58
Ir por el centro siendo Linnéa es una experiencia singular. Minoo, que siempre ha querido probar otros estilos pero nunca se ha atrevido a destacar, lleva puesta una falda de tul negro con arañitas de metal que de vez en cuando tintinean al moverse. Todos se la quedan mirando. Incluso un hombre le ha gritado que si había venido el circo.
—¿Cómo soportas que te estén mirando todo el rato? —dice Minoo mientras se dirigen a la oficina de los servicios sociales.
—Ya, pero es una buena prueba de estupidez —dice Linnéa—. Así me doy perfecta cuenta de quién es un cretino corto de miras. Las estadísticas son deprimentes.
La oficina de los servicios sociales está solo a una manzana de la redacción del Engelsforsbladet y Minoo la habrá visto cientos de veces. Aun así, nunca había reparado en ella. El cartel blanco con letras en negro no tenía nada que ver con ella ni con su vida.
Linnéa se detiene en la entrada.
—¿Estás lista?
—Dentro de lo que cabe —responde Minoo—. ¿Hay algo más que deba saber sobre Diana?
—Yo ya no sé lo que sé de ella —dice Linnéa—. Antes estaba de mi parte. Tenía confianza en mí. No me explico lo que ha podido pasar.
—A lo mejor la han hechizado —dice Minoo—. Sabemos que en EP utilizan la magia, y sabemos que Helena te odia.
Linnéa mira a Minoo con los ojos castaños de Vanessa.
—Eso espero, que no sea cosa de Diana.
Minoo asiente. Mira hacia la puerta.
—¿Estás nerviosa? —dice Linnéa.
—Qué va, para nada. Como es tu vida lo que está en juego…
Linnéa le sonríe a Minoo, aunque sin ganas, pulsa un botón enorme que abre la puerta de cristal y entra la primera.
Minoo mira con timidez a las personas que ven al pasar, trata de adivinar quiénes son empleados y quiénes son visitantes. Luego se le ocurre que implica cierta arrogancia por su parte creer que esas cosas se ven a simple vista.
El color verde aguacate de las paredes del pasillo otorga a las caras un tono un poco enfermizo. Se detienen delante de una de las puertas. En un letrero de plástico pone «Diana Ehn».
Minoo llama a la puerta y abre una mujer. Diana es más joven de lo que se había imaginado. Pero tiene la cara llena de arrugas muy profundas, como si anduviera preocupada a todas horas.
—Hola, Linnéa —le dice con un suspiro.
El tono de voz no presagia nada bueno. Diana mira a la verdadera Linnéa.
—Vanessa me ha acompañado para apoyarme —se apresura a decir Minoo.
—Pues lo siento, pero tendrá que esperar fuera —dice Diana.
—Venga ya… —dice Linnéa.
—No pasa nada —la corta Minoo—. Yo me apaño.
Entra con Diana en el despacho. Cierran la puerta.
—Siéntate —dice Diana.
Suena como una orden y Minoo se desploma en el asiento duro del sofá. Diana se inclina sobre el escritorio. Observa a Minoo con tanta intensidad que tiene que quitarse el abrigo de leopardo, porque de repente se le antoja un animal que tratara de asfixiarla.
—Me tienes muy decepcionada —dice Diana.
—Pero espera que te cuente…
Diana niega con la cabeza.
—No quiero oír tus excusas.
—Tienes que darme una oportunidad… —empieza a decir Minoo.
—Te has saltado las reuniones y has organizado fiestas donde ha corrido el alcohol —la interrumpe Diana—. Por no hablar de que disteis una falsa alarma a la Policía y que os habéis dedicado a difamar a esos dos chicos. Puedes estar contenta de que no te hayan denunciado.
—No intento echarle la culpa a nadie, solo quiero contarte lo que ha pasado.
—No.
—Pero es que…
—No hay más peros que valgan, Linnéa —dice Diana—. Ya está bien.
Minoo se siente cada vez más frustrada. De repente comprende de verdad por qué Linnéa está siempre tan enfadada, por qué siempre parece que el ataque es la mejor defensa en lo que respecta a las autoridades.
