CAPÍTULO 18
UN destrozado y baqueteado Southern Cross entró en Sydney. En el lugar antes ocupado por flamantes banderas ahora sólo había pedazos deshilachados de tela. Visto de lejos, la tripulación, exhausta tras los eventos de las últimas horas, parecía sólo un montón de cadáveres desparramados por cubierta.
Derek pensó en todas las veces que había deseado que una tormenta los pusiera a prueba a él y a su tripulación, y sacudió la cabeza. De no haber sido por esa tempestad, Nicole ya sería suya. Intentó no pensar en lo cerca que había estado de ello, en lo bien que se había sentido con ella entre sus brazos. Pero la tormenta había sido implacable, y él no había tenido tiempo de pensar en nada que no fuera sobrevivir.
La vida del Southern Cross había pendido de un hilo. Para lograr la victoria, Derek había luchado como nunca, y había hecho que su tripulación se opusiera a la muerte con uñas y dientes. Nadie durmió; todos habían permanecido en un agotador y constante estado de vigilia. Derek se miró las manos, que tenía llenas de cortes, y supuso que todo su cuerpo estaba igual. Qué raro, no sentía dolor alguno.
Sabía que todos sus hombres habían adivinado el motivo por el que había luchado como un poseso contra la tempestad. Se había portado como un loco y los obligó a llegar a extremos sobrehumanos para poder vencer al viento y las olas que los atacaban.
Al principio, una parte de él estaba convencida de que iba a perder el barco, y lo único que lo guió fue el miedo a la muerte. Pero entonces vio a Nicole. Miró hacia la cubierta, donde ella lo esperaba desobedeciendo sus órdenes directas, y en sus ojos vio que confiaba en él. Toda ella irradiaba confianza, y eso le dio fuerza. Nicole le decía con la mirada que sabía que él iba a protegerla.
Ahora, Derek buscó a Nicole en la proa y vio que unos mechones de pelo se escapaban de su gorra mientras ella se esforzaba por avistar Sydney. Pensó en lo valiente que había sido y se sintió orgulloso de ella. Pero ¿esa emoción no era de esas que sólo sientes hacia los miembros de tu familia, el orgullo por lo que hace otro? Derek no le dio demasiadas vueltas, lo único que sabía era que cada vez que Nicole ayudaba a uno de sus marinos, a él se le henchía el pecho. Le costaba acordarse de todo lo que había pasado. ¿Su tripulación también había empezado a mirarla de ese modo? ¿Acaso no habían intentado cuidar de ella a lo largo de toda la tempestad?
—¡Ah del barco! —gritó Jeb a unos pescadores que se acercaban, e interrumpió así los pensamientos de Derek—. ¿Saben algo de la Gran Regata?
—Sí —dijo un hombre delgado quemado por el sol señalando a Derek con un dedo—. ¿Es usted Sutherland?
Éste asintió y el hombre continuó:
—Lamento tener que ser yo quien se lo diga. El Desirade llegó ayer.
Derek apretó la mandíbula. El Desirade era el barco de Tallywood, y si tenía que perder, no quería hacerlo contra semejante petimetre. En especial, ahora que sospechaba que era él quien andaba detrás de los sabotajes. A pesar de que tenía ganas de romper algo, se obligó a controlarse y a darle las gracias al pescador.
Al principio, esa regata no le había importado lo más mínimo, pero en esos momentos quería impresionar a Nicole. Dado que su barco ya no podía ganar, hubiera querido compartir la victoria del Southern Cross con ella.
Sintió la mano de Nicole en el brazo. Era reconfortante saber que ella entendía lo frustrado que se sentía.
—Creía que ya la tenía —comentó Derek con una voz que a él mismo le sonó hueca.
—También lo creía yo —dijo Nicole sonriendo con dulzura.
Oírla decir eso puso las cosas en perspectiva. Nicole lo había perdido todo, mientras que él sólo había perdido la regata. Derek se juró entonces que lograría que aquello no tuviera importancia; sanearía la Peregrine, con o sin aquella victoria. Colocó una mano encima de la de Nicole y ella se la apretó con fuerza.
—Nos estamos acercando al puerto. No tenemos mucho tiempo.
Derek frunció el cejo y la miró.
Nicole lo miró incómoda pero serena, y contestó a la pregunta que él le hacía con los ojos.
