27

Shaban vio la columna de humo en la pantalla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Qué ha sido?

Eso ha sido mi mujer —replicó Eddie con una sonrisa.

El egipcio tensó el rostro y propinó a Eddie un puñetazo en el estómago.

—¡Perseguidlas! —gritó a los pilotos que estaban en el puente de mando.

Se dirigió después al oficial de tiro.

—Diles que apunten solo a la conductora. ¡Si destruyen el vaso, las mataré yo mismo en persona!

El oficial transmitió la orden, alegrándose para sus adentros de que su jefe fuera Jalil y no Shaban.

El aerodeslizador viró para seguir al Land Rover, dando un bandazo que hizo vacilar a todos los que iban a bordo.

—¡A toda marcha! —vociferaba Shaban—. ¡Atrapadlas!

Mientras pasaba de nuevo a los asientos delanteros, Nina vio que el segundo VLA las iba alcanzando rápidamente, siguiéndolas en paralelo. Ya las tenían a tiro desde el buggy, pero debía de haber algún motivo por el que el artillero se abstenía de disparar.

—No están disparando —dijo.

—¡Lo dices como si eso fuera malo! —protestó Macy.

—Lo será dentro de poco —comprendió Nina—. Quieren acercarse más… ¡para dispararnos a nosotras, y no solo al coche!

—¡Ah, estupendo! ¡Me gusta el toque personal!

Nina vio a lo lejos el aerodeslizador, que venía hacia ellas a toda marcha, pero no le prestó atención. Tenían otra amenaza que las acosaba mucho más de cerca. El VLA se puso a la altura del Land Rover y empezó a acercárseles reduciendo la distancia en paralelo, con la ametralladora dispuesta.

En la pantalla de dirección de tiro, el Land Rover y el VLA estaban lado con lado. El operador de tiro tocó una palanca tipo joystick. El cursor que rodeaba el vehículo de Nina y Macy se volvió rojo, y el radar empezó a seguir automáticamente al todoterreno.

Eddie se forzó a apartar la vista, a mirar a las demás personas que estaban presentes en la cabina. Shaban tenía los ojos clavados en la pantalla, con pasión e impaciencia, mientras que la expresión de Diamondback hacía pensar que este veía un partido de fútbol americano y esperaba ver al quarterback de su equipo sortear las líneas de la defensa rival y anotar un ensayo. Hamdi parecía pensativo, y Berkeley apartaba la vista, como si no quisiera presenciar las consecuencias de su cambio de bando. Jalil y el oficial de tiro observaban la imagen con impasibilidad de profesionales.

Lo que quería decir… que nadie lo miraba a él.

Como Eddie tenía las manos atadas a la espalda, los demás no lo consideraban peligroso… y, como la sala de armas era estrecha, Diamondback había tenido que bajar su arma mientras todos se apiñaban alrededor de los monitores.

Eddie miró de reojo una vez más a Diamondback antes de pasar a la acción…

Por mucho que intentaba Macy huir del vehículo ligero de asalto, el Land Rover carecía de la velocidad y de la agilidad necesarias. El buggy estaba a menos de treinta metros y seguía acercándose; el artillero apuntaba a la conductora con la ametralladora M60…

El artillero del VLA se veía en la pantalla como una silueta sobre el fondo del desierto. Apuntaba, y su postura dio a entender que se disponía a abrir fuego…

Eddie unió las manos… y se arrojó de espaldas contra Diamondback, clavando los puños en la ingle del estadounidense.

Antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar, lanzó un rodillazo a la sien del oficial de tiro, al que derribó de su asiento. Se volvió rápidamente y empujó la palanca de mando con las manos atadas; después, giró sobre sí mismo de nuevo y dio un golpe con la frente en un grupo de botones.

Eran los disparadores de las ametralladoras Gatling AK-630 del Zubr. Al tocar la palanca, Eddie había desplazado el cursor de dirección de tiro desde el Land Rover hasta el VLA, y las dos torretas de forma cónica que estaban montadas sobre la ancha cubierta principal habían obedecido la orden y habían apuntado a su nuevo objetivo. Y habían abierto fuego.

