39

—No estáis solas en la lucha contra los demonios —dice Matilda—. La humanidad cuenta con protectores que viven codo con codo con nosotros desde el origen de los tiempos. Velan por nosotros. Nos ayudan. Tratan de protegernos del mal.

—¿Cómo que protectores? —dice Vanessa—. Como ángeles de la guarda, ¿o qué?

—Los han llamado ángeles —dice Matilda—. Los han llamado de muchas formas. Pero prefieren que los llamemos protectores. Nos enseñaron a dominar la magia en este mundo, nos dieron el Libro de los paradigmas y el localizador.

Minoo tal vez debería sentirse aliviada por no estar solas en la lucha contra los demonios. Pero lo único en lo que puede pensar es dónde se habrán metido esos protectores todo este tiempo.

—Pues nuestros protectores han hecho hasta ahora un trabajo magnífico —dice Linnéa, que claramente estaba pensando en lo mismo—. Al principio éramos siete. Luego, seis. Ahora, cinco; y los demonios saben quiénes somos. Me siento superprotegida.

—Os han ayudado tanto como han podido —dice Matilda—. En el pasado eran más fuertes y vivían más cerca de nosotros. Pero sus poderes se han debilitado y también su capacidad de comunicarse con las personas. Los protectores hablan otra lengua, tienen otra forma de razonar. La idea era que el Libro de los paradigmas supliera las diferencias pero, en la actualidad, cada vez hay menos personas capaces de leerlo.

—Así que, ¿son los protectores los que se comunican con nosotras a través del Libro? —pregunta Minoo.

—Sí —responde Matilda—. Y a través de mí. Yo hablo por ellos. Hacemos todo lo posible por ayudaros, pero no somos omniscientes. Ni somos omnipotentes. Ni omnividentes.

—Pero el Libro de los paradigmas contiene profecías —dice Minoo—. Como la que habla de nosotras.

—Los protectores pueden predecir diferentes futuros posibles. Pero el futuro se encuentra en constante movimiento. Está influenciado por las innumerables elecciones que hacen las personas cada día. Las profecías no son estáticas, se transforman. El Consejo es el único con poder para determinar una interpretación concreta.

—¿Por qué no hemos oído hablar de los protectores antes? —dice Anna-Karin—. Adriana debería habernos dicho algo.

Matilda sonríe con tristeza.

—El Consejo los ha olvidado. Ya cuando yo vivía, habían caído en el olvido. En el pasado, los protectores y el Consejo tenían la tarea común de ayudar a los Elegidos. Y, cuanto más se debilitaban las fuerzas de los protectores, más se fortalecía el Consejo, y cuanto mayor era su fuerza, más se obsesionaban con las jerarquías y el control. El Consejo se convirtió en una organización egoísta con un único objetivo: controlar toda la magia y a todos los brujos.

—¿Pero cuánto sabe el Consejo en realidad? —dice Minoo—. Así, en general.

—Es difícil de decir. De cara al exterior, mantienen un frente unido, pero dentro se producen continuamente intrigas y juegos de poder. El saber se distorsiona para que encaje en los fines de los que gobiernan. La gran mayoría de los miembros del Consejo no sabe más de lo que se le dice. Si algo queda de verdadero conocimiento, está reservado para su élite. Disponen de una enorme biblioteca con informes de aquello que los brujos han leído en el Libro de los paradigmas a lo largo de los siglos.

Minoo se imagina un laberinto de pasadizos llenos de estanterías tan altas que ni siquiera puede ver dónde acaban, repletas de libros antiquísimos y de pergaminos enrollados. ¡Cómo se simplificaría todo si pudieran tener acceso a esa biblioteca!

—Entiendo que tengáis muchas preguntas, pero solo contamos con esta hora. He de hablaros de los demonios —dice Matilda—. Ha habido momentos en que han tratado de introducirse en vuestro mundo criaturas de otras dimensiones. El peor ataque procede de los demonios. Se trata de seres que se mueven entre mundos distintos. Su existencia solo tiene un objetivo. Erradicar el caos y traer el orden. Cuando descubren formas de vida en otros mundos, consideran que su tarea es domesticarlas. Tratar de conformarlas a su imagen y semejanza. Los demonios aborrecen lo irracional, los sentimientos, la diferencia, los cambios. Se ven a sí mismos como seres perfectos y eternos. Ningún otro ser puede alcanzar el ideal de los demonios. De ahí que sus experimentos fracasen siempre. Y entonces dan el siguiente paso.

