CAPÍTULO 28
A pesar de que se pasaron tres días en Escocia, en la cama, ni Derek ni Nicole querían abandonar el paraíso de aquella habitación y regresar a la realidad. Fuera llovía a cántaros, mientras que dentro estaban calentitos y podían seguir acurrucados a la luz del fuego.
—Ser un marido —dijo Derek recorriéndole con el reverso de los dedos los muslos—... es bastante fácil.
—¿En serio? —suspiró Nicole lánguida y relajada como hacía tiempo que no se sentía. De hecho, desde la última vez que habían estado juntos. Ella le necesitaba, necesitaba lo que sólo él podía darle. Allí, tumbada sobre su estómago, ligeramente apoyada en los codos y comiendo las uvas que le daba su marido.
—Con la mujer adecuada —añadió con una sonrisa—. Supongo que no tienes ni idea del efecto que tiene esto —le recorrió la espalda con un dedo—, o esto —hizo lo mismo con su trasero—... en tu anciano marido.
Nicole bajó la vista y vio la erección que hacía que la sábana pareciera una tienda de campaña. Iba a ocuparse de eso...
Durante esa tarde, cuando no estaban haciendo el amor, habían disfrutado de un excelente almuerzo a base de medallones de ternera que los empleados del hostal les llevaron a la habitación. Y ahora estaban de nuevo tumbados en la cama, comiendo fruta, y Nicole pensó en toda la noche que les quedaba por delante.
—Creo que deberíamos ir a Italia de luna de miel. Podríamos quedarnos allí un par de meses.
—¿Meses? —Nicole cogió otra uva de entre los dedos de Derek—. Ya sabes que tengo que regresar para ayudar a mi padre y a María.
Derek frunció el cejo.
—No, no lo sabía —confesó, apartando la mano—. Nicole, tu padre se ha buscado él solo esos problemas, no debería pretender que tú se los solucionaras.
—No lo hace. —Nicole se sentó y se tapó con la sábana—. Él nunca aceptará una libra que provenga de mí. Pero yo quiero ayudarle.
—¿Sabes que ayudándole a él me perjudicas a mí? —le preguntó con una extraña mirada fija en su rostro.
Nicole supuso que iban a tener su primera pelea de casados. Apenas tres días después de la ceremonia.
—¿Qué crees que puedes hacer para ayudarle? —quiso saber él depositando la bandeja de comida en la mesa que había junto a la cama—. Me dijiste que ahora María era su socia.
—Ellos necesitarán a alguien en Inglaterra. Yo puedo ocuparme de sus negocios aquí...
—En otras palabras, pelearte con sus acreedores. Ahora eres una condesa, y si crees que voy a permitir que mi esposa discuta con esa panda de animales es que estás loca. Y mucho menos si se trata de unos acreedores que quieren liquidar a mi peor competencia.
—No puedo creer que acabes de decir eso —dijo ella mirándole dolida antes de saltar de la cama para empezar a vestirse.
Derek se le acercó. Nicole había olvidado lo peligroso que podía llegar a parecer. Pero con voz dulce y razonable, le explicó:
—Nicole, no puedes trabajar con él porque dentro de muy poco ya no quedará nada con lo que hacerlo.
Nicole casi le dijo que habían conseguido nueva financiación, pero no quería traicionar a su padre. Quería impresionar al mundo entero, incluido su incrédulo marido, cuando la naviera Lassiter volviera con más fuerza que nunca.
—Tú ya no tienes nada que ver con esa compañía —insistió él apretando la mandíbula—. Y punto. Esperaba un poco más de lealtad por parte de mi esposa. Maldita sea. Deja que tu padre salga solo de todo esto.
—¿No puedes llegar a un término medio? Podríamos encontrar el modo de que no compitierais tan directamente...
—¿Y por qué soy yo el que tiene que sacrificar algo y llegar a un término medio? —soltó Derek. Se levantó y también empezó a vestirse—. Tienes que decidir a quién pertenece tu lealtad. Cada segundo que le ayudas a él es un segundo menos que estás conmigo.
—Así que no sólo se trata de las navieras, ¿me equivoco? Quieres mi lealtad y crees que no podéis tenerla ambos. —Se acordó de que ella había decidido ocultarle a Derek que su padre había conseguido nuevos fondos y cuando éste quiso hablar, lo detuvo—. No me pidas que elija. Por favor, no me lo pidas ahora.
Su marido la miró a los ojos. Ella prosiguió:
—No me pidas que elija entre tú, que estás siendo un mandón irracional, y mi padre y María, que fueron a buscarme cuando tú me abandonaste. —Le resbaló una lágrima por la mejilla.
Los ojos del hombre se abrieron un poco más y se acercó a ella para secarle la lágrima.
