Capitulo 5

Ella era demasiado brillante para no ver las ramificaciones de su acto. Al llevarse la mitad de su raza en la persecución de la Última Forma Invid y el Nuevo Optera, ella estaría forzando a su marido a cuidarse por sí mismo en muchas formas —a confrontar ciertas cosas, a aprender ciertas cosas. Cosas que —no es inconcebible— podían forzar a la involución a dar un giro de 180 grados.

Un posible motivo para esto es que en ella todavía había un poco de amor por él.

Gitta Hopkins, Abeja Reina: Biografía de la Regis invid.

Un gruñido bajo, enfadado y entrecortado del Hellcat hizo que Cabell mirara hacia la cosa con cautela, pero Veidt pareció no registrar su presencia. El Regen-te estiró la mano para acariciar la cabeza de su mascota disfrutando la inquietud de Cabell.

Cabell tenía buenas razones para desconfiar de los mecas Inorgánicos in-vids llamados Hellcats. Cuando los invids invadieron Tirol, uno había intentado desgarrarlo miembro por miembro.

Esos que estaban sentados sobre sus caderas a cada lado del trono del Re-gente eran aun más grandes que lo usual, y de por sí los Hellcats eran mucho más grandes que cualquier diente de sable que jamás vivió. Eran de un índigo vítreo, sus ojos brillaban como lásers de rubí. Estaban armados con garras afiladas, cuer-nos aguzados en los hombros y la cola, y colmillos relucientes. Alrededor de sus gargantas musculosas había collares resplandecientes engarzados con gemas de muchos mundos.

Cabell terminó fascinado por las intensas miradas malsanas de los “Gatos”, por lo que fue Veidt, que parecía y sonaba sereno mientras flotaba, quién habló.

—¡Poderoso Regente! Por favor acepta nuestra gratitud por concedernos este momento de tu atención. Nosotros sabemos que hay grandes demandas en tu tiempo —luego hizo una reverencia solemne.

—¡No tienen idea —contradijo el Regente con su voz gruñida y murmura-da—, ninguna en absoluto!

Su manto se dilató y las manos de cuatro dedos se ovillaron en puños del tamaño de toneles.

—Así que no se adulen. Yo estoy reconsolidando un imperio interestelar y us-tedes me piden que ponga mis pensamientos en naderías. Aun así... nobleza obli-ga, y todo eso; quiero que se sepa que una vez que yo tenga al universo en mi puño no seré un soberano cruel —el manto se replegó un poco.

Veidt inclinó su cabeza pero lució imperturbado.

El Regente consideró la cuestión con más cautela de la que habría admiti-do. El conflicto que giraba alrededor de Veidt, su compañera Sarna y el “padre” de Sarna, Vowad —si es que podía usarse un concepto como el de linaje con respecto a haydonitas—, preocupaba a todo el planeta.

Y esa es una de las cosas que han trabajado en ventaja mía —reflexionó el Regente.

La fuerza bruta era el método invid normal para tratar con el enemigo, pero aquí en Haydon IV eso era imposible. Pero la intriga, como la guerra, era un arte que los opteranos habían adquirido después de que Zor destruyera su existencia idílica. Y por eso el Regente sabía dónde debían jugarse ciertos juegos y jugaba por el mejor efecto. Por eso esta entrevista.

—No, me encontrarán más razonable y benévolo, como lo he sido aquí hoy —agregó el Regente sabiendo que el propio planeta estaba escuchando—. ¿Y cómo va la curación?

Cabell había recuperado su temple otra vez. Aplanó sus elegantes túnicas bordadas, se encogió de hombros para reacomodar el cuello alto y tieso que ro-deaba su cabeza, y se acarició la barba blanca que casi llegaba a su cintura.

—Bastante bien, creemos, aunque es difícil de decir. Los haydonitas están usando una clase de terapia que emplea sus artes de nanoingeniería. Las prog-nosis son buenas.

