 CAPÍTULO 13 

SE rió de sí misma y de sus tontas aprensiones acercándose el catalejo a los ojos.

Lo soltó de golpe.

El Southern Cross estaba completamente quieto en medio del mar.

—¡Por Dios santo! ¿Qué está haciendo? —Nicole no trató de ocultar el miedo que sentía por Derek, ni a Chancey ni a ninguno de los hombres que estaban junto a ella—. Tiene las velas plegadas... no lo entiendo.

El irlandés le arrancó el catalejo de las manos:

—¡Maldito idiota! —farfulló.

—¿Qué pretende...? ¡Tenemos que ayudarles!

La chica tuvo que gritar para que pudieran oírla, pues en ese mismo instante el viento empezó a soplar con todas sus fuerzas y el Bella Nicola salió disparado. Incluso para él, era demasiado fuerte, de modo que todos los marinos tuvieron que correr a sujetar las velas.

—Tranquilízate —le dijo Chancey cogiéndole la barbilla con los dedos—. Plegaremos velas y navegaremos hacia allí.

Nicole asintió y fue hacia el timón, el único sitio donde podía estar sin que su tripulación estuviera todo el rato pendiente de que no se cayera por la borda. Pasaron unos minutos, pero no apartó la mirada del barco de Sutherland ni un segundo. ¿En qué diablos estaba pensando Derek?

Confundida, desvió la vista hacia sus manos, que descansaban sobre el timón. Notó que éste empezaba a estar resbaladizo y que al barco le costaba responder, como si estuviera perdiendo energía. Era como si las mercancías del almacén se hubieran soltado y todo se tambaleara. Muy a su pesar, se dio cuenta de que el timón iba yendo cada vez más duro hasta quedar bloqueado... Como si se hubiera roto la guía.

Imposible. Seguían en medio del canal, allí no había nada con lo que hubiese podido trabarse. Tampoco habían chocado con nada, ¡maldita fuera! Levantó los ojos y vio la aterrorizada cara de Chancey. Había detectado los mismos síntomas.

Sujetó el timón con una mano y lo llamó con la otra sin dejar de sacudir la cabeza.

—¡No hemos chocado con nada... no entiendo lo que pasa! —gritó.

El gigante asintió y corrió hacia la escalera, aunque en realidad no hacía falta... él ya sabía que el Bella Nicola se estaba hundiendo muy, muy despacio.

Nicole esbozó una sonrisa nerviosa. «Bueno, ahora que mi barco está en peligro, podré dejar de pensar en Sutherland.»

Chancey subió y ordenó a varios marinos que bajaran a las bodegas a bombear, luego levantó la vista hacia la tormenta y vio los rayos acercándose a ellos. Llamó a Dennis, que justo entonces acabó de plegar las velas, y le dijo que fuera con Nicole para relevarla de su puesto. Ella iba a protestar, pero al ver la cara de su amigo optó por mantenerse callada.

Con voz estrangulada le dijo:

—Átate bien, pequeña. Vamos a atravesar el infierno.

Ella lo hizo sin discutir. Cuando Chancey estuvo satisfecho con sus nudos, se alejó de allí y empezó a asegurar los cabos a la vez que explicaba a los miembros de la tripulación a lo que iban a enfrentarse.

La chica se estiró un poco para intentar ver de nuevo el Southern Cross, pero justo cuando estaba a punto de lograrlo, los alcanzaron las nubes y el cielo se desplomó sobre sus cabezas. No supo si duró horas o minutos pero la lluvia cayó implacable sobre ellos inundando la cubierta y sacudiendo los mástiles. Era imposible ver más allá de su propia nariz. Y entonces llegaron también los rayos.

Nicole se retorcía tanto para agacharse que le dolían los músculos del cuello, intentando huir del azote del cielo que cada vez se ensañaba más sobre el Bella Nicola.

