en bañador para mí? —le preguntó Nina. Desde que había subido a bordo, ya había visto a varias mujeres, igualmente ligeras de ropa, además de a muchos guardias de chaqueta verde, algunos de ellos armados con subfusiles ametralladores MP7 con silenciador.
—Estoy seguro de que podremos organizar algo.
Nina tuvo la sensación de que Osir no hablaba en broma.
—Así que, dime —dijo, tanto para cambiar de tema como para hacer tiempo hasta que pudiera pedir permiso para ir al baño sin llamar la atención. Su primer intento de ponerse en contacto con Eddie desde el yate había fracasado, ya que en el baño en que había entrado no había ninguna cobertura de móvil—. ¿Cómo puede llegar un hombre de ser panadero a fundar su propia religión? Pasando por ser estrella de cine, además.
Osir se incorporó en su asiento y bajó el volumen del televisor de pantalla plana, gozando de la oportunidad de hablar de su tema favorito: de sí mismo.
—Recordarás que dije en Suiza que me gusta asumir riesgos, ¿verdad? Pues bien, me hice actor porque asumí un riesgo. Yo tenía solo catorce años y estaban rodando una película en mi pueblo. Desde el momento en que vi a los actores y al equipo de rodaje, supe que yo tenía que formar parte de aquello… como fuera. Pero solo iban a rodar tres días en exteriores, y después se volverían a los estudios. Así que yo me escapaba de la escuela cada día y rondaba por el lugar del rodaje; y entre toma y toma charlaba con la gente, incluso con Fadil, el primer actor. Intenté convencer a Sebak para que viniera conmigo, él tenía doce años, pero tenía miedo de que lo atraparan, y temía que nuestro padre se enfadara.
—¿Y se enfadó?
—Ya lo creo —dijo Osir con una sonrisa—. Pero ya llegaré a eso. El último día, estaban rodando una escena en que la pareja principal se bajaba de un coche y entraba en un hotel, y tenían que poner algunos extras al fondo. Como una de las personas de las que me había hecho amigo yo era el ayudante de dirección, me llamó para que hiciera de extra.
—Y así empezó una carrera en el cine —dijo Nina. A pesar de toda la desconfianza que le inspiraba Osir, no podía menos que apreciar sus dotes de narrador, con su voz sonora y su rostro expresivo.
—No exactamente —dijo él—. Lo de faltar a la escuela no fue más que un riesgo pequeño. El riesgo grande lo asumí cuando dije una frase durante la toma, por mi cuenta y riesgo.
—¡Huy! Supongo que el director se enfadaría mucho.
Osir volvió a sonreír, pero ya no miraba a Nina, sino que tenía la mirada perdida en el cielo.
—Todavía lo recuerdo… A Fadil le costaba trabajo sacar del coche una maleta grande. Advertí que el director estaba a punto de decir ¡corten!, de manera que me adelanté y dije: «¿Ayudo al caballero con la maleta? Solo serán diez piastras», y le tendí la mano como si fuera Oliver Twist.
—¿Y qué pasó?
—El director se quedó tan sorprendido que se le olvidó decir corten —contó Osir, riendo—; y Fadil, que ya me conocía, improvisó en vez de enfadarse. Dijo: «¡Te daré veinte si llevas todas las maletas de la señora!». Todos se rieron, y el director decidió usar la toma en la película. ¡Hasta me pagaron! No adivinarás cuánto.
—¿Veinte piastras?
—Me las dio Fadil, de su bolsillo. Y ese fue el riesgo que asumí, y aquella fue mi primera aparición en la pantalla. Sebak me tuvo una envidia increíble, claro está, y contó a mis padres lo que había hecho yo. Y sí: mi padre se enfadó mucho. Pero al cabo de unos días recibió una carta del director. Al ver las tomas de exteriores, el director había pensado que en una escena posterior de la película podría ampliarse mi pequeña intervención de una manera que contribuía a caracterizar el personaje de Fadil. Pero, para ello, me necesitaba a mí… y pedía a mi padre si podía ir yo a El Cairo para rodar la nueva escena.
—Caray —dijo Nina, impresionada—. Sí que te salió bien.
