CAPÍTULO 11
ESTA situación es muy embarazosa —dijo un marinero por enésima vez.
Nicole estaba completamente de acuerdo. Hacía un par de horas que habían perdido el timón y el Bella Nicola había quedado completamente incapacitado. Su precioso y orgulloso navío iba a la deriva sin control mientras intentaba evitar las barcas de pesca del mar de Brasil.
Después de varias horas de arduo trabajo habían conseguido improvisar un timón para poder así navegar hasta tierra firme y pedir ayuda. Pero lo que era más importante, lograron hacerlo justo antes de que los otros navíos que participaban en la regata pudieran verlos. Nicole sabía que era sólo cuestión de vanidad, pero prefería morirse antes que Sutherland los viera en ese estado.
Sacudió la cabeza y, cuando vio la proa que se les acercaba hizo una mueca de asco. Vaya ayuda habían conseguido: el Bella Nicola estaba siendo remolcado por un carguero de guano.
A pesar de las tormentas que sacudieron constantemente el golfo de Vizcaya, lo que secretamente para Derek era una de las mejores cosas del viaje, no dejó de pensar en Nicole ni un sólo segundo. Era obvio que ella lo había estado espiando. Y si él formaba parte de una lista, señal de que también había espiado a toda la competencia.
¡Maldición! Él la había pillado con uno de sus mapas. Y ahora sabía que estaba al corriente de hasta dónde pretendía adentrarse e iba a intentar derrotarle. Derek no había previsto arriesgarse tanto.
Cuando se dio cuenta de lo que Nicole pretendía... ¡diablos!, no supo qué hacer.
Durante más de seis mil millas había seguido la estela del Bella Nicola, cuya ruta era casi idéntica a la suya propia. El ya había adelantado a la gran mayoría de sus competidores, y estaba cómodo en esa posición, a pesar de que Nicole aún iba delante, ganándole distancia poco a poco. Sabía que en los Mares del Sur la atraparía, pues allí su barco no tenía rival.
Pero a medida que se acercaban a América del Sur, y que las aguas adquirían el color esmeralda tan característico de los corales de la zona, uno de sus marineros detectó un barco pesquero. Ansioso por confirmar que ocupaba el segundo puesto, Derek les pidió que se acercaran. Los pescadores se arrimaron a su barco y le contaron que el Desirade les llevaba ventaja.
La cubierta se quedó muda. Saber que Tallywood era el líder los dejó sin palabras. A pesar de que el Desirade era un clíper excelente, todos sabían que Tallywood no sabía aprovechar todo su potencial. Con sus aires de prepotencia y sus malas artes como capitán era odiado por toda la comunidad marinera.
Que Tallywood fuera el primero lo dejó atónito pero saber que el Bella Nicola había tenido que ser remolcado hasta Recife, en Brasil, fue peor.
¿Remolcado?
Derek confirmó lo bien que el Southern Cross había navegado, y se acordó de todos los barcos que había dejado atrás en el golfo de Vizcaya. Si iban hacia el sur y luego giraban hacia el este para dirigirse a África y al cabo de Buena Esperanza tenían muchas posibilidades de derrotar a Tallywood, pero Derek pensó que aun así valía la pena detenerse. Nicole no iba a ir a ningún lado a corto plazo. Y ella era la única competencia que le interesaba. O al menos, su barco. Ordenó a su tripulación que pusieran rumbo a Recife, y fue a su camarote para cambiarse.
Sonrió, una sonrisa lobuna, y le vino a la mente otro excelente motivo para detenerse en Recife: el burdel de madame María Delgado.
Sin previo aviso, volvió a asaltarle el sueño que había tenido dos noches antes. En él, Nicole yacía desnuda en su cama, junto a él, acariciándole el cuerpo con manos impacientes. Derek se dio media vuelta para abrazarla, para apretarla contra él y disfrutar de esa piel desnuda.
Buscaba los labios de la chica con los suyos y ella iba a su encuentro ansiosa; sus lenguas bailaban juntas, se saboreaban. Él le recorría el cuerpo con las manos deteniéndose en los pechos para atormentárselos con los pulgares.
Una y otra vez se los acariciaba mientras seguía explorando sus labios con besos apasionados, hasta que ella empezaba a gemir de placer y a arquear las caderas contra su entrepierna, haciéndole arder de la necesidad que sentía de entrar en su interior.
Los pequeños gemidos que se escapaban de los suaves labios de Nicole lo hacían enloquecer y se moría de ganas de poseerla, de hacerle el amor hasta lograr que ella gritara por fin su nombre. Pero cada vez que se movía para lograrlo, ella se escurría entre sus dedos, volviéndole completamente loco. Derek conseguía colocarse encima de ella, descansando un brazo a cada lado de su cabeza y, con las piernas entre las de ella, volvía a besarla con pasión.
De repente, ella interrumpía el beso y él sabía que iba a volver a alejarse. Para retenerla, se sentaba encima de ella con cuidado y le bloqueaba las piernas con las suyas. Con su cuerpo la apresaba por completo. Pero en ese preciso instante, Nicole le acariciaba el torso con sus pequeñas manos y, antes de que pudiera detenerla, se deslizaba hacia abajo haciendo que él quedara a horcajadas a la altura de su cabeza. Estaba demasiado aturdido para moverse, demasiado excitado como para poder pensar. Y cuando ella lo besaba con aquellos labios húmedos y calientes, sentía que sería imposible no tener un orgasmo...
Se había despertado de golpe. Era el sueño más erótico que había tenido jamás, y mientras toda la sangre se le iba de la cabeza, no había podido evitar gemir en la oscuridad. Se había llevado la mano a la entrepierna con intención de acabar lo que había empezado, pero sus callosas palmas eran un pobre sustituto para la piel o los labios de una mujer.
Su erección se había negado a desaparecer y Derek se juró que le haría pagar por cada segundo que pasara en ese estado. Ella lo había reducido a eso... a tener los sueños más sensuales que había tenido jamás, a volver a ser como un chaval inexperto. Decidido, Derek se juró a sí mismo que en el próximo puerto encontraría a una mujer hasta lograr enterrar a Nicole en lo más hondo de sus recuerdos.