Miró horrorizada e incrédula cómo un rayo partía en dos el palo mayor. Al sentir el horrible calor que le abrasó el rostro, se hizo un ovillo. Aquella ráfaga de luz fue acompañada de un ensordecedor viento. Estaba deslumbrada por el fogonazo, y el trueno que lo siguió no la sacudió sólo a ella sino también al barco y a la oscuridad que los envolvía.

Parpadeó un par de veces para intentar recuperar la visión y ver el mástil. El rayo lo había destrozado, ardía y sólo estaba sujeto por las cuerdas que aún colgaban de él.

Se le cortó la respiración. «Si esas cuerdas ceden...»

Entonces sucedió. El mástil se rompió del todo y fue a caer en mitad del puesto de mando haciendo saltar por los aires la mitad de la cubierta; ese agujero atrapó en sus garras a tantos marinos como pudo. Nicole vio cómo el impacto propulsaba a Dennis contra el timón.

Durante dos segundos interminables esperó a que se levantara, pero no se movía. Con manos temblorosas, empezó a deshacer los nudos. Consiguió soltarse al mismo tiempo que Chancey apareció en cubierta. Tras levantar al timonel, a pesar de que seguía inconsciente, lo ató al timón. Nicole alzó la cabeza y vio que la rueda no paraba de girar, de modo que alzó las piernas para apresarla con ellas.

A cada sacudida del barco, Nicole se golpeaba hacia un lado y hacia el otro, clavándose las vigas de la cubierta sin apenas conseguir nada. Por fin, logró detenerlo un instante pero los clavos que habían quedado sueltos se le clavaron en las manos. Lo intentó todo hasta que, al final, se echó encima de la enloquecida rueda con todo su cuerpo para ver si así lo lograba.

Nicole vio entonces que un enfadadísimo y cojo Chancey llegaba hasta ella.

—¡Suéltalo! ¡Yo me haré cargo! —gritó. Sin previo aviso, una enfurecida cuerda cortó el aire y le dio un latigazo. El hombre gimió de dolor y, furioso, miró primero a la cuerda y luego a Nicole—. ¡Átate, maldita sea! ¡Y aprieta bien los muslos! —Entonces, dio media vuelta en busca del principio de aquella cuerda y se alejó de allí.

Nicole se ató al timón a la vez que intentaba mantenerlo firme. Tras conseguir cierta estabilidad, se atrevió a observar el barco. Se mordió los labios para no gritar. El enorme cuerpo del irlandés yacía inconsciente, como el de una muñeca de trapo, en un rincón de la cubierta, tras ser golpeado sin piedad por una ola.

Sobrecogida, esperando que se levantara, creyó que le iba a estallar el corazón en el pecho.

«¡Maldita sea, Chancey! ¡Levántate! ¡Levántate!»

Como si luchara contra su propio cuerpo, el viejo lobo de mar consiguió al fin ponerse de pie y acabar de atar la cuerda que antes le había golpeado. Mientras pudiera verle, Nicole conseguiría controlar el pánico. Pero las olas arreciaban de todas direcciones y el viento se había vuelto incluso más violento. Cuando volvió a perder de vista a Chancey, sintió un terror que nunca antes había experimentado. Intentó controlar los gritos que pugnaban por salir de su garganta.

Rezó por él y para que regresara junto a ella. Luego rezó por la vida de todos los hombres de su tripulación que no dejaban de luchar para preservar su nave. Rezó para que su padre volviera a casarse algún día y para que pudiera seguir adelante con su vida sin ella y sin su tripulación.

Y, en medio de esa tormenta, rezó también por Sutherland.

Todos sabían que sus vidas estaban en manos del arbitrario mar, y la certeza de que la muerte se cernía sobre ellos era apabullante. Nicole sabía que estaban perdidos. Y sabía que había fracasado.

