68

M inoo se precipita hacia la salida de Citygallerian.

Oye pasos a su espalda, a Vanessa, que la llama; pero ella no se detiene. Llega a las puertas automáticas, tiene que esperar mientras se abren lentamente. Entra de la calle el olor a humo, el ruido de las sirenas se oye todavía más fuerte y el pánico se apodera de ella. Está a punto de echar a correr cuando alguien la sujeta de la cazadora, tira de ella hacia atrás y Minoo patina en el suelo resbaladizo.

Vanessa la arrastra hacia una de las esquinas en penumbra del centro comercial. Minoo casi se queda sin respiración cuando da con la espalda en la pared.

—¡Suéltame!

—¿Pero qué quieres hacer? —dice Vanessa.

Minoo lucha por liberarse, pero Vanessa es más fuerte. La sujeta con firmeza por los brazos, la sujeta contra la pared.

—¡Suelta! —repite Minoo—. Mi padre…

—Minoo —dice Vanessa—. Piensa.

Minoo parpadea. Tiene un ataque de sentido común. No ganarán nada por que vaya corriendo a echarse a los brazos de una panda de miembros de EP en plena caza de brujas.

—Pero tengo que saber si mi padre está bien.

—Pues vamos juntas —dice Vanessa soltándola—. Creo que puedo hacernos invisibles a las dos. Con Wille funcionó.

Le ofrece la mano y Minoo le da la suya. Vanessa cierra los ojos. Hasta ahora no ha funcionado ninguna de las veces que han experimentado con la magia, y Minoo no sabe qué esperar. Pero no tiene que esperar nada. Nota un hálito extraño por todo el cuerpo. Vanessa abre los ojos y cruzan la mirada. Pueden verse mutuamente, como siempre.

—¿Cómo sabemos que funciona? —dice Minoo.

Vanessa señala con la cabeza el otro lado de la galería. En el escaparate enorme se refleja, vacío, el espacio donde se encuentran las dos.

Salen corriendo de Citygallerian de la mano. Minoo observa el humo que se eleva hacia el cielo, parece que se estuviera fundiendo con las nubes de tormenta que flotan a escasa altura. Las sirenas se apagan abruptamente, pero el humo del incendio es más intenso conforme se acercan a la plaza de Storvallstorget.

Está bien. No le ha pasado nada, trata de convencerse Minoo.

Cuando llegan a la plaza, ve el humo negruzco saliendo a bocanadas de las ventanas de la redacción del Engelsforsbladet. Minoo aprieta la mano de Vanessa con más fuerza.

Cuando se acercan a los corrillos de gente que se han formado en la plaza, aminoran el paso. Minoo ve los camiones de bomberos, las luces azules que parpadean en silencio, los bomberos que se gritan unos a otros. Ve a los policías y la ambulancia. La ambulancia. Casi se suelta de la mano de Vanessa cuando la ve. Pero el personal sanitario está junto a la camilla vacía.

¿Eso será bueno o malo?, piensa Minoo. ¿Significará que no hay nadie herido o que aún no han podido…?

Es incapaz de formular del todo la pregunta.

Un grupo de mujeres con chaquetas amarillas de EP se acercan cruzando la plaza, miran con curiosidad el edificio en llamas.

—No digo yo que se lo merezcan —dice una de ellas, aunque es evidente que es eso lo que piensa.

—A eso es a lo que conduce el pensamiento negativo —dice otra, y todas asienten.

Minoo se las queda mirando. No sabía que fuera posible aborrecer tanto a unos desconocidos.

Ella y Vanessa siguen cruzando la plaza, zigzagueando con cuidado entre los transeúntes y los vecinos de las casas de alrededor, que se han asomado para husmear y cotillear. Incluso Leif ha salido del quiosco para enterarse de todo mientras bebe a sorbitos de un vaso de papel. Como si fuera un espectáculo emocionante, una representación.

Casi han llegado al cordón policial cuando Minoo ve a dos de los reporteros del periódico y a Kim, que trabaja en recepción. Pero ni rastro de su padre.

