 CAPÍTULO 8 

-¡POR DIOS, Chancey, le has matado! —gritó Nicole cubriéndose aún más con la sábana. No tardó ni un segundo en levantarse e ir junto a donde Derek yacía derrumbado y acercar su cabeza a su pecho para asegurarse de que estaba bien.

—¿Y por qué debería importarte eso? —preguntó Chancey, que sujetaba todavía la porra con la que había golpeado la cabeza de Sutherland.

—Pues porque me importa —contestó con estrangulado susurro, acariciándole la frente y buscando alguna herida entre su melena. Por suerte, respiraba bien y de un modo regular—. No quiero que muera... no quiero que muera nadie —se corrigió al ver la cara del irlandés—. Esto no es lo que parece —dijo, suplicando no sonrojarse a causa de la vergüenza que sentía.

Chancey acarició la porra.

—Ah, ¿así que pretendes que me crea que estás en la cama del seductor más famoso de Londres y que no es lo que parece? —Miró a Sutherland de un modo siniestro—. Dime lo que te ha hecho y seguro que daré con el modo más adecuado de matarle.

—¡No! —Nicole se echó encima de Derek—. Fui yo... yo vine a su cuarto y... le seduje.

—¿En serio? —se burló el hombre, pero al menos se sujetó la porra al cinturón.

Nicole tenía que encontrar el modo de alejar al furioso Chancey de Derek, que seguía inconsciente.

—Yo... tengo que vestirme. —Chancey se dio la vuelta al segundo y, para cambiar de conversación, Nicole preguntó—: ¿Cómo has sabido dónde encontrarme? ¿Cómo has logrado esquivar a sus guardas?

—Tenía el presentimiento de que no podía fiarme de ti, así que he venido a ver. Sus guardias... digamos que han seguido el mismo camino que su capitán —respondió satisfecho.

—Oh —fue lo único que Nicole consiguió decir. Se puso su camisa y, con la sábana, cubrió el torso y las piernas de Sutherland.

—Date prisa —dijo Chancey—. Tenemos que irnos antes de que aparezcan más de sus hombres, y necesito tiempo para hacer todo lo que tengo en mente.

—Ni hablar, espera un segundo —objetó ella y fue a buscar una almohada para que la cabeza de Derek descansara con mayor comodidad—. Escúchame. Te digo la verdad. Yo le busqué. Sabes que no miento. ¿Cuándo te he mentido? —preguntó furiosa a la espalda de su enorme amigo, que se negaba a mirarla—. ¿Cuándo no he sido honesta contigo?

—Pues por ejemplo cuando me juraste que no volverías a escaparte del colegio. O cuando me dijiste que todos esos pasteles se los había comido el cocinero. Y esta misma noche, cuando has dado por zanjado este tema —respondió él, dejando claro lo decepcionado que estaba.

—Era... era importante que viniera aquí a averiguar lo que sabía. Quería enterarme de si sabía algo sobre Tallywood, ya sabes, tu principal sospechoso —explicó ella incómoda mientras seguía vistiéndose.

Al oír esa excusa tan mala, Chancey se rió. La propia Nicole tuvo que reconocer lo poco verosímil que era todo lo que decía. Había actuado mal.

—Está bien —admitió entre dientes—. Pero tienes que creer que ahora te digo la verdad.

Golpeó el suelo para ponerse bien las botas y Chancey se dio la vuelta para mirarla.

—Tengo que reconocer que no parece que toda la culpa sea de Sutherland. Tú eres demasiado lista, y has venido aquí sola en plena noche. Seguro que el muy canalla ha pensado que eras una mujerzuela.

Nicole se levantó y lo miró a los ojos:

—Yo quería hacerlo, Chancey —dijo sin dudar un instante—. Y no me arrepiento. —No, no se arrepentía. Sutherland le había hecho un regalo, a pesar de que con sus palabras y su ira la hubiese herido, Nicole no cambiaría esa noche por nada del mundo.

Por fin, el irlandés soltó un suspiro y se relajó.

—Está bien, le dejaré vivir, por ahora... —levantó una mano para impedir que dijera nada—, pero sólo si te casas con él.

«¿Si te casas con él?», repitió Derek mentalmente al recobrar el sentido. Se mordió la lengua para no soltar una maldición y controlar a la vez el retumbar de su cabeza. Entreabrió los ojos e intentó no gemir de dolor, pues sabía que el más pequeño ruido captaría la atención del gigante que había en su habitación y que hacía unos minutos lo había noqueado.

