CAPÍTULO 10
AUNQUE sólo fuera por pura necesidad, Chancey y Nicole se pasaron el día sin discutir.
Pero de noche...
—¡Maldita sea! ¿Se puede saber en qué estabas pensando? —le gritó mientras cenaban. Y lo hizo tan alto que a la chica le pareció que hasta los platos habían vibrado.
Soltó el aliento.
—Creía que podríamos pasar un día entero sin discutir.
El marinero sujetaba con fuerza una taza y, para dejar claro lo enfadadísimo que estaba, golpeó la mesa con ella.
—¡Esto no es ninguna excursión del colegio! Nos dirigimos hacia el paralelo cuarenta, no la llaman «La ruta imposible» por nada y tú ya sabes lo que nos espera allí.
—Lo sé, y estoy impaciente. —Se untó un panecillo con mantequilla y le dio un mordisco.
—Tendremos que ajustar la ruta por tu culpa. ¡Maldición! No deberíamos haber partido. —Dio otro golpe con la taza—. ¡Contigo a bordo no tenemos ninguna oportunidad de ganar!
—Te equivocas —señaló ella, muriéndose de ganas de golpear también con su taza—. Tengo intención de planear la mejor navegación para ganar esta regata y de paso salvar la naviera. A no ser, claro, que estés dispuesto a quedarte de brazos cruzados y arriesgar tanto tu futuro como el mío y el de mi padre.
—¿Y qué pasa con Sutherland? Todos pudimos ver cómo empezaba a gritar a su tripulación y cómo todos corrían por todos lados. Sabes que va a venir. ¿Qué crees que hará?
—Creo que durante las próximas mil trescientas millas seguirá nuestra estela —dijo ella ignorando el enfado de Chancey. Cogió un cuchillo y una manzana y, despacio, empezó a pelarla—. En serio, ¿qué puede hacer con la ventaja que le llevamos? ¿Alcanzarnos? —se burló.
—No, no puede atrapar al Bella Nicola. Pero supongamos que lo logra.
—No sé —reconoció Nicole—. No sé qué piensa un hombre como él. Chancey, ¿por qué no iba a partir? ¿No le importa participar en la regata más importante de toda su vida?
—A veces, un hombre llega a un punto en que ya no le importa nada —dijo él apartando el plato.
—¿Por qué?
Se metió la mano en el bolsillo y sacó su pipa y un paquete de tabaco.
—Porque ya ha perdido toda esperanza en sí mismo.
—Y entonces, ¿qué pasa? ¿Piensa quedarse así para el resto de su vida? —preguntó ella, y luego añadió—: Oh, no me mires de ese modo. No estoy tramando nada, sólo siento curiosidad. Tal vez no vuelva a verle jamás.
El irlandés la miró escéptico, pero ella consiguió engañarlo con su fingido desinterés y él continuó hablando:
—Un hombre puede cambiar, pero sólo cuando tiene ganas de ver el mañana. Si temes cada nuevo amanecer, entonces todo deja de ser importante.
—¿Es eso lo que te pasó a ti cuando murió tu esposa?
Chancey dio una profunda bocanada en su pipa, que sólo le ensanchó aún más el pecho, y luego soltó el humo despacio.
—Sí. Fue muy duro, tanto que no me importaba si vivía o moría. Pero entonces tu padre me contrató. Ese maldito yanqui no aceptaba un no como respuesta, dijo que entendía por lo que estaba pasando. Y yo vi que necesitaba ayuda para cuidarte. Eras tan traviesa, hacías lo que te daba la gana. Y él no sabía decirte que no a nada. Aún es incapaz, si me permites que te lo diga —farfulló entre dientes.
Nicole ignoró ese último comentario y preguntó:
—¿Así que mi padre y yo logramos que recuperaras la esperanza?
—Sí. Tiene que pasar algo grande, algo que te convenza de que vale la pena seguir adelante, mirar hacia el futuro.
¿Era por eso por lo que Sutherland estaba desperdiciando su vida? La estaba echando por la borda de tal modo que Nicole se sentía furiosa por ello. Tenía que sentirse así, o de otro modo empezaría a ablandarse y a sentir cosas por él que no quería sentir después de saber lo despreciable que era. No podía pensar en él sin que le diera un vuelco el corazón, mientras que, para él, todo aquello había sido sólo una... diversión. Todo lo que había dicho esa noche para lograr que Chancey no la obligara a casarse con él, le había parecido desmesurado y cruel. Pero al parecer era cierto.
Lo peor de todo era que en el fondo de su corazón ella siempre lo había sabido. Nicole había sentido el peligro que emanaba de sus poros. La primera noche que lo vio en la taberna, incluso antes de conocerle, había oído historias sobre sus conquistas.
Lo único que le impedía odiar a Sutherland era el conocimiento de que ella también le había utilizado. Nicole había querido saciar su curiosidad, su deseo, y esa noche había creído que se volvería loca si no lo descubría.
Por desgracia, aún corría peligro de enloquecer, pero ahora era porque por fin entendía lo que era la pasión.
¿Por qué a Derek no le afectaba eso? ¿Por qué no estaba tan alterado como ella?
—Nic, parece que estés a punto de llorar —dijo Chancey cauteloso mientras llenaba de nuevo la pipa.
