Capitulo 6
Cualquiera que diga que una desigualdad de un millón a uno es invencible nunca tuvo a Breetai de su lado de la balanza al pesarse.
Lisa Hayes Hunter, Recolecciones
No había ninguna realidad, ninguna fluidez ordenada de tiempo, ningún suelo bajo los pies u objeto substancial que ella pudiera tocar. Ella estaba en un vacío, sin formar, como lo había sido por mucho tiempo.
Entonces las cosas comenzaron a dar con fuerza sobre ella. Se le ocurrió a ella que su nombre era Karen Penn. Otros hechos y recuerdos y comprensiones se unieron.
Ella era un miembro de los Sentinels por vía de la Fuerza Expedicionaria Robotech. Su madre había muerto en el parto, y su padre mantenía eso contra Karen hasta el día de hoy. Había otro joven oficial, Jack Baker, a quién ella–
Ella bloqueó ese pensamiento. Pero había más –el recuerdo de cómo ella había sido envenenada por la atmósfera de Garuda, arrebatada en el estado mental expandido alucinatorio que los Garudianos llamaban hin, un estado para el cual la mente humana nunca había sido pensada. Luego estaban las pesadillas, las visiones, las visitaciones de la interminable tormenta de pensamientos del hin. Algunas habían sido horribles, algunas de una belleza extraordinaria, pero todas habían sobreexcitado su control sobre su cordura y las mismísimas funciones de su sistema nervioso autónomo.
La chispa flameante de su vida casi había sido apagada cuando sin advertencia algo pareció estar avivándola, alentándola a brillar más y más. Luego hubo un sentimiento casi físico, como si ella estuviese brotando al exterior con agua de deshielo de un río de montaña –como si ella estuviese cableada con electrodos.
Y un coro de voces de algún modo silenciosas, cantando palabras que ella nunca entendió muy bien, la levantaron más y más desde el borde de la muerte.
Durante las semanas precedentes, Karen había soñado o desvariado muchas veces. Ahora ella había finalmente despertado. Esta vez, lo que ella vio la hizo sollozar un poco, con alivio.
La Teniente Comandante Miriya Sterling se sentó en el borde de su cama, sosteniendo la mano de Karen. Otrora la reina de la batalla del temido Batallón Quadrono de los Zentraedi, ahora esposa de Max Sterling, el líder del Escuadrón Skull, Miriya había luchado por la raza humana y los Sentinels tan duro como había luchado alguna vez por los Maestros Robotech –o aún más duro; el amor le había mostrado el modo.
Miriya dio a Karen una afectuosa sonrisa que parecía desusada con la ferocidad de una Quadrono. Ella alisó un bucle del cabello de Karen. “Bienvenida de regreso.”
Karen trató de hablar, ni siquiera segura de lo que diría, pero Miriya la aquietó. “Aún estarás débil por un ratito más; el resto de nosotros lo estuvimos, también. Sólo descansa.”
Miriya volteó y habló bajito sobre su hombro. “¿Dra. Grant? Ella está despierta.”
Otro rostro se presentó en la vista sobre el hombro de Miriya, una cara en forma de corazón con grandes ojos negros y de piel del color de la miel oscura. “Tómalo con calma,” la Dra. Jean Grant dijo. “Te pondrás bien, Karen.”
Karen concluyó que no estaba en la enfermería de los Sentinels; eso era manifiesto por lo que ella pudo ver de sus alrededores. Los dispositivos a todo su alrededor –lo que ella consideró era equipo médico– tenían la apariencia de esculturas geométricas en cristal y metales preciosos, y formas abstractas de neón y luz láser. Ella recordó haber visto el mismo diseño de tecnología en el módulo de los Haydonitas de la nave estelar Farrago. Ella llegó a una conclusión comprensible.
“¿Haydon IV?” Jean y Miriya, ambas, inclinaron sus cabezas lentamente. “¿Entonces, lo logramos? ¿Hemos liberado otro planeta del Invid?”
“No, Teniente.” Lisa Hayes Hunter ingresó en la línea de visión de Karen, Rick siguiéndola un paso detrás.
“Garuda fue liberada,” Lisa continuó, “pero varios de nosotros fuimos atacados por la biosfera del planeta. Nuestra única oportunidad era la ciencia Haydonita, así que Vince y Jean y varios otros nos trajeron aquí, bajo bandera de rendición.”
“No de rendición,” Rick se exacerbó. “¡Yo nunca me rendí a los Invid, y tampoco tú! Además, ellos no gobiernan Haydon IV, al menos no oficialmente, así que una rendición es nula.”
Karen se sobresaltó al ver cuán odiosa era su expresión, no sólo al mencionar al Invid sino hacia todo lo que le había traído a este momento. Ella se figuró que los Hunter ya habían discutido en privado.
“¡Nunca me rendiré!” él juró.
