CAPÍTULO 3
A DEREK no lo sorprendía nada. Solía esperar siempre lo peor, tanto de la situación como de las personas, y así nunca se decepcionaba. Pero en el instante en que se dio cuenta de que el chico que se escondía debajo de aquel abrigo era la chica de la taberna, todo su interior se descontroló por completo.
Y el exterior. Estaba tan excitado, que parecía un animal en celo a punto de aparearse. No sabía si estaba más sorprendido por haber encontrado de nuevo a su prostituta o por cómo estaba reaccionando ante ella.
La muchacha también se había quedado estupefacta al ver que él se la colocaba sobre el hombro con el trasero apuntando hacia el cielo y la cara aplastada contra su espalda. Y no tardó mucho en volver a darle patadas y puñetazos con la misma fuerza que antes.
—¡Bájame ya! —le ordenó marcando cada palabra con una patada—¡Suéltame ahora mismo!
Derek se burló de los fútiles intentos de ella por escapar. Pero mientras estaba riéndose, una punzada de dolor le atravesó la espalda: la valquiria le había clavado su pequeña dentadura.
—¿Qué diablos te pasa? —Aflojó un poco su abrazo—. Maldita sea, estoy intentando ayudarte. No veo a esos hombres merodeando por aquí, pero eso no significa que se hayan ido. —Nicole se calmó un poco y, al ver que lo escuchaba, Derek continuó—: Voy a llevarte a un lugar seguro, y con tus golpes lo único que conseguirás será prolongar algo que de todos modos es inevitable.
—Está bien. Me quedaré quieta. Por ahora —dijo ella de mala gana.
Al ver que ella quería mantener su dignidad a pesar de estar siendo transportada como un saco de patatas, Derek esbozó una sonrisa. Pero al llegar a la esquina volvió a ponerse alerta. Cuando se convenció de que aquellos tipos habían tomado otra dirección, dio la vuelta y se dirigió al Southern Cross,
—Puedes dejarme en el suelo. No me escaparé —dijo la chica, seguramente harta de balancearse a cada paso que daba. Debería soltarla y dejar que caminara, pero no quería que volviera a escapársele. No hasta que le hubiera explicado un par de cosas.
—Así iremos más rápido. —Tras pensar unos segundos, añadió—: ¿No estás cansada?
En su espalda sintió cómo ella respiraba hondo y soltaba el aliento.
—Sí —reconoció reticente.
Al caer en la cuenta de que aquellos hombres estaban persiguiendo a aquella pequeña e indefensa chica, Derek se puso furioso. Y aún se enfadó más al recordar que había estado a punto de permitir que le hicieran daño.
—¿Quiénes eran esos hombres que te perseguían? ¿Y por qué lo hacían?
—No es asunto tuyo —respondió ella a la defensiva.
—Puesto que acabo de salvarte el trasero, diría que sí lo es.
Al ver que no respondía, la zarandeó un poquito.
—Dímelo.
—Si pretendes hacerme temblar, tendrás que sacudirme mucho más fuerte. Y como sé que no eres de ésos... lo mejor será que no perdamos más el tiempo y que me sueltes —dijo ella hablándole a su espalda.
Es que estaba... ¿provocándole?
—Yo no contaría con ello, cariño. —Su ira, siempre considerable, empezaba a crecer—. Es evidente que no tienes suficiente sentido común como para temerme.
Nicole intentó apoyarse en la espalda de él e incorporarse un poco.
—¿Debería hacerlo? —preguntó con cautela.
Sin tratar de ser delicado al responderle, Derek dijo:
—Eso depende de si consigues hacerme feliz. Y ahora mismo no lo soy.
—No tienes cara de haberlo sido nunca —murmuró ella, con la mejilla recostada en su omóplato.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó él aminorando la marcha y sintiendo que ella volvía a tomar aliento para incorporarse.
—Tienes el ceño arrugado de tanto fruncir el cejo, pero sin embargo no tienes ninguna arruga alrededor de los ojos causada por la risa. Te enfadas mucho y ríes muy poco. Me apuesto lo que quieras a que ahora mismo estás furioso.
