 CAPÍTULO 14 

DEREK llevó a Nicole a su camarote con el doctor Bigsby pegado a sus talones, pero iba tan rápido que el pobre doctor no llegó a tiempo de evitar que le cerrara la puerta en las narices.

—Pero ¡capitán Sutherland! La chica necesita atención médica. Puede estar gravemente herida.

Éste no le hizo ni caso; estaba convencido de que Nicole se despertaría en seguida y podría comenzar a interrogarla sobre lo del agua. La puso en su cama, no la tiró pero casi. Ella gimió de dolor y, por primera vez, Derek empezó a asustarse.

Se le acercó sin perder un segundo y le quitó las botas y el chubasquero. Estaba helada, él nunca había tocado una piel tan fría. Al ver las abrasiones que le rodeaban el cuello y las muñecas, llamó a Bigsby. El médico, armado con su maletín negro, entró en la habitación al instante.

—¿Tiene algo para esto? —le preguntó el capitán levantándole una muñeca. El chubasquero se había quedado tieso por culpa de la sal y le había segado la piel.

—Tengo una crema, pero ésa es la menor de nuestras preocupaciones. Ya he examinado a toda la tripulación de la chica y todos tienen heridas graves. A ella se la ve tan pequeña, que temo que pueda tener heridas internas. Y tenemos que lograr que entre en calor.

Derek se limitó a quedarse allí plantado, trastornado por las palabras del facultativo, así que éste lo apartó un poco y empezó a cortar la camisa de Nicole. Acababa de empezar cuando dijo:

—¿Qué diablos...?

En la piel de ella aún quedaban restos del mehndi.

—¡Ya lo haré yo! —Derek le arrancó las tijeras de las manos. No le gustaba nada la idea de que otro hombre pudiera ver la piel pintada de la chica. Se la habían pintado para él.

Bigsby lo miró incrédulo.

—A mí no me importa que... tenga tatuajes. Es sólo que me he sorprendido.

Con las tijeras en mano, Derek seguía allí plantado, mirándola sin hacer nada.

El médico tanteó el terreno:

—¿Qué piensa hacer con ella?

—Con ella nunca sé qué hacer —dijo pasándose nervioso una mano por el pelo.

—Eso es obvio —farfulló Bigsby. Luego, en un tono de voz más alto, añadió—: Si no va a dejar que lo haga yo, al menos quítele toda esa ropa mojada y haga que entre en calor.

Derek se dispuso a seguir cortando la camisa. Lo que vio lo dejó sin respiración. Tenía el pecho cubierto de enormes morados. Sin pensarlo dos veces, la acarició resiguiendo cada marca con la yema de los dedos.

—Capitán Sutherland —dijo Bigsby serio—, no debería estar aquí mientras la examino. Cuando se despierte se sentirá incómoda.

—Me importa un comino —escupió Derek—. Ella es ahora mi responsabilidad. Es... mía. No pienso dejarla sola.

El médico sacudió la cabeza y caminó hacia la puerta para ordenar que le trajeran unos cubos con agua caliente. Regresó y empezó a examinarla con el mismo cuidado con que una loba trata a sus lobeznos. Derek no tuvo ninguna queja del comportamiento profesional del médico. Le quitó la ropa pero todo el rato la mantuvo tapada con una manta.

—Tiene un golpe muy feo en la cabeza —le informó éste cuando por fin acabó—. Eso es lo que más me preocupa. Nunca se sabe cómo van a evolucionar las heridas de la cabeza. También me preocupa que se haya pasado, como mínimo los dos días de la tormenta, con esa ropa tan mojada. No me extrañaría que le diera fiebre.

—¿Qué va a hacer ahora? —le preguntó Derek al ver que el hombre ordenaba a uno de los marinos que dejara el cubo de agua caliente junto a la cama.

—Voy a lavarle las heridas —contestó.

—¡Ni hablar! Mi tripulación también le necesita y es más importante que se ocupe de ellos. —Al ver que el médico lo miraba estupefacto, añadió con torpeza—: Ya lo haré yo.

Bigsby asintió.

—Pero por favor, hágalo en seguida. Necesita entrar en calor lo antes posible. Capitán Sutherland, no exagero cuando digo que es una cuestión de vida o muerte. Y tiene que ser delicado con ella. Aunque esté inconsciente, su cuerpo siente dolor. No le haga más daño del que ya tiene. —Antes de salir de allí, añadió—: Como no sé si tiene alguna herida interna, lo mejor será no moverla de esa cama.