Lisa parecía que estaba a punto de decir algo pero entonces lo pensó mejore. Para cubrir el difícil silencio, Jean hizo que Karen se incorporase. Allí había surtidos Haydonitas revoloteando a una distancia cortés, y por las ventanas de la Sala de Curación Karen pudo ver el mundo fantástico de Glike, con sus alfombras voladoras y su arquitectura de cuentos de hadas.
“Vince, el Coronel Wolff, y Max están tratando de encontrar a Sarna y conseguir una actualización de lo que está ocurriendo,” Miriya dijo. “Y Cabell y Veidt tienen una audiencia con el Regente.”
Karen Penn trató de frasear su próxima pregunta cuidadosamente. Todo era borroso concerniente a la desastrosa incursión en la base Invid en Garuda, pero ella sintió un súbito temor. “¿Sufrimos –muchas bajas? ¿En Garuda?”
Eso pareció disminuir la tensión un poco. Jean sonrió ligeramente. “Pudo haber sido mucho peor. Jack se encuentra bien, Karen.”
Karen se sonrojó y tartamudeó, “Yo –yo no quise –es que–” ¡La última cosa que ella quería era que pensasen que ella tenía un lugar tierno para ese farolero salivante, Jack Baker!
Uno de los sanadores Haydonitas planeó acercándose. “Usted perdonará la interrupción, espero, pero el tiempo para otro tratamiento para usted se aproxima, Miriya Sterling.”
“Pero–” Karen sintió una súbita duda. “¿Pensé que todos estábamos curados?”
La expresión de Miriya fue de dolor. “Ustedes lo están –y yo también, espero. Pero ha habido una complicación en mi caso.”
Ella se levantó y golpeó ligeramente el hombro de Karen. “Verás, estoy embarazada, y no sabemos cómo la exposición Garudiana pudo haber afectado eso.” Ella cuadró sus hombros y partió en estilo militar, la barbilla en alto, rodeada de Haydonitas revoloteantes.
“Esa es la mayor razón de todas que tenemos para largarnos de aquí,” Rick dijo. “Digo que nos escapemos tan pronto como podamos.”
“No hasta que estemos seguros de que Miriya está bien,” Lisa contradijo firmemente.
“¿Qué bien hará tenerla saludable en una mazmorra Invid?” él dijo bruscamente. “¡Todos saben que lo que a los Invid les falta aquí, lo consiguen tarde o temprano! Y yo no voy a dejarme–”
Lisa giró violentamente hacia él de nuevo. “¡Entonces ve –continúa, sálvate tú solo! ¡Pero no vamos a abandonar a Miriya, o a Rem!”
Ellos mantuvieron la escena por un momento, y Karen se pasmó al darse cuenta de que ellos estaban muy cerca de golpearse mutuamente.
Precisamente entonces otro Haydonita flotó hasta ellos, el manto ondulando. “Acabamos de recibir la orden de que todos ustedes estén preparados. El Regente ha mandado que ustedes comparezcan ante él para responder a los cargos en contra de ustedes.”
***
Mientras Breetai observaba a los Ghost Riders entrar precipitadamente para acabar a sus Battlepods y al Valivarre, él pronunció un único nombre.
“¡Kazianna!”
El rostro de ella apareció en una inserción pequeña en la pantalla principal. “¿Sus órdenes, grandioso Breetai?”
En otro momento él habría mirado a Kazianna Hesh con afecto: la mujer guerrera Zentraedi quien había llegado de algún modo a comprender el significado del amor humano y de hacer el amor, y enseñado esas cosas a su señor del combate. Pero esto era un combate, y Breetai estaba completamente enfocado.
“¡Ataquen ahora, Quadronos!”
Kazianna dio una sonrisa hambrienta detrás del visor matizado de su casco. “¡Atacamos, mi señor!”
Desde las esclusas y las bahías de lanzamiento del Valivarre, nuevos mecha se dispararon hacia fuera sobre lenguas brillantes de fuego de los propulsores, cuando una multitud de Quadronos entraron al combate. Los Ghost Riders, la mayoría de ellos demasiado jóvenes para haber servido en la Guerra Robotech, estaban perplejos, no comprendiendo lo que estos nuevos oponentes extremadamente maniobrables y rápidos eran.
Kazianna guiaba el camino, tan veloz y ágil como un avispón, liberando el tremendo poder de fuego de su traje blindado. En su primera acometida, ella chamuscó a un Logan, y momentos más tarde a un segundo. Detrás de ella, arpías Robotech entraron a montones en la apertura que ella había hecho en la formación de los Ghosts, liberando misiles y rayos de alta energía. Las gigantescas guerreras de las Quadronos, aprestadas para la batalla y teniendo la ventaja de la sorpresa, comenzaron a acumular un resultado de matanza terrible al instante.
A bordo de su nave insignia, el Comodoro Renquist no pudo comprender lo que estaba sucediendo al principio. Todo lo que él sabía seguramente era que había gritos frenéticos por la red táctica de comunicaciones de los Ghost, y que las pantallas de las computadoras mostraban a los pilotos de la REF teniendo terribles pérdidas.
