16 El sueño de Kelsey

 

Dorothy y Toto dieron paso a otros sueños igual de inquietantes. Yo corría por un lugar a oscuras, sola y perdida. No encontraba a Ren y algo malvado me perseguía. Tenía que escapar. Unos extraños dedos me tiraban de la ropa y el pelo, me arañaban la piel e intentaban sacarme a rastras del camino. Sabía que, si lo conseguían, me atraparían y destruirían.
Doblé una esquina, entré en una gran sala, y vi a un hombre malvado y oscuro vestido con una suntuosa túnica de color amatista. Estaba erguido sobre otro hombre al que habían atado a una mesa. Escondida en una esquina, vi que levantaba un afilado cuchillo curvo mientras cantaba en voz baja usando un idioma que yo no comprendía.
De algún modo, supe que tenía que salvar al prisionero de la pesadilla. Me lancé sobre el hombre y le tiré del brazo para intentar quitarle el cuchillo. Mi mano empezó a emitir una luz roja y oí que saltaban chispas.
—¡No, Kelsey, para!
Miré hacia el altar y ahogué un grito. ¡Era Ren! Su cuerpo estaba destrozado y lleno de sangre, y tenía las manos atadas por encima de la cabeza.
—¡Kells..., sal de aquí! ¡Sálvate! Estoy haciendo esto para que no pueda encontrarte.
—¡No! ¡No te lo permitiré! Ren, transfórmate en tigre. ¡Huye!
Él sacudió la cabeza como loco y gritó:
—¡Durga! ¡Acepto! ¡Hazlo ya!
—¿Qué es? ¿Qué quieres que haga Durga?
El hombre empezó a cantar en voz más alta y, a pesar de mi débil intento de detenerlo, levantó la daga y la clavó en el corazón de Ren. Grité. El latido de mi corazón latió al ritmo del suyo. Con cada latido, su fuerza disminuía. Su corazón roto palpitaba cada vez con menos fuerza, hasta que calló por completo.
Las lágrimas me caían por las mejillas, y sentía un dolor terrible y punzante. La vida de Ren se derramaba por la mesa y formaba un charco en el suelo de baldosas. Me dejé caer en el suelo, a cuatro patas, ahogada por mis emociones.
La muerte de Ren era insoportable. Si estaba muerto, yo también lo estaba. La tristeza me asfixiaba, no podía respirar. No me quedaba voluntad alguna, no había incentivos, ni voces que me urgieran a luchar, a salir a la superficie, a triunfar sobre el dolor. Nada que me hiciera respirar y volver a vivir.
La sala desapareció y me vi de nuevo envuelta en la oscuridad. El sueño cambió. Llevaba un vestido dorado y unas joyas muy recargadas. Estaba sentada en una preciosa silla sobre una plataforma en alto, y abajo veía a Ren, de pie, frente a mí. Le sonreí y extendí la mano, pero Kishan la agarró y se sentó a mi lado.
Miré a Kishan, desconcertada. Él miraba a Ren y sonreía con aire de satisfacción. Cuando me volví de nuevo hacia Ren, su rabia ardía con fuerza, y me miraba con odio y desprecio.
Intenté librarme de la mano de Kishan, pero él no me soltaba. Antes de poder liberarme, Ren se transformó en tigre y corrió a la jungla. Lo llamé a gritos, pero no me oía. No quería oírme.
El viento agitó las cortinas de color crema, y las nubes de tormenta entraron, empujadas por el fuerte viento. Las nubes cubrieron los árboles y oscurecieron el cielo. Cayeron varios rayos. Oí un potente rugido que recorrió el paisaje. Era el impulso que necesitaba: conseguí zafarme de la mano de Kishan y corrí hacia el aguacero.
La lluvia golpeaba el suelo y frenaba la búsqueda de Ren. Mis preciosas sandalias doradas se quedaron atascadas en el grueso lodo creado por el agua. No lo encontraba por ninguna parte. Me aparté de los ojos el pelo, que estaba empapado, y grité:
—¡Ren! ¡Ren! ¿Dónde estás?
