29
Bahar deja la maleta de ruedas en el andén y le da a Minoo un largo y cálido abrazo.
—Dokhtare azizam —le dice—. Cuídate. Espero verte muy pronto.
—Yo también —dice Minoo. Y lo dice sinceramente.
No quiere que su tía se vaya. Es verdad que mientras ha estado en casa el ambiente ha sido tenso y extraño, pero al menos sus padres se han comportado como personas civilizadas.
Bahar se vuelve hacia la madre de Minoo, le da un abrazo aún más prolongado y le dice algo al oído. Cuando se separan, las dos hermanas tienen los ojos llenos de lágrimas. Se abrazan una última vez y Bahar sube al tren.
Las puertas se cierran con un silbido y las ruedas empiezan a girar despacio. Minoo y su madre se quedan allí hasta que el tren desaparece de su vista.
Se produce un silencio paralizante. Un silencio que las sigue hasta el coche y las acompaña todo el camino de vuelta de la estación.
La madre aparca a unos metros del instituto y apaga el motor. Se vuelve hacia Minoo. Se nota que está tratando de ordenar sus ideas. Como si por fin pensara decirle la verdad.
En cambio esboza esa sonrisa suya tan artificial.
¿Cómo puede creer que me engaña?, piensa Minoo. Ella, que siempre está hablando de que no es bueno reprimir los sentimientos.
—Que pases un buen día —dice la madre.
Minoo no puede soportar esta pantomima ni un segundo más.
—¿Estáis pensando separaros?
La madre parece estupefacta. Eso la enfada más si cabe. ¿Pensaba que iba a esquivar esta conversación para siempre?
—¿Qué es lo que os pasa? —pregunta al ver que su madre no contesta.
—Es entre tu padre y yo…
—Y Bahar.
La madre se queda de piedra.
—¿Es que te ha dicho algo?
—No, pero estaba más que claro que lo sabía. Y que papá sabía que lo sabía. ¿Por qué tiene que estar Bahar más enterada que yo de lo que pasa en la familia?
Minoo siente que las lágrimas se le agolpan en la garganta. Pero no piensa dejarlas salir. Tiene que demostrar que es lo bastante fuerte como para saber la verdad.
—No quiero cargarte con esas cosas —dice la madre.
—¿Y crees que esto no es una carga? —dice Minoo—. Os negáis a contarme lo que pasa, simplemente tengo que aceptar que estéis discutiendo todo el rato. Vivo bajo el mismo techo que vosotros, por si no os habéis dado cuenta.
La mano de la madre aprieta el volante con tanta fuerza que se le tensa al máximo la piel de los nudillos.
—Cariño… —dice, y se le quiebra la voz. Se queda en silencio un instante antes de seguir hablando—. Te entiendo. De verdad que sí. Y te lo contaré. Tienes razón en que esto te concierne a ti también. Muchísimo. Pero tengo que aclararme yo primero y por eso hablé con Bahar. Pero lo que sí puedo asegurarte es que lo que pasa entre tu padre y yo no es culpa tuya…
—¡Pues claro que no! —la interrumpe Minoo—. ¿Te crees que tengo cinco años o qué? Esto es insoportable. ¡Arreglad vuestros problemas, id a terapia o algo! ¡O separaos y punto!
—Minoo…
Pero Minoo abre la puerta de golpe, sale del coche y echa a andar hacia el instituto. Se traga las lágrimas, se traga la pena, los sentimientos de culpa y la ira. Traga y traga sin parar hasta que todo se concentra formándole un nudo en el pecho.
Cuando llega al patio, lo primero que piensa es que se ha perdido algo. ¿Qué se celebra?
A lo lejos, en la escalinata de la entrada hay un grupo de alumnos que visten polos amarillos. Unos hablan eufóricos entre sí. Otros reparten folletos y pegatinas. Han decorado la barandilla atando globos amarillos a lo largo de la escalinata. Además, hay globos que flotan sujetos del marco de la única portería del campo de fútbol y de las ramas de los árboles muertos.
Hasta que no ve que Rickard es uno de los que van de amarillo no empieza a sospechar de qué va la cosa.
—¡Minoo! —la llama Linnéa cuando entra por la verja.
Es justo lo opuesto al ejército de pollos de la entrada. El pelo negro recogido en un moño alto con un lazo enorme de encaje negro. Vestido negro corto, medias negras de rejilla destrozadas y botas negras de caña alta. Lagos de maquillaje negro alrededor de los ojos.
—Engelsfors Positivo —dice Linnéa con aversión mientras se dirigen a la entrada—. ¿Cómo es que se reproducen tan rápido?
Minoo trata de esquivar la mirada del rebaño amarillo mientras ella y Linnéa se acercan a la puerta. Sigue sintiéndose en carne viva después de lo que ha pasado en el coche. Desprotegida. No hay ningún filtro entre ella y el entorno.
—¡Bienvenidas al primer día del resto de vuestras vidas! —dice un chico bastante guapo que trata de encasquetarle a Minoo un folleto.
—No, gracias.
—Huy, qué agria. ¿Es que has desayunado limones? —dice riéndose.
