Capitulo 18

Las fricciones entre los Sentinels eran muchas, y el Grial de derrotar al Regente era a veces la única cosa que los mantenía alejados de una desastrosa pelea.

Es notable que ninguno de ellos notase cuán inmune Tesla se volvió a la irritabilidad, frustración, castigo, y así sucesivamente de ellos. Ellos eran guerreros físicos, bajo ataque –aunque ellos no lo sabían– de un enemigo metafísico que se había introducido en sus propias líneas.

Ann London, Anillo de Hierro: Los Sentinels en Conflicto

“¿Qué ocurre, Teniente Comandante Baker? ¿No luzco bien?”

Jack Baker contempló a Gnea. “Yo, uh, sólo desearía que mi comandante de la academia pudiera verla, es todo.”

Tal encuentro ofrecería una oportunidad para refrescar su técnica de resucitación cardiopulmonar, Jack imaginó, porque la Comodoro Steinfeld desde luego tendría un ataque al corazón si ella alguna vez daba un vistazo a Gnea.

Al momento que Lisa había tomado por vestir accesorios Praxianos, la mayor parte de los Sentinels se vestían como ellos tenían a bien. El servir en campaña prolongada había provocado que virtualmente nadie tuviese un guardarropa según reglamento nunca más, y las personas vestían lo que caía en sus manos o lo que se les antojaba.

Un caso en cuestión era Gnea. La armadura protectora y el top en forma de corpiño de piel de dragón entramado estaban en armonía con la moda Praxiana, pero la chaqueta del uniforme de la REF era un poco chocante. La chaqueta de cintura corta de apariencia desaliñada estaba adornada con charreteras de plumillas, decoraciones y galones e insignia.

Ella hizo cabriolas para sacar a relucir su nueva adquisición. “La segundo comandante del Comandante Grant y yo somos poco más o menos del mismo tamaño, así que nosotras trocamos,” ella dijo, cepillando el bordado en sus puños. Jack se preguntó cuánto estaría disfrutando su nuevo chal de piel de grifón la Teniente Comandante Shimoda. Desde luego Gnea, una adolescente de un metro noventa con piernas que no abandonaría, hizo cosas por esa chaqueta que, en la opinión privada de Jack, merecían una medalla.

“De cualquier modo, ¿Por qué me querías ver, Jack?”

Él se dio cuenta culpablemente que había estado admirando su figura de cintura larga y se sobresaltó, mirando a su alrededor por reflejo y esperando que Karen Penn le estuviese frunciendo el entrecejo. ¡Maldita sea! Ambos peleaban tan a menudo como eran interrumpidos en su romántica amistad, y Karen ciertamente nunca había dicho o hecho nada de propiedad. Pero de algún modo, él halló, que no podría mirar a otra mujer nunca más sin el miedo de ser golpeado sin piedad.

“El almirante ha notado que Tesla ha estado manteniendo un perfil bajo desde el altercado de Haydon IV,” él dijo. “En realidad, nadie lo ha visto. En cuanto a eso, Burak ha estado notoriamente fuera de la vista, también. Así que imaginé que en cierta medida daría un paseo y los descubriría.”

Gnea había sido confidente de Burak, al menos tiempo atrás cuando los Sentinels aparecieron por primera vez en Tirol. Así que, alistarla en el proyecto fue una de las primeras cosas que había venido a la mente de Jack.

“Sí, lo noté,” Gnea dijo con una mirada pensativa en su rostro. “Es tiempo de que alguien descubra qué están tramando esos dos, ¿no es así?” Ella se colocó junto a él y partieron, ella media cabeza más alta pero ambos cómodos con la mutua compañía.

“Burak y yo ya no hablamos mucho, sabes,” la amazona continuó. “Yo simplemente –una vez que él conoció a Tesla, comenzó a hablar como algún tipo de salvador. Era una cosa compadecerse de él pero una completamente diferente era tolerar aquel –¿cómo lo llamarían los humanos? ¿complejo napoleónico?”

“No sé,” Jack dijo. “Yo me especialicé en Almacén de Madera.”

Gnea dejó pasar eso sin averiguar qué significaba; uno tenía que comprender que a Jack le gustaba ser oscuro.