Y sabía dónde ir a buscarla.
Tan pronto como atracaron en Recife, Derek averiguó que el único daño que había sufrido el Bella Nicola era la rotura del timón. En un día y medio estaría reparado. Pero para entonces, él ya se habría acostado con una mujer, o con dos, se habría aprovisionado de comida y se habría hecho ya a la mar.
Atravesó las paradas del mercado portuario sin apenas detectar el mal olor del café o la putrefacción de la caña de azúcar. Casi notó cómo los lugareños se quedaban impresionados por su altura. Su mente estaba obsesionada con otros menesteres.
No era consciente de que hubiese decidido que iba a buscar el barco de Nicole. Sencillamente, apareció plantado allí delante y, para justificar sus actos, se dijo que le pillaba de camino al burdel de María. O, como mínimo, no se alejaba demasiado. Subió al impoluto navío y cuando le preguntó a uno de los hombres que había limpiando la cubierta si podía hablar con la señorita Lassiter, éste le ignoró por completo. í
Otro tipo le dijo que no tenía permiso para estar allí. A no ser que estuviera dispuesto a empezar una pelea entre las dos tripulaciones, Derek sabía que tenía que bajarse. Volvió a preguntar por Nicole y esta vez fue Chancey quien, gritando a su espalda, le contestó. Derek se dio la vuelta, dispuesto a pelearse con el gigante. '
Pero el lobo de mar se limitó a mirarle como si lo estuviera calibrando. Por fin, dijo:
—Vuelve a tocarla y te mato. —Y sin añadir nada más bajó a tierra firme.
Derek echó un último vistazo a su embarcación. Hubiese preferido mil veces verla a ella pero no tuvo más remedio que conformarse con eso.
Resignado, emprendió el camino hacia el palacete que había en lo alto del muelle. Casa Delgado era una de las mansiones más espectaculares de la ciudad, y, si no le fallaba la memoria, su interior era tan inmaculado como su exterior. Las habitaciones eran espaciosas, cálidas, pintadas con los típicos colores de las colonias. Nada más cruzar el umbral, un empleado lo acompañó a una elegante sala.
Al entrar, vio cómo María Delgado apartaba la vista de los libros de contabilidad y se quitaba las gafas, que la hacían parecer más una maestra estricta que la madame de un prostíbulo. La había conocido hacía un montón de años, cuando siendo mucho más joven surcó el océano Pacífico por primera vez, y recordó los múltiples placeres que había sentido en las habitaciones del piso superior.
—Capitán Sutherland, me alegra que vuelva a visitarnos. —Le sonrió cariñosa y le cogió la mano—. Hace mucho tiempo que no le veía. —Era cierto, habían pasado muchos años, pero nadie lo diría por el modo en que ella lo trataba. Era como si no le sorprendiera que hubiera decidido regresar. Y no dejaba de mirarle—. Estaré encantada, por supuesto, de permitirle entrar en mi casa. —Madame Delgado inspeccionaba con atención a todos los hombres antes de dejarlos subir a su local. Derek sabía que, a menudo, algunos caballeros bromeaban acerca de la necesidad de tener cartas de recomendación para poder acceder a ese exclusivo burdel.
Agradeció la bienvenida y le apretó la mano.
—Yo también me alegro de volver a verla, madame. Está tan guapa como siempre. —Y lo estaba. Tendría unos cuarenta años, pero mantenía un aire de juventud que le hacía brillar los ojos, y su oscura melena aún no tenía ninguna cana.
—Supongo que querrá irse cuanto antes, ¿me equivoco?
Derek la miró sorprendido, hasta que ella añadió:
—¿Participa en la Gran Regata, no es así?
—Lo siento. La he malinterpretado. Sí, participo en la carrera, pero les llevo ventaja, así que puedo entretenerme un poco.
—Ya veo. —Le sonrió y ladeó la cabeza. Qué raro. Al hacer ese gesto, María le había recordado mucho a Nicole.
El extraño comportamiento de la madame hizo que a Derek se le erizaran los pelos de la nuca. Se alegró de estar ya alerta porque, de repente, ella le preguntó:
—¿Qué le apetece hoy, bello? Yo creo que lo que quiere es a una pelirroja menuda y pequeña de ojos azules, ¿no es así?
Estaba atardeciendo cuando Derek iba a salir del palacete. A pesar de que, después de lo que había pasado, debería tener ganas de salir de allí corriendo, no tenía ninguna prisa en hacerlo, e incluso empezó a aminorar el paso.
—¿Capitán Sutherland? —llamó María y Derek no pudo evitar quejarse de su mala suerte—. Capitán Sutherland...
No quería que ella le preguntara por lo que había pasado, pero no parecía tener escapatoria. Con las gafas sobre la nariz, aquella mujer era la imagen misma de la determinación.
Derek se detuvo y esperó a que ella lo alcanzara preguntándose por qué tenía aquella mirada de satisfacción.
—Capitán, no era necesario que le diera a Juliette tanto dinero. Ni aunque hubiese pasado mil minutos con ella habría tenido que pagarle tanto —comentó sonriendo—. Y sólo ha estado cinco...
Derek apretó los labios. Lo último que necesitaba en ese momento era que una madame brasileña se burlara de él.
—Le he pagado a Julia...
—Juliette —lo corrigió María.
—A Juliette todo ese dinero —farfulló entre dientes—... porque no paraba de llorar. —Y porque quería ocultar su vergüenza.
—Ah, bello, le estoy tomando el pelo —dijo sonriendo—. Ha sido muy amable. Y yo me quedo con el veinte por ciento —añadió picara—. Sé que tiene prisa, pero me atrevería a pedirle que utilizara la puerta del lado este, por aquí. —Se lo indicó—. De este modo, atravesará el jardín de mi casa y podrá ver las delicadas flores que tengo allí escondidas.
—Me temo que voy a tener que rechazar su invitación —repuso él sin ocultar su desgana—. La botánica me interesa muy poco.
—Me temo que voy a sentirme muy ofendida —replicó ella olvidando su sonrisa—. Nunca invito a ningún hombre a ver mi casa.
