Epílogo Sombra

 

El hombre, vestido de manera impecable, estaba de pie junto a la ventana de su despacho en el ático. Tenía el puño apretado y miraba abajo, hacia las luces de la ciudad. «¿Cómo se encuentra a una sola personita en una ciudad de millones de habitantes, por no hablar de un mundo de miles de millones de habitantes?»
Él vivía en una ciudad con veintinueve millones de personas, la más poblada del mundo, pero las generaciones surgían y desaparecían como las olas de la playa, y él seguía allí, solo, un centinela sólido e impasible, dejando que las olas de la humanidad pasaran junto a él sin apenas prestarles atención.
Después de tantos siglos, los otros fragmentos del Amuleto de Damon por fin habían reaparecido... y, con ellos, una chica. No había sentido una corriente de energía igual desde hacía mucho, mucho tiempo.
Un suave tintineo anunció el regreso de su ayudante, que entró e inclinó la cabeza a modo de saludo. Dijo solo tres palabras, las palabras que su jefe llevaba esperando oír desde que había tenido la visión y había atisbado a un viejo enemigo y a una chica misteriosa.
—La hemos encontrado.