A pesar de que estalló de golpe, aquella fiera tormenta había estado un montón de horas indecisa. Durante ese tiempo, Derek no pudo localizar al Bella Nicola. Les había dicho a sus hombres que se apoderarían del navío de Lassiter, que cogerían sus provisiones y que dejarían a toda la tripulación boquiabierta. Para ello, ordenó quedarse quietos en medio del canal y esperar, porque la única opción que tenían los otros era navegar peligrosamente cerca de ellos. Si el Bella Nicola se aproximaba, tendría que asumir las consecuencias. Y si no lo hacía, el Southern Cross dispararía uno de sus cañones, a modo de advertencia, para obligarlos a detenerse.

Un plan simple pero eficaz.

Él no tenía la culpa de que la tormenta fuera una de las peores que había visto jamás. La lluvia no caía sólo de arriba, sino que los atacaba desde todos lados, como si la escupiera el mismo océano. Lo único que pudo hacer Derek fue soltar el ancla en un lugar seguro.

Con un poco de suerte, Nicole podría pasar fácilmente junto a ellos aprovechando la oscuridad de la tormenta. Cada vez estaba más furioso, pero otro sentimiento, algo que hacía mucho tiempo que no sentía, se apoderó también de él.

Miedo.

Su primer impulso fue ignorarlo. Sin embargo, cada vez que pensaba en Nicole en ese barco que podía partirse en dos entre aquellas rocas, no podía respirar. Quería convencerse de que lo único que sentía era odio.

Pero aunque ella fuera el mismísimo diablo, o una bruja mentirosa, él no quería que muriera. Y si su barco no había logrado salir de allí antes de que lo alcanzara la tormenta, la posibilidad de que eso sucediera era más que real. Intentó no pensar en lo asustada que debía de estar, atrapada en aquel montón de madera y oyendo el rugir del viento por entre las cuadernas del navío forzadas por la presión del mar.

Tan impaciente como un niño, esperó a que los primeros relámpagos atravesaran las espesas nubes negras. Su escasa tripulación había logrado superar la tormenta sin que la nave sufriera graves daños que no le impedirían ir en busca del Bella Nicola. Pero durante horas no vieron ni rastro de él.

Esa ausencia, un indicio de su destrucción, casi lo hizo enloquecer de impotencia. Era como si alguien le estuviera dando patadas en el estómago sin parar. Estuvo a punto de jurar que si encontraba a Nicole con vida no la castigaría por su traición.

—Capitán, la tripulación empieza a estar cansada —dijo Jeb a su espalda—. Quieren irse antes de que esto vuelva a empeorar.

Derek se dio media vuelta.

—Los buscaremos hasta que se ponga el sol.

Su segundo volvió a intentarlo.

—Hoy hemos cubierto gran parte del mar. ¿Crees que pueden haber llegado tan lejos?

—No lo sé —reconoció Derek, preguntándose desde cuándo sonaba tan preocupado—. Pero si les falta un mástil, tienen que estar en alguna parte.

—A no ser...

—Basta, Jeb. —No podía soportar que acabara la frase que él mismo no dejaba de repetirse: «A no ser que se hayan hundido»—. Seguiremos buscando. Diles a todos que la próxima semana tienen ración doble.

—Sí, señor. —El hombre se detuvo y, con el cejo fruncido, añadió—Capitán... esa chica, era...

Fuera lo que fuese lo que iba a decir, el grito del vigía lo interrumpió:

—¡Barco a la vista!

Derek alcanzó el catalejo en menos de un segundo y vio lo que quedaba de una de las velas colgando del Bella Nicola y balanceándose sobre las aguas. El alivio que sintió fue sustituido por una enorme impaciencia, y le ordenó a su tripulación que navegaran hacia allí.

A pesar de que el sol seguía peleándose con las nubes, aún enfadadas, Derek pudo ver a lo lejos que el navío de Nicole, además de estar en muy mal estado, se estaba hundiendo. Dedujo que el mástil debió de romperse y agujerear la cubierta, en la que se vislumbraba un panorama desolador.

