25

Minoo se despierta con las voces del jardín. Dos mujeres que se ríen y hablan a la vez.

Le había prometido a su madre que iría con ella a la estación a recoger a Bahar. Tiene un vago recuerdo de que su madre entró en la habitación y le dijo que era hora de irse, a lo que ella respondió que no tenía ganas. Pero ahora siente remordimientos. Se pone la bata y baja corriendo al jardín.

Las dos hermanas están sentadas en la hamaca, columpiándose despacio. No se han dado cuenta de que Minoo las observa.

Bahar solo es un año mayor y su madre le ha contado que, cuando eran pequeñas, la gente que no las conocía pensaba que eran gemelas. Pero ahora, de pronto, parece más joven que su hermana. Sentadas una al lado de la otra, Minoo advierte el aspecto cansado y demacrado de su madre, a pesar de las risas.

—¡Minoo! —grita Bahar al verla—. Nazaninam, chegad bozorgh shodi! ¡Y qué guapa estás! ¡Te pareces muchísimo a Darya y a Shirin!

Minoo le da un abrazo a su tía. Aprovecha para abrazar a su madre también, se aferra a ella un segundo de más. La madre mira a Minoo sorprendida, como si se hubiera dado cuenta.

—Así que a estas horas te levantas, batcheye chabaloo —dice Bahar—. Pensábamos entrar a tomarnos un café. ¿Ya tomas café? Shirin empezó a los trece. Un poco pronto, si te digo la verdad, pero ¿qué le hago? Por cierto, te manda saludos. Darya también. Querían venir pero están muy ocupadas, como siempre. ¿Te ha contado Shirin que le han dado un papel en una película?

Bahar sigue parloteando mientras entran en la cocina. La madre sirve el café para las tres y le sonríe a Minoo al oír las alabanzas descaradas que Bahar dedica a sus hijas.

De pronto, Minoo se siente enormemente feliz de que Bahar esté en casa. Es justo lo que su madre necesita. Y su padre también. Las acaloradas discusiones que tienen Bahar y él siempre los animan, aunque nunca estén de acuerdo.

—¿O qué opinas tú, Minoo?

Bahar la mira inquisitiva. Minoo no tiene ni idea de cuál es la pregunta.

—¿Perdona?

—Decía que deberías ir a un instituto como el de Shirin. No creo que la formación aquí sea gran cosa. Y en lo que concierne a los amigos… Na, aslan fekresh nemikham bokonam! ¡Aquí no hay cultura! Si ni siquiera tenéis librerías, ¿no? Sería fantástico para ti que te vinieras a Estocolmo.

—Ya vale, Bahar —dice la madre.

Minoo la mira sorprendida. Su madre no suele defender Engelsfors a capa y espada. Y la reacción de Bahar es más extraña todavía. Obedece y guarda silencio de un modo totalmente atípico.

El padre entra en la cocina y Bahar hace un esfuerzo por sonreír.

—Hola, Erik —le dice.

Él no le devuelve la sonrisa.

—Buenos días —saluda cortante mientras va hasta la cafetera y se sirve lo que queda de café en una taza—. Disculpa, pero tengo bastante trabajo.

—Lo entiendo —dice Bahar y vuelve a exhibir la misma sonrisa tensa.

La madre no dice nada. Evita la mirada del padre.

Minoo los mira a todos, uno a uno. ¿Qué ha pasado?

El padre se va a su despacho y el ambiente se relaja enseguida.

—Teníamos pensado dar un paseo hasta las esclusas antes de que haga demasiado calor —dice la madre.

Minoo mira al padre, que cierra la puerta del despacho.

—Sí, por Dios, por lo visto estáis intentando batir algún tipo de récord nacional —dice Bahar—. Hasta en la emisora P1 lo han mencionado.

La madre mira a Minoo.

—¿Vienes con nosotras?

—Es que tengo que ducharme y hacer deberes.

—¿Lo ves? Algo de formación también le dan —le dice la madre a Bahar.

Minoo todavía tiene el pelo mojado cuando llama a la puerta del despacho de su padre.

—¿Qué? —dice irritado.

—¿Puedo pasar?

—Sí, claro —responde suavizando el tono.

Minoo abre la puerta y entra. El padre sonríe cansado, inclinado sobre el escritorio. Tiene las grandes manos sobre el teclado del portátil.

—¿Qué te preocupa?

—Solo quería charlar un poco.

—¿De qué?

De ti y mamá. De cuál es el verdadero motivo de vuestras discusiones. De si pensáis separaros. De por qué Bahar y tú estáis tan raros el uno con el otro.

