35

Desde fuera, la casa parece tan deshabitada como la última vez que Minoo la vio. En el piso de abajo, las ventanas siguen clausuradas con tablones de madera.

Viktor se encamina directamente a la entrada. Abre la puerta con llave y la invita a entrar con un gesto anticuado y excesivo.

Al otro extremo del inmenso recibidor, en lo que en tiempos fue la recepción de la hospedería, hay un largo mostrador de madera y una estantería con casilleros pequeños para las llaves. En el techo y en las paredes se aprecian enormes desconchones de pintura. Pero huele a limpio. A un limpio antinatural. Igual que olía en casa de Adriana.

—Ven —dice Viktor.

Se dirige al pasillo y le indica que lo siga.

Camina dos pasos por detrás de él en la oscuridad. Lo único que se oye es el ruido de sus zapatos en el suelo de baldosas. Unos débiles rayos de luz se cuelan por entre los resquicios de las contraventanas.

Cuando se acercan al final del pasillo, Viktor le dice que espere y dobla la esquina.

Minoo oye los pasos alejarse, una puerta que se abre y que se cierra. Y todo queda en silencio.

Se da la vuelta y mira hacia la salida. Es su oportunidad de huir. Porque, ¿y si esto no es un interrogatorio? ¿Y si Viktor y Alexander quieren hacerle algo?

Nadie sabe que estoy aquí, piensa Minoo y de repente siente como si aquella casa gigantesca se la hubiera tragado.

Adriana estaba aterrorizada cuando le advirtió a Minoo sobre Alexander, su propio hermano. ¿Quién sabe lo lejos que podría llegar para sacarle la verdad?

No podéis ir en contra de Alexander. Y hagáis lo que hagáis, ¡no mintáis en el interrogatorio!

Pero Minoo debe mentir. Las Elegidas no tienen otra opción si quieren protegerse y proteger a Anna-Karin.

Se han puesto de acuerdo sobre lo que deben decir y Minoo ha ensayado las mentiras una y otra vez, tratando de hacer que suenen reales.

El ruido de unos pies arrastrándose por el pasillo a su espalda casi hace que se le pare el corazón. Al darse la vuelta no ve más que sombras, pero no se cree que el ruido fueran imaginaciones suyas. El pasillo está vacío y aun así, Minoo tiene la clara sensación de que la están observando.

Cuando Viktor grita su nombre tiene que reprimir las ganas de salir corriendo hacia él.

Entran en una biblioteca con el suelo de baldosas como un tablero de ajedrez y estanterías atestadas que llegan al techo. Varias lámparas de pie irradian una luz cálida. En otras circunstancias, esta habitación habría sido para Minoo el paraíso terrenal.

Alexander está sentado en un sillón delante de una puerta de doble hoja. Con un gesto, le indica que se siente frente a él en otro sillón idéntico.

Ella obedece sin pronunciar palabra. Es un sillón muy mullido y se hunde como si fuera una niña pequeña. Debe formar parte de su estrategia de guerra psicológica.

Viktor se queda de pie junto a la chimenea detrás de Minoo, y saber que la está vigilando no contribuye a que se sienta más tranquila.

Piensa en las demás. En que deben solucionar esto juntas. Por el bien de Anna-Karin.

Minoo tiene la mirada fija en Alexander. Debe mostrarse tan fría como él, igual de indescifrable.

—¿Quieres agua? —le pregunta señalando una jarra y un par de vasos que hay a su lado en una mesita.

—No, gracias —responde Minoo, aunque tiene sed.

Quién sabe lo que él y Viktor habrán puesto en el agua. Ella misma engañó a Gustaf para que tomara el suero de la verdad una vez…

Minoo se deshace de esa idea al comprender que no solo debe tener cuidado con lo que dice. Si el elemento de Viktor es el agua quizá pueda leer la mente, igual que Linnéa. ¿Por qué no se le habrá ocurrido antes?

—Por razones de protocolo empezaré por preguntarte si eres Minoo Falk Karimi —dice Alexander cruzando las manos en el regazo.

—Sí —responde, y se pregunta si será la última vez que diga la verdad en aquella sala.

—Esto es un interrogatorio. Pero también es algo así como una prueba.

Minoo se retuerce en el sillón y consigue hundirse aún más.

—¿Una prueba de qué?

—De tu lealtad hacia el Consejo.