—¿Yo? —Negó con la cabeza—. Sólo estaba pensando... no estoy a punto de llorar —dijo ella como si le repeliera la idea—. ¿Cuándo fue la última vez que me viste llorar?
El marino pensó un rato antes de contestar:
—Cuando tenías ocho años y te rompiste el brazo al caerte de una vela. Eras como un monito. —Se rió—. Creía que a tu padre le iba a dar un ataque.
Al oír mencionar a su padre, Nicole recuperó el sentido común. Estaba convencida de que Sutherland no tenía nada que ver con el encarcelamiento de su padre ni con el sabotaje del barco, así que lo mejor sería guardar su recuerdo en el fondo de su corazón y no volver a pensar en él jamás. Los próximos meses ya iban a ser bastante complicados por sí mismos.
—Tenemos que conseguir la victoria —dijo Nicole decidida—. Eso es lo que tenemos que hacer. Mi padre cuenta con nosotros, aunque él aún no lo sepa. Y no permitiré que Sutherland se interponga en mi camino.
El encarcelamiento de Lassiter no duró una semana más, sino dos. Cuando recibió la carta de Nicole y vio que no podía hacer nada, casi se volvió loco. Y tan pronto como le soltaron fue corriendo a Mayfair dispuesto a asaltar la mansión Atworth.
Jason ignoró al mayordomo y se dirigió al salón. Siempre se acordaría de esa habitación. En ella, Evelyn Banning lo había culpado de la muerte de su hija y había dicho que Nicole era una salvaje. Allí había conseguido que le prometiera que cuando ésta cumpliera doce años la haría regresar a aquel mausoleo. Era la única promesa que había roto en su vida.
A medio camino se detuvo mirando el retrato de Laurel que colgaba encima de la chimenea. No, había roto también otra promesa. En aquella húmeda noche en la costa de Brasil, le dijo a Laurel que viviría.
No había podido salvar a su mujer, pero lograría proteger a su hija.
—Nicole está navegando con mi barco en la Gran Carrera —dijo Jason sin ningún preámbulo al detenerse frente a la marquesa.
Evelyn no apartó la mirada del punto de cruz que la tenía ocupada.
—Me dijo que iba a París, o a no sé qué lugar del continente. No que fuera a navegar a Australia.
—Tengo que ir tras ella, y hasta dentro de dos semanas no llegará ninguno de mis barcos. —Se le hizo un nudo en la garganta—. Yo... necesito un billete. —Le costó articular cada sílaba.
Ante esas palabras, la marquesa dejó la labor.
—¿En serio, Jason? No seas melodramático. Yo también estoy enfadada, pero ahora ya no podemos hacer nada. Regresará pronto. Aunque tengo que reconocer que se perderá gran parte de la Temporada. —Luego, como si no tuviera importancia, dijo—: Mantenme informada de su paradero.
—Creo que no me ha entendido. Nicole está en peligro, tengo que ir tras ella.
La marquesa se levantó enfadada.
—¡Eso es ridículo! Te has pasado la vida mandándome cartas diciéndome lo beneficioso que es para esa niña navegar, así que ahora no te atrevas a cambiarme el cuento. —Se dio la vuelta y se dispuso a salir de la habitación.
—Mientras estaba conmigo yo podía garantizar su seguridad —dijo Jason cogiéndola del brazo. Ella lo miró amenazante pero él no se amedrentó—. Maldita sea, quería ahorrarle los detalles más desagradables del asunto, pero no me deja otra opción. He estado investigando una serie de misteriosos accidentes que han acontecido tanto en mi barco como en otros de la competencia. Sé que mi navío fue saboteado porque Nicole se topó con los maleantes mientras lo hacían. Consiguió escapar ilesa por los pelos. —Aunque la anciana estaba aterrorizada, continuó—: Ahora se dirigen hacia el paralelo cuarenta, conocido como «la ruta imposible» por ser la zona de peores vientos del mundo. Hay olas de diez y doce metros capaces de engullir un barco entero de mucho mayor tonelaje que el mío. El mar de esa zona está lleno de restos de navíos. Y si logran atravesarla, sé que Nicole les convencerá para cruzar también el paralelo cincuenta que es mucho, mucho...
—¡No quiero saberlo! —El punto de cruz que había estado sujetando se cayó al suelo—. ¡Por Dios santo! ¿Por qué ha ido allí? —gritó enfadada.
—Nosotros nunca hemos navegado por esa zona. Pero Nicole llegó con toda una ruta planeada que rozaba el suicidio. Ahora que sabe que el capitán Sutherland está dispuesto a llegar al paralelo cuarenta, seguro que ella querrá ir hasta el cincuenta.
—No me lo puedo creer. —La anciana se llevó una temblorosa mano hacia el cuello—. Todo esto es culpa tuya. ¡Otra vez!
Lassiter frunció el cejo.
—No siempre es todo tan peligroso. E incluso ahora estoy bastante tranquilo, pues sé que está en buenas manos. Maldita sea, ¡ella es una excelente navegante! Pero antes no tenía motivos para temer por la integridad de mi embarcación, mientras que ahora no sé si esos intentos de sabotaje han tenido éxito. Esos sabotajes, combinados con las inclemencias del tiempo, podrían ser letales. —Le suplicó con la mirada—. Tengo que ir a buscar a mi hija, sino lo hago, tal vez Nicole tenga que pasar por todo un infierno.