26

Vanessa está bailando, pero hay tanta gente en el salón de la casa de Evelina que, más que bailar, lo que hacen es rebotar contra los demás cuerpos, tan sudorosos como el suyo. La canción llega a un punto en que se reduce al ritmo más elemental, el bajo hace temblar todo el apartamento, y Vanessa levanta los brazos, a la espera de que vuelva a estallar el estribillo. Se siente como un cohete a punto de despegar.

—¡Feliz cumpleaños! —le grita a Evelina y le da un beso en la boca.

Y ahí viene el estribillo. Vanessa y Evelina empiezan a saltar como locas.

Vanessa se siente llena de vida. ¿Y por qué no? ¿Por qué tendría que acabarse la vida por el hecho de no estar con Wille? Wille es un pringado. Va dando trompicones hacia la estantería donde se ha dejado la copa, apaga la sed mientras sigue bailando.

La canción llega a su fin y viene a remplazarla un ritmo de hiphop, con una chica que rapea que ella sabe a caramelo. Vanessa mira a su alrededor. Evelina se ha ido. Pero al otro lado de la habitación está Jari. Llevan todo el verano coincidiendo en las mismas fiestas, pero nunca lo ha visto como ahora. Él le sonríe y se acerca.

—Parece que te lo estás pasando bien —dice apartándose el flequillo castaño.

Vanessa no responde, sino que deja el vaso y lo arrastra al centro de la habitación. Le pone un brazo alrededor del cuello y se mueve al ritmo de la música, tan cerca de él que sus cuerpos casi se rozan, pero solo casi.

Jari intenta dar unos pasos de baile. Es un poco patoso, pero no importa, le parece tierno.

—He oído que estás soltera.

Ella vuelve a perder el equilibrio y sus cuerpos se aprietan uno contra el otro. Jari le rodea la cintura. Mierda, qué bueno está.

—Casi había perdido la esperanza de que le dieras pasaporte a ese idiota —le susurra al oído.

—Yo también —dice Vanessa.

Evelina regresa a la habitación y se acerca hasta ellos.

—Perdonad, pero Michelle está flipando otra vez. Lo mismo de siempre.

Vanessa hace un gesto de impaciencia. La relación de Michelle y Mehmet ha sido intermitente desde que empezaron. Esta semana no están juntos. ¿Y qué? Cuando acabe la fiesta estarán juntos otra vez.

Le dice a Jari que ahora vuelve, le da la mano a Evelina y se abre paso entre la gente.

—Así que Jari y tú, ¿no? —le dice Evelina.

—Ya veremos.

—Mi madre siempre dice que lo mejor para dejar atrás a un hombre es ponerse delante a otro —dice Evelina.

—¿Así que por eso se ha acostado con media ciudad? —dice Vanessa, se echan a reír y hacen gestos de asco.

En la cocina hay más gente si cabe. La música se ahoga entre las voces ebrias y estridentes. El fregadero está lleno de latas de cerveza vacías, botellas de plástico y limones exprimidos. Bajo los tacones de Vanessa crujen trozos de vasos rotos.

Evelina la conduce al balcón y tienen que abrirse paso por medio del grupo de tíos que hay allí. Michelle está llorando acurrucada en un rincón. Se le ha corrido tanto el maquillaje alrededor de los ojos que parece un oso panda triste.

Vanessa no sabe si es por la borrachera, pero parece que el suelo se inclina bajo sus pies. ¿Cuántas personas aguantará este viejo balcón destartalado? No quiere ni pensarlo.

—¿Qué ha pasado? —pregunta sentándose al lado de Michelle.

Michelle se le echa al cuello y se sorbe los mocos ruidosamente.

—El puto Mehmet, que pasa de mí.

Vanessa le acaricia la espalda y mira de reojo a Evelina.

—Pues pasa de él tú también —dice Vanessa.

—Pero… es que… yo… lo quie… rooo —dice Michelle entre sollozos. Suena como si fuera a ahogarse entre los mocos y las lágrimas, y tiene que tragar varias veces antes de seguir—. Casi no me ha mirado en toda la noche. Está todo el rato hablando con Rickard.