Derek la miró y supo que algo iba mal. Pero tenía mucho que pensar, y optó por no discutir con aquella mujer que parecía decidida a lograr lo que pretendía.
—Como desee, madame —dijo con una leve reverencia—. ¿Por aquí? —Ella asintió y Derek siguió sus instrucciones pensando que ese día iba de mal en peor. Entró en el jardín y, aunque era precioso, no entendió qué era lo que a María le parecía tan espectacular.
Su casa estaba formada por dos alas que, lo mismo que el palacete, estaban separadas por un jardín cuya puerta se encontraba abierta. Era agradable pero no tan extraordinario como el del burdel. El comportamiento de María era de lo más desconcertante...
Las voces de un par de mujeres procedentes de una de las habitaciones interrumpieron sus pensamientos.
Una de ellas tenía un marcado acento británico colonial y se jugaría lo que fuera a que era de la India. En un tono muy formal decía:
—Haz el favor de relajarte. Y de desabrocharte un poco más la camisa. —¿Acaso María pretendía que «interrumpiera» algún tipo de encuentro? Curioso, se acercó a la puerta.
Al oír el siguiente comentario de la mujer, se quedó helado:
—Nicole, tienes que relajarte. Confía en mí. Cuando haya acabado contigo, serás una mujer nueva. Aleja todos los problemas de tu mente. Chancey cuidará de tu barca...
—Barco.
—De acuerdo, barco. Y ahora respira hondo para que pueda terminar de una vez.
Era imposible que estuviera hablando con su Nicole; sencillamente, no era posible. Pero con una voz que reconocería en cualquier parte, la otra mujer contestó:
—Sasha, eso no hace daño.
—Por supuesto que no, tonta.
Derek tensó todos los músculos y se acercó. ¿Se estaba volviendo loco o Nicole Lassiter estaba desnudándose en los aposentos personales de una madame brasileña? Su mano agarró de golpe el picaporte pero luego se detuvo. Debería escuchar un poco más, así averiguaría algo más sobre ella. Como por ejemplo, qué estaba haciendo allí con aquella mujer.
—Nunca he hecho esto antes.
—Pues deberías —dijo la otra mujer—. A los hombres los vuelve locos.
—Ah, me haces cosquillas.
—Deja de moverte, Nic.
Derek apretó los dientes y escuchó cómo se hacía el silencio antes de que la otra mujer añadiera:
—¡Lo digo en serio!
—Tendrías que ser más comprensiva. ¿Cuándo fue la última vez que te lo hicieron a ti?
—Yo me lo hago sola. Si quieres, cuando tenga tiempo puedo enseñarte. —Dios mío, ¿de qué estaban hablando?
Nicole respondió ilusionada.
—Ojala pudiera. Echo de menos estar aquí —dijo antes de echarse a reír.
—Nosotras también te echamos de menos. Nic, si no te estás quieta no puedo continuar.
Basta. Derek sentía que le iba a hervir la sangre. Apretó la mandíbula y abrió la puerta de golpe sólo para respirar aliviado al ver la escena que tenía delante de él. Una mujer hindú, con no demasiada ropa, estaba inclinada encima de Nicole, que estaba medio desnuda. Por suerte, la mujer apartó la mano de Nicole justo antes de que ésta se diera la vuelta, evitando así que le quedara todo el cuello cubierto de henna rojiza.
Dio un suspiro de alivio. Aquella mujer estaba decorando el cuerpo de Nicole con el tradicional mehndi de la India, dibujado con henna. Sus labios esbozaron una sonrisa, cosa que no era de extrañar, considerando lo satisfecho que se sentía al comprobar que lo que pasaba era de lo más inocente. María, pensó feliz, le había dado justamente lo que quería.
—¡Sutherland! ¿Qué estás haciendo aquí? —gritó Nicole. Ella no podía saber el efecto que le causaba verle la piel pintada de henna.
—Yo podría preguntarte lo mismo. Estaba seguro de que volveríamos a encontrarnos... pero no esperaba que fuera en un prostíbulo —dijo él. Pero cuando vio el dibujo de la enredadera que reseguía su cintura, se quedó sin respiración. La rodeaba como si fuera un brazalete y luego, sus hojas le escalaban el torso hasta hundirse entre sus pechos. En ese mismo instante supo que el recuerdo de la piel de Nicole decorada con esos salvajes dibujos lo acompañaría toda la vida.
Ella estaba tan sorprendida que no podía dejar de mirarle, hasta que se dio cuenta de que él se había quedado fascinado con su cuerpo. De repente, se cerró la camisa con las manos.
—Ah, no, ni hablar —dijo la mujer india, Sasha, apartándole las manos sin ninguna delicadeza—. Aún no se ha secado del todo.
Nicole la fulminó con la mirada y se sentó en el extremo de la cama. Dándole la espalda a Derek, empezó a abrocharse.
Cuando Sasha le tiró de una oreja se detuvo en seco.
—Lo siento, Nic. Pero no permitiré que arruines mi mehndi.
La mujer miró a Derek, y sus enormes pendientes tintinearon al acercarse a él. Luego, miró a Nicole sorprendida.
—¿Éste es Sutherland? ¿El hombre del que me has estado hablando?
Nicole se tensó al oír la pregunta y se sonrojó de la cabeza a los pies. Derek se sorprendió, pero se alegró muchísimo al saber que la chica le había hablado de él a aquella mujer. Y era obvio que también le había contado algo a madame María.
Nicole apartó la mirada. Al parecer, llegó a la conclusión de que ya había tapado todo lo que quería ocultar y se dio media vuelta hacia Sutherland. No sin antes mirar a Sasha para decirle con los ojos algo parecido a «¿Qué, contenta?».
Sasha volvió la vista hacia Derek y lo estudió farfullando algo entre dientes sobre una magia muy poderosa. Nicole se acercó a él y el rostro de la hindú pasó de la sorpresa a la exasperación, así que Nicole apartó la mirada del capitán y le preguntó a la mujer:
—¿Se puede saber de qué estás hablando?
—El mehndi es muy poderoso. Ya está haciendo efecto.
