Capitulo 20
Considérese la humilde arcilla.
Pequeñas cantidades de ella pueden acelerar los procesos químicos por un factor de 10.000. Una libra (norma Terrestre) de su fenomenalmente intrincada estructura de láminas estratificadas da tanto como el área superficial total de cincuenta campos de fútbol. Puede almacenar información como configuración de iones. Es perfectamente verosímil que cristales auto replicantes produzcan un “proto organismo” como el punto de partida de la vida en Spheris.
Pero aquellos que viajan por las Autopistas Cristalinas no están impresionados con tal teorización. Ellos lo explican todo con un nombre.
A. Jow, El Histórico Haydon
“¡Max! ¡Presta atención!”
“¿Uh?” Él parpadeó.
Jean Grant, infinitamente paciente, aún tenía un modo de hacer saber a alguien que ella no toleraría sus deficiencias.
“Sólo tómalo con calma, Max; los bebés han estado naciendo durante mucho tiempo. Además, esto es sólo un ejercicio, ¿capisch? Todo lo que tienes que hacer es ayudar un poco.” Ella le sonrió a Miriya. “Relájese, soldado.”
Miriya detuvo sus ejercicios de respiración y rió entre dientes cansadamente. Ella estaba pálida y ojerosa por la prueba penosa en la que se había convertido su segundo embarazo. Pero ella apretó la mano de Max, su código de yo te amo.
Max devolvió el apretón dos veces, pero él aún estaba preocupado. Este embarazo ni siquiera debía haber sucedido. Aparentemente, los métodos convencionales de control de natalidad no se aplicaban a una unión Humano-Zentraedi.
El primer embarazo de ella había producido cambios en el cuerpo de Miriya que Jean aún no había explicado completamente. Las lecturas físicas en ella se estaban volviendo más y más peculiares, y nadie, ni siquiera los virtuosos y flotantes sanadores de Haydon IV, podían decir por qué.
Max resistió el impulso de suspirar, allí donde Miriya podía oírlo. En cambio él se acuclilló a su lado, señalando a la ventana que iba desde el piso hasta el techo en el dormitorio de ella.
“¿Ves allí? El centro urbano está casi reconstruido, y alrededor del setenta por ciento del sistema de circuitos subterráneo está de vuelta en buen estado. Vowad dice que el planeta entero estará como nuevo en menos de dos meses.”
“Es bueno que–” Un espasmo repentino de dolor la superó, y ella apretó la mano de Max con un agarro tan fuerte que él involuntariamente aulló de dolor.
Jean estuvo allí en un instante, leyendo los monitores de la cama. Los Haydonitas habían construido la habitación de Miriya de modo que era un duplicado virtual de la habitación que ella y su esposo habían compartido otrora en la reconstruida Ciudad Macross –su más feliz hogar– pero el lugar era en realidad una unidad de cuidados intensivos bien camuflada.
“Código rojo,” Jean gritó al aire; no pasaron ni dos segundos antes de que la pared se abriese deslizándose y sanadores Haydonitas entrasen flotando. Miriya estaba perdiendo el conocimiento.
“Háblale, Max,” Jean le susurró, luego volvió a su propio trabajo.
¿Qué decirle? Él no estaba acostumbrado a charlar; esa era una de las razones por la que a él le había gustado estar solo hasta que él y Miriya se encontraron.
“Y-y, el comercio interestelar ya ha comenzado a ponerse en marcha de nuevo,” él barboteó, apretando la mano de ella pero, para su terror, no obteniendo ninguna respuesta. “Tengo un lugar totalmente arreglado para ti y para mí y para el niño, fuera de la ciudad–”
“Lo siento, Max.” Jean lo apartó de al lado de la cama y él no se resistió. Ella y los sanadores Haydonitas, y las máquinas médicas que se parecían a conchas marinas revoloteantes y a esporas aerotransportadas, todos se agruparon alrededor de su esposa.
Max Sterling permaneció de pie al pie de la cama. “La estamos perdiendo,” uno de los sanadores sin rostro dijo, y Max mordió su labio inferior hasta que sangró, de modo de no gritar.
“Háblale, Max,” Jean repitió, sin levantar la vista de su trabajo. “Manténla con nosotros.”
“Yo...yo...”
“Tú estás preparando un lugar para ella,” Jean le sopló, todavía sin romper su propia concentración.
