Capitulo 3

El lugar se llamaba Haydon IV, pero nadie podía explicar por qué. Era el tercer planeta desde su sol, por lo que esa explicación era nula y sin valor. No había registro o mito que diera una pista.

Aunque extraño, era el cuarto planeta al que los Centinelas iban a luchar —ya que Tirol fue una muestra de la REF.

Oh bien. Las coincidencias eran para los científicos; nosotros, las tropas, simplemente estába-mos ahí para hacer el saludo en V.

Susan Graham, de la narración de su película documental, Corsarios de la Protocultu-ra: SDF-3, Fárrago, Arca Ángel, Centinelas y REF.

Como cardúmenes de peces mortales, los feroces vórtices defensivos de Hay-don IV se pegaron al Veritech haciéndose cada vez más luminosos, ardiendo fu-riosamente en los escudos del caza.

—¡Quieren asarnos vivos! —dijo Bela lóbregamente; Jack conocía ese tono en su voz, el que usaba cuando ponía su mano en el puño de su espada.

Pero él dudaba que las defensas de energía realmente hicieran eso; una vez que los escudos cayeran el fin sería bastante veloz y espectacular. Aun así los VTs estaban empezando a perder potencia; la última caída sería pronto.

—¿Jan, puedes divisar algún cuerpo grande de agua abajo?

Quizá una zambullida de cisne en un lago o un océano pondría en corto-circuito a los vórtices, o algo así.

—Negativo —contestó ella—. Jack, estoy perdiendo el control de vuelo. Mis instrumentos dicen que estas cosas se están fundiendo con los escudos, se están haciendo parte de ellos y los están poniendo rígidos. Las superficies de mando se están inmovilizando.

Eso también le estaba pasando a él, y a la nave de Learna. La energía es-taba formando una coraza y a menos que pudieran romperla...

En ese momento gritó cuando se le ocurrió una última y desesperada solu-ción.

—¡Escuchen todos! Separen los cazas y pasen a Guardián... ¡corrección! ¡Pasen a modo Battloid, repito, separen los cazas y pasen a modo Battloid! ¡Quizá podamos eclosionar de estas cáscaras de energía!

Los cazas estaban empezando a dar volteretas y tambalearse; el mero ac-to de separarlos bajo estas condiciones rayaba en lo suicida. Pero Kami siguió el conteo de Jack desde su lugar en el asiento del piloto del Beta y a su señal se desprendieron. El traqueteo que recibieron de la atmósfera casi aplastó a las dos naves entre sí, pero Jack y Kami lucharon con sus mandos, imaginaron a través de sus gorras pensantes y lograron despejarse.

Los cazas lucharon una batalla terrible contra los campos de energía envol-ventes —como polluelos intentando atravesar sus cascarones. Las naves se esfor-zaron para mecamorfosear, para seguir ese rasgo central y quizás más asombroso de la robotecnología.

Vamos, vamos —Jack urgió en silencio a su meca. Y por fin apareció el des-lizamiento de componentes cuando el Alpha empezó a plegarse y reconfigurar; de inmediato lo siguieron sus escudos.

De repente el infierno ardiente estalló hacia todas direcciones desde el Alpha como si fuera una nova violenta. El VT se había convertido en un Battloid humaniforme como un caballero en armadura. Tenía los puños levantados e iba montando sobre las cintas de fuego de los propulsores.

Jack abrió la boca para intentar recuperar el aliento. Revisó los alrededores y vio el Beta de Kami y el Alpha de Janice con el Beta de Lron cerca. Todos esta-ban en Battloid, resplandeciendo en las olas de calor pero todavía intactos y con-trolados.

Jack divisó a Learna —un poco sacudida pero al parecer poniendo las co-sas bajo control. Pero...

—¡Crysta!

Oyó el gruñido ursino de la hembra karbarrana, más enfadado que asusta-do, mientras su Beta giraba y daba volteretas en dirección al suelo. Todavía iba en modo Caza porque le fallaba la potencia. Jack imaginó sus sistemas y fue tras ella como un clavadista.

Algo entró en su campo de visión y comprendió que Janice Em andaba cerca con su Alpha también en Battloid, picando junto a él para hacer el intento aparentemente inútil de salvar al Beta.

—¡No lo toques a menos que tus escudos estén levantados! —gritó Jack; el meca de Crysta todavía estaba iluminado con los “anticuerpos” de energía. Res-piró hondo e imaginó la orden para su Battloid. Extendió la mano y tomó al Beta.

Fue como tratar de atrapar un torbellino. El Beta más pesado giró y dio vol-teretas haciendo que el Alpha casi se soltara a pesar de la asombrosa fuerza ro-botech del Alpha.