Derek, impaciente, acompañó al facultativo hasta la puerta, y luego se dio media vuelta dispuesto a ocuparse de Nicole. Empapó una toalla con el agua caliente del cubo, y se la acercó al cuerpo. Esa tarea acabó siendo un castigo para Derek, porque a cada movimiento, ella gemía de dolor y él, a pesar de que la odiaba por lo que había hecho, no podía evitar estremecerse.

Los morados que cubrían las piernas y las caderas de Nicole eran aún más oscuros que los del pecho. El capitán podía ver con claridad por dónde había pasado la cuerda, pues la piel de su cintura estaba completamente arañada en esa zona. El chichón que tenía en la cabeza era abultado y presentaba cortes por todo el cuerpo. Nunca había visto a una mujer en tan mal estado. Y nunca había estado tan asustado.

Intentó tratarla con distanciamiento y no recordar lo preciosa que estaba esa piel la última vez que la había visto. Cuando acabó de limpiarle la sal de las heridas, Derek estaba cubierto de sudor. Él nunca se había hecho cargo de ningún enfermo, y mucho menos de una mujer. Cada vez que una de sus rudas y enormes manos se acercaban a ella se sentía torpe e inseguro.

Después de secarla bien, abrió uno de los baúles de Nicole en busca de un vestido, pero fue incapaz de aclararse en el complejo mundo de la ropa interior femenina y su imaginación empezó a descontrolarse.

Se sintió culpable de sentir placer al ver su ropa, como si fuese un voyeur, y, furioso consigo mismo, lo guardó todo y cerró la tapa de golpe. No se molestó en abrir el segundo sino que, sin perder más tiempo, cogió una de sus camisas. Vistió a Nicole con ella y luego la tapó con todas las mantas que pudo encontrar.

—Sus morados tienen ahora peor aspecto —le dijo a Bigsby cuando más tarde éste reapareció—. Y aún no se ha despertado.

—Capitán, estoy convencido de que no tiene nada rotó ni ninguna herida grave. El sueño es el modo que tiene nuestro cuerpo de luchar contra las agresiones que recibe.

Derek salió de la habitación y la dejó a solas con el médico. Confiaba en él. Diablos, si incluso había permitido que la examinara a pesar de lo mucho que le molestaba que otro hombre la tocara. Pero a Derek no le pasó por alto que, desde que habían llevado a Nicole al barco, cada vez que el doctor Bigsby hablaba con él, lo miraba de un modo extraño. Como si supiera lo que le pasaba y le tuviera lástima.

Al día siguiente, Nicole seguía sin mostrar signos de mejoría. Cuando llegaran a Ciudad del Cabo tendría que buscar a otro médico. Y a un juez. Desechó la idea al instante. No entregaría a Nicole al corrupto sistema judicial de Ciudad del Cabo; no era muy difícil imaginar los abusos que una chica como ella podía sufrir allí. Y ella era suya, podía hacer con ella lo que quisiera.

Cuando volvió a entrar en el camarote, Nicole se estaba moviendo en la cama. A cada pequeño movimiento gemía de dolor y, aun dormida, empezó a llorar. Derek quería matar, matar, a aquel irlandés por haberle permitido que navegara por aquellas aguas, y también por haberla dejado cruzar «la ruta imposible» poniendo en peligro su vida. Y su tripulación había consentido que se atara al timón para mantenerlo firme. Por culpa de esa estupidez, el barco de su padre había quedado atrapado entre aquellas puntiagudas rocas. Si Derek no hubiera estado tan cerca, nadie habría logrado sobrevivir.

—¡Capitán, le necesitamos en cubierta ahora mismo! —gritó Bigsby desde la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó esquivando al médico.

—Al parecer, la tripulación de Nicole pretende hacerse con nuestro navío.

Al amanecer, cuando un exhausto Derek consiguió llegar tambaleándose hasta su camarote, se encontró a Bigsby sentado junto a Nicole. Era obvio que el facultativo se había pasado esa ajetreada noche junto a ella. Eso no le gustó nada. Quería ser él quien la cuidara, quien estuviese a su lado el máximo de tiempo.

Así podría reñirla cuando por fin despertara.

—¿Está bien?

—Sí, capitán...

—Fuera.

Bigsby se puso en pie de un salto.

—Por supuesto, capitán —dijo el hombre dándose la vuelta para salir—. Seguro que se despertará pronto.

