 CAPÍTULO 15

-AH sí, sí, sí. La chica ya está totalmente recuperada —presumía el doctor Bigsby una semana más tarde ante cualquiera que quisiera escucharle—. Ya vuelve a tener las mejillas sonrosadas. Es una chica muy fuerte.

Derek estaba atónito de que el hombre no se diera cuenta de que el resto de marinos, que justo acababan también de recuperarse del envenenamiento, lo fulminaban con la mirada. A ellos no les alegraba especialmente que Nicole estuviera bien.

—¡Capitán Sutherland! ¡Por fin le encuentro!

Éste no tenía ganas de hablar con el médico pero no tuvo más remedio que detenerse.

—¿Cómo ha amanecido hoy nuestra paciente? —preguntó Bigsby contento.

—Bien.

El médico enarcó una ceja a la espera de obtener más información. Al ver que no se la daba, preguntó:

—¿Y sus moratones?

—Bien.

Bigsby frunció el cejo y volvió a sonreír.

—Sólo preguntaba. Sólo preguntaba. Dado que usted ya no me deja visitarla, ¿sabe? Era sólo mera curiosidad.

Entre las palabras del hombre se escondía una crítica. En aquellos momentos, Derek no necesitaba que nadie lo reconviniera.

—Ella está... bien. —Aunque en realidad no lo sabía.

Nicole se bañaba y se vestía sola, así que no la había visto. Y si estuviera preocupada por algo, él sería la última persona a la que acudiría. Se alejó del médico frunciendo el cejo y se pasó el día haciéndose preguntas: ¿estaba aún enferma?, ¿se había ya curado del todo?, ¿estaba más enferma todavía?

La mañana siguiente se despertó aún más temprano, justo al alba, mientras Nicole todavía dormía. Despacio y con suavidad la puso boca arriba para desabrocharle los botones que tenía justo encima del estómago. Nicole levantó un brazo, inclinó la cabeza hacia un lado y Derek aguantó la respiración. Cuando ella volvió a quedarse quieta, él desabrochó el resto de los botones y vio que los morados empezaban a desaparecer. Pero le entristeció ver que el mehndi también. Había soñado tantas veces con recorrerlo con sus dedos... ¿Y por qué no hacerlo entonces? Él podía hacer lo que quisiera con ella.

Con dedos inseguros empezó a reseguir el dibujo que decoraba aún la cintura de Nicole y que llegaba hasta su firme vientre. Las líneas se ocultaban luego bajo su camisa, así que la abrió un poco más. Al ver la palidez de sus pechos, Derek creyó que le iba a estallar el corazón. ¡Llevaba demasiado tiempo sin una mujer, maldita fuera! Ése era el único motivo por el que reaccionaba así con Nicole. Siguió recorriendo la complicada cenefa hasta llegar a sus senos.

Le abrió aún más la camisa así como los pantalones para poder ver de este modo la piel que se escondía bajo su cintura y perfilaba sus caderas. Se le hizo la boca agua de tantas ganas como tenía de besarla. Pero pudo sentir al tacto cómo Nicole empezaba a temblar de frío. Sintió remordimientos y acarició con sus toscos nudillos aquella piel que justo acababa de desnudar, pero en seguida volvió a vestirla y a taparla con las mantas.

«¿Qué acababa de suceder?» Nicole estaba soñando que Sutherland la acariciaba, y fue tan real que incluso pudo sentir el contraste entre la áspera piel de sus manos y la suavidad de sus caricias. El sueño era demasiado real, demasiado confuso, pero cuando abrió los ojos y lo vio allí sentado junto a ella fue a peor. Derek la miraba como si fuera suya, de un modo que le hacía arder todo el cuerpo y, aunque su mente se empeñara en sentirse ofendida con él por haberse tomado esas libertades, deseaba que volviera a hacerlo.

Su primera reacción fue sentarse para taparse justo después de darle una bofetada, claro. Pero en vez de eso, se quedó observando en secreto cómo las manos del hombre no dejaban de temblar a cada caricia.

Pronto, esas caricias se volvieron mucho más que placenteras. Nicole se dio cuenta de que le gustaba estar desnuda con él, en especial si la miraba con esa intensidad. ¿Por qué? ¿Acaso significaba eso que ya no lo odiaba? Seguro que si se sentía así con él, como mínimo tenía que gustarle. No, ella lo odiaba, sin embargo, al ver cómo sus dedos la recorrían con tanta delicadeza y reverencia, deseó poder sentir otra cosa.