Cada vez se le hace más difícil no mostrar lo asustada que está. Trata de convencerse de que ha hecho cosas más peligrosas desde que supo que era una de las Elegidas.

Cosas en las que no puede pensar, por si Viktor las oye.

—Es crucial que digas la verdad —afirma Alexander—. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

—Sí —responde Minoo.

La primera mentira.

Oye un arañazo y se da la vuelta en el sillón. Viktor ha sacado un cuadernito de notas negro en el que garabatea con un lápiz. Probablemente vaya a escribir todo lo que ella diga.

O piense.

Si fuera tan buena como las demás para notar la presencia de la magia… Ni siquiera se atreve a levantar una defensa mágica. ¿Y si libera el humo negro por error? Las demás Elegidas no pueden verlo, pero ¿y si Viktor y Alexander pueden? ¿Y si de alguna manera lo saben y solo están esperando a que lo haga?

—Quiero que tengas claro que castigamos a quienes nos engañan —dice Alexander—. Pero recompensamos a quienes colaboran. ¿Lo has entendido?

Minoo asiente.

—Responde sí o no —dice Alexander.

—Sí.

—¿Sabes dónde se encuentra Nicolaus Elingius?

—No —responde Minoo aliviada al poder decir la verdad.

—¿Sabes algo de su pasado?

—No sé más que vosotros —dice concentrándose en la base de la nariz de Alexander, con la esperanza de que crea que lo está mirando a los ojos.

—¿Os habéis reunido en su apartamento?

Minoo se queda callada un segundo. Debe ser cautelosa en sus respuestas, recordar lo que han decidido. Decir la verdad en la medida de lo posible antes de verse obligadas a mentir.

—He ido a echarle un vistazo. A regar las plantas y eso.

A Minoo se le acelera el corazón.

—O sea, que no os habéis reunido allí para practicar la magia.

—No.

Se oye el roce del lápiz sobre el papel mientras Viktor va anotando.

—De ahora en adelante, no podréis ir al apartamento de Nicolaus —dice Alexander—. Y aprovecho para repetir que no podéis experimentar con la magia por vuestra cuenta bajo ningún concepto.

Minoo trata de bloquear todos los pensamientos de la sesión de espiritismo que tendrá lugar mañana. Solo lleva unos minutos de interrogatorio y ya está extenuada.

—Háblame de la noche de la luna de sangre —dice Alexander—. De cómo descubrieron sus poderes las demás. Y del fallecimiento de Elias y de Rebecka.

Minoo respira hondo. Muy despacio, trata de ofrecerle a Alexander una versión minuciosa y tan verídica como puede sin ni siquiera insinuar que contravinieron las órdenes de Adriana, que ella lo sabía y aun así dejó que siguieran adelante, y que desenmascararon y neutralizaron a Max.

Es una historia llena de fisuras.

Cuanto termina, Alexander se queda un rato en silencio.

—¿Cuándo se informó a Anna-Karin de que había incumplido las leyes del Consejo? —pregunta luego.

—Cuando nos enteramos de la existencia del mismo. Fue cuando Adriana nos contó que éramos brujas.

—¿Siguió practicando la magia de algún modo que incumpliera las leyes del Consejo después de la advertencia?

—No.

—Según mis fuentes, Anna-Karin mantuvo su… posición prominente en el instituto durante todo el primer semestre. Incluso después de que Adriana López la hubiera informado de que no está permitido manipular el entorno de ese modo.

Minoo tiene la boca tan seca que parece que se le ha momificado la lengua. Mira ansiosa la jarra de agua.

—Es que funciona así. Anna-Karin no usó los poderes con todo el mundo, pero muchos se subieron al carro. Al ver que Anna-Karin les caía bien a otros, empezó a caerles bien a ellos. Y supongo que el efecto se mantuvo incluso después de que dejara de usar la magia.

—Interesante. ¿Y cuánto tiempo duró eso?

—Puede que hasta después de las vacaciones de Navidad.

—Y entonces dejó de ser «popular». Así, sin más, ¿no?

—Sí.

—¿Y no te parece más lógico que fuera porque no dejó de usar la magia en el instituto hasta entonces?

—Sí, puede parecer más lógico. Pero no fue eso lo que pasó.

Minoo siente que se le encienden las mejillas. Lo único que se oye es el roce del lápiz de Viktor.

