CAPÍTULO 24
-NO, no hace falta —respondió Derek frotándose la nuca.
—De más de tres meses —continuó su madre.
—¿Estás segura? —preguntó él no queriendo hacerse ilusiones antes de tiempo. Ya había pasado antes por eso. Si Lydia estaba de verdad embarazada de otro hombre, su familia estaría de acuerdo con él y aceptarían el divorcio—. ¿Cómo lo sabes?
—Se le nota —dijo su madre, y como si fuera un secreto, añadió—: Y no le favorece demasiado que digamos.
—¡Mamá, por favor! —la interrumpió Grant—. Estoy convencido que Derek ya ha recibido suficiente información. Ciñámonos a los hechos. —Se dirigió a su hermano—: Tu esposa quiere disolver vuestro matrimonio para casarse con un conde extranjero. Al parecer, el hijo es suyo.
Su madre asintió y se la veía muy contenta. De hecho, parecía que tuviese que contenerse para no aplaudir.
—Ese conde tiene incluso más dinero que tú —dijo su madre, como si eso lo explicara todo. Y tratándose de Lydia, Derek supuso que así era. Ahora, aquella visita sin precedentes al barco cobraba sentido. Iba justa de dinero y seguramente quería impresionar al conde. Pobre y desgraciado tipo. Pero mejor él que Derek. Suspiró—. Casi no puedo esperar a que por fin termine esta pesadilla. Así podrás volver a casarte.
—¿Quieres que vuelva a casarme? —preguntó atónito. Ella nunca había dejado entrever tal cosa.
Su madre se detuvo a pensar.
—No. No necesariamente. Pero sabes que hace años que lucho para que hagas algo. Lo que sea. En estos últimos cinco años, lo único que he querido era que no te dejaras arrastrar por esa amargura que parecía gobernar tu vida. Ahora por fin podrás tener esos hijos que tanto deseas.
¿Siempre había sido tan transparente? ¿Sabían todos que lo que más le dolía de estar casado con Lydia era que jamás tendría hijos? Derek estaba convencido de que todos creían que lo peor eran sus infidelidades, cuando, de hecho, a él eso no le importaba en absoluto, dado que a él nunca le había gustado su esposa, y no hacía falta decir que jamás la había amado.
Sin embargo, tener hijos ya no era lo que más le preocupaba; los quería, pero no podía seguir viviendo sin Nicole.
Intentó mantener la calma, pero esas noticias hacían que el pulso le retumbara dentro de la cabeza al mismo ritmo que su corazón. Acabaría con toda aquella farsa y encontraría a Nicole. Nada se interpondría en su camino.
Decidido, les dio una cariñosa palmadita a su madre en la mano y otra en la espalda de su hermano.
—Si me disculpáis. No voy a perder ni un momento más.
Minutos más tarde, Derek estaba de pie frente a la elaborada fachada de la mansión de su esposa, fascinado por la ostentación de cada detalle. Lydia la había comprado, con el dinero de éste poco después de casarse, y no reparó en gastos a la hora de decorarla. Pero a él no le importó; estaba encantado de saber que si ella estaba allí no se la encontraría en otro lado. Si Derek regresaba de algún viaje evitaba como la peste todas sus mansiones, así como las fiestas de la alta sociedad. En los cinco años que duró su matrimonio, él sólo coincidió con Lydia en un par o tres de ocasiones.
—Buenos días, Lydia —dijo él, educado, al entrar en el salón. Estaba hermosa como siempre, y llevaba la melena negra recogida, lo que hacía resaltar sus ojos verdes. Se preguntó cómo era posible que nadie más viera la maldad que se escondía en ellos, pero bueno, al fin y al cabo, también a él había conseguido engañarlo.
Al principio, Derek quiso preguntarle por qué se había vuelto así. Pero sabía que, en el caso de Lydia, la respuesta iba a ser complicada. ¿Había sido por la avaricia de su familia? ¿O porque el hombre con el que de verdad se quería casar había muerto? Todo eso ya no le importaba, el tiempo de las preguntas había pasado.