Pero no puede perder los estribos. Tiene que conseguir aclarar este asunto, por Linnéa.
—Fue un robo —dice Minoo—. Y yo no sé nada de esa denuncia falsa, para mí también fue una sorpresa.
—Te quiero fuera del apartamento el lunes.
Minoo busca desesperada una salida, algún argumento. Solo se le ocurre una pregunta.
—Pero no puedes echarme sin más, ¿no?
—Sí que puedo. Y tendrás que pagar los destrozos.
—¿Y dónde me meto?
—Hemos tenido suerte. Ha quedado libre una plaza para ti en un centro juvenil. Está especializado en chicas con problemas de conducta. Para empezar, estarás en una sección especial, encerrada bajo llave, hasta que demuestres que sabes comportarte.
A Linnéa empieza a latirle el corazón como un caballo desbocado, y Minoo nota el sudor bajándole por la espalda. Así que esto es un ataque de ansiedad. Trata de respirar hondo, como le ha dicho Linnéa.
—No podéis encerrarme así como así —consigue articular.
—Me gustaría que no fuera necesario, pero tú eres la única culpable. Y es por tu propio bien.
—Puedo irme a casa de una amiga —dice Minoo—. Sé de una a la que puedo preguntarle —tiene que convencer a su padre de que Linnéa se mude con ellos. Tiene que explicarle lo que ha pasado—. Cumplo dieciocho este verano. Déjame vivir con ella hasta entonces, solo son unos meses.
—¿Te refieres a esa amiga tuya que está en el pasillo? ¿Esa con la que sales de fiesta?
—No…
—No importa. Se acabó la conversación —dice Diana.
Se le acerca y se la queda mirando fijamente a los ojos.
—Tienes que presentarte aquí mañana por la mañana a las nueve. Si no apareces irá a buscarte la Policía.
Diana lleva al cuello una cadena de plata con un colgante que asoma por el escote de la camiseta.
El signo del elemento del metal.
—Esperaba que asumieras la libertad con actitud responsable —prosigue Diana—. Pero has abusado de mi confianza. No me has dejado otra opción.
¿Por qué lleva ese colgante? ¿Tendrá algún significado o será pura casualidad? ¿Habrá algún diseñador de moda al que le gusten los triángulos con líneas verticales? ¿O es de verdad el signo del metal? ¿Querrá eso decir que Diana es una bruja? ¿O será que está embrujada? O puede que sea el collar lo que la hace comportarse de esa forma tan rara…
La cadena de plata es muy fina.
Minoo se pregunta si se atreverá. Se pregunta si podrá evitarlo.
Piensan encerrar a Linnéa.
Tiene que hacerlo.
Alarga el brazo como un rayo. Agarra el colgante y tira con fuerza. El cierre de la cadena de plata se rompe enseguida.
—Ay —Diana se frota el cuello—. Parece que me ha picado algo.
Se pone derecha. Mira desorientada a su alrededor.
—¿Por dónde íbamos?
Observa inexpresiva el colgante que Minoo tiene en la mano.
—¿Reconoces esto? —dice Minoo nerviosa.
Diana niega con la cabeza.
—La verdad es que no me encuentro muy bien. Quizá deberíamos posponer la reunión. Llevo una temporada de mucho estrés.
Se calla. Empieza a revolver entre los impresos del escritorio, los ojea rápidamente, como si tratara de aclararse con lo que ha pasado.
—¿Pero qué hacemos con el apartamento? —dice Minoo.
Diana la mira como si acabara de despertarse de un sueño.
Linnéa se levanta del suelo tan pronto como oye abrirse la puerta de la oficina de Diana. Siente una punzada en el estómago.
—¿Qué te ha dicho? —pregunta cuando ve a Minoo.
La punzada se convierte en puñalada.
—Creo que está resuelto —dice Minoo.
—¿Cómo que resuelto?
—Vamos a salir —dice Minoo—. Tengo que enseñarte una cosa.
Ya en la calle, Minoo se saca un paquete de tabaco de la bota. Enciende un cigarro con torpeza y le da una calada tan fuerte que le produce arcadas. Linnéa está dando saltos de impaciencia.
