60

Vanessa se sienta en la silla fría y dura. El metal de los brazos está desgastado, y se imagina todas las manos que se han agarrado a ellos, todos los cuerpos que se habrán retorcido padeciendo en ese asiento. Pero no percibe nada mágico en absoluto.

En cambio, sí nota todas las miradas puestas en ella. Se obliga a no apartar la vista.

Los jueces. Los espectadores. Viktor, que la mira concentrado. Alexander que, sin saber cómo, consigue dar la impresión de estar frío y expectante al mismo tiempo. Adriana, que asiente alentadora.

Vanessa mira a Ida, a Linnéa y a Minoo, antes de detenerse en Anna-Karin.

Lo conseguiré, se dice tratando de convencerse.

Respira hondo y endereza tanto como puede la espalda de Anna-Karin.

—¿Anna-Karin Nieminen?

Alexander se dirige lentamente hacia la silla en la que está sentada. Se mueve con seguridad, como convencido de la victoria. El juicio no es más que una formalidad que no tardarán en solventar. Vanessa aprieta las yemas de los dedos contra el frío metal.

—Anna-Karin Nieminen —repite Alexander.

¿Será una mentira responder que sí? Vanessa no lo sabe. Es el cuerpo de Anna-Karin el que está sentado en la silla. ¿Pero la convierte eso en Anna-Karin?

—Sí —responde.

Espera. Sus manos se aferran compulsivamente a los brazos de la silla.

—Tu defensora te debe de haber informado de lo que pasa si mientes. ¿Juras que dirás la verdad durante este juicio?

Ahora no le queda más remedio que decir una mentira. Se prepara para el dolor. Casi puede sentirlo ya. Mira a Linnéa buscando apoyo moral.

—Sí.

Pero no ocurre nada. Las manos se le relajan una pizca.

—Se te acusa de haber practicado la magia sin el visto bueno del Consejo —dice Alexander—. Se te acusa de haber utilizado la magia abiertamente, corriendo así el riesgo de descubrirte como bruja ante la sociedad no mágica. Tampoco podemos descartar que hayas usado la magia para quebrantar leyes no mágicas. ¿Entiendes estas acusaciones?

—Sí —dice Vanessa.

—Abusaste de tus poderes de la peor forma posible el otoño pasado —dice Alexander—. Utilizaste la magia de tierra para influir en la imagen que tenían de ti innumerables personas. ¿Es correcto?

—Sí.

—¿Por qué?

Vanessa piensa en la fiesta en casa de Jonte, cuando intentaron impedir que Anna-Karin prácticamente violara a Jari. Piensa en todas las veces que trataron de conseguir que dejara de usar la magia en el instituto, de hacerle comprender que se arriesgaba a descubrirlas ante los demonios. Pero Anna-Karin ni siquiera reconocía que estaba usando su poder.

¿Tan imposible os resulta que la gente me haga caso sin él?

Aborrecía a Anna-Karin por lo que había hecho. Pero ahora tiene que comprenderla para poder salvarla.

—Sé que fue egoísta por mi parte —dice Vanessa—. Siempre supe que estaba mal. Pero lo único que quería era caerle bien a la gente.

Alguien suelta una risita.

—Me han acosado toda la vida —continúa Vanessa, y le lanza a Anna-Karin una mirada fugaz—. Empezó en la guardería. Continuó en el colegio. Son cosas que pasan en una ciudad como Engelsfors. Una vez que empieza no te libras nunca. Cada día era un infierno para mí…

—Entonces, ¿fue por venganza? —dice Alexander.

—Sí, aunque no solo por eso —responde Vanessa—. Tuve la oportunidad de hacer que la vida fuera un poco más justa. Y la aproveché. Y creo que habríais hecho lo mismo, todos. En el fondo, lo sabéis.

Vanessa mira directamente a los jueces, que parecen indiferentes por completo. El Consejo desprecia la debilidad. ¿Por qué iban a apiadarse de alguien como Anna-Karin?

