CAPÍTULO 4
LO primero que Nicole vio cuando consiguió apartar la mirada de Sutherland fue la enorme cama que ocupaba la mayor parte del camarote. Él la pilló haciéndolo y tuvo la desfachatez de guiñarle un ojo; ella se sonrojó y volvió la cara.
El camarote era muy grande, incluso para un barco de aquel tamaño, pero a la vez era acogedor, y muy distinto de lo que ella se había imaginado. Se deleitó con las preciosas telas y colores y tuvo que admitir que era mucho más bonito que el que ella tenía en el barco de su padre, a pesar de que en él tenía todos los trastos que le había regalado su abuela. Trastos que Nicole sólo conservaba con la esperanza de, tarde o temprano, poder empeñarlos.
Un precioso escritorio de caoba estaba arrimado junto al ojo de buey, que ahora permitía entrar unos rayos de luna e, igual que el suyo, estaba cubierto de cartas de navegación llenas de números.
Como si de un imán se tratara, se acercó a la mesa para espiar la ruta que Derek había planeado tomar, esforzándose por leer sus anotaciones a la tenue luz. Mientras él estaba ocupado encendiendo la estufa y las lámparas de la habitación, consiguió descifrar algunos datos.
Estudió la ruta de él, consciente de que estaba haciendo trampas, pero quería saber si tenía intención de desviarse mucho hacia el sur después de rodear el cabo de Buena Esperanza. Si podía determinar ese dato, sabría si podía alcanzarle o si ir más al sur pondría en peligro su barco y su tripulación. «¿Cuánto vas a alejarte, capitán Sutherland?»
Levantó las cejas sorprendida. Sutherland se proponía ir mucho más lejos de lo que su padre se había atrevido a ir jamás.
La ruta que había trazado era un suicidio, pues casi se adentraba en el Antártico para acortar así el tiempo que se tardaba en llegar a Sydney. Lo habría leído mal. Esa era la única explicación.
—No intentes leer eso —le aconsejó él—. Sólo te dará dolor de cabeza.
Nicole entrecerró los ojos. Había aprendido a dibujar cartas de navegación a la vez que a contar, y tuvo que controlarse para no señalar con un dedo uno de aquellos números; estaba equivocado y ella se moría de ganas de restregárselo por la cara. Pero lo mejor sería que lo dejara tal como estaba, al fin y al cabo, ese error lo perjudicaría en la carrera. Pero eso sería actuar a sangre fría, y aquello no era un juego de niños. Si él no estaba a la altura, lo derrotarían.
Al ver que ella seguía en silencio, Derek escrutó su rostro y dijo:
—Es una ruta, un mapa del camino que voy a seguir con mi barco en mi próximo viaje.
«¿De verdad se lo había explicado tan despacio?»
Nicole se clavó las uñas en las palmas de las manos para no decirle lo que pensaba de su arrogancia, y sonrió como si estuviera impresionada con su sabiduría. Pero cuando él se le acercó, de ese modo lento y sensual que le aceleraba el pulso, cualquier pensamiento sobre la carrera desapareció de su mente.
Llegó a su lado y se detuvo tan cerca que ella tenía que mantenerse inmóvil para evitar tocarle. Nicole entrecerró los párpados. ¿Volvería a besarla? ¿Quería ella que aquellos labios volvieran a tocarla de nuevo? Durante un par de segundos no pasó nada.
Al sentir que él la rozaba con el brazo para alcanzar una botella de brandy, Nicole abrió los ojos de golpe. Rezó para que él no se hubiera dado cuenta de lo dispuesta que estaba a rendirse y se riñó a sí misma por haber vuelto a caer presa de sus encantos. Sutherland no era un buen hombre. Era el típico seductor. Y estaba convencido de que todo, incluso ella, podía comprarse.
Por lo que a Nicole respectaba, podía pasarse toda la noche pegado a esa botella, ya que ella no tenía intención de permitir que volviera a abrazarla de nuevo. Como si supiera lo que estaba pensando, Derek se llenó una lujosa copa y la vació de dos largos tragos.
Inclinó la botella hacia ella y, a desgana, le ofreció un poco. Nicole no pudo discernir si esa reticencia se debía a que estaba convencido de que ella no iba a aceptar o a que no tenía ninguna intención de compartir el licor. En cualquier caso, sacudió la cabeza para indicarle que no, y al hacerlo se mareó un poco.
Tal vez debería haber aceptado, pensó Nicole al darse cuenta de lo cansada y congelada que estaba. Temblando, se abrazó a sí misma apretando la tela del abrigo contra su cuerpo.