El humo se le mete por la nariz y le irrita los pulmones. Cuando el cuerpo de bomberos visitó el colegio en secundaria, les contaron que concretamente el humo mataba a muchísimas personas. Minoo piensa en todos los aparatos electrónicos que hay en la redacción, las moquetas sintéticas que llevan allí desde los años setenta, todos los gases tóxicos que se habrán formado…

—¡Allí! —dice Vanessa, y señala algo.

Minoo mira en esa dirección. Siente tal alivio que casi se le doblan las piernas.

Su padre. Sano y salvo, con el viejo chaquetón de siempre. Discute a voz en grito con Nicke, y Minoo consigue entender algunas de las palabras.

—…claro que se ha cometido un delito… ¡Tenéis que investigar…!

Minoo arrastra a Vanessa hasta allí.

—Lo primero que tenemos que hacer es apagar el fuego —dice Nicke con tono aleccionador, como si el padre fuera corto de entendimiento, o como si tuviera dos años—. Luego ya veremos las causas.

—¡Las causas están de celebración a la vuelta de la esquina! ¡Son los de Engelsfors Positivo los que están detrás de todo esto! Me llevan amenazando desde el otoño y no habéis hecho ni una mierda.

—Nos vamos a calmar un poquito, ¿vale? —dice Nicke.

—¿A calmar? ¿Cómo quieres que me calme? —chilla el padre.

Minoo lo mira preocupada. A ella tampoco le cabe duda de que EP esté detrás de todo esto. Pero cuando su padre pierde los nervios, parece un paranoico.

—Tengo trabajo que atender —dice Nicke quitándose de en medio.

El padre se queda allí plantado. Minoo puede ver literalmente cómo se le esfuma la rabia. Solo queda desesperación.

En cuanto acabó sus estudios en la facultad de Periodismo, encontró trabajo en Estocolmo, en uno de los periódicos nacionales. Hizo carrera. Pero aun así, eligió volver a su vieja ciudad natal y ser redactor jefe del periódico local. No porque fuera un trabajo prestigioso, sino precisamente porque no lo era. Porque Engelsfors era una ciudad en decadencia. Una ciudad sin esperanza, en la que prosperaban el miedo y la estrechez de miras.

Le ha dedicado toda la vida a esta ciudad. La misma que ahora se lo ha arrebatado todo.

A Minoo le encantaría acercarse a él. Pero ve muchas chaquetas amarillas en los corrillos. Probablemente no lleven amuletos, pero no puede estar segura. Y su padre está a salvo, mientras esta noche corren el riesgo de morir cientos de personas.

—Vamos —le dice a Vanessa—. Tenemos que irnos.

—Nicke es un idiota integral —dice Vanessa cuando echan a andar de vuelta a Citygallerian. Kling y Klang, los polis de Pippi Calzaslargas, eran más inteligentes.

—No comprendo cómo pudo tu madre estar con él —dice Minoo—. Ella parece tan buena persona…

—Sí, pero tiene imán para todos los pringados.

Las puertas automáticas no se abren para quienes son invisibles, de modo que Minoo y Vanessa tienen que abrirlas a la fuerza y colarse dentro.

Las demás las están esperando en la puerta de Kristallgrottan. Pero no están solas.

—Mierda —dice Vanessa, y Minoo no puede por menos de estar de acuerdo.

Allí está Viktor. Mira hacia donde están ellas y levanta la mano en un amago de saludo.

Vanessa suelta a Minoo y esta siente el mismo soplo de antes por todo el cuerpo.

—Y tu padre, ¿está bien? —pregunta Anna-Karin cuando llegan.

—Sí —responde Minoo—. Pero EP ha incendiado la redacción.

Mira a Viktor. Se diría que no ha dormido en toda la noche y le asoma por debajo del abrigo la camisa llena de arrugas. Minoo está casi segura de que es la misma que llevaba puesta ayer.

—¿Qué haces aquí?

—El Consejo ha decidido poner fin al asunto de Engelsfors. Van a ejecutar a Adriana esta misma noche. No sé cuándo exactamente.

Casi parece sincero el dolor que reflejan sus ojos, pero Minoo no se lo cree. Está segura de que nunca hace nada sin segundas intenciones. La camisa arrugada y la apariencia de agotamiento bien podrían ser el disfraz y la máscara para una nueva representación.