—Qué afortunado para ellos —el Regente asintió, pero estaba silenciosa-mente enfadado porque los efectos de la exposición a la biosfera de Garuda no hubieran matado los Hunter y a los demás—. Y ahora que me han traído este in-forme, pueden irse.

El Regente le hizo señas a su comandante de guardaespaldas para que le mostrara a los visitantes cómo salir.

—Un momento —Cabell lo detuvo—. Existe la cuestión de mi aprendiz, el jo-ven clon Rem. Yo te pido que nos lo entregues para que él también pueda some-terse a los tratamientos.

—Yo no he terminado con Rem todavía —dijo con odio el Regente, bajan-do una mirada furiosa hacia ellos. Hasta sentado el tirano los sobrepasaba como una estatua faraónica—. Y en cuanto a ustedes, pueden irse.

Ahora fue el turno de Cabell de erizarse; el enojo en su voz sorprendió bas-tante al Regente.

—¡No hasta que me permitas ver a ese muchacho! ¡No hasta que lo lleve-mos para que tenga un cuidado apropiado!

Al oír su tono ambos Hellcats se pusieron de pie escupiendo y mostrando sus largos colmillos. Pero Cabell estaba resuelto y enfrentó la furia del Regente con su propia furia.

Sin embargo, Veidt habló antes de que Cabell pudiera hacerlo.

—¡Gran Regente! Toda la galaxia ha oído hablar de tu inmenso intelecto y espíritu. Aquí está tu oportunidad de probar que puedes mostrar misericordia. ¡Considera qué alabanza ganará para ti! Caramba, esa noticia llegaría inclusive hasta la propia Regis.

Astuto —caviló el Regente mientras estudiaba a Veidt. Para ser una raza de seres artificiales, los haydonitas mostraban una emoción y un entendimiento de la motivación sorprendentes.

Veidt había tocado un nervio. Muy probablemente los espías de la Regis la informarían de un tema tal como el Regente mostrando misericordia —o de lo contrario sus propios agentes podrían asegurarse de que ella oyera de eso. Más que casi nada, él quería volvérsela a ganar. Y aunque su zambullida precipitada en la in-evolución le impedía entender de verdad esos impulsos que guiaban a su antigua compañera, el Regente pensaba que mostrar misericordia por el clon de Zor ciertamente la complacería. Por eso dijo:

—Rem ya ha recibido los tratamientos que le permití sufrir a tus compañeros, porque todavía no he terminado con él. Sea como fuere, yo te concederé una solución de compromiso: puedes visitarlo en su confinamiento con tal que intentes conseguir que entre en razón.

Los sistemas planetarios soberanos del Regente, si es que estaban escu-chando detrás de las puertas, indudablemente registrarían eso en favor del Re-gente. Él estaba muy orgulloso de sí mismo. Había dado vuelta la visita molesta de Veidt y Cabell de manera que él pudiera sacar provecho de ella de varias mane-ras.

Y, con un poco la suerte, había comprado tiempo suficiente para crear la forma de matar a los Centinelas de una vez por todas.

***

Jack Baker le disparó a otra de las serpientes de energía y la vio desapare-cer en un fuego fatuo movedizo que se disipó y oscureció. Se le ocurrió que esos puntos parpadeantes de luz podrían estar desvaneciéndose sólo para congregar-se y atacarlo de nuevo, pero no había tiempo para pensar en eso.

—¡Jack! ¡Dos en punto! —rechinó Learna, que estaba a la derecha de Jack, todavía acabando con una masa retorcida y crujiente que se dirigía directamen-te hacia ella desde su derecha. Las doce en punto era la posición del líder, claro.

Jack terminó de volar un manojo de esas cosas que se estaba retorciendo hacia él desde su izquierda, luego cruzó su rayo y quemó a las serpientes de las dos. De nuevo captó movimientos sinuosos a su izquierda y empezó a saturar una consola cercana con una salva sostenida de Protocultura; era como una medusa llena de serpientes de energía.

Bela, en el asiento trasero —ahora inferior— del Battloid, silbaba y daba gri-tos de guerra penetrantes cuando no estaba descubriendo nuevos blancos para él. Parecía estar divirtiéndose.

