5

–Bueno —dijo Eddie dejándose caer en el sofá, a la mañana siguiente—; cuando dije «mañana será otro día», no estaba pensando que el día sería así.

—¿Que nos perseguirían y nos dispararían? —replicó Nina—. Fue como en los viejos tiempos… precisamente de la manera que menos me gusta. Me asombra que no acabásemos en la cárcel.

—Eso se lo puedes agradecer a Grant en parte. ¿Sabes a quién llamó cuando lo autorizaron a hacer una llamada telefónica? A su agente. Y este llamó a su relaciones públicas, y este al alcalde…

—¿Al alcalde? —repitió Nina, sorprendida.

—Sí. ¿Recuerdas ese acto benéfico de la otra noche? Se conocieron allí. Y como el alcalde se había deshecho en atenciones con la estrella de Hollywood del momento y se había hecho un montón de fotos con él, habría quedado en pésimo lugar si a su nuevo amigo del alma lo hubieran metido entre rejas a los dos días. Y por eso en los periódicos de hoy aparece Grant como héroe de acción en la vida real, en vez de aparecer su retrato policial —explicó Eddie, sonriendo sin humor—. Pero a quien más debemos es a Amy.

Nina apretó los labios.

—¿Por qué a ella? —preguntó.

—En suma, respondió de nosotros. Cuando ese mamón de la chaqueta de piel de serpiente levantó la tapa de los sesos a otro tipo delante de medio NYPD, quedó bastante claro quiénes eran los malos; pero todavía nos habríamos visto metidos en un lío si Amy no se hubiera presentado como valedora nuestra.

—Querrás decir, como valedora tuya.

Eddie conocía aquel tono de voz.

—Ay, Dios, ¿qué pasa?

—Ya lo sabes, Eddie. Esa mujer, Amy… ¡Estabas con ella el otro día, cuando me dijiste que estabas con Grant Thorn!

Eddie extendió las manos en gesto de exasperación.

—¡Sí; lo reconozco! Pero no pasa nada malo… No es más que una amiga. Yo tengo amigas a montones por todo el mundo, y tú no has tenido nunca ningún problema con ellas.

—¡Porque no me habías mentido sobre ellas! ¿Cuántas veces me has dicho que estabas trabajando pero te estabas viendo con ella?

—No me estoy viendo con ella, joder, ¿vale? —suspiró Eddie—. No nos estamos viendo en secreto para matarnos a polvos, si eso es lo que crees.

—¿Qué quieres que crea, entonces? —le preguntó Nina.

Pero antes de que hubiera podido recibir una respuesta, sonó el ronco timbre del portero automático. Nina se acercó al altavoz.

—¿Diga?

—¿Doctora Wilde? Soy Macy.

—Sube.

Pulsó el botón para abrir la puerta de la calle, y volvió a dirigirse a Eddie.

—Ya hablaremos de esto más tarde.

—No hay nada de que hablar, maldita sea —repuso él—. Me está ayudando con una cosa, ¿vale?

—Entonces, ¿por qué no me pediste a mí que te ayudara? Se supone que los maridos y las esposas están para eso, ¿sabes? Para ayudarse los unos a los otros.

—No es una cosa de ese tipo.

Nina se disponía a preguntar qué tipo de cosa era, entonces; pero llamaron a la puerta con los nudillos. Abrió y se encontró con Macy, que seguía llevando la ropa escasa de la noche anterior. Eddie le echó automáticamente una ojeada, y su esposa le dirigió una mirada de enfado.

—Pasa, Macy —dijo Nina.

—Gracias, doctora Wilde —respondió Macy al entrar en el apartamento—. Me alegro de que esté bien.

—Sí, yo también me alegro. ¿Y tú, estás bien? ¿Y tu amigo?

—¿Joey? No está mal, solo un poco dolorido. Cuando hube encontrado un hotel para pasar la noche, le llamé. Ah, aquí tiene su teléfono —dijo, devolviendo el aparato a Nina—. ¿Y ustedes?

—Pasamos casi toda la noche siendo interrogados por la policía, lo que fue divertido. Por cierto, te presento a mi marido —añadió Nina, indicando a Eddie—. Eddie. Eddie Chase. Y parece que es digno de su apellido en lo que se refiere a las faldas5.

Eddie, tras proferir un sonido de irritación, se dirigió a Macy.