—¿Haciendo efecto? —repitió Nicole alterada—. Dijiste que me traería suerte, y que alejaría de mí al diablo. Pero lo único que ha hecho es traer a Sutherland, y no se está alejando lo más mínimo, así que yo diría —dijo mirándose el pecho—, que el mehndi en realidad funciona muy mal.
Sasha arqueó una ceja.
—No, no, Nicole. ¿No ves la flor de loto que he dibujado aquí? —Le levantó la blusa y señaló el delicado dibujo de una flor que enmarcaba su ombligo—. La he dibujado para que te trajera amor y fertilidad. Y justo en ese momento aparece tu alma gemela por la puerta. ¡Sí que está funcionando!
Nicole se quedó sin habla.
—¡Sutherland no es mi alma gemela! Y... y puedes estar segura de que nosotros no necesitamos ayuda para ser fértiles, porque... porque... no... tenemos intención de...
—¿Plantar nada? —intervino él con una sonrisa.
—¿Plantar?
A Nicole le molestaba que le tomara el pelo. Pero Derek descubrió que a él le encantaba hacerlo.
—Te lo repito, ¿qué estás haciendo aquí? —exigió saber Nicole.
Derek había estado observando divertido la conversación entre Nicole y Sasha. Pero pudo ver cómo los pechos de Nicole se transparentaban bajo la camisa de lino y perdió todas las ganas de reír. Fascinado como estaba se veía incapaz de formular una frase coherente, así que se limitó a sonreírle confiando en que su rostro no reflejara lo que de verdad sentía, y le respondió con otra pregunta:
—¿Qué crees tú que estoy haciendo en un burdel?
—¡Ooooh! ¡Vete de aquí! —Le tiró un cojín de seda y él lo esquivó sin ninguna dificultad, pero se perdió ver cómo la camisa de Nicole se entreabría un poco más—. No tienes ningún derecho a estar aquí. ¡Esta zona es privada! Si has venido a buscarme, te llevarás una gran decepción.
Él no había ido allí para eso, pero era lo que estaba pensando en ese preciso momento. Pero que ella creyera que... No pudo evitar sonreír.
—No seas tan engreída, princesa. No he venido aquí por ti.
Nicole lo miró dolida, pero no tardó demasiado en disimularlo y se dio la vuelta hacia la otra mujer.
—Sasha, por favor, ve a buscar a Berto y ocúpate de que echen de aquí a este hombre. ¡A patadas!
—Me temo que no puedo hacer eso —dijo María esquivando a Derek y entrando en la habitación junto con su exquisita fragancia. Hizo un leve movimiento de cabeza y Sasha desapareció de allí—. Tendremos que llegar a algún tipo de acuerdo hasta que él decida irse por propia voluntad. Tú eres mi pequeña, pero él es un buen cliente —señaló María mirando a Derek.
Éste casi se sonrojó, pero para cambiar de tema, dijo:
—María, me gustaría saber qué está haciendo la hija de Jason Lassiter en este lugar. Explíquese.
—¿En este lugar? Hace que parezca algo muy sórdido. Usted nunca antes se había quejado.
A Derek le dolió ver cómo Nicole disfrutaba de la regañina de María.
—¡Contésteme!
—Ella es como una hija para mí —dijo la madame como si fuese lo más normal del mundo.
María vio cómo a Sutherland se le desencajaba la mandíbula y tuvo que contenerse para no reír. Aquello iba a ser divertido.
—¿Como una hija?
—Sí, hace quince años que la conozco. —Se detuvo antes de añadir—. ¿Y usted? ¿Cuánto hace que la conoce?
Sutherland la miró impaciente.
—¿De qué la conoce?
María miró a Nicole pidiéndole permiso, ésta respondió:
—No me importa.
Aun así, María dudó un segundo. Aquella historia no le pertenecía por completo. Además si hablaba de Jason dudaba que pudiera ocultar lo que de verdad sentía por él. Pero ¿qué importancia tenía? Nicole lo sabía. Al parecer, todo el mundo lo sabía.
Excepto Jason. Y María tenía la sensación de que a Nicole no le molestaba en absoluto que Sutherland supiera algo más sobre ella. Insegura, empezó a contar la historia:
—Una noche, estaba aquí leyendo cuando apareció un mensajero con una petición muy extraña. El capitán de un navío americano estaba a punto de perder a su esposa mientras ella daba a luz.
—Se detuvo un instante para tragar saliva y continuó—: Nadie, ni siquiera el médico de aquí, iban a ayudarles por miedo a enfermar de fiebre amarilla; una semana antes, otro barco americano se había estrellado en nuestras costas y había traído esa enfermedad con él. Yo también tenía miedo, pero sólo de pensar en esa pobre mujer... En fin, yo no tenía ni idea de medicina, pero dado mi negocio, he ayudado a nacer a unas cuantas criaturas. Eso fue lo mismo que pensó ese capitán, y por eso había mandado llamarme.
—María sintió la tristeza que siempre sentía al relatar el final de esa trágica historia—. Cuando llegué al barco, los gritos se oían desde el muelle, que a esas horas solía estar tranquilo. Corrí, pero cuando vi a la mujer supe que ya era demasiado tarde. Había perdido demasiada sangre. Jason Lassiter era ese capitán. Nunca he visto a nadie tan desgraciado. —Su voz se convirtió en un susurro.
Se acercó a Nicole y le colocó un mechón detrás de la oreja. Había llegado a querer a aquella chica como a una hija. Más serena, continuó—: A Jason no le importó que yo fuera una madame. Lo único que le importaba era su joven esposa. Estuvimos allí toda la noche hasta conseguir que naciera su otra hija. Pero ambas estaban demasiado débiles y murieron una hora más tarde.
Al ver que se le habían llenado los ojos de lágrimas, se detuvo. Sutherland también lo vio, y entonces empezó a entender lo poco que sabía de Nicole y de Jason. Volvió a mirar a María y le pidió:
—Siga. —Ella levantó una ceja y no le hizo caso hasta que Derek añadió—: Por favor.
—Jason estaba... inconsolable. —María se acordaba perfectamente de aquella horrible noche; de sus gritos, sus llantos, de cómo rompió todo lo que tenía a su alcance—. Ningún miembro de su tripulación podía lograr que se calmara.
