CAPÍTULO 25

DEREK había hecho feliz a su madre, y de qué modo. Amanda iba de un lado a otro del salón de baile de lady Crossman saludando a todas las madres pendientes de pescar un marido para sus hijas y presentándoles a Derek como si fuera un pedazo de carne. Unos minutos antes, le había dicho lo bien que habían recibido todas la idea de que quisiera volver a casarse. Pronto, predijo su madre, aquellos nuevos cotilleos ahogarían el escándalo de la anulación.

La gente podía pasar por alto un montón de cosas si uno de los hombres más ricos de Londres volvía a estar disponible. En particular, si su madre le decía a todo el mundo que estaba buscando esposa. El supuso que eso no era ninguna mentira: estaba buscando a Nicole.

Derek siempre había tenido la sensación de que todas aquellas fiestas sólo servían para perder el tiempo, y esa vez no era diferente. Se sentía ansioso e impaciente. Con Nicole a su lado, sentía que vivía el presente. Sin ella no quería pensar en el pasado ni en el futuro. Acordarse de lo feliz que era junto a ella le hizo aún más difícil soportar a aquel montón de bobaliconas que no dejaban de perseguirle, a él o a Grant. En todo el tiempo que había estado ausente, los temas de conversación no habían mejorado lo más mínimo. Y dudaba que fueran a hacerlo.

Él estaba convencido de que había conseguido disimular lo a disgusto que se sentía, pero por el modo en que lo miraban todas aquellas arpías, se diría que no lo había logrado. Grant sabía que su paciencia había llegado al límite, por lo que se lo llevó de allí con disimulo. Cuando Derek hizo un gesto con las manos como de ir a estrangular a alguien, su hermano se echó a reír.

—Así qué, hermanito, ¿crees que ya he cumplido con mi deber?

—Si no en espíritu, diríamos que sí con tu presencia —respondió Grant sonriendo—. Deberías verte. Das miedo.

—Eso será porque me siento completamente desgraciado.

Grant sonrió de nuevo.

—Ahora me doy cuenta de que esto no es para ti. Bueno, de todos modos, gracias por intentarlo por nuestra querida y dulce madre.

En ese momento, Amanda se acercó enfadada a sus dos hijos. Ambos se callaron.

—La verdad, Derek, no tenías por qué asustar a todas tus posibles candidatas. —Abrió el abanico ofendida—. Y lo digo en serio, ¡las has asustado a todas! He oído que la hija de lady Hanson te tiene tanto miedo que ni siquiera quiere acercarse a ti.

Derek se encogió de hombros.

—Tal como ha dicho Grant, al menos lo he intentado. Y he hablado con un montón de señoritas.

—Sí, claro, con las que están más desesperadas. Esas no nos interesan. Sus familias las obligan a acercarse a hombres como tú.

Fue obvio que a Grant ese comentario le pareció tronchante, pero con los ojos llenos de lágrimas intentó reprimir las carcajadas.

Derek se limitó a sonreír. Su hermano empezaba a recuperar reacciones del travieso chico que había sido.

—¿A alguien le apetece una copa de champán? —ofreció Grant—. ¿Mamá?

—Me encantaría —respondió ella, orgullosa de la buena educación de su hijo menor.

Grant miró a Derek y cuando vio que denegaba con la cabeza se fue de allí con una sonrisa en los labios. Derek escuchó pacientemente cómo su madre le relataba las grandezas de aquel montón de chicas diciéndole, una y otra vez, que debería escoger a una de ellas. La sutileza no era una de las virtudes de Amanda.

De hecho, cuando a Grant se le había escapado decir que Derek buscaba a una marinera, su madre casi se desmaya. La idea de que estuviera enamorado de una americana ya era de por sí horrible, pero que además viviera en un barco y se dedicara a eso...

Se oyó un murmullo generalizado en la sala y Derek miró a ver qué pasaba. Se olvidó de la conversación y lo invadió el extraño presentimiento de que iba a pasar algo importante.

Amanda siguió hablando, sin darse cuenta de que su hijo ya no la escuchaba.

—Después de la debacle de Lydia tienes que casarte con la mejor. No podemos permitir que una mujer semejante vuelva a entrar en la familia —dijo, volviendo a señalar que la americana no era lo bastante buena para él.

—Por supuesto —asintió él de forma maquinal, intrigado por el alboroto de la puerta. Se sentía alerta, tenso.

Y entonces... sucedió.

A Derek se le desencajó la mandíbula. Vio a Nicole y no fue capaz de reaccionar. La vio como jamás se la había imaginado. Llevaba un vestido de un pálido color azul celeste hecho de un material casi transparente. Su color de piel y de cabello siempre lo habían fascinado, pero ahora, verlos destacados por aquel azul tan claro, lo dejó atónito. Llevaba la roja melena recogida en un complicado moño encima de la cabeza y se la veía pequeña, delicada, casi como un hada. Pero al mismo tiempo suave, como si estuviera más rellenita en las partes más peligrosas de su anatomía.

