53
Linnéa le devuelve el móvil a Viktor y entra delante de él en el apartamento.
Los trozos de cristal del recibidor crujen bajo sus pies. Sigue hacia la sala de estar y mira a su alrededor.
Los jirones de los carteles se arrastran con un carraspeo al amor de la corriente que entra por las ventanas quebradas. La cruz que le regaló Elias está partida por la mitad y ve la pantera negra de porcelana con la cabeza hecha añicos. Entra en el dormitorio. Han tirado el colchón al suelo, y han sacado de los armarios toda la ropa y la han esparcido por la habitación. Alguien parece haber pisoteado el portátil que le regalaron Ulf y Tina. Han destrozado y despiezado meticulosamente la máquina de coser. Y el contenido de las cajas donde guarda los testimonios del pasado está repartido por el suelo. Fotos, cartas, recuerdos. Han puesto la historia de su vida manga por hombro. La han fisgoneado. La han hecho trizas. La han destrozado.
Pero ella está viva.
Algo pasó cuando se sumergió en la negrura del agua.
Empezó a sufrir calambres en brazos y piernas, y se dejó llevar por las corrientes. Su cuerpo luchaba por la supervivencia, el instinto por respirar era tan fuerte que terminaría abriendo la boca y se le llenarían de agua los pulmones.
Pero al final algo se despertó en su interior.
Linnéa ha intentado influir en el agua con anterioridad. Congelarla o evaporarla. Nunca le había funcionado. Pero cuando se vio sumergida en el canal, su cuerpo empezó a irradiar energía. A formar una envoltura protectora y cálida a su alrededor. Algo así como un traje mágico de neopreno.
Y de repente empezó a poder dar patadas en el agua. De una brazada, sintió como si tiraran de ella hacia arriba, como si fuera un corcho diseñado para flotar.
Cuando atravesó la superficie y aspiró el aire de la noche, las endorfinas le inundaron el cuerpo. El frío se le posó sobre la cara mojada como una capa de hielo.
Sin saber cómo, consiguió salir del agua. Tosió hasta vomitar, sentía cada suspiro como mil agujas de hielo clavándosele en los pulmones.
Fue arrastrándose por la escarpada pendiente, resbalando en el barro por el peso de las botas empapadas y clavando los dedos como carámbanos para no caer. Por fin consiguió llegar arriba, hasta el camino asfaltado.
Fue el pensamiento de Viktor lo que la despertó.
¿Linnéa? ¿Qué ha pasado?
Linnéa abrió los ojos y no identificó lo que veía. Estaba de lado y solo distinguía el asfalto y un par de perneras de pantalón en un ángulo inesperado.
Viktor se agachó y la tapó con el abrigo. Luego le apretó las manos heladas y entonces Linnéa sintió su magia fluyéndole por dentro, que la humedad de la ropa y el pelo se condensaba alrededor de su cuerpo como una nube de vapor, y que estaba mucho más seca.
Ven.
Le ayudó a levantarse y la llevó medio a rastras, y a ratos en brazos, hasta su coche, que tenía aparcado delante del caserón. Linnéa se sentó en el lado del copiloto, y Viktor cerró las puertas y subió la calefacción hasta el punto más rojo de la rueda.
Linnéa se arrebujó en el abrigo. Empezó a relajarse poco a poco y a sentir un cansancio anestesiante.
¿Qué ha pasado?, le preguntó Viktor a través de la mente.
Me obligaron a saltar, respondió, sorprendida de lo fácil que era comunicarse de ese modo.
¿Que te obligaron? ¿Quiénes?
—Erik Forslund. Robin Zetterqvist.
Casi farfullaba. Vio que Viktor sacaba el móvil y se incorporó en el asiento para mantenerse en estado de vigilia.
—No llames a la Policía.
—Tenemos que hacerlo.
—Te aseguro que tendrán coartada. Oí sus pensamientos. Erik nunca se habría atrevido a hacerlo si no hubiera estado seguro de que no lo iban a pillar. Será su palabra contra la mía.
Viktor la miró expectante.
—Deberías saber a qué tipo de personas suele estar dispuesta a creer la Policía —dijo Linnéa—. Y desde luego, no es a gente como yo. Por lo menos no en esta ciudad.
Viktor dejó el móvil.
—¿Por qué lo han hecho?
