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—Pero, por Dios, ¿qué hacen? —dice Ida—. Qué cutre.

—Podrías invitarlas a la fiesta de esta noche, ¿no? —dice Erik.

Robin y él se echan a reír, y los tres miran a Michelle y a Evelina, que chillan entre risas en el otro extremo del pasillo mientras tontean con sus novios de tercero.

Ida no comprende cómo puede Vanessa ser amiga de esas dos. Comparada con ellas, Vanessa parece superinteligente y estilosísima. Michelle y Evelina siempre están con chicos mayores, siempre llevan ropa de menos, maquillaje de más, ríen demasiado a menudo y a demasiado volumen. Como si nunca en la vida hubieran tenido que pararse a reflexionar.

—¿Habéis visto el blog de Evelina? —dice Erik—. Esa tía tiene encefalograma plano.

—Las tías guapas siempre tienen encefalograma plano —dice Robin como constatando un hecho, una ley natural que no se pone en tela de juicio.

Ida se da la vuelta para mirarlo.

—¿Podrías explicarte?

Robin le rehúye la mirada nervioso.

—Pues eso. Que las chicas guapas no tienen que ser inteligentes para apañárselas en la vida, así que el cerebro no se les desarrolla.

—O sea que yo para ti tengo encefalograma plano, ¿no? —dice Ida.

—Claro que no —contesta Robin.

—¿Ah, no? Entonces piensas que soy fea, ¿o qué?

—Para ya, Ida —protesta Erik, al mismo tiempo que Robin farfulla algo así como que también hay excepciones.

Ida trata de contenerse. De no montar una escena. Tiene que elegir bien sus batallas.

Más aún teniendo en cuenta que todo el mundo va a ir a la fiesta de otoño que sus padres dan esta noche. Su madre ha planeado la velada minuciosamente. No ha dejado nada al azar. Nada puede estropear el ambiente.

—Tengo que irme a casa a ayudar con los preparativos —dice Ida—. Llegad puntuales, guapos.

Sonríe abiertamente a Erik y a Robin para demostrarles que todo está perdonado y echa a andar. Las pegatinas chillonas refulgen desde una de cada diez taquillas que va dejando atrás por el pasillo. ¡SOY POSITIVO! ¡SOY POSITIVO! ¡SOY POSITIVO!

Baja la escalera principal. Viktor está en el vestíbulo apoyado en la pared junto a la escalera que baja al gimnasio. Al verla, se le acerca. Como si la estuviera esperando.

¿Qué rollo se nos viene encima ahora?, piensa Ida.

Tiene que ser algo. Siempre hay algo. ¿No podría el Consejo llevarse de aquí a Anna-Karin simplemente, en vez de hacerles perder el tiempo a todas? Ida ya está harta. Habría contado de mil amores la verdad acerca de lo que hizo Anna-Karin. Pero el Libro dice que tiene que colaborar con las demás.

—¿Qué? ¿Emocionada por lo de esta noche? —dice Viktor, que se le ha plantado delante.

—¿Por qué? —pregunta Ida poniéndose las gafas de sol.

—Tengo entendido que vais a recibir en vuestra casa a la flor y nata de Engelsfors —responde con una sonrisa.

¿Por qué sonará como un insulto todo lo que dice?

—¿No estarás molesto por no haber recibido invitación? —dice Ida.

—No creo que encajara en ese ambiente.

Eso también suena como un insulto.

—Lo más seguro.

Recorre con la mirada la ropa pija de Estocolmo, la cara sin un solo poro. Y es que tiene que ser verdad lo que dice todo el mundo, que es marica. Un tío no puede ser tan guapo y tener siempre el pelo tan perfecto.

—Bueno, ¿qué querías? Tengo prisa.

—Estaba pensando que me gustaría comprobar si el Libro de los paradigmas y tú habéis hablado últimamente. Porque tengo entendido que solo tú puedes leerlo, ¿o no?

No sabe lo que pretende Viktor, pero no piensa dejarse engañar tan fácilmente.

—No y sí. ¿Satisfecho?

Viktor sonríe con más gana aún.

—Totalmente. Pásalo bien, espero que te diviertas en la fiesta.

Se marcha en dirección a la escalera principal, al otro lado del vestíbulo. Ida se queda allí de pie un rato, con la extraña sensación de que le ha tomado el pelo.