El ruido de las ametralladoras era casi doloroso aun desde dentro de la sala de armas, que no tenía ventanas al exterior. Las dos armas, de seis cañones cada una, escupían más de ochenta proyectiles explosivos de treinta milímetros cada segundo, produciendo un tableteo ensordecedor, como de una sierra mecánica. La granizada de metal no se limitó a detener el VLA: lo borró del mapa. El buggy y sus ocupantes quedaron hechos trizas, y las AK-630 seguían disparando, esperando recibir de un operador humano la confirmación de que el objetivo había quedado destruido.

La confirmación tardó varios segundos en producirse, pues Eddie continuaba forcejeando y lanzando patadas, intentando que en la sala de armas siguiera reinando el caos durante el mayor tiempo posible. Por fin, Diamondback lo arrojó sobre una consola asestándole un cabezazo contra el metal. El zumbido penetrante de las ametralladoras se detuvo cuando el oficial de tiro, todavía aturdido, dio una palmada sobre los mandos.

Diamondback levantó a Eddie de un tirón y le clavó el revólver en la barbilla… pero lo tuvo que retirar, mientras Shaban, chillando de furia y frustración, propinaba al inglés indefenso varios puñetazos en el rostro. Dio un último golpe a Eddie en el vientre, y por fin lo arrojó sobre la cubierta del puente de mando, donde quedó tendido.

El egipcio lo siguió a toda prisa y le dio una patada en el pecho. A continuación, señaló las ventanillas con una mano y exclamó:

—¡Seguidlas!

Macy miraba los restos del VLA, boquiabierta.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó.

—¡Eddie! —dijo Nina.

Nina, volviendo la vista hacia el aerodeslizador que las seguía, sintió una nueva oleada de esperanza. ¡Eddie seguía vivo! El Zubr no había disparado sin más al Land Rover, lo que demostraba que Shaban estaba empeñado en no dañar el vaso canópico. Y aquello le proporcionaba a ella una posibilidad de rescatar a su marido.

La posibilidad era remota… pero tenía que aprovecharla.

—Vuelve atrás —dijo a Macy.

Esta la miró sin entender.

—¡Vuelve atrás! —repitió Nina—. ¡Dirígete al aerodeslizador!

—¿Estás majareta? —dijo Macy con asombro—. ¿Es que no has visto lo que le ha pasado a ese buggy? ¡El trocito más grande que ha quedado es como un tanga mío!

—¡No nos dispararán!

«Eso espero», pensó Nina, aunque no lo dijo en voz alta.

—¡Vamos, vuelve atrás! —repitió.

Macy, muy a su pesar, hizo volver atrás el Land Rover trazando una amplia curva.

—¿Te acuerdas que te dije que me parecías muy lista? —dijo a Nina—. Pues espero no haberme equivocado.

Nina, sin hacerle caso, procuraba reunir todo lo necesario para su plan de acción improvisado. Observó la granada de mano, el cuchillo en su vaina… y abrió los cierres de la caja.

—¿Y qué haces ahora? —le preguntó Macy.

Nina abrió la caja y dejó al descubierto el vaso canópico, que reposaba en su lecho de espuma viscoelástica. Al desaparecer la presión de la tapa, el vaso iba ascendiendo a medida que el bloque de espuma inferior recuperaba su forma primitiva. Nina desenvainó el cuchillo y recortó una esquina de la espuma de poliuretano, desprendiendo de esta un bloque irregular de unos diez centímetros de lado. Después, volvió a cerrar la caja.

—Estoy igualando las posibilidades.

—¡Vuelven hacia nosotros! —anunció el piloto del Zubr.

—¿Qué? —dijo Shaban, mirando con ira por las ventanillas del puente de mando.

En efecto, el Land Rover avanzaba directamente hacia el aerodeslizador.

—¡Nos ataca!

—¿Con qué? —repuso Jalil.