Burak no estaba en su habitación, así que ellos fueron al compartimento que había sido asignado a Tesla. El Invid no estaba allí –precisamente como él no había estado allí durante días. Pero Jack había aprendido los hechos desagradables de cómo era entregar un reporte poco satisfactorio a Rick Hunter, así que él curioseó alrededor del lugar, abriendo armarios vacíos y examinando a la ligera gavetas vacías.

Pero fue Gnea, al estudiar la cubierta del modo que se esperaba que una cazadora Praxiana examinase la tierra, quien tropezó con algo que merecía la atención de ellos. “¿Qué es esto?”

Jack se acuclilló junto a ella. “Mung.” Él conocía la apariencia y el olor de ello muy bien: una mezcla de tierra y grasa, humedad y aceite de máquina. Era tan común a ciertos compartimentos de fuerza motriz auxiliares en naves estelares como lo había sido una generación antes a las plantas de fuerza motriz de submarinos nucleares. El mung parecía como si se hubiese caído de la planta de los pies desnudos de Tesla.

***

Encontrar el compartimento correcto no llevó mucho tiempo; el buscar en los lugares cerca de la sección de poder de la nave donde los monitores de seguridad estaban fuera de servicio lo redujo. Al tercer intento, Jack y Gnea pasaron a través de una escotilla y se encontraron frente a Burak.

Jack era uno de aquellos que cargaba armas portátiles a bordo de la nave hoy en día, y Gnea siempre había practicado el hábito. Él tenía su Badger desenfundada y amartillada, y ella tenía una cuchilla azul centelleante de sesenta centímetros en el aire.

Burak lucía deprimido, casi asustado. Pero él se inclinó, sus largos cuernos inclinados. “Nos preguntábamos cuando vendrían.”

Jack vaciló, dividido entre el impulso a llegar al fondo de las cosas y el impulso a llamar por respaldo. Entonces algo se movió en las sombras de una esquina.

“Sí,” una voz dijo. “Lo esperábamos con ansias.”

Dos hendiduras de luz roja, como bocas de hornos en miniatura, se abrieron. Rayos semejantes a láseres saltaron hacia Jack y Gnea. Jack procuró con toda su fuerza de apretar el gatillo del Badger, aunque el cañón no estuviese apuntando hacia Tesla; él esperaba que el ligero impacto del cañonazo de la pistola de asalto lo liberaría, lo dejaría girar el arma hacia el Invid.

Gnea había levantado la espada en alto, una imagen propia de guerra, pero ella estaba tan inmóvil como Jack mientras los rayos de los ojos de Tesla se movían a través de ellos pesadamente, casi íntimamente.

Petrificado como lo estaba por el impacto entumecedor de la voluntad de Tesla, Jack aún vio que el científico había experimentado cambios profundos. Él ahora se asemejaba a los esbozos de los artistas que habían sido hechos basándose en las descripciones de las Praxianas sobre la Regis.

El hocico se había metido; la boca era ahora convencionalmente humanoide. Tesla era mucho más grande, aunque eso era difícil de juzgar ya que él estaba sentado en un tipo de posición de loto. Él estaba pelado, su musculatura tan bien definida que podría haber sido una figura de un texto de anatomía, sus nervios y los vasos sanguíneos visibles de una manera que sugería que él no tenía piel, ninguna epidermis en modo alguno.

“Mírenme fijamente.”

Jack y Gnea encontraron que no tenían ninguna alternativa. Las emanaciones de los ojos del Invid vieron que así sea. “Ustedes serán mis ojos y mis oídos en la nave, y en las asambleas de los Sentinels, y en Spheris,” Tesla dijo. Sonó para el deslumbrado Jack como que aquello era de su propia idea.

“Mantengan a los otros a raya,” la cosa sentada en la cubierta dijo. “Necesito tiempo para completar mi transformación. Y entonces...”

El ser en la esquina del compartimento empezó a levantarse, como un cambio de forma de mechamorfosis Robotech, hasta que estuvo de pie con la cima de su cráneo casi tocando la parte superior.

Un hilo de saliva estaba pendiendo de la barbilla de Gnea; los ojos de Jack Baker parecían a punto de enrollarse en su cabeza. Pero ambos hicieron sonidos de aceptación.