—Pronto empezarán a llegar más barcos. No pueden vernos así. —Bajó la vista—. Lo siento. Pero creo que ni tu barco ni tu tripulación pueden ser vistos en este estado.
—Pues eso es exactamente lo que van a ver. Por si no lo has oído, deja que te lo repita: Tallywood ha ganado la regata. —Estaba enfadado, y Nicole apartó la mano.
Un mechón de pelo se le pegó a los labios y se lo apartó.
—Lo he oído. Pero dime que no pretendes entrar en Sydney de este modo. ¿Con todas las velas hechas jirones y colgando por todos lados?
—Pues sí, eso es precisamente lo que pretendo hacer. —Se dio media vuelta y regresó a su camarote para servirse una copa.
La chica se pegó a sus talones.
—¡Ahora mismo le vas a ordenar a tu tripulación que deje el barco presentable!
Derek dio un largo trago y se frotó la cara con las manos.
—Mis hombres están exhaustos. Yo estoy exhausto. Hemos perdido.
—¿Y ya está? —preguntó Nicole atónita.
—Voy a acostarme. ¿Quieres venir? —preguntó burlón.
Nicole abrió la boca y Derek se preparó para recibir alguna respuesta igual de acida. Pero en vez de eso, la tristeza se hizo presente en los ojos de ella y dijo:
—Habría esperado que reaccionaras así... —Y en voz baja, añadió—En el pasado.
Vio que salía del camarote y Derek la siguió.
—Nicole, espera.
Pero ella no se detuvo.
—Nicole.
Cuando llegaron a cubierta, ella empezó a recoger una empapada y pesada cuerda hasta dejarla perfectamente enrollada. Despacio, un marino se levantó y comenzó a ayudarla, luego otro, y otro. Derek se dio cuenta de que Jeb desviaba la vista, primero hacia Nicole y luego hacia él mismo. Luego, hizo una mueca irrespetuosa y, con una voz más fuerte de lo que cabía esperar dadas las circunstancias, empezó a cantar. Pronto, toda la tripulación estuvo cantando y trabajando junto a Nicole.
Había perdido aquella batalla. Derek suspiró hondo y, tras darle el vaso que aún tenía en la mano a Jimmy, corrigió el rumbo del barco. Una hora más tarde, un impoluto Southern Cross de velas impecables hacía su entrada en el puerto de Sydney. El barco estaba precioso, y aunque los miembros de la tripulación estaban agotados, su moral era mucho más alta.
Nicole evitó a Derek todo el rato y si se atrevía a mirarle tenía una extraña expresión en los ojos.
Cuando éste vio el barco de Tallywood atracado en el muelle sintió una enorme decepción. A pesar de que ya sabía que le había vencido, ver allí la nave de aquel bastardo fue como si le dieran un puñetazo en el estómago.
Pero a la vez, se dio cuenta de que se alegraba de haber arreglado el Southern Cross. El Desirade estaba desastrado y hecho polvo, la cubierta estaba sucia y las velas colgaban por todos lados. El hecho de que uno de sus compatriotas hubiera entrado en el muelle en ese estado lo llenaba de vergüenza.
Maldición, aún había gente en los muelles esperando su llegada. Tal vez el Southern Cross no hubiese ganado, pero al menos, parecía que para ellos aquella regata había sido una mera travesía. Y se lo debía a Nicole.
Cuando el barco estuvo por fin atracado y la conmoción por su llegada se hubo calmado, Derek escrutó la cubierta en busca de la joven.
—Se ha ido a tu camarote —dijo Jeb mirándolo a los ojos. Derek dudó si fingir que no sabía de qué le estaba hablando, pero decidió que no valía la pena. Estaba demasiado cansado. Y seguro que era más que evidente lo que sentía.
Entró en la estancia y la encontró sentada en el sillón que había frente a su escritorio, dándole la espalda. Ni siquiera lo saludó. «¿Así que aún está enfadada?» En aquellos momentos no podía enfrentarse a eso.
