CAPÍTULO 21
DEREK sabía que no podían seguir con su relación tal como estaba. Necesitaba cimentar lo que existía entre los dos, y esa misma noche, mientras yacían abrazados y saciados en la cama, sacó el tema.
—Quiero que seas mi amante —dijo convencido. Ella trató de hablar pero él levantó la mano para detenerla—. Antes de que me respondas, deja que te cuente...
—No. —Se apartó de él y salió de la cama para vestirse. Derek la observó serio y en silencio hasta que ella se puso la segunda bota y se sacudió las manos—. Yo no quiero ser su amante, capitán.
El no sabía qué le molestaba más, si su negativa o su actitud burlona. Ella creía que le había hecho una propuesta no meditada, que la trataba como a un trofeo cuando, en realidad, desde que sabía que ella no tenía nada que ver con el envenenamiento, no pensaba en otra cosa.
Derek jamás había conocido a ninguna mujer que lo hiciera tener tantas ganas de destrozar a golpes la pared más cercana. No trató de ocultar su enfado.
—¡Por supuesto que no! Tú quieres más, ¿no? ¿Un título, tal vez? Te lo advierto, si lo que quieres es que te proponga matrimonio, estás perdiendo el tiempo. Lo máximo que puedo ofrecerte es que te conviertas en mi amante.
—Vaya, milord —replicó ella haciendo uso de su título—. No quiero más, sino menos. ¡No tengo ninguna intención de comprometerme contigo en ningún sentido!
Derek la miró sorprendido, pues supo que lo decía en serio. Que ella se negase a tener ninguna atadura con él le dolía en lo más hondo.
—Por lo que sé sobre hombres de clase alta y sus amantes, en compensación por... esos actos íntimos, el hombre en cuestión mantiene a la mujer en una casa y la llena de joyas y sedas. —Se acercó a él y lo miró a los ojos—. ¿Qué tal voy? ¿Acierto?
Derek asintió, impaciente por escuchar lo próximo que Nicole iba a decir. Con ella uno nunca sabía a qué atenerse.
—¿Por qué diablos iba a querer quedarme en una casa en tierra firme, día tras día, a la espera de que tú aparecieras? ¿Y todo por unas joyas que nunca me ha gustado llevar?
Derek sólo le había ofrecido eso porque era lo que solía hacerse. A las mujeres en general les gustaba que les compraran cosas caras, y él no tenía motivos para creer que no siempre fuera así; en especial porque los objetos caros, además de ser algo bonito, solían ofrecer seguridad económica.
¿Acaso Nicole no se daba cuenta de la vida que le esperaba en Inglaterra?
—Después de todo lo que ha pasado estos últimos meses, ¿quién crees que se ocupará de ti si no lo hago yo? Incluso si han soltado a tu padre, aún tienes que regresar a Inglaterra para encontrarle. ¿Cómo lo harás? —Derek saltó de la cama y, mientras su enfado llegaba al punto de ebullición, empezó a vestirse—. Tu barco está hundido en el Atlántico, y yo dejé a tu tripulación en Ciudad del Cabo. No tienes ni una guinea a tu nombre.
Nicole lo miró burlona.
—Tranquilo, sobreviviré. No he caído tan bajo como para... ¿cómo lo dijiste en Londres?, «atrapar a un conde». No quiero ni casarme con él ni convertirme en su amante —le espetó furiosa—. Cuando me dejes aquí en Sydney estaré bien.
Nicole se pasó horas sin hablarle y cuando a Derek se le pasó el enfado, pudo valorar su relación de un modo más objetivo. Seguía queriendo atarla a él de algún modo, pero no volvería a sacar el tema. Durante los días siguientes, Derek no mencionó nada sobre su futuro.
La verdad era que, ¿qué derecho tenía él a pedirle un futuro juntos cuando su vida era tan desgraciada?
Primero, ambos seguían un poco enfurruñados, pero luego los dos decidieron, de todo corazón, olvidarse de aquella pelea. Para compensarla, Derek la llevó de paseo al centro de Sydney. Podría pasarse horas mirando la excitación que reflejaba su rostro con cada pequeño detalle. Nicole no era como las mujeres que hasta entonces habían llenado su vida con muecas de asco o de aburrimiento. Y ella hubiera podido hacerlo, pues, al fin y al cabo, había visto más mundo que la mayoría de las mujeres, y de los hombres, que él conocía. Pero en cambio miraba con deleite todo lo que la rodeaba.
Después de pasear durante una hora, pasaron junto a una joyería y algo del escaparate captó la atención de Derek. Tiró de ella para que lo acompañara a verlo y, a través del cristal, estudió unos pendientes de zafiros con un collar a juego. Lo cautivó la intensidad de su color azul oscuro. ¿No era ese color lo que convertía a aquellas piedras en una rareza? Pero mejor aún, ¿no eran del mismo color que los ojos de Nicole?
—¿Qué opinas de esos zafiros?
—Son muy bonitos —contestó ella casi sin mirarlos. Un hombre que gritaba en medio de la calle le hizo volver la cabeza.
Para ver si conseguía atrapar de nuevo la atención de Nicole, Derek le dio un beso en el pelo.
—¿Te gustaría...?
—Oh, Derek —le interrumpió ella poniéndole una mano en el brazo—, mira allí. Ese hombre está vendiendo fresas. ¿Sabes cuánto hace que no como ninguna?
