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«Los líos de la olla los conoce el cucharón que se le arrima.»

En Malivinnitti, Costanza Safamita tiene problemas con los mayorales y se entera de la muerte de su hermano Stefano

En junio de 1887, los Sabbiamena habían ido a Malivinnitti para la siega junto con sus primos Trasi; los Lo Vallo eran sus huéspedes por primera vez, aunque ocuparon las habitaciones menos distinguidas, en la planta baja, para subrayar las diferencias entre las familias.

Costanza tenía dificultades en Malivinnitti. Pepi Tignuso era ya un viejo artrítico, si bien aún avispado; su hijo mayor, Lillo, había ocupado su puesto, pero quien de verdad contaba era el segundogénito de Maria Teccapiglia, Mimmo Tignuso. Los hijos de Maria habían hecho el pacto de no casarse y eran hombres de honor. El mayor y el menor vivían en el pueblo y se dedicaban a otras actividades, relacionadas con los feudos y la política. Entre los primos Tignuso había tensiones -evidentes para Costanza aunque no para los extraños- que el parentesco hacía aún más difíciles de resolver.

El feudo estaba intacto y los profundos barrancos entre las colinas del interior ofrecían escondrijos inaccesibles para quien no los conociera. El gobierno hablaba de trazar una nueva carretera, que cruzaría una finca cercana a sus confines: aparentemente no implicaba grandes perjuicios, pero en realidad constituía una notable y simbólica amenaza contra el poder de los Tignuso. En Malivinnitti ellos brindaban refugio a gente que se escondía de otras bandas mafiosas y del Estado y ocultaban en los valles los rebaños de los abigeatos: por eso, entre otras cosas, se habían ganado un inmenso prestigio en el territorio. Los Safamita estaban al corriente, por alusiones, y les convenía mostrarse tolerantes.

Dos eran las opciones: oponerse a los Tignuso -en tal caso estallaría la guerra en Malivinnitti y en otras partes, incendios, magras cosechas y dificultades con los jornaleros, por no hablar de amenazas y secuestros- o vender. O malvender, Costanza podía incluso permitírselo, pero no merecía la pena. Su padre le había aconsejado que mantuviera bien firme su poder imponiéndose con autoridad, propiciando el diálogo y no cediendo jamás del todo.

Los Tignuso tenían otra grave preocupación: las propiedades de Madonie poseían su propia mafia, y ésta exasperaba a Costanza. Su primo Lo Vallo le había aconsejado en quién podía apoyarse, y los Tignuso estaban alerta. No podían quedar en evidencia ante las otras bandas mafiosas, pero tampoco estaban en condiciones de encargarse directamente. En Madonie había una mafia despiadada, respaldada -y se decía que incluso organizada- por algunas familias de la nobleza: doblemente protegida, por lo tanto, por quien detentaba el poder político.

Al día siguiente de su llegada a Malivinnitti, Costanza se reunió en la administración con Lillo Tignuso para el primer encuentro protocolario.

- Vuecencia ha de perdonarme, pero me parece que tiene muy buen aspecto este año, hasta ha engordado -dijo Lillo, con la respetuosa familiaridad que solo él podía permitirse con el ama.

- Gracias, Lillo, también usted tiene buen aspecto. La familia crece, me alegro, sé que Nunziatina ha tenido una hembra: quisiera ver a esa última recién nacida -contestó Costanza.

- Me dicen que huele a rapaces en Cacaci -dijo Lillo, sondeando el terreno.

- Siempre huele a rapaces donde hay varones -contestó lacónica Costanza.

- Vuecencia tiene invitados desconocidos en Malivinnitti este año, ¿quiénes son? -preguntó entonces Lillo, fingiendo ignorancia acerca de los Lo Vallo.

- Desconocidos no son, es el hijo de mi tía Teresa Safamita: usted no puede acordarse de ella, pero Pepi sí, era hermana de mi padre.

- Pues aquí, en Malivinnitti, a esos parientes no se les veía desde los tiempos del difunto barón Guglielmo y de vuestro padre, el barón, ¡vuecencia me perdone! -exclamó él, mirándola fijamente-. ¡Amos sabios eran ésos, como ya no los hay! Vuecencia debe llegar a ser como ellos, muy buena es ya. Nosotros, los Tignuso, estamos aquí para servirles a los marqueses de Sabbiamena, como si fueran Safamita.