—Encantado. Sí, soy el marido de Nina… y su guardaespaldas, a tiempo parcial. Aunque no me lo suele agradecer.

—Encantada.

Macy le dio un rápido apretón de manos y echó a Eddie una ojeada igualmente breve. Nina supo lo que le pasaba por la cabeza («demasiado viejo, demasiado calvo») y esbozó una sonrisita burlona.

—Así que —prosiguió Eddie, tomando asiento—, ya que estás aquí, ¿será posible que alguien me explique por fin qué demonios pasa? Para empezar, ¿qué tiene que ver algo que hay en Egipto con que yo tuviera que birlar el Lamborghini de Grant Thorn y perseguirte por medio Nueva York?

—¿Conoce a Grant Thorn? —le preguntó Macy—. ¡Qué guapo es! Guau. Qué guay.

—No estamos aquí para hablar de Grant Thorn —dijo Nina, advirtiendo que Eddie acababa de ganar puntos ante Macy—, sino de esos tipos que querían hacerte daño. ¿Eran los mismos que te persiguieron en Egipto?

—Solo el tipo del pelo feo y la chaqueta horrible.

—A mí, personalmente, la chaqueta me pareció bastante bonita —dijo Eddie, pero frunció el ceño al notar que le rondaba por la cabeza un recuerdo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Nina.

—He visto a alguien con esa misma chaqueta, hace poco…

Arrugó el ceño todavía más, intentando evocar aquella imagen.

—¡Mierda! No solo era la misma chaqueta…, ¡era el mismo tipo! Estaba en esa cosa de la secta a la que me hizo ir Grant.

—¿El Templo Osiriano?

—Sí, eso es. El tipo acompañaba en una limusina al mandamás de la secta, un actor retirado. Y había también otro sujeto, uno la mar de feo, con una gran cicatriz de una quemadura…

—¡Ay, Dios mío! —intervino Macy—. La cicatriz… ¿la tenía aquí? —preguntó, tocándose la mejilla derecha.

—Sí; le cruzaba toda la cara.

—¡Ese también estaba allí! —dijo a Nina, emocionada—. Estaba en la esfinge… ¡Era el jefe de todo!

—¿Qué es eso de la esfinge? —preguntó Eddie—. ¿Qué es lo que buscan?

—¿Te acuerdas de esos anuncios de televisión que me sacan tanto de quicio? —le preguntó Nina.

Él asintió con la cabeza.

—Pues eso es lo que buscan.

—Están intentando excavar antes que la AIP para robar lo que hay dentro —añadió Macy.

—¿Y qué es lo que hay dentro?

Macy sacó su cámara fotográfica.

—Se lo enseñaré. ¿Puedo conectarla con eso? —dijo, indicando el ordenador portátil de Nina.

Nina rebuscó en un cajón hasta encontrar un cable, y conectó la cámara a su MacBook Pro para que Macy pudiera copiar al ordenador los ficheros en cuestión. Al cabo de un minuto, pudo ver por fin, tranquilamente y con detalle, las imágenes que antes solo había visto en miniatura en la pantalla de la cámara.

—De modo que esos son los tres códices que se entregaron a la AIP…

—Y ese es el que no entregaron —dijo Macy, señalando la cuarta de las antiguas páginas.

Amplió la imagen.

—En esta parte se describe la entrada norte del Salón de los Registros; sería una entrada reservada para los faraones, porque los egipcios daban mucha importancia a la estrella polar como símbolo de la realeza y de los dioses.

Pasó a la foto siguiente, en la que se veían los planos del complejo de la esfinge, y señaló sobre ellos los dos túneles.

—Todos los demás habrían usado la entrada oriental.

—La que está excavando Logan —dijo Nina, asintiendo con la cabeza—. ¿Qué más dice?

Macy volvió a la imagen anterior y la hizo subir por la pantalla.

—Dice algo de una cámara de mapas… ¡Aquí está! En ella hay un zodiaco que, si conoces el secreto, te indica el modo de encontrar la pirámide de Osiris.

Nina volvió a sentirse escéptica.

—¿Estás segura de que eso es lo que dice?

Macy estuvo a punto de irritarse, pero recordó a tiempo con quién estaba hablando.

—Sí, doctora Wilde; estoy segura. A mí también me pareció raro; pero es lo que dice. El zodiaco es una especie de mapa.