—¿Te has enterado de que han echado a la directora?

El padre se yergue en la silla, con la expresión que adopta siempre que se huele una noticia.

—¿Cuándo?

—Ayer por la tarde. No creo que sea oficial todavía. ¿De verdad se puede hacer eso? ¿Despedir a alguien así, sin más?

El padre se queda pensativo y toma un sorbo de café.

—Pues me resulta bastante extraño. Pero, por supuesto, hay formas de eludir las reglas.

—Creo que ha tenido que ver con lo de Rebecka y Elias.

—Sí que te has enterado de cosas —dice el padre—. ¿Pero dónde lo has oído? No serán solo chismorreos, ¿verdad?

—Lo he oído de… Supongo que tú lo llamarías «fuentes fidedignas».

—Vaya, puede que acabes siendo periodista de investigación, Minoo. —El padre se levanta y le da un abrazo largo y cálido. Minoo siente que se le saltan las lágrimas. Lo quiere mucho. Los quiere mucho a los dos. Si pudieran sentir lo mismo el uno por el otro…

Aunque a lo mejor es lo que sienten, piensa Minoo. En lo más hondo de su ser.

Le encantaría poder creérselo.

—¿Qué te parece? —dice Ida cuando vuelve a su habitación desde el cuarto de baño contiguo.

—Guapísimo —dice Julia—. Perfecto. ¿O qué dices tú?

—No lo sé.

El vestido tiene la espalda descubierta y el tejido negro le ondea a Ida en torno a las piernas al dar una vuelta completa.

—Es más bien un vestido de fiesta —continúa—. No para una cena romántica en casa con el novio, ¿no?

—Claro —asiente Julia.

Ida suspira irritada. Es difícil pedirle consejo a alguien que siempre te da la razón.

—Si te gusta, puedo prestártelo algún día —dice Ida.

—Puede —responde Julia apartando la mirada.

Ambas saben que Julia no podría ponerse ese vestido, porque tiene la espalda llena de espinillas. Incluso en Dammsjön se pone una camiseta encima del bikini. Y nunca se baña.

—Yo creo que este es mejor —dice Ida sacando un vestido de flores del armario.

Va al cuarto de baño para cambiarse.

—Dios, qué mono es Erik, que te invita a cenar y todo —grita Julia. Y lo de tener la casa para vosotros. ¡Qué superlujo! Ojalá yo también tuviera novio.

—A lo mejor Kevin y tú acabáis juntos —dice Ida provocándola mientras se quita el vestido negro.

—Ya, ¡seguro! —grita Julia—. ¿Sabes lo que dijo el otro día? Que lo mejor que hay son las tías de buen cuerpo y feas de cara. Para poder

Ida se ríe. Ni que Kevin supiera de esos temas.

—O sea, Robin y Erik estaban hablando de eso el otro día, de que Kevin es superinmaduro —dice Julia—. Es como si hubiera dejado de crecer en séptimo. No saben cuánto tiempo lo van a seguir aguantando.

—¿Eso dijeron Robin y Erik? —pregunta Ida pasándose el vestido de flores por la cabeza.

Casi no le baja de la cadera.

—Más o menos —dice Julia.

Ida se mira al espejo. Parece una salchicha reventona estampada de flores. O está hinchada por el calor o es que ha engordado. Se quita el vestido con cara de asco.

—Podría plantearme a Rickard —grita Julia.

—¿Qué Rickard? ¿Johnsson? ¿El que juega al fútbol?

—A mí me parece que está bastante bueno.

Ida y su reflejo se hacen un gesto de impaciencia. Julia no puede expresar ni una sola opinión sin intercalar palabras como «quizá», «bastante» y «un poco». Para no pillarse los dedos.

—Felicia piensa lo mismo —añade Julia.

—Yo creía que Felicia solo tenía ojos para Robin —dice Ida, y vuelve a ponerse el vestido negro.

A la mierda si parece demasiado de fiesta. Le queda perfecto. Y su madre dice que el negro hace más delgada.

—¿Qué le pasa al de flores? —pregunta Julia cuando Ida vuelve a su habitación.

—Tenías razón —dice Ida sonriendo—. Este me queda superbién.

Erik solo vive a unas cuantas manzanas, pero Ida camina despacio para no sudar. Cuando llega a su puerta, se pasa los dedos por el pelo y se lo sacude. Luego llama al timbre.

Erik abre casi al instante, como si hubiera estado esperándola sentado en la alfombra de la entrada.

—Qué guapa estás —le dice y la atrae hacia sí para darle un beso en la boca—. Qué sexy.