—Siempre me han odiado —dijo Linnéa—. Odian a todos los que son diferentes. Y ahora tienen el apoyo de una organización entera. Estoy segura de que lo hicieron siguiendo órdenes de alguien, aunque no pretendían llegar tan lejos.
—¿Y de quién se supone que eran las órdenes?
—No quiero hablar del tema.
Viktor tamborileó nervioso con los dedos en el volante.
—Tengo que preguntarle a Alexander si está bien no llamar a la Policía. Pero presiento que no se va a oponer. La postura oficial del Consejo es evitar en la medida de lo posible las confrontaciones con aquellos que no pertenecen a la comunidad mágica.
—¿Así que no intentáis intervenir cuando alguien trata de asesinar a una bruja? —dijo Linnéa, y logró contenerse para no preguntar si en el caso de las Elegidas no tenía importancia.
Viktor la miró de reojo.
—Espera aquí mientras voy a buscar ropa seca. Luego te llevo a casa.
Y allí está Linnéa, con unos pantalones de chándal remangados, un jersey de punto gigantesco y unas zapatillas de deporte demasiado pequeñas que no sabe a quién pertenecerán.
Linnéa cierra los ojos. No quiere seguir viendo el caos que la rodea.
La Policía llegará en cualquier momento y mañana Diana se enterará de todo. Entonces, la echarán del piso y le arrebatarán su autonomía. ¿Sería ese el plan de Helena desde el principio? Porque tiene que ser ella la que está detrás de todo esto.
Pero Linnéa no piensa darse por vencida tan fácilmente. Vuelve a abrir los ojos y se pone a recoger las latas de cerveza vacías que hay esparcidas por la habitación. Le duele el muslo después de que Erik la golpeara con el bate de béisbol. Cuando se cambió de ropa vio que le empezaba a salir un moretón enorme.
Erik. Robin.
Por extraño que parezca, en el coche estaba lúcida y serena. Ahora siente que el terror la acecha otra vez, le atenaza el cuello con dedos fuertes y escurridizos.
Se sienta en el suelo. La invade una ansiedad atronadora, la habitación le da vueltas y tiene la sensación de estar cayendo otra vez. Erik quería acabar con ella y lo ha conseguido.
—¿Linnéa? —dice Viktor.
Le gustaría volverse del revés, salirse de su propio pellejo.
Inspira… Espira… Inspira…
—¿Linnéa?
Viktor se acuclilla a su lado, le pone la mano en el hombro. Ella se concentra en él mientras el pánico se le va encapsulando en el cuerpo. No quiere venirse abajo mientras la mira.
No podrán conmigo, no podrán conmigo…
Ve que Viktor arruga la frente y comprende que debe haber enviado el pensamiento directamente a su cabeza.
—¿Cómo estás? —le pregunta.
—Con un pequeño ataque de estrés postraumático, solamente.
Viktor se pone de pie, le ofrece la mano para que pueda levantarse.
—¿Te puedo ayudar en algo?
—No, yo me encargo de esto.
La mira con curiosidad.
—No estarás pensando en algún tipo de vendetta, ¿verdad?
A Linnéa ni siquiera se le ha pasado por la cabeza. Ha concentrado toda la energía en no desmoronarse, en ver si se le ocurre el modo de conservar el apartamento. Quiere que Erik y Robin lo paguen, pero no tiene ni idea de cómo.
—El Consejo no puede aprobar eso —prosigue Viktor—. Incluso todo lo contrario. Alexander ha hecho mucho hincapié.
Linnéa piensa en lo que Minoo le contó de la clase de química el otoño pasado. Lo que Viktor le hizo a Kevin. Una venganza por una minucia.
—Y como es lógico, tú siempre te comportas según sus enseñanzas.
Viktor le rehúye la mirada, remueve con la punta del zapato los restos de un cuenco de cerámica hecho añicos.
—Alexander me ha dicho que el Consejo estudiará el caso. Y no vamos a acusarte por que usaras la magia, aunque estuviera prohibido. No eras consciente de lo que hacías y era una cuestión de supervivencia.
Linnéa lo mira sin decir nada.
Viktor se agacha y recoge el cuenco roto. Está encima de un papel y en ese momento Linnéa ve lo que es. Uno de los muchos dibujos que ha hecho de Vanessa. Viktor lo observa durante un buen rato.
