12

Suiza

Mientras Nina recorría a pie la carretera corta que llegaba hasta la orilla del lago, la tensión le revolvía el estómago. En la orilla había una puerta fortificada que protegía la entrada a la sede central del Templo Osiriano…, que no era como se había imaginado ella. A unos doce metros del borde del lago había una isla rocosa, rodeada de una alta muralla de piedra gris, sobre la que transcurría un adarve almenado por el que paseaban hombres que montaban guardia. En los ángulos se levantaban torreones circulares más altos, rematados por tejados cónicos de pizarra de color rojo vivo. Sobre la muralla del fondo había otro tejado rectangular más grande que cubría la torre del homenaje del castillo, de estilo gótico. Entre el castillo y la orilla había un puente levadizo de dos mitades, que en aquel momento estaban izadas.

Toda aquella imagen, con el fondo de los picos de los Alpes más allá del lago azul, era pintoresca hasta decir basta… salvo por un detalle cuya incongruencia destacaba a ojos vistas. En el patio interior del castillo había una pirámide negra de cristal, tan alta que se elevaba por encima de la muralla. Era la misma estructura que Nina había visto detrás de Osir en el retrato de este que aparecía en el sitio web del Templo Osiriano.

Las pesadas vigas de madera oscura del puente levadizo se levantaban como un muro ante el arco de la puerta fortificada, impidiéndole ver el castillo que estaba más allá. A un lado había un intercomunicador, y una cámara la observaba con su ojo de cristal.

El nudo que tenía Nina en el estómago se apretó todavía más. Estaba asumiendo un riesgo inmenso al presentarse allí. Pero levantó la mano y pulsó el botón del intercomunicador.

—¿Sí? —dijo una voz por el altavoz del aparato.

—Soy la doctora Nina Wilde —dijo Nina, mirando de frente a la cámara para asegurarse de que el vigilante la veía bien—. Diga a Jalid Osir… que quiero hacer un trato.

—Doctora Wilde, he de reconocer que me sorprende verla de nuevo —le dijo Osir diez minutos más tarde—. Cuánto más aquí.

—Yo misma estoy algo sorprendida también —dijo ella, mientras la hacían pasar a un salón grande, dentro de la torre del homenaje. El salón era un museo dedicado a un tema único.

Osiris.

—¿Cómo es que hablas con ella siquiera? —exclamó Shaban con voz cortante.

Shaban era quien había salido a recibirla a la puerta principal, en cabeza de un pelotón de hombres de chaquetas verdes, y Nina estaba convencida de que, si hubiera sido él quien mandara, y no Osir, la habría hecho matar allí mismo.

—Está claro que es una trampa —añadió Shaban—. Bobby puede acabar con ella y echarla donde no la encuentren nunca.

—Debe usted perdonar a mi hermano —dijo Osir, haciendo callar a Shaban con un gesto de la mano que no sirvió sino para enfurecerlo más todavía—. Nunca ha dominado mucho las formas sociales.

—Sí, esa misma impresión me ha dado a mí —dijo Nina, observando más atentamente una de las vitrinas. Contenía un códice antiguo sobre papiro, conservado cuidadosamente entre dos cristales.

Osir advirtió su interés.

—Creo que ya sabe usted lo que es eso —le dijo.

—Supongo que es la cuarta página de los códices que condujeron al descubrimiento del Salón de los Registros.

—Así es. El Templo Osiriano financió una excavación arqueológica en Gaza, un poco más allá de la frontera con Egipto. Mis expertos, que también son seguidores míos, habían creído que allí se podría descubrir algo interesante. Y tenían más razón de la que me había imaginado yo.

—Así que usted se quedó la última página.

—A mí no me importaba que el Gobierno egipcio tomara posesión del Salón de los Registros. Es un tesoro nacional. Pero cuando me enteré de lo que había dentro —dijo, señalando el papiro—, supe que aquello me lo tenía que quedar yo. A cualquier precio.

Indicó a Nina el resto de las piezas del museo: desde figurillas talladas que representaban al antiguo dios hasta grandes losas con más jeroglíficos, que al parecer se habían cortado de paredes de piedra.

—Esta es la colección privada de objetos relacionados con Osiris más importante del mundo —dijo—. Los he recopilado a lo largo de los años… pero espero que la colección no tarde en ampliarse mucho más.

—Cuando encuentre usted la pirámide de Osiris —dijo Nina.

