25

Entraron en la cámara, cuya forma y dimensiones concordaban con las del Osireión, y recorrieron con la luz de sus linternas los objetos y los tesoros que contenía. Estos iban desde lo asombroso hasta lo cotidiano: estatuas relucientes de oro puro junto a sencillas sillas de madera; una barca de tamaño natural con una máscara de plata y oro de Osiris en la proa, sobre la que se habían dejado apoyados varios haces de lanzas. Era un hallazgo que superaba incluso a la tumba de Tutankamón. Este célebre faraón había sido un monarca relativamente poco importante del Imperio Nuevo, hace menos de tres mil quinientos años, pero Osiris era la encarnación de un mito; era una piedra angular de la civilización egipcia, con casi el doble de antigüedad que Tutankamón. Y ellos eran los primeros que llegaban hasta él.

Nina examinó el sarcófago. La tapa representaba al hombre que estaba en el interior, a tamaño mayor del natural. La cara tallada en plata miraba al techo con serenidad y tenía muy abiertos los ojos, con los bordes marcados con kohl.

—La ejecución es absolutamente increíble —susurró Nina—. Todo esto lo es —añadió, indicando los objetos que los rodeaban—. No me había imaginado nunca que los egipcios predinásticos estuvieran tan avanzados.

—Es como la Atlántida —dijo Macy—. También ellos estaban muy avanzados para su época, pero no lo sabía nadie. Hasta que tú la encontraste.

Nina le dedicó una sonrisa.

—Macy, esto es más bien un descubrimiento conjunto, ¿sabes?

Macy puso cara de felicidad.

—No está mal para una estudiante que solo saca aprobadillos, ¿eh? —dijo.

Eddie observó con más detenimiento un conjunto de figurillas de madera pintadas, representaciones simbólicas de los criados que servirían a su rey en la otra vida; miró después una estatuilla más basta tallada en una piedra extraña de color morado, y pasó por fin al otro lado del sarcófago.

—Muy bien; ahora que hemos encontrado todo esto, ¿qué hacemos?

—En circunstancias normales, diría que fotografiar, catalogar y examinar, por ese orden —dijo Nina—; pero estas no son exactamente unas circunstancias normales. Lo primero que tenemos que hacer es protegerlo. Tendremos que ponernos en contacto con el doctor Assad, del CSA.

—¿Y qué hay de ese pan que estaba buscando Osir? —preguntó Eddie.

Se puso a buscar cualquier cosa que pudiera parecer comida. En una mesilla de madera había algo que en tiempos podían haber sido hogazas de pan, pero que habían quedado reducidas a polvo mohoso.

—No creo que esto le dé para hacerse unos bocatas. ¿Hay algo más?

—Mira abajo —le dijo Nina.

Eddie así lo hizo, y vio que en la base del ataúd había un nicho que contenía un bote de cerámica de unos veinticinco centímetros de altura.

—Son vasos canópicos. Los egipcios guardaban en ellos los órganos vitales del cuerpo, que se extraían durante el proceso de momificación. Osir cree que encontrará esporas de levadura en el sistema digestivo.

Macy vio otro bote en el suelo, junto a Nina, y se acercó después a la cabeza del sarcófago, donde encontró un tercero.

—Aquí hay otro —dijo—; y debería haber otro bajo los pies.

Eddie lo comprobó, y asintió con la cabeza.

—Hay uno en cada uno de los puntos cardinales —dijo Macy—. Este tiene cabeza de mono, de babuino… Es el dios Hapi. Eso significa que contiene los pulmones de Osiris.

Se disponía a tomar el recipiente, pero cayó entonces en la cuenta de lo que acababa de decir, y se contuvo.

—¡Qué asco! —exclamó.

—¿A qué corresponde cada uno de los vasos canópicos? —le preguntó Nina.

—Hapi representaba el norte, de modo que…

Macy reflexionó, determinando los puntos cardinales.

—El que está de tu lado debería ser un chacal; ese es Duamutef.

Nina dirigió su linterna al recipiente, y vio que la tapa pintada tenía, en efecto, la forma de una cabeza de chacal, de largas orejas.