Él respiró profundamente. “Podemos quedarnos allí hasta que estés lista para ir a casa, Mir.” Él sintió deseos de llorar, pero Jean le dio un vistazo rápido.
“Vamos, as,” ella le dijo, y regresó a lo que estaba haciendo.
Vamos, as...
“Dana será una muchacha grande para cuando regresemos, ¿huh?” él se encontró diciendo.
Los monitores de signos de vida hicieron un sonido ligeramente diferente; Miriya logró formar una palabra. “Dana...”
“¡Uh-huh! Dios, ella desea tanto ir a la academia, y Emerson dice que si ella no se comporta, él la va a poner en un convento, ¿recuerdas?” Él estaba enjugando las lágrimas de su cara y sus anteojos. “Y Bowie dijo que si Dana iba, él iría.” Él estaba riendo y llorando al mismo tiempo.
“Ella será... una muchacha grande,” Miriya dijo.
Los signos de vida estaban estabilizándose. Con esfuerzo, Max tragó y dijo, “Piensa en todas las cosas que tendremos que contarle cuando lleguemos a casa, Mir. Ella estará esperando a oírlas.”
Miriya Parino Sterling sonrió mientras revoloteaba al borde de un coma luego regresó a él.
Él permaneció de pie mirándola mientras ella se dormía, después de que Jean y los sanadores y las máquinas se fueron. El embarazo de Miriya aún tenía siete meses antes de que llegase a término.
Pero eso era sólo por el cálculo Humano. Según las lecturas del laboratorio, podía suceder en cualquier momento.
***
En los cuarteles de las fuerzas de seguridad destinadas al complejo del Dr. Lang, el oficial del día perdió la paciencia golpeando la puerta.
“¿Linc? ¿Lincoln? ¡Maldito seas, a formar!”
Pero el Oficial de Justicia Isle, Número de servicio de la REF # 666-60-937, no estaba allí. El oficial de guardia miró a su alrededor y encontró que faltaba el traje de vuelo del hombre. Extrañamente, allí había también recortes de pelo y residuos de crema de afeitar en el pequeño lavamanos de la estrecha habitación.
Isle siempre fue extraño, pero esto lo excedía. “Isle, hijo de puta,” el oficial de guardia murmuró. “¿Y ahora qué?”
***
Ellos eran como delfines en el mar, o águilas surcando los vientos.
Baldan planeó, siguiendo a su madre, por el mundo interior de las Autopistas Cristalinas. Los enrejados minerales se extendían en todas direcciones, haciendo su propio paisaje para los seres que nadaban en el seno de Spheris.
Baldan halló que él conocía su camino. Las emanaciones de varios compuestos y estratos eran como hitos y calles –un sistema de autopista tridimensional.
Él se movió zumbando para alcanzar a Teal en una carretera dictada por la condición fundida. Hubo una gran cantidad de viradas y esquives debido a las cámaras de magma, pero el escenario era espectacular.
Separados de sus cuerpos, ellos volaron a través de la mismísima estructura de su mundo. Baldan halló que sabía cómo evitar estructuras metamórficas, que sabía cómo deslizarse por los ejes cristalográficos.
Allí no había gravedad, excepto como una fuerza en cierto modo abstracta; los imperativos electromagnéticos y termales y nucleares eran las reglas del camino.
Y dentro de poco, él podría oír las voces de su gente.
Baldan entendió que él era sólo un intelecto incorpóreo, escurriéndose por los bulevares que fuerzas moleculares habían delineado. Pero parecía que él era corpóreo, volando como algún personaje fuera de los absurdos libros de comics humanos, en un elemento que era suyo para mandar.
Era un mundo suspendido en el espacio: aquí, los resaltos de una hendidura tectónica; allí, el recorrido de un filón de rodonita que virtualmente ceñía el planeta. Ellos navegaron corrientes de crisoberilo, esmeralda y corindón, montaron ondas piezoeléctricas, lucharon a través de esquistos y surfearon con sus cuerpos en la turmalina.
Luego él se percató de las canciones, y ellas lo atrajeron. Teal notó que él estaba desviándose, y lo siguió. Ellos comprendieron a través de una comunicación no hablada que el anhelo que él sentía no debía ser cuestionado. Ella cedió a un impulso que sólo había resistido en forma marginal hasta entonces, y halló que ya no era una única persona: era dos. Ella misma y su hijo.