La rueda de seguridad de los Battloids estaba rodeada por un mar de for-mas ondulantes luminosas; a cada segundo rezumaban cada vez más de cada hendidura y cada rasgo del lugar. Los mecas barrían su objetivo constante de tiro de arriba abajo y de diestra a siniestra, pero las serpientes se acercaban impla-cables. Era como si el tecno-paisaje hubiera cobrado vida.

Los Battloids luchaban con toda la fuerza, poder y precisión que la robo-tecnología había puesto en ellos, pero parecía irremediable. Los niveles de ener-gía estaban cayendo abruptamente debido a las demandas feroces de los sis-temas de armas.

Mi primera compañía real —pensó Jack amargamente—, y quizá también la última. Registro perfecto: ninguna victoria.

Entonces pensó en los afligidos —Karen y los otros—, que estaban en algún lugar allá arriba, en Glike. Y Veidt, Cabell y el resto del acompañamiento también estarían allí, todos ellos contando con el equipo de Jack para sobrevivir.

Pero fue la cara de Karen la que vio ante él y eso lo hizo luchar como un poseído.

Pero ni la potencia de fuego imponente de cinco Battloids titánicos fue sufi-ciente para retener la marea de defensores de Haydon; las serpientes de energía golpearon el pie del meca de Jan lanzando estallidos de calor y luz, y disolviendo el metal. Ella se tambaleó y se controló cuando su primer impulso fue darles un pi-sotón (lo que sólo habría hecho mucho más fácil para ellos dañarla), y en cambio los destruyó fundiendo la cubierta y mandando a volar trozos de incandescencia.

Pero mientras Janice hacía eso, otra docena de serpientes se acercó lo bastante para enrollarse y golpear a Kami, que estaba a su derecha. Los escudos no parecían dar ninguna protección en absoluto contra las cosas. En el ínterin, va-rios más cayeron sobre Lron desde lo alto y empezaron a abrirse camino fundién-dose a través de su Battloid.

Jack se obligó a enfrentar el hecho de que no había escape para los Bat-tloids. Las serpientes estaban empezando a llover del techo y él no podía ver nin-guna ruta de retirada para los mecas. Era una orden que odiaba dar tanto como un oficial naval odiaría dar la orden de abandonar la nave, pero Jack apretó los dientes y dijo:

—Prepárense para eyectar.

No recibió ninguna protesta; todos habían visto que su situación actual era insostenible y sabían que deshacerse de los mecas de propulsión a Protocultura era su única oportunidad. Mientras escuchaba a los otros pasar por la revisión de eyección y haciendo lo mismo, Jack golpeó un botón de control al mismo tiempo que imaginaba a su nave.

Su Battloid hizo un movimiento rotatorio. La cabina-cápsula de escape de Crysta se fue deslizando para soltarse sobre la cubierta. Un paseo áspero, pero mejor que haber sido consumido por las defensas repugnantes de Haydon IV. Las serpientes ignoraron al módulo pero siguieron atacando a los VTs.

—¿Todos atados firmemente allá atrás, Bela?

—¡Llévanos a un paseo, pequeño Jackie! —rugió ella con alegría.

Jack apuró su revisión detallada para alcanzar los otros. Los Veritechs tenían sistemas de eyección cero-cero, de manera que los ocupantes podrían sobrevivir a un salto a ras del piso o incluso estando detenidos.

Las serpientes ya habían traspasado la cubierta y pululaban hacia ellos, mientras que más caían como lluvia desde cada grieta del techo como si fueran una rara versión de neón de una plaga del Antiguo Testamento.

—¡Está bien, todos: enciendan! —ladró Jack—. ¡Y una vez que se asienten, sigan moviéndose y no miren atrás!

Janice ya había saltado; los pedazos de su Battloid se liberaron soltando ra-yos explosivos para que su cabina pudiera dispararse sobre las erupciones azules de la potencia de la Protocultura. Kami y Learna salieron casi exactamente al mismo momento, lanzados por el aire junto con sus pasajeros.

