CAPÍTULO 23

-VOY a salir —dijo Jason Lassiter en su cuarta noche en Ciudad del Cabo.

—Vamos a salir —lo corrigió María poniéndose bien las gafas.

—¡Mujeres! Ya sabía que no debería haber permitido que vinieras. —Sacudió la cabeza—. No tendría que haberme detenido en Recife. Pero maldita sea si permito que regreses conmigo de Ciudad del Cabo. —Cogiéndola resignado por el codo, Jason la ayudó a esquivar a un par de borrachos que había en el puerto. Él y María habían ido allí a preguntar si había llegado algún barco de Sydney, pero no habían descubierto nada.

—Son sólo negocios —le recordó María. Los negocios eran simples. Sin emociones. ¿Era por eso por lo que ella trabajaba tanto? ¿Tanto se tambaleaban sus emociones cerca de aquel hombre que tenía que volver constantemente a terrenos conocidos?—. Yo pagué por mi billete. Tú no tienes nada que decir al respecto.

Jason la soltó y frunció el cejo, así que María optó por descansar una mano en su brazo y entonces él se tranquilizó un poco.

—Jason, seguro que a estas alturas, Chancey ya está con ella. Y tenemos las cartas que nos mandó. Nicole nos dijo que estaba sana y salva y a toda la tripulación que, si no lograban regresar, se encontraran aquí con ella. ¿Y qué me dices del dinero que les mandó? Tú sabes que el único que puede haberle prestado tal cantidad es Sutherland.

—Es sólo que no puedo soportar sentirme así... María, ese tipo está con mi pequeña.

La brasileña entendió cómo se sentía Lassiter, pero eso no la hizo cambiar de opinión:

—Nicole ya no es tu pequeña, y no me importa lo que diga tu tripulación, Sutherland es incapaz de hacerle daño. Yo los vi juntos en Recife, y él está completamente enamorado de ella.

—Entonces, ¿por qué todos quieren verlo muerto?

María apretó los labios, en eso tenía razón. Pero no se dejó amedrentar:

—Confía en mí en este tema; Sutherland cuidará de ella.

Jason sacudió enfático la cabeza.

—Tengo que encontrarla.

—Si vas a ir a buscarla, yo voy contigo —declaró ella decidida—. Pero creo que estás cometiendo un error. Si Chancey se fue hace unas semanas, lo más probable es que ambos estén de camino hacia aquí para encontrarse con su tripulación. ¿Qué pasará si nos cruzamos con ellos?

A veces no lograba entender a aquel hombre. María estaba convencida de que si se iban, se cruzarían con el irlandés y la chica en el vasto océano. Sería un milagro que los encontraran. Ella amaba a Jason, pero se daba cuenta de que a menudo era demasiado impaciente, y que se olvidaba del sentido común.

—Sé razonable, Jason. Sabes que Chancey la protegerá con su vida. Y piensa en lo terrible que sería para Nicole si llega aquí y no te encuentra. Sabes que entonces esperará a que regreses de Australia.

María supo que lo estaba convenciendo. La verdad era que sería horrible que Nicole tuviera que esperarlos en Ciudad del Cabo, una ciudad que los marinos apodaban la «Taberna de los Siete Mares», porque allí se reunían los marinos y ladrones de la peor calaña; había incluso piratas. Lo único bueno que podía decirse de aquella ciudad es que era un excelente lugar para hacer negocios. Estaba a rebosar de nuevos ricos cuyas fortunas provenían de las minas sudafricanas y que no sabían qué hacer con su dinero.

María, tras los cristales de sus gafas, abrió los ojos entusiasmada. Oyó que Jason decía en la distancia:

—Jamás debí presionarla para que fuera a ver a su abuela. La presión nunca dio buenos resultados con su madre, y Nicole se parece tanto a Laurel... Si no quiere vivir esa vida, no tiene por qué hacerlo. Encontraré el modo de lograr que tenga lo que desee.

A María se le ocurrió una idea. Si sabías dónde buscar, Ciudad del Cabo estaba llena de posibilidades. Por desgracia, Jason no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Pero ella sí.

—¿Este trasto no puede ir más rápido? —preguntó Nicole irritada mientras miraba por la borda de aquel barco de vapor. Ahora, tristeza e irritabilidad eran lo único que la definían. Y no era sólo porque no hubiesen podido encontrar otro barco que no fuera aquella tartana para ir de Sydney a Ciudad del Cabo. Ni siquiera porque en aquel navío no pudiese trabajar ni hacer nada de provecho.

