8

Eddie se retiró cuando Gamal entró corriendo en la sala, seguido del cable de su arma, que se agitaba tras de él. La motosierra eléctrica era más pequeña y más ligera que la radial, y su hoja cortante era mucho más larga.

—¡Rodead por el otro camino! —gritó a las mujeres; pero advirtió que estas se habían separado. Nina estaba en la entrada de las escaleras; pero Macy se había precipitado y había cruzado la mitad de la sala, para quedarse petrificada cuando vio llegar la nueva amenaza. Ahora, Eddie estaba entre las dos y Gamal venía hacia él, con lo que Macy había quedado acorralada.

Gamal lanzó una estocada con la motosierra hacia el vientre de Eddie. Este se protegió bajo su arma, poco manejable, y las hojas de ambos aparatos chocaron entre sí. Los dientes de la motosierra prendieron por un momento el borde del disco de la radial, y casi se la arrancaron de las manos; el metal giratorio le pasó peligrosamente cerca de la pierna. Con un rugido de esfuerzo, volvió a alzar la sierra radial, mientras Gamal le dirigía una nueva estocada.

Saltaron chispas cuando el arma de Eddie volvió a rozar la cara plana de la espada de la motosierra antes de volverse a quedar trabada con sus dientes.

El impacto violento lo arrojó de espaldas, y estuvo a punto de tropezar con la manguera de aire del gato. Gamal avanzó.

Lorenz entró de nuevo en la cámara. Vio a Macy acorralada en el rincón y avanzó hacia ella con los puños levantados.

—Esto… ¡socorrito! —exclamó ella.

Nina se disponía a intentar llegar hasta ella cuando vio a Diamondback, que corría hacia la sala con el revólver levantado. La muchacha volvió a arrojarse de cabeza hacia la base de las escaleras, mientras una bala destrozaba una de las vasijas que contenían códices.

Macy retrocedía hacia el soporte de luces mientras Lorenz se iba aproximando a ella. Eddie se acercó para cerrarle el paso; pero, si intentaba atacar a Lorenz, Gamal podría alcanzarlo a él fácilmente con la motosierra.

La manguera…

Lanzó con la sierra un golpe… no dirigido a Lorenz, sino al suelo, con el propósito de cortar la manguera de aire. Sonó un chirrido penetrante cuando el disco de la radial talló un surco en la piedra, pero no fue nada en comparación con el silbido ensordecedor del aire comprimido que salió por el extremo cortado de la manguera, que empezó a saltar sin control por la cámara.

La manguera dio un latigazo a Lorenz, produciéndole un corte profundo en la mejilla y arrojándole a los ojos aire a presión con arena. Lorenz soltó un alarido y se alejó de Macy, vacilante y cegado, hasta que se dio un cabezazo contra una columna. Cayó de rodillas con un quejido.

Gamal se apartó de la manguera enloquecida… interponiéndose entre el revólver de Diamondback y el objetivo de este.

—¡Apagad el compresor! —gritó el egipcio.

—¡Rodea, sal de aquí! —dijo Eddie a Nina, indicándole que huyera a través de las cámaras a oscuras.

—¡No sin ti!

—¡Te alcanzaré! ¡Vamos!

La manguera dejó de retorcerse de pronto y se desplomó inerte. Diamondback había desconectado el compresor. Nina vio que se dirigía velozmente a la puerta, con el revólver preparado. Se volvió y echó a correr, mientras se estrellaba contra la pared un nuevo proyectil Magnum.

Gamal volvió al ataque. Eddie blandió su sierra radial en un movimiento defensivo; las hojas volvieron a rechinar y a emitir una nueva lluvia de chispas. Macy soltó un chillido y se refugió tras una columna mientras pasaban los dos hombres; Gamal estaba acorralando a su adversario en un rincón. Macy rozó algo con el pie. Bajó la vista y vio moverse los cables de las dos sierras, que seguían a los dos combatientes que las manejaban. Le vino a la mente un recuerdo de la cámara de entrada: la caja eléctrica, donde estaban enchufados los aparatos… entre ellos, la motosierra.

Los dos cables eran de color anaranjado, pero parecía que el de la motosierra era algo más oscuro. Tomó el cable más oscuro de los dos que pasaban cerca de sus pies y tiró de él.