“Sean útiles para la misión más importante y encuentren acceso a los datos más sensibles,” Tesla dijo. “Sus vidas son de valor sólo mientras me sirvan.”

***

Lisa consideró su posición en combate y se preguntó si no debería ir más lento, o abrirse un poco más.

Después de todo, Bela estaba –¿qué?– ¿sesenta y seis más o menos? Y sin embargo su posición era tan baja como la de Lisa, sólida y sin embargo fluida.

Por no decir nada de esas enormes manos, y el puro músculo de la amazona número uno de los Sentinels. Sin embargo, Lisa había aprendido a buscar ciertos indicios y signos de vulnerabilidad, posibles vías de ataque, que ella nunca habría sido capaz de reconocer unos cuantos meses antes.

Lisa fingió una combinación manual y llegó por abajo para barrer con el pie. Bela saltó sobre aquel, pateando a su vez, pero Lisa no estaba donde se suponía debía estar; ella había dado marcha atrás, su pie girando atrapó a Bela justo por encima de la oreja.

Hubo un porrazo sólido, y aunque el casco de entrenamiento de Bela y las almohadillas para los pies de Lisa eran gruesas, la Praxiana fue parada poco más por la sorpresa que por el dolor.

No obstante, ella tuvo el pie de Lisa entre esas manos enormes antes de que Lisa, una fracción lenta en la recuperación, lo pudiera retirar. En otro segundo, Lisa estaba sobre la colchoneta y dándole palmetazos en señal de rendición, mientras Bela aplicaba presión a la pierna sujetada que ella había capturado.

Ellas se levantaron y se agarraron una a otra de los antebrazos, para indicar el fin del encuentro, luego caminaron fuera de la colchoneta mientras se quitaban sus almohadillas. Otra amazona y Susan Graham, la joven oficial de información pública y comunicaciones, estaban alistándose para pelear; varias de las mujeres de la REF habían seguido el ejemplo de Lisa y pedido a las Praxianas que fueran sus tutoras en las artes de combate.

“Me engañaste,” Lisa hizo rechinar los dientes, volviéndose contra sí misma por caer por ello. “Yo pensé que finalmente te tenía.”

“Me tenías.” Bela golpeó ligeramente el hombro de ella. “Pero parte de las artes de lucha es seguir atacando a tu oponente, sin importar qué.”

Ella observó a Lisa por un momento. “Pero luego, tú ya sabes eso.”

Karen Penn estaba sentada sobre sus talones al borde de la colchoneta, al igual que otras humanas y Praxianas, esperando su turno para pelear. Ella era una de los pocos miembros de la REF allí que podía mantenerse firme contra una oponente amazona –podía dar prácticamente como recibía y, a menudo, ganar.

Allí no estaban presentes hombres de ninguna especie. Las Praxianas no se opusieron a sesiones de entrenamiento más general y torneos, y de hecho dieron la bienvenida a la oportunidad de competir con y aprender de sus camaradas Sentinels. Habían habido algunos choques monumentales, y los Karbarrianos, en particular, demostraron cuánto amaban una disputa de buen corazón.

Pero ciertas clases y ensayos estaban reservados solo para mujeres. Karen parecía encontrar cierta serenidad en ellos. Lisa había pensado sobre confrontar a Karen con el problema real, pero ella tenía más que suficiente tiempo al mando para saber que a menos que ello estuviese de algún modo deteriorando el rendimiento profesional de la persona, la vida amorosa de un subordinado era mejor dejarla que él ó ella la manejase.

Ciertamente, el tormento físico, mental, y emocional de las campañas de los Sentinels parecía haber realizado un cambio en Jack; cualquiera que tuviese ojos podía ver que él era más abierto y dado con Karen. Pero ambos habían levantado determinadas defensas uno contra el otro, y Karen era reacia a bajar las suyas.

Si Penn y Baker nunca admitían a sí mismos o uno al otro que estaban enamorados, sería una lástima, no más que un tema del que otros estarían bien advertidos de no meterse, Lisa decidió.

El siguiente asalto era tan bueno como el de Lisa y Bela o mejor: dos Praxianas de peso medio, luchadoras veteranas y tan rápidas como cascabeles, estaban luchando. Bloqueos y paradas llegaban tan rápido como patadas y puñetazos; las amazonas en los bordes del cuadrilátero comenzaron a aplaudir y a alentar. Ni una de las mujeres sobre la colchoneta podía apuntarse un tanto sobre la otra, aunque estaban empleando todo lo que sabían.