—Puedes llamarlo como quieras —dice Alexander—. El hecho es que usaste tus poderes en beneficio propio y quebrantaste las leyes del Consejo. Y que seas una de las legendarias Elegidas solo lo empeora. Tu responsabilidad es mayor que la de los demás.

Ahora que sabe que las Elegidas son para él como gnomos navideños, oye perfectamente el desprecio que rezuma su voz.

—¿Reconoces que violaste las leyes del Consejo? —dice Alexander.

—Tú mismo dijiste en Kärrgruvan que no se me podía considerar responsable de lo que hice antes de conocer las normas del Consejo. No sabía de qué normas se trataba.

Alexander no puede ocultar una sonrisita.

—No, no lo sabías. Al principio, no. Pero luego Adriana López te informó, ¿no es cierto?

Le encanta esto, piensa Vanessa. Está muy seguro de que tiene a Anna-Karin en sus manos. De que estamos indefensas. Tiene intención de mostrarles a los gnomos quién manda.

—Sí.

—¿Y por qué seguiste después?

Ha llegado el momento de la gran mentira. La mentira de la que depende todo. Vanessa vuelve a armarse de valor y se prepara para la oleada de sufrimiento que recibirá como castigo.

—No lo hice. Paré en cuanto lo supe.

No siente nada.

Bueno, sí que siente algo. Un hormigueo de júbilo por todo el cuerpo.

En la mesa de los fiscales, Viktor se ha puesto pálido. Se oyen unos susurros entre el público, que se apagan cuando uno de los jueces levanta la mano.

—Vamos a probar otra vez —dice Alexander resueltamente—. ¿Cuándo dejaste de usar la magia de manera ilícita?

—En cuanto supe que estaba prohibido —dice Vanessa—. Cuando Adriana López nos contó quién es. Y quiénes somos nosotras. Y qué es el Consejo. Me dijo que dejara de usar la magia inmediatamente.

Hace una pausa teatral y mira a Alexander.

—Y eso hice. O sea, dejé de usarla.

—Miente —dice Alexander.

—¿Cómo podría estar mintiendo? —dice Vanessa—. Si os habéis esforzado al máximo para impedirlo.

—Durante el interrogatorio preliminar mi ayudante, Viktor Ehrenskiöld, percibió claramente que mentías al hacer esa afirmación.

—Pues no sé qué decir —responde Vanessa mirando directamente a Viktor—. Puede que tuvieras un mal día, ¿no?

Linnéa suelta una risita, y Vanessa no se atreve a mirarla, por temor a echarse a reír.

—El incendio de vuestra granja fue mágico —dice Alexander—. Eso lo sabes, ¿verdad?

—Ahora sí, porque me lo dijiste en el interrogatorio. Pero cuando ocurrió no tenía ni idea.

Alexander la mira con encono.

—¿Estás segura?

—No sé qué quieres que diga. Pero no pienso mentir. Sé lo que podría ocurrirme.

Alexander se acerca. Está furibundo. A punto de estallar.

Bien, piensa Vanessa. Lo único que consigues es hacer el ridículo todavía más ante todos aquellos a quienes te desvives por impresionar.

—¿Habéis experimentado en algún momento con la magia sin la supervisión del Consejo?

—No.

—¡Miente! —dice Alexander volviéndose hacia los jueces otra vez—. No sé cómo lo hace, pero miente.

—Señorías —dice Adriana levantándose de la silla—. Con el debido respeto, llevo diciendo desde el principio que este juicio es un despilfarro de vuestro precioso tiempo. Como ven, Anna-Karin es inocente de las acusaciones. Además, opino que el fiscal Ehrenskiöld está hostigando a la acusada para tratar de demostrar unas teorías que, evidentemente, no tienen ninguna base. Solicito que se declare la nulidad de este proceso.

Los dinosaurios del estrado se miran y se hablan entre susurros. Luego, la mujer del traje rojo clava la vista en Alexander.

