18
Osir se apartó, sobresaltado, mientras Eddie se incorporaba.
—¿Cómo… cómo has entrado aquí? —le preguntó, sin que quedara claro si podía en él más el miedo o la indignación.
—Sí; yo misma me lo estaba preguntando —dijo Nina desde la sala del zodiaco, donde le había indicado Eddie sin palabras que se escondiera cuando se había colado en la cabina.
Sin dejar de apuntar a Osir, Eddie retiró las sábanas y se puso de pie. Tenía la ropa empapada.
—Busqué su lancha en el puerto, donde me dijiste. Después, la alcancé nadando por debajo del embarcadero, y me agarré a la cadena del ancla. Y solo me quedó aguantar hasta que llegamos aquí.
Osir echó una mirada de rabia a Nina, sintiéndose traicionado.
—¡Entonces, sigues con él! ¡Sebak tenía razón!
—Ya te digo —dijo Nina—. Como que me iba a compinchar de verdad con el gurú engañabobos que había intentado matarme. ¿Qué hacemos ahora? —añadió, mirando a Eddie.
Este indicó a Osir con un gesto que pasara al baño.
—Para empezar, lo ataremos y lo haremos callar. Después, nos enteramos de dónde está esa pirámide; y, por último, nos damos el piro y la encontramos. ¿Te hace el plan?
Nina asintió con la cabeza.
—Muy bien, galán —dijo Eddie, acercándose a Osir—. Pasa ahí dentro.
El egipcio perforaba a Nina con la mirada.
—Verdaderamente, no quería que nadie se hiciera daño —dijo con rabia—. Pero ahora haré excepciones con mucho gusto.
—Cierra el pico, gilipollas —dijo Eddie.
Empujó a Osir al interior del cuarto de baño. Este rozó con el codo un estante, del que cayeron varios artículos de tocador.
—Ponte de rodillas y mete la cabeza en el retrete como si fueras a vomitar. ¡Ya!
Apretó el revólver contra la cabeza de Osir mientras este se arrodillaba ante la taza del retrete. Después, le quitó el cinturón del batín.
—Nina, átale las manos al desagüe.
Eddie no dejó de apoyar con firmeza el revólver contra la cabeza de Osir, mientras Nina ataba las muñecas de este al tubo del desagüe del retrete.
—Ahora, busca algo para atarle los pies.
Nina volvió al camarote y regresó con una colección de corbatas sobre el brazo.
—Elige color —dijo.
Eddie arrugó una corbata hasta hacerla una bola y se la metió en la boca a Osir, que no dejaba de protestar; después, la sujetó con una segunda corbata. Empleó una tercera para atar entre sí los tobillos de su prisionero, y fijó después el otro extremo de la corbata a una cañería de la parte inferior del lavabo.
—Ahora, escucha, Tutankamón —dijo, dando a Osir un golpecito en la cabeza con el revólver—. Al primer ruido que hagas, te mando por el retrete para que te reúnas con tus antepasados. ¿Entendido?
Osir, que tenía la boca llena de la mordaza improvisada, solo pudo emitir un gorgorito furioso.
—Bien —dijo Eddie.
Salió del baño; cerró con llave la puerta del camarote y se reunió con Nina ante el zodiaco.
—Entonces, ¿has encontrado la pirámide?
—Todavía no —reconoció ella.
—Bueno, pues ¿cuánto tardarás?
—No tengo ni idea.
—A lo mejor, si hubieras estado trabajando en ello en vez de empinar el codo con los espumosos de Osir…
Nina le dirigió una mirada de irritación.
—No empieces, Eddie.
—Y, ya que hablamos de eso, ¿qué estaba pasando cuando entré yo? ¡Estabas echada en la cama con la falda subida hasta las bragas! Porque… llevas bragas, ¿verdad? —le preguntó con cara de inquietud.
—¿Qué parte de no empieces te cuesta tanto entender? —le replicó Nina, cortante.
—Bueno, creo que él ya estaba empezando en serio…
Nina dio una fuerte palmada sobre la superficie de Lexan.