—Venga, cuéntamelo.
—Llevaba esto en el cuello —dice Minoo, y le enseña con disimulo el collar con el signo del metal.
Brilla a la luz del sol y Linnéa lo toca con cuidado.
—Alguien ha estado dirigiendo a Diana a través del collar —dice Minoo—. En cuanto se lo he arrancado se ha vuelto…
—¿Que se lo has arrancado…? —dice Linnéa incrédula.
Minoo sonríe como si a ella misma le pareciera inverosímil.
—Por lo visto solo me atrevo a hacer estas cosas cuando soy tú.
—Pues yo no me habría atrevido. ¿Eres consciente del riesgo que corrías?
—No me ha quedado otro remedio —dice Minoo con los ojos llenos de lágrimas por el humo—. Quería mandarte al centro juvenil mañana.
La noticia le sienta como un mazazo. Pero es un alivio poder constatar que no es que esté paranoica. Que se trataba de una conspiración.
—¿Qué ha pasado cuando le has arrancado el collar?
—Ni siquiera lo ha reconocido. Estaba muy confusa. Asustada de verdad. Le he contado lo del robo. La misma versión que a la Policía. Ha dicho que no se explicaba por qué había tomado una decisión tan precipitada.
—¿Pero qué pasa con el apartamento?
—Hemos acordado que te quedarás con él por ahora. Estoy completamente segura de que quiere olvidar este asunto lo antes posible.
—¿Que lo habéis acordado?
Minoo asiente y le da la última calada al cigarro.
—Tenías razón. Parece buena gente.
—¿Entonces tenía fe en ti? O sea, ¿en mí? ¿De verdad?
—No sabía muy bien qué creer —dice Minoo—. Pero ahora sabemos que no era ella la que te estaba haciendo la vida imposible. Alguien la estaba dirigiendo. Y vamos a averiguar quién.
Linnéa la mira. Se pregunta si Minoo tiene conciencia de lo importante que es esto para ella. Lo maravilloso que es lo que acaba de hacer.
El viento hace que crujan y castañeteen las ventanas de la cocina. Ida no entiende cómo soporta Minoo pasar tanto tiempo sola en esa casa.
El padre de Minoo llamó para decir que llegaría tarde y que podía pedir una pizza del Venezia. Su voz sonaba a disculpa y le recordó que la resarciría preparándoles la cena a ella y a Anna-Karin al día siguiente.
Ida ya casi se había olvidado de la cena. De pronto se imaginó con nitidez el desastre en que podría derivar que ella y Vanessa representaran el papel de Minoo y Anna-Karin delante del padre de Minoo. Durante toda la tarde. Justo después del juicio. Así que le dijo que, además, había invitado a su amiga Linnéa. Más valía contar también con la verdadera Minoo, que podría ayudarles a evitar los peores escollos. Y entonces también invitó a Ida Holmström. Le infundirá más confianza tener su propio cuerpo a la vista.
El padre de Minoo pareció alegrarse tanto con la sorpresa que casi daba pena. Es obvio que Minoo no suele llevar amigos a casa.
Ida se sirve un vaso de zumo y se sienta en la mesa de la cocina. No se atreve a mirar a la oscuridad que se ve por la ventana.
Estar ahí sentada la hace muy vulnerable. Pero no se atreve a apagar las luces. Ida se retuerce nerviosa un mechón de pelo de Minoo, tan diferente del suyo. Más espeso, rizado y como áspero.
Le gustaría poder ir al establo, pero ha llamado y ha dicho que tiene gripe. Los animales parecen notar que algo no encaja y no quiere arriesgarse a asustar a Troja. Seguro que alguna de las niñas de su club de fans estará más que dispuesta a sustituirla.
Ida levanta el vaso. Lo deja otra vez en la mesa cuando oye unos pasos acercándose por el jardín.
Se levanta y va sigilosamente al recibidor.
Probablemente sea el padre de Minoo, que ha decidido volver a casa antes, se dice.