Él debió de leerle la mente porque le separó un poco más la camisa y sus manos se acercaron a sus pechos.

Temiendo que se diera cuenta de que estaba despierta, la chica cerró los ojos. Y así empezó una tortura que jamás hubiese podido imaginar.

Cada sensación era más intensa que la anterior. No sabía dónde iba a acariciarla. Podía tocarle el pecho o incluso una zona mucho más íntima, igual que había hecho aquella vez. ¿Por qué no le detenía? Nicole empezó a temblar. Si Derek seguía adelante, ¿volvería a sentir lo que había sentido esa primera noche que estuvieron juntos? Justo cuando ella empezó a marearse de deseo y tuvo la tentación de cogerle la mano para acercársela a su entrepierna, Sutherland le abrochó la camisa y volvió a arroparla.

En lo que se refería a ese hombre, Nicole no tenía ningún autocontrol, y eso la asustaba.

El tenía todos los ases. Ella pasaba de odiarle a querer entregarle su virtud en cuestión de segundos.

Al cabo de unos días, una mañana, cuando Derek regresó de dar las órdenes pertinentes a sus hombres, la encontró sentada junto al ojo de buey, mirando el mar. Y a partir de entonces lo recibía cada día sin una palabra. Esa mañana era igual que las demás, pero a diferencia de las anteriores, Nicole estaba vestida con su ropa y llevaba el pelo recogido. Le dolió ver que los pantalones y la camisa de chico que llevaba le quedaban muy holgados.

—Me han dicho que estabas despierta —dijo con torpeza al cerrar la puerta tras él.

Ella no le contestó, no se movió, se limitó a quedarse allí, mirando por la ventana. Tratar con una mujer como ella era desconcertante. Derek era muy callado, y estaba acostumbrado a que las mujeres que tenía alrededor se pasaran el rato hablando. Pero Nicole no le decía nada.

Las mujeres solían sentirse atraídas por él, o para ser más exactos, por su dinero. Pero era obvio que esa chica despreciaba su persona. ¿Era eso lo único que siempre había sentido por él?

El no tenía ni la más remota idea de cómo tratarla. Quería castigarla por lo que había hecho, pero ni siquiera él era tan cruel como para hacerle daño ahora que estaba herida. Además, empezaba a preguntarse si jamás se recuperaría de la pérdida de su navío. Ese era castigo suficiente. Estaba letárgica y seguía perdiendo peso.

Bigsby le había sugerido que comprara fruta en Ciudad del Cabo para ver si así lograba que recuperara el apetito, e incluso se atrevió a insinuar que le comprara unas naranjas carísimas. Derek le hizo caso. Ese mismo día, el médico le había dicho que confiaba en que Nicole volvería a comer con normalidad.

—Yo..., te he traído fruta fresca. La dejaré aquí y...

No tuvo tiempo ni de parpadear cuando Nicole se lanzó sobre él, o, mejor dicho, sobre la fruta que había dejado sobre la mesa. Se apoderó de tres naranjas y dos manzanas, que sujetó entre el hueco de su codo y la barbilla para intentar coger algo más.

Luego, se sentó en un extremo de la cama de Derek y, cuando estuvo convencida de que él no iba a arrebatársela, se relajó un poco y empezó a pelar una naranja. Puso los ojos en blanco de placer y un poco de jugo le resbaló por la barbilla.

Derek entendió lo que aquello significaba y se puso furioso.

—Deduzco que no te gusta la comida de nuestro barco.

La chica enarcó una ceja y, con la mirada le dijo: «¿Ahora te das cuenta?».

Él se esforzó por mantener a raya su mal humor y evitar gritar las siguientes palabras:

—Te han traído una bandeja llena de comida tres veces al día. Cada día. —Se frotó el puente de la nariz—: ¿Por qué no has comido?

Nicole dudó entre responderle y comerse el último gajo de naranja. Ganó la naranja y Derek tuvo que esperar a que acabara de masticar. Entonces empezó a pelar otra con gran destreza y le preguntó:

—Tú sigues creyendo que envenené a tu tripulación, ¿me equivoco?