Nina contempló la pantalla. Los tres primeros códices que hablaban del Salón de los Registros habían resultado exactos; y, si el cuarto era igualmente fiable…

—Esto podría ser una cosa inmensa. Si la pirámide de Osiris existió de verdad, daría un vuelco a todo lo que sabemos acerca de la historia egipcia.

Miró a Macy.

—Y está claro que esos tipos que te perseguían lo consideraban lo bastante auténtico como para matar por ello —añadió—. ¿Qué más dice? —preguntó, volviendo de nuevo la mirada al papiro.

Macy siguió leyendo.

—«La tumba de Osiris, el rey dios inmortal, custodio de… del pan sagrado de la vida».

—Si es inmortal, no sé cómo es que está en una tumba —observó Eddie.

—La cosa es complicada —dijo Macy—. Lo asesinaron encerrándolo en un sarcófago; resucitó; lo asesinaron de nuevo; se volvió inmortal, pero sin poder volver nunca al mundo de los vivos… Es como una telenovela del mundo antiguo.

—Es algo más que eso —dijo Nina con acidez—. El mito de Osiris es la base de toda la religión egipcia. Pero ¿nos dice este texto cómo se puede encontrar la pirámide a partir del zodiaco?

Macy repasó el resto del papiro.

—No. Supongo que sería una cosa reservada para los sacerdotes o para quien fuera. Pero dice claramente que el zodiaco es el mapa de la tumba.

Eddie se acercó más a la pantalla.

—Entonces, si esta pirámide existe de verdad, ¿qué es lo que tiene dentro, para que valga la pena hacer volar medio Times Square por ello? —preguntó—. ¿Algo así como el tesoro de Tutankamón?

—Más que eso —le explicó Macy—. Osiris es quien aspiraban a ser todos los demás faraones… Era el rey egipcio más grande que había existido. Aunque los demás faraones pensaban que ellos también serían dioses después de morir, ninguno se habría atrevido a querer valer más que él, porque él era el que iba a juzgar si se merecían pasar a la otra vida o no.

—De modo que todos los tesoros de los faraones que se han encontrado hasta ahora valdrían menos que lo que haya en la tumba de Osiris —dijo Nina, pensativa—. Y teniendo en cuenta las cosas tan increíbles que se han encontrado en otras tumbas…

Eddie se retiró de la pantalla.

—Ya tenéis el motivo, entonces —dijo—. El dinero. Muchísimo dinero. Entra en Internet —sugirió, señalando el ordenador—. Creo que tendríamos que echar una miradita a eso del Templo Osiriano.

Macy abrió el explorador y escribió la dirección del buscador Quexia.

—¿No empleas Google? —le preguntó Eddie.

—Esto es mejor —dijo ella, mientras introducía unos parámetros de búsqueda para el Templo Osiriano.

Apareció una nube de resultados, con el mayor en el centro. Lo pulsó, y pasaron al sitio web de la secta. Apareció un retrato retocadísimo de Jalid Osir, que les sonreía de pie ante lo que parecía ser una gran pirámide de cristal negro.

—Es el tipo al que vi el otro día —dijo Eddie—. Fue famoso en Egipto como estrella de cine.

Nina leyó su biografía condensada.

—Y después descubrió la religión. Aunque supongo que tenía demasiado ego como para seguir la religión de otro sin más; tuvo que poner en marcha la suya propia.

Según la reseña biográfica, Osir había fundado el Templo Osiriano quince años antes, y la organización tenía ahora su sede central en Suiza y estaba establecida en más de cincuenta países.

—Parece que debe de dar dinerillo —comentó Eddie, mientras Macy iba pasando a otras páginas del sitio web.

Parecía que las páginas dedicadas a la venta de productos eran tantas o más que las que exponían las creencias de la secta.

Leyendo un apartado de estas últimas, Macy soltó un bufido sarcástico.

—¿Cómo? ¡Eso ni siquiera es así! Osiris no era inmortal en vida… Solo lo fue cuando entró en el Reino de los Muertos.

Nina leyó el resto del texto.

—Ajá. Para tratarse de una secta basada en el mito de Osiris, no parece que les interesen demasiado las versiones aceptadas del mito. Parece que ese tal Osir deja de lado intencionadamente cualquier cosa que choque con lo que quiere contar él.