—¡Por Dios, Eddie! Le estaba dando carrete para poder echar una mirada a esta cosa…, así que lo menos que puedes hacer es callarte y dejarme trabajar. Allí hay unas notas que escribieron los suyos —dijo, señalando la mesa—. ¿Me haces el favor de traérmelas?
—Más vale que mañana no andes en postura de egipcia —dijo por lo bajo Eddie mientras recogía las notas.
Contenían muchos datos sobre el zodiaco. Una estimación de la fecha en que se había elaborado, en función de las posiciones de los planetas (a Nina le hizo gracia que hubieran calculado hasta el mes, octubre del 3567 antes de Cristo, y le llamó la atención que aquello confirmara de manera indirecta la teoría de Macy según la cual la esfinge era anterior a la construcción de la pirámide de Khufu); los nombres de las diversas constelaciones; un análisis químico de las pinturas; las dimensiones del zodiaco con precisión milimétrica; el tipo de piedra en que estaba tallado…
—No sirve de nada —murmuró, hojeando más páginas.
Eddie, que había regresado al camarote para montar guardia mientras Nina leía las notas, volvió a entrar.
—¿Qué hay?
—Aquí lo dice todo acerca del zodiaco… menos lo que necesito saber. Los jeroglíficos dicen cómo se llega a la pirámide de Osiris… cuando ya se dispone de otros datos. La gente de Osir ha calculado la posición de Mercurio, que era una de las indicaciones…, pero no conocemos las otras.
—¿Cuáles son las otras?
—Un lugar llamado el desfiladero de plata, que no tenemos idea de cómo encontrarlo, y el segundo ojo de Osiris. Y ni siquiera sabemos dónde está el primer ojo de Osiris, cuánto menos el segundo.
Nina empezó a pasearse alrededor del zodiaco, con la esperanza de que un punto de vista nuevo, en sentido literal, le permitiera ver algo más de sus secretos. No le vino ninguna inspiración.
—¿Qué es lo que estoy pasando por alto?
—Si son cosas egipcias, puede que Macy lo sepa —dijo Eddie, llevándose la mano al interior de la chaqueta del esmoquin—. ¿La viste?
—Sí; le dije que nos esperara.
—Espero que haya encontrado un hotel… Ese vestido suyo de papel de plata no la abrigará mucho… ¡Ay, cojones!
Eddie había metido los pasaportes y su teléfono en una bolsa de plástico para protegerlos del agua del mar, pero esta no era tan hermética como había esperado él. Los pasaportes estaban mojados, pero tendrían arreglo poniéndolos a secar. Sin embargo, el teléfono dejaba caer de su carcasa un goteo patético de agua.
—Espero que sigas teniendo tu teléfono.
—Sí —dijo Nina—; pero está con mis cosas, dos pisos más abajo. Y no quiero salir a rondar por el barco si no es indispensable, y menos ahora, que tenemos atado al dueño en el retrete. Si alguien sospecha algo, este será el primer sitio donde acudirán.
—Supongo que tendrás que apañártelas sin Macy, entonces.
Nina volvió a repasar las notas, buscando infructuosamente cualquier indicación que se le pudiera haber pasado por alto; después, acudió a un estante donde había varios libros de consulta sobre el Antiguo Egipto. Buscó en los índices por materias cualquier alusión al desfiladero de plata o al ojo de Osiris. No se hablaba para nada del primero; había varias menciones del segundo, pero solo en el contexto de la simbología egipcia; no había ningún dato que lo relacionara con ningún lugar concreto del mundo real.
—No lo entiendo —suspiró Nina al cabo de un rato, volviendo de nuevo al zodiaco—. ¿Dónde nos dice que vayamos? Tiene que estar relacionado de alguna manera con las estrellas… Tenemos las constelaciones, la Vía Láctea, los planetas… ¿Cómo se relaciona todo entre sí? Es decir, la pirámide está señalada aquí mismo, con indicaciones sobre cómo llegar hasta ella; pero ¿cuál es el punto de partida?
—No lo sé —dijo Eddie, encogiéndose de hombros—. Lo único que sé yo de Egipto es lo que vi en La momia.