—Estás helada —constató él dejando la copa y acercándose a un armario.
—Eso parece —confesó ella—. Soy muy friolera.
Esa conversación fue tan fluida, que Nicole pensó qué pasaría cuando la realidad volviera a golpearla. Pensar en el mañana era como echar un manto sobre todos los sentimientos que él le provocaba, y aún no había decidido si tenía ganas de que volviera a besarla o si, de lo contrario, prefería desmayarse y dormir un rato.
Derek cerró el armario y le tiró una manta. Nicole estaba tan dolorida que le costó reaccionar, pero consiguió atraparla al vuelo. Sutherland frunció el cejo y, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo, se la arrebató de las manos. Sin decir nada, le quitó el abrigo empapado y la envolvió con la manta como si fuera una muñeca.
La miró de arriba abajo y, al llegar a los pies, se detuvo:
—Bueno, ahora que ya he empezado con esta locura... —farfulló entre dientes agachándose para sacarle las destrozadas botas.
Para no caerse, Nicole apoyó las manos en sus anchos y fuertes hombros y tuvo que forzarse para no acariciarle los marcados músculos.
Le quitó una bota y entrecerró los ojos. La acercó a una lámpara y ambos vieron que estaba completamente empapada de sangre.
—¿Estás herida? —gruñó él apresurándose a quitarle la otra.
—Esa... esa sangre no es mía. —Sólo de pensar en de dónde procedía, y en la huida, se le ponían los pelos de punta.
Derek levantó las cejas sorprendido y le observó el rostro con detenimiento antes de continuar con su tarea. Cuando la despojó de las medias y dejó sus pies al descubierto sobre aquella mullida alfombra, Nicole sintió vergüenza. Pero estoica, siguió sin resistirse, pues sabía que necesitaba su ayuda. Derek se acercó a su armario y regresó con unos gruesos calcetines de lana. Ella no era consciente de que tuviera los pies tan fríos, pero sólo de ver esos calcetines todo su cuerpo se impacientó por ponérselos.
Derek se los colocó sin ningún miramiento, mientras ella cerraba los ojos agradecida.
—Es tan agradable... —susurró Nicole. Al oír el sensual tono de su propia voz, abrió los ojos de inmediato. ¿Desde cuándo podía hablar así?
Derek la miró intrigado y luego se levantó de golpe. Como si tuviera que justificarse, dijo:
—Tenías los pies como el hielo.
Nicole asintió despacio y sintió que el cansancio estaba a punto de vencerla. Inspiró tan hondo que se tambaleó. A cada momento que pasaba le costaba más mantener los ojos abiertos.
En los ojos de Derek brilló algo muy parecido a la resignación y, con las manos en su espalda, la guió hacia la cama.
—Vamos. Estás agotada.
—Oh. No, no puedo. No debo.
Al ver que ella se resistía, añadió:
—No te haré daño.
Nicole le miró a los ojos y quería decirle que de ningún modo podía acostarse en su cama, pero de su boca no salió ni una palabra. Sintió que le raqueaban las piernas. Seguro que asistir a aquel maldito colegio la había ablandado, porque apenas un segundo más tarde, se derrumbó en el lecho. Aturdida por su propia debilidad, se acurrucó en la cama de Sutherland.
—¿Estarás bien?
—Sí. ¿No? —susurró ella—. Sólo estoy cansada.
—Te ha venido toda la fatiga de golpe, así que descansa un poco. Luego ya hablaremos sobre los hombres que te perseguían —dijo Sutherland acariciándole el hombro con un tono de voz ni amenazante ni amable. Se lo apretó levemente una vez, como para decirle que se quedase allí tranquila, y luego la soltó para poder acercarse a una palangana. Regresó con un paño húmedo y empezó a limpiarle las magulladas manos.
Nicole miró cómo Derek le limpiaba a continuación la suciedad de la cara; no sabía si podía confiar en él pero no tenía más remedio. Le observó atentamente por última vez sin aclarar nada. Su cara era tan inexpresiva que parecía esculpida en mármol. A desgana, cerró los ojos y, en sueños, creyó oír decir a un incrédulo Sutherland:
—Tiene los ojos azules.
Derek no bebió tanto como tenía previsto y se quedó sentado junto a la cama, observando a la chica que descansaba en ella. Ni por asomo se hubiera imaginado así su primera noche juntos. El prefería acostarse con una mujer lo antes posible para así volver a quedarse solo, pero aquella chica estaba asustada y seguro que también con problemas serios. Sin embargo, a pesar de todo, aún no se había resignado a que se pasara toda la noche durmiendo.