Sin ser consciente de lo que hacía, María empezó a acariciar el pelo a Nicole.
—Mi corazón se partió en dos al ver lo enamorados que estaban aquella joven mujer y el capitán. Me encargué de organizar el entierro de ella y de su bebé. Justo cuando estaba a punto de irme, Nicole, que era una niña preciosa, corrió detrás de mí. Estaba aterrorizada y no paraba de llorar, pero cuando la cogí en brazos se tranquilizó un poco y se agarró a mí como si no quisiera que la soltara jamás. Le dije a uno de los marinos que me la llevaba y no paré hasta convencerle de que nos dejara ir. Esa noche se durmió en mis brazos y ya nunca he dejado de quererla.
Sutherland permaneció un rato en silencio para digerir toda aquella información, pero de repente le tembló el músculo de la mandíbula.
—La visita ha finalizado —dijo sin rodeos, y se acercó a Nicole para cogerla del brazo—. Te vienes conmigo de regreso al barco.
—¡María! —gritó la chica intentando zafarse.
—Cualquier cosa que quiera decirle a Nicole puede decírsela aquí —intervino la madame con autoridad.
—¡María, por favor! ¡No le permitas que se quede! Este hombre nos persiguió a Chancey y a mí por todo Londres ofreciendo recompensas escandalosas.
—¿Lo sabías? ¡Maldita sea! —Se pasó la mano que tenía libre por el pelo—. ¿Por qué te escondiste de mí?
—¿Por qué? ¿Acaso crees que soy tonta? —preguntó ella soltándose al fin—. Querías vengarte.
—¿Estás segura de que te buscaba por eso?
—¿Qué más podrías querer de mí después de lo que había sucedido esa noche?
María los observó y supo que con ese comentario Nicole había hecho mucho daño a Sutherland. Era obvio que si aquel hombre había estado dispuesto a pagar por obtener información sobre su paradero tras una sola noche, sin duda quería mucho más de ella. La miró y las chispas que saltaban entre ambos eran tan evidentes que era imposible que él permaneciera impasible.
Sin embargo, Derek no le dijo nada y se limitó a mirarla.
—Sí claro, ésa es la única conclusión lógica.
«Meu Deus, tal vez me haya equivocado con estos dos.»
—Pues claro que lo es. ¿Lo ves, María...? —Nicole se dio media vuelta para mirarla—. El sólo busca vengarse de lo que sucedió esa noche. No puedes permitírselo.
—Ella no tiene ningún derecho a opinar al respecto —dijo Derek muy enfadado.
—Pues claro que sí, capitán —contraatacó la madame—. Si llamo a mis guardas, no tardarán ni un segundo en aparecer aquí para llevárselo. Pero por otro lado, puede comportarse como un hombre civilizado y charlar aquí con ella. Se lo advierto, si se atreve a levantarle la voz, le echo de aquí para siempre. ¿Comprende?
Derek miró a María, luego a Nicole, y finalmente aceptó con un ligero movimiento de cabeza.
—Bueno, él puede decidir quedarse —refunfuñó la chica—. Pero yo no tengo por qué hacer lo mismo. Suéltame el brazo, bruto.
—La otra noche, en mi camarote, no te parecía tan bruto...
La brasileña los observó mientras discutían. Nunca había visto a dos personas tan hechas el uno para el otro.
Ni a dos que tardaran tanto en darse cuenta de que así era.
El frío corazón del capitán no sería capaz de resistir el deseo que empezaba a sentir por ella. Y no intentaría reducir ese fuego ni apagar su pasión porque necesitaba a Nicole más que el aire que respiraba. Esta en cambio, tan llena de energía y locuras, necesitaba la tranquilidad de un hombre con voluntad de acero. Al igual que necesitaba de su sensualidad, la única equiparable a la suya.
Y, tal como María ya había deducido, él no había podido quitársela de la cabeza. Si a eso le sumaba cómo se había portado Derek con Juliette, María supo exactamente qué decisión tomar.
Retrocedió hacia la puerta sonriendo.
—Creo, mis pequeños amantes, que os dejaré solos para que arregléis vuestras diferencias.
Dio un portazo y los cerró dentro con llave.
—Sí, cariño, como puedes ver te han dejado aquí sola, y te aseguro que tengo intención de sacar provecho de la situación. —Derek sonrió y se acercó a ella despacio—. A diferencia de ti, a mí me alegra mucho que estemos solos —añadió en voz baja.
Ella no se lo podía creer. Acababa de acostarse con una mujer en la puerta de al lado. De hecho, había reconocido que había ido allí para visitar el burdel, no para encontrarla a ella. ¿Cuántas veces podía un hombre estar con una mujer en el mismo día?
—Mantente alejado de mí. Déjame ir.
—¿Que te deje ir? ¿Así sin más? —se burló él—. No, no lo creo... Llevo un mes esperando tocarte de nuevo. —Alargó la mano y le acarició un mechón que se escapaba de su peinado—. ¿Sabes cuánto he pensado en la noche que pasamos juntos?
Antes de poder reflexionar, Nicole preguntó insegura:
—¿De verdad? f
—De verdad. Te deseo.
Nicole estuvo a punto de preguntarle si había encontrado una buena sustituía, pero se contuvo porque no quería que creyera que estaba celosa.
—¿Por qué no me dejas tranquila? Yo no quiero sentir nada de todo esto.
Derek la miró intrigado:
—Tal vez te guste creer que no quieres que así sea, pero tu cuerpo me dice algo muy distinto. —Le deslizó la mano por encima del pecho; una leve caricia, como una brisa, pero Nicole empezó a arder en su interior. Se apartó de él para tratar de recuperar la respiración.
—¡Maldita sea, Sutherland! Déjame en paz.
—No puedo —dijo él despacio, como si a él mismo le sorprendiera admitirlo.
—Bueno, pues tendrás que hacerlo. Aunque me sintiera atraída por ti, cosa que no es cierta, nunca podría estar contigo. Somos contrincantes. Aunque esta regata no signifique nada para ti, para mí y mi padre lo es todo.