Pero Jack se aferró y, asegurando sus pies contra el fuselaje, empezó a abrirle las alas esforzándose para ayudarlo a entrar en la mecamorfosis. Por lo menos, para su alivio, los anticuerpos de Haydon que estaban introducidos en el manto protector del Beta no lo atacaron ni se deslizaron de los escudos de Crysta hacia los suyos.

Después Janice agarró al Beta desde el otro lado y juntos lucharon para salvar a sus compañeros.

—Crysta, prueba con Guardián, ¿captas? —Jack tuvo que luchar para sol-tar las palabras cuando se vio lanzado contra su arnés—. ¡Guardián!

Jack calculaba que el Beta podría llegar al modo intermedio entre Caza y Battloid, y que quizás eso sería suficiente para salvar a los de su interior. Crysta había completado su entrenamiento de piloto sólo hacía poco, pero mantenía su frialdad con el fatalismo osuno karbarrano y eso la hacía la mejor para obedecer.

El intento de mecamorfosear no parecía tener ningún efecto, aunque los componentes del Beta luchaban entre sí y parecían listos para salir volando. Sin embargo, los esfuerzos de los dos Battloids habían retardado su caída y Crysta te-nía un poco más de control.

Lron, que había estado paseando a los otros en una picada empinada jun-to con Kami y Learna, gritó:

—¡Jack, veo agua, un cuerpo enorme! —había pánico en su voz, pero se estaba calmando porque esa era la única forma posible de ayudar a su compa-ñera.

Todavía podía haber esperanzas.

—¿Dónde? —ladró Jack.

—Arriba, en la abertura del terreno de donde salieron esas cosas de ener-gía.

Jack maldijo: ¿la salvación en el cubil del león? No era probable.

—Crysta, vas a tener que intentar eyectar. ¡Ahora mismo!

Ella gruñó.

—No puedo, Jack; el mecanismo de eyección no responde —había un rui-do abyecto intenso en el fondo de su transmisión... el científico invid que ella lle-vaba, sin duda.

Aunque los dos Battloids habían demorado la caída del Beta, no podían detenerla.

—De acuerdo entonces: echemos los dados. ¡Es hora de bañarse, Crysta! ¡Prepárate para un chapuzón!

Lron, Learna y Kami también se acercaron para aplicar todos los propulso-res para ayudar a desacelerar la caída de Crysta y poner su nave en posición so-bre el gran lago o mar subterráneo que Lron había divisado. El fulgor distante del agua se acercaba rotando hacia ellos con una velocidad aterradora. En los últi-mos segundos pudieron reducir la velocidad de su caída —luego el agua los gol-peó.

Jack sintió como si su cuello se hubiera roto y se dio cuenta del agua burbu-jeando y fluyendo contra su carlinga. Cualquier nave aerospacial convencional se habría roto o habría soltado mil goteras, pero de una forma u otra el Alpha re-sistió. Jack rompió la superficie para ver que el Beta de Lron todavía luchaba des-esperadamente por mantener al de Crysta a flote.

Jack encendió sus quemadores y salió del agua sobre estelas de llama azul. La nave de Crysta ya no estaba envuelta en los anticuerpos de energía, pero su fuselaje parecía roto y sin duda estaba absorbiendo agua. El Alpha de Janice Em apareció junto a él para ayudar a Lron a intentar impedir que se hundiera; hizo bullir y sisear el agua con las ráfagas de su propulsores, pero era una batalla per-dida.

—¡Sólo aguanta un segundo más! —gritó Jack—. ¡Crysta, te voy a sacar de ahí!

Su Alpha expelió los tentáculos manipuladores especiales que había en to-dos los VTs. En un segundo se estiraron para abrir los paneles de acceso en una de las tapas del motor dañadas del Beta. Sólo les tomó un momento operar los con-troles manuales del sistema de rescate de emergencia.

Todo el módulo de la cabina del Beta de Crysta se soltó del resto de la na-ve; Jack lo subió en las manos blindadas de su Battloid al mismo tiempo que sus manipuladores se retractaban.

—¡Está bien, despejen! ¡La tengo!

Lron y Janice soltaron al Beta y este se hundió en una fuente de burbujas y espuma, levantando vapor del agua. Jack se había elevado y estaba deslizando el módulo de la cabina en un montaje especial en la parte inferior del antebrazo derecho de su Battloid.

—Sólo relájate y disfruta el paseo —Jack intentó parecer optimista, pero inspeccionaba sus nuevos entornos y comprobaba sus sensores en espera de otro ataque. No estaba tan seguro de que los VTs pudieran sobrevivir a otra lucha.

—No lo puedo comprender —decía Bela—. ¿Por qué tendría un mar subte-rráneo este Haydon IV de Veidt? Es que no es, como él y Sarna nos dijeron, un... ¿cuál fue su frase?... ¡un mundo artificial!

—Eso es lo que dijeron, sí —agregó Janice Em—. Sólo que, personalmente, esto no era lo que yo me imaginé.