—¡Con las granadas de mano que quitó a Hashem!

El piloto profirió una exclamación burlona.

—Una granada de mano no nos puede hacer ningún daño —dijo—. El casco está blindado. Lo más que puede hacer es rasgar el faldón, y está dividido en compartimentos estancos. Solo conseguiría deshinchar un compartimento, y no todo el colchón de aire.

—Entonces, ¿qué se propone?

Hamdi se asomó por la puerta del puente de mando.

—Quizá haya entrado en razón y quiera rendirse… —apuntó, esperanzado.

Shaban miró a Eddie, que seguía tendido en el suelo, hecho un ovillo por el dolor, y custodiado por dos soldados a los que había llamado Jalil.

—Si se parece en algo a su marido, lo dudo —dijo Shaban—. Ponedlo de pie.

Diamondback levantó a Eddie de un tirón y lo empujó contra el mamparo de popa.

Jalil observó el todoterreno que se les acercaba.

—Podríamos disparar al motor, obligarlas a que se detuvieran.

Shaban negó con la cabeza.

—Podríamos destruir el vaso. Si ella quiere venir hacia nosotros por voluntad propia, veamos lo que tiene pensado. Si se trata de un truco, le costará la vida. Y a este también —añadió, dirigiendo una mirada de amenaza a Eddie.

El aerodeslizador que tenían delante era como una losa negra y gris, y su superestructura se alzaba sobre la superficie llana del puente principal como la vela de un submarino. Y se agrandaba rápidamente.

—¡Ay, Dios! ¿Qué estamos haciendo? —se lamentó Macy al ver las ametralladoras.

Nina se puso los correajes, con la caja suspendida a la espalda como una mochila.

—Cuando yo te diga, da un volantazo —dijo a Macy.

Se puso en cuclillas en el asiento del pasajero.

—Preparada…

—¡Esa cosa es inmensa! —protestó Macy—. ¿Y si nos atropella?

—Cuento contigo para que eso no pase.

—¡Ah, me dejas más tranquila! —replicó Macy.

El Zubr se cernía ante ellas, cada vez más grande, y más que un vehículo parecía un edificio que se hubiera soltado de sus cimientos de alguna manera. El rugido de sus hélices agitaba el aire.

Nina sacó el cuchillo. El aerodeslizador se les echaba encima a toda velocidad, levantando tormentas de arena artificiales que le salían de debajo de los faldones.

—Preparada… lista… ¡ya!

Macy giró bruscamente el volante, dirigiendo el Land Rover para que pasara ante la banda de estribor del Zubr que venía contra ellas. Nina seguía agazapada, esperando el momento oportuno.

Shaban vio que el Defender se desviaba de su rumbo aparentemente suicida.

—¡Virad! ¡Seguidla! —gritó, mientras el todoterreno se perdía de vista entre la nube de arena que estaba a la derecha del Zubr.

Jalil abrió la escotilla de acceso al borde adelantado del puente del ala de estribor, ordenando por señas a un soldado que hiciera lo mismo por el lado de babor, por si el Land Rover intentaba rodearlos hasta dejarlos atrás.

—¡No las veo; están entre la arena! —dijo.

—¡Encontradlas! —chilló Shaban.

El piloto movió el timón y los alerones que estaban bajo las tres enormes hélices de la popa, haciendo virar bruscamente la nave hacia la derecha.

La gruesa arena entraba con fuerza por las ventanillas rotas del Land Rover, azotando la piel de Nina. Esta aguantó en posición, entrecerrando los ojos para mirar entre la nube agitada.

El aerodeslizador era una masa oscura que tenían a la derecha y que iba virando para seguirlas.

—¡Sigue girando! —gritó a Macy—. ¡Alcánzalo!

Aunque la lluvia de arena cegaba en parte a Macy, la muchacha volteó el volante e hizo girar el Land Rover en curva cerrada hacia el Zubr. El radio de giro del todoterreno era mucho más corto que el del enorme vehículo de transporte, lo que le permitió atajar la amplia curva que trazaba el Zurb… y situarse junto a su costado.