—¿Y cuál es? —dice Anna-Karin.

—La extinción total de la vida en el planeta —responde Matilda con tono monocorde—. En un mundo que ha muerto no hay nada que pueda alterar el sentido del orden de los demonios.

El aire de la habitación parece enfriarse, un frío que traspasa a Minoo hasta el fondo del alma.

Ve su propio terror reflejado en las miradas de las demás.

Por primera vez el Apocalipsis se les antoja completamente real. El final de toda vida en la Tierra. Porque no hay ninguna duda de que la humanidad y su mundo caótico jamás podrán superar el examen de los demonios.

—Cuando los demonios descubrieron nuestro mundo, trataron de introducirse en él para doblegarlo —prosigue Matilda—. Los protectores ofrecieron una fuerte oposición. Junto con brujos poderosos consiguieron que los demonios retrocedieran. Pero durante la lucha, se abrieron grietas en nuestra realidad. Algo así como unas puertas de acceso a nuestro mundo. Un total de siete en otros tantos lugares diferentes. Los protectores y los brujos han conseguido cerrar las puertas, pero no han podido echarles la llave. Y sabían que mientras las puertas no estuvieran cerradas con llave para siempre, los demonios seguirían tratando de entrar. Ellos nunca abandonan.

—Guay —dice Linnéa.

—Los protectores comprendieron que solo había un individuo que pudiera rescatarnos —dice Matilda—. Un brujo al que llamaran Elegido. Un único brujo que dominara todos los elementos y que naciera cerca de una de esas grietas en una era mágica. El primero de los Elegidos consiguió cerrar la primera puerta. Luego, la era mágica se extinguió y el siguiente Elegido tardó siglos en nacer y poder cerrar la segunda.

—¿Y por qué no cerró las siete puertas el primer Elegido? —pregunta Minoo.

—Un Elegido siempre goza de un vínculo singular con su lugar de nacimiento, como el vuestro con Engelsfors, y solo tiene poder para cerrar esa puerta. Pero es una empresa difícil y es posible que necesite orientación y ayuda. Por eso los protectores promovieron la constitución del Consejo. Para ayudar a los Elegidos y preservar el saber sobre su tarea.

—Así que se constituyó por nosotras, pero ahora quieren que nosotras estemos a su servicio —dice Linnéa.

—Sí.

—¿Y cuánto tiempo lleva sucediendo esto? —pregunta Minoo—. Quiero decir, ¿cuánto tiempo lleva habiendo Elegidos?

—No lo sé. Miles de años. Puede que más. La noción del tiempo de los protectores es diferente de la de los humanos y todo lo que sé es lo que me han contado —responde Matilda—. Los Elegidos anteriores han conseguido cerrar seis puertas.

—¿Así que la de Engelsfors es la séptima? —dice Minoo—. ¿La última?

—Sí. Engelsfors es el último lugar de la Tierra por cuya puerta pueden acceder a nuestro mundo los demonios.

Minoo mira el reloj. Tiene que comprobar que le da tiempo de hacer todas las preguntas que quiere plantearle a Matilda.

—Perdón, pero no lo entiendo. Tú eres la anterior Elegida. Naciste cerca de esta puerta. Pero moriste antes de poder cerrarla…

—Sí, exacto —dice Vanessa—. ¿Cómo es que no estamos inundados de demonios?

—La puerta solo puede cerrarse o abrirse en un momento determinado —dice Matilda—. Y ese momento se produce cuando mayor es la fuerza de la magia en torno a la grieta, cuando más delgada es la membrana que separa los dos mundos. Solo entonces puede cerrarse la puerta con llave. O abrirse por completo. Yo fallecí antes de que llegara ese momento.

—¿Y los demonios no consiguieron abrir la puerta? —dice Linnéa.

—No —responde Matilda—. No lo consiguieron.

—¿Por qué no? —pregunta Minoo.