Un rayo cayó con estruendo sobre un árbol cercano. Los fragmentos de madera quemada volaban por todas partes mientras el árbol se rajaba, el tronco se retorcía y se convertía en astillas. Se derrumbó y me atrapó con sus ramas.
—¡Ren!
El agua de lluvia embarrada se acumulaba a mi alrededor. Me retorcí con cuidado, dolorida, hasta lograr salir a rastras de debajo del árbol. El vestido dorado estaba desgarrado y roto, y yo estaba cubierta de arañazos ensangrentados.
—¡Ren! ¡Vuelve, por favor! ¡Te necesito! —chillé de nuevo.
Hacía frío y me puse a temblar, aunque seguí corriendo por la jungla, tropezando con las raíces y apartando la desagradable maleza gris. Buscaba y gritaba sin dejar de correr, y me metía entre los árboles para encontrarlo.
—¡Ren, por favor, no me dejes! —suplicaba.
Por fin vi una forma blanca saltando entre los árboles, así que redoblé mis esfuerzos para alcanzarlo. El vestido se me enganchó en un arbusto, pero seguí atravesándolo, decidida a llegar hasta el tigre. Seguí el sendero de relámpagos que recorría la jungla.
No me daban miedo los rayos, aunque caían tan cerca de mí que olía la madera quemada. La luz me llevó hasta Ren; lo encontré tirado en el suelo. Las grandes marcas de quemadura de los rayos le habían achicharrado el blanco pelaje. De algún modo supe que era culpa mía, que yo era la responsable de su dolor.
Le acaricié la cabeza, y también la suave y sedosa piel del cuello, y lloré.
—Ren, no quería que acabase así. ¿Cómo ha podido pasar?
Él se transformó en hombre y susurró:
—Perdiste la fe en mí, Kelsey.
Sacudí la cabeza para negarlo mientras me caían las lágrimas por las mejillas.
—No, no es verdad. ¡Jamás lo haría!
Iadala, me abandonaste —respondió, incapaz de mirarme a los ojos.
—¡No, Ren! —exclamé, rodeándole el cuello con los brazos, desesperada—. Nunca te abandonaré.
—Pero lo hiciste. Te marchaste. ¿Era demasiado pedir que me esperaras? ¿Qué creyeras en mí?
—Pero no lo sabía. Es que no lo sabía —sollocé, abatida.
—Ya es demasiado tarde, priyatama. Esta vez, yo seré el que te abandone.
Entonces cerró los ojos y murió.
—¡No, no! —grité, sacudiendo su cuerpo inmóvil—. Ren, vuelve. ¡Vuelve, por favor!
Las lágrimas se mezclaban con la lluvia y me nublaban la vista. Me las sequé, enfadada, y, cuando abrí de nuevo los ojos, no solo lo vi a él, sino también a mis padres, a mi abuela y al señor Kadam. Estaban todos tirados en el suelo, muertos. Me había quedado sola, rodeada de muerte.
Lloré, y grité una y otra vez:
—¡No! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Una negra angustia se apoderó de mí. Era espesa y viscosa, se me metía dentro y me bajaba por las extremidades. Me sentía muy pesada, presa de la desesperación y muy sola. Me abracé a Ren, y mecí su cuerpo adelante y atrás, intentando inconscientemente consolarme. Sin embargo, no encontré alivio alguno.
De repente, ya no estaba sola. Me di cuenta de que no era yo la que mecía a Ren, sino que alguien me mecía a mí y me abrazaba con fuerza. Me desperté lo suficiente como para ser consciente de que había estado soñando, pero todavía notaba el dolor del sueño.
Tenía la cara empapada de lágrimas reales y la tormenta también había sido real. El viento azotaba los árboles de fuera y hacía que la lluvia golpeara la lona. Un rayo cayó sobre un árbol cercano e iluminó por unos instantes mi tiendecita de campaña. Con la luz distinguí un cabello oscuro mojado, una piel dorada y una camiseta blanca.