—Y tampoco es una fuente muy fidedigna.
—Puede que no. Pero te diré una cosa: eso que hay allí no es la Vía Láctea.
Nina miró la línea de color azul claro.
—¿No?
—No; no tiene la forma. Yo sé el aspecto que tiene la Vía Láctea, y no es así.
—De acuerdo; si no es la Vía Láctea, ¿qué es? ¿Qué otra cosa podrían haber puesto en un mapa estelar?
A Eddie se le ocurrió una idea.
—Es que no es un mapa estelar —dijo, acercándose al espejo—. Tiene estrellas, pero esa no es la cuestión.
Eddie miró con atención el reflejo en el espejo, y le asomó al rostro una sonrisa de entendimiento.
—Mira.
Tomó del estante un atlas y pasó las páginas, mientras Nina miraba el zodiaco reflejado.
—¿Qué es lo que se supone que debo ver? —le preguntó.
—Esto —dijo Eddie.
Abrió el atlas por la página donde aparecía un mapa concreto: el de Egipto. Recorrió la hoja con un dedo, siguiendo de norte a sur el curso de un río.
—¿Te recuerda algo?
Nina miró el mapa; miró el reflejo del zodiaco en el espejo; volvió a mirar el mapa…
—Es la misma forma —advirtió—. ¡Ay, Dios mío! ¡Es el Nilo!
—Si montas el zodiaco en el techo, concuerda con la forma del Nilo, proyectada hacia arriba, por así decirlo —dijo él, asintiendo con la cabeza—. Pero, si lo ves como si fuera un mapa normal, está invertido.
Nina regresó aprisa al zodiaco, barriendo las notas con la mano para poder observar el curso del río.
—Así que esto es el delta del Nilo, al norte; lo que significa que el otro extremo… Trae aquí el mapa, Eddie.
—No me has dicho la palabra mágica —repuso él; pero entregó el atlas a Nina, que lo comparó con la línea pintada.
Aun teniendo en cuenta el efecto de inversión, existían diferencias.
—El delta no es igual —observó Eddie—. En el mapa antiguo hay más ríos.
—El Nilo tenía más bocas antiguamente; algunas se fueron cegando —le dijo Nina, distraída, mientras atendía a otro punto que estaba mucho más arriba, siguiendo el curso del río—. ¡Mira! ¡Mira esto! Este gran meandro del río, donde rodea el valle de los Reyes… —exclamó, emocionada, mientras daba golpecitos en el Lexan—. Esta figura de Osiris, la que no estaba en el zodiaco de Dendera… ¡mira dónde tiene el ojo!
Eddie invirtió mentalmente el zodiaco para ajustarlo al mapa. La cabeza de la figura de Osiris estaba situada en un punto al oeste del río, cerca de un recodo que hacía en su curso hacia el norte.
—Y ¿qué hay allí ahora? Una población que se llama… Al Balyana.
—Allí hay mucho más que eso —dijo Nina—. Era uno de los lugares más importantes de Egipto.
Volvió a la mesa casi dando saltos, agitando su vestido al aire, para tomar un libro grande, lleno de hermosas ilustraciones fotográficas. Después de encontrar la página correspondiente, corrió de nuevo a enseñársela a Eddie.
—Abidos —dijo—. ¡La ciudad de Osiris!
En las fotografías se veían varias estructuras grandes, en ruinas.
—Parece que van a tener que llamar a los albañiles —bromeó Eddie.
—Cuando hayamos terminado nosotros —dijo Nina, leyendo rápidamente el texto—. Debe de haber algo que indique el camino hacia ese desfiladero de plata. Cuando lo hayamos encontrado, estaremos a solo once kilómetros de la pirámide.
—¿Qué es lo que tenemos que encontrar?
—El segundo ojo de Osiris. Creo que es una pista doble. Aquí, en el zodiaco, está el ojo del segundo Osiris, que nos dice que vayamos a Abidos…, pero los jeroglíficos decían que el segundo ojo mira al camino del cañón. El ojo del zodiaco no es más que un punto; no mira nada. Yo supongo que en Abidos está en alguna parte el símbolo concreto del ojo de Osiris, y que estará orientado hacia la dirección en que tendremos que ir. Pero no tengo idea de en qué parte de Abidos estará… Quizá lo sepa Macy.