—Mira, Nicole, si estás así por lo de esta mañana, lo reconozco, me he comportado como un cretino. Nunca he sabido perder. —A él mismo le pareció una excusa muy mala. En los últimos días, ella había demostrado tener mucho más carácter que él—. Olvida lo que acabo de decir. Sé que tengo muchos defectos. Pero no tienes por qué seguir enfadada. —Al ver que ella seguía sin decir nada, añadió—: ¡Maldita sea! Nicole, lo siento. ¿Qué más puedo hacer? Cuando estoy contigo... quiero ser mejor hombre. Seguro que eso cuenta para algo, ¿no?
Ella siguió en silencio y Derek empezó a perder los nervios. Quería salir de allí dando un portazo, pero en vez de eso, se encaminó hacia el sillón.
Entonces vio que estaba dormida, recostada en el respaldo. Derek sonrió. Nicole no se había enterado de que acababan de discutir.
Se había bañado y llevaba una de las batas de él. Verla dormir, completamente ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, le hizo ser aún más consciente de lo cansado que estaba. A pesar de que tenía intenciones de hacerle por fin el amor, quería asegurarse de que su primera vez iba a ser especial. Y no creía que desmayarse justo al acabar entrara en esa categoría.
Derek se desnudó, y luego la cogió en brazos y la levantó del sillón, inhalando el aroma de su pelo. La llevó a la cama y se tumbó junto a ella. Tan pronto como cerró los ojos se quedó dormido.
Era ya cerca del atardecer cuando él oyó a Nicole moverse por el camarote y se despertó.
—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó atónito, frotándose los ojos.
—Las maletas —respondió ella para frustración de Derek, pues era evidente lo que pretendía.
—Ya lo veo. Lo que quiero saber es por qué.
—Creo que ya he abusado demasiado de tu hospitalidad. Además, tengo cosas que hacer.
Derek se puso en pie de golpe. Nicole se sonrojó y apartó la mirada de su desnudo cuerpo, pero no tan rápido como lo hacía en el pasado. Él, furioso, se puso los pantalones.
—¿Y se puede saber qué es lo que tienes que hacer? —Al comprender lo que Nicole pretendía, se encendió—. Tallywood. Vas a ir tras él.
—No es eso.
—¿Y qué puede ser si no? Nicole, tengo a dos hombres siguiendo a Tallywood sin perderlo de vista ni a sol ni a sombra. Y el resto de la tripulación está recabando información en todos los bares y tabernas del puerto.
—¡Te dije que no es eso!
—¿Acaso planeas «investigarle», igual que hiciste conmigo? Si Tallywood es el culpable de todo lo que nos ha sucedido, me encargaré de que pague por ello. —Estaba nervioso. Eso era precisamente lo que había estado temiendo. Sabía que tan pronto como llegaran a puerto ella querría irse. Pero ahora tenía una excusa para retenerla. La cogió del brazo—. No dejaré que te vayas. No permitiré que sufras daño alguno.
—¿No dejarás que me vaya? —repitió ella enfadada—. Ni siquiera me has pedido que me quede.
—Te quedas. —Estaba siendo irracional y nada delicado, pero estaba muerto de miedo.
Nicole tiró del brazo para soltarse y se alejó de él.
—¿Y eso qué significa? ¿Que vuelvo a ser tu prisionera?
Derek empezó a pasearse de un lado a otro del camarote masajeándose la nuca. De repente, se detuvo delante de ella y le dijo:
—Significa que no voy a dejar que te vayas.
La chica se mantuvo en silencio un largo rato.
—Entonces soy tu prisionera.
—Supongo que sí. —Derek no quería retenerla en contra de su voluntad, pero tampoco quería que corriera ningún peligro. Además, quería construir algo con ella, algo duradero, algo que hiciera que deseara quedarse con él—. Nicole, no vas a salir de este camarote hasta que reconozcas que tú me deseas tanto como yo a ti.
A pesar de que Sutherland la observaba con aquella oscura mirada lleno de deseo que siempre la derretía, Nicole se negó a rendirse. Sabía que tenía que irse de aquel barco. La noche anterior, mientras se bañaba, por fin pudo pensar en todo lo que había sucedido, y entendió con claridad en qué situación estaba.
Aunque le confiaría la vida a ese hombre, nunca le confiaría la de los miembros de su tripulación. En demasiadas ocasiones, como en la discusión que estaban teniendo en aquellos mismos momentos, Nicole aún podía ver coletazos del crápula egoísta que había conocido en Londres. Le había creído cuando él dijo que había ordenado que los soltaran, pero... ¿estaba dispuesta a jugarse la vida a que así lo habían hecho? ¿Y si algo había salido mal?