Era porque el hombre del que se había enamorado la había abandonado.

«Nadie volverá a hacerte daño jamás.» ¡Mentira! Derek había pronunciado esas palabras como si fueran un juramento sagrado. Y luego él mismo le había arrancado el corazón del pecho.

Nicole consiguió pasar cuatro o cinco días sin hablar de él, pero pronto las palabras se apoderaron de ella. Si no las decía, acabarían por ahogarla. Como siempre, Chancey la escuchó paciente. Hablaron del tema una y otra vez y Nicole seguía sin entenderlo:

—Ni siquiera me dijo adiós —susurró—. Esperó a que fuera a la ciudad y... se fue.

Empezó a llorar y levantó la barbilla en un intento desesperado por detenerlas.

—No tiene corazón... es un egoísta. Pero yo, tonta de mí, creía que había cambiado.

Chancey la miraba con cariño.

—Ahora que lo pienso, es como si Derek hubiera hecho todo lo que estaba en su mano para que me enamorara de él. Se pasaba horas intentando captar mi atención, intentando meterse bajo mi piel. Pidiéndome que me sincerara con él. —No trató de ocultar lo confusa que estaba—. ¿Y luego ha hecho esto? Todo fue un juego para él.

La expresión del irlandés cambió y la miró sorprendido:

—No, no digas eso. Seguro que lo que pasó es que se dio cuenta de que tú merecías algo mejor que un borracho —dijo con fervor. Últimamente se comportaba de un modo extraño, pensó Nicole. Cada vez que ella decía lo crápula que era Sutherland, él lo defendía.

El marino frunció el cejo e iba a decir algo más. La chica esperó con las cejas enarcadas, pero el viejo lobo de mar se limitó a toser y se disculpó diciendo que tenía muchas cosas que hacer. Al llegar al barco, se había ofrecido como mano de obra, para poder aprender lo máximo posible sobre los barcos de vapor. Tanto él como su padre estaban convencidos de que eran los barcos del futuro. Nicole no le envidiaba el trabajo, pero a ella nada lograba alejarla de sus amargos recuerdos.

De sus demoledores recuerdos. Tal vez se mereciera algo mejor que «un borracho», pero Nicole había visto al hombre que se ocultaba debajo de tanto dolor y se había enamorado de él.

Y él había acabado haciéndole daño.

Sobreviviría. Lo único que tenía que hacer era lograr superar el mal trago. Al fin y al cabo se había pasado la vida haciéndolo.

Pero Nicole no podía evitar preguntarse si era lo suficientemente fuerte como para superar todo lo que le había sucedido en los últimos meses. El hogar que tanto había anhelado tener descansaba en el fondo del océano Atlántico, junto con la vida que tanto había deseado llevar. Al haber perdido la regata, seguro que la compañía de su padre acabaría también hundiéndose. Y, para rematarlo, el hombre al que amaba la había abandonado como si fuera un trasto viejo. Y peor aún, tonta como era, ella seguía amándole.

De noche, lloraba y lloraba... intentando mantener silenciado su llanto.

«Muy de vez en cuando, un hombre conoce a una mujer a la que se puede pasar horas mirando», pensó Derek borracho. Pero mucho menos frecuente era que pudiera también pasarse horas escuchándola. Las posibilidades de encontrar ambas cosas en la misma mujer y que, además, ella fuera la que más placer le había dado jamás eran en realidad prácticamente inexistentes.

Él había encontrado a esa mujer y la había abandonado. Ahora, sólo esperaba a que resurgiera su vena egoísta para ir a buscarla de nuevo.

Chancey le había dejado claro que se irían a la mañana siguiente después de que él partiera. Y cuando le preguntó adonde la llevaría, el viejo se limitó a responder:

—A un lugar donde no puedas encontrarla si es que decides cambiar de opinión.

Sí, sí había cambiado de opinión.

Estaba sentado en su camarote, bebiendo como hacía meses que no lo hacía, y no dejaba de mirar el paisaje que decoraba las paredes de aquella habitación. Estando en Sydney, Nicole las había cambiado por completo y él ya hacía tiempo que se las había aprendido de memoria. Nunca creyó que lo admitiría, pero echaba de menos tener las cosas de ella junto a las suyas. Echaba de menos ver una media encima de su sillón, el aroma a aceite de almendra y a pintura. Totalmente ausente, acarició la caja que contenía los zafiros que le había comprado en Sydney.