—Ajá —dijo.

—Ese sería el estómago —dijo Macy—. El que está enfrente será un halcón; ese es Qebehsenuf. ¿O era Qebehsunef? Supongo que estas son las cosas que pasan cuando un idioma no tiene vocales. En todo caso, ese contendrá sus intestinos.

—Encantador —dijo Eddie—. Un bote lleno de tripas.

—Y el que está al sur, bajo sus pies, deberá tener aspecto de un tipo cualquiera, porque Imseti era un dios humano. Eso será el hígado de Osiris.

Eddie chascó los labios.

—Eso me gusta más. ¿Tenemos unas buenas habas para acompañarlo?

—Tiene seis mil años, Eddie —le advirtió Nina con una sonrisa—. Y no hemos traído bicarbonato.

—Entonces, pasaré. Así que, si lo que busca Osir son estos botes, ¿qué hacemos con ellos? ¿Los destrozamos?

—Preferiría con mucho que se abstuvieran de hacerlo —dijo Osir desde la entrada.

El susto hizo dar un salto a Nina, y Macy soltó un gritito. Los tres se volvieron y vieron a Osir recostado en una de las figuras de Osiris, casi con aire de despreocupación. A su lado estaba Shaban, que los apuntaba con una pistola, en actitud que no tenía nada de despreocupada.

Osir se adelantó, y se vio entonces que habían descendido silenciosamente por los escalones más personas, entre ellos Diamondback y Hamdi.

—Esto es más increíble de lo que había imaginado —dijo Osir, contemplando el contenido de la cámara—. Y, ahora, es todo mío.

—No, desde luego que no —replicó Nina en tono cortante.

—Hemos llegado los primeros —dijo Eddie—. El que encuentra una cosa, se la queda.

Shaban les indicó que se apartaran del sarcófago.

—Yo tengo otra cosa que se van a encontrar y a quedar. Una bala.

Osir se acercó al ataúd de plata y tomó el vaso canópico de sus pies.

—Y aquí están los órganos del propio Osiris. Tal como yo dije, doctora Wilde.

Nina se disponía a replicar; pero entonces entró otra persona.

—¿Logan? —dijo Nina con asombro—. ¡Canalla! ¿O sea, que ahora trabajas al servicio de estos payasos?

Berkeley la miró con frialdad.

—Esta costumbre tuya ya me empieza a tener harto, Nina. Hago un gran descubrimiento, y resulta que tú has llegado antes. Al menos, esta vez no me has hecho quedar como un imbécil absoluto, en televisión y en directo.

—Ay, bua, qué penita —dijo Nina en son de burla, haciendo como que se secaba una lágrima—. Al pobre Logancito le han quitado su gran momento, de modo que él se vuelve en contra de todas las creencias que yo creía que tenía, y se vende a un puñado de pirados de una absurda religión falsa.

Shaban contrajo con rabia la cara cubierta de cicatrices y apuntó a Nina con su pistola; pero Osir sacudió la cabeza.

—Aquí, no. No quiero profanar la tumba —dijo.

Osir dejó el vaso canópico y rodeó el sarcófago despacio.

—Cuatro vasos… El hígado, los intestinos, los pulmones… y el estómago.

Levantó, casi con veneración, el vaso cuya tapa representaba una cabeza de chacal.

—Aquí se encierra la clave de la vida eterna, doctora Wilde —dijo—. Este recipiente contiene esporas de la levadura que sirvió para hacer el pan de Osiris. Solo necesito una muestra, y entonces el secreto será mío. La cultivaré, la poseeré y la controlaré.

—Eso, suponiendo que haya allí alguna espora —dijo Nina—. Puede que Osiris no hubiera comido pan antes de morir. Puede que el pan estuviera muy cocido y que las células de levadura murieran. Puede que te hayas tomado todo este trabajo para nada.

—Para nada, no —dijo Osir, encogiéndose de hombros—. Pase lo que pase, tendré la tumba. Pero para eso he hecho venir al doctor Kralj.

A una señal suya, acudió a su lado un hombre con barba. Nina tardó unos momentos en reconocerlo. Era uno de los científicos que había visto en Suiza, trabajando en el laboratorio con los cultivos de levadura.