Jack dudó hasta que vio que Lron había salido y luego estiró la mano hacia su interruptor de eyección. Lo golpeó, después levantó las manos y cruzó sus bra-zos durante la demora del fusible para agarrar el arnés de su asiento, las manos en los hombros opuestos.

Se agarró con todo lo que tenía y sostuvo sus codos fuertemente contra él para que sus brazos no batieran y se rompieran cuando explotaran las cargas.

Casi no lo logró; las serpientes habían traspasado la armadura de la canilla de su meca y allí habían atacado los sistemas.

Un flujo de energía hizo rodar al Goliat metálico y por un momento Jack pensó que él y Bela iban a ser disparados directamente hacia el baluarte de me-tal de un aparato haydonita. Pero en la última fracción de segundo el Battloid respondió a su imaginación frenética y se enderezó. El traqueteo de la eyección pareció empujar su cabeza hacia la cavidad de su pecho.

Bela soltó un grito de batalla lozano mezclado con su risa profunda. Jack no estaba ni cerca de estar tan bullicioso.

Lron y los demás ya estaban corriendo para liberarse de sus cabinas-cápsulas de escape. Crysta y su pasajero invid vinieron trotando hacia las cápsu-las asentadas desde donde su cabina se había detenido después de que Jack la hiciera rodar.

Hasta los invids cautivos —Tesla y los dos científicos— caminaban vivamen-te. Antes de que su cápsula golpeara la cubierta, arrugando parcialmente su piel, Jack ya estaba sacudiendo las manos para golpear los broches de su arnés de seguridad. Oyó la voz de Jan por los audífonos de su casco.

—¡Aléjense de sus cápsulas! ¡Rápido! ¡De algún modo las serpientes las han sentido!

Jack voló la carlinga y se levantó para pararse en su asiento tomándose del marco del parabrisas. Jan tenía razón: la mayoría de las serpientes todavía se es-taban amontonando para sofocar a los Battloids ahora inmóviles, pero algunas se habían vuelto hacia ellos y se deslizaban en dirección a las cápsulas de eyección.

—¡Bela, vamos!

Él estaba haciendo estallar los tableros de emergencia y sacando equipa-mientos y armas de los gabinetes. Pero ella ya estaba de pie recogiendo sus ar-mas praxianas y el equipamiento REF que había traído consigo.

—Justo detrás de ti, gurrumino.

Janice Em había disparado con su rifle de ataque Wolverine, pero por muy poderoso que fuera, no fue muy eficaz. Los tiros parecían hacer que las serpientes tomaran nota de ella y se movieran para converger en ella. Con un impulso súbi-to, tomó el arma y la lanzó lo más lejos de ella que pudo. Las serpientes corrieron hasta ésta al mismo tiempo que chocaba contra la cubierta, atacándola como si el rifle fuera un enemigo viviente.

—¡Desháganse de sus armas de Protocultura! —gritó en la red—. ¡Así es có-mo nos están percibiendo!

Jack había recogido su equipamiento, pero ahora tiró a un lado su Wolveri-ne y también su pistola de energía Shiva. Alrededor de él los otros estaban haciendo lo mismo. A medida que cada arma descartada aterrizaba las serpien-tes se amontonaron sobre ella, atacándolas con mordeduras que lanzaban fue-gos artificiales y escoria.

La partida se alejó cuidadosamente de las cápsulas escogiendo su camino entre las serpientes, que sólo parecían interesadas en llegar a los módulos de eyección. Los Battloids sitiados detonaron a medida que volcaban o hicieron erupción por el efecto de las mordeduras de las serpientes.

El pequeño comando de Jack se refugió detrás de un banco de retransmi-sores para evitar las últimas explosiones brillantes que eliminaron a los mecas. Por orden de Jack, aquellos que no estaban usando los cascos de vuelo mantuvieron las manos sobre sus orejas y las bocas abiertas de par en par para no quedar en-sordecidos. La chatarra giró y los escombros rebotaron en las paredes de la má-quina-caverna.