—Sé que la regata es importante. —Se pasó la mano por el pelo—. Ese imbécil de Tallywood va en cabeza.
—¿Qué?
—Lo he averiguado esta misma mañana. Debería irme y salir tras él, pero por alguna razón, siempre que estoy contigo... —Se olvidó de lo que quería decir y, cogiéndola por la muñeca la acercó hacia él. Inclinó la cabeza para besarle el cuello, un leve roce que la hizo temblar—. Sé que debería izar velas lo más pronto posible, pero aun así, necesito pasar la tarde en la cama contigo.
Nicole no podía soportarlo. Cualquier pensamiento de Tallywood liderando la regata se desvanecía frente a las caricias de Sutherland. Trató de imaginarse todo lo que podían hacer durante una tarde.
Pero ¿qué clase de mujer era? Aquel bastardo acababa de hacer el amor con otra mujer; y allí estaba, besándola a ella sólo unos minutos más tarde. ¿Acaso a Nicole no le había bastado aquella primera noche para entender que ella sólo era un número más en su larga lista de conquistas? Estaba furiosa, furiosa porque de algún modo sabía con seguridad que jamás volvería a sentir eso con ningún otro hombre. Mientras que él probablemente se sentía así cada noche.
Se obligó a recordar que si ganaba la carrera, si derrotaba al hombre que ahora la tenía entre sus brazos, tendría el futuro garantizado; el suyo, el de su padre y el de Chancey. Necesitaba volver a odiarle, porque era el único modo en que lograría resistirse a él.
Se apartó sin dejar de mirar la mano con que la sujetaba. Derek frunció el cejo y la dejó ir.
—¿Eres tú quien confecciona las cartas de navegación de tu barco? —preguntó Nicole.
—Claro —respondió él sin inmutarse.
A Nicole se le hizo un nudo en el estómago y, con arrogancia, continuó:
—Excelente. Así la victoria será mucho más dulce.
—¿Insinúas que eres tú quien dirige el tuyo? —Derek se rió sin ganas y añadió sarcástico—: No me extraña que se os rompiera el timón.
A Nicole le empezó a hervir la sangre, pero esta vez de rabia.
—No volveré a corregir tus torpes cálculos —atacó ella—. Tendrás suerte si consigues salir del puerto.
—Aquello eran sólo unos esbozos... —Al darse cuenta de lo que pretendía al hacerle enfadar se detuvo, pero sus ojos nunca dejaron de mostrar el deseo que sentía—. Tu plan no va a funcionar conmigo, Nicole. El hecho de que quieras discutir sólo hace más evidente que tú me deseas tanto como yo a ti.
Ella sacudió la cabeza en una negación nada convincente. Y el largo brazo de Derek volvió a rodearla.
Sin pensar, Nicole se limitó a reaccionar.
Cogió la silla que había a su lado y se apartó de él a la vez que la colocaba en medio de los dos. El respaldo de ésta le dio de pleno en la entrepierna.
Derek apretó la mandíbula con fuerza y cerró los ojos esperando a que remitiera el dolor. Cuando lo consiguió, los abrió y la fulminó con la mirada. Justo antes de desplomarse como un peso muerto.
—Oh, ¡Dios mío! —Nicole se arrodilló junto a él—. Lo siento... yo sólo quería alejarme de ti.
Eso lo enfureció aún más. Gimió de dolor.
—Me... las... pagarás...
La chica no se quedó a escuchar lo que quería decirle. Corrió hacia la puerta y la golpeó con ambas manos. A los pocos segundos, se oyó una llave.
Justo antes de salir, Nicole se dio media vuelta. Derek tenía razón. Ella quería pelearse con él, pero no quería hacerle daño. Quería disculparse, asegurarse de que estaba bien. Al final, optó por decir:
—Sé que te he hecho daño... y quiero que sepas que no lo he hecho a propósito. —Deseaba decirle algo más, pero se obligó a endurecer su corazón—. Buena suerte con la regata, capitán. La vas a necesitar.
Derek bebió otra copa de brandy y sintió otra punzada. Habían pasado dos horas y por culpa del dolor que sentía en la entrepierna aún no podía ni beber. Al final, Nicole sí le había dejado un recuerdo permanente.
Cuando por fin pudo volver a caminar erguido, escudriñó la casa de María en su busca. Se acercó al prostíbulo y allí descubrió que a la chica nunca se le había permitido la entrada en el recinto. Todas las prostitutas sabían quién era él, porque cada vez que preguntaba algo sobre ella optaban por cerrarse en banda. Ni una manada de lobas defendería tanto a uno de sus cachorros.
¿Así que ella era quien capitaneaba el barco? Antes sólo había querido volverla a encontrar y lograr que lo deseara tanto como él a ella. Pero ahora, tras sus arrogantes provocaciones, además tenía que derrotarla.
Con paso decidido, se dirigió al oficial del puerto de Recife, quien acababa de inspeccionar el barco en busca de exportaciones ilegales. El difícil pero al parecer próspero puerto de Recife era implacable en lo que se refería a la obtención de aranceles. Derek había oído que, detrás de toda esa política tan agresiva y fructífera, no estaba otra persona que María. Conociendo su mente para los negocios, Derek no tenía ninguna duda de que así era.
Cuando el hombre terminó de inspeccionar el Southern Cross, Derek le dijo:
—Han ido muy rápido, señor. No es que me queje, claro, al contrario —añadió jovial. Derek había decidido que no estaría de más recabar algo de información sobre la tripulación de Lassiter, y aquel hombre parecía más que dispuesto a dársela.
—Sí, sé que usted participa en la Gran Regata, así que he supuesto que tendría prisa —dijo magnánimo devolviéndole los documentos.
—Mil gracias. —Derek hizo una pausa antes de añadir—. ¿Ya ha inspeccionado el Bella Nicola?
—Aún no. —Se retorció el mostacho y se acercó a él para decirle con complicidad masculina—: Pero estoy impaciente por conocer a la hija del capitán Lassiter.
Derek se obligó a permanecer relajado, aunque se moría de ganas de sacudir a aquel tipo por el mero hecho de mostrar interés por Nicole.