—Con lo que quiere vender él, dirás —la enmendó Eddie, mientras se abría otra página que tenía más de catálogo que de catecismo—. Mira todas estas cosas. Dietas, planes de ejercicios, vitaminas… Sí, con todo eso se vive más tiempo; pero él le planta un dibujo de una pirámide y lo vende a cinco veces el precio del supermercado, y además te obliga a tragarte un montón de charleta religiosa mientras lo usas.

—Es algo más que charleta, Eddie —protestó Nina—. Aunque la gente no crea en ello en nuestros tiempos, fue la base de una civilización que perduró casi tres mil años.

—Puede ser; pero este tal Osir se lo está inventando sobre la marcha. Es la típica secta, en realidad.

Mientras tanto, Macy había encontrado otra página del sitio web: los dirigentes del Templo Osiriano. Osir se reservaba el lugar más destacado, en la parte superior; pero por debajo de él aparecía el retrato más pequeño, en blanco y negro, de otro hombre cuyos rasgos se parecían a los de Osir.

—Sebak Shaban —leyó Nina—. Se parecen mucho… Puede que sean hermanos.

—Sí; yo también lo pensé —dijo Eddie, que recordaba haberlos vistos juntos dos días atrás—. Pero ¿cómo es que tienen apellidos diferentes?

—Está claro —dijo Macy con desparpajo—. Osiris, Osir. Es como un nombre artístico.

Eddie la miró con enfado, pero Macy no se dio cuenta.

—Y, sí —prosiguió—: Photoshop total.

El retrato de Shaban estaba tomado de manera que se le viera principalmente por el lado izquierdo de la cara, pero la parte de su labio superior que tenía marcada en la vida real aparecía completamente normal en la foto.

Nina levantó la vista del ordenador y se acomodó en su asiento.

—¿Y estás completamente segura de que estaba al mando de lo que pasaba en la esfinge, sea lo que sea?

—Del todo. Era él.

—¿Y el tipo de la otra noche está a sus órdenes?

Macy asintió con la cabeza.

—Vale; así que quieren estar seguros, segurísimos, de que no se lo cuentas a nadie.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Macy.

—Pues se lo contamos a alguien —dijo Eddie—. Está claro.

—Yo lo intenté —repuso Macy, quejumbrosa—. Pero en Egipto nadie me hacía caso. Cuando llamé por teléfono al doctor Berkeley, lo único que me dijo fue que me entregara a la policía.

—¿Cómo pudiste salir de Egipto si te buscaba la policía? —le preguntó Nina.

—Por Jordania. Oí que este —dijo, señalando a Shaban— decía que vigilaran los aeropuertos, de modo que no podía salir del país por ese medio. Pero llevaba encima mi pasaporte y algo de dinero, así que cuando volví a El Cairo me fui en autobús a una población pequeña de la costa oeste y convencí a un tipo para que me llevara en su barco hasta Jordania. Después, tomé otro autobús hasta Amán, me volví en avión a los Estados Unidos, ¡y aquí estoy!

Nina llegó a la conclusión de que Macy era más hábil de lo que aparentaba. El propio Eddie parecía levemente impresionado por el modo en que la muchacha había conseguido dar esquinazo a las autoridades.

—Y, entonces, entre toda la gente a la que podías haber recurrido, acudiste a mí… —dijo Nina.

—Porque sabía que usted podría ayudarme. Y me ayudó. Si usted no me hubiera salvado, aquel tipo me habría matado. Así que ¡gracias!

—No hay de qué —respondió Nina, mientras Eddie soltaba un gruñido sarcástico—. Pero ya estás a salvo.

—Eso espero —repuso Macy, echando una mirada de desconfianza hacia la puerta.

—Creo que, después de la desbandada de anoche, los malos intentarán alejarse de Nueva York todo lo que puedan —dijo Nina—. Pero, como tú estás a salvo, o eso esperamos, y tenemos las fotos, ya podemos decir a la AIP lo que pasa. Suponiendo que Maureen Rothschild esté dispuesta a hablar conmigo siquiera —añadió, mirando a Eddie con incertidumbre.

Fue fácil convencer a Lola para que dijera a la profesora Rothschild que Nina quería hablar con ella por teléfono. Pero resultó bastante más difícil conseguir que la profesora atendiera la llamada. Fueron precisos tres intentos, en los que Nina fue pidiendo a Lola que le hiciera llegar súplicas cada vez más exageradas, hasta que la profesora acabó por ponerse al aparato, muy a disgusto.