Al mirar a los demás invitados, Derek se dio cuenta de que no era el único que disfrutaba mirándola. Nicole iba cogida del brazo de un anciano y la gente se detenía a su alrededor para charlar con ella.

Parecía cambiada, y no era sólo por la ropa. Se la veía tranquila, y con el porte real más acentuado. Un momento, ¿le estaban presentado a gente?

A su madre no le pasó por alto su reacción.

—Oh, veo que te has fijado en la nueva estrella de la alta sociedad —dijo ella contenta—. Es la nieta de Atworth, lady Christina. Todos habíamos oído contar lo tímida que era, pero jamás habíamos sospechado que regresaría a Londres convertida en una rica heredera.

—¿Lady? ¿Tímida? —consiguió decir Derek antes de apretar los labios.

Se quedó helado y sintió como si la piel fuera a estallarle. Observó hechizado cómo Nicole, con el aspecto de una princesa, atravesaba la sala. ¿Quién era el hombre que la acompañaba?

Derek se frotó la cara. Ahora todo empezaba a tener sentido. «Ponle a Nicole un vestido y se transforma en una dama.»

—¿Cuál es su título? —preguntó seco.

Su madre frunció el cejo, pero respondió de todos modos.

—Esa chica es la única heredera del marquesado de Atworth. —Amanda malinterpretó la expresión de su hijo y añadió—: Se ve que desde hace unos cientos de años, y gracias a unas artimañas políticas, el título pasa a las hijas y no a los hijos. Así que ella será marquesa, y además obscenamente rica. Habría llegado antes a Inglaterra, pero al parecer le da miedo viajar.

—¿Que le da miedo viajar?—Aquella chica había competido contra él en una regata. ¿Cuántas marquesas había en el mundo que conocieran al dedillo los quehaceres de un barco? ¿O que supieran que antes de darle un puñetazo a alguien había que ocultar los pulgares? ¿Por qué no se lo había dicho?

Derek sólo estaba escuchando a su madre a medias, pero un comentario de ella captó su atención.

—No estará disponible mucho más tiempo. Tiene un montón de proposiciones. Incluso ahora, mira todos esos pretendientes que la rodean.

Nicole, en efecto, estaba rodeada de jóvenes embobados. Derek apretó los puños.

—Oh, Derek cuánto me gustaría que te casaras con alguien como ella —suspiró su madre.

—Hecho —dijo él dándole un golpecito en la mano.

—¿Hecho? ¿Así? ¿Sin más? ¿Qué quieres decir?

—Me he dado cuenta de que, como de costumbre, tienes razón, tienes toda la razón —comentó él sin dejar de mirar a Nicole como si tuviera miedo de que si lo hacía desapareciera—. Haré lo que sea lo mejor para la familia. Ahora, si me disculpas —concluyó alejándose tan rápido que casi tiró las copas que traía Grant.

Cuando Nicole lo vio, abrió los ojos atónita.

—¡Derek! —dijo preocupada.

Se llevó la mano a los labios y vio lo sorprendidos que se habían quedado todos sus conocidos.

—Esto, lord Stanhope. No sabía que esta noche nos honraría con su presencia —añadió, logrando calmarse.

—¿Te apetece pasear? —dijo él ofreciéndole la mano.

—Bueno, no creo que... —Nicole iba a negarse, pero él tiró de ella y la obligó a levantarse y a acompañarlo a la terraza.

—¡Sutherland! —dijo ella al llegar fuera—. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? Se supone que tú nunca asistes a estas fiestas. ¡Me dijeron que nunca venías!

—Yo podría preguntarte lo mismo. ¿Desde cuándo la exigente lady Crossman invita a marineros?

Nicole echó chispas por los ojos.

—Yo tengo tanto derecho a estar aquí como tú, tal vez incluso más.

—Tienes razón. Al parecer estás por encima de mí en la jerarquía social. Te debió de hacer mucha gracia cuando te acusé de querer «atrapar a un conde».

Nicole ladeó la cabeza.

—Bueno, tengo que reconocer que me gustó la ironía —reconoció ella.

—Es la tapadera perfecta; lady Christina lleva una vida tranquila en una escuela para señoritas del continente y nunca viene de visita porque le da miedo viajar, hasta que al final se decide a venir a vivir con su abuela. Me apuesto lo que quieras a que la timidez de lady Christina hace casi imposible averiguar nada sobre ella, y seguro que apenas recibe visitas.

Nicole fingió aburrimiento.

—Así que nos has descubierto, ¿quieres que te aplauda?

—Creía que te conocía —le espetó Derek con una áspera sonrisa—. Sé que cuando estás nerviosa te frotas un tobillo con el otro. Que ladeas la cabeza cuando sientes curiosidad. —Se inclinó sobre su oreja y, en voz baja, susurró—: Y que cuando te doy placer encoges los dedos de los pies.

Nicole se apartó de él temblando.

—¿Ya has acabado?

Derek intentó cogerle la enguantada mano pero ella se acercó a la barandilla como si temiera que la tocara. Una fría máscara apareció en su rostro.