Si era sincero consigo mismo, tenía que reconocer que se había sentido orgulloso de superar su consabido egoísmo y haber ayudado a otra persona. Pero no tenía ni idea de por qué se había decidido por una prostituta. Seguro que el alcohol le estaba afectando al cerebro; aquella chica era malcarada y con carácter, y él sólo se relacionaba con mujeres por razones físicas.
En cambio, había decidido inmiscuirse en los problemas de una joven prostituta. Como si no tuviera bastante con los suyos.
Lo que era aún más impactante era ese extraño instinto de protección que lo dominaba. Quería matar a los tipos que la perseguían. Ella les había plantado cara, y seguro que gracias a ello había sobrevivido. Maldita fuera, si incluso había conseguido herir a uno de ellos.
Él en cambio se había rendido ante sus problemas con demasiada facilidad y que aquella chica fuera una luchadora lo tenía fascinado.
Y, por raro que pareciera, no se comportaba como una prostituta. Nada de insinuaciones ni sonrisas estudiadas. Lo había besado despertando sentimientos que ya creía olvidados, pero había vuelto a su camarote en contra de su voluntad. Lo desconcertaba tanto, que se sirvió otra copa. Aquella pequeña chica había conseguido hacerlo sentir incómodo en su propio barco.
Derek no entendía por qué ella no había intentado seducirle, así al menos él habría sabido cómo reaccionar. En cambio, se había limitado a mirarlo curiosa hasta que los cansados párpados le habían cubierto los oscuros ojos azules quedándose dormida.
En el preciso instante en que vio que ella se sumía en el sueño, se sintió aliviado. Todo aquello era una locura. Y lo único que había sacado en claro de esa noche era que se moría de ganas de poseerla. Quería hundirse en ella por ver si toda aquella dulzura podía apaciguarle. Maldición, la reacción de ella había sido increíble.
Intentó sacarse esa imagen de la cabeza y vació la copa. Tal como iban las cosas, seguro que la chica iba a pasar la noche en su cama. Sólo de pensarlo le dolió todo el cuerpo. Él no solía hacer esas cosas. De hecho, no lo había hecho nunca.
Se acercó a ella para despertarla, pero al colocarle la mano encima del hombro se detuvo. Estaba profundamente dormida desde hacía horas. Tenía la piel del color de la porcelana y la única imperfección eran las ojeras que en esos momentos se escondían tras sus pestañas. Si no podía despertarla, ¿dónde se suponía que tenía que dormir él?
Se quedó mirándola durante unos minutos. Seguro que no pasaría nada si dormía a su lado hasta el amanecer. ¡Tampoco había para tanto, maldita fuera!
Decidido, se quitó las botas, se desnudó y se tumbó a su lado. El cuerpo de la chica desprendía calor y, al acercarse a ella, Derek se relajó un poco. Como si tuviera voluntad propia, su brazo decidió rodearla por la cintura y aproximarla a él.
Sin saber por qué, sentía que tenía que protegerla y, en algún recóndito lugar de su interior, eso lo hizo sentir bueno y valiente, aunque sólo fuera durante unas horas. Se apretó junto a ella e inhaló el aroma de su pelo.
Casi era feliz. O lo fue hasta que se sintió incómodo por haberse desnudado. No era que de repente sintiera vergüenza, sino que estaba convencido de que su desnudez iba a incomodarla. Un pensamiento ridículo, teniendo en cuenta que lo más probable era que aquella chica durmiera todas las noches con algún hombre en su cama.
Lo último que pensó antes de quedarse dormido fue lo mucho que eso le molestaba.
Al sentir un cálido rayo de luz en el rostro, Nicole se despertó aturdida. En el mismo instante en que entreabrió los ojos, vio el moreno brazo que la rodeaba por la cintura.
Estaba en la cama del capitán Sutherland y él la estaba abrazando.
Despacio, volvió la cabeza. Se le veía inofensivo dormido como estaba pero, después de lo sucedido dos noches atrás, sabía que no podía confiarse. Nicole sintió una emoción que iba más allá de la atracción física, y que nunca antes había sentido por nadie.
Se obligó a apartar la vista y a mirar su propio cuerpo hasta estar segura de que iba vestida. Llevaba la camisa, los pantalones... y de repente se sonrojó. Sutherland estaba apretado contra su espalda. O al menos una parte muy dura de él lo estaba. Al parecer, aunque iba vestida..., él seguía sintiéndose atraído por ella.