—Hay dos vasos canópicos que nos pueden indicar si tiene razón usted, doctora Wilde, o si la tengo yo. El vaso de Duamutef —dijo, levantando el recipiente con cabeza de chacal—, y el vaso de Qebehsenuf. Estoy dispuesto a sacrificar uno para descubrir lo que hay en el otro. Doctor Kralj, ¿qué sería más conveniente para su análisis? ¿Los intestinos o el estómago?

—Lo que esté en los intestinos, habrá pasado por el proceso digestivo —dijo el científico serbio—. Si están presentes esporas que hayan sobrevivido a ese proceso, entonces será tanto más probable que haya más en el estómago. De modo que, sí: los intestinos.

—Pues ¡adelante!

Kralj recogió el recipiente con cabeza de halcón.

—No… ¡espere! —le suplicó Nina—. Ese vaso canópico es un objeto de valor histórico inmenso. Si lo abre, quizá lo destruya.

Se volvió hacia Berkeley.

—Logan, esto no te puede dejar indiferente…

Comprendió que le había hecho mella, pues Berkeley no podía disimular la duda en su rostro; pero se quedó callado.

—No sé cuánto te están pagando, pero ¿vale la pena? —le preguntó Nina.

—El doctor Berkeley sabe cuándo le están proponiendo un buen negocio —dijo Osir, mientras Kralj montaba una mesilla plegable sobre la que puso el vaso canópico y sacaba más materiales de un maletín.

—Es una pena que no lo supiera usted —prosiguió Osir—. Si no me hubiera traicionado, ahora mismo también estaríamos juntos en esta sala… Solo que usted no estaría presa, sino dirigiendo la expedición.

Shaban tenía encañonados a Nina, a Eddie y a Macy, y dos de sus hombres armados se habían sumado a él empuñando sus fusiles MP7. Todos los demás observaban al doctor Kralj, que trabajaba con el vaso canópico. Empezó por disponer una hilera de frasquitos que contenían líquidos incoloros, además de unos tubos de ensayo y un microscopio portátil. Después, examinó la tapa tallada del recipiente y empleó un punzón metálico para retirar la resina negra que la sellaba. Cuando la hubo quitado toda, miró a Osir, y este asintió con la cabeza.

El doctor Kralj hizo girar la tapa cuidadosamente. Las dos piezas de cerámica antigua rozaron una con otra… y después, tras romperse con un leve chasquido los últimos restos del sello, se separaron.

—Uf, mierda —dijo Eddie, cuando un olor apestoso invadió la cámara—. Y nunca mejor dicho. ¡Por el olor, lo último que se comió fue un kebab!

Nina contuvo la repugnancia que sentía.

—Pero significa que el sello ha aguantado —dijo—. El contenido se ha conservado durante todo este tiempo.

Kralj examinó el interior del vaso con una linterna tipo bolígrafo. Dentro, se veía brillar algo. Vertió en el recipiente tres de los frascos; revolvió la mezcla y, sirviéndose de una pipeta grande, extrajo una muestra del amasijo oscuro resultante. Vertió la muestra en un tubo de ensayo, y le añadió el contenido del último frasco.

—Esto tardará unos minutos —dijo a Osir mientras cerraba herméticamente el tubo de ensayo—. Si hay esporas, el análisis las mostrará.

—Entonces, aprovecharemos el rato —observó Osir.

Hizo una señal a uno de los hombres armados.

—Abrid el sarcófago.

—Por Dios —dijo Nina, consternada—. Esto va de mal en peor. ¿Es que vais a hacerle la autopsia a la momia?

—¿Eso es lo que más te preocupa? —le preguntó Macy, sin perder de vista los fusiles.

El ataúd, como los vasos canópicos, estaba sellado con una mezcla negra y espesa de resina y betún. Uno de los hombres de Osir llevaba una sierra de disco pequeña, que empleó para cortar la capa protectora mientras iba rodeando el sarcófago. Lo seguía otro hombre con un taladro eléctrico con cabeza abrasiva, con la que iba raspando el sello para abrirlo siguiendo el corte.