—En efecto. Y, al parecer, usted está dispuesta a ayudarme a conseguirlo.

—Si fuera de fiar… —gruñó Shaban.

—Ya veremos. Pase por aquí, doctora Wilde —dijo Osiris, acompañándola hacia una puerta.

Entre los objetos del museo se apreciaba un espacio vacío que parecía del tamaño ideal para instalar allí el zodiaco; pero a Nina no le dio tiempo a hacer ningún comentario, pues Osir la hizo pasar a la sala siguiente.

A pesar de que la decoración era de tema egipcio, la lujosa sala tenía un claro estilo de residencia de soltero rico, todo a base de cromados, maderas claras y cuero negro.

—Haga el favor de sentarse —dijo Osir.

Nina se acomodó en un mullido sofá de piel, con cojines y fundas de vellón de oveja blanca. Esperaba que Osir se sentara en el sillón que estaba enfrente; pero este, en vez de ello, se instaló también en el sofá, junto a ella. Shaban se quedó de pie.

—Y bien, ¿le apetece tomar algo? —le preguntó Osir con una sonrisa.

—No, muchas gracias.

—Entonces, espero que no le importe que yo sí me haga servir alguna cosa.

Sobre una mesa de café de vidrio había un elegante intercomunicador. Osir pulsó un botón y dijo:

—¿Fiona? Mi café de costumbre, por favor.

Echó una mirada a Shaban, pero este torció el gesto y negó con la cabeza.

—Solo uno, por favor —dijo Osir.

Se recostó en el sofá y extendió un brazo sobre el respaldo, casi tocando el hombro de Nina con la punta de los dedos.

—Y bien, doctora Wilde… ¿O puedo tutearla?

—Bueno, supongo… —dijo ella, insegura.

—Llámame Jalid, si quieres. Como te sientas más cómoda.

—Vale…, Jalid —dijo ella, consiguiendo esbozar una tenue sonrisa, que Osir le devolvió multiplicada.

—Entonces, Nina…, querías proponerme un trato. Me interesaría mucho oír tu propuesta.

La sonrisa seguía presente, pero ya era más bien la propia de un hombre de negocios.

—A mí también —observó Shaban con frialdad.

—Vamos a poner todas las cartas sobre la mesa —dijo Nina—. Tienes el zodiaco del interior de la esfinge… Tú lo sabes, y yo lo sé.

Osir miró a Shaban.

—La hemos registrado —le dijo este—. No lleva micrófonos ni cables; solo un teléfono.

—A mí me interesa tanto como a vosotros que nadie más se entere de esto —les dijo Nina—. Así que, el zodiaco… ¿lo tienes?

—Sí, lo tengo —dijo Osir.

—Ajá, ¡has confesado! ¡Te pillé! —dijo, señalando a Osir con un dedo acusador… Pero lo bajó enseguida, dedicando una sonrisa al enfadado Shaban—. Como en Psych.

Osir se rio por lo bajo.

—Creo que me vas a caer bien, Nina. Pero sí: tengo el zodiaco.

—Y piensas emplearlo para localizar la pirámide de Osiris, ¿verdad?

—Estás en lo cierto una vez más.

—Suelo estarlo.

—Salvo con lo del jardín del Edén —dijo Shaban con mala intención.

Nina le echó una mirada de desagrado.

—No, hasta en eso estaba en lo cierto. Solo que me hundieron del todo unos que querían guardar el secreto de su existencia. Y este es uno de los motivos por los que he acudido a ti —prosiguió, mirando de nuevo a Osir—. Puedo ayudarte a encontrar la pirámide de Osiris… pero quiero mi parte.

A Osir le tembló una ceja, en gesto de extrañeza.

—No había esperado que la célebre Nina Wilde fuera tan… interesada.

—Me he vuelto así hace poco. Todavía tengo que acostumbrarme.

—No la creo —dijo Shaban.

—Sí; nadie me cree últimamente—dijo Nina con voz cortante—. ¿Sabes por qué he acudido a vosotros? Porque esos canallas de la AIP me han hundido la vida. Destrozaron mi carrera profesional y me quitaron todo lo que tenía importancia para mí.

—¿Y qué hay de tu marido? —le preguntó Osir.

Nina esbozó una sonrisa sarcástica.