—¿Y por qué nos lo cuentas? ¿Para que intentemos salvarla y caigamos directas en la trampa? ¿Para que Alexander y tú podáis detenernos por otro delito?

—Comprendo que pienses eso —dice Viktor cansado—. Pero estoy diciendo la verdad. Y quiero que la salvéis.

—¿Por qué íbamos a tragarnos eso? —pregunta Vanessa—. Ayer contribuiste a que la sentenciaran a muerte.

Viktor aparta la vista, como si no pudiera mirarla a los ojos.

—Sé que creéis que Alexander es un monstruo. Pero no lo es. Él tampoco quiere que Adriana muera. Es su hermana.

—Sí, parece preocupadísimo por ella —dice Linnéa—. Como cuando la torturó en el interrogatorio.

—Nunca pensó que fueran a condenarla a una pena tan grave.

Minoo piensa en la cara de Alexander cuando leyeron la sentencia. Parecía verdaderamente conmocionado. Pero recuerda con la misma claridad la frialdad con que le retorció el cuello al cuervo de Adriana.

—Entonces Alexander sabrá que nos estás contando esto, ¿no? —dice Minoo.

—No —dice Viktor.

Minoo oye a Linnéa de repente en la cabeza.

Lo peor es que creo que está diciendo la verdad. Acerca de todo. Me está permitiendo que le lea el pensamiento.

—Pueden hacerlo en cualquier momento —prosigue Viktor—. Por favor. Tenemos que darnos prisa.

Empiezan a asimilar lo que dice. Van a ejecutar a Adriana. Esta noche. Y al mismo tiempo, Helena, Krister y Rickard planean una especie de masacre mágica en el gimnasio del instituto.

—Está bajo arresto domiciliario —continúa Viktor—. Puedo ayudaros a entrar. Pero después no podré hacer nada más.

—O sea que tendremos que apañárnoslas para sacarla de allí sin que nos vean, ¿no? —dice Vanessa—. ¿Y adónde has pensado que la llevemos para esconderla del Consejo?

—Adriana no puede huir —dice Viktor—. La encontrarían inmediatamente. Está más vinculada al Consejo que un miembro normal.

—¿Podemos romper ese vínculo?

Viktor menea la cabeza.

—Solo hay una forma de salvarla. Tiene que convertirse en inocente.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Minoo.

—Adriana traicionó al Consejo cuando era joven. Pero después de aquello, su comportamiento fue ejemplar y se la consideró rehabilitada por completo. Al venir aquí, todo se trastocó. Si se pudiera dar marcha atrás en el tiempo. Conseguir que fuera lo que era antes de Engelsfors…

—¿Y eso cómo puñetas se hace? —pregunta Ida malhumorada.

—Hemos examinado a Max en el hospital —dice Viktor.

Habla sin apartar la vista de Minoo, que empieza a imaginarse lo que quiere proponerles. Empieza a imaginárselo, y no quiere saber nada más.

—Nos dimos cuenta de que alguien había entrado en su conciencia —prosigue Viktor—. No reconocimos la magia que habían utilizado. La persona que domine esa técnica puede hacer cosas que no creíamos posibles.

Minoo menea la cabeza.

—O sea, que si alguien, mediante un hechizo, le borrara a Adriana los recuerdos de todo lo ocurrido desde que llegó aquí, el Consejo la perdonaría, ¿no? ¿Así, sin más? —dice Vanessa chasqueando los dedos.

—Estoy casi seguro de que sí —responde Viktor—. Como he dicho antes, Alexander no quiere que muera. Si le dieran la oportunidad de conseguir que la declararan inocente, la aprovecharía. Tiene poder suficiente para conseguir que la interroguen otra vez y la indulten. Eso sería mejor para el Consejo. Es preferible un miembro sumiso que un rebelde muerto que pueda convertirse en mártir.

La verdad es que parece totalmente verosímil, piensa Minoo. El Consejo logró condenar a Adriana, sí, pero ella no deja de ser una prueba de que es posible burlar su autoridad.

—Minoo —dice Viktor—. Fuiste tú la que le hiciste eso a Max, ¿no? Si es así, eres la única que puede salvarla.