—Es que no es un buen día.
—¡Eso solo puedes cambiarlo tú!
—No, Mehmet, tú también puedes contribuir cerrando el pico —dice Linnéa.
—¡Pues qué actitud más triste! —le grita alguien a su espalda mientras cruzan la puerta del instituto.
Minoo y Linnéa se miran.
—¿El primer día del resto de nuestras vidas? —dice Linnéa—. ¿En serio?
—Parece una amenaza —dice Minoo.
Linnéa se echa a reír y Minoo sonríe. Ese nudo dañino que lleva en el pecho se suaviza un poco.
—¿Adónde va todo el mundo? —pregunta Linnéa.
Minoo mira a su alrededor y entonces se da cuenta de que todos los estudiantes del vestíbulo se dirigen al salón de actos.
Todos menos la chica del pelo azul, que viene hacia ellas.
—¡Linnéa! —grita.
El maquillaje blanco no consigue disimular las ojeras. Más bien las subraya. Puede que esa sea la intención. Lleva puesta una camiseta negra larga con el texto ONLY THE GOOD DIE YOUNG en letras rojas salpicadas de lo que parecen gotas de sangre. Se ve que es un estampado casero.
—Hola, Olivia —dice Linnéa, que de pronto parece cansada.
—Hola —responde sin mirar a Minoo—. Han suspendido la primera clase, hay una reunión en el salón de actos.
Minoo intercambia una mirada con Linnéa. ¿Tendrá algo que ver con Adriana?
—Dicen que es obligatorio ir pero no lo van a comprobar —sigue Olivia—. ¿Nos la saltamos?
—No puedo —dice Linnéa.
Olivia enarca las cejas perfiladas.
—Tengo encima a Diana. Debo ser una chica modélica en todo momento.
Olivia le lanza a Minoo una mirada furiosa, como si su mala influencia fuera la causa de que Linnéa no piense saltarse la clase, y se va de allí sin decir una palabra.
Ellas siguen la marea de gente. El salón de actos está casi lleno y los únicos sitios libres son los de delante. Se cuelan en la cuarta fila, detrás de Vanessa y sus amigos.
Cuando se sientan, Vanessa se vuelve a mirarlas.
—¿Sabéis qué va a pasar o qué?
—No —responde Minoo.
Vanessa mira a Linnéa.
—¿Qué tal ayer? Intenté localizarte…
—No tengo ganas de hablar de eso —la interrumpe Linnéa sin mirarla.
—Vale —dice Vanessa secamente y se vuelve hacia delante.
Minoo le lanza una mirada a Linnéa, que se toquetea la uña con expresión ausente.
Se pregunta qué habrá pasado. Pero no se atreve a decir nada. Cuando Linnéa está de ese humor es mejor callarse.
Los de los polos amarillos entran en bandada y ocupan las primeras filas medio vacías. Hay más de los que Minoo ha visto en el vestíbulo. La mitad del EIK ha cambiado los colores rojo y blanco del equipo por el amarillo. Minoo busca con la mirada y ve a Kevin, pero Gustaf no está entre ellos, menos mal.
Las filas delanteras rompen en aplausos cuando Tommy Ekberg sube al escenario. Por una vez lleva una camisa sin estampados de esos que producen migraña. Parece confuso, como si no supiera si interpretar los aplausos como muestra de ironía o de admiración sincera. Cuando se coloca ante el atril, todos se callan de golpe. Se aclara la voz y se inclina hacia el micrófono. La calva le brilla bajo la luz de los focos.
—Queridos alumnos. No sé si ya ha corrido el rumor… Pero por desgracia, la directora, Adriana López, nos ha dejado…
Un murmullo se extiende por el salón de actos y Tommy Ekberg parece darse cuenta de lo desafortunado de su forma de expresarse, porque añade en voz más alta:
—No, no, quiero decir que ha dejado el trabajo. Por motivos personales. Yo seré el director suplente hasta… Bueno, hasta nueva orden.
Se pasa el dorso de la mano por la sien para secarse unas gotas de sudor. Por lo menos no parece disfrutar del nuevo poder adquirido.
—Pero creo que, al igual que con el resto de las cosas de la vida, es importante no ver este cambio como algo negativo, sino como el comienzo de una fase nueva y emocionante. Tenemos que pensar en el futuro. ¡Todos juntos! Y por eso nos hemos reunido hoy. Nosotros, el instituto de Engelsfors, hemos iniciado una colaboración única con una organización única. Nuestro centro va a ofrecer una orientación positiva. Este nuevo espíritu impregnará toda la educación, desde las ciencias sociales hasta los deportes, pasando por las matemáticas.
Toma aire.
—Aunque en matemáticas también tengamos que usar algunos números negativos —añade con un guiño que parece un tic.
A Minoo le habría gustado tener algún sitio donde esconderse.
En cambio las filas de delante ríen entusiasmadas. Tommy parece animarse.
—Pero ya ha llegado el momento de dar paso a los profesionales. Damas y caballeros, tengo el gran honor de presentar a la persona que dará el pistoletazo de salida de este nuevo futuro para Engelsfors: ¡Helena Malmgren!