Maldita sea, sí lo estaba. Odiaba que la gente lo analizara.
—No sabes nada de mí...
—Te equivocas, sé que no te ríes.
«Basta.» Se agachó como si fuera a tirarla al suelo.
—¡Eh! —gritó ella moviendo los brazos, pero él la sujetó antes de que se cayese.
Nicole intentó recuperar el equilibrio y cuando lo hubo logrado se apartó de la cara su espesa melena. Con expresión dolida, le preguntó confusa:
—¿Por qué has hecho eso?
El abrió la boca para contestar y luego volvió a cerrarla. Aquella chica tenía un pelo impresionante. Le cogió unos mechones y, bajo la luz de la luna, no podía distinguir si eran rojos o dorados. Enmarcaban a la perfección aquel rostro de muñeca y su esbelto cuello. Los labios de Derek se morían de ganas de besar ese cuello...
Ante tales pensamientos, sacudió la cabeza.
—No estoy del todo convencido de que deba llevarte a un lugar seguro. Tienes una lengua viperina y careces totalmente de gratitud. Deberías estar en el Sirena.
—Tú —replicó ella levantando la barbilla— estabas lo mismo que yo. ¿O es que estabas tan borracho que ya lo has olvidado?
—Señorita, te estás... —empezó a decir, pero vio que ella desviaba la vista hacia un ruido procedente del callejón. Se le desencajó la cara y empezó a temblar. A pesar de que le había plantado cara, estaba muerta de miedo.
Antes de que echara a correr, Derek la cogió por la cintura y volvió a colocársela encima del hombro. Se encaminó hacia su barco sintiéndose extrañamente satisfecho por tenerla en sus brazos.
No sabía qué tenía aquella chica que lo hacía sentir así. Tal vez fuera que le miraba como nunca antes ninguna chica del Sirena lo había mirado, efectivamente como una sirena.
Como si fuera a morirse si él no le hacía el amor.
Derek se dijo a sí mismo que el único motivo por el que había querido volver a verla era para satisfacer su curiosidad. Quería saber por qué una chica tan joven, y que vendía su cuerpo en el Sirena, por no mencionar que estaba con Lassiter, lo había mirado de aquel modo. Primero con deseo y luego con furia.
Además, necesitaba saber si él era capaz de sentir de nuevo aquel enorme deseo, o si lo que había experimentado había sido sólo un espejismo producto de la bebida.
No había sido la bebida.
¿Qué le estaba pasando? Aquella chica era una prostituta descarada que confraternizaba con su peor enemigo. Y su aspecto era de lo más curioso. Tenía unos enormes ojos castaños, demasiado oscuros y demasiado grandes para su pequeño rostro de niña, que contrastaba con sus sensuales labios. Era como si un pintor, ávido y loco, se hubiera dedicado a pintar sus ojos y su melena, mientras otro, más delicado, se hubiera esmerado en dibujar sus perfectos labios...
La chica volvió a moverse. Seguro que a esas alturas había llegado a la conclusión de que él era peligroso y, en consecuencia, había empezado a luchar de nuevo para intentar soltarse. Pesaba tan poco, que pudo refrenarla con facilidad.
De repente, sus manos se convirtieron en puños y le golpeó la espalda. Tenía más fuerza de la que creía, pero Derek siguió impertérrito su camino. Lo único que consiguió Nicole fue que él le diera un par de palmaditas en el trasero que, al llevar pantalones, le quedaba tan desprotegido.
—¡Tú! Oooh, no puedes...
Él descansó la mano allí.
—Es evidente que sí puedo —contestó él repitiendo las palabras que ella había elegido. Nicole gritó indignada y Derek no pudo evitar sonreír.
Entonces fue él quien se sorprendió, pues ella empezó a insultarlo y con unas palabras que ni el más soez de los marinos conocía. Pero lo que más le sorprendió no fue que conociera esa jerga ni la rabia con que las decía. Al fin y al cabo, era de esperar, teniendo en cuenta de dónde procedía.
