ALIMENTANDO A NIÑOS SALVAJES
David Farland
David Farland es el autor de la exitosa saga Los señores de las runas, iniciada con el volumen del mismo título y cuyo octavo y último volumen, Chaosbound, fue publicado el año pasado. Farland, que en realidad se llama Dave Wolverton, ha escrito varias novelas firmadas con su verdadero nombre, como On My Way to Paradise, y algunos volúmenes de la saga Star Wars, como El cortejo de la princesa Leia y El resurgir de la fuerza. Su obra de ficción breve ha aparecido en Inmortal Unicorn, de Peter S. Beagle, Tales of the Impossible, de David Copperfield, Asimov's Science Fiction, Intergalactic Medicine Show y en War of the Worlds: Global Dispatches. Ha ganado el premio Writers of the Future y ha quedado finalista del Nébula y del Philip K Dick.
En la película El último unicornio (basada en la novela clásica de Beagle), el mago Schmendrick advierte: «Y cuídate de no provocar la ira de un fago… provocar a un fago… ¡no se te ocurra enfadar a un hechicero!». Se trata un consejo bastante bueno, puesto que llegado el momento de cobrarse una venganza, los magos tienen un número mareante de opciones desagradables a su disposición.
Cuando Merlín provoca la ira de la Dama del Lago acaba confinado en una cueva de cristal. En la obra Another Eine Myth, de Robert Asprin, una competición de sus habilidades que llevan a cabo en tono de broma dos magos va en aumento hasta que uno de ellos acaba privado para siempre de sus poderes sobrenaturales. Y en la novela Thinner, de Stephen King, un hombre obeso es maldecido por un brujo para someterse a un programa de pérdida de peso involuntario e imparable. (En una línea similar —aunque con un tono algo más frívolo—, la película Mi diabólico amante trata de un hombre que es maldecido por una sacerdotisa para que se convierta en un monstruo horrible cada vez que se excita sexualmente).
Nuestro siguiente cuento narra la historia de un tipo desdichado que descubre que está en el punto de mira de un practicante de la brujería, y nos recuerda una vez más por qué nunca es una buena idea provocar la ira de un fago… eh… mago.