CAPÍTULO 9
-Chancey, trata de relajarte.
—NO quiero quedarme aquí ni un segundo más —farfulló él sin dejar de mirar por encima del hombro y estudiar el palaciego salón de la abuela de Nicole. Aunque nada se había movido de lugar en los últimos segundos, la cara del marino reflejaba cada vez más preocupación.
Nicole sacudió la cabeza.
—¿Y crees que yo sí? —Cuando Sutherland empezó a poner patas arribas el puerto buscándolos, ése había sido el único lugar donde habían podido refugiarse. No podían quedarse en el muelle, y mucho menos en el barco—. Por mucho que mires esos jarrones, no desaparecerán.
El irlandés frunció el cejo. Nicole nunca había visto a nadie estar tan incómodo. No podía dejar de tirar del cuello de su camisa. La marquesa, que lo asustaba incluso más que los objetos de decoración de su mansión, lo sometía a un estricto código indumentario, pero era casi imposible encontrar ropa para un hombre tan grande. A pesar de ello, la vieja arpía no cambió de opinión. Si iban a quedarse en su casa y no querían utilizar las instalaciones del servicio, tenían que vestirse de un modo apropiado.
Chancey se puso en pie de repente.
—Iré a hablar con él.
Nicole suspiró hondo y jugó con el mantel que había en la mesilla.
—Ya lo hemos discutido. ¡La última vez que alguien fue a «hablar» con Sutherland, acabó en la cárcel por tiempo indefinido! —Se esforzó por bajar el tono de voz—. No puedo correr el riesgo de perderte a ti también. Prefiero que sigas sintiéndote desgraciado aquí conmigo. Además, piénsalo, aquí estamos a salvo. A Sutherland nunca se le ocurriría buscarnos en un lugar como éste.
—No pienso seguir escondiéndome. Y ese canalla tiene que pagar por lo que te hizo.
—¿Por lo que me hizo? —gritó Nicole vigilando que nadie los estuviera escuchando—. Por última vez, no pasó nada. Y aunque así fuera, ¿de verdad quieres que me pase la vida junto a un crápula como él?
Chancey apretó los labios y miró hacia el techo antes de responder.
—No. Vas a cumplir la promesa que le hiciste a tu abuela y vas a casarte como corresponde a alguien de tu clase.
—Exactamente. —¿Había decidido por fin cooperar?
—Pero aun así..., no me gusta no contárselo a tu padre.
Seguían discutiendo sobre la conveniencia de contarle a su padre lo que había pasado en el barco de Sutherland. Nicole había logrado convencer al marino de que su padre perdería los nervios al no poder enfrentarse a Sutherland. Y ¿qué pasaría cuando lograra dar con él en el futuro? Seguro que esa vez acabarían matándose.
Ya tenían bastantes problemas. Sutherland, antes de que Chancey le dejara KO, ya estaba enfadado con ella, y todo porque creía que había tramado todo aquello para casarse con él. ¡Sería arrogante! Nicole se moría de ganas de gritarle a la cara que el infierno se congelaría antes de que ella quisiera casarse con él, y que Chancey sólo había intentado protegerla. Tal como decía este último, «sólo le había dado un golpecito de nada».
Y, por culpa de él, habían tenido que esconderse en lo más profundo de Londres, bueno, en Mayfair. Incluso visitar a su padre se había convertido en una aventura, pues los hombres de Sutherland no dejaban de vigilar la cárcel.
Estaba furiosa con él. Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en las horas que habían pasado juntos? ¿Por qué seguía soñando con ellas cada noche?
Chancey, fiel a su torpe estilo, había intentado convencerla de que no merecía la pena pensar en él. Pero lo que le había contado le había llegado al alma. Ella ya sabía que Sutherland era un seductor, pero para ella, sus besos, y aquellas caricias tan íntimas, habían sido... especiales.
Para él sólo había sido una noche más. Nicole sólo era una conquista más de la que presumir...
Chapman abrió la puerta del salón e interrumpió sus pensamientos.
—Tu abuela quiere saber —dijo disculpándose— por qué has ordenado que preparen un carruaje.
—Voy a ir a ver a mi padre.
Chapman asintió serio.
—Si es así, tengo órdenes de decirte que le digas al cochero que te espere en el establo.
Nicole se quedó muda durante unos segundos y Chapman tosió para disimular el ataque de risa.