Diamondback se disponía a perseguir a Nina, pero le atrajo la atención el combate de las dos sierras. Apuntó al inglés; pero Gamal, que le daba la espalda, se interpuso sin saberlo en su línea de tiro, al lanzar un nuevo golpe a Eddie. El estadounidense apartó el dedo del gatillo, esperando con impaciencia una nueva oportunidad para disparar.

Eddie intentó asestar un corte al brazo de Gamal, pero el hombre de uniforme contraatacó con facilidad, y su motosierra cortó un pedazo de la carcasa de la radial. Eddie vaciló al recibir en el rostro algunos fragmentos de plástico. El gran peso de su aparato lo estaba agotando rápidamente y vio detrás de su rival a Diamondback, que lo seguía con el revólver. Gamal le lanzó una estocada con la motosierra y lo obligó a retroceder. Eddie ya sentía en la nuca el calor de las lámparas.

Estaba acorralado.

Macy sintió que el cable ya estaba tenso. Le dio un tirón con toda la fuerza que pudo.

En la cámara contigua, el enchufe saltó de la caja eléctrica…

Y la sierra radial de Eddie quedó en silencio.

El cable eléctrico de la motosierra no era más oscuro. Simplemente, estaba sucio; y Macy había asido una parte del cable de la sierra radial que también estaba mugriento.

—¿Qué coño…? —gritó Eddie.

Miró a Macy, que estaba agazapada con el cable en las manos y con cara de culpabilidad.

—¡Macy!

El disco de la radial seguía girando, pero perdía velocidad, y Gamal ya había visto su oportunidad y le lanzaba golpes con la motosierra. Eddie levantó de un tirón la herramienta apagada para usarla a modo de escudo…

Los dientes de la motosierra destrozaron la carcasa de la radial y rompieron el alojamiento del eje de la sierra. El disco dentado de acero saltó por la sala como un frisby mortal. Chocó con una columna con ruido metálico; voló hacia el pasadizo y obligó a Diamondback a tirarse de espaldas para que no lo decapitara. El disco pasó disparado por encima de él y rebotó en otra columna de la cámara de entrada. Shaban se agachó y Hamdi soltó un grito cuando el disco pasó volando entre los dos.

Eddie arrojó hacia Gamal su arma inútil. Tenía la esperanza de que su rival cometiera el error de intentar desviar la pesada máquina con la motosierra, clavándose en la cara su propia arma; pero el jefe de seguridad esquivó el proyectil y volvió a plantar cara a su objetivo.

A su objetivo indefenso.

La motosierra trazó un arco, obligando a Eddie a retroceder apoyando la espalda en el soporte de luces. Gamal sonrió y adelantó la sierra directamente hacia su pecho…

Macy tiró del otro cable.

El tirón inesperado solo tuvo la fuerza necesaria para desviar la puntería de Gamal. La punta de la espada de la motosierra atravesó el hombro de la chaqueta de cuero de Eddie y le hizo sangre, pero la herida no bastó para impedirle asir a su enemigo, que había perdido el equilibrio, y arrojarlo hacia atrás…

Sobre el soporte de luces.

La motosierra cortó los focos potentes… y sus cables. Estallaron los vidrios y saltaron chispas azules y crepitantes, mientras Gamal recibía en su cuerpo toda la fuerza de la electricidad. Con los músculos paralizados, incapaz siquiera de gritar, se derrumbó sobre el trípode. Se estaba cociendo por dentro, y le salía humo por la nariz y de las cuencas de los ojos.

Eddie se apartó de un salto.

—La cosa tiene chispa —dijo, mientras ayudaba a levantarse a Macy, que estaba horrorizada—. ¡Vamos!

Nina pasó corriendo por las salas a oscuras. Vio a la luz de la linterna que había dejado caer Broma que este se estaba levantando torpemente, apoyándose en las manos, y, al salvar de un salto la columna caída, le dio un pisotón en la espalda derribándolo de nuevo.

Llegó al pasadizo corto. Shaban estaba al otro lado de la sala, frente a ella, junto a la entrada de los faraones, y Hamdi, sin aliento y pálido como un fantasma, se apoyaba en una columna más cercana. La vio y reaccionó con consternación.

—¿Doctora Wilde?

—Doctor Hamdi —respondió ella—. Creo que tiene que explicarnos unas cuantas cosas.