—¿No vas a darme conversación? Perfecto. Iré directo al grano. Estás embarazada —dijo Derek señalando el pronunciado vientre—. Quiero el divorcio.
—No puedes divorciarte de mí —dijo ella riéndose a carcajadas sin humor.
—Puedo y lo haré.
—En eso te equivocas —contestó ella sonriendo y ajustándose el rico brocado de su vestido. Seguro que Derek había pagado una fortuna por él.
Él se obligó a mantener la calma. Estaba haciendo aquello para poder tener un futuro junto a Nicole, y si se enfadaba podía salirle el tiro por la culata.
—Creía que eso era lo que tú deseabas. Seguro que quieres casarte con él —dijo serio.
—De hecho —le informó Lydia—, voy a obtener la nulidad.
Derek se mantuvo inexpresivo. Lydia tomaría cualquier signo de emoción como una debilidad y lo explotaría en beneficio propio. Enarcó las cejas y fingió que no le importaba.
—¿Y en qué basarás tu petición?
—En que eres incapaz de... cumplir con tus obligaciones maritales. —Ella se contempló las uñas—. En que no eres suficiente hombre para mí.
—¿Es eso lo que le has estado diciendo a la gente?
La mujer lo miró sonriente.
—Sí —respondió satisfecha de sí misma.
Derek intentó no reírse en voz alta. A él jamás se le hubiera ocurrido esa solución.
—¿Y cómo piensas justificar tu estado?
—Cuando empiece a notarse, ya estaré muy lejos. La familia de mi futuro marido es católica. Él quiere este hijo, pero no quiere una madre divorciada.
—No puedo creer que seas capaz de hacer esto —dijo él con sinceridad.
—Pues créetelo. Ya lo he puesto en marcha. Estaré libre en cuestión de días.
—¿Ya se lo has dicho a todo el mundo? ¿No hay modo de echarlo atrás?
—He dado mi palabra —declaró ella orgullosa.
—¡Excelente!
A Lydia le cambió la cara.
—Es una idea magnífica, Lydia. Haré que mis abogados se pongan manos a la obra en seguida. —Y Derek se fue de allí dejando a la bella Lydia ofendida y tan sorprendida como un pez que acaba de picar un anzuelo.
Dispuesta a aguantar el sermón acostumbrado, Nicole fue a visitar a su abuela, a la que llevaba más de siete meses sin ver. Antes de partir, le dijo que se iba de compras al viejo continente. Ahora que la marquesa estaba al tanto de todo, la muchacha se preparó para soportar el juicio marcial al que sabía que la iba a someter.
De modo que, cuando vio a su abuela, la marquesa de Atworth, frotándose la nariz con la de uno de sus cachorros a la vez que le hablaba al animal, se quedó muda del asombro.
—¿Y quién es el pequeño de mamá, Pixie? —le preguntó al animal. Ella fingió que el perro respondía y dijo algo parecido a—: ¿De verdad?
El perrito estaba tan sorprendido como Nicole, quien optó por carraspear.
Su abuela levantó la cabeza de golpe.
—¿Por qué no me han anunciado tu llegada? —preguntó la marquesa colocándose el perro bajo el brazo.
—Le dije a Chapman que podía entrar sola, pero si te molesto... —contestó aún incrédula.
Ante su sorpresa, su abuela se echó a reír.
—En absoluto, estaba haciéndole mimos a mi lindo cachorro. —Entonces levantó al destinatario de aquellas caricias—. Pixie es un bebé tan cariñoso, ¿a que sí? Antes no solía decírselo.
Nicole se limitó a enarcar las cejas. Al parecer, era incapaz de borrar su cara de asombro. Y, cuando su abuela dejó al perrito y se acercó a ella para abrazarla con fuerza por primera vez en su vida, supo que jamás se recuperaría.