- Lo sé, Lillo, y se lo agradezco. Mi primo no es más que uno de los huéspedes, después vendrán más parientes Safamita.

- Es una pena que no venga el barón Giacomo, pero, en fin, así están las cosas. Yo digo que el barón tiene que darse cuenta de que su hermana sólo le lleva un año, pero en sabiduría, ¡es que parece usted su madre!

- Esperémoslo así, Lillo. No deja de ser mi hermano, y lo respeto -dijo Costanza y le despidió.

Mimmo Tignuso era más directo, como su madre. Pidió hablar con Costanza en la casa; ella dio su consentimiento -sentía particular simpatía por los hijos de Maria Teccapiglia- y le recibió en la sala pequeña, de pie.

- Vuecencia me perdone, malas noticias he de dar. Mi madre, que en paz descanse, mucho me hablaba de vuecencia, y como una hermana la consideramos, pero ama es, y eso es lo primero. Me dijeron que hace cuatro días el baroncito Stefano se cayó del caballo y murió en el acto. Una buena muerte, pero vuecencia debe de sentirse muy adolorada, una buena persona era. El funeral fue anteayer. Había dejado dicho que no avisaran a vuecencia, en el caso de que muriese, y vuecencia ya sabe por qué. Nosotros, los Tignuso, cumplimos con nuestro deber y mi hermano Gaspare allí estuvo, y vuecencia debe saber el riesgo que corrió, pero personas de los Safamita somos, y así seguiremos.

Mimmo permaneció en pie, con la gorra en la mano, los ojos bajos. Le dio tiempo a Costanza para que encajara el golpe.

- Gracias, Mimmo, se lo agradezco. ¿Sabe cómo está su familia? -preguntó Costanza conteniendo su dolor.

- Allí estaban todos sus hijos, y estaban bien. El chico es ya todo un hombrecito, aunque habla demasiado.

- Así es la juventud -suspiró Costanza, confiando en que Mimmo se marchara.

Pero él no la dejaba, tenía otras cosas que decirle.

- En Malivinnitti no sucede nada que nosotros no sepamos, y la siega avanza como es debido. Nadie afana nada aquí. La gente me pregunta si seguirá así.

Costanza bajó los párpados.

- Así debe seguir.

- Mucho habla la gente. Yo les digo que es verdad que vuecencia es hembra, pero Safamita es, antes que hembra. Les dije además que Malivinnitti seguirá como está y nada cambiará, y si de carreteras se habla, que por aquí ni se acerquen.

- Dice usted bien, Mimmo, así debe permanecer Malivinnitti.

- La mujer del senador Bentivoglio está con vuecencia: una buena persona es el senador y a los parientes los respeta.

- Me alegra que también usted piense así.

- Por él vota la gente de los pueblos de por aquí. Aquí, entre nosotros, los cristianos son respetuosos. Pero de esos de las montañas del otro lado no me fío ni un pelo.

- Lo sé, Mimmo.

- Nosotros siempre estamos a su disposición, para servir a los Safamita, y aquí y por todos lados, muchos amigos tenemos mis hermanos y yo.

- Y yo mis ojos de ama abiertos los tengo, y no olvido que son ustedes hijos de Tano Tignuso y de Maria Teccapiglia.

Costanza no comunicó a los demás la muerte de su hermano, ni siquiera a su marido: no había razón para ello. Stefano -se vio a sí misma recordando- había malgastado la herencia de la tía Assunta en nuevas inversiones ruinosas. Era un infeliz, estaba alcoholizado. Por fin había encontrado la paz que se le había negado en la Tierra.

«Su mala fortuna provino del amor y el orgullo excesivos», pensaba Costanza. Igual que le había ocurrido a la muerte de su padre, el pensamiento voló hacia su madre: había querido muchísimo a Stefano, y ahora Costanza estaba en sintonía con ella, la comprendía. Ella también se sentía devorada por el amor hacia Antonio y, por vez primera, había ido a Malivinnitti muy a su pesar. El niño volvía a despertar en ella sensaciones y sentimientos nuevos y olvidados: el placer de los besos y de las caricias y un amor sin límites, carente de incertidumbre y de dudas; correspondido.

Era también un amor posesivo, violento, absorbente. Costanza comprendía ahora esas frases de las madres del pueblo, que antes le suscitaban indignación y repulsa: «Te comería enterito», «A cachos te mordía las carnes, de lo guapo que eres», «Yo te mato, te mato y te como». Pero ella no era madre, y no debía olvidarlo.