En cuanto cerró la puerta, Derek corrió junto a Nicole. Se la veía tan pequeña vestida sólo con una de sus enormes camisas y sin aquel abrigo con el que él siempre la había visto. Derek se dio cuenta de lo mucho que deseaba que se despertara y se preguntó por qué tenía ese nudo en el estómago. No quería analizar lo que sentía por ella. Si alguien le preguntaba, se limitaba a decir que deseaba que se despertara para poder empezar su venganza.

Pero sabía que, en los días siguientes, bebería mucho más de lo habitual y comería y dormiría mucho menos de lo acostumbrado.

Esa noche, tras finalizar sus tareas, regresó a su camarote y se sentó tras el escritorio para empezar a beber. Sus ojos se desviaban una y otra vez hacia los baúles de Nicole, esos baúles que en un impulso había decidido subir a su barco. Él no tenía ni idea de si lo que contenían era de vital importancia para ella; Derek nunca había visto el equipaje de una mujer y jamás había vivido con una.

Los miró con una mezcla de temor y curiosidad. Allí estaban los baúles de una mujer. Justo al lado de los suyos. Con algo parecido al pánico fue consciente de que allí estaban y allí se quedarían porque, según Bigsby, Nicole no podía ser movida.

El día en que la subió a bordo, Derek colgó una hamaca en su camarote, pero sabía que si se tumbaba en ella sería incapaz de dormir más de diez minutos seguidos. Eso si llegaba a conciliar el sueño. Maldición, quería dormir en su cama.

Pero le haría mucho daño si, sin querer, le daba un golpe durante la noche; sin embargo, era tan menuda que ocupaba muy poco espacio en el enorme colchón. A pesar de todo, no logró atreverse a hacerlo. En vez de eso, se pasó horas bebiendo y discutiendo consigo mismo. Hasta que ella empezó a temblar.

En la habitación no hacía frío; uno de los grumetes se ocupaba de mantener constantemente la estufa encendida. Pero no obstante allí estaba ella, temblando más a cada minuto que pasaba. Podría llamar a Bigsby. No, decidió Derek, la cuidaría él solo. Se quitó la ropa y, con cuidado, se tumbó junto a ella para darle calor.

Pero no sirvió de nada. Nicole tenía la respiración acelerada y farfullaba algo entre dientes. Derek temió que tuviera fiebre. Se le acercó despacio e inseguro y, con delicadeza, la abrazó. La chica se calmó y se acercó más a él.

Se sintió extrañamente satisfecho consigo mismo. Su presencia había conseguido que dejara de temblar. Y, por raro que pareciera, él se quedó profundamente dormido.

En algún momento mientras dormían, Derek se despertó y se dio cuenta de que Nicole tenía la espalda pegada a su pecho y que su cabeza descansaba sobre su brazo. Todo él se tensó. A pesar de que ella llevaba una de sus camisas, la tela se le había enredado en los muslos y podía sentir el roce de sus piernas y sus... caderas.

Era una tortura. Su erección tembló, dura y rígida. No poder tocarla cuando lo único que quería hacer era poseerla, lo estaba volviendo loco.

Derek estaba convencido de que ella lo hacía a propósito; la muy picara no dejaba de mover su bonito trasero. Respiró hondo y su miembro descansó entre los muslos de ella. Apretó los dientes e intentó pensar en algo que no fuera en lo suave que era y lo a gusto que se sentía al tenerla junto a su pecho. Pero su mente no dejaba de repetirle lo bien que Nicole encajaba entre sus caderas.

Sus cuerpos se amoldaban perfectamente el uno al otro, y Derek sabía que el único modo de quitársela de la cabeza era acostándose con ella.

Antes de descubrir lo que ella había hecho con el agua, Derek siempre pensaba que le haría el amor. Se imaginaba un acto completamente despojado de egoísmo en el que recorrería cada parte de su cuerpo con los labios y, con la lengua, saborearía cada recoveco de su cálida entrepierna, así como de sus caderas y sus preciosos pechos. Ahora, en cambio, sólo quería pensar que la poseería. Le dolió que así fuera... y anheló poder hacer ambas cosas.

En las noches siguientes, Derek se acostó en su cama. Se despertaba temprano y se iba para evitar que ella lo viera allí si se despertaba. Luego, tras haber dado las órdenes pertinentes del día, regresaba a su camarote para comprobar cómo seguía.

Casi logró convencerse de que, como Nicole no sabía que él dormía con ella cada noche, ese tiempo no contaba a la hora de mesurar la intimidad que existía entre ambos. Por otra parte, no tenía tampoco otra opción. Aunque no se lo había dicho a Bigsby, cada noche Nicole temblaba y se agitaba. Como no parecía tener fiebre, Derek dedujo que se trataba de pesadillas. Y sólo se calmaba si él la abrazaba.