Tardaron unos minutos en rodear por entero el sarcófago.

—¡Abridlo! —ordenó Osiris.

Acudieron otros dos hombres al sarcófago, y entre los cuatro montaron unos gatos a cada lado e introdujeron pinzas de acero cromado en la grieta que había quedado al descubierto bajo la tapa.

—Preparados, señor —dijo uno de los hombres.

Osir, después de dedicar a Nina una mirada de satisfacción, asintió con la cabeza.

—Adelante.

Los cuatro hombres hicieron funcionar los gatos. El metal crujió; el sello crepitaba y saltaba. Una de las pinzas resbaló un poco e hizo una muesca en el metal del sarcófago, provocando un gesto de dolor por parte de Nina.

—¡Vamos! —gritó Shaban con impaciencia—. ¡Más fuerte!

Los hombres redoblaron sus esfuerzos, aplicando todas sus fuerzas para elevar la pesada tapa. Sonó un chirrido más profundo en el interior del sarcófago y acto seguido, este se abrió con una sacudida. Los hombres, gruñendo por el esfuerzo, elevaron la figura de plata de Osiris hasta la máxima extensión de los gatos… y dejaron al descubierto otra figura en el interior del sarcófago.

Pero esta no era una escultura. Era el propio Osiris.

O lo que quedaba de él. El cuerpo estaba momificado, vendado estrechamente en un sudario descolorido, con los brazos plegados sobre el pecho. Tenía la cabeza cubierta por una máscara funeraria de oro y plata, cuya forma imitaba el rostro que cubría. En comparación con las célebres máscaras funerarias de faraones como Tutankamón y Psusenes, esta era sorprendentemente modesta, y carecía de los tocados complicados de las otras. Si la máscara era una representación precisa del monarca difunto, Osiris había tenido un aspecto sorprendentemente juvenil para tratarse de una persona tan poderosa y tan venerada.

Todos se acercaron a contemplarlo, y hasta el propio Kralj levantó la vista de su trabajo. El receptáculo interior donde yacía el cuerpo se había tallado ajustándolo casi con toda exactitud a la forma de este, con menos de un centímetro de holgura alrededor del cuerpo. La tapa también tenía labrada en el metal sólido una concavidad a la medida.

Osir bajó la vista para contemplar al hombre cuyo nombre había tomado.

—Osiris —susurró—. El rey dios, que otorga la vida eterna…

—Casi parece que te lo crees —dijo Nina en son de burla.

—Hace solo un mes, ¿habría creído usted que Osiris era algo más que un mito? —repuso él—. Puede que aquí haya más verdad de la que pensábamos ninguno de los dos.

—No será tu versión de la verdad. Ya sabes, esa que colocas a tus seguidores, adaptada para tontos.

—¿Y quién puede decir que mi interpretación del relato de Osiris es menos válida que cualquier otra? —dijo Osir con petulancia—. De hecho, yo diría que esto la hace más válida que otras —añadió, señalando a la momia—. He encontrado la tumba de Osiris porque estaba destinado a encontrarla. Esto demuestra que yo poseo verdaderamente el espíritu de Osiris. ¿No le parece a usted?

—No; ni tampoco te lo parecería a ti si fueras sincero con los ingenuos que te dan su dinero.

Osir se limitó a reírse por lo bajo, pero Nina advirtió que Shaban volvía a tensar el rostro una vez más.

Antes de que Nina hubiera tenido tiempo de hacer un comentario al respecto, Kralj levantó la cabeza de su microscopio.

—¡Señor Osir! —dijo.

Osir se acercó a él.

—¿Cuál es el resultado del análisis? —le preguntó.

Kralj extrajo cuidadosamente del microscopio un portaobjetos.

—El resultado del análisis —dijo, emocionado— es… positivo. Hay presencia de esporas de una cepa de levadura.

Osir apenas fue capaz de contener su regocijo.

—¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! —exclamó, mientras agitaba los puños con alegría—. ¡Yo tenía razón. La historia del pan de Osiris era cierta… y me va a hacer rico, Sebak! ¡Increíblemente rico!