Él se acercó a ella, diciendo:

—Si le parece a usted que puede…

Ella le asestó un puñetazo en la cara, y siguió avanzando hacia Shaban, dejando al funcionario egipcio soltando quejidos y sujetándose la nariz con las manos. Había una palanqueta apoyada en una columna; Nina la tomó y la empuñó como si fuera una espada. Shaban no dio muestras de inquietud; una leve sonrisa burlona le retorcía el labio deformado por la cicatriz.

—No sé de qué se ríe —le dijo Nina, señalando el cajón—. No van a sacar eso de aquí.

El hombre no respondió; pero echó una rápida mirada a un lado que advirtió a Nina de que algo iba mal. Volvió la cabeza hacia la salida occidental… y vio que Diamondback volvía.

Apuntándola…

Una bala arrancó un fragmento de piedra de un pilar, mientras Nina saltaba por delante de un soporte de luces para ponerse a cubierto tras la columna ornamentada.

—¡Mátala! —le ordenó Shaban.

Eddie oyó el disparo desde la segunda cámara oscura.

—Escóndete aquí —dijo a Macy, antes de pasar corriendo a la primera sala sin luz.

En vista de que Broma volvía a esforzarse por ponerse de pie, lo derribó de nuevo de un pisotón; vio después el brillo de su cuchillo a la luz de la linterna, y se apoderó de él.

Nina dio una patada al soporte de luces. Este, inestable por el mucho peso que cargaba alto sobre el trípode, cayó al suelo con estrépito; los focos se hicieron pedazos, y la parte oriental de la sala quedó sumida en la oscuridad. Nina corrió hasta otra columna próxima a la entrada que estaba todavía sellada. Diamondback corrió tras ella. Tras él, entró en la sala Lorenz, vacilante, con sangre en la cara. Las sombras no servirían para ocultar a Nina durante mucho tiempo…

Eddie entró corriendo y adivinó la situación de Nina al ver hacia dónde apuntaba Diamondback con su revólver.

—¡Eh! —gritó Eddie.

Diamondback lo vio, se volvió y disparó… mientras Eddie se refugiaba detrás de una columna. Apareció un orificio en la pared un poco por detrás de él.

—¡Sacad el zodiaco de aquí! —ordenó Shaban, llamando a Lorenz por señas. Hamdi se apresuró a reunirse con él.

Diamondback se iba acercando. Eddie, con la espalda apoyada en la columna, levantó el cuchillo. La preferencia del estadounidense por los revólveres significaba que solo le quedaban dos tiros en el Colt Python. Cuando los hubiera gastado, y aunque tuviera un cargador rápido para revólver, tardaría varios segundos en recargar el arma, durante los cuales quedaría vulnerable a un contraataque.

Pero para ello tendría que usar las balas que le quedaban.

Un ruido en la entrada próxima. Broma se había recuperado y tenía la cara contraída en una mueca de rabia. Caminó pesadamente hacia Eddie. ¡Mierda! Así solo le quedaba una vía de retirada posible… y Diamondback lo estaba esperando.

Nina vio desde las sombras que a Diamondback se le iluminaba el rostro con la emoción de estar a punto de matar.

—¡Eddie! —gritó, y arrojó la palanqueta al pistolero con todas sus fuerzas.

Le dio en el hombro. El revólver del calibre 357 Magnum detonó al contraerse el dedo de Diamondback sobre el gatillo. El impacto de la bala sobre la columna hizo que Broma se apartara de un salto, y Eddie se adentró corriendo en la oscuridad para reunirse con Nina.

—¡Broma! ¡Lorenz! ¡Coged el zodiaco! —gritó Shaban, lleno de ira e impaciencia.

Broma titubeó, pero atravesó la cámara para levantar un extremo del cajón. Lorenz asió el otro. Hamdi se volvió y huyó túnel arriba, todavía con una mano en la nariz. Los dos hombres lo siguieron portando el cajón.

—¡Maldita sea! —dijo Nina, viendo que desaparecía el zodiaco. Después, miró a Eddie—. ¿Qué pasa, quieres luchar con un cuchillo contra una pistola?

—Solo le queda un tiro —repuso Eddie—. ¡Después, tendrá que luchar con los puños contra un cuchillo!

Diamondback se iba acercando a ellos; pero Shaban le gritó:

—¡Bobby! ¡Vámonos!

—¿Y qué hay de esos dos?

—Lo único que importa es el zodiaco… ¡Vámonos! ¡Derrumbaremos el túnel y los dejaremos encerrados!