El médico se había impuesto la misión de cuidar de la chica y, mientras el capitán estaba en el puente de mando, permanecía junto a ella. El tiempo de Derek de ocuparse de ella era por las noches, y no estaba dispuesto a dejar de hacerlo. Era un desafío tranquilizarla.

Pero la tercera noche, a pesar de que la tenía abrazada y la había cubierto con tres mantas, no lograba que dejara de temblar. No podía acercarse ya más a ella. Cada poro de la piel de ella estaba pegado a él, y a pesar de todo seguía temblando y gimiendo de dolor. Frustrado, empezó a acariciarle el pelo. Al ver que eso ayudaba, le susurró al oído:

—Chis, Nicole. Tienes que dormir.

Ella se quedó quieta y se abrazó más a él. Derek soltó una maldición. Preferiría que tuviera fiebre a que la asaltaran esas malditas pesadillas. Seguro que soñaba con la tormenta. El siguió acariciándola hasta que poco a poco se calmó. Antes de reñirse a sí mismo por lo que acababa de hacer y de insultarse por su ridículo comportamiento, añadió:

—Buena chica.

Y se quedó dormido.

Al cuarto día, todos sus sufrimientos fueron recompensados y Nicole abrió los ojos.

Tan pronto como entreabrió aquellos labios tan resecos, Derek le sirvió un vaso de agua y esperó a que ella formulara la primera pregunta. Parpadeó un par de veces, como si no pudiera centrar la vista. Se la veía asustada, intentando controlar el pánico que sentía, de modo que, cuando fue capaz de hablar, el hombre sintió un profundo alivio.

—¿Dónde estoy? —preguntó antes de que él la ayudara a incorporarse un poco.

—Estás a bordo del Southern Cross.

Nicole se bebió toda el agua y volvió a tumbarse confundida.

—¿Y mi barco...?

—Se hundió.

Al oír esa respuesta, la chica se llevó una mano a los labios para silenciar un gemido de desesperación.

—¿Y mi... tripulación? —susurró.

—Tu tripulación... —repitió Derek burlándose de la palabra— va a pasar a engrosar las filas de las prisiones de Ciudad del Cabo por amotinarse. Al parecer, no saber cómo te encontrabas les hizo perder el juicio.

—¿Les... les hiciste daño? —preguntó, acusándolo con la mirada.

—¡Sí, por supuesto que les hice daño al defender mi barco de su ataque! —Nicole palideció aún más y parecía que fuera a vomitar, así que él añadió—: Si quieres saber si murió alguien, la respuesta es no.

Ella lo miró tan aliviada que Derek se preguntó qué significaban para ella todos aquellos hombres.

Nicole levantó la mano y le sujetó la muñeca con una fuerza inusual para alguien tan menudo.

—Tengo que ver a Chancey.

Su tacto le hizo sentir como si lo atravesara un rayo. Se apresuró a justificarse diciendo que era sólo porque la piel de Nicole estaba caliente y tal vez tuviera incluso un poco de fiebre. Cuando entendió lo que le estaba diciendo, se puso furioso.

—Ni lo sueñes, princesa —respondió enfadado.

Ella le soltó de repente, y la mano de Derek cayó junto a la suya ahora carente de fuerzas. Se la veía desolada, con la mirada tan perdida que se sintió tentado de retirar lo que había dicho.

Se riñó por experimentar semejante debilidad por la hija de Lassiter. Estaba perdiendo la cabeza. ¿Por qué iba a consentir que la mujer que había envenenado a su tripulación se reuniera con el hombre que había intentado apoderarse de su barco? La idea era ridícula, no iba a permitirlo.

—He interrogado a algunos miembros de tu tripulación sobre el envenenamiento del agua, pero juran que no saben nada. —La clavó en la cama con la mirada—. Ahora, tú me contarás todo lo que sabes sobre el sabotaje.

Nicole abrió los ojos atónita y dijo entre dientes:

—Como si tú no lo supieras.

—¿Qué diablos significa eso? ¿Cómo puedo yo saberlo?

El cuerpo de la muchacha iba apagándose ante sus ojos, pero consiguió decir con voz firme:

—Lo sabes porque tú eres el responsable.

—¿Que yo soy el responsable? —Derek se rió sin humor y se levantó de la cama. Empezó a caminar de un lado a otro—. Yo no tengo ningún motivo para querer hundir el barco de nadie —dijo mientras se servía una copa de la botella que tenía en su escritorio.