Nicole se acordó de que, en el puerto de Ciudad del Cabo, después de ver a María, a Chancey, a la tripulación y a su padre, pensó que la única que faltaba allí era su abuela. Y casi se muere de vergüenza ante ese pensamiento.
—No me mires así, niña. Ahora ya no oculto mis sentimientos. Cada vez que quiero expresarlos, lo hago y punto.
En ese instante, Nicole se dio cuenta de que su abuela llevaba desabrochados los botones del cuello del vestido y que ya no iba de negro. Iba gris perla, por supuesto, pero no tenía un aspecto tan severo como antes.
—¿Y a qué se debe este cambio? —preguntó.
—Cuando tu padre me dijo lo que habías hecho, me entristeció mucho darme cuenta de a los extremos a que estabas dispuesta a llegar para alejarte de mi lado.
La chica se sintió culpable e intentó justificarse, pero su abuela la cortó.
—Ahora entiendo lo importante que era esa regata para ti. Te pareces tanto a Laurel... Pero no, lo que me hizo cambiar fue cuando me dijeron que tu barco se había hundido. Entonces sentí rabia por no haber pasado más tiempo contigo. Rabia por no haberte tratado de otro modo. Debería haberte dicho lo mucho que te pareces a mi hija —confesó con lágrimas en los ojos.
Al oír mencionar a su madre, Nicole se sentó.
—A ambas nos gustaba mucho navegar. Me acuerdo de cuánto se reía —dijo Nicole mirando a su abuela—. Ella era feliz con la vida que había elegido.
La anciana asintió y respiro hondo.
—Ahora entiendo por qué huyó, pero jamás entenderé por qué escogió lo que escogió —comentó seria la distinguida dama, y Nicole no tuvo más remedio que reírse.
La marquesa en cambio volvió a ponerse seria:
—No quiero que mi nieta también huya. Las cosas van a cambiar en esta casa, y nunca más volveré a comportarme de ese modo contigo —le prometió.
Nicole debió de parecer incrédula.
—¿Qué? ¿No me crees? —Su abuela enarcó una ceja y la retó—. Vamos, invita a tu padre a cenar esta noche.
—¿A papá? —preguntó ella a media voz—. ¿Aquí? ¿Contigo? ¿Lo dices en serio?
—Yo siempre hablo en serio.
—¿Y qué me dices de Chancey? —se atrevió a preguntar.
Su abuela tragó saliva y dijo como si le doliera:
—Muy bien. —Luego añadió—: Siempre que vaya vestido como es debido.
Nicole asintió y se atrevió a ir más lejos.
—Mi padre... tiene con él a una invitada.
La duquesa frunció el cejo y de repente lo entendió todo.
—Ah, una invitada. Bueno, supongo que deberíamos convidarla también a ella.
Esa noche, cuando Jason Lassiter vio a la marquesa, se quedó sin habla, porque lo primero que ella le dijo fue:
—Jason, sabía que podía confiar en ti y que la traerías de regreso sana y salva. —Luego, murmuró—: Gracias.
Cuando María le golpeó para que respondiera, el hombre sólo consiguió decir:
—Debería agradecérselo a Chancey. Fue él quien cuidó de ella.
Este no pensó antes de hablar, y se limitó a tirarse del cuello de la camisa y soltar:
—No fui yo. Fue Sutherland.
—¿Y quién es Sutherland?
Nicole fingió desinterés y todos optaron por no decir nada. La marquesa los miró uno a uno intentando averiguar por qué se habían quedado callados. Para aliviar la tensión, María se acercó a ella y le hizo una reverencia.
La marquesa, como era su costumbre, la miró de arriba abajo, fijándose en la sencillez de su vestido y las gafas que llevaba. Satisfecha con lo que vio, le dijo:
—Usted debe de ser la institutriz.
Todos se echaron a reír y Nicole tuvo que mirar al techo para dejar de hacerlo.