A tan corta distancia, el ruido era abrumador, y la tormenta de arena resultaba dolorosa físicamente. Pero Nina tenía que acercarse todavía más. El faldón lateral del aerodeslizador se cernía junto a ellas como una pared negra temblorosa de goma reforzada. Nina abrió de un empujón la puerta del Land Rover. El aire la golpeó con fuerza.

Levantó el cuchillo…

La desesperación creciente de Shaban no pudo menos que arrancar una sonrisa a Eddie, a pesar de que este tenía la cara clavada contra el mamparo.

—¿Dónde están? —chillaba el líder de la secta, buscando a sus enemigas, corriendo del puente de un ala al del ala opuesta.

El estrépito era peor que nunca; pero el azote del chorro de arena a presión se alivió un poco cuando el Land Rover se situó al lado mismo del aerodeslizador, y la mayor parte de la corriente de aire pasaba ya por debajo del todoterreno. Nina veía claramente la goma negra, a un metro y medio de distancia… a un metro…

Saltó.

Tras salir despedida del Defender, chocó contra el faldón… y le clavó el cuchillo.

Surgió alrededor de la hoja un chorro de aire acompañado de un silbido penetrante; pero el cuchillo se mantuvo clavado, con Nina suspendida de la empuñadura, forzando los tendones del brazo. Lanzó patadas al faldón, que cedió lo justo para que sus botas tuvieran algo de agarre, permitiéndole subir lo justo para asir el cuchillo con ambas manos.

Miró atrás. Macy, aunque a regañadientes, había seguido el plan de Nina y se había retirado entre la nube de polvo para apartarse al máximo del aerodeslizador.

El suelo pasaba velozmente bajo ella. El Zubr, aun girando, todavía avanzaba a más de cincuenta kilómetros por hora. Y lo único que impedía caer a Nina era el mango del cuchillo del que iba asida.

Se esforzó por ascender, sintiendo cómo se deformaban bajo su peso las capas de goma y de tejido. El borde inferior del casco estaba a solo unos sesenta centímetros por encima de ella. Nina estaba suspendida hacia la mitad del aerodeslizador, casi a la altura del puente de mando, que estaba a tres cubiertas por encima de ella. Cerca de ella, a algo menos de dos metros hacia un lado, había unos escalones de metal que subían hasta la estrecha cubierta lateral.

Aferrándose con fuerza al cuchillo, Nina levantó el brazo derecho cuanto pudo, intentando alcanzar el borde del casco. Lo tenía a dos palmos de la punta de los dedos. Clavó los pies en la goma curvada para conseguir más tracción, mientras volvía a asir el mango del cuchillo con las dos manos y se impulsaba hacia arriba. El cuchillo se movió; su filo estaba cortando el faldón.

—¡Mierda! —dijo Nina con un jadeo, mientras se volvía más fuerte el aullido del aire que escapaba a presión. Si el agujero se agrandaba mucho, el cuchillo ya no se sujetaría… y Nina caería.

Intentó asir el casco de nuevo, levantando la mano con más desesperación que antes…, pero todavía le faltaban cinco centímetros.

—¡Allí está! —exclamó el piloto, señalando.

Shaban vio que el Land Rover salía de la nube y se dirigía velozmente hacia el este por el desierto.

—¡Seguidlas! —ordenó.

El piloto puso el Zubr en rumbo de persecución.

Al virar el aerodeslizador, el faldón que tenía debajo Nina ondeaba. El cuchillo volvió a moverse, agrandando el corte. Nina sintió que cedía.

Con un gran esfuerzo, se apoyó en la empuñadura y lanzó la mano derecha hacia arriba…

Alcanzó con la punta de los dedos el borde duro del metal. Lo asió. Soltó la empuñadura, izándose. El cuchillo saltó del agujero, impulsado por el aire a presión. Nina se desplazó hacia un lado, buscando los escalones metálicos. Estirándose en un último esfuerzo, alcanzó con la mano el escalón inferior.