—Más de lo que podría haber soñado nunca. Costó un poco de trabajo convencer a mi padre, pero me salí con la mía; ¡ser el primogénito tiene sus ventajas! De modo que fui a El Cairo y, para trabajar en los estudios, tenía que firmar un contrato. Yo me llamaba Jalid Shaban; pero ya existía otro actor con el mismo nombre, y me pidieron que escogiera un nombre artístico. Yo elegí el de Osir… por Osiris, claro está. Pensé que me traería suerte.
—Y así fue.
—Desde luego que sí. Cuando tenía dieciséis años ya trabajaba de actor con regularidad; al principio hacía papelitos, pero iba aprendiendo y haciendo amigos, tanto entre los actores como entre los que estaban detrás de las cámaras. A los dieciocho ya había protagonizado mi primera película, que tuvo bastante éxito, dentro de lo que es normal en Egipto. Los estudios querían más; pero a mí me tocaba hacer mis tres años de servicio militar. De modo que el director de los estudios, que tenía amigos en las altas esferas, movió algunos hilos.
Nina tomó un trago de su martini.
—¿Y te libraste de hacer el servicio militar?
Osir asintió con la cabeza.
—Yo estaba dispuesto a hacerlo, pero me alegré de librarme. ¡Con lo bien que lo estaba pasando! Solo tenía dieciocho años, y ya era famoso, ganaba mucho dinero, viajaba… y conocía a muchas mujeres hermosas.
Osir sonreía abiertamente; pero, para sorpresa de Nina, la sonrisa se le borró en un momento.
—Con todo esto, Sebak me tenía cada vez más envidia… y entonces sufrió su accidente.
—¿Qué le pasó? —preguntó Nina—. O sea, salta a la vista que se quemó; pero…
—Fue en el ejército —dijo Osir, sacudiendo la cabeza con tristeza—. A diferencia de mí, Shaban tuvo que ingresar a filas. Aquello ya lo tenía molesto de por sí. Después, cuando solo llevaba unas semanas de servicio militar, un camión en el que iba sufrió un accidente y se incendió. Pasó dos meses en el hospital, con graves quemaduras en un lado de la cara y más… Y, después, lo obligaron a volver a su unidad para terminar de cumplir sus tres años de servicio. Estaba amargado, y con razón.
—No me extraña.
Tras aquella revelación, Nina no veía a Sebak Shaban con más simpatía, pero al menos podía comprender su inquina constante contra el mundo.
—Cuando Sebak salió del ejército, yo fui fiel a mi deber de hermano mayor y me ocupé de él. Le di trabajo como ayudante mío; y, cuando establecí el Templo Osiriano, le asigné un puesto importante en él.
—¿Cómo estableciste el Templo Osiriano? Que yo sepa, no existen manuales que expliquen cómo fundar una religión.
Osir se rio por lo bajo.
—Hace dieciocho años rodé una película titulada Osiris y Set. Yo hacía el papel de Osiris… ¡Supongo que así lo quiso el destino! La película tuvo mucho éxito; hasta se exhibió un poco en los Estados Unidos, cosa muy rara para una película egipcia. Gracias a ello, fui durante algún tiempo la máxima estrella de Egipto. Todos me conocían; a todos les interesaba lo que yo decía… Era como si me veneraran, como me habían venerado en el papel de Osiris en la película.
Miró a Nina con complicidad, haciendo tintinear el hielo en su vaso.
—Tú has sido famosa… en otro campo, pero sabes lo que es. Y sabes que es… adictivo.
—Yo no diría tanto.
—Ay, Nina —repuso él con una sonrisa significativa—. La primera vez que te viste en televisión, la primera vez que te viste retratada en la portada de una revista…, ¿no te emocionó? El mundo te miraba, te escuchaba. No hay sensación igual a esa. Y nadie es inmune a su canto de sirena…, ¡ni siquiera una científica! No me dirás que, después de haber conocido esas alturas, no te importa volver a caer en la oscuridad.
—A mí no me importaría, mientras sea una oscuridad con dinero —dijo Nina, representando su papel.
Pero tuvo que reconocer para sus adentros, a disgusto suyo, que Osir tenía cierto grado de razón.
Osir advirtió las dudas de Nina, y sonrió de nuevo.
—Pues, por lo que a mí respecta, yo quería más. No solo como actor; ni siquiera como estrella de cine. Quería que me amaran… aquí —dijo, dándose un golpe en el corazón—. Que la gente creyera en mí; que me siguieran.
—¿Que te veneraran?