Al parecer, la señorita Lassiter tenía admiradores por doquier. Se le ocurrió una idea brillante y frunció el cejo.
—Es muy guapa, ¿no es cierto?
Después de escuchar los cumplidos del inspector, dijo:
—¿Sabe...?, debería tener cuidado con la señorita Lassiter. —Al ver cómo el hombre lo escuchaba atento, Derek sacudió la cabeza con tristeza—. Al parecer, la chica se quedó prendada de mí, pero cuando su interés se hizo evidente tuve que rechazarla. Es guapa, pero ya sabe, yo soy conde y bueno..., los hombres de mi clase social no se casan con chicas del pueblo, ya me entiende. —El hombre asintió como si supiera perfectamente lo que se sentía al ser conde.
El capitán tuvo que esforzarse por mantenerse serio.
—La chica se quedó destrozada. Tanto, que juró que se casaría con el primer hombre que se lo propusiera.
—¿En serio? —preguntó el oficial acelerado.
—En serio. Pero creo que, tras su experiencia conmigo, tal vez quiera hacerse la interesante. Sin embargo, el hecho es que esa chica desea casarse más que nada en este mundo. Y su padre está tan desesperado por quitársela de encima que incluso está dispuesto a aumentar su ya generosa dote.
—Gracias, capitao. Gracias —dijo el oficial con fervor. Le cogió la mano y se la sacudió entusiasmado.
Cuando Derek logró liberarse, añadió:
—Ah, señor... a la señorita Lassiter le gustan los hombres fuertes y, cómo le diría, dominantes, que no se dejan amedrentar con facilidad. Se lo advierto, esa chica puede poner a prueba su determinación.
—Muchas gracias. ¡Ahora mismo iré a ver a la señorita Lassiter! —le dijo a modo de confidencia al salir.
Al ver alejarse al hombre, Derek oyó que no dejaba de repetirse a sí mismo
—Forte, bravo, dominante!
Los labios del noble esbozaron una sonrisa; el juego había empezado. Y Nicole aún no sabía que ella iba a perder la primera mano.
—¡Menuda cara dura! Quería hacer el amor conmigo, María. Como si yo no tuviera nada que decir al respecto. Hubiese querido abofetearle. Ganaré esta regata sólo por el placer de verle perder...
—¡Nicole!, si pudieras dejar de insultar al capitán durante un segundo —gritó la madame por encima del discurso de la chica—, me gustaría decirte algo.
Ella se calló y, con el cejo fruncido, le sirvió el té.
—De acuerdo —farfulló.
María aceptó la taza que le ofrecía.
—Lo que trato de decirte desde que salimos de casa es que el capitán Sutherland ni siquiera tocó a Juliette. Tras un único y cortísimo beso, le dijo que no podía estar con ella.
A Nicole le estalló el corazón; y un montón de pensamientos se agolparon en su mente. ¿No había hecho el amor con la prostituta? ¿Por qué no había sido capaz de discernir que él era incapaz de estar con otra mujer?
Nicole necesitaba saber que su adversario era un canalla, que había estado con Juliette. Pero ahora que María le había dado esa información, sus emociones se habían catapultado hacia el otro extremo. Recordó la escena entre los dos una y otra vez y deseó haber hecho las cosas de otro modo. Deseó no haberle hecho tanto daño.
¿Cómo lograría aguardar al final de la carrera para decirle lo mucho que lo sentía?
—¡Oh, Dios, María! ¡Me estoy enamorando del capitán!
—Muito bem —dijo la madame sonriendo—. Te daré mi opinión profesional. El capitán se ha comportado de ese modo porque él ya está enamorado de ti.
Nicole se llevó la punta de la trenza a los labios.
—No, lo que él siente no es amor.
—Confía en mí. Hay algo muy fuerte entre vosotros. Os irá bien juntos. No será fácil, pero el amor rara vez lo es.
¿El capitán la amaba? Nicole sacudió la cabeza.
—Lo más probable es que ahora mismo me odie. ¿Te has olvidado de que esta misma tarde le he dado con una silla?
—Se recuperará. Y la próxima vez que lo veas, puedes incluso hacer algo para ayudarle —dijo María entre risas.
Nicole abrió los ojos de par en par.
—María, tengo que hablar contigo sobre... todo eso. Tienes que enseñarme, así la próxima vez que estemos juntos no quedaré como una tonta.
—En realidad es muy fácil. Lo único que tienes que hacer es...
Un golpe en la puerta las interrumpió. Nicole frunció el cejo.
—¿Quién es? —preguntó.
Chancey apareció de repente.
—Tienes una carta, y el oficial del puerto está aquí para que firmes los papeles.
Nicole se levantó resignada, aceptó la carta, que tiró encima del escritorio y se dirigió a María:
—En seguida vuelvo. Prepara más té, tengo que preguntarte muchas cosas.
Corrió a encontrarse con el oficial. Era un hombre bajito y lleno de condescendencia. Incluso después de que le hubiera firmado los documentos, se quedó allí haciéndole preguntas.
—¿Sí? —preguntó ya enfadada. Se moría de ganas de regresar a su camarote y averiguar cuál era esa norma misteriosa que bastaba para todo.
—Señorita Lassiter, me gustaría hablar sobre su reciente... decepción.
—¿Mi qué?
—Su desengaño amoroso. Lo sé todo, y estoy al tanto de sus planes para contraer matrimonio. He venido a postularme yo mismo para el puesto.
—Señor, yo no tengo intenciones de casarme con nadie. —Intentó recuperar la calma—. Lo siento, pero debería irse ahora mismo.
Sin inmutarse, él se retorció el mostacho.
—Ah sí, ya me han advertido que le gusta hacerse la difícil. Pero lograré convencerla.
Aquel hombre estaba loco. Como una cabra.
Detrás del oficial apareció María que, desde el umbral de una puerta, la miró intrigada. La chica se limitó a sacudir la cabeza. Aquel hombre, henchido de orgullo, no paraba de decirle que a pesar de que él era un oficial de alto rango estaba dispuesto a pasar por alto sus bajos orígenes y casarse con ella a pesar de todo.