Nunca había tenido la oportunidad de dárselos. Y ya no volvería a tenerla.

Al igual que sus sentimientos, se le nubló la visión y todo quedó cubierto por los recuerdos de Nicole. Se acordó de una cosa que le había pasado de pequeño; una tarde, oyó a su madre hablar con su tía y unas amigas. Todas estaban un poquito achispadas y aquello le hizo mucha gracia.

—A mi primogénito —dijo su madre—, le costará controlar sus sentimientos. Seguro que tendrá uno de esos matrimonios en los que la pareja se odia casi tanto como se ama.

—Oh, virgen santa —respondió su tía Serena—. Por desgracia, creo que tienes razón.

Entonces su madre lo descubrió allí y, sonriendo le pidió que se acercara.

—Estoy hablando de tu futuro y del de tus hermanos. ¿Quieres saber lo que le pasará a Grant?

Derek asintió.

—Bueno, Grant se casará con una mujer completamente opuesta a él, y, así como él es un travieso y un bromista, ella será la viva imagen de la virtud; una buena chica con buenos modales y mucho dinero.

—Suena algo rancio, Amanda —dijo una de sus amigas levantando una copa.

—Probablemente —reconoció ella—, pero gracias a esas diferencias llegarán a amarse. Y en lo que se refiere a este chico... —le apartó cariñosa un mechón de pelo avergonzándolo delante de todas aquellas mujeres—, tú, mi niño, tendrás una esposa y una familia a la que amarás por encima de todas las cosas. Los amarás y ellos serán el motor de tu vida.

—Bueno, él no es el heredero —dijo alguien—, así que es más posible que pueda casarse por amor.

—No sólo es posible. Derek, siempre tienes que recordar que tú eres un hombre de familia.

Cuánto se había equivocado.

Estaba casado con una mujer a la que odiaba. Poco tiempo después de que tuviera lugar la farsa de su matrimonio, sus amigos empezaron a sentir lástima por él, y eso no sólo lo humilló sino que lo enfureció. Fueron los primeros a los que eliminó de su vida. Luego fue su familia, en especial después de que se dieran cuenta de lo que le habían hecho a aquel hombre que lo único que siempre había querido era una esposa e hijos.

Dejó de asistir a eventos sociales porque en ellos siempre había alguien que le preguntaba por Lydia y por cuándo iban a tener un hijo. O, peor aún, podía encontrarse con alguien que lo compadeciera tras enterarse de que su esposa tenía un nuevo amante.

Esa rabia tomó vida propia y, a partir de entonces, moldeó su existencia. Empezó a jugar y a beber en exceso. Sus negocios se fueron a pique, lo mismo que sus propiedades. Y Derek se dio cuenta de que caer tan bajo era en cierto modo liberador. Nadie esperaba ya nada de él. Nadie dependía de él. Por primera vez en su vida era libre para hacer lo que quisiera. Y era absolutamente desgraciado, pero estaba demasiado agotado como para siquiera intentar cambiar.

En las raras ocasiones en las que veía a su familia, apenas escuchaba los reproches de su madre. Y, cuanto más bajo caía Derek, más responsable y serio se convertía el antes alocado Grant.

Se acordó de su fallecido hermano, William. Él siempre había sido un lastre alrededor del cuello de Derek. Y luego, él mismo había acabado con una versión femenina de su malicioso hermano. No era de extrañar que William y Lydia se hubieran sentido tan atraídos el uno por el otro.

Recordó cómo los sirvientes de la mansión murmuraban de William. Pero no porque fuese caprichoso o malgastador, aunque lo era.

No, lo que murmuraban es que era un ser miserable.

Derek no podía permanecer en su camarote ni un segundo más. Cogió el estuche de la joyería y se lo guardó en el bolsillo. La botella de la otra mano se le escurrió cuando salió dando un portazo.

Se quedó mirando el mar e intentó controlar su errática respiración. Tenía los nudillos blancos de lo fuerte que se sujetaba a la borda.

—Capitán —dijo alguien detrás de él.

Se dio media vuelta y vio al doctor Bigsby, que lo miraba reprobador. El hombre no perdió el tiempo diciendo nada amable y fue directo al grano:

—Quisiera hablar con usted. —Él mismo pareció sorprenderse de su tono de voz, pero no se amedrentó.

—¿Qué es esto? ¿Por fin un miembro de mi tripulación se digna a hablar conmigo?