El hombre estuvo tentado de decirle que no era que lo creyera, sino que estaba completamente convencido de ello. Pero Nicole le estaba dirigiendo frases completas por primera vez en mucho tiempo, así que asintió.

—Y mandaste a mi tripulación a la cárcel porque estaban preocupados por mi salud, ¿no es así?

A Derek no le gustaba nada el rumbo que estaba tomando esa conversación.

Ella comentó condescendiente:

—Interpretaré ese silencio como «Sí, señorita Lassiter».

Sería atrevida... Pero a pesar de sus gruñidos, Nicole continuó.

—El chico que me trae la comida me ha dejado claro que no cree que, después de lo que he hecho, merezca comer. Y seguro que el resto de tu tripulación piensa lo mismo. —Frotó la manzana con la punta de la camisa—. Si tú estuvieras en mi lugar, ¿comerías algo de esas generosas bandejas de comida?

Visto así, no, probablemente él habría hecho lo mismo. Pero se negaba a reconocerlo.

Nicole miró la manzana ensimismada, sujetándola con ambas manos antes de darle un bocado.

¿Por qué no había pensado que ése podía ser el problema? Maldición. Derek no quería que se muriera de hambre. Suspiró hondo y dijo:

—Te juro que no he dado órdenes de que envenenaran tu comida. Y en el futuro me aseguraré muy bien de lo que contienen tus bandejas.

Nicole inclinó la cabeza hacia él como una reina. Irritado por cómo ella conseguía siempre ablandarlo, cogió su sombrero y se dispuso a salir.

—Sutherland —lo llamó ella antes de que él pudiera huir.

—¿Qué?

Se limpió la barbilla con la manga de la camisa y tomó aire.

—A pesar de lo mucho que me cuesta pedirte nada, creo que ha llegado el momento de que lo haga.

Derek creyó que iba a solicitar algún capricho, así que la siguiente pregunta lo cogió completamente desprevenido.

—¿Cómo hundiste mi barco?

—¡¿Qué?!

Nicole saltó de la cama.

—¡Tengo que saberlo!

—¡Yo no tuve nada que ver con eso! ¡Tú y tu tripulación os encargasteis solitos de hacerlo! —gritó Derek.

—No —contestó ella sacudiendo la cabeza—. Fuiste tú.

—Lo dices porque quieres escapar de tu castigo.

La chica empezó a pasear nerviosa.

—Sé por qué lo hiciste —dijo ella como si él no hubiera dicho nada—. Al fin y al cabo, mi padre tenía muchas probabilidades de ganar esta regata. Y, con tu reputación, perder otro navío habría arruinado tu naviera.

—Exageras.

Nicole volvió a mirarle.

—Tú sabes perfectamente que esta regata marcará una diferencia entre las compañías navieras y sus capitanes. Toda Inglaterra está pendiente de ella. Todos nos jugamos nuestra reputación.

—Estoy de acuerdo con eso, pero créeme, la Peregrine puede aguantar perder esta carrera y mucho más.

Lo miró como si sintiera lástima por él.

—Sé muchas cosas sobre tu compañía. Sé que en los últimos años no has dejado de perder clientes. Tal vez consigas disimularlo, pero todo el que mire con atención se dará cuenta de que la Peregrine se está muriendo por tu culpa.

Lo que Nicole acababa de decir era casi lo mismo que su hermano le había dicho semanas atrás pero, maldita fuera, Derek no quería que ella le viese de ese modo.

—Puedes decir lo que te dé la gana, princesa. Tú envenenaste a mi tripulación para que tu padre pudiera ganar la regata.

—¿Cómo puedes creer que soy responsable de algo semejante? —preguntó Nicole incrédula.

—No te olvides de que te encontré husmeando en mi almacén, muy cerca de los barriles de agua —contestó él igual de convencido—. Y que oí cómo le decías a ese irlandés que ya podía tacharme la lista, que ya habías terminado con mi barco.

—Dios mío, mira que eres tonto. Está claro que el alcohol te ha afectado el cerebro.

—Le debo mucho a la bebida. Mi fidelidad a la botella impidió que yo también sucumbiera a tu agua envenenada —rugió Derek.

—Te lo repito, lo hizo otra persona. Y me juego lo que quieras a que fue el mismo que saboteó mi barco.

—Entonces, ¿qué estabas haciendo en mi almacén?