Vanessa lleva varias horas sin ver a Mehmet y no sabe a qué Rickard se refiere Michelle.

Evelina señala discretamente la ventana del dormitorio que hay justo al lado del balcón, y Vanessa se levanta para mirar.

Mehmet está sentado en la cama de la madre de Evelina con uno de los tíos del EIK. Ah, ese Rickard. Ese chico amable con gafas, de un guapo insípido, pero que es un pavo integral que solo es capaz de hablar de fútbol, batidos de proteínas y resultados deportivos. No son precisamente los temas que más le interesen a Mehmet, pero parece estar completamente absorto en lo que Rickard tiene que contarle.

Vanessa vuelve a sentarse al lado de Michelle.

—¿A quién le importa? Joder, venga, Michelle. Somos las más guapas de la fiesta…

Michelle levanta la vista. Tiene los ojos enrojecidos, pero se echa a reír.

—¿A que sí? ¿A que es verdad? Evelina, tú y yo.

—Pues claro. Y ni Mehmet ni Wille ni nadie pueden quitarnos eso. Solo se tienen diecisiete años una vez en la vida. ¿Tú crees que nos acordaremos de ellos dentro de unos años?

Michelle se echa a reír y le sale una gran burbuja de mocos al resoplar por la nariz. Vanessa se lo limpia con el dobladillo del vestido. Luego le seca las lágrimas de las mejillas. El vestido se le llena de manchas de rímel.

—Así que espabílate.

Michelle asiente y Evelina les ayuda a levantarse. A Vanessa le da vueltas la cabeza.

—¿Sabéis qué necesitamos? ¡Más alcohol!

Unas horas después Vanessa está medio tumbada en el sofá raído del salón. El sofá la mece despacio, como si estuviera flotando en un mar en calma, y las voces se funden con la música formando un muro acústico de efecto hipnotizador. La culpa de todo la tienen los chupitos de Evelina. Vanessa vuelve a soltar una risita. Quiere mucho a sus amigos. En este momento quiere a todo el mundo.

—¿Cómo va eso? —le pregunta alguien al oído y Vanessa abre los ojos lentamente.

Jari. Tiene la cara muy cerca.

—De puta madre —le responde, y de pronto se siente totalmente despejada.

Como cargada de energía a la que tiene que dar rienda suelta. A la de ya. Es el momento de comprobar si la teoría de la madre de Evelina tiene alguna solidez.

Levanta la cabeza y lo besa. Y él no duda. Le devuelve el beso.

Jari tiene la boca cálida y suave. Vanessa reacciona con un cosquilleo en los labios. Vuelve a dejarse caer en el sofá y él la sigue, la cubre con su cuerpo. Desliza las manos bajo la camiseta de Jari. Alguien les silba y ellos se echan a reír, mordisqueándose los labios.

Espero que Wille se entere, piensa Vanessa.

Y esa idea se carga todo el ambiente. Las terminaciones nerviosas dejan de reaccionar a las caricias de Jari. En lo único en lo que puede pensar ahora es lo distintos que son sus besos de los de Wille, más lentos, más seguros.

Jari es demasiado ansioso.

Vanessa cierra los ojos, trata de dejarse llevar por la sensación que tenía hace un momento. Pero cuando Jari empieza a acariciarle la cadera, se da la vuelta para apartarse.

Mierda, mierda, mierda. No funciona. Mierda de Wille. Mierda de todo.

Vanessa le pone a Jari una mano en el pecho y lo retira. Él la mira asombrado.

—¿Qué pasa?

—Nada —dice Vanessa.

Lo ve tan preocupado que se esfuerza por sonreír. Le gusta Jari. Solo que no es a él a quien quiere besar en este momento.

—Acabo de caer en que tengo que irme a casa.

Jari se levanta del sofá al mismo tiempo que Vanessa. Se tambalea y él alarga el brazo para que se apoye.