Estaba en la cama del capitán Sutherland y él la estaba abrazando. Desnudo.
Se asustó. Antes de dormirse estaba demasiado desorientada, y sólo había aceptado sus caricias porque se sentía agradecida. ¿No? Pero ¿qué haría ahora si él se despertaba y volvía a acariciarle los pechos? ¿Si la acercaba a su cuerpo desnudo? Sabía cuál era la respuesta a esas preguntas y se dijo a sí misma que no podía seguir allí ni un minuto más.
Además, seguro que su padre ya la estaría buscando, y habría empezado a interrogar a aquellos que creyera que podían saber algo. Tenía que salir de allí y regresar a su barco. Pero el brazo de Derek la sujetaba como si no quisiera separarse nunca de ella. Despacio, Nicole lo apartó sin atreverse a respirar, hasta dejarlo descansando encima de la cama.
Sonrió satisfecha, pero de golpe él farfulló algo en sueños sobresaltándola. Después de lo que pareció una eternidad, Derek volvió a respirar profundamente y Nicole se atrevió a deslizarse hacia el suelo.
A cada paso que daba le dolía todo el cuerpo pero consiguió encontrar sus medias, aunque, dado que aún estaban húmedas, optó por ponerse las botas encima de los mullidos calcetines de lana que él le había prestado.
Ya vestida, se alejó de él y de las ganas que tenía de volver a tumbarse a su lado y abrazarle.
Estaba junto a la puerta cuando desvió la mirada hacia el escritorio. Los cálculos. ¿Podía dejarlos como estaban con su error? Sutherland hubiera podido hacer con ella lo que hubiera querido durante la noche y, a pesar de ello, no la había lastimado. No, al contrario, le había salvado la vida.
Tan rápido como pudo, volvió a repasar los números. En pocos segundos dio con el error, lo corrigió y salió de la cabina saludando a dos de los hombres de Sutherland.
No se había ni alejado un paso del Southern Cross cuando un grupo de marinos del barco de su padre dio con ella. La rodearon todos a la vez y empezaron a hacer gestos obscenos hacia la tripulación del Southern Cross. Media hora más tarde, se la entregaron a su padre contándole dónde había pasado la noche. Lassiter se quedó lívido y, a juzgar por las caras del resto de los hombres allí presentes, no era el único.
El hombre carraspeó, y los alborotadores marinos se callaron por fin. Por suerte, parecía capaz de controlarse.
—Sé que estás cansada —dijo, con furia contenida, observando la fatiga que reflejaba su rostro—, pero necesito saber qué diablos sucedió anoche.
—Estoy agotada...
—Por favor, necesito saber qué pasó antes de dejar que te acuestes.
Nicole suspiró, pero al oler el aroma de café que impregnaba la habitación, se emocionó. Se habían pasado toda la noche despiertos, buscándola. Intentó centrar el relato en el ataque al barco, pero su padre insistía en que le contara qué pintaba Sutherland en todo aquello.
Al ver a Chancey, el enorme irlandés que era como su segundo padre, entrar en la habitación, Nicole creyó que iba a echarle un cable. Lo miró a los ojos, pero él se limitó a sentarse en la silla que había justo al lado de la de su padre dejándole claro de qué bando estaba.
Atrapada, optó por decirles que había acudido a Sutherland en un intento desesperado de conseguir ayuda. De no haber sido por él, subrayó enfáticamente, ahora no estaría allí con ellos; y él no había hecho nada, nada en absoluto, que dañara su reputación. A pesar de todo, su padre parecía preocupado por que ella hubiera pasado la noche en su barco. A Nicole se le pusieron los nervios de punta al verle apretar los puños paseándose intranquilo por el camarote.
—Dios, ¿en qué estabas pensando para aceptar ir a su barco? —exigió saber Lassiter por enésima vez.
Nicole no quería ni imaginar lo que su padre sería capaz de hacer si se enteraba de que él se la había llevado a la fuerza. Optó por ser sincera.
—Tenía miedo de que esos dos tipos volvieran a encontrarme. Creí que con Sutherland estaría a salvo.
—Se me ocurren muchas cosas que Sutherland puede hacer para que no estés a salvo —farfulló Lassiter entre dientes mirando a Chancey, que asintió cruzando los brazos delante del pecho—. Pero teniendo en cuenta lo que pretendían esos dos —continuó—, es probable que tomaras la decisión acertada. Pero lo que no logro entender es, ¿por qué él aceptó ayudarte? Ese hombre es un depravado, no es ningún príncipe valiente.