—Espiando, ¿qué otra cosa iba a hacer?

Lo dijo tan convencida que Derek estuvo a punto de creerla. Pero él nunca había visto a un contrincante tan decidido como Lassiter y era lógico pensar que hubiese encontrado el modo de vengarse por estar en la cárcel.

—No te creo. Seguro que tu padre necesitaba ganar para poder seguir pagándote todos tus caprichos de niña mimada.

Nicole lo miró de un modo muy extraño y luego empezó a contarle:

—Mi padre estaba investigando una serie de misteriosos accidentes que estaban sucediendo en diferentes navieras. Esa noche estaba en el Sirena para recabar información porque estaba convencido de que alguien intentaba sabotearlas a todas. Yo voté por ti. Mi padre y Chancey creían que era Tallywood.

Derek se echó a reír a carcajadas.

—Eso era exactamente lo que pensaba —reiteró ella—. También creía que tú estabas detrás del encarcelamiento de mi padre. Teníamos una lista de sospechosos, pero yo estaba convencida de que el único lo bastante frío como para haberlo hecho eras tú. Así que quise reunir pruebas para poderte acusar o tacharte definitivamente de la lista.

—¿Y qué decidiste al final?

—Por aquel entonces, llegué a la conclusión de que no habías tenido nada que ver. Pero ahora, después de lo que me has hecho a mí y a mi tripulación, ya no me queda ninguna duda.

—Mientes —dijo él—. Y en tu cuento hay un detalle que apesta a falsedad como pocos, princesa. Nadie creería que Tallywood pueda ser peor que yo. —La miró por última vez y cerró la puerta de un golpe.

Nicole estaba lo suficientemente recuperada como para subir a cubierta pero, dado lo mucho que le disgustaba a su tripulación tenerla a bordo, Derek no iba a permitirlo. Todos entendían que un hombre como él quisiera tener prisionera a una mujer como ella, pero confiaban en que la mandara a la cárcel con el resto de sus hombres.

Si Nicole salía al exterior, tendría que acompañarla todo el rato y Derek no quería pasarse el día con alguien tan taciturno. Si por casualidad le hablaba, era sólo para insultarlo o burlarse de él.

Pero tal como suponía, poco después de dejar Ciudad del Cabo, ella empezó a pedirle poder salir de su camarote.

Derek tuvo una idea genial y le propuso:

—Te acompañaré arriba si me dices por qué envenenaste el agua de mi barco.

—Por última vez, yo no envenené tu maldita agua.

—Tú lo has querido. Cuando estés dispuesta a contármelo, te acompañaré arriba.

—No tienes por qué acompañarme. ¡Sólo limítate a dejarme salir! ¿Tienes miedo de que me escape? Aunque no sepa muy bien dónde estamos, sé que estamos cerca del Antártico. ¿Crees que intentaré huir nadando? ¿O tal vez podría cortar un pedazo de hielo y remar de regreso a la ciudad? —preguntó sarcástica.

Derek le contestó en el mismo tono.

—A la tripulación... no le gustas demasiado. No estoy seguro de que quisieras estar con ellos sin mí a tu lado.

Nicole entrecerró los ojos y se mordió la lengua.

Aquella chica era más terca que una muía. Pero bueno, él también lo era. Derek le había dicho en serio que no saldría de allí hasta que confesara. Lograría que se derrumbara.

Ella respiró hondo y se dio media vuelta hacia la ventana.

—Tienes que entender que no puedo decirte nada sobre el envenenamiento porque no fui yo. Te estás dando cabezazos contra un muro de piedra.

—Eres tú quien se equivoca. Dímelo o te pasarás los próximos dos meses encerrada en este camarote.

Nicole se volvió de improviso hacia él.

—El que digas eso, deja claro lo poco que me conoces. Si crees que puedes mantenerme aquí encerrada es que desvarías. —Ladeó un poco la cabeza—. Hmmm, he oído decir que eso es algo que a los, como lo diría..., borrachos, les suele suceder. Pero supongo que en tu caso —añadió mirándole—, también podría ser culpa de la edad.