—Hemos de reconocer que este es un giro inesperado —dice con voz cortante—. Pero el proceso debe continuar. ¿Tiene la defensa alguna pregunta para la acusada?

—No, señoría —dice Adriana—. No creo que sea necesario.

—Deseo llamar a Ida Holmström como testigo —dice Alexander mirando con frialdad a Vanessa—. Puedes irte.

Minoo contempla las contraventanas cerradas y se pregunta si habrá oscurecido fuera. El tiempo parece haberse detenido en la sala de juicios.

Linnéa se acomoda en la silla de los testigos. Es la última de las Elegidas a la que van a interrogar. Y lo supera sin problemas, igual que las demás. Incluso Minoo.

La atmósfera de la sala ha experimentado una transformación palpable a lo largo del día. Los miembros del Consejo que se encuentran entre el público están agotados, aburridos. Los jueces parecen cada vez más impacientes. Y todo eso agudiza el estrés de Alexander. Escupe las preguntas. Viktor guarda silencio en la mesa de los fiscales. Mira al vacío, como si no pudiera o no quisiera creer lo que está pasando.

Minoo ha entendido cómo funciona. Es un efecto derivado del intercambio de cuerpos, el cortocircuito mágico, lo que hace que puedan mentir. No tienen poderes mágicos desde que cambiaron de cuerpo. Ningún poder que pueda volverse contra ellas.

—Gracias, Vanessa —dice Alexander por fin—. Puedes volver a tu sitio.

Y Linnéa se levanta sin decir una palabra, pasa a su lado, tan cerca que casi tropiezan, antes de sentarse junto a Minoo.

Alexander se acerca a Viktor y conversan en voz baja un momento.

Uno de los vejetes del estrado tose. El eco resuena en el silencio de la sala con el estruendo de un ladrido.

—Señorías —dice entonces Alexander—. Me gustaría llamar a un último testigo.

La mujer del pelo blanco lo mira irritada.

—Que sea rápido —dice, y Alexander asiente.

—Con la venia, llamo a Adriana López como testigo.

De pronto, Minoo se despierta por completo. Adriana lo sabe todo. Y Adriana no puede mentir.

Las sillas situadas detrás de Minoo chirrían y arañan el suelo cuando los miembros del Consejo se espabilan. Se estiran, murmuran nerviosos.

Minoo ni siquiera se había imaginado que pudieran interrogar a la defensora de Anna-Karin. Mira a Adriana aterrada.

Pero Adriana se sienta impertérrita en la silla de los testigos. Mira al público con serenidad. Espera.

—¿Serías tan amable de confirmar que eres Adriana López, enviada del Consejo a Engelsfors para investigar la profecía de la Elegida?

—Sí —dice mirando a los ojos a su hermano.

—¿Y tienes la intención de decir la verdad en este juicio?

—Sí.

Anna-Karin se aferra al brazo a Minoo, que nota las uñas a través del tejido del jersey.

—El otoño pasado comunicaste tus sospechas de que Anna-Karin Nieminen estaba abusando de sus poderes, a pesar de que la informaste de las leyes del Consejo. ¿Es correcto?

—Sí.

—En otras palabras, ¿está mintiendo ante el tribunal?

—No —dice Adriana.

Minoo se da cuenta de que ha estado aguantando la respiración desde que Adriana se sentó, pero apenas se atreve a soltar el aire, por miedo de que su suspiro de alivio la delate.

Alexander está de espaldas a Minoo pero no es difícil interpretar sus gestos. Esta era su última salida. Su última posibilidad. Y se le ha escapado.

¿Pero cómo es posible?, se pregunta Minoo. ¿Cómo puede mentir Adriana?

—Yo comuniqué que tenía sospechas —prosigue Adriana—. Pero nunca tuve pruebas. Y tú tampoco.

¿Es una sonrisa lo que se vislumbra en una de las comisuras de Adriana?