—Dile que la próxima vez le pediré que así sea. Y gracias —le gritó al mayordomo cuando éste ya salía del salón. Nicole empezó a pelearse con el tupido y carísimo velo que llevaba cada vez que iba a ver a su padre. Ninguno de los hombres de Sutherland sospecharía jamás que tras aquellas ropas tan caras se escondía ella.
—Escucha, Chancey...
—¡Christina Banning! —gritó su abuela desde la puerta, con las faldas negras aún bamboleándose a su alrededor. Toda ella emanaba furia y, a pesar de ser una mujer pequeña, parecía bloquear la salida por completo.
—Mi nombre es Nicole Lassiter. —Habían discutido sobre eso un millar de veces. Su abuela quería que Nicole utilizara su otro nombre y el apellido de soltera de su madre para que, hasta que estuviera casada, nadie relacionara que la hija de Jason Lassiter era la nieta de Evelyn Banning.
La anciana entrecerró los ojos; Nicole supo entonces que la batalla estaba a punto de comenzar. Por raro que pareciera, empezaban a gustarle ese tipo de encuentros.
—Si no puedes cumplir con las más mínimas normas de comportamiento, no te molestes en volver. Nadie querrá casarse contigo; no importará lo guapa que seas o lo impresionante que sea tu dote, nadie querrá a una mujer con tu pasado.
—¿De verdad crees que soy guapa? —preguntó Nicole con una sonrisa irritante en medio de la cara.
Su abuela la ignoró.
—Es mejor que nadie sepa la verdad. Me he pasado veinte años ocultando la vida que llevabas. Nicole Lassiter es un marino; en mi casa eres Christina Banning.
Se pasaron un par de minutos discutiendo sobre esa cuestión, hasta que la marquesa dijo:
—Escúchame bien, pequeña. Todo esto no lo hago por mí. ¡Lo hago por ti! No querrás entrar en mi mundo con una mano atada a la espalda. —Fulminó a Chancey con la mirada y salió de la habitación.
Éste sacudió la cabeza con los ojos abiertos como platos.
—Ya sabes lo que siempre digo sobre ti: tienes más valentía que cerebro. Esa mujer es una bruja.
Chancey era muy desgraciado en Atworth y ya no podía soportar más la constante censura de la marquesa. Entre eso y la promesa de ocultarle a su padre lo que había pasado aquella noche, hecho que se asemejaba mucho a mentir, su paciencia se estaba agotando. Pero esa tarde, mientras visitaba a su padre, fue a Nicole a quien la paciencia se le acabó. Todo empezó cuando éste le dijo que no lo soltarían a tiempo para poder participar en la carrera.
—¿Así que el Bella Nicola no va a participar en la mayor regata de todos los tiempos? —Sólo de pensar en ello tenía ganas de llorar. Miró a ambos hombres. Se dio cuenta de que el taburete de Chancey estaba a punto de romperse.
Éste miró nervioso al padre de Nicole y luego volvió a mirarla a ella.
—Sí va a participar. Tu padre y yo hemos decidido zarpar sin él. Jason se ha dejado la vida levantando la compañía como para ahora dejarla morir por una tontería como ésta. Yo capitanearé el barco.
Nicole lo miró a los ojos.
—Tú no tienes título para navegar. —Chancey era un marino nato, pero no tenía el título de capitán porque no sabía leer ni escribir.
—Tengo experiencia, y encontraré a alguien que me ayude en lo que me haga falta.
—Alguien como yo —dijo ella arrogante, como si ésa fuera la conclusión más lógica.
—Olvídalo, Nicole —dijo Lassiter.
—¿Y quién confeccionará las cartas de navegación? —preguntó exasperada.
Ambos se quedaron en silencio.
—¿Quién?
—Chancey y yo ya hemos hablado del tema. Tendrá que bastar con Dennis.
—¡Dennis! —exclamó Nicole con la imagen del joven timonel del barco en la mente—. No puedes estar hablando en serio. Más vale que haya mejorado mucho desde la última vez que lo vi o el barco está condenado a ir a la deriva. Tiene que haber alguien más, tal vez alguien de nuestros otros barcos.
Lassiter se levantó y empezó a caminar de un lado al otro.
—No, todos nuestros barcos están navegando. Y todos los navegantes que valen la pena ya están contratados.
—Papá, tú sabes que yo soy mucho mejor que Dennis.