—Has conseguido reflejarla muy bien.
—Deberías irte ya —dice Linnéa, le quita el papel y se lo guarda en el bolsillo.
Lo acompaña hasta el recibidor y abre la puerta. El ascensor sube lentamente.
—Cuídate —dice Viktor.
—Gracias por ayudarme.
Viktor asiente y se marcha escaleras abajo.
Linnéa nota la energía de Vanessa vibrando en el aire.
Se acerca cada vez más a medida que el ascensor sube. Más débiles, en segundo plano, percibe las de Anna-Karin y Minoo.
La puerta del ascensor se abre. Vanessa sale corriendo. Se echa al cuello de Linnéa. La abraza tan fuerte que casi la asfixia y, aun así, Linnéa no querría soltarla nunca. El olor a coco del pelo de Vanessa es tan familiar que no lo soporta.
Si se hubiera ahogado, nunca habría podido experimentar este momento. Si su elemento no hubiera despertado a la vida allí abajo, en el agua. Si Viktor no la hubiera encontrado. Todos los pensamientos que empiezan por «si» son totalmente inconcebibles.
No debería estar aquí. Todo lo que suceda de ahora en adelante será un regalo.
—Creía que estabas muerta —susurra Vanessa.
—Y yo —dice Linnéa.
—Mierda —dice Vanessa y le aprieta la mano a Linnéa cuando entran en el salón—. Mierda.
—¿Quieres venirte a dormir a mi casa? —dice Minoo.
—Sería genial —responde Linnéa.
—Es que no lo entiendo —dice Minoo mirando a su alrededor.
—Pues yo sí —dice Anna-Karin.
Linnéa la mira.
—Es casi al contrario —continúa Anna-Karin—. Lo raro es que no haya pasado antes. Erik siempre ha estado al límite… Siempre ha sido el que más se ha pasado. ¿O no?
Linnéa asiente. Reprime una nueva oleada de ansiedad que amenaza con traspasarle la piel.
Entran en el dormitorio. Linnéa suelta la mano de Vanessa y recoge del suelo la foto de su madre en Storvallsparken. Está arrugada, pero no rota.
Alguien aporrea la puerta y las cuatro dan un respingo.
—Es la Policía —resuena una voz de hombre en el rellano.
—Mierda, es Nicke —dice Vanessa.
—No digas nada de la llamada anónima —se apresura a decir Linnéa—. De eso no sabemos nada. Y yo esta noche no me he dado ningún chapuzón.
—¿Pero qué dices? —pregunta Vanessa—. ¿Quieres que se libren de esta?
Linnéa no tiene tiempo de explicarse. Oye abrirse la puerta.
—Estamos aquí dentro —dice mirando a las demás.
Dejadme hablar a mí. Puedo leerle el pensamiento.
Las demás la miran sorprendidas al oírla pensar.
Sí, sí, lo sé. Por lo visto es de esas cosas que aprendes cuando están a punto de matarte.
Se dirigen al salón. Nicke entra y mira asqueado a su alrededor.
Linnéa recuerda cuando lo vio en el despacho de la directora. Ella y Minoo acababan de encontrar el cadáver de Elias. Y mientras Nicke les hacía las preguntas de rigor, estuvo oyendo sus pensamientos todo el rato, sintiendo su menosprecio. De tal padre, tal hija. La nueva generación de gentuza de Engelsfors.
—Anda —le dice a Linnéa—. Parece que estás de lo más viva. Y aquí ha habido un fiestón, por lo que se ve. O sea, que sigues los pasos de tu padre.
Recorre la habitación con la mirada y se detiene en Vanessa.
—Como que no ibas a estar tú aquí.
—Ha sido un robo —dice Linnéa—. Iba a llamar a la Policía ahora mismo.
—Ya han llamado otros. Tus vecinos, sin ir más lejos. Incluso los del edificio de al lado.
—No he estado aquí en toda la tarde —dice Linnéa—. Estaba en casa de Minoo.
—¿Cuándo te fuiste de allí? —pregunta Nicke.
Saca un bloc y un lápiz con el extremo mordido.
—No lo sé exactamente. Hace unas horas.
—Eso puedo confirmarlo yo —dice Minoo, y Nicke la mira disgustado.
No es tan fácil desacreditar a la hija del redactor jefe del Engelsforsbladet.