En medio de todo ello, nadie notó a un recién llegado entrar a la bodega. Entonces el árbitro gritó el punto ganador cuando un golpe dio de lleno, y alguien se dio cuenta de quien estaba, contra toda tradición y decoro, de pie allí.

Las amazonas estaban menos ofendidas o ultrajadas que asombradas. Baldan II aprovechó el súbito silencio que cayó sobre el compartimento para caminar hacia Lisa y Bela, quienes estaban de pie mirándolo.

Sus pies estaban desnudos, y sin embargo no hicieron el tintineo vítreo que Lisa habría esperado sobre las duras planchas del piso. En cambio, hubo un tipo de vibración disminuyente y creciente ininterrumpida, como alguien pasando sus dedos mojados alrededor del borde de una copa de cristal.

Lisa vio que el Spherisiano no la estaba mirando a ella, y dio un paso al costado cuando Baldan vino a pararse frente a Bela. Bela sostenía su casco de entrenamiento acolchado en sus manos de dedos largos, sus extraños ojos característicos de las aves tan cautelosos como los de un halcón.

“Tú conoces el plan para el reconocimiento de Spheris,” Baldan dijo. “Aún quedan algunos días, antes de que yo tenga que partir. Te pido que me enseñes algunas de las destrezas de lucha que tú conoces, pues yo no conozco ninguna.”

Las amazonas murmuraron, algunas de ellas sosteniendo sus alabardas inquietamente o colocando una mano en el mango de sus espadas. No le estaba permitido a ningún hombre invadir los lugares de entrenamiento retirados.

Bela lo miró hacia abajo. Él ya era, en tamaño y forma, un ser semejante a un Terrícola cerca del final de su adolescencia. Baldan sólo llevaba puesto un corto taparrabo.

Él no era translúcido, sino que más bien parecía emitir luz que él había acumulado de fuentes alrededor de él. Sus incontables facetas, convexas, cóncavas, y planas lo habían hecho un ser casi demasiado bello de creer, brillando con la juventud que estaba en él.

La voz de Bela, normalmente un grito enérgico, era ahora sólo un susurro casi ronco. “Tú debes aprender esas cosas de otros; no se permite ningún hombre aquí.”

Él estaba listo para eso. “Según tus propias leyes, tú no puedes negar el ingreso a un ahijado.”

Bela miró agudamente, los ojos ampliamente abiertos, conmoción y cólera y un tipo de ternura involuntaria mezcladas juntas. “¿Ahijado?”

“Tú salvaste mi vida, tú y Miriya Parino. Por tus propias leyes, eso me hace tu ahijado, y tu responsabilidad.”

Una obligación China, Lisa pensó. Ella estaba recordando el momento en que Bela emergió del VT de Miriya, acunando el huevo de apariencia del cuarzo que se convertiría en Baldan II.

Lisa imaginó que la repentina falta de equilibrio de Bela no tenía nada que ver con las teorías del comportamiento femenino instintivo. Pero tenía todo que ver con un sentimiento de unidad, y una satisfacción al haber hecho lo correcto.

La amazona lo examinó. “Pero –¿estás seguro que no te astillarás?”

Él volteó e hizo una vuelta carnero a lo largo de la cubierta, el canto de sus facetas y ángulos cambiantes sonando como música celestial. Al ponerse de pie con el mismo movimiento, él la enfrentó con una sonrisa luminosa.

“Si yo fuese quebradizo, ya me habría roto hace mucho tiempo, Madrina.”

Bela tiró su cabeza hacia atrás y rió, y otras Praxianas participaron, al principio unas cuantas, luego todas. Lisa estaba de pie a un lado con Karen Penn, contemplando cuando Bela daba a su ahijado un equipo completo de almohadillas y un casco. “Las cosas tienen que cambiar con el tiempo,” –Bela se encogió de hombros– “incluso las reglas Praxianas.”

Hay cosas revelándose de esta guerra, subproductos, que son casi tan importantes como la victoria, se le ocurrió a Lisa.