CAPÍTULO 26
A primera hora de la mañana siguiente, Derek ya se estaba toman do el café, impaciente por ir a la mansión Atworth, pero su madre lo retuvo.
—Tenemos que hablar.
—Puede esperar —dijo él, negando también con la cabeza.
—¡No, no puede!
Derek la fulminó con la mirada, pero ella no se dejó intimidar.
—Quiero decirte que no hay excusa que justifique tu comportamiento de anoche. ¡Tratar a lady Christina de esa manera! Vi cómo te la llevabas casi a rastras hasta la terraza. Sé que has pasado por muchas cosas, pero tienes que empezar a asumir la responsabilidad de tus acciones. Nada puede justificar lo que hiciste.
—Ella es Nicole Lassiter.
Amanda frunció el cejo y casi se atragantó.
—¿Qué? No lo dices en serio —casi gritó—. ¿Ella es la chica por la que has estado suspirando desde que regresaste? ¡Eso es imposible!
—Se pasó meses en mi barco. Creo que la reconocería en cualquier parte.
Entonces apareció Grant.
—¿Quién se pasó meses en tu barco? —preguntó, sirviéndose un café.
—Creo que lady Christina —contestó Amanda a media voz.
—¿Lady Christina...? —Grant no entendía nada.
—Es Nicole Lassiter —finalizó su madre.
Grant casi se ahogó por culpa de un ataque de risa.
—¿Lady Christina es la hija de Lassiter? ¿Vas a casarte con la hija de Lassiter? —Sacudió la cabeza y se echó a reír.
—Si ella me acepta.
—Estarás ligado a su padre para siempre —dijo Grant secándose los ojos—. ¿Cómo vas a superar eso?
Derek dijo como si le doliera.
—Haré todo lo que sea necesario.
—Tal vez no tengamos que preocuparnos por ello —interrumpió Amanda—, la chica no parece demasiado inclinada a querer casarse contigo.
—Descubrió que estaba casado.
—Espera un segundo, yo estaba allí —dijo Grant—: Lydia se acercó a lady Christina y le explicó que ella era la condesa de Stanhope.
¿Lydia y Nicole juntas?
—¿Y cómo reaccionó Nicole?
—Se desmayó.
Derek se pasó una mano por la cara. Dios, daría lo que fuera por haberle ahorrado ese disgusto. Tenía que verla y explicárselo todo. Amanda le acarició el antebrazo.
—Derek, escúchame. No sé todo lo que ha pasado, pero no puedes ir así por el mundo.
—Así ¿cómo?
Grant se alegró de poder contestar.
—Te has dejado una parte de la cara sin afeitar, y tus botas no son del mismo juego.
Derek se miró las botas, pero siguió andando hacia la puerta.
—Pasara lo que pasase entre tú y esa chica, eso no te da permiso para presentarte en la mansión Atworth con ese aspecto.
Derek sabía que estaba tan contento de volver a verla que no había planeado demasiado bien su estrategia. Pero es que... la echaba de menos, y saber que no estaba ni a dos kilómetros de distancia lo estaba volviendo loco.
—Ya he esperado bastante.
—¿Y ella? —preguntó Amanda.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Si ella es Nicole Lassiter, ¿crees que ha tenido bastante tiempo como para recuperarse de que la abandonaras?
—Voy a...
—Bueno, ya veo que ni quieres ni necesitas mi consejo —dijo su madre ofendida—. Me vuelvo a Whitestone.
—Pero si aún faltan varias semanas para que finalice la Temporada —señaló Grant.
—No importa —contestó ella serena, sin apartar la mirada de Derek—. Me niego a quedarme aquí si sigues comportándote de este modo. Si me voy, al menos no tendré que pasar la vergüenza de ver cómo te pones en ridículo.
Derek se acercó a la puerta, pero pudo oír perfectamente cómo su madre suspiraba y le decía a su hermano.
—El amor lo ha idiotizado por completo. Si alguna vez te comportas así, Grant, juro que te sacudiré.
Derek se plantó de nuevo frente a los escalones de la mansión Atworth. Llamó a la puerta y, pasados varios minutos, reapareció el mismo mayordomo de la noche anterior.
El hombre consiguió disimular su sorpresa cuando Derek exigió:
—Quiero ver a Nicole.
Respiró hondo y le dijo:
—En estos momentos no se encuentra en casa.
Derek le sonrió y bajó la vista. Cuando volvió a levantar la cabeza, dijo en un tono de voz neutral:
—Son las siete de la mañana.
—No importa, ella no se encuentra en casa.
—Va a decirme eso cada vez que venga, ¿no es así?
El hombre hizo un leve movimiento de cabeza y repitió:
—Ella no se encuentra en...
Derek levantó la mano interrumpiéndolo.
—Ya he pillado la idea.
Decidido a no volver a pelearse con aquellos lacayos, se despidió del mayordomo y se fue. Tan pronto como la puerta se cerró, se dirigió a la parte de atrás de la mansión, donde vio un muro cubierto de enredaderas. Tomó aire y se dispuso a empujar la verja, pero no hizo falta fuerza, pues ésta se abrió con facilidad. Entró y se acercó a la parte trasera de la casa. En cuanto llegó a los escalones que llevaban a la terraza, vio a Nicole.
A pesar de ser tan temprano, ella estaba sentada bajo un cerezo, saboreando unas fresas e ignorando el té y el periódico que tenía delante. Estaba observando el jardín, pero parecía absorta en sus pensamientos, como si en realidad no lo estuviera viendo.
Nicole se inclinó en la silla y, en su mente, repitió los sucesos de la noche anterior. Sutherland no le había pedido perdón, ni siquiera le había pedido que se casara con él. Se había limitado a ordenárselo. Pero de nuevo, y contra todo pronóstico, las lágrimas se negaban a aparecer.