—¿Te acompaño? ¿Estás bien?

Vanessa hace un gesto con la cabeza.

—Estoy muy bien —dice, y desearía que fuera verdad.

La oscuridad de la noche es total y huele a hojas marchitas. Por más que el calor se empeñe en hacer creer a la ciudad lo contrario, ha llegado el otoño. Septiembre.

Vanessa tiene que taparse un ojo para poder ver qué le está escribiendo en el mensaje a Evelina.

M VOY A CASA 3 3 3

Oye a unos hombres dar voces y a unas mujeres reírse calle abajo. Música que retumba. Ruido del Götvändaren. Entorna los ojos para ver la hora en el móvil. Las doce y media. Falta media hora para que cierren. Dentro estarán en pleno apogeo.

Hay grupos de gente en la entrada. Van haciendo eses, balbucean, se apoyan los unos en los otros. Los que peor están son los de mediana edad, precisamente los que más tiempo han tenido para aprender a aguantar el alcohol. Vanessa capta fragmentos de conversaciones al pasar junto a ellos. Están en plena negociación. Quién se va con quién a casa, quién seguirá de fiesta, quién se irá a casa solo.

Por la ventana, ve a un chico y a una chica en la barra. Están tan cerca el uno del otro que deben de llevar poco tiempo juntos. La cola de caballo de pelo oscuro y brillante de la chica se balancea cuando se ríe.

Vanessa se pregunta cómo se puede ser feliz de esa forma tan inocente. ¿De verdad se puede olvidar la posibilidad tan microscópica que hay de que eso dure? ¿Podrá ella volver a sentirlo alguna vez? En este momento, desde luego, tiene la sensación de que se encuentra en la zona de riesgo para convertirse en una resentida por siempre jamás.

Luego, todo ocurre muy deprisa.

Jonte aparece en la barra.

La chica se vuelve hacia él y le sonríe, y Vanessa reconoce levemente ese perfil.

El chico que está con ella le acaricia la barbilla juguetón y la besa en la boca.

Vanessa le ve la cara y se queda estupefacta.

Wille. Es Wille. Recién afeitado, con un peinado diferente y una camiseta negra que le queda más ajustada que de costumbre.

Las entrañas de Vanessa se convierten en una maraña de serpientes resbaladizas, que reptan y se enredan entre sí. Corre hacia la parte de atrás del Götvändaren y se inclina sobre un arbusto del aparcamiento. Las náuseas son intensas, violentas, pero no vomita nada, salvo saliva transparente y viscosa.

Se pone derecha. Sabe que lo que se le acaba de ocurrir no es buena idea. Pero es imposible resistirse.

Cierra los ojos. Trata de concentrarse en su poder. Se da cuenta de que es mucho más difícil después de haber bebido. Se esfuerza tanto que vuelve a sentir náuseas, y entonces nota la magia como un soplo de aire. Se sumerge en la invisibilidad. Respira hondo y camina hacia la entrada del Götvändaren.

El Consejo les ha prohibido que usen la magia. Todo tipo de magia. Ese capullo de Alexander intentó asustarlas, insinuó que tenían espías por todas partes. Pero ¿cómo van a poder ver los espías, si es que existen, a una persona que es invisible? Estira el dedo corazón de ambas manos y da una vuelta completa, solo para hacer una prueba.

Vanessa pasa de largo junto al portero, que está medio sentado en un taburete alto y mira aburrido al infinito.

Es el que las echó a ella y a Evelina el verano pasado. Vanessa no puede aguantarse. Le tira un pellizco en la oreja, repentino y con fuerza, y el portero salta del taburete y mira con cara de pocos amigos a su alrededor. Ella se echa a reír y entra en el local.

Hace un calor tropical allí dentro. Huele a cuerpos, a alcohol y a desesperación. El DJ ha puesto una canción antigua que su madre oye de vez en cuando. Las luces estroboscópicas le confieren a todo un aspecto onírico mientras Vanessa cruza la pista de baile.

