27

Las bolsas de la compra pesan mucho y Anna-Karin se va dando con ellas en las piernas. Camina al lado de su madre, que no lleva más que una bolsa medio vacía.

—¿No tiene la gente nada mejor que hacer que andar vagueando por ahí? —refunfuña la madre mirando al final de la calle.

La acera está abarrotada de gente. Muchos llevan camisetas y jerseys amarillos. El local que está justo enfrente del edificio donde viven Anna-Karin y su madre tiene un cartel nuevo. ¡ENGELSFORS POSITIVO!, puede leerse en letras moradas sobre fondo amarillo.

Ha habido ambiente festivo todos los fines de semana desde que lo abrieron hará un mes. Y no ha pasado ni un minuto sin que su madre se queje.

—¡Mia! —grita una voz femenina cuando Anna-Karin y su madre se disponen a cruzar la calle.

La madre parece sorprendida, casi asustada. Una mujer deja a sus acompañantes y se acerca a ellas. Le resulta familiar. Tiene el pelo gris a excepción de unos mechones rubios, que se han librado de encanecer.

La mujer le da un abrazo a su madre sin darse cuenta de que esta se ha quedado rígida como un palo. Luego le ofrece la mano a Anna-Karin y se presenta como Sirpa.

—Era compañera de clase de tu madre —dice Sirpa—. Tú y yo nos hemos visto en el ICA alguna vez. Trabajo allí.

—Ah —dice Anna-Karin.

—Hoy tenemos una reunión en Engelsfors Positivo —dice Sirpa.

—No, si ya me he dado cuenta —dice la madre con acritud, y Anna-Karin se siente abochornada.

—Parece que lo pasáis bien —murmura para disimular.

Deja las bolsas en el suelo y trata de reanimarse las manos, porque casi se le ha parado la circulación. La mordedura del zorro empieza a picarle.

—Sí, ¿verdad que hay un ambiente estupendo? —dice Sirpa lanzando al centro una mirada anhelante—. Es justo lo que Engelsfors necesita.

Se dirige a Anna-Karin.

—No te lo creerás, porque tú eres muy joven, pero Engelsfors fue una vez una ciudad próspera. Y podemos conseguir que florezca de nuevo si aprendemos a ver todas las posibilidades que tenemos a nuestro alrededor. ¿No queréis venir? ¿Y conocer a Helena? Sí, o sea, a Helena Malmgren.

—Sé muy bien a qué Helena te refieres —dice la madre y empieza a buscar el tabaco en el bolso.

—Es fantástica, Mia. Un auténtico modelo para todos. Tan fuerte, después de todo lo que ha sufrido. Me ha cambiado la vida. Mira que he tenido problemas de cuello durante años, pero Helena me ha enseñado que todo está en la actitud. Cómo no me va a doler, si siempre ando con pensamientos negativos y destructivos. Si pienso que estoy curada, se me quitarán los dolores.

Anna-Karin mira a su madre, que fuma impaciente mientras Sirpa habla. Se niega a prestarle atención a nada de lo que dice, Anna-Karin lo ve claramente. Y sí, suena de lo más inconsistente, pero ¿no ve su madre lo contenta que está Sirpa?

—Pues quizá Helena pueda ayudarte con la espalda, ¿no? —le dice Anna-Karin.

—Tenemos que irnos ya —responde su madre, y tira la colilla.

—Pero si no teníamos prisa —dice Anna-Karin con expresión inocente.

La madre la mira furiosa.

—¡Pues entonces! —dice Sirpa animada.

Las guía por la acera caminando entre la gente hasta el centro de Engelsfors Positivo. Dentro hay más gente todavía. Por todas partes se ven caras felices. Como si todos tuvieran en común algo grande y trascendente por el simple hecho de estar allí.

Anna-Karin ve a Gustaf, que está hablando con unos chicos de su equipo de fútbol. Reconoce también a otra gente del instituto. Las dos Hannas de la clase. El profesor de dibujo y Tommy Ekberg, los que estaban presentes cuando echaron a la directora, según Minoo.

Anna-Karin se detiene y el corazón se le para también cuando ve a Jari.

Jari, al que durante tantos años amó a distancia. Había épocas en las que apenas podía pensar en otra cosa. Y luego, después de la fiesta de julio pasado en casa de Jonte, se ha convertido en algo en lo que no puede ni pensar.

El cuerpo le pide a gritos que huya de allí, pero en ese momento Jari la ve.

Su mirada se demora un momento en ella y luego la aparta con indiferencia. Han pasado varios meses desde la última vez que se vieron. Puede que haya relegado al subconsciente todo lo que ocurrió. Eso espera.

Aprieta el paso para alcanzar a su madre y a Sirpa, y vuelve a dejar las bolsas en el suelo.

—¡Helena! ¡Aquí hay una persona que quiere verte! —grita Sirpa.

Una mujer con el pelo de color naranja se da la vuelta.

Helena Malmgren. La madre de Elias.