El copiloto advirtió que parpadeaba una luz de advertencia.

—¡Señor! Hay una fuga en el faldón.

—¿Dónde? —le preguntó el piloto.

—Banda de estribor, sección central.

Jalil miró hacia abajo desde el puente del ala… y vio que Nina subía por la escalerilla hacia la cubierta lateral.

—¡La Wilde está a bordo! —gritó, sacando la pistola.

Shaban corrió hasta él.

—¡No dispares! —le dijo.

Jalil lo miró con sorpresa.

—¡Lleva la caja! Si cae, podría romperse el vaso. Envía a tu tripulación para que la atrapen.

Nina llegó a lo alto de la escalera y se perdió de vista bajo el borde de la cubierta principal. Jalil, tras soltar una maldición, fue a impartir órdenes por el sistema de megafonía interna. Shaban se dirigió a Eddie.

—¡Se habrá creído que puede rescatarte! —le dijo.

—Es lista la moza —replicó Eddie.

—No es tan lista —replicó Diamondback con desprecio—. Subirse a este aparato sin tener manera de volver a salir… No parece que sea premio Nobel.

—Tampoco es que esté plantando cara a unas lumbreras —dijo Eddie, ganándose con esta réplica un puñetazo en los riñones.

A pesar de la confianza que aparentaba Eddie, no dejaba de estar preocupado. Nina iba desarmada y estaba en inferioridad numérica. ¿Qué demonios tendría pensado?

Nina se puso de pie sobre la cubierta lateral, orientándose. Era una pasarela estrecha que recorría casi toda la banda del aerodeslizador. Tenía varias escotillas de acceso al interior de la nave, una de las cuales estaba muy cerca de ella. Había otra escalerilla que subía hasta la enorme cubierta principal del Zubr; pero en aquella extensión abierta de metal, cuya superficie era casi la mitad de la de un campo de fútbol, no tendría ningún modo de ponerse a cubierto; y Nina quería pasar desapercibida el máximo tiempo posible…

Se abrió una portezuela a popa y salieron dos hombres de la sala de máquinas. Corrieron hacia ella.

¡Y ella que había querido pasar desapercibida!

Se coló rápidamente por la escotilla más cercana y la cerró de golpe. Se encontraba en un pasillo estrecho y muy ruidoso. La escotilla tenía por dentro un mecanismo de cierre, y en su superficie metálica recubierta de pintura había escrito algo con letras del alfabeto cirílico, además de una pegatina en la que figuraba un texto en árabe y las palabras inglesas NBC Seal. Nina sabía, por habérselo enseñado Eddie, que NBC no era el nombre de una cadena de televisión estadounidense, sino que eran las iniciales inglesas que correspondían a los términos atómica, biológica y química, las modalidades de la llamada guerra ABQ. Es decir, que el interior de la nave podía quedar sellado para proteger a su tripulación de las armas de destrucción masiva. Nina tiró de una palanca que hizo correr un pesado pestillo, y dejó bloqueado este moviendo una manivela más pequeña, pintada de rojo.

El estruendo que sonaba tras la mampara de popa le hizo saber que se encontraba junto a uno de los ventiladores de sustentación del aerodeslizador. Se dirigió rápidamente al otro extremo del pasillo. En la mampara del lado de proa había una puerta por la que se accedía a un camarote lleno de literas muy estrechas y apiñadas. Era el alojamiento de la tripulación. A Nina no le pareció el mejor sitio para dormir, teniendo en cuenta el ruido; pero aquello no era lo que más le preocupaba en aquel momento. Vio otra escotilla que conducía a la cubierta lateral.

Oyó golpes a su espalda: los tripulantes habían llegado a la escotilla por la que había entrado ella e intentaban abrirla. Solo tardarían un momento en darse cuenta de que estaba cerrada desde dentro, y entonces se dirigirían a la siguiente…

Nina atravesó a la carrera el camarote de literas de la tripulación y corrió el pestillo de la escotilla, en el mismo momento en que alguien intentaba abrirlo desde fuera.