Cuando por fin consiguió enfocar la vista, volvió a sentir una punzada de dolor. El gigante le daba la espalda, así que lo único que Derek podía ver eran sus enormes brazos. Pero a juzgar por su tamaño, tenía que ser el mismo hombre que había acompañado a Nicole a la cárcel. Derek era también corpulento, pero aquel tipo lo era más que él.

Y Nicole... la diminuta Nicole le plantaba cara y sacudía la cabeza dejando claro que no pensaba casarse con Derek.

—Te ha comprometido. Incluso tu padre querrá que te cases con él, Nic.

—¿Con Sutherland? Piensa un poco en lo que estás diciendo —replicó incrédula—. Además, papá no tiene por qué enterarse.

—Ya sabes que se lo contaré, pequeña.

Nicole palideció y el gigante se encogió de hombros. De repente, se acercó a ella y con una de sus enormes manos le acarició la cara. Con las cabezas así inclinadas, Derek apenas podía escuchar lo que decían. Por fin, el hombre se apartó.

—¿Pudiste inspeccionar todo el barco?

«¿Todo el barco?»

—Sí.

—¿Y?

—Y he visto todo lo que quería ver. Puedes tachar a Sutherland de la lista.

«¿De qué maldita lista estaba hablando?»

—No puedo decir que me alegre que hayas venido, pero al menos ha servido para algo —dijo Chancey tras suspirar aliviado—. Aún estamos a tiempo de salvar la situación. Tenemos que ir a nuestro barco y regresar con más hombres antes de que la tripulación de este crápula regrese. Si es necesario, le obligaré a que se case contigo.

Derek dedujo que él sabía que ella iba a oponerse porque, antes de darle ninguna opción, añadió:

—Si quieres discutir, hagámoslo de camino. Pero te lo advierto, Nic, pase lo que pase, te casarás con este tipejo... después de lo que te ha hecho.

¿Por qué no dejaba de negar con la cabeza? ¿Por qué estaba tan decidida a enfrentarse a aquel gigante y convencerle de que no quería casarse con él? Derek no conseguía entender la reacción de Nicole y estaba tan asombrado que, cuando ella bajó la mirada hacia el suelo para mirarlo, tuvo problemas para ocultar que estaba despierto. Pero la verdad era que se la veía tan preocupada que dudaba que se diera cuenta de que había vuelto en sí. Ni poniéndose de pie lograría que le prestara atención. Ella odiaba la idea de casarse con él.

Cómo si él fuera a casarse con una chica como ella. «Maldita sea, ¿qué tiene de malo casarse conmigo?» Muchas mujeres habían intentado atraparle, desesperadas por tener el honor de convertirse en su esposa, e incluso una, pensó Derek con amargura, le había tendido una trampa para lograrlo.

Pero Nicole no. Aquella chica menuda se ponía furiosa sólo de pensarlo. Algo no funcionaba bien. No tenía sentido. De no ser por aquel horrible dolor de cabeza seguro que lograría entender lo que pasaba y encontrar algo de lógica en el comportamiento de Nicole.

—Chancey —dijo ella en voz baja—, por última vez. No pienso casarme con él. Es un inútil, un borracho y... no... no sabe tratar a las mujeres. ¿Quieres atarme de por vida —le señaló con cara de asco— a alguien así?

«Aja, Chancey es como su tío... ¡Un momento! ¿Qué diablos acaba de decir?» Derek podía sentir cómo la furia crecía en su interior. ¡Él no era un inútil ni un borracho! ¡Y sabía tratar a las mujeres! Pero una pequeña parte de él tuvo que reconocer que, si no le hubiera dejado KO, esa noche había estado a punto de perder el control.

Así y todo, no podía creer lo que acababa de oír. ¿Por eso lo había mirado de aquel modo en el Sirena? ¿De verdad lo veía así? ¿Como a un borracho?

De repente, se sintió avergonzado. Una vergüenza que no había sentido jamás, cruda, violenta y que no le gustó en absoluto. Maldita fuera. Tuvo que controlarse para no levantarse y sacudirla hasta que retirara lo que había dicho.

En vez de eso, optó por mirarla en secreto y observar embobado cómo se enfrentaba con dignidad a aquel viejo lobo de mar.