Se oían gemidos por todas partes que seguro que provenían de los marinos que empezaban a recuperar la conciencia y, muy a su pesar, los compadeció por el horror al que habían sobrevivido. Puso freno a ese sentimiento. Los principales miembros de la tripulación de Lassiter llevaban con él más de veinte años. Y era lógico pensar que más de uno, si no todos, estuviesen al tanto del envenenamiento.

También luchó por controlar las ansias que sentía por localizar a Nicole y lo enfureció ver que no estaba por ningún lado. ¿Acaso se había encerrado en su camarote como una niña malcriada? Ahora no sólo era una ladrona o una espía: si había envenenado el agua, era también una asesina.

Nadie había muerto... aún, se recordó a sí mismo, pero sus hombres seguían enfermando.

«Lo que quiero es encontrarla con vida para romper ese precioso cuello con mis propias manos.»

A medida que el Southern Cross iba acercándose, tanto él como su tripulación observaban la escena. Alguien menudo yacía encima del timón, inmóvil, pero entonces empezó a moverse un poco, con torpeza. Cuando estuvieron más cerca, Derek vio lo que parecía una enorme mata de pelo cubriendo ese cuerpo. Era Nicole quien llevaba el timón.

Al parecer, no se había encerrado en su camarote como una cobarde.

Nicole yacía aturdida, muda, incapaz de pensar en nada que no fuera el dolor que sentía mientras intentaba a la vez discernir cuántos huesos tenía rotos.

Había oído un gemido y volvió la cabeza para intentar localizarlo. Ese simple movimiento la habría derribado, pero las cuerdas que tenía alrededor de la cintura la mantuvieron de pie, sujeta al timón. Mareada, bajó confusa la cabeza. ¿Estaba atada al timón?

Tiró de los nudos para deshacerlos. Una vez se hubo soltado, dio un paso hacia atrás y se cayó. Gimió y volvió a intentarlo. Luchó para controlar el ataque de pánico que estaba a punto de sufrir y se apartó el pelo de la cara. Cojeó un poco y, al sentir el extraño vaivén del barco, se acordó de lo que había pasado.

Recordó las interminables horas de tormenta y abrió los ojos como platos. El agua inundaba la cubierta. «¡El barco no! ¡Él no!» Pero... ella ya sabía que el Bella Nicola se estaba hundiendo. ¿Cuánto hacía de eso, horas? ¿Días?... Se había dado cuenta justo antes de entrar en el estrecho.

Tan rápido como se lo permitió su magullado cuerpo, Nicole medio caminó medio se arrastró hacia donde estaba atado Chancey. Lo sacudió y tardó más de un minuto en despertarlo. Pasados unos cuantos más, empezaron a repasar los daños.

No pintaba nada bien.

—¿Los botes salvavidas? —preguntó con voz entrecortada.

—Hemos perdido uno. El otro está roto.

Nicole sabía que muchos marinos nunca aprendían a nadar. Adrede. Sabían que quedarse atrapados en un barco en medio del mar, o en el mar en sí mismo, era mucho peor que morir. Pensar eso hizo que le empezaran a temblar las manos de tal modo que fue incapaz de soltar el resto de nudos. Chancey tuvo que ayudarla y vio que las cuerdas le habían dejado heridas en la piel.

—Una señal. Tal vez aún estemos a tiempo de mandar una señal —dijo, levantándose para intentar caminar hacia la popa del barco.

Ella se quedó allí presa del estupor. Dudaba que fuese capaz de levantarse jamás. El irlandés mandaría una salva. Y si Sutherland no se había alejado demasiado, tal vez podría salvarlos...

De repente, Chancey dio una patada en el suelo de la cubierta y movió las manos con una energía asombrosa.

—Levántate, Nic —dijo con voz aún alterada—. Tu capitán ha venido a rescatarte. —El alivio que sentía era más que evidente—. No es lo que yo habría deseado, pero considerando las otras alternativas...

La chica se dio media vuelta despacio, no se lo podía creer, no quería hacerse ilusiones.