Sutherland estaba convencido de que quería ir detrás de Tallywood cuando en realidad no tenía intención de hacerlo. Todavía. Pero lo que sí tenía que hacer era ir a Ciudad del Cabo con el dinero necesario para sobornar a la policía, por si su tripulación siguiera aún presa. Todos sus instintos le gritaban que podía confiar en él, pero no podía decirle lo que tenía planeado.
Además, estaba convencida de que él no iba a prestarle el dinero que tenía intención de robarle. Tenía que irse y tenía que hacerlo sola.
Si Derek le pedía que se quedara, se sentiría tentada de aceptar, aunque por desgracia él sólo se lo había ordenado. Nicole estaba convencida que iba a pedírselo, y como dudaba ser capaz de resistirse, había optado por huir a escondidas mientras él aún dormía. Ahora, su condescendencia y malos modos la habían puesto furiosa.
A ella nadie le daba órdenes, se dijo Nicole, pero Derek la atrajo hacia él y le levantó la barbilla para poderla besar. Cuando sintió la presión de aquellos cálidos labios, su determinación se tambaleó. Nicole deseaba desesperadamente acabar lo que empezaron la noche de la tormenta.
Tenía que saber lo que le esperaba. Había empezado un camino y no saber lo que encontraría al final la estaba volviendo loca. Lo suficiente como para quedarse. Hasta que él la empujó despacio hacia la pared del camarote y ella sintió una botella de brandy pegada a su espalda.
—No... —susurró ella. Y para su sorpresa, Derek se detuvo y se mesó los cabellos.
—Te deseo. Y vas a quedarte aquí conmigo.
—¿Y si yo no te deseo a ti?
—¡Aprenderás a desearme! —gimió él torturado.
«Egoísta.»
—Te doy una última oportunidad. Si te prometo regresar, ¿dejarás que me vaya?
—¿Me das una última oportunidad? —se burló Sutherland.
Nicole se acordó de cómo él la había encerrado ya una vez en aquel camarote y sintió cómo resurgía el viejo resentimiento.
—No puedes obligarme a que me quede.
—Te aseguro que sí puedo —dijo él—. No confío en ti, no creo que regreses.
—¡¿Que no confías en mí?! —repitió incrédula.
—Este tema está zanjado. Si quieres, mañana por la mañana yo mismo te acompañaré a hacer esas cosas misteriosas que tienes que hacer en la ciudad. Pero ahora regresa a la cama.
Ante aquel tono de voz tan decidido y autoritario, Nicole enarcó las cejas y decidió intentarlo una última vez.
—¿De verdad no vas a dejar que me vaya?
—Jamás —contestó él sin dudarlo, mirándola a los ojos. Derek pareció sorprendido de haber confesado eso con tanta sinceridad y, aturdido, se dio media vuelta. Y con ello cometió un error, porque al darle la espalda, Nicole le golpeó con la pesada botella de cristal y él perdió el sentido.
Cuando Derek se despertó, descubrió que estaba amordazado y atado a la cama. Se debatió contra las cuerdas, pero si algo sabía hacer Nicole era un nudo. Ella no pudo evitar sonreír al observar su obra.
—Yo no perdería el tiempo intentando escapar —dijo ante el furioso escrutinio de la mirada de acero de Derek.
Éste farfulló algo bajo la mordaza. Nicole se imaginó que era algo relacionado con todo lo que le haría cuando consiguiera soltarse, e intentó no flaquear al ver la frialdad que había en sus ojos.
Desvió la atención de él y empezó a revolver el escritorio y los baúles de Derek en busca de dinero.
—¿Qué ha dicho, capitán? —preguntó—. Ah, sí, sí, es usted muy amable... Creo que voy a llevarme un poco de su dinero. —Nicole encontró una bolsa de monedas que ya había visto antes y le sonrió antes de volver a apartar la vista.
»Es usted muy amable, como siempre. Su hospitalidad, sus modales... espléndidos como de costumbre.
La joven se acercó a su baúl y metió algunos de sus vestidos en una bolsa.