—¿Ren?
Noté que me limpiaba las lágrimas de las mejillas con los pulgares.
—Tranquila, Kelsey, estoy aquí. No te abandonaré, priya. Mein yaha hoon.
Con un gran alivio y un sollozo entrecortado, levanté los brazos para rodear con ellos el cuello de Ren. Él se metió más en la tienda de campaña para apartarse de la lluvia, me puso sobre su regazo y me abrazó. Mientras me acariciaba el pelo, susurró:
—Tranquila, no pasa nada. Mein aapka raksha karunga. Estoy aquí, no dejaré que te pase nada, priyatama.
Siguió calmándome con algunas palabras de su lengua materna hasta que noté que el sueño se alejaba de mí. Al cabo de unos minutos me dio la impresión de que estaba lo bastante recuperada como para apartarme, pero decidí conscientemente quedarme donde estaba. Me gustaba sentir sus brazos a mi alrededor.
El sueño había logrado que me diera cuenta de lo sola que me sentía. Desde la muerte de mis padres, nadie me había abrazado así. Por supuesto, abrazaba a menudo a mis padres de acogida y a sus hijos, pero nadie había conseguido atravesar mis defensas, y hacía mucho tiempo que no permitía que nadie sacara de mí una emoción tan profunda.
Entonces fue cuando supe que Ren me quería.
Mi corazón se abrió para él. Ya quería y confiaba en su parte de tigre, eso era fácil, pero vi que su parte de hombre necesitaba ese amor aún más. Ren se había pasado siglos sin él..., si es que lo había sentido alguna vez. Así que lo abracé y no me separé de él hasta estar segura de que se quedaba sin tiempo.
—Gracias por estar conmigo —le susurré al oído—. Me alegro de que formes parte de mi vida. Quédate conmigo en la tienda, por favor. No tienes por qué dormir bajo la lluvia.
Le di un beso en la mejilla, me tumbé de nuevo y me tapé con la colcha. Ren se transformó en tigre y se tumbó a mi lado. Me acurruqué pegada a su espalda y me sumí en un pacífico sueño sin imágenes, a pesar de la tormenta que descargaba su furia en el exterior.

 

 

 

Al día siguiente, al despertarme, me estiré y salí a rastras de la tienda. El agua de lluvia se había evaporado con el sol, convirtiendo la jungla mojada en una sauna llena de vapor. Las ramas y las hojas arrancadas por la tormenta cubrían la zona del campamento. Un foso empapado lleno de agua gris y cenicienta rodeaba los trozos achicharrados de madera, que era lo único que quedaba de nuestra hoguera.
La cascada iba más de prisa de lo normal, y llevaba con ella restos empapados que acababan en el embarrado estanque.
—Hoy no hay baño —le dije a Ren, que se había transformado en hombre.
—Da igual, vamos a buscar al señor Kadam. Ha llegado el momento de continuar nuestro viaje —contestó.
—¿Y Kishan? ¿No has podido convencerlo para que venga con nosotros?
—Kishan ha dejado clara su postura. Desea quedarse aquí, y yo no voy a suplicarle. Cuando toma una decisión, rara vez cambia de idea.
—Pero, Ren...
—Nada de peros.
Se acercó a mí y me dio un tironcito de la trenza. Después sonrió y me besó en la frente. Lo que pasó entre nosotros durante la tormenta había reparado la grieta emocional que nos había separado, y a mí me alegraba comprobar que volvía a ser mi amigo.
—Vamos, Kells. Hay que hacer la maleta.
Solo tardamos unos minutos en enrollar la tienda y meter todo en la mochila. Me alivió saber que volvíamos a la civilización, con el señor Kadam, aunque no me gustaba dejar así las cosas con Kishan. Ni siquiera había podido despedirme.