En un lugar como una catedral hecha de mineral viviente, o un megaplex enquistado en una joya de claridad perfecta, él tropezó con el primero de su raza que él había conocido alguna vez además de su madre y unos cuantos camaradas de a bordo.
Sus voces lo atrajeron, el sonido resonando de un extremo a otro del mundo. Baldan encontró para su sorpresa que emerger de la trama y urdimbre del planeta era más difícil que unirse con él, y comprendió un poco mejor cómo su padre murió.
Hubo un cansancio tremendo al luchar por liberarse de la Autopista Cristalina; era como si Spheris no quisiera dejarlo irse. Baldan hizo su aparición parcial, como cierto atormentado camafeo; él fue chupado de nuevo y casi consumido. Él luchó y pateó y se liberó a golpes, renació otra vez.
Teal estaba de pie cerca, y él supo instintivamente porque ella no había sido capaz de ayudar; sólo había una prueba de carretera para los jinetes de las Autopistas Cristalinas, y era muy Darwiniano.
La mismísima sustancia de ellos era otra. Eran ahora de materia más ahumada, más dura y más propensa a ángulos agudos, de la que ellos habían sido antes y en al nave. Baldan comprendió que cada vez que él emergía de las Autopistas Cristalinas, él sería de composición diferente –sería de la materia que componía el área de la cual él salía.
Así que; verdaderamente soy parte de mi mundo ahora.
Teal y Baldan habían entrado a un lugar que estaba deslumbrante con fragmentos de pura luz en un millón de matices y frecuentando en los tonos que surgían desde cada vértice y faceta. Se parecía a la propia casa de espejos del paraíso, una exhibición de sonido y luz que ningún no Spherisiano podría alguna vez ser capaz de comprender.
Allí había miles y miles de las gentes de su padre, contemplando la eternidad y el Universo en pequeñas cámaras semejantes a nichos, o conversando unos con otros, o trabajando para agrandar los límites de su santuario. Algunos miraron de un lado a otro en sorpresa por el arribo de los recién llegados.
Uno en particular dejó caer una herramienta de excavar que resonó como una campana en el piso vítreo del lugar. “¡Baldan!”
Era una hembra entrada en años de su raza, Baldan II pudo ver. Antes de que ella diese dos pasos más, su postura y el aura que ella emitía cambiaron. El júbilo y la incredulidad dieron paso a la incertidumbre. “Pero –tú no eres Baldan, ¿no es así?”
“Soy su hijo.” En Spheris, se sobreentendía que un gran número de los padres renacían en los niños. “Baldan está muerto. Yo soy Baldan II.”
“Mi hijo está muerto,” la anciana dijo como si las palabras fuesen incomprensibles. “¿Pero entonces –quién te dio forma?”
Teal se adelantó. “Sabía que usted querría conocer al muchacho, Tiffa.”
“¡Tú!” Todos sabían la historia: cómo una hembra frívola de ningún talento discernible o esperanza coincidentalmente había sido tomada prisionera con Baldan, un paladín de su especie.
Tiffa luchó por palabras, visiblemente disgustada por tener un nuevo pariente político impuesto a ella, y uno que no disfrutaba de ningún gran prestigio o nivel social para colmo.
“Trata de ocultar tu alegría,” Teal dijo secamente.
Ahora, había una gran cantidad de otros Spherisianos contemplando y escuchando. Ellos veían en Baldan II la imagen de su caído líder de la resistencia y héroe.
Teal los enfrentó. “También deberíamos aclarar todo esto inmediatamente. Este es el hijo de Baldan, Baldan II. Yo lo formé. Yo no pedí por la obligación, pero nosotros no siempre logramos escoger los Formadores de la Protocultura, ¿ó sí? Quiero que se sepa que me enorgullezco de este muchacho y que lo amo mucho.
“Ahora, hemos regresado con aliados, para liberar a Spheris del Invid. Sé que muchos de ustedes preferirían sentarse aquí en la seguridad y la comodidad y esperar a que ellos se marchen antes que combatirlos, pero les digo que el Invid no se irá.”
Eso hizo murmurar a las personas unas con otras. Ellos se habían ocultado en el seno de Spheris –una defensa que nunca les había fallado– pero muchos se estaban volviendo ingobernables. Ningún invasor había sido alguna vez tan tenaz como las hordas del Regente.
