Capitulo 8

Si Sartre está en lo correcto y la historia de cada persona es la historia del fracaso, entonces algo va a dar golpes aquí.

Comandante Vincent Grant, citado en los Sentinels, por Le Roy La Paz

Si Glike era fascinante por los embarcaderos flotantes y las torres aguja de la ciudad, ésta era arrolladora desde la posición ventajosa de un cono volador Haydonita.

Vince, hipnotizado por la vista de la tierra de fantasía, parpadeó con sorpresa al darse cuenta que el cono estaba revoloteando, con su borde del disco contra un embarcadero flotante, sobre la cima de un rascacielos que sugería un carámbano invertido. El domo transparente debajo del cual él, Jonathan Wolff, y Max habían estado parados ahora se separó, proveyendo una puerta de desembarco.

Pero el embarcadero flotante estaba vacío. Max giró hacia su piloto Haydonita sospechosamente. “Usted dijo que nos estaba llevando con Sarna.”

La Haydonita era más pequeña y más esbelta que o Veidt o Sarna y tenía un tinte de color esmeralda en su piel. En el centro de la frente de ella estaba una configuración de luz zafiro estrellado que provenía de ninguna fuente aparente. Las características de ella no eran más pronunciadas que aquellas de cualquier otro Haydonita que los visitantes habían visto, y sin embargo había contornos que de algún modo le daban un rostro e individualidad. Los no-Haydonitas habían aprendido que los Haydonitas estaban lejos de ser anónimos.

Ella se inclinó serenamente. “Ella estará con ustedes pronto. Ustedes desearán, después de todo, algo de intimidad para sus consultas. Existen peligros en esta ciudad, como bien saben. Y ahora, si me dispensan ustedes, tengo otros asuntos de apremiantes que debo ver.”

Vince enseñó el camino fuera del cono volador, y en otros pocos segundos aquel se estaba elevando lejos en el cielo de Glike, entre las alfombras volantes y las barcazas aéreas pendientes.

Allí estaba ventoso y frío, pero la vista valía la pena. Jonathan Wolff alistó un telebinocular y observó a su alrededor. Max miraba con ira el paisaje urbano parecido a Oz; él estaba preocupado por Miriya y los demás, deseando que alguna acción directa fuera posible.

Vince dijo, “Lo que no comprendo es este asunto con Vowad, el padre de Sarna. ¿Quiero decir, celos, de un Haydonita?

Las emociones de los sintéticamente producidos Haydonitas eran normalmente demasiado sutiles para ser detectados por los otros Sentinels, o estaban profundamente reprimidos. Y ciertamente sus lazos familiares eran débiles para los estándares de los forasteros. Pero la situación entre Sarna, Vowad, y Veidt era aparentemente la excepción.

Los Haydonitas no reproducían tanto como literalmente creaban su descendencia, como un tipo de forma artística. Los jóvenes incorporaban características de los antepasados e innovaciones escogidas, como ensayos estéticos, también.

Wolff bajó el telebinocular. “De lo que he podido lograr ver desde que hemos llegado aquí, Vowad es la última expresión del desarrollo Haydonita, su Número Uno,” él dijo. “Y Sarna fue, en cierta medida, su realización culminante. Excepto que, ella no se comportó del modo en que se suponía debía hacerlo. Se entusiasmó totalmente con Veidt y con ciertas ideas radicales que él tenía, como resistir la intrusión Invid.”

“¿Dónde hemos oído eso antes?” Max murmuró.

“La cosa es que,” Wolff continuó, “tengo la impresión de que si alguien pudiera evitar de que el Invid hiciera lo que quisiera en Haydon IV, ese es Vowad. Sólo que, él no parece inclinado a hacerlo.”

“La cuestión toda es un poco escurridiza para los estándares Haydonita, supongo,” Vince dijo. “El Invid facilita su entrada con planes comerciales y misiones diplomáticas, intercambios culturales y todo eso, y lo próximo que sabes, es que ellos están atrincherados. Sobornando a los funcionarios; intimidando o chantajeando a los burócratas –ellos tienen toda la influencia que necesitan por aquí, más o menos.”

Y si el vanagloriado sistema de defensas del planeta alguna vez realmente existió, los tres vinieron a comprender, aquel encontró la operación de infiltración/subversión Invid demasiado confusa para encargarse de ella. Mientras los Invid no hacían ningún movimiento manifiesto, ellos estaban a salvo de un justo castigo. Y las transacciones violentas entre los no-Haydonitas estaban, así parecía, exentas de la interferencia por parte de las defensas planetarias.