Cuando nos marchábamos, pasé por los arbustos en flor para que las mariposas echaran a volar. No había tantas como antes. Se aferraban a los arbustos empapados y batían las alas lentamente al sol para secarlas. Unas cuantas volaron por última vez, y Ren esperó con paciencia mientras yo las contemplaba. Suspiré e iniciamos el camino de vuelta a la autopista en la que el señor Kadam estaba acampado. Aunque no me gustaba nada el senderismo y las acampadas, aquel lugar era especial.
Mi tigre se puso delante, como siempre, y yo lo seguí como pude, intentando evitar sus huellas embarradas para pisar terreno más seco. Para no aburrirme, le conté que había hablado con Kishan sobre la vida en palacio y que él había transportado en su boca una mochila llena de comida para que no me muriera de hambre.
Hubo algunas cosas que me callé, sobre todo lo que Kishan me había contado de Yesubai. No quería que Ren pensara en ella y, además, me daba la impresión de que Kishan necesitaba hablar en persona del tema con Ren. Así que seguí parloteando sobre lo aburrida que me había sentido en la jungla y sobre haberlos visto cazar.
De repente, Ren se transformó en hombre, me agarró por los brazos y exclamó:
—¿Qué acabas de decir?
Perpleja, repetí:
—Que os vi... cazar. Creía que lo sabías. ¿No te lo dijo Kishan?
—¡No, claro que no! —respondió, apretando los dientes.
Lo rodeé hasta colocarme sobre unas piedras.
—Ah, bueno, da igual. Estoy bien, regresé sin problemas.
Ren me agarró de nuevo por el codo, me giró hasta que quedé entre sus brazos y me sentó delante de él.
—Kelsey, ¿me estás diciendo que, además de ver la cacería, también volviste sola al campamento?
Ren estaba más que enfadado.
—Sí —respondí con voz trémula.
—La próxima vez que vea a Kishan lo voy a matar —afirmó, y me apuntó a la cara—. ¡Podrían haberte matado o... comido! Ni te imaginas la de criaturas peligrosas que viven en la jungla. ¡No pienso volver a perderte de vista!
Me agarró de la mano y me empujó delante de él para que siguiera andando por el sendero. Notaba la tensión que irradiaba su cuerpo.
—Ren, no lo entiendo, ¿no hablasteis Kishan y tú después de... comer?
—No —gruñó él—. Cada uno se fue por su lado. Yo volví directamente al campamento y Kishan se quedó con la... comida un poco más. Seguramente no capté tu rastro por culpa de la lluvia.
—Entonces puede que Kishan todavía esté buscándome. A lo mejor deberíamos volver.
—No, le estará bien empleado —respondió, riéndose con malicia—. Sin un rastro, seguro que tarda días en darse cuenta que nos hemos ido.
—Ren, deberías volver y decirle que nos vamos. Él te ayudó a cazar. Es lo menos que puedes hacer.
—Kelsey, no vamos a volver. Es un tigre adulto y sabe cuidarse solo. Además, me iba bien sin él.
—No es verdad. Vi la caza, ¿recuerdas? Él te ayudó a derribar al antílope. Y me dijo que llevabas más de trescientos años sin cazar, por eso fuimos a buscarte. Decía que necesitarías su ayuda.
Ren frunció el ceño, aunque no dijo nada.
Me detuve y le puse una mano en el brazo.
—Necesitar ayuda de vez en cuando no es una muestra de debilidad.
Él gruñó sin hacer caso de mi comentario, pero se metió mi mano bajo el brazo y seguimos caminando.
—Ren, ¿qué pasó exactamente hace trescientos años?
Él frunció el ceño y no respondió. Le di un codazo y sonreí para animarlo. Poco a poco, su bello rostro volvió a relajarse y los hombros se le soltaron un poco. Suspiró, se pasó una mano por el pelo y me lo explicó.