La escotilla abierta más cercana estaba más atrás, junto a la sala de máquinas. Nina disponía del tiempo que le hacía falta.

Se desabrochó los correajes; puso la caja sobre una cama y la abrió.

Jalil escuchó el aviso que le pasaron por el intercomunicador.

—Está en uno de los camarotes de estribor —dijo a Shaban—. Ha cerrado las escotillas exteriores; pero no tiene muchos sitios donde meterse.

Shaban asintió con la cabeza.

—Hamdi, en cuanto tengamos la caja, quiero que compruebes si el vaso ha sufrido algún daño —dijo.

—Necesitaré algo de espacio —dijo Hamdi, entrando en el puente de mando.

Detrás de los puestos de los dos pilotos había una mesilla de metal para mapas. Shaban la despejó, arrojando los mapas al suelo.

—Aquí tienes —dijo.

Se volvió a Diamondback.

—Ve por ella. No hagas nada que pudiera estropear la caja. Tráela aquí, y nada más.

A Diamondback no pareció agradarle aquella orden implícita de no disparar a Nina, pero asintió con la cabeza; puso a un soldado a cargo de Eddie y salió del puente de mando.

El líder de la secta tomó el micrófono del sistema de megafonía interna de la nave.

—¡Doctora Wilde!

Nina, con la caja a la espalda, abrió con precaución una escotilla y se asomó a la bodega de carga. Tenía ante ella otro buggy arenero, un modelo de uso civil, sin armamento, que estaba anclado a anillas de la cubierta, entre un par de excavadoras sucias con tracción de oruga.

Cuando se disponía a salir, sonó en unos altavoces la voz de Shaban.

—¡Doctora Wilde! Sé que me oye. Entréguese, y entréguenos el vaso. De lo contrario, mataré a su marido.

Se oyó un ruido confuso, seguido de la voz de Eddie, que decía:

—Hola, cariño.

A pesar de la tensión de la situación, Nina no pudo reprimir una breve sonrisa al oír su voz. La esperanza que la había movido a correr aquel riesgo se había cumplido: en efecto, Shaban se estaba sirviendo de Eddie para negociar con ella.

El tiempo que Eddie, y que ella misma, pudieran seguir con vida dependía por completo de la ira de Shaban. Si este decidía ajustar cuentas con ellos antes de revisar su trofeo…

—No te preocupes por mí —añadió rápidamente Eddie—. Tú rompe ese jodido cacharro y…

Se oyó un golpe sordo, seguido de un gruñido ronco de dolor.

—Tráigame el vaso canópico, doctora Wilde —dijo Shaban—. Ahora mismo.

La megafonía enmudeció.

Nina se armó de valor y se adentró en la bodega; rodeó los vehículos y apareció ante ellos con los brazos en alto mientras algunos miembros de la tripulación irrumpían por una escotilla. Corrieron hasta ella y la sujetaron con rudeza.

En la escalerilla del centro de la amplia bodega sonó el ruido metálico que producían unas botas de vaquero.

Diamondback.

—Vaya, qué mierda —dijo mientras caminaba hacia ella, contoneándose—. Había esperado que dieras un poco más de pelea. Siempre me ha gustado poner a las perras en su sitio.

Después de mirarla con ojos lascivos, señaló la escalerilla con su revólver.

—Vamos, muévete.

Nina, rodeada de soldados, caminó hasta la escalerilla. Diamondback subió el primero y le indicó que lo siguiera. Nina subió hasta la cubierta superior. De esta arrancaba una escalera metálica empinada hacia el nivel siguiente. Desde el final de esta última, un pasadizo corto y sin ventanas conducía hasta el puente de mando.

Allí los esperaba Shaban… y también Eddie, al que sostenía un soldado contra la pared del fondo, cerca de la escotilla abierta que daba al puente del ala de babor.

—¡Nina! Ay… joder —exclamó Eddie.

Su primer movimiento de alegría dejó paso al desaliento cuando vio que Nina se había traído la caja que contenía el vaso canópico.