—Y bien, Nina, seguro que lo que tienes que decirme es interesante —le espetó—. Después de lo de anoche, me extraña que no me estés llamando desde la cárcel. Por lo que he visto en las noticias, hubo dos muertos, varios heridos, tremendos daños materiales y media ciudad colapsada. Cosa de todos los días para ti, ¿verdad?

Nina contuvo una respuesta ácida, forzándose a mantener una actitud diplomática.

—Maureen, lo que te tengo que decir es muy importante. Es sobre la excavación en la esfinge.

—¿Qué pasa con ella?

—Alguien intenta robar el Salón de los Registros antes de que Logan lo abra.

Hubo un breve silencio, al que siguió la respuesta explosiva e incrédula de la profesora Rothschild:

—¿Qué?

—Los del Templo Osiriano están detrás. Tienen una cuarta página de los códices de Gaza que no entregaron a la AIP, y se han servido de ella para localizar una segunda entrada. La están excavando ahora mismo.

Una nueva pausa seguida esta vez, para enfado de Nina, de una risa burlona.

—Gracias por confirmar mi teoría, Nina: te has vuelto loca de atar. Cuando dijiste que habías descubierto el jardín del Edén, ya me pareció bastante extravagante; pero esto… ¿Por qué iban a realizar una segunda excavación los del Templo Osiriano, cuando ya están ayudando a pagar la primera?

—Quizá debieras preguntárselo a ellos —refunfuñó Nina—. Pero yo tengo aquí mismo una foto del cuarto códice, así como un plano del túnel.

—Y ¿de dónde has sacado esas fotos? ¿De un sitio web de esos que aseguran que en los jeroglíficos egipcios aparecen platillos voladores?

—No; me las ha dado Macy Sharif.

—¿Macy Sharif? ¿La becaria?

—Eso es.

—¿La becaria a la que busca la Policía egipcia por agresión y por robo de antigüedades?

Nina echó una ojeada a Macy, que la miraba con inquietud.

—Creo que fue víctima de un montaje —dijo—. Todo lo que pasó anoche fue porque querían matarla, para que no pudiera contar a nadie lo que había descubierto.

La voz de la profesora Rothschild se volvió fría.

—Nina, la verdad es que no tengo tiempo para escuchar teorías conspiratorias paranoicas. No me vuelvas a llamar.

—Mira las fotos, por lo menos. Te las enviaré.

—No te molestes —replicó la profesora Rothschild, y colgó.

—Maldita sea —murmuró Nina.

Envió las fotos por correo electrónico, a pesar de todo, y llamó después a Lola una vez más.

—Algo me dice que la cosa no ha ido bien —le dijo Lola—. La profesora Rothschild acaba de decirme que no le vuelva a pasar ninguna llamada tuya.

—Sí; me figuré que te lo diría. Escucha: acabo de enviarle un correo electrónico con unas fotos adjuntas. Lo más probable es que ella lo borre sin mirarlo siquiera, pero te voy a enviar también a ti las fotos. ¿Puedes imprimirlas y ponérselas en su bandeja de entrada, o algo así? Es importantísimo que las vea, por lo menos.

—Veré qué puedo hacer. Oye, ¿has visto lo que pasó anoche en Times Square?

—Me parece que he oído algo —respondió Nina, como si la cosa no fuera con ella—. Adiós, Lola.

Envió a Lola una segunda copia del mensaje, y se derrumbó por fin en su sillón.

—Dios, ¡qué frustración! Si yo siguiera en la AIP, tardaría cinco minutos en encargarme de que alguien hiciera comprobaciones.

—Tiene que poder hacer usted algo más —protestó Macy—. Si esos tipos se apoderan del zodiaco, descubrirán el modo de encontrar la pirámide de Osiris e irán a robarla, y nadie más llegará a enterarse. ¡Todo ese hallazgo quedará perdido para siempre! ¿Es eso lo que quiere usted?

—Claro que no es lo que quiero —replicó Nina, cortante—. Pero la verdad es que tampoco puedo hacer gran cosa al respecto, ¿no es verdad? A menos que vayamos a Egipto en persona y los atrapemos con las manos en la masa… —observó, dejando la idea en el aire.

Eddie reconoció aquella expresión de Nina.

—No —dijo con tono de advertencia.

—Podríamos ir a Egipto.

—No, no podríamos.

—Sí que podríamos.

—No tenemos visados.