“Los Sentinels ya han removido a los Invid de Karbarra, Garuda, y Haydon IV,” Teal continuó. “Y tenemos la intención de hacer lo mismo aquí. No estamos pidiendo su permiso, porque esta guerra será luchada hasta la muerte ya sea que los Spherisianos compartan la suerte con nosotros o no. Pero el resultado estriba en el equilibrio, y su ayuda podría hacer toda la diferencia.”
Tiffa estaba mirando a Teal con una expresión de preocupación. ¿No era esta la muchacha frívola y caprichosa que había sido la desesperación de sus padres y quien, la mayoría había estado de acuerdo, llegaría a un final desgraciado y probablemente sin sentido?
¿Quiénes serán estos “Sentinels,” Tiffa se preguntó, cuyo compañerismo había traído a Teal a casa tan investida con sabiduría y decisión? Tal vez los Invid habían hallado la horma de su zapato finalmente.
Pero ahora surgieron voces de la multitud. “¡Déjanos en paz y vete!” “¡No queremos ninguna guerra!” “¡No somos guerreros!”
“Sí, lo son.”
Teal estuvo a punto de tratar de hacer callar a los incrédulos a gritos, pero Baldan habló primero. Ahora él dio tres pasos hacia delante, de modo que todos pudieran echarle un buen vistazo.
“Sí, lo son,” él repitió. “Los recuerdos que Baldan me dio me dicen eso. Estas agradables fortalezas seguras en el útero planetario ya no son ninguna protección; el Invid destrozará este mundo con sus dispositivos de Protocultura si se llega a eso.
“Los Spherisianos han luchado antes, mucho tiempo atrás en nuestro pasado. Ahora es tiempo de combatir de nuevo –eso, o arrodillarse y esperar a que el martillo caiga sobre nuestros cuellos desnudos.”
Él caminó unos cuantos pasos hacia un lado, hacia donde una pértiga de ágata tenuemente brillante resaltaba de la pared del santuario. “Propongo levantar una rebelión. Propongo reagrupar a cada Spherisiano que recuerde cómo combatir o está dispuesto a aprender. Propongo arrojar a los Invid fuera de este mundo o morir en el intento.”
Teal se acercó para pararse al lado de su hijo orgullosamente. Una de las agudezas de Jack Baker vino a la mente de ella, y ella decidió que este era un buen momento para usarla. Poniendo su brazo alrededor de los hombros jóvenes y fuertes de su hijo, ella fijó a Tiffa con su mirada.
“Quizá no somos nada maravilloso que mirar, pero somos todo lo que tienen.”
“De aquí nos vamos a la Gran Geoda, a pedir ayuda allí,” Baldan anunció. “Sígannos, cualquiera que esté dispuesto, o lleven la noticia a otros santuarios.” Él vaciló, inseguro de si lo último que él quiso decir era justo, pero el impulso era demasiado fuerte para negarlo.
Su voz cayó una octava y se volvió la voz de Baldan I; una mirada diferente entró a sus ojos. A través de él, su padre dijo, “Es bueno verlos esta la última vez. Los quiero a todos.”
Baldan II vibró un poco, volviendo en sí, luego volteó para combinarse con la pértiga de ágata. Un momento más tarde, Teal se había marchado también.
Los Spherisianos se miraron unos a otros, el santuario resonando con los hurras de algunos, las dudas de otros. Había miradas de preocupación en todas partes.
Fue entonces cuando Tiffa caminó hacia el afloramiento donde su nieto y nuera habían desaparecido. Ella extendió sus brazos como un zambullidor de gran altura, se inclinó lentamente, y se unió con la materia de Spheris.
En otros pocos segundos, las personas estaban apiñándose contra las paredes del lugar, o yaciendo tendidos para disolverse en el mismo piso. Aquellos que dudaban o tenían otras reservas se hallaron en una minoría menguante. Muchos se quedaron, pero ahora el santuario era un lugar resonante, mayormente desierto de más silencio que sonido, más vaciedad que vida.
Por las Autopistas Cristalinas la gente de Spheris voló, energizados por una fuerza frente a la cual la piezoelectricidad y la Protocultura y la misma lógica debían inclinarse. Hacia miles de destinos sobre la corteza del planeta y debajo de ella ellos fueron, para liberar a su mundo hogar.