Nicole no entendía qué había poseído a ese hombre para actuar de aquel modo. Audaz y atrevido eran dos adjetivos que se quedaban cortos. Estaba enfadadísima. Todos aquellos sueños en los que se lo imaginaba de rodillas, suplicándole que lo perdonara, no se habían cumplido en absoluto; él se había limitado a exigir que recuperaran algo que había roto sin ninguna consideración.
¡Como si fuera a aceptar casarse con él! Ella tenía un montón de pretendientes, pretendientes que la habían ayudado a curar su orgullo herido. Escogería a uno de ellos y viviría una vida tranquila y estable. Lograría que funcionara. Pero no si Sutherland seguía organizando esas escenas. Su abuela se había pasado años preocupada por si Nicole sabría comportarse en sociedad, y ahora un renegado conde iba a arruinar su reputación.
De repente, Nicole se quedó helada. Por el rabillo del ojo, cerca de la casa, pudo ver... no, no podía ser. Se dio media vuelta. ¡Sutherland!
A ella ya no le sorprendió volver a sentir aquel nudo en el pecho al verlo, pero se rebeló contra él de todos modos. Se obligó a no mirarle, se levantó de la silla y se dispuso a huir. Pero cuando pasó junto a él Derek le cogió la mano.
—¿Qué estás haciendo, Sutherland?
—Nos vamos a casar.
Otra vez no. Ella sintió que le entraba un ataque de pánico.
—¿Te has vuelto loco?
—No, de hecho no he estado tan cuerdo en toda mi vida. Voy a llevarte a Gretna Green.
Nicole se quedó boquiabierta, pero por fin recuperó el habla.
—¡Ni lo sueñes! ¿Por qué iba a casarme contigo cuando no puedo ni verte? —¿Y por qué no conseguía parecer convincente al decirlo?
Derek levantó una mano y le apartó un mechón de pelo de la frente. Después de un primer intento fallido, la chica no trató ya de apartarse de él. ¿Tanto le había echado de menos? ¿Tanto como para que con una mera caricia él consiguiera tranquilizarla?
—Confía en mí, tú no quieres casarte con uno de esos presumidos. No son lo bastante hombres para ti.
De eso Nicole no tenía ninguna duda.
—¿Y tú sí?
—Por supuesto que sí.
¡Sería arrogante! Nicole se avergonzó de sí misma, pues se le escapó otro mechón de pelo y Derek la conquistó con otra suave caricia. No podía pensar cuando hacía eso, y él lo sabía.
El conde aprovechó que ella se había calmado y la cogió de la mano para llevársela de allí.
—Hablaremos en el carruaje.
—No —gimió ella y se apartó de él—. No voy a casarme contigo. Aunque quisiera hacerlo, que no quiero, no puedes aparecer aquí y comportarte como si te perteneciera. Tengo una familia, y obligaciones que cumplir. ¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez ellos quieran estar presentes el día que me case?
—Entonces nos casaremos dos veces.
—Te lo repito, no voy a...
Chapman apareció por las puertas del jardín y anunció su presencia carraspeando la garganta.
—¿Está usted bien, señorita? ¿Quiere que vaya a buscar a la marquesa?
—¡No! ¡No es necesario!
—¿Está aquí? —preguntó Derek.
Chapman soltó el aire y señaló una puerta con la cabeza, y, antes de que Nicole tuviera tiempo de protestar, Derek la medio arrastró en esa dirección. ¿Qué pensaría su abuela si aquel hombre enorme irrumpía en la paz de su tranquilo saloncito?
Nicole también se preguntaba por qué casi no se estaba resistiendo, por qué le seguía el juego en toda aquella locura.
Llegaron a la puerta del salón y Derek gritó a la marquesa:
—Milady...
—¿Qué quiere? Y no estoy sorda —dijo ella sin levantar la vista, dejando así claro que su bordado de punto de cruz le parecía mucho más interesante.
Derek no dudó ni un segundo.
—Me llamo Derek Andrew Sutherland, sexto conde de Stanhope, y me llevo a su nieta a Gretna Green para casarme con ella.
La marquesa suspiró impaciente.
—Si eso es lo que quiere...
Derek, atónito, se detuvo un momento:
—¿Sería mucho pedir que le mandaran algo de equipaje al Bickham Inn esta noche?
Su abuela asintió como si acabara de pedirle que le pasara la sal.
Nicole abrió los ojos como platos y, aprovechando su sorpresa, Derek volvió a tirar de ella hacia la salida. Nicole miró hacia atrás y se quedó sin habla.
La marquesa le estaba sonriendo.
—No sé —dijo Derek metiendo a Nicole en el carruaje—, pero creo que a esa vieja pícara le caigo simpático. —Hablaba relajado, como si estuvieran charlando a la hora del té. Y eso hacía que a Nicole le resultara imposible concentrarse. Quería sonar razonable, decirle que ellos dos no tenían nada en común, pero con lo nerviosa que estaba a su lado parecería una loca.
Nicole se recordó a sí misma que estaba enfadadísima por cómo la había tratado, por haber asumido que, sin más, iba a casarse con él. Ese pensamiento le hizo hervir la sangre.
—¡Esto es un secuestro! ¡Igual que antes! Y no voy a permitírtelo. Otra vez no, no viniendo de ti.
—No es un secuestro. Nos estamos fugando —la corrigió él de lo más razonable.
—¿Fugarnos? No voy a casarme contigo. ¡No lo haré! ¡No confío en ti! ¡Ya me abandonaste una vez! —Por fin se le quebró la voz y enormes lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas—. Nunca nada me ha hecho tanto daño, y no permitiré que vuelva a sucederme jamás.