Al principio, la cena fue un poco tensa, pero la copiosa comida, a base de pato braseado con cebollas, servido con abundante vino hizo que, incluso el irlandés, dejara de mirar sólo sus cubiertos. Cuando los lacayos retiraron los platos, la conversación era fluida y el tema central era la compañía naviera. Nicole se enteró de que, en su viaje de regreso, María y su padre habían conseguido financiación. Habían decidido que el primer paso debía ser construir otro buque insignia o comprar uno lo antes posible. Pero tanto ellos dos como Chancey eran reticentes a abandonar a Nicole.
—Yo estoy bien —les dijo Nicole—. Y sé que tenéis que ocuparos de vuestros negocios. Por favor, dejad de preocuparos por mí. No me casaré sin que estéis presentes —les dijo de broma.
Su padre sonrió no muy convencido.
Nicole le tranquilizó.
—Sabes que quiero lo mejor para la compañía. Y, después de casarme, tengo intención de ayudarte en todo lo que pueda. —Miró a María—. Dile que puede irse tranquilo.
Ésta, a su vez, la miró a los ojos.
—Por favor, María. Tengo veinte años. Aquí hay tres hombres vigilándome, y vivo en Mayfair. En mi vida he estado tan a salvo.
Su abuela la interrumpió:
—Jason, tal vez sea mejor que no os vean juntos durante un tiempo. Hace quince años que repito la misma historia. Si la llamamos por su segundo hombre, nadie podrá vincularla con Nicole Lassiter, la intrépida marinera. Al menos, no hasta que ya esté casada.
—¿Estás segura, Nic? —preguntó Chancey emocionado.
—Sí. Quiero casarme. Quiero tener hijos, voy a cumplir veintiún años el mes que viene. —Sonrió a la marquesa—. La abuela no me está presionando, pero ya estoy lista. Además, no tengo demasiado tiempo, la Temporada ya ha empezado.
Los demás siguieron hablando, pero su padre se acercó a ella y le dijo en voz baja:
—Nicole, no tienes por qué hacer esto. Retiro todo lo que te había dicho antes. Pronto podré ocuparme de ti como te mereces.
Nicole le sonrió afectuosa:
—Con la ayuda de María...
A Jason le brillaron los ojos.
—Creo que ha llegado el momento de hacerlo oficial...
—¿Vas a casarte con ella? —preguntó emocionada.
Jason pareció confuso y atónito.
—No. Voy a convertirla en mi socia. María tiene intención de vender su... negocio en Brasil. ¿Por qué has creído que íbamos a casarnos?
—Creo que seríais muy felices juntos.
Por el modo en que la miró, Nicole supo que su padre había pensado en María de esa manera.
—Nicole, yo ya estoy casado.
—Lo entiendo. —Y lo decía en serio. Pero eso no significaba que no tratara de hacerle cambiar de opinión.
—¿Y qué pasa con Sutherland? —preguntó su padre de repente.
La chica fingió adrede que no le entendía, y respondió sin darle más importancia:
—Nada, me mantendré alejada del Sirena y de otros tugurios por el estilo, así que no es probable que me encuentre con él.
Su padre sonrió al ver lo valiente que era.
—Ésta es mi niña. Fuerte como una roca.
Su abuela oyó ese último comentario e intervino:
—Retíralo. No es fuerte... ella es delicada. Y ni una palabra más al respecto, Lassiter.
Cinco días después, Nicole despedía al trío y gran parte de la tripulación del Bella Nicola. Iban a bordo del Griffm, otro de los navíos que su padre tenía en Liverpool. Nicole no tuvo tiempo de entristecerse pues su abuela la retuvo prisionera de un sinfín de modistas. Le dijo a la anciana que no hacía falta que tantas mujeres trabajaran sólo para ella, pero ésta dijo que era una emergencia, y siguió adelante con su plan.
La marquesa iba a presentarla en sociedad y a conseguir que la invitaran a todas las fiestas. Ya descansaría cuando lograra que Nicole ocupara el lugar que le correspondía.
El primer baile al que la chica asistió la dejó sin habla; las luces, las sedas y un montón de gente elegante inundaban el salón.