—Entonces, lo mejor será que bajemos de este barco y que la encontremos —dijo Eddie, mientras miraba atentamente el zodiaco.
Nina conocía aquella mirada suya.
—No. De ninguna manera —le dijo.
—¿De ninguna manera, qué?
—¡No vas a destrozar el zodiaco!
—Así, Osir y los suyos no podrán encontrar la pirámide.
—Ya tienen todas las pistas; solo que no han sido lo bastante listos como para entenderlas. Si lo dejamos intacto, será posible devolverlo a Egipto.
—Solo si detienen aquí al amigo Ramsés —dijo Eddie, apuntando hacia el baño con el pulgar.
—Si llegamos a la pirámide antes que él, podremos ponerlo en evidencia a él y todo lo que ha hecho.
—La verdad es que solo le faltaba quitarse ese batín para ponerse en evidencia…
—Ay, deja el temita —refunfuñó Nina.
Se quitó los pasadores del pelo y se deshizo el moño, para hacerse de nuevo una coleta.
—Todavía tengo que recoger mis cosas —dijo.
Eddie sacó el revólver.
—Yo voy a comprobar primero que tu novio sigue adorando al gran dios Señor Roca, y después nos marchamos.
Osir seguía donde lo habían dejado. Eddie clavó la punta del revólver en la espalda del egipcio, que estaba enfurecido, y comprobó que seguía bien atado al desagüe.
—Vale —dijo al volver al dormitorio—; vamos…
Alguien llamó a la puerta.
Eddie levantó el revólver al instante.
—¡Mierda! —susurró Nina a su lado, petrificada—. ¿Qué hacemos?
—¡Chist!
Osir profería desde el baño gruñidos apagados. Eddie volvió a entrar corriendo y le dio una patada.
—¡Tú, a callar!
—¡Jalid! —dijo una voz impaciente desde el exterior. Era Shaban—. Jalid, sé que estás ahí dentro. Déjame pasar.
El picaporte se movía.
Nina lo miró… y se abalanzó sobre la cama, haciendo crujir con fuerza los muelles. Antes de que Eddie hubiera tenido tiempo de preguntarle qué hacía, Nina empezó a jadear y a gritar, fingiendo que estaba en pleno éxtasis.
—Ay… ay… ay… Dios… sí… sigue… sí… más… ¡ah!
El picaporte dejó de moverse y Shaban se alejó, tras soltar un bufido de asco que se oyó perfectamente. Nina siguió con su actuación tipo Meg Ryan hasta que estuvo segura de que Shaban ya no la oía. Después, saltó de la cama.
—No me jodas —dijo Eddie con una sonrisita—. Digo, al revés… ¡Me has puesto a cien!
—Pues sigue así hasta que estemos en tierra firme. Y a solas.
Nina se acercó a la puerta y escuchó. Fuera no se oía nada.
—Creo que ya está todo despejado.
Eddie acudió a su lado y entreabrió la puerta. En el pasillo no había nadie.
—¿Hacia dónde?
—A la derecha —dijo Nina—, y doblando la primera esquina. Hay unas escaleras.
Eddie salió rápidamente, con el revólver preparado. No había nadie. A la izquierda, unas puertas de cristal ahumado daban a una de las cubiertas superiores; se veían a través de los cristales las luces de Mónaco. Se dirigió a la derecha y se asomó por la esquina. Tampoco había nadie. Las escaleras que le había dicho Nina estaban a unos nueve metros.
—Vale; despejado.
Nina lo siguió, muy consciente de los crujidos que producía su vestido largo a cada paso, claramente perceptibles entre el silencio del yate, con sus materiales aislantes.
—Por esto visto siempre de Dockers —susurró.
—Si te pusieras minifalda, como te pido yo constantemente…
Eddie se detuvo ante las escaleras. Se oía una conversación lejana en la cubierta superior, pero no tardó en quedar claro que los que hablaban no se iban aproximando a ellos. Eddie empezó a bajar.