Ni Jack. Él se había imaginado una clase de colonia O'Neill más elaborada, quizás, o hasta una esfera Dyson en miniatura, pero no algo verdaderamente del tamaño de un planeta.

Pero era indiscutiblemente una clase de artefacto. Empezando en las orillas del lago, se alzaban fantásticas montañas subterráneas que a Jack le parecían instrumentales vivientes —versiones inorgánicas de formas vivientes y ecosistemas.

Veidt, Sarna y los pocos haydonitas entre los Centinelas no habían podido o no habían querido dar explicaciones exactas acerca de cómo funcionaban las cosas aquí, y Jack empezó a maldecirlos por eso.

—Si todo el lugar es realmente un artefacto, uno de sus mayores problemas sería administrar la atmósfera y el clima —continuó Jan—. Tiene sentido que ten-gan grandes depósitos de agua y formas de moverla... debajo de la superficie y sobre ella, e incluso encima de ella, como precipitación y nubes...

—En lo que debemos pensar es en si alguno de esos demonios de fuego to-davía anda acechando por aquí —interfirió Bela.

—Yo no veo ninguno, ni detecto ninguno —informó Lron. Los otros asintieron.

—Quizás las máquinas no pueden vernos u olernos cuando estamos aquí abajo —sugirió Gnea, la amazona más joven—. Después de todo, están acos-tumbrados a adversarios que vienen a ellos desde el espacio exterior, y no a los que entran desde sus propias verjas.

Como moscas escondiéndose en un matamoscas levantado —comprendió Jack... lo que fue una buena idea hasta que el operador del matamoscas descu-brió el paradero de las moscas.

La abertura de arriba parecía estar encogiéndose y algunos miembros del equipo gritaron mientras se preparaban para despegar y escapar. Jack les rugió que se quedaran quietos.

—¿Quieren que esas defensas aéreas nos claven para siempre? Por ahora estamos a salvo y parece que descubrimos una entrada trasera.

Él estaba menos seguro de lo que sonaba. Los sistemas de defensa haydo-nitas no se habían visto desafiados en dos mil años (aunque seguro que aquella vez, según se alega, le habían costado varios cientos de naves a algún revoltoso local). Jack tenía dificultad en creer que unas defensas planetarias tan anticua-das pudieran ser rival para los mecas robotech. Después de todo, ¿cuántos pro-blemas podrían tener los Hovertanks del Wolff Pack con armas terrestres de hasta veinte años de antigüedad?

—Veamos, tenemos una fija del rastreador del trasbordador y un rastro iner-cial —siguió Jack—. Me parece que hay bastante espacio para que los Battloids se pongan en marcha bajo tierra. Así es como vamos a llegar a Glike.

Hubo una conmoción ahogada y después la voz de Lron surgió en la red.

—Parece que Tesla no está de acuerdo con tu idea, Jack Baker, pero una pistola movida en su hocico lo hizo sosegarse una vez más. Yo personalmente pienso que es un buen plan el que tienes. Podemos permanecer fuera de vista bajo la ciudad, y si encontramos problemas, siempre tendremos la opción de abrirnos camino a tiros hacia la superficie.

Jack se tragó sus propias conclusiones oscuras sobre lo infortunado que se-ría ese recurso.

—Jan, toma la punta. Lron, retrocede y camina a la retaguardia. Yo seré el siguiente, luego Learna, luego tú, Kami.

Jack tomó su posición a la cabeza del cuerpo principal, manteniendo a Janice a la vista mientras ella escogía la ruta.

Había pensado en caminar a la cabeza, pero él estaba al mando y era responsable de cuidar a su diminuta unidad desde un lugar más apropiado. Además, Jan había demostrado ser increíblemente capaz —habilidosa en las ciencias militares, piloteo de mecas, armas pequeñas y mano a mano. Incluso so-bresalía en las armas arcaicas de las amazonas praxianas.

Estas excelentes habilidades militares, viniendo de una mujer cuyo antiguo derecho a la fama fue como vocalista femenina, no tenían mucho sentido para Jack, pero en este momento estaba agradecido de tenerla allí. Jack vio como muy en lo alto lo último de la abertura en la superficie de Haydon IV dejaban afuera los últimos rayos de Briz'dziki.

Los VTs se elevaron del depósito subterráneo haciendo chorrear cascadas mientras las últimas burbujas subían desde el VT de Crysta. Jan encontró una ruta a través de una cosa que tomaron por un vertedero de unos veinte metros de diámetro. Aunque había algunas fuentes de iluminación en el laberinto de instru-mentales vivientes, los Veritechs encendieron todas las luces y reflectores de sus alas para cortar la oscuridad.