—Chancey —dijo—, tenemos que irnos de aquí ahora mismo. Tú sabes de sobra que yo ya no soy libre de hacer lo que quiera, y que mis promesas no lo incluyen a él. Vayámonos y dejémosle en paz.

El viejo dudó un instante, pero tras sacudir la cabeza se acercó a la puerta. Tuvo que agacharse para salir y, justo antes de que lo hiciera, Derek creyó oír que decía que se alegraba de que ella hubiera vuelto.

Trató de levantarse, pero como no podía centrar la vista, volvió a derrumbarse. Esa noche no podría seguirles, pero no importaba. Ya les haría pagar por ello más tarde.

Lo conseguiría, aunque muriera en el intento. Le demostraría que él no era nada de todo eso que había dicho. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! ¡Que no sabía tratar a las mujeres! Dios santo, lograría que le suplicara.

Enfadado como estaba, trató de levantarse de nuevo pero estaba débil como un bebé. Le dolía mucho la cabeza, y aunque no podía dejar de pensar en Nicole, sus pensamientos eran caóticos y desordenados...

Oyó unos pasos y cerró los ojos. Nicole.

Que regresara no logró aclararle nada. De hecho, seguro que estaba soñando, pues ella volvió a entrar en la habitación y lo cubrió con una manta. Era imposible que fuera verdad... Nicole se agachó junto a él para acariciarle con cuidado la cabeza y, tras darle un beso, susurró junto a su oído:

—Gracias por esta noche.

Luego se incorporó y desapareció.

Sesenta horas. Faltaban sesenta horas para que empezara la gran carrera y Derek no tenía ni idea de dónde se había metido Nicole. Al ver que ni él ni su tripulación lograban dar con ella, decidió que no zarparía. Ni loco iba a pasar siete meses sin resolver aquella situación entre los dos.

Tras no dar con ella en la Bella Nicola, Derek ordenó a sus hombres que la buscaran por todo el puerto. Inspeccionaron cada taberna, cada hostal y ofrecieron sustanciosos sobornos a cambio de información, pero nada.

Se frotó la nariz y desvió la vista hacia su escritorio. Decir que estaba obsesionado con ella era poco, lo cierto era que lo tenía cautivado por completo. Se apoyó en el respaldo de la silla y, por enésima vez, recordó lo sucedido aquella noche. Él la había acusado de querer obligarlo a casarse con ella, y aunque él así lo creía, ella lo había negado con convicción. Y todo lo que había sucedido antes había sido maravilloso.

¡Maldición! Nada ganaba con revivir esa noche. Como siempre, al acordarse del poderoso orgasmo de Nicole entre sus brazos se excitó hasta resultarle incluso doloroso. Se acordó de que aquel hombre lo había dejado inconsciente, pero también pensó que la dulzura de aquel último beso había hecho que mereciera la pena. Ella le había dado las gracias. Y luego había desaparecido.

Era demasiado. Derek empezaba a creer que se lo había inventado todo, pero a la vez le parecía que aún en ese instante podía oler su aroma en su camarote o recordar el sabor de sus labios. A excepción del abrupto final, se moría de ganas de repetir la escena.

Podía entender que Chancey lo hubiera golpeado, pero eso no significaba que le gustara que él y sus guardas hubieran recibido una paliza en su propio navío. Por no mencionar el resto de lo que había sucedido. Necesitaba saber de qué lista hablaban y por qué Nicole había inspeccionado su barco. Nicole, la hija de su peor enemigo, a sus anchas por allí era una catástrofe difícil de prever. Y mucho más sabiendo que tenía un plan. Tenía que encontrarla y hablar con ella.

Cuando se fue del salón dejándola sola, ni se le pasó por la cabeza que pudiera salir de allí. A él nunca nadie le desobedecía, al menos no a propósito. Pero en cuanto él fue a enfrentarse con Lydia, que exigía una vez más dinero a gritos, aquella chica había aprovechado la oportunidad.

Hasta la aparición de Lydia, Derek había estado tan ocupado pensando en Nicole que ni siquiera se había acordado de aquella bruja... a pesar de que llevaba años amargándole la vida.

Alguien llamó a la puerta y lo sacó de su ensimismamiento.

Derek dio permiso para que entraran y se sorprendió al ver que Grant, su hermano pequeño, estaba de pie junto a la puerta.