No, lo que le sorprendió fue que no tenía el acento propio de las clases bajas, y cuanto más se enfadaba, más precisa era cada sílaba y menos se ajustaba a la idea que él se había hecho. En realidad, Derek no acertaba a situar de dónde procedía ese acento. Sin embargo, una cosa sí podía asegurar: era un acento culto y ella parecía muy afrentada.
Descartó sus reparos. Él mismo la había visto en aquella taberna llena de prostitutas e irse de allí con un hombre que le doblaba la edad. No podía decirse que eso fuera el comportamiento de una dama.
Fuera quien fuese, iba a acostarse con ella una y otra vez, y ya averiguaría la verdad más tarde. Las cosas no podían pintar mejor. Faltaban cinco días para que empezara la carrera. Tenía tiempo de sobra para disfrutar de la chica.
Y cuando lo hubiera hecho, le pasaría lo de siempre... se cansaría de ella y partiría rumbo al mar.
Con Nicole todavía sobre su hombro, el capitán Sutherland subió a bordo de su barco y saludó a los dos guardas que, atónitos, le devolvieron el saludo. A Nicole no le gustaba nada que él la llevara de un modo tan poco digno, pero ver el Southern Cross bastó para que se quedara sin aliento y dejara de insultarle durante unos segundos. Ella nunca había estado tan cerca del navío de Derek, y la embarcación la dejó sin habla.
Ella siempre se había burlado de la idea de que un capitán suele parecerse a su barco, pero el Southern Cross era tan enorme, oscuro e impresionante que la idea adquiría sentido. Era un barco duro y lleno de aristas.
Y prohibido.
Justo cuando decidió que intentaría escaparse de nuevo, Sutherland llegó a la escalerilla, la depositó en el suelo y la miró como si estuviera planteándose qué hacer con ella. Por fin, dijo:
—Baja.
Nicole negó con la mirada. Por supuesto que no iba a bajar. ¿Acaso creía que estaba loca? No sabía por qué la había llevado a su barco, no sabía si él había descubierto quién era ella en realidad, y, lo que era más importante, no le gustaba que le dieran órdenes, en especial un hombre como él. Iba a abrir la boca para decir «No, gracias», cuando él ordenó.
—Hazlo.
—No.
—¿No?
Por el modo en que la miró, vio que no estaba acostumbrado a escuchar esa palabra.
—N-O —deletreó Nicole—. No hasta que me digas por qué me has traído...
—¡Ahora! —gritó, y a Nicole se le fueron las ganas de discutir. Al oír su tono de voz bajó disparada hacia el vientre del navío.
No la había asustado, se dijo a sí misma; sólo la había sorprendido.
Él la siguió despacio, con cautela. Se agachó un poco para esquivar una viga del techo y Nicole constató lo alto que era. Después de haberle gritado de ese modo debería tenerle miedo. Chancey, el timonel de su padre, diría que era demasiado inconsciente. Y tal vez tuviera razón, pero la verdad era que no temía a Derek.
Se le veía en la cara que era incapaz de hacerle daño. «No, lo que parece es tener ganas de devorarme.» La mirada de él le recorría el cuerpo como si fuera una caricia, y ella no podía evitar estremecerse. Esos ojos grises y oscuros, que con facilidad podían parecer crueles, la miraban sin odio. Y estaba convencida de que en su interior se escondía la promesa de algo mucho más profundo. ¿Podía ser ése el motivo de que la hubiera llevado a su barco? ¿Para besarla?
A lo largo de su vida, Nicole se había expuesto a muchos castigos por hacer cosas prohibidas. Y si besar a Sutherland no era algo prohibido...
Irracionalmente, una parte de ella se moría de ganas de que eso sucediera. Pero era una locura. Sutherland era un seductor que, con toda probabilidad, se había acostado con legiones de bellas mujeres, ¿por qué iba a desearla a ella, que carecía de curvas y no cumplía con los cánones de belleza?
Nicole se apartó, en un ridículo intento por mantener la distancia entre ellos. Pasó por delante de una puerta y no pudo evitar mirar dentro. Hizo lo mismo con la de al lado y con la siguiente, absorbiendo todos los detalles del barco.