Wolff levantó el telebinocular de nuevo, explorando. “Levanten las cabezas,” él dijo suavemente.

***

Una alfombra voladora se estaba acercando, del tamaño de una manta doblada. En otro pocos segundos, Sarna descendió junto a ellos.

Después de recibir noticias de que Rick, Lisa, y los demás se habían recobrado, ella dijo, “No tenemos mucho tiempo. Las cosas aquí están mucho peor de lo que Veidt y yo pensamos cuando propusimos este plan. Tenemos que sacarlos a todos ustedes de Haydon IV tan pronto como sea posible.”

Antes que ellos la pudieran presionar por detalles, ella se apresuró, “¿Trajeron sus dispositivos de visión? Bien; miren allí, en la unión del Sendero del cielo y del Camino de Plata.”

Finalmente ellos se enfocaron en el punto que ella estaba indicando. Vince observó por un momento, luego expresó una no característica y deliberada ristra de obscenidades.

“Sí; esto cambia las cosas,” Wolff añadió burlonamente.

Muy lejos y debajo, una caravana de esclavos era hecha avanzar por guardias Inorgánicos hacia una fortaleza Invid inquebrantable que lucía brutalmente fuera de lugar en el exquisito Glike.

Los prisioneros, vendados con correas metálicas que fulguraban con instrumentales, estaban sucios y desgreñados. Era fácil de ver que eran mujeres grandes y robustas que llevaban puesto los restos de sus trajes de lucha, caminando con las cabezas en alto, llevadas en rebaño por sus apresadores.

“Praxianas,” Max dijo suavemente. “Las Praxianas desaparecida. ¡Están aquí!”

Sarna estaba inclinado la cabeza mesuradamente. “Ellas no fueron, como pensábamos, exterminadas; el Invid tiene muchas más esas aquí en la ciudad y en otra parte en Haydon IV. Muchos, muchos miles.”

En contraste a la falta usual de extrema emoción en los Haydonitas, había aborrecimiento en su voz ahora. “Y mi padre, Vowad, lo permite. Lo permite todo, para preservar su tan importante serenidad, y este pequeño...lugar utópico, como ustedes los humanos dirían.”

Ellos bajaron sus binóculos cuando ella continuó. “El Regente ha aplicado la presión apropiada; él los tendrá a todos ustedes en cautiverio pronto, si no nos movemos rápidamente. Él ha arreglado para–”

Pero ella no siguió adelante, cuando el sol fue empañado sobre sus cabezas por alfombras voladoras de más de un acre de área. Sobre ellas se encontraban Inorgánicos: Scrim y Crann y Odeon, con las armas listas, junto con los Haydonitas que estaban haciendo el vuelo actual.

Los tres guerreros de la REF desenfundaron sus pistolas de asalto Badger, preparados para luchar por sus vidas, pero Sarna dijo, “¡No! Si ustedes disparan primero, habrán hecho lo que ellos desean. Y Miriya y los otros sufrirán tanto más por ello. Quédense donde están y déjenme hablar en favor de ustedes.”

Las alfombras voladoras aterrizaron para rodearlos con la caída abrupta del borde a sus espaldas. Vince, Max, y Wolff formaron su propio círculo de seguridad, pero mantuvieron los cañones de sus pistolas ametralladoras apuntados hacia la superficie del embarcadero flotante. Ellos tenían unas cuantas sorpresas más en sus cuerpos al lado de los Badger, pero ir contra los Inorgánicos sin sus propios mecha significaría una misión suicida.

Ellos reconocieron a Vowad inmediatamente por el cráneo abultado y el tono rojo oscuro de la carne roja, y la enorme conformación de zafiro estrellado color lavanda en su frente. Él estaba de pie al lado del Regente Invid, los dos Hellcat del Regente flanqueándolos. Los otros Haydonitas allí portaban lo que Vince había aprendido a reconocer como emblemas que los distinguían como Ancianos Respetables –la “guardia vieja” del planeta, quienes habían hecho las paces con la subversión Invid.

Los Inorgánicos avanzaron pesadamente fuera de las alfombras, desplegándose para circundar a los Sentinels. Entre los mecha había Oficiales Blindados, en cierto modo Invid evolucionados en armaduras potenciadas, erguidos unos dos metros y cuarenta centímetros de alto más o menos, blandiendo las armas. Vince no pudo deducir por qué las defensas del planeta no respondían a tal exhibición de fuerza –a menos que o las defensas eran un mito o los Haydonitas habían decretado que esas defensas no obstaculizasen las tropas del Regente.