Nina y Eddie se cruzaron sendas miradas de inquietud.

—¡Jodienda y porculienda! —dijeron al unísono.

Shaban entró en el túnel. Diamondback lo siguió hasta la entrada y se instaló junto al bloque de piedra con el revólver levantado, retando a la pareja a que se dejara ver.

—Dame un cacharro de esos —dijo Eddie.

Nina torció el gesto al pensar en que se iba a destruir un nuevo resto arqueológico precioso, pero le entregó una vasija. Eddie la levantó.

Llegaron por el túnel los ecos de la voz de Shaban:

—¡Bobby, vamos!

Diamondback volvió la mirada hacia el sonido, solo por un instante…

Eddie salió de un salto y le arrojó la vasija.

Cuando Diamondback disparó, Eddie ya rodaba para ponerse a salvo tras la columna siguiente. La bala acertó a la vasija por el aire, y esta saltó en pedazos como un blanco de tiro al plato. Eddie recibió el impacto de varios fragmentos, pero no hizo caso: solo tenía una idea en la cabeza.

Seis disparos.

Se levantó de un salto, con la esperanza de no haberse equivocado al identificar el modelo de revólver y de que Diamondback no llevara uno de siete balas…

No se había equivocado. El estadounidense se volvió y subió corriendo por el túnel.

Eddie lo persiguió, pasando rápidamente bajo las sucesivas bombillas.

Descubrió demasiado tarde que Diamondback llevaba un segundo revólver. Lo sacó de la chaqueta de un tirón; redujo la velocidad; se volvió…

Eddie se abalanzó sobre él. Los dos hombres cayeron al suelo junto al generador, que seguía en marcha. Diamondback levantó el arma, pero Eddie se la barrió de la mano. El pistolero de cabellos lacios intentó gatear para recuperar el revólver, pero Eddie le asestó en los riñones un puñetazo de martillo pilón que lo derribó.

Pero Diamondback no estaba fuera de combate; se revolvió sobre sí mismo y clavó un codo en el pecho de Eddie. Este soltó una exclamación, al sentir la punzada de dolor en la zona que tenía resentida por haberse roto una costilla siete meses antes.

Diamondback percibió el punto flaco y volvió a golpearle en el mismo lugar. Eddie cayó de espaldas contra una viga de las que sostenían el techo.

El estadounidense se zafó de él, intentando ponerse de pie; pero Eddie le dio una fuerte patada en el trasero. Diamondback se tambaleó, y volvió a caer…

A los pies de Shaban.

Eddie levantó la vista. Shaban había recuperado el revólver, y lo apuntaba con él.

Eddie rodó sobre sí mismo para refugiarse tras el generador, en el mismo momento en que Shaban empezaba a disparar. El primer disparo rebotó en el suelo y se perdió por el túnel, silbando; pero el segundo dio en el generador. El aparato tembló y sus mecanismos empezaron a chirriar. Las luces vacilaron. Otro disparo… y el depósito de combustible quedó perforado y empezó a caer un chorro de gasolina.

—Atrás —dijo Shaban a su esbirro, esbozando una sonrisa cruel.

Diamondback se puso de pie con una risita sádica. Los dos hombres se retiraron.

—Ay, mierda —susurró Eddie.

Podía elegir entre morir de un disparo… o morir incinerado.

Shaban disparó. El plomo ardiente inflamó los vapores del combustible, que saltó en llamas.

Eddie dio un salto y echó a correr…

El generador explotó. Las luces se apagaron al instante, pero Eddie seguía viendo bien, demasiado bien, pues surgió tras de él una gran bola de fuego de color anaranjado vivo que le chamuscó el pelo y la piel mientras él se arrojaba de cabeza hacia el frente.

Le pasó por encima una oleada de llamas grasientas que se adherían al techo.

El eco de la explosión se fue desvaneciendo, pero había en su lugar otro ruido que le inquietaba más. Era el chisporroteo siniestro de las llamas que devoraban la madera; el crujido más grave de las piedras, que indicaban que el techo deteriorado estaba cediendo…

Eddie se levantó vivamente y corrió hacia la oscuridad… mientras el techo se hundía a su espalda con gran estrépito. Cruzó a tientas la cámara de entrada, envuelto en una nube de arena densa y asfixiante.

—¡Eddie! —gritó Nina entre tos y tos—. ¿Estás bien? ¡Eddie!