—Tú saboteaste mi barco —prosiguió ella observando cómo bebía.

—Ya estaba perdido cuando yo llegué; y fue culpa tuya, por atravesar el estrecho de ese modo —replicó él—. Deberías darme las gracias. Si no te hubiera sacado de allí habrías muerto.

Nicole se quedó en silencio un rato y trató de recordar lo que había pasado. Por fin, respondió:

—Es verdad que me salvaste la vida. Pero te aseguro que mi barco no chocó con nada.

—Ya, supongo que el Bella Nicola decidió hundirse solo.

Nicole suspiró exasperada. Pero tal como estaba, sólo consiguió suspirar.

—Se hundió porque alguien lo saboteó.

—¿De verdad pretendes seguir con esa ridícula historia? Tú verás. —Levantó la copa—. Brindo por la sinceridad.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Vas a dejarme en Ciudad del Cabo con mi tripulación?

—No. —De regreso a la cama se llenó la copa de nuevo.

—Esto es un secuestro —protestó ella con la voz entrecortada, y al ver que Derek se sentaba en el lecho, se alejó de él tanto como pudo.

—No, es justicia, arpía traicionera. —Vio que ella retrocedía aún más y se levantó de la cama de un salto—. Después de lo que tú le hiciste a mi tripulación, tengo todo el derecho del mundo a querer castigarte.

—¿Lo que yo le hice a tu tripulación? —preguntó confusa masajeándose las sienes.

El estuvo tentado de creer que en realidad era una chica indefensa que había sobrevivido a una gran tragedia, pero sabía que no era cierto. Nicole era la hija de su más acérrimo adversario, y el propio Derek la había encontrado en el almacén, junto a los barriles de agua envenenada.

Asqueado, se dio media vuelta para irse. Pero antes de llegar a la puerta, se volvió para mirarla y deseó poder hacerle tanto daño como ella le había hecho a él. Sin embargo, vio que Nicole estaba completamente atónita, y cuando una única lágrima le resbaló por la mejilla, se insultó a sí mismo por ser tan idiota y salió de allí. Aunque antes pudo oír cómo ella susurraba:

—Y pensar que estaba preocupada por ti.

Horas después de su discusión con Sutherland, Nicole se despertó de nuevo, pero se sentía demasiado cansada como para moverse. Inspeccionó su cuerpo y vio lo mal que estaba. Nunca había tenido la sensación de que le salieran morados con facilidad, pero ahora estaba cubierta de marcas de color azul y lila por todas partes. Y, aunque no solía llorar, al pensar en el Bella Nicola yaciendo en el fondo del mar, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos sin control. Se dijo a sí misma que se había derrumbado por culpa de la impresión al enterarse de todo y a causa de las magulladuras, pero la verdad era que lloraba porque la vida que siempre había conocido, que siempre había anhelado, la había perdido para siempre. Tanto ella, como Chancey y su padre.

Durante lo que le parecieron muchas horas, se quedó allí tumbada, intentando recordar su precioso navío y grabando esas imágenes en sus recuerdos. Pero la llegada de un hombre bajito con cara de querubín y pelo rubio interrumpió sus cavilaciones.

—Oh, siento no haber llamado. Pensaba que estaría durmiendo —dijo el hombre acercándose a la cama—. Soy el doctor Bigsby, el médico del barco, y la he estado tratando de sus heridas.

—¿Estoy muy mal?

—Nos asustó bastante que no se despertara durante tres días. Pero ahora que ya está despierta y consciente, estoy seguro de que se recuperará.

—Tres días... ¿He estado inconsciente tres días?

—Así es. El descanso la ha ayudado a sanar. —Sacó una pequeña lente del maletín y se la acercó a los ojos—. Ahora, si es tan amable de mirar hacia arriba... y hacia la izquierda, y ahora derecha. Muy bien, ahora el otro ojo, por favor.

Cuando apartó el instrumento, Nicole le preguntó:

—¿Qué le ha pasado a mi tripulación?

El hombre le tomó el pulso y contestó reticente:

—Bueno..., hubo un pequeño incidente... un intento de motín, pero nadie resultó gravemente herido. Me aseguré personalmente de que recibieran los cuidados y los alimentos necesarios. Cuando usted se ha despertado, he ido a comunicarles que se había recuperado y que todo parecía estar bien.

—No me puedo creer que intentaran amotinarse.