Pero sí, allí estaba él. Dios, qué hermoso era.

Nicole nunca se había alegrado tanto de ver a nadie como a Sutherland de pie en la cubierta de su barco mientras se colocaba junto al de ella. Supuso que toda la vida recordaría el aspecto que tenía en ese momento: de pie, apoyando indolente una rodilla en la barandilla, con su espeso pelo negro ondeando al viento y los brazos cruzados sobre su impresionante torso. Le sonrió como una boba. Y, a pesar de que aún estaba aturdida, el placer de verlo fue tan grande que consiguió disipar la desesperación que hasta entonces sentía. No sólo sabía que Derek estaba a salvo, sino que él había ido a salvarla...

Unos garfios empezaron a clavarse en la cubierta del Bella Nicola.

Nicole observó horrorizada cómo se astillaba aún más la madera y se arañaba lo que quedaba de su borda. ¿Garfios? Someter así su nave incluso cuando ya estaba sentenciada a muerte le heló la sangre. ¿Por qué iba Derek a hacer eso? ¿Acaso creía que iban a enfrentarse a él? Necesitaba pensar. ¿Por qué no era capaz de concentrarse?

Vio, sin comprender nada de lo que pasaba, cómo los hombres de Sutherland saltaban armados a su barco y reducían a su tripulación. Levantó la cabeza y se topó con la helada mirada de él. El corazón le dio un vuelco. Pero esta vez no de la alegría que había sentido apenas unos minutos antes, sino de miedo.

Porque parecía que el capitán Sutherland deseara verla muerta.

Ahora que por fin estaba lo bastante cerca como para distinguir a Nicole, Derek deseó poder ver la culpabilidad reflejada en su rostro. No, maldita sea, lo que quería ver era arrepentimiento.

De modo que, cuando ella le sonrió de aquella manera, como si una ventana de luz se hubiese abierto en medio de tanta oscuridad, se quedó no sorprendido sino atónito. Era incapaz de apartar la mirada de aquella sonrisa que solía tener un efecto tan devastador en él. Que aún lo tenía... maldita fuera.

Al parecer, Nicole no era consciente de lo enfadado que estaba, pues parecía contenta de verle... y Derek no lograba entender por qué. Sí, él había aparecido justo a tiempo para salvarlos, pero seguro que ella ya sospechaba que, a esas alturas, él debía de estar al tanto de lo del envenenamiento. Tenía que ser consciente de que él querría vengarse. Y a pesar de todo, lo miraba con ojos llenos de emoción, como si para ella él fuera el héroe de una vieja gesta mandado allí para protegerla.

Le ponía la piel de gallina.

Nicole apartó la mirada y su expresión cambió, y una extraña sensación de decepción se apoderó de él. Cuando su tripulación lanzó los garfios para bloquear su barco, aquella hermosa sonrisa desapareció y él se dio cuenta de que ella no entendía lo que estaba sucediendo.

Derek no podía lamentarlo, se dijo a sí mismo al ver cómo los ojos de Nicole se clavaban en los hombres que empezaban a ocupar el barco. En el preciso instante en que la chica vio que iban armados, la muy tonta se dio media vuelta hacia él. Con la barbilla más baja de lo que era habitual en ella y los hombros caídos. Estaba asustada. Él supo que iba a derrumbarse a sus pies, a suplicarle. Pero la reacción de Nicole lo dejó helado.

Se puso de pie de un salto y caminó hacia él con paso firme y con la melena empapada ondeando al viento; y sin rastro de terror ya en el rostro. Al contrario, consiguió que todas sus facciones expresaran claramente la furia que sentía. Y entonces le gritó.

Aquella cosa diminuta le gritó.

—¿Qué diablos significa esto, Sutherland?

—Tengo intención de confiscar lo que queda de tus provisiones y de apresar a toda tu tripulación —contestó él, calmado.

Nicole abrió la boca y volvió a cerrarla sin poder articular palabra.