—Estoy… estoy bien —farfulló él, y se cubrió la boca y la nariz con la camiseta.

El ruido del hundimiento había cesado, y en el túnel no se oía más que el silbido de la arena que caía.

—¿Qué demonios ha pasado?

—El generador estalló, deshizo los puntales. El techo se hundió.

Apareció una esfera espectral de luz que resultó ser Macy, que llevaba la linterna que había dejado caer Broma.

—¿Quieres decir que estamos atrapados? —dijo—. ¡Ay, Dios mío! ¡Nos quedaremos sin aire!

—Este sitio es bastante grande, de modo que estaremos bien, con tal de que a nadie le de por echarse unas carreritas —le aseguró Eddie—. O por tener un ataque de pánico.

—¡Yo… yo no tengo pánico! O sea, estamos atrapados bajo la esfinge, nada más… ¿Por qué iba a tener pánico?

Nina ayudó a Eddie a ponerse de pie.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Saldré de esta… aunque le debo una buena patada a ese mamón de la melenita. Macy, dame la linterna.

Dirigió la luz por el túnel. Aunque la nube de polvo seguía siendo densa, quedaba claro que el paso había quedado bloqueado por completo.

—Uf. Excavar todo eso nos va a dar trabajo.

—No nos hará falta, ¿recuerdas? —dijo Nina, y movió la mano de Eddie para iluminar el extremo oriental de la cámara. La luz cayó sobre los pilares tallados de la segunda entrada—. Solo tenemos que esperar a la hora de máxima audiencia…

Berkeley procuró dominarse antes de tomar el último fragmento de piedra y de apartarlo con un gesto teatral bien estudiado.

—Ya… está —dijo a la cámara que estaba a su espalda. Aunque, por la estrechez del túnel, solo media docena de personas podrían presenciar con sus propios ojos la apertura del Salón de los Registros, el ojo único de cristal servía las imágenes a millones de telespectadores de todo el mundo. Las palabras que pronunciara en los momentos siguientes podrían recordarse tanto como las que dijo Neil Armstrong cuando puso por primera vez el pie en la luna.

Tras entregar la piedra a otro miembro del equipo, echó una rápida mirada a su reloj: eran las 4:46 de la mañana, las 9:46 de la noche en Nueva York; exactamente la hora prevista. Tomó entonces una palanqueta y volvió a mirar a la cámara.

—Se ha retirado de la entrada el último resto de escombros —dijo, con el tono de seriedad y expectación más imponente que pudo—. Entre nuestra primera imagen del legendario Salón de los Registros, bajo la esfinge, y nosotros, solo se interpone esta losa de piedra. Cuando se abra, seremos las primeras personas que entraremos allí desde hace más de cinco mil años. Nadie sabe con exactitud qué tesoros habrá dentro… pero de una cosa podemos estar seguros: lo que veamos detrás de esta puerta se recordará durante mucho tiempo.

Berkeley vio que Metz, tras el cámara, le hacía un gesto en el sentido de que no perdiera más tiempo. Disimulando lo que le molestaba que le metieran prisa, introdujo la palanqueta en la grieta a un lado del bloque de piedra y se volvió de nuevo hacia la cámara.

—Allá vamos.

Tiró de la palanqueta. Durante un momento solo se oyó el roce del metal sobre la piedra; después, la losa empezó a moverse con un rumor grave. Mientras la piedra se separaba de la pared, centímetro a centímetro, Berkeley apenas era capaz de contener su emoción. ¡Estaba sucediendo ya! El Salón de los Registros, descubierto por fin… y el mundo lo estaba mirando a él. Y no a ninguno de tantos otros arqueólogos que habían deseado ardientemente encabezar aquella misión de la AIP; y desde luego que no a Nina Wilde…

La losa giró levemente y dejó al descubierto una línea de oscuridad. Salió una bocanada de polvo. A Berkeley se le aceleró el corazón. Tiró con más fuerza. La losa quedó libre. La apartó de un empujón y se asomó por la apertura. El cámara se adelantó; la luz de la cámara iluminaría lo que hubiera dentro…

Y encontró la cara desaliñada y cubierta de polvo de Nina Wilde.

—Hola, Logan —dijo Nina, mientras a Berkeley le daba un vuelco el corazón y le caía rodando hasta llegarle a los pies y más abajo—. Bienvenido al Salón de los Registros. ¿Cómo has tardado tanto?