—¿Disculpe? Ah, sí, por supuesto que voy a escribirle, y estoy convencida de que usted hará lo mismo y ambos podremos mantener una correspondencia fluida. Pero por desgracia, ahora tengo que irme, y como no quiero que la despedida sea larga ni triste... —Al oírle gemir de nuevo, se detuvo.
¿Le había hecho mucho daño? No le había golpeado tan fuerte, había apuntado donde le había enseñado Chancey. Pero aquel gemido...
La preocupación que sentía se evaporó al mirarlo. Derek tenía la mirada fija en ella, o mejor dicho en su camisa, y el escote que mostraba cada vez que se agachaba. Se abrochó los botones y se sonrojó hasta las orejas. Estaba indefenso y atado a una cama y aun así parecía un depredador. Su mirada era tan poderosa como una caricia.
¿Podía ser que, después de todo, siguiera deseándola? Dispuesta a averiguarlo, Nicole se acercó a él. Se aseguró de que Derek pudiera ver perfectamente el escote y volvió a agacharse para guardar algo en la bolsa.
El volvió a gemir. Y una enorme sensación de poder corrió por sus venas. Nicole desvió la mirada hacia el cuerpo de Derek y vio el bulto que había bajo sus pantalones. Se quedó boquiabierta y se acordó de la última vez que habían estado juntos. Si hubiera durado un segundo más, él la habría hecho suya. Pensó en lo mucho que ella había deseado que así fuera.
Cometer actos prohibidos siempre se le había dado bien. Y si hacer el amor con Sutherland no entraba en esa categoría... Despacio, se acercó a la cama y se sentó en un extremo, intentando hacer acopio del valor suficiente para tocarle.
Derek tenía los ojos cerrados y su pecho subía y bajaba con rapidez. Nicole levantó la mano y colocándosela encima de la piel, que tenía una morena marca en forma de «V» empezó a acariciarlo. Sintió cómo los músculos de él se movían y deslizó los dedos jugando con el vello del pecho hasta llegar a la cintura de los pantalones, observando todo el rato cómo sus uñas arañaban su duro estómago.
Se detuvo. Derek estaba excitado pero... ¿y si ya no la deseaba? Estar atado debería haber apagado ese deseo. ¿Debería desatarle? No, si lo hacía, él la castigaría por haberle golpeado y atado a la cama.
Mientras se preguntaba qué debía hacer, sin darse cuenta siguió acariciándolo. Dios, era una locura. Lo había golpeado para poder escapar y, aunque ahora él parecía indefenso, aún podía retenerla junto a él. Tenía que irse de allí, pero de repente sintió que él se ponía tenso. Bajó la vista y sus manos, casi con voluntad propia, habían decidido acariciar otras partes de su anatomía. Ahora estaban recorriendo las esbeltas caderas de él, arriba y abajo, el interior de sus antebrazos.
—¡Oh! —exclamó Nicole, sorprendida por sus propias acciones. Derek se apartó y se echó a un lado, negándose a mirarla.
«¿Quién se había creído que era para apartarse de ella?» Nicole le deseaba; ¿iba a permitir que un montón de cuerdas se interpusieran en su camino?
Se puso de rodillas y, haciendo uso de toda su fuerza, obligó a Derek a darse la vuelta y se sentó a horcajadas justo encima de su cintura. Él tiró de sus ataduras y se incorporó al máximo hasta mirarla a los ojos, por lo que Nicole se deslizó hasta su regazo. Derek, satisfecho, volvió a tumbarse.
«¿Me está diciendo lo que tengo que hacer? Se supone que está indefenso y atado a la cama.» ¿Acaso creía que era él quien estaba al mando? Ansiosa por volver a sentir el poder de antes, Nicole se desabrochó despacio la blusa y Derek abrió mucho los ojos.
Nicole nunca se lo hubiera imaginado, pero él se excitó aún más y notó cómo su cuerpo subía de temperatura. Guiada por el instinto, se movió encima de él en busca de una postura más cómoda. Supuso que lo que Derek acababa de farfullar era otra maldición. Nicole se desabrochó otro botón a la vez que, despacio, se ondulaba sobre a él; y el placer que sintió diluyó la poca vergüenza que aún sentía.
Sujetándose la camisa con las manos y, antes de que le fallara el valor, le preguntó:
—¿Quieres verme, Sutherland?