—No tengo ninguna duda.
—Entonces, ¿por qué no puedo ir yo?
—¡Porque eres mi hija, y la regata surca los mares más peligrosos del mundo!
—Pero papá...
A pesar de que Nicole pasó de las súplicas a las amenazas, ambos permanecieron impasibles. Iba a quedarse con su abuela y Chancey partiría con el resto de la tripulación.
—¿De verdad no vas a cambiar de opinión?
Jason apretó los labios con fuerza.
—De verdad.
De tan frustrada como se sentía, Nicole no sabía si llorar o gritar. No iba a convencerle. Y para alguien que estaba acostumbrado a salirse con la suya eso era como si el mundo hubiera cambiado de eje.
—Tan pronto como salga de aquí te llevaré a algún lugar bonito —le prometió Lassiter cariñoso—. Podríamos ir a Connecticut y quedarnos en Mystic, ¿te gustaría pasear por tu antiguo barrio?
—Sólo vivimos allí unos pocos meses. La Bella Nicola es mi antiguo barrio.
Jason suspiró hondo.
—Ten un poco de paciencia, Nic. Sólo te quedarás unos pocos días más en casa de tu abuela, te lo prometo.
Ni él mismo sabía lo ciertas que eran esas palabras.
—El abogado cree que en una semana estaré libre —comentó optimista.
—¿Por qué no ha iniciado ningún procedimiento?
Ambos volvieron a quedarse callados.
—¿Por qué, papá?
—Porque alguien podría enterarse del motivo de la pelea —dijo él ante su mirada atónita—. Es sólo una semana.
Su padre permanecía encerrado allí por ella. «Oh, papá.»
—No es nada, en serio. Y no puede decirse que esté demasiado incómodo.
Señaló con la mano el interior de su celda.
La verdad era que el lugar no tenía mala pinta. Como una mamá gallina, Nicole se la había llenado de mantas, almohadas y alfombras que había saqueado de la mansión Atworth y no había parado hasta conseguir que los guardas le permitieran entregárselas. Su padre tenía también papel para escribir, tinta y un montón de juegos de mesa, y Nicole incluso había convencido al cocinero de su abuela para que le llevase comida caliente tres veces al día. Se había preocupado de que estuviera bien atendido.
E iba a seguir estándolo cuando ella zarpara con el barco.
Se despidió de él como siempre, pero con un abrazo un poco más largo de lo habitual. Más tarde, en el interior del carruaje de su abuela, Nicole repasó el plan.
Si lograba llevarlo a cabo, tal vez pudiera vivir de aquellos recuerdos cuando su abuela la obligara a doblegarse a sus deseos y tuviera que casarse con el hombre que ella escogiera. A vivir una mentira. Aquella mujer no dejaba de recordarle que era ella quien pagaba al abogado para que su padre pudiera quedar en libertad. Y quería que se la recompensara por ello.
A su padre le daría un infarto cuando descubriera que ella se había ido. Lo mismo que a su abuela. Pero era por una buena causa. Se dijo a sí misma que lo hacía por él, por la tripulación y por sí misma. Todos creían que ella se quedaría en Atworth y que Dennis, un buen marino pero un pésimo navegante, se haría cargo del Bella Nicola.
Lo cual era una tontería, Nicole nunca hacía lo que se esperaba de ella.
Le diría a su abuela que se iba al continente para visitar a unas amigas y comprarse un nuevo guardarropa para su presentación en sociedad. Seguro que incluso lograría convencer a la marquesa de que le dejara comprar un reloj para su padre.
Luego, tendría que convencer a Chancey...
La mañana en que empezaba la regata, Nicole abandonó la mansión Atworth con todos sus baúles, y no pudo evitar sentirse un poco culpable por lo que iba a hacer. Le había escrito una carta a su padre diciéndole que, si cuando lo soltaban iba a buscarla, Nicole siempre creería que no confiaba en ella, que no la creía capaz de hacerlo. Lo que decía en esa carta era verdad. Y cada vez que le remordía la conciencia se repetía que lograría que él se sintiera orgulloso de ella.
—Buenos días, Chancey —dijo a la espalda del gigante tan pronto como subió al Bella Nicola. El marino se tensó de golpe y se dio la vuelta despacio.
—Dime que no te estoy viendo aquí, que me lo estoy imaginando.