Asió a su hermano de los hombros y lo agitó, mientras repetía:

—¡Rico!

Shaban parecía asqueado.

—Dinero. ¿Es que es lo único que te interesa?

—Claro que no —replicó Osir con una sonrisita—. ¡También está el sexo! —añadió, con un falso susurro; y concluyó con una carcajada.

—Eres patético —dijo Shaban con frialdad—. Eres la vergüenza de la familia, y una ofensa para los dioses. Y yo no voy a seguir consistiendo que perdure esa ofensa.

Levantó la pistola… y apuntó al pecho de su hermano.

Al principio pareció que Osir no se daba cuenta de lo que pasaba, pues su mente se negaba a aceptar lo que veían sus ojos.

—¿Qué haces, Sebak? —preguntó por fin con una media risa, que se disipó en cuanto miró la cara de Shaban y no vio en ella más que rabia y odio—. Sebak…, ¿qué es esto?

—Esto es el final, hermano mío —le espetó Shaban—. Has gozado de tus placeres; ¡has tenido todo lo que no te has ganado nunca y lo que no has merecido nunca!

Empujó a Osir hacia atrás, contra el sarcófago.

El miedo invadió a Osir cuando comprendió que su hermano hablaba con una seriedad mortal. Miró con desesperación a los hombres armados.

—Quitadle… quitadle la pistola, alguno.

Los hombres lo miraban a su vez con caras pétreas.

—¡Ayudadme!

—No son tus seguidores —le hizo saber Shaban con una leve sonrisa de desprecio—. Son míos. Todos tus seguidores me venerarán ahora a mí… o morirán.

Berkeley retrocedió con inquietud.

—Qué… ¿qué pasa aquí?

—Lo que pasa aquí, doctor Berkeley —dijo Shaban—, es que estoy tomando posesión del puesto que me corresponde como jefe del Templo. ¡Estoy haciendo valer mis derechos!

Miró con rabia a la momia que estaba detrás de Osir… y le escupió.

—Osiris… ¡Bah! —exclamó—. ¡Set era el hermano más grande; pero Osiris lo reprimió, por miedo!

Ya hablaba a gritos, soltando espumarajos por la boca.

—¡Ese tiempo ha terminado! ¡Ya ha llegado mi hora! ¡Estoy tomando lo que es mío!

Su voz ascendió hasta convertirse en un alarido de demente.

—¡Soy Set! ¡He renacido!

Osir lo miraba horrorizado.

—¿Qué… qué te pasa? —le preguntó, sin aliento—. Tú no eres Set… ¡y yo no soy Osiris! Somos… ¡somos los hijos de un panadero, Sebak! No ha renacido nadie… ¡No es verdad! ¡Yo me lo inventé todo! Y tú lo sabes: ¡estabas conmigo cuando me lo inventé!

—Cuando se invoca a un dios, se hace realidad a ese dios —dijo Shaban, que había recobrado de pronto una calma estremecedora—. Se hacen realidad todos. Tus seguidores te veneran como a Osiris, de modo que eres Osiris. Yo soy el hermano de Osiris…, de modo que soy Set. Soy el dios de la oscuridad, del caos, de la muerte… ¡y ha llegado mi hora de reinar!

—Te… ¡te has vuelto loco! —balbució Osir—. ¿Qué te ha pasado?

La rabia volvió a invadir a Shaban.

—¿Que qué me ha pasado? ¡Solo tú eres capaz de no saberlo, Jalid! Durante toda la vida de los dos, a ti te lo han dado todo, y a mí nada. Eras el hijo favorito, y yo era el segundón. Ganaste la fama y la fortuna a fuerza de mañas, y a mí me obligaron a servir en el ejército. Tú tenías dinero y mujeres, ¡y yo me quemé vivo!

Se abrió la camisa de un tirón, dejando al descubierto el pecho. Tenía en él unas cicatrices tan repugnantes como la de la cara, y las lesiones se extendían hacia la parte inferior del cuerpo.

—Si Jalil no me hubiera sacado de los restos del accidente, me habría muerto. ¿Y viniste siquiera a verme al hospital? ¡No!

—Parece que aquí hay un caso de celos del hermano mayor —susurró Nina a Eddie.