Derek tuvo que disimular lo sorprendido que estaba por la reacción de ella. Mirándola, añadió:

—Al parecer, te sorprende que tome tu barco al abordaje y que retenga a tu tripulación. —Hizo una pausa—. Aunque ambos sabemos que no debería sorprenderte.

Nicole siguió mirándolo, pero se llevó las manos a las sienes para masajeárselas. Se la veía alterada y confusa, y de repente pareció comprenderlo todo y el rostro se le desencajó.

Derek tuvo que agacharse para poder entender lo que decía.

—Todo este tiempo... has sido tú.

¿Qué diablos significaba eso?

La muchacha respiró hondo y con la voz entrecortada pero a un volumen más alto, añadió:

—Tienes razón, sé exactamente por qué lo estás haciendo.

Nicole no iba ni a intentar negar lo que había hecho. Una pequeña parte de Derek deseaba que lo hiciera, que lo negase con tanto fervor que lograra convencerlo. Pero no, ella se limitó a quedarse allí, abatida y derrotada. Se deslizó hacia el suelo y se sentó cogiéndose de las rodillas. Él no pudo evitar fijarse en lo pequeña y frágil que se la veía vestida con aquel chubasquero.

Casi sin querer, hizo una mueca de dolor cuando uno de sus hombres la obligó a ponerse de pie de nuevo y la hizo tambalearse. Haciendo acopio de la poca energía que le quedaba, Nicole le dio una patada y consiguió soltarse. El capitán vio cómo movía la cabeza de un lado a otro en busca de un arma.

El ya sabía que era una luchadora. Lo que no sabía era por qué él mismo tenía ganas de salir en su defensa.

Nicole no podía hacer nada. Nada, excepto asumir que ahora era la prisionera de Sutherland. Su nave estaba tan hundida, que la cubierta apenas llegaba a la línea de flotación del Southern Cross. Chancey, y la mayoría de su tripulación, muchos de los cuales seguían aún inconscientes, ya estaban a bordo del otro barco, maniatados. Ella consiguió soltarse del marino que la sujetaba. Si tenía que rendirse, lo haría a su manera.

Caminó con los hombros echados hacia atrás, y, gracias a su orgullo, consiguió atravesar la pasarela con dignidad.

Sutherland tuvo la desfachatez de sonreír. Estaba disfrutando con todo aquello.

No había ido a rescatarla. «Niña tonta.» No, por desgracia ella había acertado con él. Derek estaba detrás de todos aquellos accidentes. Y no le bastaba con perjudicar a sus competidores, además tenía que aplastarlos.

El dolor de cabeza que tenía amenazaba con derrumbarla y a cada pensamiento le dolía aún más. Ahora entendía por qué el barco de él no se había movido; él se había limitado a esperar que su sabotaje hundiera al Bella Nicola en medio de la tormenta. Y claro que había sido un sabotaje. Él y sus secuaces no habían aparecido en Recife por casualidad.

Nicole tuvo que tragarse las ganas que tenía de gritar. Se había pasado dos días convencida de que tanto ella como su tripulación iban a morir. No habían comido, dormido ni bebido nada en ese tiempo. Y que los hiciera prisioneros el causante de su naufragio... Entender eso la dejó sin respiración, la hizo sentir como si ya no pudiera tenerse en pie.

Pero aun así, se obligó a pasar junto a él con la cabeza bien alta y la vista al frente.

—Mírame, maldita sea —exigió él en voz baja.

Cuando ella se negó a hacerlo, él la agarró y le dio la vuelta para poder mirarla. Pareció sorprenderse de lo que vio en sus ojos, y Nicole deseó que sintiera cómo le odiaba. Ante él, que aún le parecía dolorosamente atractivo, la joven no supo si tenía ganas de llorar o de matarlo.

Al ver que la sorpresa inicial de Sutherland se convertía en regocijo, supo que lo de llorar no era una opción.