—Gracias —dice Ida zafándose de él—. Igualmente.

Erik tiene un aire satisfecho. Huele a perfume de hombre y se ha vestido de traje. Lleva el pelo oscuro peinado hacia atrás. Parece mayor. Más maduro. A Ida le gusta. Trata de aferrarse a esa sensación. Evidentemente, al instante piensa en cuando Anna-Karin consiguió que se hiciera pipí encima en el patio del instituto. Aparta la imagen con decisión. ¿Por qué no se le va el incidente de la cabeza, si todo el mundo parece haberlo olvidado?

—Siéntate en el salón. Voy a preparar algo de beber.

—Qué lujo —dice Ida sonriendo.

Va al salón y se sienta. En los altavoces suena un RB calentón, e Ida sabe de qué lista de reproducción se trata. Se llama ErikLove. Es tan irrisorio que no quiere ni pensarlo. Se sienta en el sofá. Espera.

La casa de Erik huele raro.

No es exactamente asqueroso, es diferente. A cerrado, y un poco a jabón antiguo.

Ida se fija en una pelusa gigante que se ha quedado pegada a la gruesa moqueta. Su madre siempre dice que los padres de Erik deberían contratar una empresa de limpieza si no pueden encargarse ellos mismos.

Cuando Ida y Erik eran pequeños, y la familia de Ida iba a casa de Erik de visita, sus padres empezaban a hablar de la familia Forslund en cuanto volvían a casa. Su madre criticaba la limpieza, el mobiliario y la ropa. Su padre, la comida, el vino y el jardín.

Entonces, Ida se preguntaba por qué se relacionaban con ellos. Ahora que es mayor, lo comprende. Las cosas funcionan así. Anders Holmström es el dueño de la serrería. Bosse Forslund, de una próspera empresa de transportes. Tienen negocios en común y además se conocen desde jóvenes, jugaban juntos al hockey sobre hielo.

Erik llega con dos copas. Le da una a Ida.

—Salud. Por nosotros. Cuatro meses.

Los padres de Ida también estaban en el instituto cuando empezaron a salir. A menudo piensa en eso, trata de imaginarse con Erik de adultos, en su propia casa, en este mismo barrio. Le gusta representarse la escena. El hermano mayor de Erik estudia Medicina, así que será Erik quien dirija la empresa de transportes, y ella puede encargarse de la serrería. Cierto que ahora no tiene el menor interés pero sabe que, en cuanto se decida, todo irá sobre ruedas. Su padre siempre le ha dicho que tiene lo que hay que tener para dirigir un negocio.

—Salud —dice ella sonriendo.

Toma un sorbo. El sabor amargo le quema desde el paladar hasta el estómago. Casi le da un golpe de tos.

—A lo mejor está un poco fuerte —dice Erik.

—A lo mejor un poco —dice Ida, mordaz.

Pero cuando ve el gesto de decepción de Erik suaviza el tono.

—Pero está bueno. Es solo que no me lo esperaba.

Se ha propuesto ser amable durante la velada. No pensar en Gustaf. No comparar a Erik con él todo el rato. Erik es el que está aquí y ahora. Y esta noche está muy guapo. Y se ha esforzado por ella.

Erik e Ida Forslund.

La pareja de empresarios con más éxito de Engelsfors. Atractivos. Casa de construcción nueva. Dos hijos perfectos. Un niño y una niña.

Picotean unas patatas fritas y se acaban las bebidas, e Ida se nota ya borracha. No lo soporta, no entiende por qué todo el mundo aspira a sentirse así y peor, mucho peor.

Erik le ofrece vino con la cena e Ida bebe solo unos sorbos. Cuando él va al baño, vacía la copa en el fregadero. Luego vuelve y se la rellena, no se da cuenta de nada.

Hablan de la misma gente y de las mismas cosas de siempre. Eso de que los tíos no critiquen a los demás a sus espaldas es la mayor gilipollez de la historia. Porque al menos Erik es tan aficionado a los chismorreos y a las habladurías como Ida, o incluso más. Ida le cuenta lo de Kerstin Stålnacke, y Erik está de acuerdo en que seguro que es lesbiana.

—Probablemente se porta como una zorra contigo porque es desgraciada en el amor, o algo. Deberías denunciarla por acoso sexual —se burla, e Ida se echa a reír.

Pero claro que Ida jamás llegaría tan lejos. Podría volverse en su contra. Lanzar rumores, en cambio, puede hacer pedazos fácilmente los cimientos sobre los que se sostiene una persona, sin que esta se dé ni cuenta hasta que todo se ha venido abajo y los rumores se han convertido en una verdad conocida por todos.