Minoo pasea la mirada por Kristallgrottan. Las luces están apagadas y solo ve su propio reflejo sombrío en el escaparate.

A ti te pasa algo raro. Pero eso ya lo sabes, ¿no?

—Comprendo que tengáis que discutirlo —dice Viktor—. Esperaré fuera. Pero daos prisa.

Mira a Minoo una última vez y se va.

Las Elegidas permanecen en silencio hasta que las puertas se cierran a su espalda.

—Suena a trampa —dice Vanessa.

—Pues yo no creo que lo sea, la verdad —dice Linnéa.

—Da igual —dice Minoo—. Yo no puedo hacerlo. Cuando liberé las almas de Elias y de Rebecka, los recuerdos de Max aparecieron sobre la marcha. No es que yo se los sustrajera, simplemente los vi. Sentí que si continuaba, podría quitarle todos los recuerdos, pero entonces también le habría arrebatado el alma. Solo puedo… amputar. Y estamos hablando de neurocirugía.

—Nuestros poderes se han fortalecido desde entonces —le dice Anna-Karin a Minoo—. Y es la única posibilidad que le queda a Adriana.

—Vale, ahora pensaréis todas que soy fría como un témpano, para variar —dice Ida—. Pero es que ya tenemos planes para esta noche, o sea. Hay varios cientos de personas en el instituto. Y Adriana solo es una.

Anna-Karin se sonroja de rabia.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Ella es amiga nuestra!

—¡Ya lo sé! —exclama Ida—. Me gustaría que pudiéramos salvarla. Y tampoco es culpa mía que coincida con la fiesta del sacrificio perverso de EP. ¿Y si necesitamos a Minoo para detenerlos? ¿Y si Minoo se va con Viktor y muere todo el mundo en el instituto solo porque ella no está allí con nosotras? ¡Y ni siquiera es seguro que pueda salvar a Adriana, lo dice ella misma!

Es como uno de esos ejemplos del utilitarismo que discuten en filosofía. ¿Es correcto dañar a una persona para salvar a cien? ¿Es correcto salvar a una persona si eso implica el riesgo de que mueran cien? Es fácil pensar y opinar en clase sobre esos ejemplos teóricos. Minoo obtuvo la mejor nota, pero es totalmente distinto enfrentarse al dilema en la vida real.

—Es verdad —dice Linnéa—. No sabemos qué va a pasar esta noche. No sabemos exactamente qué planea hacer EP. No sabemos si vamos a necesitar a Minoo en el instituto. —Se miran las unas a las otras—. No podemos determinar cuál será la mejor estrategia. Solo podemos determinar la que es correcta. Y no es correcto dejar morir a Adriana. La verdad es que tenemos la posibilidad de hacer las dos cosas: salvarla y arruinar los planes de EP.

—Pero yo no confío en Viktor —dice Vanessa.

—Yo tampoco —dice Linnéa mirando a Minoo—. Pero no tenemos elección.

Y Minoo sabe que está en lo cierto.

Mira a las demás. Las Elegidas. Hay tantas cosas que querría decirles. Pero su lado supersticioso se lo impide. Si se comporta como si fuera la última vez que se ven, podría hacerse realidad.

Pienso como uno de los de EP, se dice. Mis pensamientos no influyen en lo que va a pasar. Son mis actos los que importan.

Pero sigue sin ser capaz de pronunciar esas palabras. Sonarían demasiado trascendentes.

—Iré al instituto tan rápido como pueda. Tened cuidado.

—Tú puedes —dice Linnéa dándole un abrazo fugaz.

Minoo siente que se le llenan los ojos de lágrimas.

—Tú también —le susurra.

Después abraza a Vanessa y a Anna-Karin, y las retiene un poco. Luego se vuelve hacia Ida.

—Le dije a Gustaf que no se pusiera el collar. Espero que no lo haya hecho, pero…

Ida asiente con expresión grave. Y por un instante, Minoo se da cuenta de que se comprenden por completo la una a la otra.

Cuando sale, se encuentra a Viktor al lado de las puertas, con las manos bien metidas en los bolsillos.

—Pensaba que no ibas a venir. Gracias.

—No lo hago por ti —dice Minoo—. Lo hago por Adriana.

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Fuego
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