—No puedo. Me temo que estoy aquí de verdad —contestó ella dándose unos golpecitos en la nariz para luego señalarle con el mismo dedo—. Y tengo intención de quedarme, así que ayúdame a cargar los baúles para que podamos partir de inmediato.
Chancey la miró como si le hubieran salido cuernos de la cabeza.
—Te has vuelto loca si crees que te permitiré quedarte. Vamos, baja y regresa con tu abuela.
Nicole se acercó a él y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Chancey, si me echas de este barco, iré directamente al Southern Cross y navegaré con Sutherland. Sabes que él sí querrá que me quede. —Le sonrió diabólica.
—¡Maldita sea! A tu padre le dará un infarto, ya lo verás. Y vendrá a buscarte.
—No, no lo hará. Le he escrito una carta. Estará bien —le tranquilizó ella, pero dudaba que su carta bastara para retener a su padre en Londres—. De un modo u otro, yo voy a participar en esta carrera. Y dado que me necesitas, lo mejor es que me quede aquí contigo. —Al ver que él seguía sin estar convencido, añadió—: Tú siempre me dices que siga mis instintos. Pues bien, ahora mis instintos me dicen que tengo que participar en esta regata.
Ese comentario pareció afectar al irlandés, pero luego dijo burlón:
—Yo me quedaré hasta que Sutherland zarpe. ¿Qué harás tú? Nicole le devolvió la sonrisa.
—Si te acercas a su barco verás que no están listos para levar el ancla y los rumores dicen que no lo estará hasta dentro de dos días. Quién sabe, Chancey, a lo mejor aún sigue buscándome —dijo ella. No lo creía pero era un argumento tan válido como cualquier otro—: Tal vez vaya a decirle dónde estoy. —Se dio la vuelta, sorprendida ella misma de lo retorcida que podía llegar a ser. Aunque eso no era lo habitual... sólo lo hacía porque tenía que participar en aquella carrera.
Estaba en la escalinata cuando oyó una maldición. Furioso, el gigante gritó:
—Espero que todas esas lecciones de baile no te hayan hecho olvidar las matemáticas.
Unos cientos de barcos más allá, Derek se había pasado la tarde con una botella de brandy como una única compañía. La regata estaba a punto de empezar, así que salió de su camarote y se dirigió a cubierta. Respiró hondo, el aire del mar siempre era más frío que cualquier otro, y miró el puerto, donde ahora atracaban los navíos más rápidos del mundo y cuyos mástiles acariciaban las nubes. Podía escuchar la música de la banda que los despedía. A lo largo de todo el Támesis, las tiendas inundaban el muelle de color y las banderas de diferentes países dibujaban un tapiz de lo más variopinto. Era impresionante, una fiesta en la que deberían poder participar sus hombres. Pero en esos momentos no podía pensar en ello.
Derek estaba convencido de que, al ver los navíos de sus competidores a punto para partir, se sentiría como un idiota por no hacerlo él. Pero se quedó allí de pie, mirando y observando como de costumbre, sin lograr sentir ni un ápice de remordimiento. Por alguna razón que no lograba entender, tenía que encontrar a Nicole antes de partir. Era una necesidad que no podía explicar, ni siquiera a sí mismo, y mucho menos a su enfadadísimo hermano o a su disgustada tripulación.
Al recordar la decepción que se reflejó en el rostro de sus hombres cuando les comunicó la decisión que había tomado, hizo una mueca de dolor. Y tampoco le pasó por alto que algunos de ellos intercambiaron monedas como si hubieran hecho una apuesta. Bueno, podían reírse de él tanto como quisieran. El sabía que no se equivocaba... tenía que encontrar a Nicole.
Su estado de embriaguez desapareció de golpe cuando vio al Bella Nicola ocupar su lugar. Sabía que Lassiter aún estaba en la cárcel, y que no había ni siquiera intentado buscar otro capitán para su embarcación. Así pues, ¿quién capitaneaba la nave?
Derek corrió hacia el timón y se hizo con el catalejo. Aún tambaleándose, lo aseguró en el suelo.
Con la melena ondeándole a la espalda, Nicole Lassiter estaba de pie en la proa del Bella Nicola y Chancey en el puente de mando.
Derek, incapaz de creer lo que veía, sacudió la cabeza. Se frotó la cara con ambas manos y luego, con una emoción que no había sentido en años, se dio la vuelta hacia su tripulación y gritó:
—¡Levad anclas!