La cuestión es si Kerstin Stålnacke merece la molestia. A lo mejor, si este año tampoco eligen a Ida para hacer de Lucía.

Para el postre se les han acabado los temas de conversación. Erik se ha bebido casi toda la botella de vino él solo sin darse cuenta.

—Oye, ¿nos vamos a mi habitación? —le pregunta en cuanto Ida se acaba la última cucharada de helado.

—Mmm —dice Ida apartando la vista, porque esa sonrisa le da repelús.

—¿O a la habitación de mis padres? La cama es más grande.

—¡Eres un pervertido de mierda!

Erik se siente ofendido.

—O sea, es que parece un poco raro —añade Ida suavizando el tono y mirándolo—. Me gusta tu cama.

Bajan al sótano, que Erik tiene todo para él desde que su hermano mayor se fue de casa. A Ida le produce claustrofobia su dormitorio, con esas ventanas tan pequeñas y tan pegadas al techo.

ErikLove se oye desde el piso de arriba. Erik ha subido el volumen. A Ida, acostarse al ritmo de sus canciones «eróticas» le parece raro y artificial, como las malas escenas de sexo de una película cutre. Pero no dice nada. Erik estaba pensando en ella cuando recopiló la lista. Eso es lo que le ha dicho.

—Eres tan guapa. La chica más guapa de todo Engelsfors —dice Erik besándole el cuello y mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

Empieza a notar el calor extendiéndose por su cuerpo. Le acaricia la espalda, lo atrae hacia sí. De pronto, Erik interrumpe los besos.

—¡Vaya, sí que estás cachonda! —sonríe burlón, y la sensación de calidez se evapora y desaparece.

Pero es demasiado tarde para echarse atrás. Ida empieza a quitarse el vestido. No lleva sujetador, y Erik comienza a acariciarle el pecho mientras vuelve a besarle el cuello. Pero su cuerpo ya no responde. Lo único que quiere es acabar.

—Quítate la ropa —dice Ida.

—Pero cachonda de verdad —se ríe él, y empieza a trastear torpemente con la bragueta.

Acto seguido se tumban desnudos sobre la cama de Erik. Ida trata de pensar en cosas eróticas, pero no lo consigue, las ideas le dan vueltas y más vueltas. Se siente desconectada de su cuerpo, de Erik.

—¿Ya tienes pastillas nuevas? —le pregunta.

Ida no piensa volver a tomar la píldora. Empezó a tomarla el verano pasado, pero siempre le ha aterrorizado que le pueda dar una embolia. El hecho de que tuviera una pantorrilla más hinchada que la otra podría ser una señal de advertencia. Se las estuvo midiendo todas las tardes durante más de un mes hasta que ya no pudo más. Le dijo a Erik que había perdido las pastillas y él ha estado dándole la tabarra con el tema desde entonces.

—No, ha habido algún lío con la receta.

Erik suelta un taco, abre el cajón de la mesita de noche y se pone a buscar los condones.

Más tarde, ella se levanta y va al cuarto de baño, porque hay que hacer pis justo después si no quieres pillar una infección de las vías urinarias. Mientras se lava las manos se observa la cara en el espejo.

¿Por qué aparenta todo el mundo que el sexo es tan sencillo, tan natural y tan estupendo?

Es justo lo contrario. En cuanto tienes vida sexual se abre todo un mundo de problemas. ¿Con vello o sin vello? ¿Cuánto te dejas? ¿Cuánto te quitas? ¿Te mueves? ¿Cuánto? ¿No tanto? ¿Qué aspecto tengo cuando lo hago? ¿Es normal que él haga eso? ¿Es normal que yo sienta lo otro? ¿Lo hacemos mucho o muy poco? ¿Nos oirán sus padres?

Y por si eso no fuera suficiente, están los peligrosísimos anticonceptivos, el miedo a abortar y a las enfermedades de transmisión sexual.

¿Cómo se puede disfrutar del sexo con todas esas preocupaciones?, piensa Ida mientras vuelve al dormitorio.

Erik sonríe satisfecho desde la cama.

—¿Te ha gustado? —le pregunta mientras ella se mete bajo el edredón.

—Mmm, mucho —murmura apoyando la cabeza en su hombro.

Erik alcanza el mando a distancia y zapea entre los canales de la televisión que está colgada en la pared, enfrente de la cama. Ida se acurruca a su lado.

Y entonces ya no puede rehuir más la idea.

Porque seguro que con Gustaf sería diferente, claro…

i1

Fuego
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