Derek apenas tuvo unos segundos para fijarse en el nombre de la joyería, pues Nicole tiró de él.
Luego se volvió y optó por conquistarla a base de fresas.
Derek se despertó justo antes del amanecer. Ella estaba acurrucada entre sus brazos y respiraba tranquila. Como siempre, el mero hecho de sentir su piel junto a la de él bastaba para que se excitara como un muchacho inexperto. Pero él necesitaba mucho más de ella que sexo. Su cuerpo anhelaba el suyo, de eso no cabía ninguna duda, pero lo que más quería era esa intimidad, esa cercanía que se instalaba entre ellos cuando ella bajaba la guardia.
A pesar de que estaba dormida, Derek deslizó la mano hacia abajo y empezó a acariciarla, a prepararla, y se maravilló de lo rápido que ella respondió. Cuando la penetró, Nicole se despertó con un gemido y luego suspiró de placer al sentir que él le estaba haciendo el amor.
Mientras intentaba estudiar todas las propuestas que había recibido Derek para transportar mercancías, se pasó todo el día pensando en aquella mañana. Firmó muchísimos contratos y, silbando, se dio cuenta de que, haber ganado la regata, le reportaría grandes beneficios.
Grant estaría entusiasmado con su éxito. El Southern Cross sólo tardaría dos días más a estar lleno hasta los topes, y el viaje de regreso era prometedor.
Pero ¿qué iba a hacer con Nicole? Se le estaba acabando el tiempo. A menudo, ella actuaba como si fuera a quedarse en Sydney a esperar a Chancey, pero cada vez hablaba menos de ello. Derek tenía la sensación de que estaba derribando sus defensas.
Decidió que hablaría con ella esa misma noche. Pero antes de que pudiera hacerlo, volvieron a hacer el amor. Luego, después de cenar, Nicole empezó a leer el nuevo libro que él le había comprado. Al día siguiente. Al día siguiente le pediría que regresara con él a Londres.
¿Y si se negaba? Entonces jugaría su última carta. Sería muy ruin, pero cada vez sentía más por Nicole. Le diría que podía estar embarazada. Derek no había ido con cuidado. Había querido hacerlo; toda su vida había sido muy cauteloso en ese sentido, pero apartarse de ella en ese momento le resultaba siempre imposible. Como si estuviera... mal.
Derek no creía que a Nicole esa idea se le hubiera pasado por la cabeza siquiera. En el fondo, ella no tenía ninguna experiencia. Nunca la había visto contar los días, nunca había rezado ansiosa a la espera de que sucediera una cosa o la otra. Se lo enseñaría, sería desagradable, pero tenía que hacerlo. De ningún modo podía alejarse de ella.
Cuando la vio acercarse a la cama con el libro en la mano, Derek salió de su ensimismamiento. Parecía tan concentrada que, al ver cómo gateaba hacia su lado de la cama, se tensó convencido de que, sin querer, le daría un golpe con la rodilla en la entrepierna.
Convencido de que iba a recibir el golpe, cerró los ojos, apretó los dientes... y sintió cómo los pechos de Nicole descansaban en su regazo. Estaba tumbada perpendicular a él, con los codos apoyados junto a las caderas de él, sujetando el libro abierto para poder seguir leyendo. Derek mantuvo los ojos cerrados para poder disfrutar mejor de la sensación de tenerla tan cerca.
La noche anterior habían hecho el amor varias veces, ese mismo día otras dos, y aun ahora, a su edad, volvió a excitarse. Cuando Nicole sintió cómo Derek se excitaba bajo sus pechos, sonrió. La exasperaba su perenne estado de excitación. Derek lo sabía porque al deslizar la mano por la pierna de Nicole y levantarle el camisón para acariciarla, encontró su cálida humedad. Nicole también estaba excitada.
Ella también le deseaba.
Miró al hombre que yacía junto a ella. Dormido, su rostro reflejaba, por fin, lo que su comportamiento hacía días permitía adivinar; había empezado a relajarse. Nicole sabía que, en las últimas semanas, Derek había sido feliz. Igual que ella. Tan feliz que, de hecho, se veía incapaz de negarse a convertirse en su amante si él volvía a pedírselo.
Pero si aceptaba, rompería la promesa que le había hecho a su abuela, y seguro que su padre se quedaría destrozado. Nicole lo sabía. Entonces, ¿por qué su corazón seguía diciéndole que estar con Derek el máximo de tiempo posible era lo correcto?
¿Qué haría su madre? Ella siempre le decía a Nicole que tenía que perseguir sus sueños y no permitir que nada se interpusiera en su camino. ¿Acaso Laurel no lo había sacrificado todo para estar con el hombre al que amaba? ¿No había perdido a su madre al hacerlo? Lassiter nunca la desheredaría, pero se preguntaría por qué ella no le exigía matrimonio. La propia Nicole se lo preguntaba.
Estaba atrapada en una situación muy curiosa. Creía que Derek la amaba, pero no sabía si se oponía al matrimonio en general, o bien sólo a casarse con ella. Una pregunta no dejaba de repetirse en su mente: ¿el único motivo por el que Derek no quería convertirla en su esposa era porque era conde y ella, por lo que él sabía, no tenía título, ni fortuna ni raíces?
Y si ése era el caso, ¿por qué ella no le había dicho quién era en realidad?