My only love, sprung from my only hate. Too early seen unknown, and known too late.[4]

Minoo sigue con el dedo el parlamento de Julieta en el libro desgastado de la biblioteca.

El año pasado les mintió a sus padres y les dijo que su clase estaba ensayando Romeo y Julieta en inglés. Los «ensayos» eran su coartada cuando iba a las clases de magia del parque. Y ahora, irónicamente, su mentira se ha convertido en una verdad. Minoo se pregunta cómo se las arreglará Patrick, el profesor de inglés, con lo corto que es, para enfrentarse a todas las obscenidades del texto. Romeo y su panda son como cualquier grupo de adolescentes obsesionados con el sexo. Aunque no es que sus homólogos contemporáneos lo hayan captado; por ejemplo, Kevin. Se ha quejado a viva voz de que no puede identificarse con «ese drama tan mohoso».

También tiene su ironía que la réplica de Julieta le recuerde tanto a Minoo a sus propios sentimientos por Max.

Ella sabe qué se siente al enamorarse y descubrir que el hombre de tus sueños es tu enemigo mortal. Claro que Romeo por lo menos no intentó matar a Julieta y a sus amigos.

Se pregunta si se atreverá a volver a enamorarse algún día. Ella cree que no. Así que su peor enemigo será la única persona a la que haya querido jamás.

El móvil vibra en la mochila y cierra el libro. Es un mensaje de Vanessa, dice que ha conseguido forzar la cerradura del almacén que hay al lado del laboratorio de química, y que ha robado un poco de limadura de hierro.

Minoo se guarda el móvil, saca la botella de agua y da unos tragos. Apoya la cabeza en las manos. Es tal la paz que reina en la biblioteca del instituto… Sería facilísimo dormirse, deslizarse en el mundo de los sueños y no tener que pensar.

Le pesa la cabeza cada vez más.

—¡Esto es literatura sectaria, ni más ni menos!

Minoo se sobresalta de pies a cabeza, se despierta.

Parecía la voz de Johanna, la bibliotecaria.

Se levanta procurando no hacer ruido con la silla. Espía con cuidado por entre las estanterías y vislumbra la espalda de una camisa amarilla con el dibujo de una hoja de arce rojo chillón. Solo puede ser Tommy Ekberg. Tiene delante a Johanna.

Minoo se acerca tan sigilosa como puede. Finge estar examinando las estanterías, como buscando algún libro, por si la vieran.

—A mí esto no me gusta nada —dice Johanna.

—Como ahora tenemos una orientación nueva… —empieza a decir Tommy, pero lo interrumpe.

—¡Sí, claro, que vosotros habéis implantado de la noche a la mañana!

—Está perfectamente anclado entre los profesores.

—La mitad ya está en Engelsfors Positivo. Lo cual no hace que todo este asunto sea menos problemático. Esto es un instituto municipal, el único en toda el área de escolarización, y ahora hemos iniciado una colaboración con un movimiento de carácter privado. ¡Y ya estás aquí, opinando sobre la oferta de la biblioteca!

Minoo los mira de reojo y ve a Tommy cargado con una pila de libros. Los lomos de colores prometen un contenido de recetas de cómo hacerse rico, ser feliz, recobrar la salud y, en general, de todo lo que tenga que ver con el éxito. Se inclina con cierto esfuerzo y deja la montaña de libros en el suelo, a los pies de Johanna.

—Yo solo quiero aumentar la oferta. Deja que los alumnos decidan por sí mismos —dice, y le cruje la espalda al ponerse derecho.

—¡Pero si es eso justamente! —dice Johanna—. ¿Cómo van a aprender a tener pensamiento crítico si lo que el instituto predica es que tienen que pensar de forma positiva en todo e ignorar lo que suponga dificultades? ¿Cómo van a aprender a conseguir cambios cuando se les inculca que su actitud es el problema?

—Se trata de un método científico que ha tenido éxito tanto con empresarios como con deportistas.

—Se trata de un método que convierte a la gente en seres conformistas y complacientes. El mundo a veces es un lugar terrible y eso es un hecho que no podemos ignorar sin más…

—Pero Johanna… —la interrumpe Tommy con una carcajada—. ¿No has oído la cancioncilla esa que dice que borres la cara de amargura? Creo que deberías oírla. A nadie le gustan los quejicas.