—¿Y dónde fuiste después? —le pregunta a Linnéa.
—Estuve con Viktor Ehrenskiöld. Un… amigo. Dimos una vuelta en su coche y me trajo aquí.
Es muy fácil leer los pensamientos de Nicke. Es como si los dijera a gritos. Está pensando en la llamada que le acaba de hacer a los padres de Erik, que confirman que su hijo se ha quedado a dormir en el centro de Engelsfors Positivo.
Después, sus pensamientos se deslizan hasta la visita al centro. Erik, Robin, Kevin y Rickard estaban allí. Fingiendo no saber nada. Nicke no buscó pruebas contra ellos. Al contrario. Solo quería que le confirmaran que todo había sido una broma de mal gusto. Y entonces llegó Helena, y naturalmente dijo que los chicos habían pasado allí toda la noche. Estuvieron planeando la fiesta de primavera, y ella se quedó levantada trabajando hasta tarde, puesto que es un ave nocturna.
—O sea, que medio barrio llama quejándose de que aquí hay una fiesta de borrachos —dice Nicke—. Y acto seguido, recibimos un soplo de un informante anónimo que nos dice que unos chicos a los que, como todo el mundo sabe, guardas rencor te han empujado del puente del canal. ¿No te parece rarísimo?
—Pues sí —dice Linnéa—. Es rarísimo.
—Yo creo que tú y tus colegas habéis hecho una fiesta. Se os ha ido de las manos y habéis decidido amargarles la vida a unos pobres chicos a los que odiáis.
Oye la voz de Erik como un eco en la cabeza de Nicke.
Es totalmente inestable. En primero la tomó conmigo y con Robin en el instituto sin ningún motivo. No está bien de la cabeza. Lo único que quiere es echarnos la culpa.
—Eso sí que me parece sensato —dice Linnéa—. ¿Por qué iba yo a difundir el rumor de que alguien me ha empujado a las aguas del canal? Es facilísimo comprobarlo. ¿Qué iba yo a ganar con eso? Y aquí no ha habido ninguna fiesta. Estoy totalmente sobria, puedes hacerme la prueba.
—Eso pienso hacer. Tengo un alcoholímetro en el coche —dice Nicke, y Linnéa no tiene que leerle el pensamiento para notar su creciente frustración.
—Perdona —dice Minoo—. ¿Es que Linnéa está acusada de algo?
Nicke hace una mueca de irritación.
—A propósito, ¿vosotras qué hacéis aquí? —le pregunta mosqueado.
—Yo no podía dormir —dice Anna-Karin—. Así que he salido a dar una vuelta. Y cuando llegué al canal, oí a alguien decir que habían tirado a Linnéa Wallin por el puente. Llamé a Vanessa y a Minoo y ellas también vinieron. Queríamos ayudar a buscarla.
—Intentamos llamar a Linnéa, claro, pero no contestaba —dice Minoo.
—Me había dejado el móvil en casa, pero ha desaparecido —explica Linnéa.
Es casi verdad. La mochila ya no estaba en el rellano cuando volvió.
—Entonces Linnéa nos llamó desde el móvil de Viktor —dice Vanessa—. Acababan de descubrir el robo.
—¿Y por qué no informasteis a la Policía inmediatamente si todavía estabais allí abajo en el canal? —dice Nicke.
Se dirige a Vanessa, que le sostiene la mirada sin pestañear.
Sé que mientes, piensa Nicke. Y haré lo posible para que eso salga a la luz.
—Linnéa estaba conmocionada, como comprenderás. Le han dejado el apartamento destrozado —dice Vanessa—. Solo queríamos comprobar que estaba bien antes de llamar.
—Deberíais haber contactado con la Policía antes de malgastar más recursos en…
—Ya, íbamos a llamar ahora mismo —dice Minoo.
—Aunque no es que Linnéa haya tenido una experiencia fantástica con la Policía de esta ciudad —replica Vanessa.
Nicke las observa a todas de una en una. Se encuentra en un callejón sin salida.
Lo tienen acorralado. Parece que llevaran toda la vida orquestando mentiras juntas.
Linnéa le sonríe, una sonrisa auténtica que no puede reprimir, porque es agradable sentir por una vez una pequeña victoria.
—Bueno, pues yo quiero denunciar un robo. ¿Puede ser?