El Regente y Vowad descendieron, los Hellcat acechando un paso detrás. “Ustedes Humanos son alborotadores de nacimiento,” el Regente observó. “Siempre maquinadores, nunca tranquilos.”

“Nos mantiene entretenidos, sacándolo a patadas planeta tras planeta,” Jonathan Wolff otorgó apaciblemente.

El Regente gruñó, y sus Hellcat mostraron sus colmillos en gritos furiosos. Vowad, viendo a su hija entre los Sentinels, intervino antes de que los Hellcat saltasen.

“¡Ustedes nos acompañarán donde sus otros compañeros están detenidos! Allí serán examinados para identificación positiva, y oficialmente vueltos a poner bajo custodia del Regente, por el juicio sobre cargos de crímenes de guerra.”

“De ninguna manera,” Max Sterling dijo, quitando el seguro de sus pistolas. “Más bien preferiría morir aquí.”

Pero Sarna se inclinó para cuchichear en su oído, “¡Por favor! Confíe en mí; aún hay un modo de salir de esto, pero debe fingir por algún tiempo. ¡Por el bien de Miriya, y su futura hija!”

Lentamente, de mala gana, Max regresó las Badger a sus sobaqueras. Vince y Wolff vacilaron, luego hicieron lo mismo.

“Veidt o yo les enviaremos recado tan pronto como podamos,” Sarna cuchicheó cuando el Invid se acercó.

El Regente apareció ante ellos. “¡Cuán espléndido se siente tener su...compañía...finalmente!”

Cubiertos por las armas de los Inorgánicos, los tres hombres fueron desarmados y acomodados a bordo de la alfombra voladora más grande. Vowad se quedó atrás, llamando a un lado a Sarna, cuando el Regente y sus tropas y prisioneros despegaron. Los dos revolotearon allí, el viento movía con energía sus mantos largos.

“Detesto estas emociones no controladas que has adquirido por tu contacto con los Sentinels. Te ordeno que detengas esta tonta sedición,” Vowad le siseó a ella. “Te prohibo abatir la cólera del Invid sobre nosotros.”

“¿Ordeno? ¿Prohibo? Ésas son palabras que sólo los Invid podrían usar en Haydon IV ahora; tú has visto que así sea.”

“¡Deja de hablar como una loca, Sarna! ¡Estas actitudes tuyas son una locura! ¡Tú nunca hablaste así hasta que conociste al detestable de Veidt!”

“Pero, padre, tú tienes el poder para desencadenar nuestras defensas contra ellos –¡para combatir al Invid!”

“¿Y tal vez destruir nuestro mundo entero en el proceso?” Un gesto de su cabeza señaló a los Invid y sus presos que se iban.

“¿Qué es tu guerra Invid para mí? ¿Qué son los Sentinels? Sólo un tictac del reloj eterno de Haydon IV; un simple momento en nuestra vida. Cuando todos hayan pasado, seremos como siempre hemos sido y siempre seremos. No arriesgaré este lugar perfecto por las riñas insignificantes de la clase baja.”

***

“Parece que su decisión de retener información al consejo fue bien concebida,” Exedore dijo.

“Lamentablemente, sí,” Lang respondió, no mostrando ninguna pena en modo alguno.

Cualquier cosa dicha ante el consejo iba directamente al oído de Edwards, y ambos científicos habían pensado imprudente dejar saber a Edwards que había más mineral monopole restante aquí en Tirol.

“En mi opinión, las líneas de batalla están preparadas, y sólo estamos esperando el disparo de inicio,” Lang agregó. Exedore, quien habían visto siglos de guerra, inclinó la cabeza.

Ellos se sentían seguros hablando con franqueza en el centro de la instalación de investigación de Lang, satisfechos de que estaba limpio y de que las personas de las que él se había rodeado eran leales. Además, su último proyecto estaba completo: uno de los cruceros clase Escolta SDF había sido adaptado con una unidad de transposición espacial.

Había requerido cada gramo del mineral recuperable de los laboratorios de análisis y cada partícula de la reserva secreta que Lang y Exedore habían acumulado con la ayuda de Breetai. Finalmente había un modo de hacer contacto con la Tierra, de transmitirles una advertencia de las intenciones de los Maestros Robotech de buscar el mundo al que Zor había enviado la SDF-1 y la misteriosa matriz de la Protocultura –siempre que el resto del Consejo Plenipotenciario pudiese ser ganado.