Pero él vendría en coche, le responde de inmediato la voz del pánico.
Si sus poderes funcionaran habría podido presentir quién anda ahí fuera, pero en estos momentos está tan indefensa como una no-bruja cualquiera.
Pasos en los escalones. E Ida recuerda lo que le ha contado Minoo de las llamadas anónimas. Y de la ventana que rompieron en el Engelsforsbladet. Las cartas de amenaza que el padre de Minoo cree que ha sabido ocultarle.
Llaman a la puerta e Ida se sobresalta.
Se pega a la pared del recibidor mientras siguen llamando. No se atreve a moverse hasta que no oye los pasos alejarse por los escalones.
Pero tiene que estar segura de que quien sea se va de verdad, y no da la vuelta para buscar otra forma de entrar. Esta casa tiene muchísimas ventanas. Y la odia.
Ida va de puntillas al salón y aparta una de las cortinas.
Enseguida reconoce la figura que acaba de salir a la calle, su postura erguida, la gorra y el anorak acolchado del año anterior.
Ge.
Va corriendo al recibidor y abre la puerta. El aire frío de la tarde le da en la cara.
—Espera —grita Ida.
Gustaf se da la vuelta.
—Hola —dice, y echa a andar de vuelta hacia la casa—. Perdona, estabas durmiendo, ¿no?
—Umm —dice Ida.
Gustaf tiene una expresión que nunca le había visto antes.
—¿Puedo pasar?
E Ida lo comprende de pronto. Está nervioso.
—Claro que sí.
Se aparta a un lado y lo deja entrar.
Gustaf se quita el abrigo, y se nota que ha estado allí antes. Los celos de siempre empiezan a atormentarla.
—¿Está tu padre en casa?
—No, está trabajando.
—Ya, y tu madre vive en Estocolmo ahora, ¿no?
—Sí.
Se quedan allí. Se miran el uno al otro. Ambos apartan la mirada al mismo tiempo.
—¿Quieres tomar algo? —pregunta Ida.
—No, gracias. Solo quería… hablar un rato. Si no te importa.
—Claro que no me importa —dice Ida precipitadamente.
—Bueno, ya sabes —dice Ge.
No. No sabe. Lo único que sabe es que lleva muchísimo tiempo sin ver a Gustaf y a Minoo juntos. Sí que habría estado bien que Minoo hubiera incluido algo de información al respecto en su lista interminable.
—Umm —vuelve a decir.
Invita a Gustaf a pasar al salón y se sienta junto a él en el sofá, nota que las orejas de Minoo se ponen rojas cual semáforo y la delatan, como siempre.
Está sentada en un sofá.
A solas con Ge.
Ha invertido tanto tiempo en contemplarlo simplemente…, pero nunca había pensado en el color tan bonito de sus labios.
¿Ocurrirá ahora? ¿Será ahora cuando la bese?
No, se recuerda a regañadientes. No quiere que pase ahora. Para él no es Ida, es Minoo. No puede olvidarse de ese detalle.
—Pues no sé por dónde empezar, es que me da muchísima vergüenza —dice Gustaf—. Comprendo que estés enfadada conmigo. Creía que no me contestarías si te llamaba. Por eso he venido.
Ida asiente. Tiene que dejar hablar a Gustaf. Así, con un poco de suerte, podrá enterarse de qué va la cosa.
—Tenías razón. Engelsfors Positivo es una secta.
La mira, como para ver su reacción, y es inmediata. La temperatura de las orejas le sube unos cientos de grados.
—Desde que murió Rebecka he estado muy perdido. Hasta ahora no me he dado cuenta de cuánto. Quería creer de verdad que Engelsfors Positivo conseguiría que me sintiera bien. Me enfadé contigo porque me hiciste dudar. Y solo quiero decirte que lo siento muchísimo. Eras mi mejor amiga. La única que me entendía de verdad. Y te dejé tirada por… Rickard.
Gustaf mira a Ida con esos ojos tan bonitos. Le gustaría abrazarlo y decirle que podría perdonarle cualquier cosa.
—No pasa nada.
—Sí pasa.