Nicole se pasó el resto de la mañana repasando el encuentro con Sutherland en su mente. Ella lo había acusado sin ambages de haber hundido su barco. Pero ahora ya no estaba tan segura. A esas alturas, si fuera culpable, no seguiría defendiendo su inocencia. Un hombre al que nada le importaba lo más mínimo no tendría ningún reparo en reconocerlo. Además, le había dado la sensación de que Derek también quería convencerse de que Tallywood era el principal sospechoso. Era como si necesitara creer que su nombre no era el primero que se le ocurría a la gente cuando se hablaba de malas artes en el mundo de la navegación. Si él lo hubiera hecho, no lo hubiese visto tentado de creer lo que ella le contaba.

Ver que a él le entristecía que ella lo acusara de ser el principal sospechoso ya la había hecho dudar, pero cuando vio lo enfadado que estaba, Nicole acabó de convencerse por completo. Derek estaba seguro de que ella había envenenado a su tripulación y ella estaba convencida de que él había hundido su barco. Pero ya no; ahora sabía que una tercera persona era la culpable de ambas cosas. Se sintió mal por los insultos que le había dirigido esa mañana, pero alejó esos remordimientos de su mente.

Si él no había hundido el Bella Nicola, tenía un motivo menos para odiarle. Y, a pesar de estar convencido de que ella había envenenado a sus hombres, la había tratado bien. Por lo único por lo que Nicole aún podía odiar a Derek era por haber hecho encarcelar a su tripulación en Ciudad del Cabo.

Lo único que la joven podía hacer era esperar. Ya estaba recuperada de las heridas, y él lo sabía. Hasta el momento, ella no había insistido en salir a cubierta, pero después de la tormenta que acababan de atravesar, si no lo hacía se volvería loca.

Cuando al mediodía Derek regresó al camarote, Nicole estaba vestida y paseándose de arriba abajo.

—Capitán Sutherland, ¿puedo hablar contigo? —Cuando quería podía ser educada.

Derek se sentó en el extremo del colchón y se quitó las botas. Estaba empapado.

—¿Y ahora qué quieres? —contestó él sin modales.

Dios, aún estaba dolido por los insultos de la mañana. Él tenía algún punto débil. Esa información, pensó Nicole, podría serle útil algún día.

—Esperaba que hoy pudieras acompañarme fuera, ya que la tormenta ha amainado por fin.

—No —replicó él sin pensarlo ni un segundo.

—No, ¿y ya está? —preguntó ella.

—Sí.

A Nicole le ardió la cara por el esfuerzo que hizo por no decir lo que pensaba. No debía hacerlo, pero no podía quedarse encerrada ni un día más.

—Sutherland..., por favor.

Derek la ignoró y se acercó a su baúl en busca de ropa seca. La tiró encima de la cama y se quitó la empapada camisa por encima de la cabeza. Nicole apartó la vista de aquel maravilloso y mojado torso. Sutherland era un arrogante; ¿por qué le seguía afectando tanto ver su cuerpo?

Se puso de espaldas para poder concentrarse.

—Te suplico que lo reconsideres. Empieza a ser inhumano que me tengas aquí encerrada.

El seguía vistiéndose sin decir nada, de modo que Nicole se dio la vuelta y sintió algo parecido a la decepción al ver que él ya se había cambiado de pantalones.

Siguiendo el plan que se había trazado, y dado que él parecía dispuesto a ignorarla, decidió mentir. Se derrumbó en una silla y se llevó una mano a la frente.

—Creo que la falta de aire y de luz natural han hecho que me vuelvan aquellos horribles dolores de cabeza.

Durante un segundo, él pareció preocupado.

—¿En serio?

Maldita fuera, ¿por qué no la creía?

—Sí, me temo que sí. Por favor, sólo una hora al día. Puedo trabajar. Contribuir en algo.

—No necesitamos a nadie que cocine o que cosa. Y ya tenemos a quien nos hace la colada. Para mí, eres completamente inútil.

—¿Inútil? ¿Inútil? Si te has limitado a enumerar las tareas que normalmente hacen las mujeres en tierra firme. ¿Es eso de lo único que me crees capaz?

—Sé muy bien de lo que eres capaz —replicó sarcástico.

«¡El muy bastardo!»

Al ver que se levantaba dando por finalizada la conversación, a Nicole se le pasó toda la furia. Pensar en que iba a estar encerrada otro día en aquel camarote le formaba un nudo en la garganta.

Cuando Derek estaba a punto de alcanzar la puerta, por fin pudo volver a hablar:

—¿Y qué se supone que tengo que hacer durante todo el día? —dijo con tristeza.