—Ya lo sé, y no cometeré dos veces el mismo error —prometió ella ya exasperada.
—No puedo creer que hayas pasado la noche con él —se dijo Lassiter a sí mismo antes de volver a mirarla—. ¿Estás segura de que no te ha comprometido?
«Increíble.» Nicole le miró a los ojos.
—Por última vez, padre, no, no me ha comprometido. Sutherland no me ha hecho nada. —Al ver que su padre iba a decir algo más, prosiguió—: Lo que quiero saber es si, tras el ataque de anoche, esos hombres consiguieron dañar el barco.
Lassiter se detuvo para decidir si le permitía cambiar de tema. Luego asintió con la cabeza y respondió:
—Antes de que tú los sorprendieras, esos tipos llevaban horas en la Bella Nicola. Pero son sólo unos esbirros a las órdenes de alguien mucho más peligroso.
Se sentó en el borde de la silla, aunque, apenas unos segundos más tarde, volvía a pasearse nervioso.
—El contacto con el que me reuní ayer por la noche no quiso darme su nombre, pero me dejó claro que el cerebro de la operación es alguien importante. Probablemente algún noble. También me dijo que yo soy su principal objetivo. Chancey y yo hemos reducido la lista de posibles candidatos a unos pocos, pero ninguno de ellos me parece capaz de recurrir a la violencia.
A Nicole se le ocurrió una idea y levantó la cabeza.
—¿Qué les pasó a los guardas?
—Les dejaron KO. Ahora mismo tienen peor aspecto que tú, créeme. —Lassiter volvió a sentarse y a levantarse en cuestión de segundos—. Se sienten fatal por lo ocurrido.
Nicole asintió ausente, perdida en sus propios pensamientos.
—Nicole, no estarás pensando en Sutherland, ¿no?
Levantó la vista de golpe y su rubor la traicionó.
Su padre volvió a sentarse, esta vez derrotado, y abrió la boca para hablar, pero la cerró sin decir nada. Se pasó las manos por la cara y procedió a explicarle:
—Sutherland es el peor hombre que conozco. Puedo entender que estuvieras asustada, al fin y al cabo has tenido una noche horrible, pero a partir de ahora tienes que alejarte de los hombres como él. Ya no eres una niña.
—Por supuesto, papá.
Lassiter respiró hondo y se levantó para acercársele. Le colocó una mano en la cabeza y le habló en voz baja; los allí presentes creyeron que estaba tranquilo, pero en realidad trataba de ocultar sus sentimientos.
—Vete a dormir. Tengo a la mitad de la tripulación, incluido a Chancey, apostada delante de tu camarote, así que no tengas miedo. Esos dos hombres no van a regresar.
Nicole sabía que su padre no tardaría en ir a buscar a Sutherland. No en vano, tenía que averiguar quién había contratado a los matones.
—¿Qué le vas a hacer? —le preguntó intentando disimular la preocupación que reflejaban sus ojos.
Su padre la miró como si no entendiera la pregunta, pero al ver que ella fruncía el cejo le sonrió y contestó:
—Nic, me limitaré a darle las gracias y a asegurarme de que entiende que su barco no es lugar para una joven dama como tú. —La sonrisa desapareció de sus labios como si nunca hubiera estado allí—. Y le diré que, si vuelve a acercarse a ti, tendrá que afrontar... graves consecuencias.
Dicho esto, Lassiter salió de la habitación hecho una furia. Nicole no era estúpida. La idea que tenía su padre sobre «charlar» con Sutherland consistía en insultarlo mientras se peleaba con él a puñetazos. Se trataba de un hombre con mucho carácter, y temía que Sutherland pudiese hacerle daño. Aunque nadie quisiera reconocerlo, la noche anterior él le había salvado la vida, y ella no quería que pagara por ello. Y, por otra parte, por desgracia para su padre, Nicole sabía que éste tenía las de perder.
Al ver que Chancey se acercaba a ella para asegurarse con sus propios ojos de que estaba ilesa, Nicole se resignó a no descansar. Era obvio que estaba preocupado y, al ver cómo fruncía el cejo, intentó esbozar una sonrisa para tranquilizarlo. Pero el hombre la conocía lo bastante bien como para saber que dicha sonrisa era fingida, sin embargo no pudo hacer más; estaba nerviosa, y así seguiría hasta que su padre regresara. Intentó imaginar lo que pasaría, pero de repente se dio cuenta de que Chancey le estaba mirando los pies, y los enormes calcetines que sobresalían de sus botas.
—¡Dios santo, Nic! ¿De quién son los calcetines que llevas puestos?