—¿Qué quieres que te diga? —repuso él, alzando las manos al cielo en gesto de disculpa humorística—. Sí; quería que me veneraran. De modo que dejé el trabajo de actor y fundé el Templo Osiriano… y, más discretamente, fundé también la empresa que sería más tarde el GIO.
—Asumiendo otro riesgo —dijo Nina.
—El mayor de mi vida. Al fin y al cabo, soy musulmán —dijo, y Nina advirtió que lo decía en presente—, y para los seguidores más fundamentalistas del islam, que, por desgracia, tienen cada vez más fuerza en Egipto, la apostasía es un crimen que debe castigarse con la muerte. Recibí bastantes amenazas. Y por eso encomendé a Sebak la tarea de protegerme, a mí y a todo el Templo Osiriano. Y hace muy bien su trabajo.
—Demasiado bien, quizá —dijo Nina.
Vio que Shaban estaba en la cubierta superior, hablando con Diamondback y con una mano apoyada en el hombro de este.
—Te pido disculpas de nuevo. Las cosas se nos escaparon de las manos.
Vio en la pantalla algo que le llamó la atención, y pulsó inmediatamente el botón que activaba el volumen.
—¡El segundo mejor tiempo! ¡Estamos en primera línea de parrilla!
Volvió a mirar a Nina.
—Me disculpo una vez más —le dijo—, pero es una noticia magnífica.
—No te preocupes —dijo ella, dejando el vaso—. En todo caso, tengo que dejarte un momento.
Entró en el interior del barco, en busca de otro cuarto de baño.
—¿Dónde estás? —le preguntó Eddie al ponerse al teléfono.
—En Mónaco —respondió Nina con un susurro—. Estoy en su yate. O barco. O lo que sea, no sé la diferencia. ¿Dónde estáis vosotros?
—En Italia, en una autostrada.
Eddie circulaba a gran velocidad, superando en treinta kilómetros por hora el límite oficial de ciento treinta; pero, como estaba en Italia, todavía había conductores locales impacientes que lo adelantaban.
—¿En Italia? ¿Qué demonios hacéis allí?
—Es el camino más corto para ir a Mónaco. Yo siempre había querido ir allí, a ver el Gran Premio de Fórmula 1; pero no de esta manera… ¿Y tú? ¿Has visto el zodiaco?
—Todavía no. La gente de Osir aún lo está montando; no terminarán hasta esta noche.
—Mierda —murmuró él—. Casi había esperado que ya lo tuvieras resuelto todo.
A Eddie se le ocurrió una cosa.
—Ese barco… ¿está en el puerto? —preguntó.
—No; está en alta mar.
—¡Jodienda y porculienda! Entonces, ¿cómo vas a salir de allí?
—Sí; yo misma me lo estaba preguntando. Pero, escucha: Osir ha dicho que esta noche asistirá a una fiesta en un casino. Creo que quiere llevarme a mí también.
—¿A una fiesta? ¿Sabes en qué casino?
—No, pero tiene algo que ver con su escudería de Fórmula 1, así que no será difícil encontrarlo. Quizá podríais alquilar un bote y seguirnos cuando volvamos a su barco. El barco se llama Barca Solar. Ay, mierda, viene alguien. ¡Adiós!
—Adiós —dijo Eddie; pero de nuevo no le había dado tiempo a decirlo antes de que sonara el clic de la desconexión.
—¿Está bien? —le preguntó Macy.
—Sí; pero está a bordo de su condenado yate, y algo me dice que no nos va a resultar nada fácil alquilar un bote la noche previa al evento más importante del año.
—¿Qué era eso de una fiesta?
Eddie se rio por lo bajo con sarcasmo.
—Parece que eso te interesa. ¿Es que te apetece ir?
—No. Bueno, no lo sé. ¿Qué tipo de fiesta es?
—Algo de su escudería de Fórmula 1.
A Macy se le iluminó el rostro.
—¡Ay! ¿Pilotos de carreras? Tenemos que ir sin falta.
—No vamos a hacer una visita de sociedad —le recordó Eddie—. Además, tampoco vamos vestidos como para ir a una fiesta de gala en un casino elegante —observó, indicando con un gesto de la cabeza los vaqueros, la camiseta y la chaqueta de cuero que llevaba él, y la blusa y los pantalones militares arrugados de ella.
Macy sonrió y sacó su tarjeta de crédito.
—¿Hay que vestirse para salir de noche en Montecarlo? Genial.