—Pues sí, y, aunque nos dieron bastante trabajo, no lo consiguieron.

—¿Y Chancey? ¿Está bien?

—Se pasea furioso como un tigre enjaulado, pero cuando le dije lo bien que la cuidaba se calmó un poco.

Nicole cogió ansiosa la mano del médico.

—Oh, gracias, doctor Bigsby. Le estoy muy agradecida por todo.

En ese instante, Sutherland entró en el camarote, y su mirada fue directamente a ese par de manos cogidas.

—Bigsby... venga conmigo fuera. Ahora —gritó Derek. El facultativo miró a Sutherland y luego a Nicole, a la que dio una cariñosa palmadita en la mano para darle ánimos—. Volveré —anunció, antes de seguir a su capitán fuera del camarote.

Nicole no pudo entender nada de lo que decían, pero pasados unos segundos, Sutherland regresó solo.

—Ya no necesitamos más la ayuda de nuestro querido doctor —comentó cerrando la puerta a su espalda.

Nicole se estremeció. La voz de Derek era tan dura y fría comparada con la cálida voz del doctor Bigsby... Lo observó asustada mientras él buscaba algo por la habitación, pero por mucho que lo intentaba no lograba mantener los ojos abiertos.

De repente, oyó un inconfundible ruido de madera golpeando contra madera y se tensó de golpe... No podía huir a ningún lado.

Abrió los ojos. ¿No estaba en su barco? ¿Estaba seca... y a salvo?

La puerta del camarote se abrió de repente. Un chico entró con una bandeja y la dejó en el suelo con tan poca delicadeza que todo acabó derramado.

A pesar de que un mechón de pelo ocultaba media cara del chaval, éste se agachó para ver la comida desparramada, y dijo algo parecido a:

—No se merece ni un pedazo de pan duro.

Caminó de regreso a la puerta y, antes de cerrarla de un portazo, volvió a fulminarla con la mirada. Luego, al igual que había hecho Sutherland esa mañana, la cerró con llave.

¿Qué? ¿Acaso creían que podía escapar? ¡Idiotas! Pasó un rato y, poco a poco, Nicole se fue incorporando en la cama para ver si así conseguía llegar hasta la bandeja de la comida sin desmayarse. Al final se rindió, y no sólo porque sus heridas se lo impidieran. Tras aquella mirada del chico, era incapaz de comer nada. Nicole se dijo a sí misma que si el chaval estaba convencido de que ella los había envenenado, él trataría de hacer lo mismo. Y seguro que había escupido en los platos. El esfuerzo de tratar de incorporarse fue demasiado, y por fin volvió a vencerla el sueño.

Cuatro días más tarde, llegaron a Ciudad del Cabo. Nicole aún tenía fuertes dolores de cabeza y se pasaba gran parte del día durmiendo. Derek rezó para que permaneciera dormida mientras obligaba a su tripulación a bajar del barco.

Observó cómo aquellos marineros maniatados descendían por la pasarela y resultó claro que no iba a tener tanta suerte.

Chancey empezó a gritar:

—¡Nic, sé fuerte! ¡Eres una Lassiter!

Volvió a coger aire, y el marinero que lo acompañaba miró a Derek, quien asintió con la cabeza. Así que, cuando el irlandés empezó a gritar de nuevo: «Cuando llegues a Sydney, trata de escapar y yo iré a...», aquél le dio unos puñetazos en el estómago.

Derek miró incómodo hacia los camarotes. Seguro que la conmoción había despertado a Nicole. Si ésta trataba de levantarse se haría daño. En menos de un minuto, Derek abría la puerta de su camarote y, tal como se temía, Nicole yacía en el suelo tras haber intentado ponerse en pie sin éxito.

La levantó en brazos y al notar lo poco que pesaba se preocupó aún más. En los últimos días había adelgazado mucho. Se propuso obligarla a comer.

Las manos de Nicole lo cogieron por el cuello de la camisa y se distrajo.

—No hagas eso, Sutherland. Por favor, no lo hagas. —Estaba demudada y parecía como si pronunciar esas palabras hubiera acabado con ella.

Pero Derek no iba a ceder. Cuanto antes abandonaran su barco aquellos hombres, más segura estaría su propia tripulación. Y su primera obligación era para con ellos.

—No tengo elección.

—Entonces, por favor, por favor, no dejes que les hagan daño. —Aunque tenía la mirada fija en él, Derek se dio cuenta de que estaba a punto de desmayarse. La tensión abandonó su cuerpo y se desplomó entre sus brazos.