O mejor dicho, inclinado para pasar por ella. ¿Cómo era que no se había dado cuenta antes de lo mucho que había crecido en aquellos últimos cuatro años? Grant siempre había sido corpulento, pero ahora, con veintiocho años, era impresionante.

Tenía los ojos azules en vez de grises, como Derek, y a diferencia de éste, su rostro no estaba marcado por el resentimiento. Físicamente eran muy parecidos, pero sus personalidades no hubieran podido ser más distintas. Mientras que a Derek parecía encantarle ser un irresponsable crápula sólo interesado en sí mismo, Grant se había convertido en un pilar de la comunidad y, al igual que su padre el conde, era muy reservado. Pero Derek aún podía recordar que, de pequeño, Grant tenía un excelente sentido del humor, y una especial tendencia a meterse en líos.

—Buenos días. —Grant se sentó en la silla que había frente al escritorio y Derek sintió todo el poder que emanaba de su hermano. Para compensar, se apoyó aún más en el respaldo y levantó los pies para luego descansarlos encima de la mesa.

Derek siempre había querido a Grant, pero aún le escocía que lo hubiera visto en tan mal estado la otra noche. No contestó a su saludo.

—¿Y ahora qué pasa, Grant?

Éste recorrió con la mirada la escrupulosamente ordenada habitación y tomó aliento.

—Bueno, quería hablar contigo antes de que partieras, pero el otro día te fuiste de casa cuando yo aún no me había despertado.

—Habla pues.

—De acuerdo. —Grant se inclinó hacia adelante y preguntó cauteloso—. ¿Has oído hablar de lord Belmont?

Eso logró captar la atención de Derek, que también se incorporó un poco antes de contestar:

—Todo el mundo ha oído a hablar de ese viejo loco. ¿Qué pasa con él?

—Esta semana vino a verme. —Grant tomó aire—. Me hizo una interesante oferta para que buscara a su familia.

—Dios santo. —Derek sacudió la cabeza—. Sólo ha ido a verte porque todos los capitanes de navío de Londres ya se han negado a secundarlo en su locura. Yo incluido. Lo eché de aquí sin ningún miramiento. —Derek observó el rostro impasible de su hermano—. ¿Qué diablos te ha ofrecido? En su búsqueda debe de haber perdido ya la mitad de su fortuna.

—Si tengo éxito —contestó Grant a la defensiva—, a su muerte heredaré Belmont Court.

Derek soltó un silbido de sorpresa:

—Empieza a estar desesperado.

Se rumoreaba que ya había intentado vender Belmont Court, la única finca no ligada a su título, para seguir financiando su larga búsqueda.

Derek creyó que esa conversación bien se merecía ser mojada en alcohol y se levantó para coger la botella de brandy. Le señaló una copa a Grant para preguntarle si también quería. Grant declinó el ofrecimiento con un brusco movimiento de cabeza. A pesar de que no eran ni las doce del mediodía, no le sorprendió ver que su hermano mayor se servía una generosa copa.

—No puedes tomártelo en serio —dijo éste antes de regresar al escritorio.

—Bueno, le dije que no —reconoció Grant—. Pero luego empecé a pensar que si quisiera hacerlo tampoco podría.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Derek—. La mitad de la naviera Peregrine es tuya. Sabes que puedes ir a donde te plazca.

—No, no puedo —lo interrumpió Grant—. Estoy demasiado ocupado haciéndome cargo de Whitestone y de todas tus fincas abandonadas.

—Eso es ridículo. Mi administrador...

—Al que despedí hace varios meses; no sólo porque te robaba cantidades nada despreciables, sino también porque abusaba de tus arrendatarios —lo cortó furioso—. De no ser por ellos, por tus arrendatarios, no me hubiera entrometido.

Derek se quedó hundido. No por lo que le había dicho de que su administrador le robaba, sino porque Grant había impedido su bancarrota. Bebió un buen trago.

—¿Por qué no me enteré de nada de todo esto?

Grant le señaló la pila de correspondencia que llevaba meses sin abrir y que descansaba encima de su escritorio.

—Te mandé un montón de cartas. Seguro que si te molestas a abrirlas verás que logré que te llegaran al barco en más de una ocasión.

Derek luchó por no sonrojarse.

—Sí, bueno, ahora me acuerdo de que recibí alguna carta tuya y que no tuve tiempo de contestarla.

Grant se encogió de hombros.