Johanna se lo queda mirando.

—¿Estás hablando en serio?

—Si no estás a gusto, no tienes por qué volver después del permiso de maternidad. Seguro que hay otros bibliotecarios que entienden lo que estamos tratando de conseguir.

—No pienso abandonar a los alumnos —dice Johanna—. Y jamás me iría sin protestar y de un modo tan sumiso como Adriana.

Dicho esto, se da media vuelta y se va; y a Minoo le gustaría salir corriendo detrás de ella y decirle lo mucho que la admira y lo mucho que la necesitan.

Tommy Ekberg se queda allí un momento mirando el montón de libros. Luego empieza a ordenarlos uno a uno en una mesa de libros sobre la Primera Guerra Mundial.

Minoo ha visto suficiente.

Cuando vuelve a su mesa, Viktor está allí sentado con el libro de Romeo y Julieta abierto.

—¿Te has dado cuenta de que, al principio de la obra, Romeo va por ahí suspirando por otra? —dice pasando la hoja sin levantar la vista—. Asegura que nunca podrá volver a mirar a nadie y, unas horas más tarde, lo vemos babeando bajo el balcón de Julieta. No creo que su relación hubiera durado mucho, aunque no hubieran muerto.

—¿Qué quieres? —dice Minoo.

—¿Sabes que hay versiones de este relato con un final feliz? Puede que nos obliguen a leerlas, ahora que todo va a ser tan positivo…

Minoo se acerca y cierra el libro. Viktor la mira con una sonrisita. Saca un móvil y Minoo tarda un instante en darse cuenta de que es el suyo.

—Le he escrito un mensaje a tu madre diciéndole que vas a llegar tarde. Estás estudiando en casa de una amiga.

Una sacudida de ira le recorre el cuerpo como un escalofrío.

—Devuélvemelo.

—Lo recuperarás cuando hayamos terminado —dice Viktor—. Estás llamada a interrogatorio.

Se han acomodado en el salón, que Linnéa acaba de limpiar. Diana la mira expectante desde el otro extremo del sofá.

—Lo siento muchísimo, de verdad —dice Linnéa—. Perdona.

Cree ver un atisbo de satisfacción en la mirada de Diana y prosigue.

—No me he encontrado muy bien últimamente. Pero es que ha hecho un año de la muerte de Elias. Y he pensado mucho en él. Ha sido muy difícil estar pendiente de otra cosa.

Diana frunce el ceño.

—Esto es solo una explicación, no una disculpa —dice Linnéa rápidamente—. Sé que lo he hecho mal. Pero ahora estoy mejor. O sea, que sigo echando de menos a Elias, pero creo que ya está empezando a… cicatrizar. Y es que hablar con Jakob también me ayuda.

Le parece asqueroso tener esta conversación. Es asqueroso utilizar a Elias de esta manera.

Pero él lo entendería. Sabía lo mucho que significa para ella el apartamento. Que se hundiría si lo perdiera.

—Tienes razón, no es excusa —dice Diana.

Linnéa se pregunta qué le ha pasado a esa mujer. No la reconoce en absoluto. No es solo lo que dice, sino cómo lo dice.

—Pero me alegro de que no sigas mintiéndome —continúa Diana—. Y pienso dejarlo pasar. Por esta vez.

—Gracias.

Se pregunta si es Diana la que le quiere crear problemas deliberadamente o si es que alguien le está contando un montón de mentiras. Linnéa no encuentra ninguna pista en sus pensamientos.

—A partir de ahora te vigilaremos más estrechamente —dice Diana. Y si recibimos una sola queja más de alguien del edificio…

No termina la frase.

—Vale —dice Linnéa—. Lo comprendo.

Hay un coche aparcado un poco más allá del instituto. Viktor abre la cerradura con el mando a distancia y va al asiento del copiloto para abrirle la puerta a Minoo.

Le produce verdadera aversión ser objeto de los modales caballerescos de Viktor y extiende la mano hacia el picaporte al mismo tiempo que él. Se rozan, pero Minoo llega antes y consigue abrir la puerta. Viktor se echa a reír y Minoo desea que se asfixie con su propia lengua.

El coche huele a nuevo, a lujo. Viktor se sienta al volante y arranca el motor.