Se abre paso entre un grupo de chicas y le da un empujón a una de ellas, que cae al suelo como un pelele de piernas largas y tela de flores.

Las demás se retuercen de risa.

Sorry, piensa Vanessa mientras camina hacia la barra.

Ve a Jonte de lado. Está bebiendo cerveza directamente de la botella.

Vanessa rodea una columna y ve a Wille y a la chica del pelo oscuro. Están sentados en sendos taburetes.

O sea, que esa es Elin.

Es guapa. Mierda, es guapa de verdad. Tiene los pómulos marcados, las cejas perfectamente depiladas y la piel como si se la tratara todas las noches con cremas carísimas.

Y entonces Vanessa la reconoce. Trabaja en el banco de la plaza de Storvallstorget. Fue la que los acompañó a ella y a Nicolaus a la cámara de las cajas de seguridad.

Vanessa era invisible también en aquella ocasión.

Esa chica con la que te ha engañado. Tú la has visto una vez, pero ella nunca te ha visto a ti.

Vanessa empieza a estar harta de que la Mona esa de las narices siempre tenga razón.

Se va acercando hasta que llega a su lado. Elin se ha vuelto hacia Wille otra vez. Parece completamente hipnotizado por ella.

Vanessa tiene la sensación de haber entrado en un universo paralelo. Hace solo unas semanas, Wille era la persona más importante de su vida, en torno a la cual giraba su cotidianidad. Estaban prometidos, quería irse con él de Engelsfors algún día. Y ahora está sentado mirando a otra de esa forma que Vanessa tan bien conoce, porque a ella solía mirarla igual.

Las serpientes empiezan a revolverse otra vez en el estómago. Se le llena la boca de saliva y traga con decisión.

—Empieza a ser hora de que nos vayamos, ¿no? —dice Elin sonriendo de un modo que solo puede significar una cosa.

Y Wille, que nunca se va de una fiesta mientras queden alcohol o drogas, afirma con gesto complaciente y la besa.

—Voy al baño y ya —dice Elin, se baja del taburete y se marcha.

—Nosotros nos vamos —grita Wille por encima de la música, y Jonte asiente.

De modo que Elin y él ya son un nosotros, piensa Vanessa. Es como si ni siquiera se acordara de mí.

—Yo me quedo —responde Jonte también a gritos, y se vuelve hacia la barra para pedir.

El ambiente entre los dos amigos parece tenso.

Bien, piensa Vanessa.

Wille se queda sentado mirando hacia los baños. Vanessa ve su oportunidad. Se sienta a su lado, en el taburete. El cuero de imitación de plástico conserva el calor del culo de Elin.

Vanessa se inclina hacia Wille. Percibe ese olor suyo tan familiar. Las lágrimas le queman los ojos. Cuando él levanta la cerveza, se le acerca al oído.

—¿Cómo has podido hacerme esto? —le susurra.

Wille da un respingo y unas gotas de cerveza fría salpican el muslo de Vanessa.

—¿Nessa? —dice con voz ronca.

Jonte se da la vuelta.

—¿Qué te pasa?

Wille abre la boca pero Vanessa se adelanta.

—No digas nada. Pensará que estás loco —le susurra.

Wille cierra la boca, mira a Jonte y menea la cabeza.

—A lo mejor estás loco —sugiere Vanessa, y Wille palidece—. O yo estoy realmente aquí y no puedes hacer nada al respecto. Elige tú lo que quieras creer, pero veo todo lo que haces. Lo sé todo. Cada vez que te acuestas con ella, yo estoy allí viéndolo. Y oigo todo lo que le dices.

Le sopla levemente en la cara y Wille abre los ojos de par en par, aterrorizado.

—Nunca más tendrás secretos para mí —le susurra, y se levanta.

Cuando alza la vista, Jonte la está mirando directamente.

No, ahora se da cuenta. No es a ella a quien mira. Sino en su dirección. Como si presintiera que está allí.

—¿Va todo bien? —dice Jonte, y Wille menea la cabeza.

La música ahoga sus carcajadas.

i1

Fuego
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