Exedore y Lang estaban sentados juntos, esperando, frente a la pantalla principal del laboratorio. El debate acalorado de las últimas cinco horas los tenía a todos agotados, y el intervalo de una hora antes de la votación, durante el cual cada miembro debía considerar los pro y los contra, había resultado una oportunidad bienvenida para recuperar sus alientos.

Un tono sonó y la pantalla se encendió de nuevo, se dividió de modo que las caras de los otros diez miembros del consejo apareciesen allí. La ex jueza Justine Huxley dijo, “El momento de la votación ha llegado. Si no hay objeciones adicionales, miembros del consejo tengan la bondad de presentar sus votos.”

Exedore y Lang obedecieron, no ocultando sus votos uno del otro cuando insertaban sus códigos. La computadora de sinopsis surgió con el resultado instantáneamente.

“Por una mayoría de dos votos, la propuesta del Dr. Lang de enviar la readaptada nave clase SDF-7 de regreso a la Tierra, con la advertencia del peligro constituido por los Maestros Robotech, es aprobado.”

“Me gustaría reiterar mi punto de que el viaje sea emprendido cuanto antes,” Lang fue rápido para añadir, “y mi recomendación de que el Mayor Carpenter sea puesto a cargo general de la misión.”

Repentinamente, la cara de Edwards reemplazó todas las otras en la pantalla, rebosante de furia. “¡Todos están cometiendo un error que lamentarán! ¡Esa es la única nave capaz de una transposición espacial que tenemos, quizá la única que tendremos por meses o años a venir!

“¿Quién sabe con lo que Carpenter y los otros se toparán al regresar allí? ¡Lo diré de nuevo: el único curso sensato de acción es esperar hasta que tengamos una armada y regresar a la Tierra con una fuerza abrumadora!”

“¿Está usted diciendo que la mayoría del consejo ha perdido la posesión de sus facultades mentales?” Exedore preguntó inocentemente. Edwards hizo un sonido mudo de rabia y terminó la conexión, de modo que las caras del consejo regresaron a la pantalla. Después de unas cuantas y rápidas directivas en el sentido de que Lang y Exedore debían comenzar a organizar el viaje, la sesión fue concluida.

“Edwards nunca parece aprender su lección,” Exedore aludió. “Aunque la mayor parte de sus Ghost Rider no logró regresar de su misión para aprehender a Breetai, él habla como si tuviese el poder militar para imponer su voluntad.”

“Así lo noté –y ello me hace tener curiosidad.” Lang había tenido a su propia gente circulando entre el personal de la REF, y la aplastante mayoría estaba del lado del consejo, pero todavía Edwards continuaba adelante como si tuviese un buen juego de cartas.

Luego estaba este extraño asunto sobre el piloto que había tratado de salvar a Minmei. Lang no pudo descubrir nada sobre el hombre –a veces él dudó si los testigos tenían razón, y se preguntó si el piloto existió en modo alguno. Edwards, por su parte, insistía en que Minmei había escapado de prisión y probablemente estaba siendo albergada por amigos en alguna parte en Tiresia.

Pero eso no encajaba con el Edwards que Lang conocía: lo que él tenía, raramente lo dejaba escapar de él.

***

Edwards miró disgustadamente a la pantalla en blanco.

¡Idiotas! El consejo se estaba imponiendo más y más, ahora que la base de poder de los Ghost Rider del general había sido cortada tan drásticamente. Era una lástima que él no les pudiera dar una prueba real del poder que él esgrimía, pero ello habría sido mostrar su mano demasiado pronto.

Todos sus esfuerzos para infiltrar personas en la organización de Lang habían fallado, también, así que había poca oportunidad de introducir a sus propios agentes en la lista de Carpenter. ¡La suerte de la llevó el diablo! Él quería cada nave capaz de una transposición espacial para su propio plan maestro, y la idea de una Tierra desprevenida, ablandada por los Maestros Robotech, era muy atrayente.

Pero él aún tenía sus opciones. Tal vez ahora era hora de que se permitiera a sí mismo una diversión. Él abrió un canal de comunicaciones.

“¿Médico? Déme una actualización sobre el paciente.”

“No hay cambio apreciable, señor,” la voz de un médico clínico respondió.

¡Incompetentes! No corresponde que se los llamen terapistas. Todo lo que ellos habían logrado hacer fue llevar a Minmei a una cercana catatonía. Él sintió un anhelo súbito por ella, una necesidad para tranquilizarse de que ella todavía estaba en su poder.

“Tal vez un breve contacto personal es lo que se necesita,” él dijo. “Permanezca donde está; bajaré ahora mismo.”