—Nuestros visados de la ONU siguen siendo válidos.

—¡No tenemos dinero, maldita sea!

—Tenemos tarjetas de crédito.

—Que están prácticamente bloqueadas.

—Yo tengo una tarjeta de crédito —intervino Macy—. Pagaré yo.

Nina miró con incredulidad a aquella muchacha de diecinueve años.

—¿Hablas en serio?

—¡Claro! Tengo crédito a montones.

—Qué gusto debe de dar —dijo Eddie entre dientes.

Nina seguía dudando.

—No sé cuánto cuesta ir en avión a Egipto, pero estoy segura de que no es barato. Podemos cubrir los gastos nosotros mismos.

Eddie torció el gesto.

—Sí, si vendemos un riñón. O dos.

—No hay problema; me lo puedo permitir —dijo Macy—. Bueno, los que se lo pueden permitir son mis padres, pero es lo mismo. Mi padre es cirujano plástico y mi madre es psiquiatra; son muy ricos. Ya me pagan todas mis cosas, en cualquier caso.

—Espera un momento —dijo Nina—. Macy, ¿has contado algo de esto a tus padres?

Macy puso cara compungida.

—Esto… viene a ser que no. Ni siquiera saben que he vuelto a los Estados Unidos.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Nina, horrorizada—. ¿Cómo has sido capaz de no contárselo?

—¡Quería protegerlos! Ese tipo de la cicatriz en la cara dijo que iba a mandar a gente para que vigilaran nuestra casa e intervinieran los teléfonos para poder encontrarme. Si mamá y papá no se enteraban de que pasaba algo malo, no se preocuparían, y no me delatarían sin darse cuenta.

—Bueno, a estas alturas ya sabrán que pasa algo malo —le dijo Nina—. Aun suponiendo que la AIP no se pusiera en contacto con ellos cuando te metiste en aquel lío, y estoy segura de que lo harían, anoche tuve que contar a la policía mi reunión contigo. Habrán pedido a la AIP los datos de tus padres, y les habrán llamado.

Macy palideció.

—Ah. Eso… no lo había pensado.

—Llámalos ahora mismo —dijo Nina, señalando el teléfono—. Que se enteren de que estás bien.

Macy tomó el teléfono y marcó.

—¡Hola, mamá! ¿Mamá? Mamá, tranquilízate… Estoy bien, estoy perfectamente. ¡Sí; estoy bien, de verdad! Ah, que han llamado de la AIP, ¿eh? —dijo, haciendo un mohín—. ¡No, eso no fue lo que pasó, en absoluto, es una mentira total!

Soltó un bufido de impaciencia.

—¡Mamá! No, no puedo volver a casa; todavía no. Volveré en cuanto pueda, pero antes tengo que hacer una cosa, es muy importante. Os lo contaré todo después a papá y a ti. Ah, y si os parece que hay alguien vigilando la casa, llamad a la policía, ¿vale?

Esta última recomendación provocó una reacción casi histérica, tan ruidosa que los compañeros de Macy pudieron oírla.

—¡Jo, mamá! Mira, de verdad que estoy bien. Os llamaré pronto, ¿vale? Da recuerdos de mi parte a todos. Mamá. ¡Mamá! He dicho que os llamaré. Vale, voy a colgar. Adiós. Adiós.

Macy bajó el teléfono; parecía frustrada y nerviosa.

—¡Los padres! ¡Dios! A veces son una lata…

Miró entonces a Nina, y pareció, de pronto, que se sentía avergonzada.

—Ay, ¡lo siento! —dijo.

—¿Qué es lo que sientes? —dijo Nina, confusa.

—En el artículo de Time leí que sus padres murieron cuando usted tenía mi edad, aproximadamente. No quiero que se piense que he dicho aquello refiriéndome a todos los padres. Estoy segura de que los de usted eran estupendos. Lo siento —dijo Macy, y volvió a atender al ordenador portátil.

—Esto… no tiene importancia —dijo Nina, sorprendida.

—Qué sutileza la suya, ¿verdad? —le susurró Eddie.

—Sí; creo que ella y tú os vais a llevar muy bien.

—¡Pse!

—Vale —dijo Macy, levantando la vista hacia ellos—. Vuelos a Egipto. ¿Quieren comida normal o vegetariana?

 

5 Chase significa en inglés «perseguir», «persecución». (N. del T.).