—Dame una sola razón por la que creas tener derecho a un solo segundo de mi tiempo.

Derek respiró hondo.

—Necesito explicarte algunas cosas...

—¿En serio? —le interrumpió ella con amargura.

Aquello no estaba saliendo como él tenía planeado. Esperaba que ella se alegrara de verle, esperaba que, como mínimo, lo hubiera echado un poco de menos. Lo suficiente como para querer escucharlo.

—¿Te importa lo más mínimo saber por qué me fui?

—Oh, creo que ya lo sé —contestó ella dando media vuelta para intentar alejarse de él.

Cuando Derek la sujetó por el brazo, intentó soltarse.

—Suéltame —dijo, con tanta vehemencia que el conde estuvo a punto de hacerle caso.

—No hasta que me dejes explicarte lo que sucedió.

Nicole volvió a tirar del brazo e intentó captar la atención de la gente que había en el pasillo.

—¿A quién estás buscando? ¿A uno de tus pretendientes?

Nicole sonrió.

—Lo más probable es que me case con uno de ellos.

—¡Ni hablar!

—¿Y por qué no? ¿Acaso tampoco soy lo bastante buena para ellos?

—No es eso.

—Entonces, ¿qué?

Antes de poderse detener, Derek dijo entre dientes:

—Porque vas a casarte conmigo.

La chica abrió los ojos de par en par y le brillaron de tanta rabia como sentía.

—Ah, éste sí que es un giro inesperado. Se dice que justo ahora acabas de deshacerte de tu primera esposa.

—¿Así que lo sabes?

—Todo el mundo lo sabe. —Nicole bajó la vista y, con movimientos bruscos, se alisó el vestido.

—Dame una oportunidad. Deja que te lo explique. Por favor —suplicó él al verla tan decidida.

—¿Qué me quieres explicar? Estuvimos juntos mucho tiempo, y nunca, nunca, me dijiste que estabas casado.

—Tú nunca me dijiste que eras la heredera de una de las mayores fortunas de Inglaterra.

—¡No es lo mismo! ¡Yo no te hice daño con mi silencio!

Derek suspiró y le cogió la mano.

—Tienes razón.

Nicole pareció sorprendida de que él aceptara su parte de culpa, pero en seguida lo disimuló.

—No quiero escuchar tus excusas. Nada puede justificar el modo en que me trataste. —Sus ojos adquirieron un brillo sospechoso—. Déjame en paz —exigió, tratando de soltarse la mano.

Al ver que él no la dejaba, le clavó el tacón en el pie y echó a correr hacia el tocador de señoras.

Derek corrió tras ella, sin importarle la escena que estaban organizando. Un montón de matronas le interceptaron en la puerta.

—¿Esta habitación tiene otra salida? —gritó.

—En serio, Sutherland, es usted...

—¿La tiene o no? —insistió él.

—¡Sí!

Derek corrió hacia las puertas del jardín para llegar a la salida trasera de la dichosa habitación. No tardó demasiado en ver las faldas de Nicole alejándose de allí a toda velocidad. Tuvo que sonreír. A pesar de ir vestida como una princesa, debajo se ocultaba su Nicole de siempre. Las pesadas pisadas de Derek la acompañaron todo el trayecto de regreso a casa.

La joven llegó a Mayfair y, tras doblar una esquina, entró en la mansión más impresionante de toda la manzana.

Derek se quedó maravillado ante su lujoso hogar. ¿Cómo había logrado encajar Nicole en aquel sitio tan apabullante? Derek la siguió y llamó con el pesado picaporte. Esperó ansioso hasta que un viejo mayordomo le abrió la puerta.

—Me gustaría ver a... lady Christina.

—Lady Christina no recibe visitas a estas horas —le respondió el anciano—. ¿Quiere dejar una tarjeta?

—No, quiero verla.

El hombre se balanceó sobre sus talones.

—Lady Christina no recibe visitas...

—Usted se lo ha buscado —lo interrumpió Derek, y lo apartó, pero en seguida dos impresionantes lacayos que no parecían demasiado amistosos salieron a su encuentro. ¿Cómo era aquel dicho que decía que tu fortuna era proporcional al tamaño de tus sirvientes? Pues bien, si eso era cierto, a la marquesa las cosas le iban extremadamente bien. Derek luchó para soltarse, pero de repente se oyó un golpe seco en el segundo piso.

Nicole estaba allí, agachándose para coger el libro que acababa de caérsele. Se llevó una mano a los labios pero la retiró con rapidez. Los hombres también se dieron la vuelta al oír el ruido, así que Derek pudo verla bien. Estaba completamente erguida, fingiendo que no le importaba nada todo aquello.

Derek esbozó una sonrisa. Ella era suya. El hecho de que aún no hubiera asimilado que en menos de dos semanas estaría casada con él lo hizo sonreír. Y siguió sonriendo cuando aquellos dos gigantes lo echaron de allí.

—Búscame en todos los sitios a los que vayas, Nicole —gritó él—. Estaré allí hasta convencerte de que hables conmigo. Y esto es sólo el principio.