A Derek nunca dejaba de sorprenderle la intensidad con la que todo su cuerpo reaccionaba ante Nicole. Cuando la cogió por el brazo y se la acercó, tuvo que luchar por disimular lo que de verdad estaba sintiendo. Hacía semanas que no la veía y encontrarla en aquel estado... Sus ojos llenos de dolor, con las pupilas aún dilatadas por el terror, lo atraían como imanes. Tenía la piel extremadamente pálida, tanto que parecía casi translúcida. Tenía sal en las cejas y en las pestañas, y su pelo, también lleno de cristales salinos, resplandecía de un modo mágico bajo la luz del sol. «Aún me parece preciosa.»

No sabía qué hacer. A pesar de todo lo que había descubierto, ella seguía atrayéndole. Y no de un modo meramente sexual, aunque eso estaba fuera de cualquier duda; Nicole afectaba a todos sus sentidos. Era obvio que una parte de él se negaba a creer que fuera una arpía sin escrúpulos.

Al acordarse de lo mucho que habían sufrido sus hombres, le apretó los brazos con fuerza.

—¿Por qué? —preguntó con brusquedad—. ¿Por qué lo hiciste? —Al ver que a ella se le nublaba la vista, la sacudió un poco—. ¿Te lo ordenó alguien? ¿Te obligaron a hacerlo?

Derek apenas fue consciente de que la tripulación de Nicole había empezado a gritar, pero sí se dio cuenta de que pretendían que la soltara. Él en cambio la sujetó aún con más fuerza y gritó:

—¿Quién te ordenó que lo hicieras?

Ella por fin lo miró pero frunció el cejo, como si no entendiera la pregunta.

Que zarandease a Nicole hizo que algunos de sus marinos se enfadaran y trataran de soltarse de los hombres que los aferraban. Podían intentarlo tanto como quisieran. Nadie conseguiría impedir que se vengara; lo que Nicole había hecho era tan grave que en ese instante él podía hacer con ella lo que quisiera.

Había jugado con él. Le había tomado el pelo. El día que fue a su barco para que él le diese información sobre su padre, él se la creyó; pero en realidad había ido allí para asegurarse de que ganaba la regata. Sin embargo, lo más grave era que había hecho daño a su tripulación.

Ahora que estaba en su barco podía hacer con ella lo que quisiera. Derek miró a los marinos de Lassiter y, con su expresión, les dejó claro lo que pretendía. Cuando ellos empezaron a luchar con más fuerza, se limitó a reírse sin ganas y volvió a centrar su atención en Nicole.

Tenía que saber por qué lo había hecho. Cerró los dedos alrededor de los brazos de ella hasta que oyó que contestaba con voz entrecortada:

—Nadie me dijo que hiciera nada... yo siempre hago lo que quiero.

Sutherland, que no tenía intención de hacerle daño, volvió a zarandearla por los hombros hasta que, con un grito ahogado, Nicole se desmayó en sus brazos.

Cuando ella se desplomó, el hombre se quedó helado. No podía pensar en nada más que no fuera cogerla y estrecharla entre sus brazos. Levantó la vista y vio que Chancey lo miraba fijamente como diciendo «¿Y qué esperabas?». Se sonrojó. Él no pretendía hacerle daño. ¡Maldita fuera! Pero jamás en su vida había estado tan enfadado con nadie. Ni siquiera con Lydia.

La culpa se apoderó de él, y sintió la necesidad de alejarse de ella. Se encaminó hacia el viejo marino y le entregó el inerte cuerpo de Nicole. El hombre la abrazó con cariño y, en la medida que se lo permitían las manos atadas, intentó protegerla.

El inglés volvió al costado del barco y saltó del Bella Nicola para ayudar a sus hombres a recoger las provisiones. En su mente, repasó la escena que acababa de suceder y se arrepintió de su comportamiento. Pasó junto a sus hombres sin prestar demasiada atención a nada de lo que hacían, pero era evidente que habían arramblado con todo. A excepción de lo que había en la oficina y el camarote del capitán, pues había dicho que sólo él se encargaría de esas habitaciones.