—Lo que parece es que aquí hay un caso de locura muy jodida —susurró él a su vez.

—Yo estaba… rodando en exteriores —dijo Osir, a modo de disculpa desesperada—. No podía ausentarme.

—¿Durante dos meses enteros? —gruñó Shaban—. ¡No! Yo sé lo que estabas haciendo. ¡Estabas viajando por el mundo y acostándote con putas!

A Osir todavía le quedaba un poco de ánimo para plantar cara a su hermano.

—Ah, ahora lo entiendo. Si me tenías tanta envidia, no era por el dinero ni por la fama. ¡Es porque el fuego te dejó estropeado como hombre!

La rabia que estalló dentro de Shaban fue tan intensa que este ni siquiera fue capaz de hablar. En vez de ello, golpeó con su pistola el rostro de su hermano, mandando un rastro de sangre sobre la tapa del ataúd. Macy soltó una exclamación, y hasta el propio Eddie se sobresaltó.

Osir se derrumbó, llevándose las manos a la cabeza. Shaban consiguió dominarse, haciendo un esfuerzo.

—Sacad eso de allí —dijo a Diamondback, señalando a la momia con un dedo.

Diamondback y uno de los hombres armados metieron las manos en el sarcófago. Antes de que Nina hubiera tenido tiempo siquiera de protestar por aquella profanación, extrajeron el cuerpo de su receptáculo y lo arrojaron al suelo sin miramientos. La máscara funeraria saltó de su sitio y quedó al descubierto la cara consumida, sin ojos, del cadáver. Shaban apuntó a su hermano con la pistola.

—Entra —le ordenó.

Osir lo miró atónito, tan asombrado como dolido.

—¿Qué?

—¡Entra en el sarcófago! ¡Ya!

—¡Ay, Dios mío! —dijo Nina al comprender de qué se trataba—. Jalid, ¡está reproduciendo la verdadera historia de Osiris y Set! ¡Cuando Set engañó a Osiris haciendo que este se metiera en un sarcófago y lo encerró en él!

Shaban dirigió a Nina una sonrisa malévola.

—Me alegro de que aquí haya alguien que conozca la historia verdadera —dijo.

—¿También le vas a cortar la polla y se la vas a echar a un pez para que se la zampe? —le preguntó Eddie.

—Esta vez no tendré que cortarlo en catorce pedazos. Mi hermano no tiene a una Isis para que lo resucite.

Volvió a mirar a Osir.

—¡Entra!

Osir se resistía con firmeza.

—El Templo Osiriano no te seguirá, Sebak. ¡Veneran a Osiris, y no a Set!

—Te equivocas, hermano —dijo Shaban, señalando con orgullo a los hombres armados—. Mientras tú te dedicabas a beber, a jugar y a estar con mujeres, yo buscaba a los verdaderos creyentes del Templo, sin que tú te dieras cuenta de ello nunca. A mí no me hacía falta ser una estrella de cine. Me los gané a base de fuerza y de energía. Se han comprometido a seguirme; y los demás harán lo mismo… o pagarán las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? —le preguntó Osir.

—Kralj y los demás científicos no estaban trabajando para ti, sino para mí. La levadura que servía para elaborar el pan de Osiris puede hacer algo más que dar la vida eterna a los que yo considere dignos de ello. ¡Puede acarrear la muerte a los que se me opongan!

Nina miró a Eddie con inquietud.

—En el laboratorio, en Suiza… estaban hablando de modificar genéticamente la levadura —dijo.

—Así es, doctora Wilde —dijo Shaban—. Mis seguidores diseminarán las esporas por todo el mundo. Las echarán en los cultivos, en los piensos del ganado, incluso en el agua. El que no coma el pan de Set… —añadió, esbozando una breve sonrisa triunfal al pronunciar su nuevo nombre—, el que no adore a su nuevo dios, morirá, envenenado por sus propias células.

—Estás loco —dijo Osir en voz baja—. ¿Y te extrañas de que nuestro padre me prefiriera a mí?

La alusión a su padre volvió a espolear la ira de Shaban.