—No lo sé. Pero la anterior era mágica no fue tan intensa como esta. Y la puerta solo puede cerrarse o abrirse desde este mundo. Los demonios dependen por completo de aquellos a los que consiguen bendecir. No pueden introducirse por esta grieta, pero pueden seducir a la gente que se encuentra en las proximidades, bendecirlos con sus poderes y usarlos como instrumentos.

Minoo piensa en los recuerdos de Max. Las noches que pasó en vela, reflexionando sobre las cosas terribles que se había comprometido a hacer. Los demonios le prometieron que le devolverían a Alice. La joven que amaba. La joven a la que asesinó.

—¿Por qué no bendicen a un ejército entero? —dice Linnéa.

—No tienen suficiente poder para eso mientras la puerta no esté abierta —responde Matilda—. Además, solo los brujos de nacimiento pueden recibir la bendición de los demonios, y esos brujos son muy escasos, aunque su presencia es más frecuente en las inmediaciones de las grietas.

—Así que te moriste y los demonios no consiguieron abrir la puerta. No se alteró el statu quo —dice Minoo.

—Sí —contesta Matilda—. La era mágica se extinguió. Y los protectores se vieron obligados a esperar hasta la siguiente crecida mágica y al siguiente Elegido. Mi alma se detuvo y esperó con ellos.

—Y los demonios, ellos también decidieron esperar —dice Vanessa.

—Y el Consejo, y así tuvo tiempo de olvidar todavía más —dice Linnéa.

—Y Nicolaus —susurra Anna-Karin.

—Sí —responde Matilda—. Todos hemos estado esperándoos.

Minoo se concentra. Casi ni se atreve a formular la pregunta, pero tiene que saberlo.

—Max me dijo que los demonios tenían un plan para mí. ¿A qué se refería?

Matilda se gira y mira directamente a Minoo. Durante un instante, los ojos de Ida se vuelven negros como un pozo. Como los de un pájaro. Pero solo dura un segundo.

Habrán sido figuraciones mías, piensa Minoo.

—No lo sé —dice Matilda—. Pero los demonios te temen.

Linnéa se echa a reír.

—Perdona, pero es que es una locura. ¿Que los demonios tienen miedo de Minoo?

A Minoo también le gustaría poder reírse.

—¿Por eso han dejado de perseguirnos? —pregunta Anna-Karin.

—Como ya he dicho, los demonios no abandonan nunca, pero puede que estén buscando otros caminos. Parece que trataran de acelerar la crecida mágica, y lo están consiguiendo. Creíamos que la batalla final tardaría al menos diez años en llegar, pero se está acelerando. Tenéis que haber visto los signos.

—El calor —dice Minoo—. El bosque que se muere. La electricidad. Y el agua…

—Sí —dice Matilda—. La membrana que separa ambos mundos ya ha empezado a debilitarse y eso influye en la realidad física. Algo terrible está pasando en Engelsfors.

—¿Y eso lo dices en serio? —murmura Vanessa.

—¿Pero no será mejor que pase ahora? —dice Linnéa.

Todas las miradas se vuelven hacia ella.

—No tengo ninguna gana de pasarme la vida esperando a que llegue el Apocalipsis —dice encogiéndose de hombros—. Más vale acabar cuanto antes. Cerrar la puerta de una vez por todas. O por lo menos intentarlo.

—No lo entendéis —dice Matilda.

Minoo ya no puede refrenar más el torrente de preguntas.

—Pues entonces, acláranoslo. ¿Por qué somos siete en vez de una? ¿Qué pasó con tus poderes? ¿Cómo vamos a cerrar el portal? ¿Podemos hacerlo siquiera, ahora que somos solo cinco?

Un estremecimiento recorre el cuerpo de Ida. Sacude la cabeza.

—No estáis preparadas.

—¡Tú más que nadie deberías hacer todo lo posible por ayudarnos! —dice Minoo—. Tú has pasado por la misma situación que nosotras y…

—Os hemos ayudado tanto como hemos podido —interrumpe Matilda—. Y no podéis compararos conmigo. Yo estaba sola.

Minoo se avergüenza. Ella ya había reparado en eso. Y Matilda se ha pasado siglos esperándolas. Sabiendo que el Apocalipsis se acercaba.