—¡Te dije que rompieses ese trasto!

—Lo hago para salvarte la vida, Eddie —dijo ella—. Igual que cuando tú me rescataste del barco de Jack Mitchell.

Eddie puso cara de desconcierto.

—¿No te acuerdas de cuando bajaste a la bodega? —siguió recordando ella, procurando expresarle con sutileza lo que quería decir, sin que lo entendieran sus captores.

Era demasiada sutileza. Eddie seguía con expresión de perplejidad.

La expresión de Shaban, por su parte, era de codicia.

—Deje la caja, doctora Wilde —dijo, señalando la mesa de mapas—. Con mucho cuidado. ¡Doctor Hamdi!

Hamdi entró a paso vivo, sacando pecho y dándose importancia. Entró con dificultad para situarse entre la mesa y los pilotos, de frente a los demás, mientras Nina se descolgaba de los hombros la caja.

—No parece deteriorada —anunció Hamdi cuando Wilde hubo dejado la caja en la mesa.

—Apartadla —dijo Shaban.

Diamondback empujó a Nina hasta el mamparo de estribor. Nina vio a Berkeley, que estaba en la sala de armas, y lo miró con desdén. Él apartó la vista, avergonzado.

—Ahora, abre la caja.

Hamdi desabrochó con gran cuidado uno de los cierres; después, hizo lo propio con el otro. Su público se apiñó más a su alrededor. Nina buscó con la vista a Eddie, que estaba al otro lado del puente de mando, con la esperanza de que sus miradas se cruzaran para poder darle una indicación silenciosa; pero entre los dos se interponía un soldado.

Hamdi puso una mano en la tapa con ademán teatral y la levantó.

Sonó un chasquido metálico. Saltó del interior de la caja un bloque irregular de espuma viscoelástica, y por debajo de ella salió despedida una pieza de metal de forma curva, que giraba sobre sí misma hasta quedar detenida sobre la mesa.

Todos abrieron mucho los ojos al reconocer aquel objeto: era la palanca de una granada de mano. El trozo de espuma viscoelástica la había sujetado en su lugar mientras Nina le quitaba cuidadosamente la anilla, para cerrar después la caja. Al desaparecer la presión de la espuma, había saltado la palanca.

Con lo que quedaba activada la espoleta que haría estallar la granada al cabo de cinco segundos. Quedaban cuatro segundos.

El puente de mando se convirtió de pronto en un torbellino de movimiento frenético. Shaban, que era el que estaba más cerca de la caja, se volvió buscando una salida. Diamondback lo arrojó a la sala de armas y se tiró sobre él. Jalil se refugió bajo la sólida mesa de metal y se cubrió los oídos con las manos. Un soldado corrió hacia las escaleras, y el hombre que custodiaba a Eddie abandonó a su prisionero y se tiró al suelo cuan largo era.

Tres.

Las miradas de Nina y Eddie se cruzaron durante un milisegundo, desde los extremos opuestos de la sala…, e inmediatamente ambos saltaron en direcciones opuestas, por las escotillas que daban a los puentes de las alas.

Dos.

El cerebro aturdido de Hamdi captó por fin la verdadera naturaleza de aquel objeto ovalado de color verde mate que se había encontrado donde esperaba ver el vaso canópico. Soltó un quejido y se volvió con intención de huir, pero se encontró las posibles vías de salida cerradas por los pilotos que, aterrorizados, intentaban levantarse de sus asientos.

Uno…

Eddie chocó contra la barandilla del puente del ala y vio que tenía casi justo por debajo la amplia abertura circular y las aspas giratorias de un ventilador de sustentación. No era buen camino para saltar. En lugar de ello, se tiró, rodando sobre sí mismo, por encima de la barrera que daba a popa. Como todavía llevaba las manos atadas a la espalda con la brida de plástico, no tuvo manera de amortiguar el golpe doloroso que se dio al caer.

Nina, al otro lado del puente de mando, salvó de un salto la barandilla…

La granada de mano explotó.