—No me importa lo más mínimo.

Cuando Nicole oyó cómo giraba la llave, toda esa pena volvió a convertirse en furia. Con cada canción que cantaba la tripulación y a cada viraje que daba el navío se enfurecía aún más. No era natural estar encerrada allí abajo, en especial para alguien como ella. Por Dios, ¡ahora sí que quería envenenarle!

Buscó por toda la cabina algo que pudiera romper o destrozar. Pero iba en contra de su naturaleza ser destructiva. Ella prefería crear...

Tuvo una idea. Dirigió la mirada hacia sus baúles, los mismos que Sutherland evitaba como si pudieran morderle. Allí, al alcance de su mano, tenía los instrumentos necesarios para vengarse. Sutherland lamentaría haberla tratado de ese modo. Y, cuando hubiera acabado, jamás podría olvidarse de ella.

—Capitán Sutherland —lo llamó Bigsby frunciendo el cejo.

—¿Qué quiere?

El hombre miró tras él.

—Confiaba en encontrarle con la señorita Lassiter. Hace un día precioso.

—Pues ya ve que no. —Derek siguió caminando.

El médico le siguió.

—¿Y cómo está? ¿Tiene dolor de cabeza?

Derek frunció el cejo. Estaba seguro de que ella se había inventado lo de los dolores de cabeza. ¿O no? Claro que sí. Era una actriz pésima. Pero...

—¿Por qué lo pregunta?

—Siempre me ha preocupado ese golpe que se dio.

—No, no tiene dolores de cabeza.

—Oh, me alegro. ¿Le dirá que me alegro mucho de que se encuentre ya mejor?

La amabilidad de Bigsby lo hizo sentir culpable por tratarla tan mal. Primero había pensado que era lógico que alguien como ella mintiera. Pero en ese instante, tras ponerse en su lugar, supuso que él habría hecho lo mismo.

Al contrario de lo que mucha gente creía, Derek no era un hombre cruel por naturaleza, de modo que regresó a su camarote para comprobar que Nicole estaba bien.

—¡Capitán! ¡Barco a la vista! Parece un navío inglés de regreso a casa. Buque-correo comercial. Nos piden permiso para acercarse a charlar.

Derek dudó un instante, pero estaba impaciente por saber cómo iba la regata y además necesitaba algunas provisiones. Se dijo a sí mismo que Nicole podía pasar un par de horas más sola en su camarote. Cuando el otro navío se colocó junto al Southern Cross, aceptó la invitación de su capitán para pasar un rato con él y su esposa.

Una vez a bordo de la otra embarcación, la jovial pareja insistió en que se quedara a tomar una copa de clarete con ellos y luego a cenar. Derek dijo que sí, porque apenas hacía viento y estaba seguro que eso no retrasaría en nada su viaje. Y lo que era más importante, tal vez así consiguiera dejar de pensar un rato en la mujer que tenía encerrada en su camarote.

No lo consiguió y Nicole no abandonó su mente ni un segundo. Tras algunas horas, el inglés logró por fin dejar el barco de sus anfitriones Con educación. El clarete, que había bebido con la esperanza de sentirse menos culpable y menos enfadado con ella, sólo había servido para emborracharlo ligeramente.

Se quedó de pie junto a la barandilla para despejarse un poco. Quería estar en plenitud de facultades cuando se enfrentase a Nicole. Seguro que a esas horas debía de estar terriblemente furiosa.

«Nicole.» Derek miró el cielo azul oscuro y pensó que por fin había encontrado algo del color de sus ojos: cielo estrellado allí, en el fin del mundo. Se burló de lo sentimental que estaba. Dios, tenía que dejar de beber. Cuando vio aparecer a Jimmy, Derek se alegró de que interrumpiera esos pensamientos tan resbaladizos.

—Capitán, me dijo que si pasaba algo con la chica se lo dijera en seguida. Pues bien, no ha comido nada en todo el día.

Si Nicole tenía intención de hacerlo sentir culpable, lo estaba haciendo de maravilla.

—¿Te ha parecido que estuviera enferma? —preguntó él tratando de no demostrar nada.

Jimmy se balanceó incómodo sobre sus talones, y luego respondió:

—No la he visto, capitán.

—¿Qué has dicho, chaval?