Ya nadie se acercaba a él. A veces, Derek estaba convencido de que Jeb lo insultaba a sus espaldas llamándolo «estirado», y que otras lo completaba con un «bastardo».

—Queremos saber por qué dejó a Nicole. Por qué nos obligó a zarpar cuando ella estaba en la ciudad. Usted la... abandonó —constató atónito.

—Lo dice como si la hubiera dejado indefensa cuando sabe perfectamente que no fue así. Y aquel irlandés estaba allí para llevarla a su casa, dondequiera que ésta se encuentre.

—Ya sé que usted pertenece a la nobleza, pero ella era lo suficientemente buena como para casarse con usted aunque su familia no tenga ningún titulo.

—¡Eso no ha tenido nada que ver!

Bigsby pareció confuso.

—Entonces, ¿por qué?

Derek se encogió de hombros e intentó fingir indiferencia.

—Ella se merece algo mejor. No un borracho diez años mayor que ella.

—Pues deje de beber, capitán. Y una diferencia de nueve o diez años no es nada —dijo razonable. Luego, como si estuviera repasando una lista, añadió—: ¿Por qué otra razón la abandonó?

Derek no daba crédito a la osadía de aquel hombre. Bigsby había escogido el momento equivocado para demostrar que no le temía.

—¿De verdad quiere saberlo? —le espetó—. Pues bien, se lo diré... ¡Porque yo ya estoy casado!

Bigsby entreabrió la boca pero no dijo ni una palabra.

—Veo que le he dejado sin habla. Sí, tengo una esposa en Inglaterra. Una mujer a la que odio y a la que jamás he tocado, pero una esposa al fin y al cabo.

El médico enarcó las cejas y asimiló esa nueva información. Luego respondió:

—Lamento oírlo. Será difícil que usted y la señorita Lassiter puedan estar juntos mientras tramita al divorcio de su actual esposa, pero todo pasará. —Lo miró como si fuera a decir algo más, pero lo pensó mejor—. Buenas noches, capitán —saludó antes de alejarse.

Bigsby lo hacía parecer tan fácil... Pero él no sabía las promesas que él le había hecho a su padre en el lecho de muerte, y era mejor que aquellos secretos de familia siguieran enterrados. Derek le había hecho un favor a Nicole.

Porque la amaba.

Una punzada de dolor le atravesó el pecho, y lanzó las joyas al fondo del mar.

El barco no había acabado de atracar en Ciudad del Cabo cuando Nicole vio a su padre y a su tripulación entre la multitud que había en el puerto. Apenas habían hecho los primeros nudos cuando ella bajó a toda prisa por la pasarela.

—Papá, siento mucho lo del Bella Nicola —le susurró abrazándole— Nunca quise que pasara todo lo que pasó. —Tenía el rostro bañado en lágrimas.

—Tranquilízate, Nicole —dijo él emocionado—. No me importa nada si tú estás a salvo.

—Se suponía que no ibas a seguirme —le dijo seria—. Se suponía que yo iba a salvarnos a todos.

—Todo eso ha quedado atrás. Lo superaremos. —Volvió a abrazarla y se dio media vuelta para que viera a toda la tripulación—. Estaban preocupados por ti.

Cuando la muchacha vio que todos estaban bien se echó a llorar de nuevo.

—¿Estáis bien?

Varios marinos le sonrieron y se emocionaron igual que ella. Luego, su padre le dio un pequeño empujoncito. ¡María! Ahí, estaba de pie junto a su padre, con los brazos abiertos. A pesar de que lo intentó, Nicole no pudo evitar perder el control y correr hacia ella.

Con ese abrazo materno, se quitó un gran peso de encima. La brasileña sabía lo que era amar a alguien sin ser correspondida. Ella llevaba años amando a Jason sin esperanza. Había pasado por lo mismo que ella.

Se dio cuenta de que la mujer le hacía señas a la tripulación para que las dejaran a solas y un par de marineros le dieron a Nicole una cariñosa palmadita en la cabeza antes de alejarse de allí. Se alegró de quedarse sola con ella. Le parecía que nunca iba a ser capaz de dejar de llorar.

Pero a pesar de las cariñosas palabras que María le susurraba en portugués, Nicole pudo oír a la perfección cómo su padre le gritaba a Chancey:

—¡Es hombre muerto!

—¡No, papá! —rogó la chica apartándose de María—. Si vas tras él, jamás lograré superarlo. ¡Y quiero que esto acabe! Quiero que salga de mi vida para siempre. —Las lágrimas iban en aumento al mismo ritmo que su enfado—. He decidido reclamar lo que me pertenece por derecho y cumplir la promesa que le hice a la abuela; buscaré un marido.