Lleva puesto un vestido largo, por los tobillos, de un tejido vaporoso. El color amarillo fuerte le ilumina la cara.

—¡Mia! —dice esbozando una amplia sonrisa, como si la aparición de su madre fuera un regalo fantástico—. ¡Cómo me alegro de verte!

La madre responde con un gruñido. Helena se vuelve hacia Anna-Karin y la mira de arriba abajo. Se siente incómoda y al mismo tiempo halagada por tanta atención.

—Pero, niña, ponte derecha —dice Helena—. Enfréntate al mundo con una sonrisa y el mundo te sonreirá.

Le lanza un guiño, como si la estuviera haciendo partícipe de un secreto. Luego vuelve a mirar a la madre.

—Oí lo del incendio del invierno pasado.

La madre asiente.

—Tienes que atreverte a creer que esto es el principio de algo bueno —continúa Helena—. Cuando quieres ver las posibilidades siempre las encuentras. Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.

—Eso es fácil decirlo —responde la madre irritada—. Pero mi padre está inválido y yo me vi obligada a dejar la granja donde crecí. Y, además, soy la única que se encarga de Anna-Karin.

Lo que su madre acaba de decir es como una mancha asquerosa que floreciera en el aire. Y le hierve por dentro una rabia tan intensa que casi le supone un esfuerzo físico contenerla.

Debería poder obligarte a decir la verdad, piensa mirando a su madre. No cargas con ninguna responsabilidad sobre mí. Ni siquiera te preocupas por mí. Ni tampoco por el abuelo. Si apenas lo has visitado en Solbacken. Y tú eras quien quería mudarse al centro. No era necesario. Apostaría a que te alegras del incendio.

El deseo de utilizar la magia, de forzar a su madre a decir la verdad, es tan fuerte que amenaza con dominarla. Solo que el miedo al Consejo es más fuerte todavía.

—Comprendo que habrá sido difícil —dice Helena, que sigue siendo amable—. Pero también puedes verlo como una oportunidad para llevar una nueva vida. Una carrera nueva más interesante.

Anna-Karin mira de reojo a Helena, agradecida. Está diciendo justo lo que su madre necesita oír.

—Si ni siquiera puedo encontrar trabajo, con lo que me duele la espalda.

La madre parece agresiva. Pero Helena no se deja amedrentar.

—En ese tipo de cosas precisamente nos ayudamos aquí en EP los unos a los otros —dice inclinándose hacia la madre y olisqueándola un poco—. Y también podemos hacer algo con el tabaco.

Y vuelve a guiñar un ojo.

Por lo visto, para su madre, esa es la gota que colma el vaso.

—Tenemos que irnos ya —dice, y arrastra a Anna-Karin fuera de allí.

—Volved cuando queráis —dice Helena—. Aquí siempre podéis acudir, y os esperamos con los brazos abiertos.

La madre sale como un torbellino abriéndose paso a codazos entre la gente congregada en la acera y cruza la calle con grandes zancadas.

—Nadie tiene derecho a meterse en cómo debo vivir mi vida —murmura, abre la puerta de un empujón y entra—. Para ella es fácil decir todo eso…

—¿Fácil? —grita Anna-Karin de tal modo que retumba en la escalera. La puerta se cierra con estruendo—. Elias está muerto. A Helena se le murió su hijo. Y aun así, trata de ayudarte a ti.

La cólera acaba por desbordarla. Su madre la mira pasmada.

—No eres la más digna de lástima del mundo entero, aunque quieras creerlo —dice Anna-Karin.

—Tú no tienes ni idea de lo que he pasado yo.

—Sé exactamente lo que has pasado —dice Anna-Karin—. Porque yo lo he pasado igual. Y estoy segura de que tú lo has sabido todo el tiempo. Pero te ha importado un pimiento y te has dedicado a compadecerte de ti misma.

—Claro, ¿así que soy una mala madre también? Muchas gracias, Anna-Karin. Gracias por darme la patada cuando estoy en el suelo.

Anna-Karin reconoce la táctica. Su madre reacciona igual cada vez que le dice algo remotamente crítico. Conseguir que sienta remordimientos para que lo retire todo. Y la estrategia funciona aunque la conozcas de antemano.

Pero esta vez no.

—Busca ayuda —dice Anna-Karin soltando las bolsas, de modo que las latas de conserva y las botellas de bebida echan a rodar por el suelo.

Sale por la puerta y no se vuelve hasta que ya ha bajado un buen trecho de la calle. No ve a su madre ni en el portal ni en la ventana del apartamento.

Pero delante de Engelsfors Positivo está Helena. Se encuentra rodeada de gente, aunque tiene la mirada fija en Anna-Karin y le dirige una cálida sonrisa.

Anna-Karin está a punto de corresponderle, pero el marido de Helena, Krister Malmgren, sale por la puerta y rodea a su mujer con el brazo. El «pez gordo municipal en carne y hueso», como suele llamarlo su madre. Le dice algo a Helena y entran juntos en el local.

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Fuego
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