—Has dicho dos pisos más abajo, ¿verdad?
Cuando llegaron al piso que buscaban, oyeron música. Era un ritmo de música pop que sonaba en un camarote. Pasaron por delante de puntillas y se dirigieron al camarote de Nina. Esta no había cerrado la puerta con llave, y los dos se colaron dentro.
Nina se quitó rápidamente el vestido, se puso su ropa habitual y recogió sus pocos efectos personales.
—¿Llamo a Macy? —preguntó, con el teléfono en la mano.
—Cuando hayamos salido del barco —dijo Eddie.
—¿Y cómo vamos a volver a tierra firme?
—Birlando un bote.
Eddie se asomó al pasillo.
—Está bien; vamos —dijo.
Volvieron hacia las escaleras, acercándose al camarote donde sonaba la música. Tendrían que pasar por delante, subir un piso, y habrían llegado a la cubierta principal; una vez allí, solo tendrían que evitar dejarse ver hasta llegar a los botes. Era sencillo.
O no.
Se abrió la puerta del camarote y la música se oyó con más fuerza. Salió una mujer joven, rubia, que llevaba dos copas vacías… y que se encontró con que la apuntaban con un revólver entre ceja y ceja.
La mujer soltó un chillido y volvió atrás de un salto, y un hombre profirió un grito de sorpresa. Nina y Eddie se miraron mutuamente.
—¡Corre! —gritó Eddie.
Subieron corriendo por las escaleras. Cuando llegaban al piso siguiente, sonó con estrépito un timbre de alarma. Nina oyó nuevas voces más arriba. La alarma inesperada había tomado desprevenidos a los miembros de la tripulación de Osir, pero reaccionarían en cuestión de segundos.
Eddie se puso en cabeza mientras corrían pasillo abajo. Vieron ante ellos otra puerta de cristal ahumado que conducía a la cubierta de popa. Alguien gritó a su espalda.
No tenían tiempo de detenerse a abrir la puerta. En vez de ello, Eddie le disparó un solo tiro. El cristal se hizo añicos y cayó al suelo en una cascada de fragmentos oscuros. Pasaron sobre los restos, que crujían bajo sus pies, y salieron corriendo a la cubierta.
Estaba vacía. Más adelante, otras escaleras bajaban a la plataforma de atraque.
—¿Qué bote? —preguntó Nina mientras corrían hacia la plataforma.
—¡El que tenga las llaves puestas! —respondió Eddie, mirando atrás.
Vio que salía alguien por una puerta a la cubierta superior y disparó otro tiro para hacerlo retroceder.
Nina bajó apresuradamente por las escaleras empinadas, mientras Eddie se quedaba agazapado, a cubierto, en lo alto de las mismas. Las motos acuáticas, pequeñas y desprotegidas, no le convencieron. Las lanchas motoras rápidas serían más veloces; pero la lancha de servicio del Barca Solar tenía puesta todavía la llave de contacto.
Subió a bordo.
—¡Vamos, Eddie!
Eddie volvió la cabeza y vio el burbujeo que producía el motor de la lancha.
—¡Suelta la amarra! —gritó.
Tras el disparo que había realizado Eddie, la tripulación se movía con más cautela, y ninguno quería ser el primero en ponerse a tiro.
Pero aquello no podía durar. En cuanto llegaran Shaban o Diamondback, ordenarían un asalto general al embarcadero. Y con las cuatro balas que le quedaban a Eddie, tendría pocas posibilidades de defender la posición.
Miró de nuevo a Nina. Esta seguía desatando los cabos.
Salieron corriendo a la cubierta superior dos hombres que se arrojaron al suelo en direcciones opuestas. Eddie disparó a uno, pero falló. Le quedaban tres balas.
—¡Eddie!
La lancha estaba libre. Nina saltó a ponerse al timón.
—¡Ponte en marcha! —gritó él.
Nina negó con la cabeza. No estaba dispuesta a dejar atrás a Eddie.
—¡Te alcanzaré! —volvió a gritar este—. ¡Tú pon en marcha el condenado trasto!