—Lo que quiero decir es que si yo no hubiera estado ahí para hacerme cargo de todo cuando tú desapareciste, ahora tendríamos un problema. Y ya estoy cansado. A mí no me criaron para hacerme cargo de Whitestone.

—¡Y a mí tampoco, maldita sea! —gritó Derek. Ya hacía años de la muerte de su hermano mayor, pero aún le costaba aceptar que William no estaba y que ahora toda la responsabilidad recaía sobre sus hombros.

—No me pertenece —dijo Grant controlando el tono de voz—. Whitestone no es mío. Yo quiero tener mi lugar. Quiero labrarme un futuro. Tú no puedes entender lo duro que es trabajar día y noche para algo que sabes que jamás te pertenecerá.

—¿Qué quieres decir con que «jamás te pertenecerá»? Tú eres mi maldito heredero. Todo lo mío es tuyo. Y al paso que voy no viviré demasiado.

—Algún día tendrás un hijo —dijo Grant tranquilo pero completamente convencido.

Derek apretó la copa con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Yo jamás tendré un hijo. Ya hemos hablado de esto. Y sabes que no sucederá.

Grant se pasó las manos por la cara. Se le veía tan cansado... a punto de perder el control.

—Yo no quiero que sea así. Yo quisiera trabajar en la naviera pero, como tú has ocupado el que se suponía que iba a ser mi lugar, ahora eso es imposible.

—La mitad de la compañía es mía.

—Pero acuérdate de por qué la fundamos hace años. Ambos aprendimos a navegar para que, tanto tú como yo, tuviéramos un modo de ganarnos la vida cuando William heredara el título. Ahora el título es tuyo. Aunque, después de lo de Lydia, tú estabas demasiado... —Grant se detuvo, incómodo—. Bueno, digamos que yo me hice cargo de todo. Pero, maldita sea, de eso hace años. Has tenido tiempo de sobra como para aceptar la situación. Y mi vida no puede seguir esperando a que tú te decidas a encontrarme un sustituto.

Derek nunca lo había mirado de ese modo. Él siempre había asumido que, alejándose de allí, le hacía un favor a Grant y a todos los demás. Él se había mantenido al margen de todos los asuntos familiares porque su hermano los manejaba a la perfección.

Derek entendió que no era justo que Grant tuviera que hacerse cargo de lo que en principio le correspondía a él. Pero en esos momentos no podía pensar en ello. Además, Grant sabía que no debía mencionar a Lydia ni a William al hablar con él.

—Vete al infierno, Grant. Tengo otros planes. Y me importa una mierda lo que pase mientras yo no esté. Nadie te obliga a quedarte.

Antes de apartar la vista, su hermano lo miró decepcionado. Resignado, se levantó y caminó hacia el ojo de buey, ante el que se detuvo para estudiar la actividad portuaria. Derek no era ningún tonto. Sabía que iban a seguir hablando del tema; su hermano sólo se había detenido un momento porque lo incomodaban las escenas dramáticas.

—Al menos —dijo Grant cambiando de tema—, me alegra que hayas decidido participar en la carrera. Necesitamos esta victoria. —Volvió a mirar a Derek—. De verdad que la necesitamos. Nuestra reputación está en entredicho, ¿y la de quién no lo estaría después de perder doce cargamentos en el último año? Pero a pesar de todo tú seguías aceptando las misiones más arriesgadas. Por si no te has dado cuenta, nos hemos quedado sin varios clientes.

—Pues claro que me he dado cuenta —dijo Derek tenso. Lo sabía perfectamente. Los contratos de las navieras dependían de su reputación, y perder un barco la dañaba irreparablemente.

—Si Lassiter gana la carrera, su compañía se estabilizará y no tendrá ningún problema en ocupar nuestro lugar en el mercado.

—Jamás permitiré que eso ocurra.

Grant frunció el cejo.

—¿Por qué diablos os odiáis tanto?

Derek bebió un sorbo mientras consideraba cómo responder.

—Me odia porque es un yanqui con aversión a la nobleza; toda esa palabrería de que un hombre tiene que labrarse un futuro con sus propias manos. —Al ver que Grant había dicho lo mismo, lo miró, pero ignoró la expresión que vio en su rostro—. Le dice a todo el que quiera escucharle que yo me lo he encontrado todo hecho, mientras que él se lo ha ganado con el sudor de su frente.