Abrió la puerta empujando con el hombro y vio que el agua le llegaba hasta las rodillas. Olía a aceite de una de las lámparas que se habían roto. Por el escritorio y la ropa de hombre que había en el armario, supo que era el camarote de Lassiter. Se veía austero, despojado de cualquier lujo.

Atravesó el agua hacia la habitación contigua formando pequeñas olas a cada paso. Estudió el camarote, era el de Nicole; vio en él un precioso escritorio y una cama de caoba con colcha de seda. Había varias brújulas y barómetros rotos, que, junto con algunos termómetros, flotaban justo por encima del suelo. Le llamaron la atención los preciosos paisajes que colgaban de uno de los paneles. Así como el camarote de Lassiter no tenía nada, las cosas más curiosas y variadas inundaban el de Nicole. Éste no había reparado en gastos a la hora de decorarlo, pensó Derek, al ver las cortinas de los ojos de buey. El sabía lo que valían ese tipo de cosas, así como aquellos preciosos cuadros. No era de extrañar que Lassiter anduviera mal de dinero.

Había mapas flotando por todas partes. Derek creía que él mismo no tenía tantos. Nicole se había reservado una esquina de esa habitación para sus cosas, y tal vez allí se sentaba a coser. Se acercó a los baúles, que claramente pertenecían a una chica, y empezó a inspeccionarlos.

Lo que encontró en el primero le dejó sin habla. Estaba lleno de ropa interior de seda. Ropa de mujer. Él nunca la había visto vestida con nada que no fuera ropa de hombre. Pero tal vez, si se hubiera fijado en ella aquella noche y no la hubiera desnudado con tanta rapidez, habría podido apreciarla. Tal vez debería cogerle algo para el viaje. Ella tenía la piel muy suave y delicada. ¿Y si las telas rugosas le hacían daño?

Pero eso era precisamente lo que quería, ¿no? Castigarla. Aunque si a él le gustaba que tuviera la piel como la tenía no veía ningún motivo para que se le dañara. Se acercó a la puerta y ordenó a dos de sus hombres que subieran aquellos baúles al Southern Cross.

—Capitán, esta belleza no tardará mucho en hundirse —gritó otro desde cubierta.

—Asegúrate de que todos están ya a bordo, yo os sigo. —Pudo sentir los pesados movimientos del esqueleto del barco bajo sus pies. Se estaba muriendo. Sacudió la cabeza con tristeza y corrió hacia cubierta.

Ya en el Southern Cross, buscó a Chancey y, con la ayuda de otros dos marinos, arrancó de sus brazos el cuerpo de Nicole. Se consideraba un hombre valiente, pero al escuchar el rugido inhumano del gigante se le pusieron los pelos de punta. Derek, con la chica aún inconsciente entre sus brazos, se dio media vuelta para mirarlo, y al instante se arrepintió de haberlo hecho.

Antes de que nadie pudiera evitarlo, Chancey logró soltarse un brazo y, mirándolo, se recorrió el cuello con un dedo para dejarle claro lo que haría con él cuando lo encontrara.

Como respuesta, Derek sonrió de oreja a oreja hasta que un último grito de dolor del moribundo navío resonó como un disparo.

Ambos hombres se dieron media vuelta para ver cómo el Bella Nicola se partía en dos. Al inglés le incomodó ver lo limpio que era ese corte por encima de la capa de pintura, ver cómo las maderas gritaban de rabia al desgarrarse. Era un sonido ensordecedor que los perseguiría para siempre. Pero incluso eso era preferible al silencio que se produjo luego, cuando por fin se hundió por completo en el mar.

Derek se dio cuenta de que mientras el Bella Nicola aún hacía ruido Nicole permanecía inmóvil. Pero cuando todo se quedó en silencio, se le inundaron las mejillas de lágrimas y se le escapó un gemido de desesperación.