—Quisiera hacer una pregunta —dice tratando de aparentar calma y tranquilidad—. ¿Cómo se desarrollará el juicio? No hemos recibido ninguna clase de información.

—Tendréis la información necesaria —responde Alexander.

A decir verdad, Minoo no se atreve a seguir preguntando. Pero debe hacerlo si quieren tener la menor oportunidad de prepararse.

—¿Pero no habrá un abogado defensor que ayude a Anna-Karin? Es que no sabemos nada de cómo va esto…

—Tendréis la información necesaria —repite Alexander, y se le ensombrece la mirada.

Se sirve un vaso de agua y lo apura de un par de tragos. Luego vuelve a mirar a Minoo.

—¿Encontrasteis al culpable en algún momento? ¿Al bendecido por los demonios?

—No.

—Entiendo —dice Alexander—. ¿Así que los ataques contra vosotras cesaron tan rápido como empezaron?

—Sí. Puede que los demonios se rindieran.

Alexander sonríe burlón.

—Y tus poderes, ¿qué puedes decirme de ellos?

Siente como si se le hubieran encogido los pulmones. No le entra aire suficiente para respirar.

—No sé si tengo poderes. Por lo menos yo no he notado nada.

—¿Estás segura?

—Sí.

Alexander la escruta con la mirada.

—En ese caso, quiero volver a hablar de Anna-Karin. Cuéntamelo todo sobre su forma de practicar la magia. Desde el principio.

Cuando Minoo vuelve a la calle han pasado tres horas, pero a ella le parecen veinticuatro. Tiene la cabeza hecha un lío. Lo único que tiene claro es la sensación de haber hablado de más, de haber dicho lo que no debía, de haberlo estropeado todo, para todas.

Tal y como Viktor le había prometido, recuperó el teléfono móvil después del interrogatorio. Sufrió un ataque de pánico cuando recordó el mensaje de Vanessa sobre las limaduras de hierro. Las Elegidas suelen borrar todos los mensajes que se envían, pero esta vez Minoo no tuvo tiempo de hacerlo antes de que Viktor le quitara el teléfono. No le cabe duda de que lo ha leído.

Minoo suelta un taco para sus adentros. Antes de que llegue el momento del interrogatorio de Vanessa, tienen que encontrar para las limaduras de hierro un campo de aplicación inocente y no relacionado con la magia, en el que Minoo y Vanessa pudieran tener un interés común.

Cruza la explanada y sigue el camino hacia las esclusas sin volver la vista atrás, segura de que Viktor la vigila desde alguna de las ventanas del piso superior. Se ha ofrecido a llevarla a casa, pero ya ha tenido suficientes representantes del Consejo por hoy. Para toda la vida, de hecho. Viktor casi parecía decepcionado, como si estuviera deseando retomar sus intentos de provocarle una crisis nerviosa.

Minoo sigue el curso del agua. El sol de la tarde brilla en la superficie. Casi se queda hipnotizada con el dibujo siempre cambiante que va formando.

Cuando oye la cascada de agua de las esclusas, levanta la vista y ve a Gustaf.

Aminora el paso y se detiene.

Está leyendo en un banco. No la ha visto. Todavía puede escaquearse.

Pero de pronto la embarga una pena inmensa. Era tan inverosímil que ellos dos, precisamente, se hicieran amigos… Y tan terriblemente innecesario que dejaran de serlo…

Lo ha echado de menos estas semanas. Se da cuenta ahora al verlo ahí, en el mismo sitio donde solían pasear el verano pasado. Nunca tendrá mejor ocasión que esta para pedirle perdón.

—¡Gustaf! —lo llama mientras se acerca.

Él levanta la vista.

—Hola —dice cerrando el libro de biología que tiene sobre las rodillas.

Minoo se detiene delante del banco. Se plantea sentarse, pero el sitio vacío que hay junto a Gustaf es un paisaje lunar de cacas de pájaro secas.

—¿Qué haces por aquí? —dice Gustaf.

—Nada. He salido a dar un paseo.

—Ah.

Gustaf le da una patada a una piedrecita y Minoo la sigue con la mirada. Surca el aire y aterriza con un plof en el canal, por debajo de las altísimas compuertas de las esclusas.

—Vaya, pues me había parecido que estabas con Viktor antes —dice Gustaf—. En un coche. ¿Eras tú?