Derek vio la avidez que había en sus ojos y, creyendo entender lo que la preocupaba, intentó tranquilizarla en voz baja:
—Tranquila, cariño. No me gusta compartir. Yo seré el único que estará contigo esta noche. Aparte de los guardas que has visto en cubierta, tenemos todo el barco para nosotros solos. —Se acercó a ella para apartarle un mechón de la cara—. Te recompensaré bien.
¿Recompensarla? Se le pasó una idea por la mente, pero la descartó de inmediato.
Fuera lo que fuese lo que él viera en su rostro le hizo entrecerrar los ojos.
—Te lo advierto —dijo amenazante—. No juegues conmigo.
Nicole entreabrió los labios confusa. No sabía de qué estaba hablando ni por qué estaba tan enfadado.
La cogió por el brazo.
—¿Por qué te estaban siguiendo?
—¿Por qué me has traído aquí? —replicó ella tirando de su brazo para soltarse.
Él se limitó a sonreír.
—Te he traído aquí porque te deseo.
Bueno, eso lo explicaba todo y nada al mismo tiempo. Nicole tenía que saber la verdad.
—¿Por qué?
Los ojos de Derek brillaron furiosos y ella se encogió interiormente. Antes de que pudiera formular otra pregunta, él le asió la cabeza con ambas manos.
—¿Por qué? Por esto.
Se la acercó hasta encontrar sus labios.
Nicole se resistió y le empujó, más por instinto que por querer realmente apartarse de él. Pero entonces él deslizó la mano por debajo de su pelo. No podía recordar que nunca nadie le hubiera acariciado la nuca y era una sensación tan desconocida, tan agradable, que se quedó quieta.
Derek debió de darse cuenta de que se había rendido y sus labios buscaron los suyos con más insistencia. Sin poderlo evitar, el cuerpo de Nicole se derretía. Le acariciaba la boca con la lengua, exigiendo entrar, excitando su curiosidad. «La curiosidad mató al gato, Nicole.»
«Pero qué manera de morir...»
Con descaro, obedeció su muda petición y separó los labios. Derek le recorrió la lengua con la suya y esos sentimientos volvieron a resurgir: calientes, líquidos e innegables. A él se le aceleró la respiración. Ella podía sentir su pesada erección contra su vientre, oh Dios, Derek se apretaba contra ella y Nicole no pudo evitar gemir y echar la cabeza hacia atrás atónita y presa del placer al mismo tiempo. No podía permitir que la tocara de ese modo. Debería detenerle... Pero su cuerpo ansiaba estar cerca de él. Le dolían los pechos. Y, en la lucha que mantenían el deseo y el sentido común, venció el primero. Y la gobernó por completo.
Le puso las manos en los hombros y se alzó de puntillas para acercarse más a él, para acomodarse dentro de sus brazos. Al sentir cómo sus pechos entraban en contacto con su torso, empezó a temblar. Tenía tantas ganas de sentirlo contra su cuerpo que hasta su propia piel la molestaba. ¿Aquellos gemidos los estaba haciendo ella?
Derek profirió una maldición y la soltó apartándose de ella al mismo tiempo.
—Esto va a acabar antes de tiempo —dijo con voz entrecortada. Estaba sin aliento y cuando se pasó la mano por la nuca, Nicole vio que él mismo estaba sorprendido por ello.
La miró intrigado y, a pesar de que estaba tenso como el cabo de una vela, Nicole sabía que le había gustado besarla. Se pasó la lengua por los labios y al darse cuenta de que aún notaba su sabor se los tapó con una mano, maravillada de poder sentir todavía sus besos.
La chica le miró los labios y se quedó fascinada de que, a pesar de que parecían esculpidos en piedra, fueran tan suaves y cálidos. Todo él la fascinaba, incluido su comportamiento. Y sabía que aún había más cosas que tendrían el mismo efecto.
Permanecía allí de pie, quieta, incapaz de apartar la mirada. A pesar de que él era su enemigo, sus besos habían logrado que olvidara ese detalle. Aunque sólo fuera por una noche. Con él podría descubrir todas esas cosas de las que hablaban sus compañeras de clase a escondidas.