—Bueno, da igual. Comprendo que estuvieras destrozado después de lo de Rebecka…
—Eso no es excusa. Debería haber sabido que no hay atajos. Tiene que doler. Puede que nunca lo supere del todo. Ahora lo comprendo. Y… si es así, pues habrá que aceptarlo.
Ida hace una cosa que nunca se habría atrevido a hacer. Le da la mano y se la aprieta con fuerza.
Tiene la mano tan cálida y seca como siempre se la había imaginado. Y se estremece toda al tocarlo.
—Tuve mis dudas desde el principio. Pero en EP te enseñan que las dudas son el enemigo. Igual que todo lo que nos impide sentirnos bien. Así que las aparté, pensé que necesitaba esforzarme más. Pero Rickard dijo una cosa el otro día que consiguió que despertara por fin.
Furioso, se seca unas lágrimas con la mano que tiene libre.
—Dijo que Rebecka se suicidó porque se dejó influir por las energías negativas del universo, que por eso estaba deprimida. Dijo que lo mismo le pasaba a la gente que moría en las catástrofes y en las guerras. Que todo se debe a que sintonizan con la longitud de onda equivocada… Es absurdo.
—Desde luego —dice Ida—. Es absurdo.
Rebecka es una persona en la que Ida hace todo lo posible por no pensar. Pero ahora no puede evitarlo. El año pasado la odiaba con toda su alma. Apareció de la nada y le robó a Gustaf. Pero ahora por fin comprende que en realidad nunca se paró a pensar en quién era Rebecka. Mientras vivió, la vio como un obstáculo en su camino hacia Gustaf. Y cuando murió, se convirtió en una prueba de que Ida no tenía muchas posibilidades.
Hasta ahora no ha comprendido de verdad lo mucho que Gustaf quería a Rebecka. Eso hace que le guste todavía más.
—Rickard lleva mucho tiempo queriendo que forme parte del núcleo, pero yo siempre le he dicho que no. Supongo que en mi fuero interno no quería saber qué pasaba en ese núcleo. No dispongo de ninguna prueba, pero tengo la sensación de que los rumores de lo ocurrido con Linnéa Wallin… De que le hicieron algo de verdad.
A Ida le gustaría poder contárselo, hablarle de Erik, pero han acordado atenerse a la versión que Linnéa le dio a la Policía.
—Esa tarde entraron a robar en casa de Linnéa. Lo ha denunciado.
—Estoy seguro de que fueron ellos. Estaba en el centro esa misma tarde, y definitivamente, algo se estaba cociendo. Han perdido el contacto con la realidad por completo. Creen que pueden hacer lo que quieran, y que no les va a pasar nada. Te juro que dan miedo.
—Pero ya está —dice Ida—. Lo has dejado.
—No —dice Gustaf—. Hace poco llamé a Rickard y me disculpé. Le dije que quería entrar en el núcleo.
—Pero…
—Si lo hago, podré reunir información para tu padre, para que pueda publicarla. Tenemos que desenmascararlos antes de que la cosa degenere.
—No —dice Ida—. ¡Es demasiado peligroso!
—No me preocupa —dice Gustaf—. EP dice que ayuda a la gente, pero solo son los fuertes y los que ya tienen «éxito» los que se benefician. Ese parece ser el caso de los cabecillas. Como Erik e Ida.
Ida aparta la mano.
—¡Si Ida ni siquiera está con ellos!
—El otro día la vi en el centro.
—Sí, pero solo porque está con Erik. Bueno, estaba. Lo han dejado. Ni siquiera estaba enamorada de él.
Gustaf se echa a reír.
—Parece como si la estuvieras defendiendo.
—¿Y por qué no?
—¿Estás hablando en serio?
Ida traga saliva. Puede que esta sea la única ocasión que tenga de oír la verdad. Pero no sabe si quiere.
—¿Pero qué es lo que tiene de malo Ida?
Gustaf sonríe desconcertado.
—Es una falsa de tomo y lomo. Es mala persona incluso con sus mejores amigos. En el fondo no creo que tenga sentimientos de verdad. Salvo por sí misma.