Pero se recuperó en seguida.
De hecho, Nicole descubrió que no se había equivocado; ella no encajaba allí. Si tenía que estar en tierra firme, quería ver tierra. Y no aquellas imponentes mansiones que apenas tenían un jardín. Ni siquiera le bastaba un parque, sino que necesitaba kilómetros y kilómetros de prados verdes vastos como el océano.
Para ser sincera, sin el Bella Nicola no sabía si quería regresar al mar. Sin ese barco todo había cambiado. Pero la vida de sociedad no le gustaba. Después de disfrutarla durante un par de semanas, se sentía igual de decepcionada que si se hubiera encontrado una moneda falsa en la calle.
El baile al que ella y su abuela asistían aquella noche era igual a los anteriores. Se sentía morir, atrapada bajo el peso de las convenciones sociales y ahogada por aquel vestido tan apretado. Los perfumes que al principio la habían fascinado ahora la agobiaban, así como el olor que desprendían las velas que iluminaban la pista de baile. No podía ni respirar.
Mareada y aturdida, apenas pudo creer lo que veían sus ojos.
Se quedó petrificada mirando su ancha espalda, su espeso y negro pelo, su altura que destacaba por encima del resto de los hombres, y el estómago le dio un vuelco. ¿Acaso no le habían dicho una y otra vez que él jamás asistía a ese tipo de eventos? Incapaz de moverse, se quedó helada al ver cómo se daba media vuelta.
Nicole no pudo evitar fruncir el cejo. No era Derek. Pero no obstante no pudo dejar de mirarle. Era tan parecido que seguro que era su hermano, a pesar de que él jamás había mencionado que lo tuviera. De hecho, él no le había contado nada sobre su familia.
El hombre levantó las cejas, y seguro que se preguntó por qué lo miraba de ese modo. Le sonrió y, al ver que ella no se movía, pareció preocuparse. Se acercó al conde de Allenton, un viejo amigo de su abuela que solía acompañarlas a esos eventos. El hombre asintió y Allenton se le acercó.
Nicole se quedó sin aire. ¿Le habría hablado Derek de ella? ¿Sabría aquel hombre quién era en realidad? ¿Sabría que había hecho el amor con su hermano? El pánico se apoderó de ella.
—Lady Christina —dijo Allenton—, al parecer ha hecho otra conquista. Permítame que le presente a Grant Sutherland, vizconde de Anderleigh.
Grant volvió a sonreír y le hizo una reverencia. Nicole intentó articular un saludo, pero estaba helada. Ver aquel rostro le trajo todos los recuerdos de Derek, los mismos recuerdos que ella tanto había luchado por enterrar; y los muros que mantenían a raya el dolor empezaron a derrumbarse.
Llegó una cuarta persona y se salvó la situación.
—Grant, ¿quién es tu nueva amiga? —preguntó una mujer que se plantó entre los dos hombres.
Por increíble que pareciera, Grant Sutherland, que era la imagen del perfecto caballero, ignoró a la dama.
—Querido, hermano —dijo la mujer con voz melosa—, tienes que presentarme a esta nueva estrella de la alta sociedad.
Nicole se dio cuenta de que Grant le caía bien.
—Lydia, ¿no tenías que hacer las maletas? —preguntó él controlando el tono de voz—. He oído que te vas de viaje para no volver. —Al ver que la mujer seguía allí sin moverse, añadió—: ¿Dónde está tu conde? Creo que hace unos minutos que te anda buscando. No querrás que se vaya sin ti.
—Él no irá a ninguna parte sin mí —contestó ella presumiendo, como si no la afectara el odio que reflejaban los ojos de Grant—. ¿No vas a presentarnos?
Él se puso tenso y, sin prestar demasiada atención, como si no tuviera mayor importancia dijo:
—Ella es mi cuñada, Lydia Sutherland.
—¡Grant, Grant, Grant! Qué maleducado te has vuelto. —Miró a Nicole—. Soy lady Sutherland —dijo la mujer a modo de saludo—. La condesa de Stanhope.