—Dime cómo te llamas.
¡Un momento! Así pues, Sutherland no sabía quién era. Nicole tardó demasiado en contestar.
—No te preocupes, no espero que me digas tu auténtico nombre... pero estoy convencido de que tienes un nombre artístico.
¿Un nombre artístico? ¿Qué diablos...? El había vuelto a enfadarse y Nicole decidió que no quería preguntarle nada más.
—Christina. Me llamo Christina —contestó, utilizando su segundo nombre.
¿Eso le hacía gracia? Nicole tuvo la impresión de que su «nombre artístico» no era para nada lo que él esperaba.
Ella sabía que era incapaz de inventarse una excusa plausible sobre por qué aquellos hombres la estaban persiguiendo y no verse obligada a revelarle su identidad. En especial si en lo único que podía pensar era en los labios de Derek. Nerviosa, se forzó a respirar hondo y trató de esbozar una sonrisa convincente, a pesar de que no tenía ganas de hacerlo.
Derek le miró a los ojos hasta que su mirada descendió hasta esa sonrisa. Fuera lo que fuese lo que vio en ella, volvió a hundir los dedos en la melena y a desrizarlos luego por su cuello hasta que le acarició los pechos con los nudillos. Nicole abrió los ojos. Le cogió las muñecas para detenerle, pero pronto se arrepintió de ello.
Sin embargo, él se soltó de sus restrictivos dedos y le cogió las manos para colocárselas encima de su torso y proseguir luego con sus caricias. Nicole estaba tan sorprendida de lo que le estaba haciendo como de lo que ella estaba sintiendo. Notó cómo los tensos músculos de él se movían debajo de sus dedos y cómo, con sus caricias prohibidas, la hacía estremecer.
Nicole, con los ojos entrecerrados, bajó la vista hacia las manos de Derek. Él no se comportaba como los borrachos y mugrientos hombres que ella había visto en el puerto. Él... la seducía. Miraba como hipnotizado sus propias manos mientras la acariciaban y parecía fascinado de que los pechos de Nicole se excitaran tanto. Cuando Derek le acarició los costados y con sus grandes pulgares dibujó sus pechos, Nicole apretó los párpados con fuerza.
—Tu sonrisa es capaz de poner a un hombre de rodillas, pero seguro que eso ya lo sabes —murmuró él serio—. Esta noche vas a ser mía, y te haré sonreír de placer. —Se agachó y volvió a besarla con ternura, como si quisiera advertirla de la posesión que se avecinaba.
Nicole se perdió en ese beso como si fuera una caricia. Derek parecía hambriento, desesperado por estar con ella, como si no pudiera controlar sus reacciones estando a su lado, y eso hacía que Nicole tuviera aún más ganas de estar con él. El fuego y el placer se agolpaban en cada parte de su cuerpo que le acariciaba; los pechos, el vientre, las piernas.
Ella se sujetaba sin fuerza de las solapas de su abrigo, sin ser consciente de que así se acercaba a su cuerpo del mismo modo en que él la había acercado antes. Derek respondió sujetándola con fuerza de las caderas. Nicole sintió que necesitaba algo, algo que no sabía que existiera. De repente, la mano del hombre empezó a descender, prendiendo fuego a su muslo justo antes de emprender el camino de regreso centímetro a centímetro. ¿Qué estaba haciendo con la otra mano en los pantalones?
Nicole estaba experimentando demasiadas cosas; ni en sus sueños había llegado nunca tan lejos. Aquel hombre era demasiado para ella. Se puso alerta y recurrió al último ápice de sentido común que le quedaba. Aquel hombre era Sutherland. Se suponía que todo tenía que limitarse a un beso.
Dejó de abrazarle y se apartó de él. Sacudió la cabeza con fuerza. Por Dios santo, ¡aquel hombre era Sutherland! ¿Por qué se comportaba así precisamente con él? Las ansias que inundaban todo su cuerpo respondieron por ella.
Inconscientemente se pasó la lengua por los labios, como si así pudiera borrar lo que acababa de hacer. De todos los hombres del mundo era imposible que sólo se sintiera atraída de ese modo por él. Era imposible. Ningún hombre había logrado que su cuerpo se rebelara en contra de ella de semejante manera. No podía darle a un rival, a su enemigo, ese tipo de poder.