—¡Claro que los tiene! —dice Ida, y se le enciende toda la cara—. Claro que tiene sentimientos de verdad. ¡Montones de sentimientos!
—Pues los disimula muy bien —dice Gustaf.
—Yo creo que ahora Ida es… diferente —dice Ida—. Sabe que ha obrado mal. A veces.
Gustaf la mira con curiosidad.
—Creo que está intentando mejorar —continúa.
—¿Te refieres a esos rumores de que ha tomado partido por Linnéa antes que por Erik? ¿Fue así de verdad?
—Pues sí. Así que ya lo ves. También tiene otras facetas. Solo que no es fácil. O sea, que es demasiado. O sea que, ¿por dónde se empieza?
—¿Pero de qué estás hablando?
—Sí, que ¿por dónde se supone que tendría que empezar? ¿Si quisiera cambiar?
—Por dejar de comportarse como una zorra, ¿no? O por pedir perdón a la gente a la que ha hecho daño. Aunque entonces debería darse prisa, si quiere acabar antes de morirse.
Gustaf se echa a reír.
E Ida empieza a llorar. Le ocurre tan de repente que no tiene tiempo de contenerse.
Al menos es Minoo y no ella la que se pone en evidencia delante de Gustaf.
—¿Pero qué te pasa? —dice Gustaf.
Ida menea la cabeza.
—Que me alegro de que hayas venido —consigue decir al fin.
—Ya. Y así te pones cuando estás contenta, ¿no? —le dice sonriendo.
—Me alegro de que podamos hablar, aunque estemos hablando de cosas muy complicadas.
—Lo sé. Yo también.
Gustaf la rodea con un brazo, la atrae hacia sí. Y no la suelta ni siquiera cuando deja de llorar, sino que la sigue abrazando.
Una luna rotunda y roja ilumina el cielo nocturno, pero la luz arranca destellos plateados a las aguas negras del arroyo. Minoo se acerca y cae de rodillas en el suelo húmedo. Observa su cara reflejada. Cambia con los movimientos del agua.
Y de pronto se transforma por completo.
Unos rizos pelirrojos enmarcan la cara pálida de ojos cerrados. Por un instante, Minoo cree que es Rebecka y alarga la mano hacia la superficie. Justo antes de rozar el agua, la imagen se aclara y ve quién es en realidad.
La cara que entrevieron en la sesión de espiritismo.
Matilda.
Abre los ojos y mira a Minoo.
Has demostrado un gran valor al romper el vínculo mágico.
Matilda no mueve los labios cuando habla.
—¿Te refieres a Diana? ¿Sabes algo del collar?
Es un amuleto. Lo usaban para controlarla.
—¿Pero quiénes? ¿Quiénes la controlaban?
Hace falta una magia muy poderosa para utilizar un amuleto de ese modo. La persona que controlaba a Diana tiene que ser el bendecido por los demonios.
—¿Pero quién es el bendecido? ¿Es el brujo que percibió Ida en el centro de Engelsfors Positivo? ¿Es Helena? ¿Quién es?
Es secreto.
Dos plumas negras se deslizan sobre el agua. La cara de Matilda se desdibuja unos segundos cuando pasan por encima.
El bendecido tiene varios crímenes sobre su conciencia. Pronto os daréis cuenta.
—¿Cómo lo sabes si no sabes quién es el bendecido?
Matilda sigue mirándola sin decir nada y Minoo siente crecer la frustración. La joven que fue Matilda le inspiraba simpatía. Pero la Matilda que se les ha manifestado apenas parece humana. Siempre se ha comportado como un ser superior que va repartiendo pistas aquí y allá. ¿En eso se convierte uno cuando pasa siglos con los protectores como única compañía?
—¿Qué debemos hacer? —dice Minoo.
Matilda la mira con expresión grave.
Después del juicio debéis encontrar y detener al bendecido.
La luna roja se apaga en el cielo. Pero el brillo de las gotas plateadas sigue salpicando la superficie oscura del arroyo.
El tiempo se está agotando.
La cara de Matilda se estremece hasta desaparecer.