Jan exploró varias canalizaciones y accesos. Dos veces el equipo retroce-dió hasta el borde del mar para volver a empezar porque la ruta se había estre-chado hasta un apretón tan firme que los Battloids no podían pasar. El tercer in-tento fue un desastre debido a los niveles sumamente altos de radiación; los VTs protegerían a sus ocupantes por un buen rato, pero Jack no tenía idea de cuánto tiempo tomaría el viaje y no tenía deseos de terminar como un farol humano.

El cuarto intento los llevó a una clase de tubería iluminada con todos los co-lores del arco iris. Los sensores no podían determinar qué efectos de luces eran, pero no parecían dañinas y ellos estaban perdiendo tiempo.

—Hagámoslo —decidió Jack.

El equipo siguió como oficiales de infantería o de SWAT; Lron cubría la reta-guardia caminando como un cangrejo y sosteniendo en alto el enorme fusil-cañón del Beta. El diámetro de la tubería era aproximadamente de nueve me-tros, no mucho más alto que los Battloids, y por eso los mecas se movían con cau-tela.

En algunos lugares la ruta estaba rayada con montones de filamentos pul-santes tan gruesos como la pierna de un meca —como grupos brillantes de fibras ópticas expuestas. En otros, los entrecruzados de tuberías y mangas misteriosas parecían un increíble sistema base robotech. Unos estupendos apoyos y miem-bros de soporte formaban la geología del mundo subterráneo.

Sin embargo, el terreno empezó a cambiar gradualmente. La tubería se en-sanchó de nuevo y los Battloids tuvieron tanto espacio como soldados siguiendo una carretera. Los rodeaba un mundo de complejidad ultratecnológica deslum-bradora e incomprensible. La luz bailaba y tremendas cargas de energía surgían y zumbaban.

Era un reflejo tecnológico del cercano paisaje urbano de Glike sacado de las Noches de Arabia. Pero las manifestaciones eran arriba, así como alrededor y abajo. Terminales de válvulas de administración de energía más grandes que cualquier pirámide egipcia; cosas enigmáticas que parecían generadores Van de Graaff del tamaño del domo deportivo de Ciudad Monumento; megaestruc-turas de luz prismática retorcida que al inspeccionarlas más de cerca resultaban ser montañas de instrumentales contorneados.

Ellos empezaron a perder la sensación opresiva de estar bajo tierra a medi-da que su ruta se abría en una clase de explanada. Al menos hasta que la voz de Jan apareció en la red.

—Estoy captando lecturas. Creo que estos sistemas inmunológicos, o lo que sean, están empezando a detectarnos y a responder de nuevo ante nosotros.

—¿Qué? ¿Dónde? —Jack apretaba botones mientras buscaba frenética-mente—. Yo no veo nada.

¡No me digas que ella también es una maga sensorial!

—Confía en mí, Jack —su voz era tan firme que él le creyó—. Hay algo grande adelante, algo muy grande. Quizás el nexo de todo lo que Haydon es, y ahora que hemos tropezado tan cerca de él, sea lo que fuere, nos está apuntan-do otra vez.

Jack no tuvo tiempo de preguntarle de qué estaba hablando porque justo en ese momento Kami gritó:

—¡Serpientes, serpientes! ¡Millones de ellas!

Jack giró al tiempo que Kami disparaba, olvidándose de las lecciones sobre hacer tiros cortos y exactos; el Battloid del garudano movía su fusil-cañón de un lado a otro como un bombero robotech.

Los otros también estaban disparando. Jack pudo ver que lo que Kami divisó en realidad no eran serpientes; pero la oleada sinuosa y crujiente verde y amarilla que fluía hacia los VTs ponía esa imagen en la mente de casi cualquiera, sobre todo en la de un garudano en la realidad alterada del hin.

Pero lo cierto es que Jack no tuvo mucho tiempo para pensar; Janice Em tenía razón.

Sea lo que fuera a lo que nos estamos acercando, nos está apuntando.

Como todos los otros Battloids, levantó su fusil-cañón esperando que la tensión en Crysta y el invid cautivo en el asiento trasero de su cabina no los hubiera dañado.

—¡Rueda de seguridad! —bramó sobre el fragor de su cañonazo.

El inmenso espacio debajo de Haydon IV se iluminó con estallidos estroboscópicos más brillantes que todos los pulsos de su distribuidor de energía cuando los Battloids formaron una rueda de seguridad retrocediendo hasta que sus hom-bros poderosos se rozaron entre sí y disparando hacia todos los puntos del compás.

De vez en cuando una de las serpientes de energía volaba en chispas en dispersión por un disparo sostenido y pronto los Battloids despejaron un anillo de muerte alrededor de ellos. Pero cada hendidura vertía más serpentinas de energía. Las cosas se amontonaban, demasiado numerosas para que incluso las armas robotech les hicieran frente, y se acercaban desde cada rincón como una campiña de víboras enfadadas.