—Eddie y yo estamos… descansando el uno del otro. Reñimos… por esto, por la idea de que yo viniera a veros. Dijo que él no lo consentiría, y yo supe que no podría hacerle cambiar de opinión. Nunca cambia de opinión. De modo que he venido sola.

—Y ¿por qué te decidiste a venir?

—Por todo —dijo—. ¡Por todo! —repitió con más amargura—. ¡Me habían convertido en un hazmerreír, en el hazmerreír de todos! Y estoy harta. ¡Que los jodan a los de la AIP!

La vehemencia de aquel arrebato pareció sorprender a Osir, y hasta al propio Shaban.

—¿Quieres que te diga la verdad? Pues la verdad es que disfruté mucho haciendo quedar a la AIP como una pandilla de gilipollas incompetentes delante de millones de espectadores. Que los zurzan. Ya les he quitado el gusto de descubrir el Salón de los Registros, y ahora quiero rematar la tarea con la pirámide de Osiris. Ya no me importa nada, con tal de que me paguen bien.

—No habrá problema con el dinero —dijo Osir, con voz de preocuparse por ella, a la vez que tranquilizadora. Le tocó suavemente el hombro; ella no se apartó—. Pero ¿estás segura de lo de dejar a tu marido?

El tono de Osir daba a entender que aprobaba aquella decisión.

—Mi marido… —dijo Nina, casi con un gruñido—. Mi marido me saca de quicio a veces. Es inflexible, y puritano y… y es un idealista. Es un idealista en un mundo pragmático. Pues bien, ahora voy a ser pragmática yo. Me he cansado de quedarme sentada, esperando a que el mundo se apiade de mí. Si todo el mundo sale adelante a base de jugar según las reglas del sistema, pues… yo también quiero mi parte, maldita sea.

Nina bajó la vista hacia sus manos y añadió con voz más baja:

—Si a Eddie no le gusta… que se vaya al infierno.

Jadeaba, y tenía las mejillas sonrojadas; se dio cuenta de que aquella rabia suya era auténtica, pues había dejado aflorar los resentimientos que se había estado guardando dentro.

Tras un momento de silencio, Nina volvió a levantar la vista hacia Osir, y vio que la estaba observando atentamente con sus ojos oscuros. La estaba analizando como hace un actor con otro. Estaba juzgando su actuación.

Si consideraba que Nina estaba fingiendo, la entregaría a su hermano…

En la cara de Osir apareció una amplia sonrisa.

—Creo que podemos hacer tratos, Nina. Si es que tienes algo que ofrecerme.

—Lo tengo —respondió ella, aliviada—. He llegado a algunas conclusiones sobre la ubicación de la pirámide.

—¿Cómo? —intervino Shaban—. ¡Si ni siquiera llegasteis a ver todo el zodiaco!

—Vi lo suficiente. A ver si estoy en lo cierto… Estáis buscando el modo de leer el zodiaco como si fuera un mapa.

—No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir eso —observó Shaban con sorna.

—Puede que no…, pero ¿y si deduzco también que no habéis conseguido encontrar ninguna relación entre lo que veis en vuestro mapa estelar y el mundo real?

Shaban apretó los labios de un modo que dejaba claro que Nina estaba en lo cierto. Osir asintió con la cabeza.

—¿Y tú sí?

—Ya lo he dicho: es una de mis deducciones. Y esta primera os la daré de balde. Para demostrar que lo de ayudaros va en serio. A partir de aquí, tendréis que pagar.

Osir le dedicó una nueva sonrisita.

—Me gustaría saber lo que puedes haber descubierto sin siquiera haber visto todo el zodiaco —dijo.

—En realidad, es bastante sencillo.

Les explicó entonces lo que le había enseñado a ella Eddie en el Louvre: que cuando un mapa se expone en el techo, está invertido de izquierda a derecha respecto de un mapa pensado para verse de manera convencional.

—Aunque no lo sé con certeza, me atrevería a decir que no habéis montado el zodiaco en el techo.

—Una nueva deducción correcta —dijo Osir.

Miró a Shaban y sacudió la cabeza.

—Tú has estado en el ejército. ¿Es que no prestaste atención en las clases de lectura de mapas? —le reprochó.

—No poníamos los mapas en el techo —replicó, procurando contener la ira, que le cubría de arrugas la superficie de la cicatriz próxima a la boca—. Y, además, siempre se ha dado por supuesto que el listo eras tú, hermano.