—¡Entra en el ataúd! ¡Entra! ¡Entra!

Golpeó a Osir una y otra vez con la pistola, y gritó por fin una orden:

—¡Metedlo allí! ¡Ya!

Cuatro hombres asieron a Osir, que forcejeaba, y lo echaron a la fuerza en el receptáculo del sarcófago. Le faltaban sus buenos quince centímetros para tener la altura de Osir, y también era más estrecho que él. Intentó liberarse, pero Shaban le clavó la pistola en el pecho brutalmente. Osir se retorció de dolor, sin aliento.

—¡Yo soy Set! —chilló Shaban—. ¡Y estoy tomando lo que es mío!

Liberó los gatos.

Osir no consiguió proferir más que un suspiro de terror antes de que cayera sobre él la pesada tapa de metal, produciendo un estrépito retumbante… y un crujido terrible de huesos rotos de los pies y los brazos de Osir que asomaban. Del ataúd de plata empezó a manar sangre.

Shaban seguía golpeando la tapa, abollando con su pistola el metal precioso.

—¡Yo soy Set! —rugía—. ¡Yo soy el dios!

—No —dijo Nina, consternada y asqueada—. Osir tenía razón. Estás loco.

Shaban se volvió de pronto, llevando el dedo al gatillo mientras la furia le tensaba todos los tendones del cuerpo…

Pero no disparó.

—Nina —se apresuró a decir Eddie—, si un tipo que tiene una pistola dice que es un dios… ¡se le lleva la corriente!

Shaban respiró hondo, vacilante…, y retrocedió.

—No —dijo, forzándose a sí mismo a tranquilizarse—. No; mi hermano tenía razón. No debemos profanar esta tumba. Osiris ha vuelto a su ataúd, como le corresponde. Pero, vosotros… —añadió, contemplando con desprecio a Nina, a Chase y a Macy—, vosotros no os merecéis morir en la tumba de un dios.

Rodeó el sarcófago y ordenó a sus hombres:

—Llevadlos a la superficie, y matadlos a tiros.

Recogió el vaso canópico con cabeza de chacal y preguntó:

—¿Dónde está la caja?

Mientras Diamondback y los demás hombres armados obligaban a Macy, a Nina y a Eddie a dirigirse hacia la entrada, otro de los hombres se volvió y dejó a la vista una sólida caja hecha de materiales compuestos, resistente a los impactos, que llevaba a la espalda. Soltó el cierre del arnés del pecho, se quitó de encima la caja y la abrió. Se vio que la caja estaba forrada por dentro de una gruesa capa de espuma viscoelástica de poliuretano amarilla. Shaban introdujo cuidadosamente el vaso canópico, presionándolo contra la capa inferior, y después bajó despacio la tapa hasta que saltaron los pestillos y quedó cerrada.

—Protégela aunque te cueste la vida, Hashem —dijo Shaban al hombre armado—. Kralj, quédese con él. No lo pierda de vista.

El científico asintió con la cabeza, esperando a que Hashem terminara de volver a ponerse el arnés con el que transportaba la caja a modo de mochila.

Shaban se volvió, y vio que Berkeley y Hamdi seguían mirando fijamente el sarcófago ensangrentado.

—Caballeros, espero que no haya ningún problema —les dijo.

—Ninguno en absoluto —dijo Hamdi con voz aguda y temblorosa—. Tienes todo mi apoyo, como siempre. Me encargaré de que el CSA no descubra nunca la existencia de este lugar. Será nuestro secreto… Mejor dicho, será tu secreto —se enmendó inmediatamente.

—Bien. ¿Y usted, doctor Berkeley?

—Ah, yo, esto… —balbució Berkeley—. Yo sí. Estoy con ustedes.

—Me alegro de oírlo —dijo Shaban, dedicándole una sonrisa amenazadora—. Ahora, volvamos al aerodeslizador. Dejemos este lugar para los muertos.

Mientras Berkeley y Hamdi se dirigían rápidamente a la salida, Shaban se plantó ante el sarcófago.

—Adiós, hermano mío —susurró; y se volvió también él hacia la salida, para dejar la tumba por fin en su estado de silencio eterno.