—Adriana López —dice Alexander—. ¿Eres leal al Consejo?

—Sí. Siempre.

Alexander se queda inmóvil. Es tal el silencio que reina en la sala que se oye hasta el débil susurro de la ventilación.

—¿Has dicho la verdad en tus informes al Consejo desde que llegaste a Engelsfors?

—Creo que la respuesta anterior es más que suficiente, Alexander. Soy completamente leal al Consejo.

—Ya basta —dice la presidenta de los jueces—. He oído más que de sobra. Dictaremos sentencia mañana.

Minoo casi nota el colocón que le produce el oxígeno del aire de la tarde cuando por fin salen de la casa. La deprime que eso la haga aún más consciente de lo enganchada que está al tabaco. Rebusca el paquete en el bolso de Linnéa y se enciende un cigarro.

—¿Me das uno a mí también? —dice Adriana, y Minoo la mira sorprendida.

—Claro. —Minoo le ofrece el paquete.

—Estoy molida —dice Vanessa.

—Ha sido un día muy largo —dice Adriana poniendo una mano sobre el brazo de Vanessa—. Sobre todo para ti, Anna-Karin.

—Largo, pero feliz —dice Linnéa.

—Desde luego —asiente Adriana encendiendo el cigarro—. Y no quiero ni saber cómo ha sido posible.

Minoo y ella dan una calada y se miran la una a la otra. Adriana no puede enterarse nunca de qué han hecho para superar el juicio. Ya tiene demasiada información peligrosa para ella.

—Lo mismo digo —le dice a Adriana.

Pero en realidad, no hay nada que desee más que saber cómo lo han conseguido.

—¿Qué pasará mañana?

—Dudo que Alexander se empeñe en mantener la acusación —dice Adriana con una mirada cálida—. Corre el riesgo de seguir haciendo el ridículo. El juicio se suspenderá. No tienen pruebas.

Viktor baja la escalinata. Al verlas se le ensombrece la mirada y los ojos adquieren una tonalidad del azul más intenso. Cuando se les acerca, Minoo siente en todo el cuerpo el burbujeo del triunfo.

—Enhorabuena —dice mirando a Linnéa—. Habéis ganado. Nos habéis humillado por completo, tal y como dijiste que haríais. Por lo menos en eso no mentiste.

Linnéa se ríe burlona retorciéndose un rizo del pelo rubio de Vanessa.

—¿Cómo lo habéis conseguido? —pregunta Viktor.

—No entiendo a qué te refieres —dice Minoo.

—Linnéa —le dice con tono acusador—. Recuerda que te salvé la vida.

—Y te lo agradezco —dice Minoo.

—Y tú tampoco sabes cómo lo han conseguido, ¿verdad? —le pregunta Viktor a Adriana.

—No, Viktor. No lo sé.

Se la queda mirando y Minoo se da cuenta de que trata de leerle la mente, de descubrirla en una mentira.

—¿Y cómo lo has hecho tú?

Adriana no se inmuta.

Viktor resopla,se da media vuelta haciendo crujir la grava y vuelve a entrar en la casa.

—Alexander debe de odiarnos en estos momentos —dice Linnéa, y se echa a reír.

—Sin duda —dice Adriana muy seria—. Los habéis humillado a Viktor y a él delante de algunos de los miembros más influyentes del Consejo. Querrá tomar represalias. Creo que por esta vez se ha acabado, y me siento tremendamente feliz y aliviada. Pero Alexander esperará el momento adecuado.

—Así que nunca nos libraremos de él, ¿no? —pregunta Anna-Karin.

—Por esta vez, creo que sí —dice Adriana, y esboza una sonrisa prudente—. No le queda nada que hacer en Engelsfors.

Minoo mira a las demás, advierte el alivio que sienten. Le gustaría poder sentirse igual. No ha tenido ocasión de contarles lo que soñó.

Después del juicio debéis encontrar y detener al bendecido.

El tiempo se está agotando.

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Fuego
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