El rumor del motor se convirtió en rugido. Eddie se volvió para bajar las escaleras de un salto…
Diamondback irrumpió por la puerta de cristal rota. Eddie le disparó otro tiro, pero falló por mucho, pues el estadounidense se arrojó de cabeza para ponerse a cubierto. Dos balas.
Asomó por el borde de la cubierta superior el cañón oscuro de un MP7, con su visor láser encendido. El hilo delgado de luz roja se desplazó hacia Eddie… pero saltó trazando figuras desenfrenadas cuando este arrebató el arma de manos del tirador de un disparo.
Una bala.
—¡Jodidos revólveres! —maldijo Eddie.
Aunque su vieja pistola automática Wildey tenía limitada la capacidad del cargador por el gran volumen de sus proyectiles del calibre 50, todavía aceptaba más de las seis balas del revólver. A Eddie le quedaba una sola bala para varios objetivos. Era hora de marcharse.
Saltó y aterrizó ruidosamente en el embarcadero. La lancha empezaba a apartarse, pero Nina todavía no estaba dispuesta a apretar el acelerador mientras Eddie no estuviera a bordo. Este se incorporó, se volvió, echó a correr a toda velocidad para tomar carrerilla…
Un vivo dolor le estalló en un lado de la cabeza.
El impacto doloroso fue tan abrumador que Eddie cayó derribado, sin llegar a alcanzar el borde del embarcadero. Se llevó una mano a la herida. Le escocía atrozmente, y sintió sangre en la palma de la mano, pero no notó los restos de carne y de hueso que saltan de un cráneo humano con un impacto de bala directo. El disparo de revólver lo había rozado, abriéndole una brecha justo por encima de la oreja izquierda.
Si hubiera echado a correr con el otro pie, si hubiera cargado el peso a la izquierda y no a la derecha, estaría muerto. Y su esposa se habría quedado viuda. Miró a Nina con los ojos contraídos de dolor, y vio que esta lo miraba a su vez, horrorizada. Le hizo señas desesperadas con la mano.
—¡Vete de aquí! ¡Vete!
Nina tardó un instante en sobreponerse al miedo que sentía por él…, un instante que fue demasiado largo. El punto rojo de un visor láser recorrió la embarcación y se detuvo en el pecho de Nina.
Nina retiró la mano del acelerador sin hacer ningún movimiento brusco.
Eddie oyó que se aproximaba un taconeo de botas de vaquero. Volvió la cabeza dolorosamente y vio que había dejado caer el revólver a poco más de medio metro. Bajó una mano que lo recogió.
—Me parece que esto es mío —dijo Diamondback.
—Por mí, puedes quedarte esa mierda —gruñó Eddie—. Solo le queda una bala.
—No necesito más.
Un leve ruido metálico del gatillo; el tambor rotó para dejar la última bala bajo el percutor, ya levantado…
—¡No! —dijo una voz que era casi un grito.
Era Osir.
—¡Idiota! ¡Te van a ver!
Eddie oyó que Diamondback murmuraba «¿Y qué? Que se jodan…»; pero el percutor del revólver volvió a su sitio con un clic suave. El Barca Solar no era la única embarcación de lujo que estaba fondeada en aguas de Mónaco. El ruido de los disparos ya debía de haber llamado la atención a los ocupantes de otros yates.
—¡Llevadlos donde no los vean! ¡Enseguida! —ordenó Osir.
Shaban acudió junto a su hermano.
—Tenemos que matarlos —le dijo—. Deberías haberme hecho caso…
—Ya lo sé; ya lo sé. Los mataremos. Pero aquí no. Si se presenta la Policía de Mónaco a investigar por los disparos y tenemos el barco lleno de cadáveres…
Amarraron de nuevo la lancha en pocos momentos, y llevaron a Nina al embarcadero a punta de pistola. Osir le dedicó una mirada de desagrado especialmente intensa.
—Yo no quería hacer esto —le dijo—, pero no me has dejado otra opción. Mañana, cuando este barco haya zarpado de Mónaco, después de la carrera… moriréis los dos.