—¿Has repetido algún año?

—¿A qué te refieres? —dice Viktor, y sale a la carretera.

—Obviamente, ya tienes carné de conducir. En todo caso, eso espero. Así que ya has cumplido los dieciocho, ¿no?

—Ya decía yo que eras lista —responde Viktor—. Vamos a hacer una cosa. No diré nada de mi padre o del Consejo, pero puedes preguntarme tres cosas sobre mí. Lo que quieras.

Se paran en un semáforo. Minoo mira a Viktor.

—¿Por qué crees que iba a interesarme?

—¿Es que no has oído nunca la expresión «Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos»?

—Pues claro.

—Como pareces estar convencida de que soy tu enemigo, te estoy ofreciendo la posibilidad de intimar —le dice con una sonrisa burlona.

Ella aparta la vista. En realidad no quiere seguirle el juego. Pero no saben casi nada de Viktor ni de Alexander. Al igual que Mona Månstråle, no aparecen en ningún registro. Lo que debería ser imposible en un país tan bien organizado como Suecia. ¿Pero quién sabe si los miembros del Consejo siguen más ley que la suya propia? En la época de Nicolaus ocupaban puestos importantes en la sociedad del común de los mortales. Puede que siga siendo así.

El semáforo cambia a verde y Viktor sale derrapando.

—Venga. Pregunta.

Minoo piensa en los cuentos a cuyo protagonista se le conceden tres deseos. Siempre parece que piden las cosas equivocadas.

Tiene que pensar bien en cuáles serían las preguntas correctas. No tardarán en llegar a la casa, y tiene la sensación de que el ofrecimiento de Viktor no será válido para siempre.

—¿Quién eres?

Viktor vuelve a sonreír.

—O sea, que empiezas por una de las grandes preguntas filosóficas, ¿no?

—Sabes a qué me refiero —dice Minoo—. Datos concretos.

—Viktor Ehrenskiöld. Apellido de nacimiento, Andersson —dice tamborileando con los dedos en el volante—. Supongo que Linnéa os habrá hablado de mis antecedentes.

—Sí.

—Pero ella creyó que le estaba mintiendo, ¿verdad?

A Minoo le encantaría saber si eso es cierto, pero no piensa malgastar una pregunta tontamente.

—Nací en Estocolmo —prosigue—. Tengo diecinueve años. De modo que sí, ya me he graduado. Y sí, puedo imaginarme ocupaciones más estimulantes que pasar otra vez por el instituto. Pero el Consejo me necesitaba para vigilaros. Por otra parte, nunca había estado en un instituto de verdad, así que por lo menos es una experiencia nueva.

—¿Qué quieres decir?

—Y esa era la pregunta número dos —dice Viktor, y Minoo se enfada consigo misma por haber cometido el mismo error que los personajes de los cuentos.

—El Consejo tiene sus propios centros educativos —responde.

Pues claro. ¿Cómo no iban a tenerlos?

Cruzan el puente del canal y toman la salida que conduce al caserón.

—Te queda una pregunta —dice Viktor cuando ya divisan la casa,y Minoo se decide por fin.

—¿Cuál es tu elemento?

Viktor aparca el coche en la explanada y se vuelve hacia ella. Se inclina hacia la mochila que está en el suelo, entre los pies de Minoo y saca la botella de agua medio vacía. La sostiene delante de ella. El agua se congela y cruje al convertirse en un trozo de hielo en tan solo unos segundos.

—Agua —dice Minoo—. Así que fue eso. En clase de química. Manipulaste el ácido y el agua, los cambiaste de orden de alguna forma.

Viktor la escruta, como si no hubiera oído lo que ha dicho, y le examina todos y cada uno de los poros, las espinillas, los pelos de las cejas sin depilar. Ella lucha por ocultarle que está consiguiendo que se sienta incómoda.

—Kevin podría haber sufrido heridas graves y a ti podrían haberte expulsado. Has quebrantado las reglas del Consejo. ¿Qué crees que dirían si se enteran?

Viktor sonríe.

—No dirían nada. Porque no lo hice yo.

A continuación sale del coche, y Minoo sabe que no tiene sentido amenazarlo. No hay ninguna prueba y el Consejo no la creería jamás.

i1

Fuego
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