—Perdona —dice Minoo—. Tienes razón.

—¿Pero qué hacemos? —dice Anna-Karin.

Matilda las mira muy seria.

—En lo que respecta al Consejo y al juicio, intentaremos ayudaros. Debéis colaborar con el Consejo tanto como podáis sin delataros las unas a las otras. No dejar de fingir ni un momento que seguís sus reglas. Tratad de resistir. Y tened cuidado con la magia. En estas circunstancias es difícil prever cómo se desarrollarán vuestros poderes. Manejadlos con cuidado, de lo contrario pueden perjudicaros. Esto te concierne particularmente a ti, Minoo.

Minoo vuelve a sentir el frío helador.

—Tú no estás vinculada a ningún elemento, Minoo —dice Matilda—. Estás bendecida por los protectores. Por eso puedes ver la magia de los demonios. Por eso puedes utilizarla en su contra y en contra de sus instrumentos humanos.

Minoo se ha quedado como congelada. Convertida en una estatua de hielo. Nota que las demás la miran, pero ella no se atreve a devolverles la mirada. ¿Por qué la asustan tanto las palabras de Matilda? Deberían ser un alivio. Puesto que sospechaba algo mucho peor. Como que ella era un demonio o algo así.

—Entiendo que dé miedo que tus poderes sean como los de los demonios —continúa Matilda—. Pero justo por eso puedes vencerlos. No debes tener miedo, siempre y cuando uses tu poder con bondad y de un modo responsable. Sé que lo harás.

Y Minoo comprende qué es lo que la asusta tanto.

¿Cómo se sabe que alguien es bueno? ¿Cómo se puede estar seguro?

—La hora de la medianoche pronto llegará a su fin y tendré que dejaros —dice Matilda—. Los demonios no pueden acelerar el Apocalipsis por sí solos. Deben contar con la ayuda de un bendecido aquí, en Engelsfors. No sabemos quién es. No confiéis en nadie.

—Vaya, eso no me suena de nada —dice Vanessa con ironía.

—Helena —dice Linnéa—. Tiene que ser ella.

—Pero si ninguna de nosotras ha notado nada mágico en ella —dice Vanessa volviéndose hacia Minoo—. Si Helena hubiera estado tocada por la magia demoníaca, lo habrías percibido en el salón de actos, ¿no?

Minoo no responde. Ya no sabe nada. Por suerte, Matilda responde por ella.

—Minoo solo puede ver la magia de los demonios cuando la usa la persona que han bendecido. Ignoramos si Helena está bendecida. Pero con independencia de ello, el movimiento que lidera puede ser peligroso. No debéis acercaros a ella bajo ninguna circunstancia hasta que no sepamos más…

Matilda guarda silencio y por el cuerpo de Ida se propaga un temblor. Minoo la mira preocupada.

—¿Cómo estás? —le dice.

—Será complicado comunicarnos con vosotras de ahora en adelante. Las energías no son las adecuadas. Debo dejaros ya.

Cierra los ojos. Una delgada estría de ectoplasma empieza a caerle a Ida de la comisura de los labios.

—No es por estropear el momento ni nada, pero alguien debería recoger eso —susurra Vanessa—. La mercancía de Mona no es barata…

—¡Espera! —le grita Linnéa, que se suelta del círculo, se inclina hacia Ida y la agarra del brazo—. ¿Qué eres en realidad? ¿Un fantasma?

Ida vuelve a abrir los ojos.

—Soy un alma atrapada entre dos mundos.

—¿Hay más como tú?

Matilda la mira apenada.

—Elias no está conmigo. Ni tu madre tampoco, Linnéa. Ni Rebecka. Las almas que siguen adelante están fuera de nuestro alcance.

A Linnéa se le empaña la mirada.

—Pero ¿dónde están entonces?

—Ese conocimiento tampoco nos es dado —dice Matilda—. Ignoro si nos espera otro mundo, como el cielo en el que creía mi padre, o si nuestra conciencia se extingue para siempre. Me gustaría saberlo.

Ida vuelve a cerrar los ojos. Su cuerpo cae al suelo, como el de una muñeca de trapo.

El olor a humo atraviesa el apartamento y desaparece tan rápido como ha venido.

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Fuego
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