Jack ya estaba evaluando su situación y no había nada en ella que le hiciera querer dar saltos de victoria. Cierto, ellos todavía tenían las armas de fue-go convencionales y las armas praxianas, garudanas y karbarranas. Y los rastrea-dores inerciales portátiles les darían una dirección regular. Pero sólo había racio-nes de emergencia de comida y agua limitadas en los paquetes de eyección, y ninguna esperanza viable de conectarse con Vince Grant o con los otros en la superficie usando los comunicadores de los cascos de vuelo.

La mayor parte del equipamiento que el equipo había traído consigo se había destruido con los VTs. Ellos eran más un manojo de supervivientes aislados que una partida de incursión.

Pero había una cosa crítica a su favor: las serpientes los estaban ignorando. Ahora que los Battloids eran restos humeantes las serpientes parecían estar disol-viéndose, quizás volviendo a cualquier molde de fabricación que les haya dado forma. Unas poderosas explosiones de gas extintor emanaron de unos dispositivos alrededor de los restos de los Battloids para extinguir los fuegos, y unos tremendos ventiladores crearon una tormenta de viento menor para alejar los humos.

—Al menos caminar es un ejercicio saludable, eso solía decirme mi mamá —dijo Bela alegremente mientras se ponía de pie. Estaba verificando su ballesta y reagrupando las dos espadas cortas que llevaba. Claramente su ceñido traje de vuelo REF era menos cómodo para ella que el traje de lucha bastante atrevido que normalmente llevaba.

Gnea, que parecía una gigantesca adolescente esbelta de diecisiete años, fue a unirse a su amiga y mentor. Gnea sostenía una de las alabardas praxianas con forma de naginata, un bastón con cabeza encorvada y reluciente, y una púa terrible puesta en el extremo opuesto. Jack las había visto a las dos usar sus armas en combate y había aprendido de la tontería de infravalorar las armas primitivas.

Revisó su localizador inercial; era inútil volver y por eso Glike era ahora su única esperanza. Pero entonces notó que Janice estaba parada a un costado, distraída. Parecía estar escuchando alguna distante canción de sirena para la cual el resto de ellos estaba sordo.

—Está cerca —susurró ella—. En algún lugar cercano, y está al tanto de no-sotros.

Burak, el astado como un uro que había viajado con ella, la miró con extra-ñeza.

—¿Qué es? —preguntó Crysta. Estaba bombeando el depósito de su largo rifle neumático karbarrano con su palanca de carga frontal con bisagra—. ¿Jani-ce, qué es lo que percibes?

—Haydon IV, el mundo artificial, tiene una mente, un Entendimiento —dijo Janice como en un sueño—. Y el asentamiento de ese Entendimiento, su nexo, no está lejos.

Ella sabía que era verdad, pero no podía entender cómo se le había dado ese conocimiento. Se volvió hacia ellos.

—¡Debemos ir hasta él!

—No, no —Jack se estaba encogiendo de hombros bajo las cintas de su mochila—. Nos estarán esperando allá en Glike, ¿recuerdas? ¿El almirante Hunter, Karen y los demás? ¿La gente que se supone debemos rescatar? Admito que las cosas no han sido exactamente coser y cantar hasta ahora, pero no vamos a de-fraudarlos. Nos pegaremos al plan.

Janice Em descubrió que no podía contestar. Se sentía como una doble imagen en una pantalla, como gemelos fantasmales parados uno al lado del otro. La vorágine de pensamientos e impulsos sensoriales que giraban dentro de ella le había robado la voz, la había inmovilizado. Fuerzas inmensas estaban rivali-zando dentro de ella.

Tuvo una percepción repentina de Lang —no de la presencia física del ge-nio robotech, sino más bien de su voz, de su intelecto. En este momento de crisis habían aflorado recuerdos intencionalmente sumergidos. Se activaron cambios en el ser que la REF, los Centinelas y hasta Minmei conocían como Janice Em.

A medida que se transformaba sus compañeros se alejaron de ella.