Nicole creyó oír que Grant decía.
—No por mucho tiempo, hermana.
Pero sus labios apenas se habían movido.
«Un segundo...» ¿Cómo podía ser condesa? Nicole empezó a ponerse nerviosa, pero intentó calmarse.
—¿Cu... cuñada? —logró preguntar por fin.
—Sí —respondió despacio la condesa. Estudió a Nicole con descaro y se dio cuenta de lo incómoda que se sentía.
Ella se esforzó por aparentar indiferencia.
—¿Con qué otro hermano está usted casada? —preguntó la chica a pesar de que ya conocía la respuesta. Miró la melena negra y su rostro perfecto y se acordó de que esa mujer era preciosa... «pero no si miras en su interior».
Lady Stanhope sonrió de un modo cruel.
—Son sólo dos hermanos.
Las luces brillaron súbitamente y luego se apagaron de golpe. ¿Por qué no podía respirar? Un invisible nudo empezó a ahogarla, y de repente fue insoportable...
Sentada en la cama, pensando en su situación, Nicole se rió. Pero era una risa triste, sin humor. No era de extrañar que aquel bastardo no quisiera casarse con ella. Creyó que se iba a pasar toda la noche llorando, pero ya no le quedaban lágrimas para Derek. Por la mañana, se despertó con un dolor en el pecho y con la certeza de que era una adúltera. Saber eso hacía que se odiara a sí misma. Pero decidió dirigir todo ese odio hacia él. La rabia la haría más fuerte.
Nicole se prometió que saldría adelante. No iba permitir que aquello se interpusiera en sus planes. Y, lo que era más importante, nadie se daría cuenta del dolor que sentía por dentro.
—Nicole, ¿por qué te desmayaste de ese modo? —le preguntó la marquesa a la hora del desayuno—. Yo no lo vi, pero me dijeron que te desplomaste como una piedra.
Ella confiaba en que no hubiera sido tan horrible. Recordaba haberse desvanecido, y que las múltiples capas de su vestido habían amortiguado el golpe.
—No fue tan terrible. Vergonzoso, por supuesto, pero no terrible.
—¿Te sientes mal? —preguntó preocupada la anciana.
—Estoy perfectamente bien. Es sólo que aún no me he acostumbrado a estos trajes tan pesados y a pasarme tantas horas encerrada —contestó Nicole siendo más o menos sincera.
La marquesa la miró como si fuera a decir algo más, pero Nicole la interrumpió.
—¿Cuánto tiempo más necesitamos para encontrar a un pretendiente que dé la talla?
—Bueno —contestó su abuela atónita—, no lo sé...
—Dame una estimación. ¿Una semana? ¿Dos?
—Eso depende del pretendiente —respondió cautelosa—. Depende de a quién elijas.
Nicole arrugó el vestido entre sus dedos.
—Elijo al primero que sea adecuado.
La marquesa apartó el plato.
—Supongo que tardaría una semana en tener listos todos los papeles, si les presiono un poco, claro.
Nicole la miró a los ojos.
—Presiónalos, abuela.
Debería sentirse pletórico, se dijo Derek a sí mismo. Llevaba cinco años queriendo librarse de Lydia. Cinco largos años. Ahora podría casarse con Nicole tan pronto como la encontrara. Pero cada vez que se acordaba de las palabras del irlandés se quedaba helado. ¿Era digno de ella?
Su vida estaba hecha añicos. Incluso con el proceso de nulidad finalizado, él seguía habiendo estado casado. Bebía demasiado y, de no haber sido por su hermano, se habría arruinado por completo.
Pero si había aprendido algo del tiempo que pasó con Nicole era que cuando querías algo tenías que luchar para conseguirlo. Y él iba a luchar por ella. Lograría ser digno de ella.
Estaba sentado a su escritorio, leyendo los informes que le habían traído los detectives que había contratado cuando su madre entró y empezó a inspeccionar las estanterías como quien no quiere la cosa.