Algo parecido al miedo empezó a circularle por las venas y se dio cuenta de que mientras estaba en sus brazos habría hecho cualquier cosa que él le hubiera pedido.
Y, lo que era peor, mientras ella estaba... retozando con Sutherland, aquellos dos hombres que habían intentado sabotear su barco y hacerle daño seguían desaparecidos.
Al ver que ella se apartaba, Derek se rió sin humor y se pasó la mano por su negra melena.
—Un consejo, teniendo el trabajo que tienes, deberías como mínimo fingir que te gustan mis besos —dijo pasando por su lado y adentrándose en el pasillo.
A Nicole le costó reaccionar. Su cerebro no estaba acostumbrado al deseo, pero al final entendió por qué Derek la había llevado a su barco.
Creía que era una prostituta.
No se sintió ofendida. En absoluto. Ella tenía amistad con muchas mujeres que se ganaban la vida entregando su cuerpo a los hombres. No, lo que verdaderamente le dolió fue que ella se había pasado el día convencida de que la noche anterior, en la taberna, entre los dos se había creado una conexión especial. Por eso le había permitido que la besara y la acariciara. Pero en realidad, para él sólo era una prostituta que le había gustado más que las otras que había en la taberna.
Cuando Derek se alejó, Nicole se dio media vuelta para irse. Eso era lo que tenía que hacer. Pero no había ni llegado a la cubierta cuando empezaron a asaltarla las dudas. Aquellos hombres seguían allí fuera. Era una noche muy fría. Y estaba muy oscuro.
Se acercó a la pasarela y pasó junto a unos incómodos guardas. Intentó escudriñar el muelle, pero lo único que conseguía ver eran lúgubres callejones. El Bella Nicola quedaba lejos y no tenía dinero. ¿Y cómo podía saber si su tripulación ya había regresado?
Dudó un instante. El capitán Sutherland creía que era una prostituta. Nicole no intentó engañarse a sí misma; sabía que si iba a su camarote no saldría de allí como había entrado. Pero luego se imaginó a Pretty surgiendo a su espalda con una mueca dibujada en el rostro desde cualquier callejón.
Indecisa, se encaminó hacia el camarote luchando por entender sus emociones. Cuando entró, el rostro de Derek era indescifrable, pero juraría que por un instante se había sorprendido de verla regresar. Aunque, si así fue, logró disimularlo en seguida. Se apresuró a cerrar la puerta y a Nicole le gustó pensar que lo había hecho porque no quería que ella cambiara de opinión.
Antes de regresar al centro de la habitación, Derek se le acercó y la envolvió con su adictiva esencia. Se quitó la chaqueta y, sin prisa, la colocó encima de una silla. Nicole tuvo la sensación de que estaba jugando con ella, como si tuviera todo el tiempo del mundo para averiguar sus secretos.
A pesar de ello, estaba dispuesta a aprovechar la situación al máximo. Sí, acababa de entrar en el camarote de Derek Sutherland, y sus labios aún temblaban al recordar sus besos. Eso no era nada bueno. Pero necesitaba un lugar donde pasar la noche hasta que estuviera segura de que su tripulación había regresado al barco.
—Capitán, yo, a mi... —Tuvo que aclararse la garganta antes de poder continuar—. Me gustaría quedarme aquí un par de horas. Por protección —añadió al instante.
—¿Y por qué iba yo a protegerte?
Buena pregunta. Pero Nicole no tenía una buena respuesta.
—¿Porque te lo estoy pidiendo?
Él se quedó inmóvil y la miró. Luego, respondió con voz ronca:
—Puedes quedarte conmigo.
Nicole asintió. «Ya está. No ha sido tan difícil. He tomado la decisión acertada», se dijo a sí misma a pesar de que tras aquella mirada, su cuerpo había empezado a arder de nuevo.
Cuando esa ola de calor acabó atenazándole el estómago, pensó: «¿Quién va a protegerme de mí misma?».