—Yo también lo suponía —repuso Osir.

Llamaron a la puerta, y Osir volvió la cabeza.

—Adelante. ¡Ah, Fiona!

Entró una mujer de unos veinticinco años, rubia, bonita y de curvas marcadas, que llevaba una tacita de café humeante y de fuerte aroma. Tras dirigir a Nina una mirada de desconfianza, ofreció la bebida a Osir con una sonrisa.

Osir le devolvió la sonrisa y le hizo una suave caricia en el antebrazo antes de tomar la taza.

—Perfecto, como siempre, querida. Gracias.

Fiona sonrió de nuevo y se marchó; mientras se alejaba, Osir le contemplaba el trasero sin el menor disimulo. Se recostó en su asiento y olió el café antes de tomar un trago.

—Sí que es curioso. Puedo permitirme cualquier lujo, de cualquier parte del mundo…, pero, por algún motivo, para mí no hay mejor café que una taza de saada egipcio.

Shaban profirió una exclamación de desprecio.

—Con todas las cosas de las que puedes sentir nostalgia, ¿te tiene que dar por ese mejunje?

—¿Qué quieres que te diga? Uno no elige las cosas que más le gustan…, las cosas lo eligen a uno. De modo que más vale disfrutar de ellas sin sentirse culpable.

Volvió a degustar el café con gesto de satisfacción.

—A mí no me parece que Osiris diría una cosa así —comentó Nina.

—Lo hermoso de Osiris es que su historia se puede interpretar de muchas maneras. Como tú misma señalaste en París.

—¿Estás diciendo que te vas inventando las cosas a la medida de tus necesidades?

Una risa sardónica.

—¡Eres tan deslenguada como mi hermano, Nina! Pero piensa lo que quieras… No puedo hacer comentarios al respecto.

Shaban no compartía la despreocupación de Osir.

—¡Jalid! —exclamó—. Ha estado trabajando en nuestra contra desde el primer momento, ¿y ahora cambia de planes y abandona a su propio marido para venir aquí? ¿Crees de verdad que quiere ayudarnos? Es una trampa.

—Tendría que ser francamente estúpida para venir aquí por mi cuenta si la cosa no fuera en serio —repuso Nina—. Teniendo en cuenta que tu amiguito de piel de serpiente, y tú mismo, queréis matarme.

—Me temo que Sebak y sus hombres pueden pecar un poco de… exceso de celo cuando se trata de proteger los intereses del Templo —dijo Osir—. Espero que aceptes mis disculpas. Nunca pretendí que se hiciera daño a nadie. Lo único que quería era sacar el zodiaco del Salón de los Registros antes de que la AIP lo abriera, para poder encontrar la pirámide de Osiris sin intromisiones.

—¿Por qué quieres encontrar la pirámide? —le preguntó ella—. ¿Qué es lo que contiene que tiene tanta importancia para ti?

Osir apuró su café, se puso de pie y ofreció una mano a Nina. Ella titubeó, pero se la tomó.

—Te lo enseñaré.

—¡Jalid! —susurró Shaban con rabia, en clara señal de advertencia.

Osir lo miró con enfado.

—Serás mi hermano, Sebak, pero en el Templo Osiriano mando yo. ¡No lo olvides!

La furia de Shaban ya era tal que se le veía temblar de rabia, pero consiguió guardar silencio mientras Osir volvía a dirigirse a Nina.

—Te vuelvo a pedir disculpas. ¿Tienes un hermano menor que tú? ¿O una hermana menor?

—No —dijo ella—. Pero Eddie, mi marido, es hermano menor.

—Entonces, ya sabrás algo de la rivalidad entre hermanos.

—Sí, podría decirse que sí.

Nina había visto pocas veces a la hermana de Eddie; aunque los dos hermanos Chase, antes reñidos, se habían reconciliado hasta cierto punto, la relación entre ambos seguía teniendo sus asperezas.

Osir sonrió.

—El hijo mayor tiene el deber de ocuparse de su hermano —dijo—; de velar por él cuando necesita apoyo. Y, a veces, de enmendar los errores de su hermano cuando este se deja llevar por su carácter impulsivo.

Este último comentario iba dirigido claramente a Shaban, que volvió a torcer el gesto con rabia callada.

—Pero, vamos —prosiguió Osir, llevando a Nina hacia la puerta—. Verás por ti misma por qué estoy buscando la pirámide de Osiris.