—Maldita sea, Nicole. Esta discusión se ha salido de contexto. Yo... —suspiró hondo—... lo siento. No sé qué me pasa, cuando estoy junto a ti me comporto como un idiota. Supongo que es porque me siento inseguro.
—¿Inseguro? ¿Cuándo te he dado motivos para que dudes de mí?
—No lo has hecho. Pero después de lo que te hice... me pregunto si alguna vez podrás perdonarme.
—¿Así que quieres que para estar seguro, para estar seguro de lo que siento por ti, quieres que te elija a ti por encima de mi familia? ¿No te basta con que me haya casado contigo?
—Sólo lo hiciste porque te arrastré hasta el altar.
—Si crees que me obligaste a casarme contigo, es que no me conoces en absoluto. Lo hice porque estoy convencida de que podemos ser felices juntos. Pero sólo si eres una persona razonable y respetas mis sentimientos.
—Lo siento, amor. Olvidémonos de esto.
—Me gustaría pensar que, si lo necesitara, estarías dispuesto a ayudar a mi padre.
Derek sacudió despacio la cabeza.
—Pídeme lo que quieras menos eso. Eso no lo haré jamás.
Lo que subyacía en esas palabras hizo que Nicole se diera cuenta de lo profundo que era el odio que existía entre ambos hombres. ¿Por qué luchar contra él? Su padre también había provocado a Derek; la propia Nicole lo había visto. Y éste no iba a comportarse como un adulto y ser el primero en enterrar el hacha de guerra.
Pero aun así, pensar en los certeros golpes que su padre había asestado a la Peregrine hacía imposible cargarle todas las culpas a Derek. Nicole no pudo dejar de estar triste; ni siquiera cuando él le acarició la frente para borrarle las arrugas que tenía de tanto fruncir el cejo. La joven tenía miedo de decirle a su padre que se había casado con su peor enemigo, un enemigo que no tenía intención alguna de dejar de serlo.
Derek no podía continuar así. Ya le había hecho daño a Nicole y no quería volver a hacérselo. Ahora ella era su esposa; una preciosa y valiente mujer dispuesta a amarle. No quería pensar que él era el único obstáculo para su completa felicidad.
Incluso ahora, de regreso a su casa, no dejó de pensar en ella. ¿Miraba a través de la ventana del carruaje para pensar, o ya se estaba arrepintiendo de haberse casado con él? Derek sabía que estaba preocupada por la naviera de Lassiter. Y sabía que la angustiaba tener que decirle a su padre que se había casado con él.
Llegaron a su casa y, después de presentarla a sus empleados, vio que intentaba disimular un bostezo. Derek se sonrojó; no se le había ocurrido pensar que entre lo poco que dormían por la noche y el largo viaje estuviera cansada.
No esperó ni un segundo más y la cogió en brazos para llevarla a su habitación.
—¡Derek!
—Voy a acostarte.
—Es mediodía. No puedo irme ya a dormir. —Entraron en la habitación y Nicole volvió a bostezar—. Bueno, tal vez... —Miró las espaciosas paredes con paneles de caoba—. Es tu habitación.
¿Acaso no quería dormir con él?
—¿Y eso es malo?
—No, me gusta estar aquí. No sé por qué estoy tan cansada.
—Porque te he hecho el amor sin parar durante tres días —dijo él tras tumbarla en la cama y empezar a desabrocharle los botones—. Incluso una mujer tan lujuriosa como tú tiene sus límites. —Le quitó el vestido por la cabeza y la besó en el cuello—. Todo el mundo necesita descansar después de unas noches así.
Nicole acabó de desnudarse hasta quedarse en ropa interior.
—Será sólo un rato, pero luego tengo que ir a ver a mi padre. Seguro que ya han regresado —manifestó triste, con un tono de voz letárgico.
Derek la cubrió con la manta y observó cómo se acurrucaba en su cama. Le gustaba verla allí. Le dio un beso en la frente.
—Ya lo sé. Hablaremos cuando te despiertes.
Dejándola se fue a su estudio. Se quedó absorto en sus pensamientos, mirando por la ventana. ¡Maldita fuera, no quería que Nicole se sintiera así! Sí, de acuerdo, se comportaba más o menos como antes, pero no era feliz. Le había jurado que trataría de ser un buen marido, un marido sobrio, y Derek sabía que ella le había creído. Pero Nicole necesitaba más.
Se desplomó en su sillón.
Aunque él quisiera poner fin a la animosidad que había entre él y Lassiter, ¿qué podía hacer? A diferencia de Nicole, Derek no creía que a Lassiter le bastara con una disculpa y un apretón de manos. Sí, había cosas que era mejor hacerlas solo.
En Sydney, Nicole le dijo que creía que era un buen hombre, y él también empezó a creerlo. Pero últimamente no le estaba dando demasiados motivos para que siguiera pensándolo. Si no cambiaba, la perdería. Así eran las cosas. Y Derek no podía imaginarse vivir sin ella.