—Al mediodía me ha dicho que no estaba vestida y que no podía entrar. Así que he dejado la bandeja junto a la puerta.

Derek vio que a Jimmy no le importaba lo más mínimo que ella comiera o no y supuso que el resto de la tripulación opinaba lo mismo.

—No comió nada, pero sí cogió los vasos de agua —añadió el chico con la esperanza de que su capitán pareciera menos preocupado.

Nicole comía como un pajarito, pero desde que Derek le había asegurado que los alimentos no estaban envenenados, se alimentaba cada día. Algo iba mal.

Derek se dirigió a su camarote con paso firme y, a pesar de que soplaba el viento, la frente se le empapó de un sudor helado. No entendía por qué ella le preocupaba tanto. Pero su tripulación ya se había recuperado del envenenamiento, y cada vez le resultaba más difícil querer perjudicarla.

Intentó disimular su más que obvia angustia y abrió la puerta. Nicole estaba en la cama, acurrucada bajo un montón de mantas, lo que tenía sentido, pues el ojo de buey estaba abierto y el frío aire de la noche llenaba la estancia. Pero a pesar de ello, un extraño olor mineral impregnó sus fosas nasales. Las lámparas estaban apagadas y él apenas podía verla, pero sí distinguió que la joven tenía una mancha en la mejilla y en el pelo. Encendió la lámpara que había junto a la puerta y, cuando la luz inundó su habitación, Derek se quedó sin aliento.

Había decorado su camarote.

Nicole, la muy picara, había pintado todas las paredes. Había reproducido una escena pastora, un paisaje que era... precioso.

Por desgracia, el mural que había escogido como base era su camarote. Si una de sus camisas colgaba del perchero... también la había pintado. Los lomos de los libros, perfectamente alineados, ahora reproducían la hierba. Su espejo se había convertido en un lago rodeado de enredaderas. Nicole había conseguido integrar cada detalle de su camarote en el paisaje.

Se acercó a los vasos de agua que ella había cogido de la bandeja de comida. Y los vio llenos de pinceles. Los relucientes mangos plateados tenían un grabado: «Para Nicole. Feliz cumpleaños, E. B.». ¿Quién diablos era E. B.? Más lujos, y esta vez no provenían de su padre.

Alguien, tal vez otro hombre, había pensado lo suficiente en ella como para hacerle ese regalo tan caro. Intentando no imaginarse cómo Nicole habría agradecido tal presente, Derek siguió mirando la habitación. Había utilizado hasta la última gota de tinta para pintar las paredes, que antes eran negras. Pero aun así, debía de tener bastante pintura. ¿Dónde?

Los baúles. Derek se recriminó no haber inspeccionado aquellos baúles que al parecer estaban llenos de utensilios de pintura.

Los paisajes que había visto en el camarote de Nicole... los había pintado ella. Ella era el artista a la que, sin saberlo, él había admirado. Se quedó sin aliento al observar su obra. Había hecho un trabajo excepcional, pero ¿cómo había podido en tan poco tiempo?

Él volvió a sentirse culpable. La chica se había pasado ocho o nueve horas sola en el camarote. Pero incluso así, pensó, al apreciar lo detallados que eran los dibujos, había tenido que trabajar sin descanso para acabar todo aquello en un solo día. Lo había pintado absolutamente todo.

Nicole había violado todas sus posesiones, así pues, ¿por qué no estaba enfadado? Debería estarlo. Pero una parte de él sabía que se lo merecía.

Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Nicole habló:

—Me dijiste que «no te importaba lo más mínimo» lo que hiciera.

Derek apartó la vista de la pared para mirarla. Ella tenía los ojos abiertos y lo miraba sin interés.

—Así es, te lo dije —reconoció él. Las ojeras que tenía bajo los ojos ponían de manifiesto lo cansada que estaba. ¿Y si volvía a ponerse enferma? La culpabilidad le atenazó el pecho y le sorprendió ver que tenía ganas de disculparse con ella. Pero en vez de eso, como un tonto, dijo—: ¿Sabes una cosa?, tendría que estar enfadado.

Permanecieron un momento en silencio.

—No me importa lo más mínimo cómo te sientas —dijo ella seria, antes de cerrar los ojos.

Nicole se durmió y Derek se quedó encerrado en sus pensamientos mientras que aquel paisaje lo engullía por completo.