—Tú sabes que eso no es cierto —replicó Grant—. ¿Y tú? ¿Por qué le odias?

—De esos doce cargamentos que hemos perdido y que tú has mencionado, él tiene la culpa al menos de cuatro.

Un golpe en la puerta les interrumpió.

Derek dio permiso para entrar y Jeb se asomó diciendo:

—Capitán, han venido a entregarnos un montón de comida, y quería asegurarme de que no la almacenen en el barco hasta que estemos seguros de partir.

Fuera lo que fuese lo que Grant vio en el rostro de Derek lo puso furioso, porque apretó los puños y dijo:

—¿«Seguros de partir»? ¡Maldita sea! —gritó—. ¿Es que aún no tienes las provisiones?

Jeb decidió aprovechar el momento para escabullirse:

—Lo siento, capitán —dijo cerrando la puerta tras él.

—Cálmate. Por supuesto que vamos a partir —dijo Derek—. Pero aún no. —Al ver que su hermano no le creía empezó a contarle lo que había pasado con Nicole.

—Derek, ¿me tomas por tonto? —preguntó Grant cuando acabó de escuchar la historia—. ¿De verdad esperas que me crea que estás buscando a una chica? ¿Y que además es la hija de Lassiter?

—Es cierto. Para mí es muy importante. —Volvió a beber—. Es obvio que no te has enterado de que Lassiter está en la cárcel. Y permanecerá allí hasta el final de la regata. Sin él, el Southern Cross no tiene rival. —Mientras esperaba a que Grant absorbiera aquella información, Derek continuó—: ¿A qué vienen tantas prisas por que zarpe hoy? ¿Acaso perderemos más clientes? Y si eso ocurre, tú sabes tan bien como yo que nuestra economía ni siquiera se tambaleará un poco.

Grant se levantó amenazante por encima del escritorio.

—¿Es que ya no te queda ni una pizca de orgullo? La Peregrine podría ser la naviera más importante de todo el Imperio británico, íbamos camino de serlo. Pero luego una mujer te aplastó y ¿se supone que la compañía tiene que seguir el mismo camino? —Grant le atravesó con la mirada—. Me alegraré si ese americano nos echa del mercado. Se lo merece.

—Estás yendo demasiado lejos...

—Sabes perfectamente que tengo razón. ¿Y qué pasará con la gente que trabaja para nosotros? ¿Qué pasará con ellos? ¿Con las familias de los marineros? No tienes ni idea de lo orgulloso que me sentía cada vez que la naviera llegaba a otro puerto, que conquistaba otra ciudad. Ahora, sin importarte lo más mínimo, tú solo te estás encargando de destrozar lo único que me hacía feliz.

Sólo con el fin de irritar más a su hermano, Derek se encogió de hombros.

Grant respiró hondo y cambió de táctica.

—Tal vez tú seas capaz de dar la espalda a todos los que te rodean, pero el resto de la familia no está dispuesta a hacerlo.

—Ah, ¿así que se trata de eso? —le espetó Derek— ¿De lo que piense la alta sociedad? Ahora lo entiendo, tú y nuestra madre os pasáis horas con gente como lady Sarah, escuchando las desventuras del pobre borracho. ¿Hablan de mí? ¿De cómo avergoncé hace ya años a la familia al empezar a trabajar?

Ambos se miraron a los ojos, ninguno de ellos dispuesto a retroceder.

Con mirada fría como el acero, Grant dijo:

—Si no zarpas tú, lo haré yo.

Derek supo adonde quería llegar su hermano. Sí, si éste se ponía al mando del Southern Cross, él podría quedarse para buscar a Nicole. Pero entonces también tendría que ocuparse de sus negocios.

—Olvídalo. Lo haré yo —dijo—. Cuando me apetezca.

Grant lo miró furioso, y Derek deseó haberle provocado lo bastante como para que le golpeara. Pero el legendario autocontrol de su hermano pequeño hizo acto de presencia. Su famoso y maldito autocontrol. Grant se tranquilizó, pero dijo implacable:

—Al parecer, vas a permitir de nuevo que una mujer te haga añicos. Sólo que esta vez vas a arrastrarnos a todos contigo. —Se encaminó hacia la puerta pero se detuvo un instante—. Eres el hombre más egoísta que he tenido la desgracia de conocer. Y que seas mi hermano sólo hace que resulte aún más doloroso.