—No he querido presionarte —dijo a sus espaldas—, pero ¿no va siendo hora de que me cuentes qué hacen todos esos hombres entrando y saliendo de casa? Y de paso, ¿por qué no me cuentas qué haces aquí sentado todo el día?
¿Y qué importancia tenía que lo supiera? Su madre acabaría enterándose tarde o temprano; él quería encontrar a Nicole y casarse con ella.
—Son detectives de la calle Bow. Los he contratado para que busquen a la mujer con la que me quiero casar.
Su madre buscó la silla más cercana con el brazo.
—¿Ya la conoces? —Abrió unos ojos como platos—. Bueno, ¿a qué familia pertenece?, ¿qué título tienen?
Derek sonrió.
—No creo que hayas oído a hablar de su familia. De hecho, yo preferiría olvidar que la tiene. Y no tienen ningún título.
Su madre se derrumbó en la silla.
Más valía decírselo todo de golpe. Así tendría tiempo de acostumbrarse a la idea antes de que él regresara con Nicole. Tomó aire y continuó:
—La mujer con la que quiero casarme es americana.
Amanda Sutherland se relajó un poco. La mayoría de sus amistades pasarían por alto que fuera americana siempre y cuando fuera extravagantemente rica.
—Su familia no tiene dinero, por ahora.
Amanda se llevó la mano a la boca.
—¿No podrías haber encontrado a alguien que no fuera tan desastroso para esta familia?
¡Cómo podía atreverse a decir algo así!
—De hecho, ahora mismo acabo de finalizar un matrimonio «adecuado» —dijo Derek seco—. Creía que, dado que la familia escogió a mi primera esposa, esta vez podría escogerla yo.
—Entonces no lo sabíamos —replicó su madre con tristeza.
—Bueno, de todos modos, tal vez no tengas motivos para preocuparte. Yo la dejé, la abandoné porque era un hombre casado, y ella quizá no esté dispuesta a perdonarme.
Derek se dio media vuelta y oyó cómo su madre se levantaba. Sintió como si se hubiese quitado un poco de frustración de encima. Todo eso quedaba en el pasado. Ahora sólo quería mirar hacia el futuro.
—A ver si encuentras a Grant, mamá. —Le pediría a su hermano que le enseñara a manejar los negocios y a ocuparse de sus obligaciones—. Y, por favor, asegúrate de tirar todo el alcohol que haya en la casa.
Cuando Grant entró en el despacho, iba, como siempre, impecablemente vestido.
—¿A qué viene esa cara tan larga? —le preguntó al sentarse—. Deberías estar pletórico. Has ganado la regata y vuelves a ser soltero.
Derek dudó un segundo, no sabía si contarle la verdad a su hermano. De pequeños, habían estado muy unidos...
Sonrió triste y le dijo:
—Bueno, al parecer estoy enamorado de la hija de Lassiter. Grant se quedó sin aliento y se apoyó en el respaldo de la silla.
—¿Lo dices en serio?
Una hora más tarde, Grant aún trataba de absorber todo lo que le había contado su hermano.
—¿De verdad es tan bonita?
—Para mí, sí —contestó Derek pasándose una mano por el pelo—. Pero es mucho más que eso.
Grant frunció el cejo.
—¿Y a pesar de todo la abandonaste?
—Intentaba ser honesto, hacer lo mejor para ella. Ahora me doy cuenta de que me comporté como un estúpido. Debería haberla traído aquí conmigo y habernos casado tan pronto como hubiera finalizado mi matrimonio con Lydia.
—Ese hombre, Chancey, tenía razón. En aquellos momentos, no estabas preparado para casarte con ella.
—Entonces tenía razón, pero ahora las cosas han cambiado.
—¿Y estás listo para volver a contraer matrimonio?
Derek frunció el cejo. ¿Por qué Grant parecía no tenerlo claro?
—Lo estaré, si tú me ayudas.