Nicole lo miró furiosa.
—Si usted cree que voy a casarme con...
El hombre la interrumpió.
—Este juego ya ha durado demasiado. —Se estaba enfadando y movió las manos hasta dejarlas al fin descansar sobre su barriga—. Deseo hablar con su padre acerca de su dote.
—Mi padre —dijo ella apretando los dientes—, no recibe visitas.
Él exigió reunirse con Lassiter. En seguida. Al ver que ella continuaba negándose, el oficial empezó a sospechar de los motivos que habían impedido al capitán Lassiter mostrarse en cubierta.
¿Cómo podría explicar Nicole que navegaban en el barco de su padre sin él, o sin un capitán con título? Si le rechazaba, aquel hombre podría darles problemas sólo para compensar su orgullo herido.
—No puede recibirle porque está en casa de madame Delgado —mintió. Todo el mundo en Recife estaba al tanto de su amistad con María, así que la historia era verosímil—. No volverá hasta mañana.
Tan pronto como María la oyó le lanzó un beso y se fue corriendo hacia su mansión para dar veracidad a aquellas palabras.
Las horas que tardó en deshacerse del oficial le parecieron eternas. Luego, Nicole regresó a su camarote enfadada por no haber podido despedirse de su amiga y descubrir de paso cuál era aquel maravilloso recurso. Se derrumbó en una silla, agotada tras el encuentro con aquel hombre, y entonces se acordó de la carta que había dejado encima del escritorio. Arrugó el ceño y fue a por ella. Con letra firme y decidida podía leerse:
Creí que haríais buena pareja.
Sutherland, ¡bastardo! Había firmado con letras grandes y claras, convencido de que Nicole ya no estaría a tiempo de hacer nada. Ahora se estaría riendo de ella, seguro.
Su bromita los obligó a sacrificar la mejor parte del día. Temerosos de que el oficial siguiera vigilándoles, Nicole y su tripulación tuvieron que esperar a que el sol se pusiera para poder huir arropados por la oscuridad. Partir de un puerto era una aventura en sí misma, pero hacerlo a escondidas era desmoralizador.
Sutherland pagaría por ello.
Nicole había creído que no habría nada peor a ser remolcados por un carguero de guano. Pero lo había, y todo gracias al pésimo sentido del humor de él.
Esa misma noche, mientras estaba en cubierta, impaciente por partir, Nicole se acordó de que había querido disculparse, pero mientras se entretenía mandándole a un pesado oficial con complejo de Donjuán.
Se le habían pasado las ganas de pedirle perdón por nada.
—¿Crees que atraparemos al resto de embarcaciones? —preguntó Chancey tras ella acallando así sus pensamientos.
—Las atraparemos —contestó seria. «A Sutherland el primero»
Horas más tarde, cuando los primeros rayos del sol se reflejaron en el mar, vislumbraron un par de mástiles en el horizonte. Tenían que pertenecer al primer grupo de navíos. Como solía pasar, muchos tenían la misma velocidad y una tripulación igual de preparada, así que no podían sacarse ventaja entre sí. Incluso en esos momentos, tras trece mil millas de viaje, a algunas embarcaciones las separaban sólo algunas millas.
A la orden del irlandés, la tripulación se concentró en la navegación y pronto empezaron a adelantarlas. Nicole, con un lápiz detrás de la oreja, estudió el mapa que unas piedras sujetaban encima del escritorio que había en la cubierta.
—Hacia el sur, sudoeste.
Miró a Chancey y éste no se movió; su trayecto los adentraría mucho más al sur que a las otras embarcaciones.
Nicole sintió la necesidad de justificarse:
—Así cogeremos más aire. Tendríamos que seguirlos durante horas antes de poder lograr una ventaja semejante.
El marino se acarició pensativo la mandíbula:
—Eso nunca nos ha molestado. Pero con tu plan nos estamos alejando aún más.
—Pero iremos más rápido.
—Y será mucho más duro para nuestros hombres.
Nicole se quedó en silencio y levantó de nuevo el catalejo con la esperanza de poder ignorarle.
—¿No lo estarás haciendo por Sutherland? ¡Mírate! —dijo riéndose—. El que nos lleve ventaja te está carcomiendo por dentro.
Nicole entrecerró los ojos y replicó:
—Lo que nos hizo en Recife fue un truco muy sucio.
—Tuvo gracia —dijo Chancey sonriendo—. A mí me lo pareció. Y seguro que a tu padre también se la habría hecho.
Nicole abrió la boca para contestar, pero supuso que su amigo tenía razón.
—Y tú, ¿ya te has olvidado de que le copiaste la ruta?
—Yo no le copié la ruta, yo...
—Te la aprendiste de memoria, y tan pronto como llegaste a tu casa la escribiste en un papel.
Nicole le miró boquiabierta.
—Está bien, seguiremos tu ruta —concluyó el gigante dejando de discutir—. Sólo dime dónde tengo que ir.
Y se pusieron manos a la obra. La caótica pero ordenada actividad que se desarrollaba en la cubierta, con el viento silbando entre las velas y los gritos de la tripulación cada vez que adelantaban a otro barco... todo... todo le gustaba. A Nicole le encantaba el modo en que todos se movían como si fueran una sola persona, cómo podía controlar un navío tan volátil y hacer que adelantara un barco tras otro. Apenas tenía tiempo para charlar con Chancey, sólo podía comunicarle los cambios que debía hacer en el rumbo, y así tal vez lograran atrapar a Tallywood.
Una noche en que amainó el viento, el vigía gritó:
—Ni rastro de Tallywood.
Que éste aún les llevara ventaja era como una bofetada para toda su tripulación, que odiaba con todas sus fuerzas a aquel indeseable. Nicole, consciente de ese sentimiento, les dijo:
—Aún es pronto para preocuparnos por Tallywood. Si sigue siendo tan torpe, seguro que tarde o temprano acabará metiendo la pata. Más cerca tenemos a un rival al que sí vale la pena derrotar. —Para sí misma, añadió—: Iremos a por Sutherland.
Pero Chancey la oyó y la corrigió:
—¿No deberías decir que iremos a por el Southern Cross?