Su padre sacudió la cabeza.

—Nicole, no tienes por qué hacerlo. Ya no.

—Quiero hacerlo —afirmó ella más convencida de lo que lo había estado en meses—. Me voy a casar. Voy a regodearme en la seguridad de mi estatus social y jamás volveré a tener miedo o a pasar frío. —Se apartó de María y se frotó los ojos con la manga de la camisa—. Me niego a volver a ser tan vulnerable.

—¿Y bien, capitán? —preguntó Bigsby cuando atracaron en Londres y acabaron de descargar—. ¿Qué va a hacer?

No hacía falta que el médico fuera más concreto. Nicole era de lo único que habían hablado durante todo el viaje de regreso.

La actividad cesó en cubierta. Todo quedó en silencio. La tripulación al completo, los marinos que plegaban las velas, los hombres que fregaban, todos se detuvieron para escuchar su respuesta. La animosidad que sentían hacia él había ido disminuyendo a lo largo del viaje. Seguro que se debía a que lo veían destrozado. Miró a su alrededor y vio a Jeb que asentía con la cabeza...

En los últimos tres meses, Derek había conocido un malestar como nunca antes se habría imaginado posible sentir. Los remordimientos lo carcomían a diario. Tan pronto como la abandonó, empezó a lamentarlo. Pero por una vez en su vida había querido hacer lo correcto, lo que era mejor para Nicole. Y Chancey tenía razón sobre él. Ella se merecía algo mejor.

Pero, a medio camino de regreso a Londres, Bigsby le asestó el golpe definitivo a su coraza.

—Tal vez ella se merezca algo mejor, pero ¿encontrará a un hombre que la ame más que usted?

No. Eso era imposible.

Derek odió todo lo que lo había mantenido alejado de Nicole. Y ese rencor se convirtió en algo amargo y poderoso que en esos momentos era incapaz de contener.

Se divorciaría de su esposa.

Y rompería la promesa que le había hecho a su padre antes de morir. Un divorcio avergonzaría a su madre, y causaría aún más oprobio a su familia, pero no podía evitarlo. Se negaba a seguir viviendo sin Nicole, y ella se merecía que le ofreciera matrimonio.

—Voy a... buscarla. —Se alejó de allí oyendo aplausos y cómo se intercambiaban algunas monedas por las apuestas perdidas y ganadas.

De camino a su mansión de Londres, se preguntó si ella seguiría queriéndole. El recuerdo de la última noche que pasaron juntos le vino a la mente. El la amó sin reservas porque sabía que era la última noche que tenían. Y ella a cambio se lo dio todo...

Cuando el carruaje se detuvo delante su casa, Derek levantó la cabeza y se frotó la cara para intentar serenarse. Tan pronto como bajó, su madre y su hermano salieron a recibirle con una sonrisa en los labios.

—¡Derek, por fin estás en casa! —dijo Amanda sorprendida, antes de añadir—: Tienes muy mal aspecto.

Éste sonrió y vio que su hermano también se burlaba de él.

—Bienvenido, Derek. Leímos lo de tu victoria. Felicidades. —Y le dio un sincero apretón de manos.

—Nunca creí que diría esto, pero... me alegro de estar en casa.

Cuando su madre lo instaló en el salón y lo agasajó con té y pasteles, empezó a narrarles las aventuras del viaje, dejando a Nicole al margen. Pero se dio cuenta de que su madre estaba tensa y que apenas le escuchaba. Y podría jurar que Grant también parecía nervioso.

Derek dejó de hablar y su madre tomó la palabra:

—Nosotros..., tenemos que decirte algo.

—Mamá, ¿no podríamos dejarlo para más tarde? —le preguntó Grant—. Tal como tú has dicho, Derek tiene muy mal aspecto. Seguro que puedes esperar a que haya descansado.

Amanda apretó los labios.

—Bueno, llevo semanas esperando a resolver este asunto, y estoy segura de que él querrá saber de qué estamos hablando.

—Así es —confirmó el aludido recostándose en el sillón—. ¿Qué pasa?

Con una última mirada hacia Grant, su madre miró a Derek y le sonrió:

—Tu esposa está embarazada —reveló de repente—. Y no hace falta que te diga que no hay ninguna posibilidad de que ese niño sea hijo tuyo.