Un montón de horas después, ambos habían repasado todos los libros que Grant creyó convenientes, y Derek se levantó para estirar las piernas.
—Te lo he enseñado casi todo —dijo Grant.
Al ver que Derek hablaba en serio, éste había aceptado el reto de su hermano y le había enseñado lo máximo que pudo. Pero a pesar de todo, Derek sintió que tenía que tranquilizarlo:
—Saldré adelante, Grant.
Éste lo miró con cautela y, pasados unos segundos, tomó una decisión y asintió:
—Los primeros meses serán de aprendizaje, pero todos los negocios están funcionando muy bien, así que tendrás tiempo de sobra para buscar a tu marinerita antes de que tengas que centrarte en ellos por completo.
—Te agradezco tu ayuda. Tanto por lo de ahora, como por lo de todos estos años
Grant pareció incómodo.
—No te pongas sentimental. Te aseguro que he cobrado un buen sueldo como gerente de tus negocios.
Cuando Derek enarcó las cejas, Grant sonrió y cambió de tema:
—¿Sabes?, no te haría daño asistir a uno de esos bailes a los que mamá tanto insiste para que vayas.
—Olvídalo.
—Escúchame un segundo. Sé que estás enamorado de esa chica —dijo Grant mirando a Derek a los ojos—, y Dios sabe que jamás te había visto así. Pero no te haría daño fingir que le sigues la corriente.
—¿Por qué? Porque ella quiere que me ponga a buscar otras candidatas ahora que ha finalizado el proceso de anulación. Le he contado lo de Nicole, pero tú conoces a mamá y sabes que no va a rendirse. Si asisto a una de esas fiestas, empezará a presentarme a todas las mujeres que pueda con la esperanza de que no me case con una americana sin dinero. Si le sigo la corriente, como tú dices, creerá que existe alguna posibilidad de que no me case con Nicole. —Se pasó una mano por la cara—. No sería honesto con ella, porque eso nunca va a suceder.
A Grant le impresionó ver lo seguro que su hermano estaba de su decisión.
—Podrías asistir a un par, aunque sólo fuera para acallar un poco los cotilleos sobre la anulación. Si te ven, después de tanto tiempo, dejarán de hablar de ello. La Temporada casi ha acabado, seguro que nadie cuenta con que aparezcas.
Por desgracia, Grant tenía razón. Derek no quería llevar a Nicole a Londres y que se viera afectada por algún posible desplante. Pero aun así, insistió:
—Sabes de sobra que tengo que quedarme aquí por si recibo noticias de ella.
Grant exhaló un suspiro exasperado.
—Sólo estarás a un par de manzanas de aquí. Seguro que si hay alguna novedad vendrán a buscarte. —Al ver que Derek no decía nada, añadió—: Cuando tú estabas dando vueltas por el mundo, fue mamá quien tuvo que soportar la vergüenza por todo lo de Lydia. —Se puso de pie y empezó a pasearse—. Ella ha sido la que ha salido peor parada de todos los rumores, y también la que ha tenido que tratar más con Lydia. Y esa mujer no tiene límites. —Grant parecía a punto de echarse a temblar. Al parecer, los escándalos de ella habían puesto a prueba incluso la paciencia de su estoico hermano.
—¿Y tú? ¿Te has visto afectado por su conducta? —preguntó Derek preocupado.
—¿Estás de broma? Casi me ha llevado a renegar del matrimonio para siempre. Pero sobre todo me daba pena mamá. Para una mujer tan orgullosa como ella, todo esto ha sido muy difícil.
Las palabras de Grant lo hicieron darse cuenta de que al irse de allí se había comportado de un modo muy egoísta. Nicole no era la única persona a la que había hecho daño.
Levantó las manos aceptando su derrota.
—De acuerdo. Iré esta noche, pero no creo que vaya a ser muy buena compañía.
—Gracias, Derek —dijo su hermano. Se encaminó hacia la puerta y, antes de salir, añadió emocionado—: Me alegro de que hayas vuelto.