—Sí.

—O sea que sales con ese idiota, ¿no? —dice Gustaf estupefacto.

—Estamos en la misma clase. Y puedo relacionarme con quien quiera, digo yo.

No puede contenerse. Ya la han cuestionado bastante por hoy. Y además, personas a quienes tampoco puede revelar la verdad.

—Vale, vale —dice Gustaf—. En realidad no lo conozco. Pero no es que cause muy buena impresión.

—Ya, pero como acabas de decir, no lo conoces.

Le parece completamente absurdo estar ahí defendiendo a Viktor.

—¡Qué más da! Si te cae bien, seguro que es… normal —dice Gustaf.

Minoo lo mira. Ve que lo está intentando. No puede fastidiarla otra vez.

—Gustaf… Perdón. Lo que pasó la última vez que nos vimos fue una pena.

—No te preocupes —responde y se nota que lo dice de verdad.

—No quiero que nos peleemos.

—Yo tampoco.

Está como pensando en algo. Ella aguarda esperanzada.

—No soporto estar siempre analizándolo todo. Destrozar las cosas a fuerza de darles vueltas.

Minoo asiente. Sabe a qué se refiere. Acaba de describir lo que es su especialidad.

—Quiero volver a sentirme bien —continúa—. Dejar de pensar todo el rato. Librarme de las pesadillas y toda esa basura. Y creo que esto de Engelsfors Positivo puede ayudarme.

Gustaf la mira con cierta reserva.

—A ti también podría ayudarte a sentirte mejor. O por lo menos, eso cree Rickard.

Minoo se lo queda mirando.

—¿Que Rickard cree eso? Si ni siquiera me conoce.

—Yo le he contado un poco… —dice Gustaf sin mirarla a los ojos—. De lo que estuvimos hablando. Rickard me dijo que es difícil seguir adelante si te rodeas de personas negativas.

Minoo suelta una carcajada de amargura.

—Personas como yo, ¿o qué?

—No es eso… —dice Gustaf.

Minoo tiene la cara ardiendo. ¿O será el aire que la rodea? No nota la diferencia. Es como si la frontera entre su cuerpo y el resto del mundo estuviera disolviéndose.

—¿Qué quieres decir exactamente? ¿Que ya no somos amigos?

Le duele pronunciar esas palabras. Es como si se le desgarraran las cuerdas vocales al intentar reprimir el llanto.

—No, no. Eso no. Es solo que quisiera darle una oportunidad seria a esta historia de EP.

—Ya, pero entonces no podrás relacionarte con «personas negativas».

—Minoo…

—¿Por qué no lo dices abiertamente?

A Gustaf también se le ha enrojecido la cara.

—¡Lo único que quiero es poner un poco de orden en mi vida!

—¿Dejando que Rickard decida qué debes pensar y opinar y sentir? ¿Y con quién te relacionas?

—No digo que tenga razón, es solo que lo que él dice…

—Claro, y como siempre, tú no tienes una opinión propia. Eres un cobarde…

Sabe que ha vuelto a ir demasiado lejos. Eso es precisamente lo que Gustaf se reprocha, su cobardía. No haberse atrevido nunca a preguntarle a Rebecka por los problemas que supuestamente la condujeron a lo que él cree que fue un suicidio.

Y, a pesar de todo, Minoo no sabe si podrá evitar ir aún más lejos. Le gustaría preguntarle qué piensa que diría Rebecka de la filosofía de Rickard, de si hay que rehuir a las personas que no son lo bastante felices ni están lo bastante satisfechas, a las personas que tienen problemas y se sienten mal.

Si mete a Rebecka en esto, nunca podrá perdonárselo. Pero si se queda un segundo más, no podrá evitarlo. Tiene que irse de allí.

Pero Gustaf se le adelanta.

—Debería irme a casa ya.

Minoo solo puede asentir. Si abre la boca, esas palabras prohibidas saldrán volando y lo arrasarán todo.

Gustaf se pone de pie.

—No quería que esto quedara así —dice antes de irse.

Lo sigue con la mirada hasta que desaparece de su vista. Siente que se ha marchado de su vida para siempre.

Del fondo del canal sale un burbujeo y Minoo mira en esa dirección.

Una pompa de agua enorme asciende a la superficie. Estalla con un chapoteo.

i1

Fuego
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