17

Anna-Karin espera sentada en el rellano de la escalera de Nicolaus. La luz se ha apagado pero no tiene fuerzas para moverse y volver a encenderla. Después de desenterrar la tumba le duelen músculos de cuya existencia no tenía ni idea.

Ha llegado antes de tiempo, por supuesto. Sigue sin acostumbrarse a vivir en el centro y tenerlo todo tan cerca. Además, estaba demasiado preocupada como para quedarse en casa. Nicolaus lleva todo el día sin contestar al teléfono.

Se plantea volver a llamar al timbre, pero ya lo ha hecho tres veces. Las mismas que ha abierto la ranura del correo por si oía algún ruido en el apartamento. La pone nerviosa el silencio que reina allí dentro. ¿Y si Nicolaus está acurrucado en la oscuridad, empujado a la locura por sus recuerdos? ¿Y si ha hecho alguna tontería? ¿Y si se ha hecho daño?

Por fin se abre el portal. Minoo enciende la luz y se sobresalta al ver a Anna-Karin.

—Pero por Dios, qué susto —dice.

—Perdona.

Minoo se saca la llave del bolsillo y le da vueltas en la mano.

—He llamado varias veces —dice Anna-Karin.

—Me parece fatal entrar sin más —dice Minoo—. Pero tenemos que hacerlo.

Abre la cerradura.

En la alfombrilla de la entrada hay un folleto de algo llamado «Engelsfors Positivo». El aire es cálido y sofocante.

Anna-Karin enciende la luz. Las persianas están echadas. El helecho se marchita en la ventana.

—¿Nicolaus? —llama con cautela al tiempo que Minoo cierra la puerta.

No hay respuesta. La puerta del baño está entreabierta. Anna-Karin mira dentro. No hay nadie. Minoo va a la cocina y vuelve. Niega con la cabeza. Se vuelven hacia la puerta cerrada del dormitorio.

—¿Nicolaus? —repite Minoo dubitativa.

Silencio.

Anna-Karin se acerca y llama con suavidad. Espera. No responden. Empuja el picaporte y abre.

El aire es todavía más sofocante allí dentro y huele a sábanas sin lavar. Anna-Karin busca a tientas el interruptor y enciende la luz.

En el suelo, al lado de la cama, hay una figura negra y amorfa. Anna-Karin está a punto de gritar cuando se da cuenta de que es el abrigo de Nicolaus.

La puerta del armario está abierta. Alguien ha estado trajinando y rebuscando entre la ropa y hay varias baldas vacías.

Minoo se acerca a la cama y recoge un sobre blanco de la almohada.

—¿Te importa? —dice Anna-Karin.

Minoo le da el sobre, Anna-Karin lo rasga con el dedo índice y saca la hoja de papel rayada.

Queridas niñas:

Debo partir. No puedo desvelar el motivo, pero os aseguro que llegará un día en que entenderéis por qué. Velad por la cruz de plata. Está cargada de una magia poderosa que os protegerá. Siempre he tenido el presentimiento de que puede cumplir muchas funciones. Quizá os pueda ser de ayuda.

He dejado pagada esta residencia por un año. Dadle el uso que queráis. Dentro del colchón encontraréis dinero para otros gastos.

Os ruego que me creáis cuando os digo que dejo Engelsfors por vuestro bien. Sería egoísta por mi parte si me quedara.

Se acercan tiempos difíciles. Tenéis que manteneros unidas. Confiad las unas en las otras. Confiad en Matilda y en el Libro de los paradigmas.

Espero y deseo poder regresar.

Vuestro fiel servidor,

N.E.

Anna-Karin deja la carta.

—¿Qué dice? —pregunta Minoo.

A Anna-Karin le bombea la cabeza.

—¡¿Qué dice?! —repite Minoo.

Anna-Karin le da la carta.

Minoo la lee y cuando termina le da la vuelta, como si esperase una continuación.

—No puede haberse largado sin más —dice Anna-Karin, notando que se le hace un nudo en la garganta.

Minoo le dirige una mirada elocuente y Anna-Karin comprende que sí, que puede. Es justo lo que acaba de hacer.

Va al salón. Contempla la cruz de plata colgada en la pared.

—Puedo llamar a Ida —dice Minoo poniéndose a su lado—. Y pedirle que lo busque con el péndulo.

—No —dice Anna-Karin—. No tiene sentido. Seguro que ya se ha ido de la ciudad. Y no quiere que lo busquemos.

—¿Te crees que es verdad lo que dice? —pregunta Minoo—. ¿Que se ha largado por nuestro bien?

—¿Y te lo crees?

Se miran.

—Sí —dice Minoo—. Me lo creo.

Se acercan tiempos difíciles.

Anna-Karin mira el enorme paraguas de color negro que hay en la esquina, junto a la puerta de entrada. El paraguas que sostuvo sobre ellas aquella tarde el otoño pasado, solo unas horas después de que muriera Rebecka.

Recuerda el ruido de la lluvia repiqueteando sobre el paraguas. Lo protegida que se sentía por Nicolaus.

Ahora ha desaparecido. Las Elegidas solo se tienen las unas a las otras.

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Fuego
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