Después de algunos momentos, los bancos de datos correspondieron estos nuevos antagonistas con la información de archivo: armaduras blindadas potenciadas Quadronos conteniendo altas gigantas de 13,5 y de 15 metros de altura, claramente veteranas de una de las unidades más temidas de los Zentraedi.
“¡Imposible!” Renquist gritó. Aquellas armaduras blindadas potenciadas que quedaron después de la guerra habían sido adaptadas para la minería, y todas las evaluaciones de inteligencia coincidían en que los Zentraedi carecían de la destreza técnica para rehabilitarlas para el combate –al menos, sin ayuda humana.
Lo que Renquist no sabía –lo que los Zentraedi habían escogido conservar para sí– era que el regreso a Fantoma y a su anterior modo de vida había dado por resultado un resurgimiento de sus memorias, las que los Maestros Robotech debían haber sumergido para siempre. Las agotadoras operaciones mineras forzaron un reflorecimiento del genio innovador de los Zentraedi.
Los Ghost Riders se encontraron combatiendo con un enjambre de mujeres de espíritu ardiente cuya armadura potenciada les daba un sabor distinto. Los mecha de la REF eran hechos retroceder, o simplemente volados fuera de la existencia. Los Battlepods, cubriendo la retaguardia, acababan con los restos del enemigo para las Quadronos y volaban para protección.
El hombre Zentraedi tenía un montón para ponderar, Breetai vio con cierta satisfacción.
Él tenía abierto un canal de comunicaciones con Renquist una vez más. “Comodoro, le ofreceré la oportunidad de retirar a sus fuerzas y nos deje seguir nuestro camino en paz. No puede ganar, como ve.”
Renquist estaba visiblemente estremecido, la cara blanca. Los Ghost Riders casi habían sido aniquilados, y él no estaba nada seguro de que los pilotos restantes obedecerían sus ordenes.
Pero él sabía lo que podía esperar de Edwards si regresaba a casa derrotado. “¡Tú alienígena monstruoso! ¡Primero te veré en el infierno!”
“A la larga, tal vez,” Breetai concedió, y transmitió una señal a Kazianna.
Ella voló rápidamente a través de los aviones cazas enemigos y del fuego AA, tan ágil como la legendaria Miriya, para acercarse al puente del crucero. Demasiado tarde, Renquist se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Antes de que él pudiera dar la orden para despejar el puente, Kazianna soltó una tremenda ráfaga a quemarropa, penetrando los escudos y reventando la vasta curva del cristal de observación allí.
Renquist y sus encomendados oficiales Ghost, y los hombres de la seguridad personal de Edwards, fueron chamuscados y ennegrecidos, hechos volar rápidamente de sopetón por la atmósfera que salía precipitadamente, el aire saliendo a raudales de sus pulmones en un vaho a pesar de su esfuerzo para mantenerlo dentro.
Kazianna ya se había retirado lejos del crucero antes que continuar con su ventaja. Breetai no había deseado infligir más bajas de las que él tenía que infligir. Aún cuando ella lo hizo así, llegó la noticia de que los pocos Ghost Riders sobrevivientes estaban rompiendo contacto.
***
El Valivarre y los dos cruceros permanecieron inmóviles, enfrentados, mientras oficiales de la REF luchaban con el control de daños y trataban de restablecer la cadena de mando.
Finalmente la Capitán da Cruz, de la nave hermana del Tokugawa, la Jutland, contactó a Breetai. Él le preguntó a ella, “¿Capitán, aceptará usted mi oferta y separará cursos bajo bandera de tregua?”
“Señor, no lo haremos,” da Cruz, una mujer larguirucha de piel aceitunada y cabello gris obscuro recogido en un nudo apretado en su cuello, respondió.
“Comprendo.” Breetai inclinó la cabeza. “Mis guerreros y yo esperamos su voluntad.”
“Lord Breetai, usted entiende mal. Es mi opinión, y la de muchos otros en este contingente, que las órdenes fueron violadas cuando usted fue atacado. He tenido acceso a ciertas instrucciones selladas dadas al Comodoro Renquist por el General Edwards, y es mi opinión que los Sentinels pueden ser encontrados en Haydon IV.
“Lo que propongo es que la Jutland –y la Tokugawa, tan pronto como las reparaciones de emergencia puedan estar realizadas en ella– los acompañe allí en su misión para encontrar a Rick y Lisa Hunter y a los otros. Prestaremos ayuda militar cuando se necesite, y escoltaremos al almirante y a su esposa y al resto a la Base Tirol de la REF de modo que pueden responder justamente a los cargos contra ellos.”
Da Cruz se permitió la acción de levantar una ceja. “Verá, muchos de nosotros encontramos difícil imaginar a los Hunter como traidores, también.”
Las esquinas de los labios de Breetai se doblaron hacia arriba. “Tal vez podamos ayudar con las reparaciones al Tokugawa, señora. Podría decirse que nos hemos vuelto algo inventivos recientemente.”