—Para un tigre negro es mucho más fácil cazar que para un tigre blanco. No me camuflo con los colores de la jungla. Cuando tenía mucha hambre y me frustraba no lograr cazar algún animal salvaje, me aventuraba a entrar en una aldea y me llevaba una cabra o una oveja. Tenía cuidado, pero pronto se extendió el rumor de que había un tigre blanco, así que aparecieron un montón de cazadores dispuestos a atraparme. No solo se trataba de granjeros que deseaban mantenerme alejado de sus animales, sino de expertos en caza mayor que disfrutaban de la emoción de abatir a un animal exótico.
»Colocaron trampas para mí por toda la jungla, y muchas criaturas inocentes murieron en ellas. Siempre que encontraba una, la desmontaba. Un día vi una trampa y cometí un error estúpido; había dos, una al lado de la otra, pero me centré en la obvia, que era la típica trampa con un trozo de carne colocado sobre un agujero oculto.
»Estaba examinando el agujero para idear una forma de conseguir la carne, cuando tropecé con un cable oculto que disparó una lluvia de lanzas y flechas que cayeron sobre mí desde el árbol. Salté a un lado para evitar una de ellas, pero la tierra que tenía bajo las patas cedió y caí al agujero.
—¿Te dio alguna de las flechas? —pregunté, absorbida por la historia.
—Sí, varias me rozaron, pero me curo deprisa. Por suerte, el pozo no tenía estacas de bambú abajo, aunque estaba bien hecho y era lo bastante profundo como para evitar que saliera.
—¿Qué te hicieron?
—Al cabo de unos días, los cazadores me encontraron. Me vendieron a un coleccionista privado que tenía varias criaturas interesantes. Como resulté ser de trato difícil, me vendió a otro que, a su vez, me vendió a otro, etcétera, etcétera. Al final acabé en un circo ruso, y he pasado de circo en circo desde entonces. Siempre que empezaban a sospechar de mi edad o a hacerme daño, causaba problemas para que me vendieran lo antes posible.
Era una historia terrible, desgarradora. Me aparté de él para rodear un tronco y, cuando volví a su lado, me dio la mano y seguimos caminando.
—¿Por qué no te compró el señor Kadam para traerte a casa? —pregunté, compasiva.
—No podía. Siempre pasaba algo que lo evitaba. Cada vez que intentaba comprarme al circo, los propietarios se negaban a vender por mucho dinero que les ofreciera. Una vez envió a otras personas a comprarme, y eso tampoco funcionó. Incluso contrató a una gente para que me robaran, pero los capturaron. La maldición mandaba, no nosotros. Cuanto más intentaba intervenir, peor se volvía mi situación. Al final descubrimos que el señor Kadam podía enviar a compradores potenciales que estuvieran realmente interesados en mí. Podía influir en gente buena para que me comprara, aunque solo si no tenía intención de quedarse él conmigo.
»El señor Kadam se aseguraba de que me moviera lo bastante para que nadie notara mi edad. Me visitaba de vez en cuando para que supiera cómo ponerme en contacto con él, aunque, en realidad, no podía hacer nada. Nunca dejó de intentar averiguar la forma de romper la maldición. Dedicó todo su tiempo a buscar soluciones. Sus visitas lo eran todo para mí. Creo que habría perdido mi humanidad sin él.
Ren espantó a un mosquito que se le había posado en la nuca y siguió reflexionando.
—Cuando me capturaron, creía que sería fácil escapar. Esperaría a la noche y abriría el cerrojo de la jaula. Sin embargo, en cuanto me capturaron, no pude abandonar mi forma de tigre. No logré transformarme de nuevo en hombre... hasta que tú llegaste.
Apartó una rama para que yo pasara por debajo.
—¿Cómo fue estar todos esos años en el circo?
Tropecé con una piedra y Ren me sostuvo para que no cayera. Una vez recuperado el equilibrio de nuevo, apartó a regañadientes las manos de mi cintura y volvió a ofrecerme una de ellas.
—Sobre todo, era aburrido. A veces los propietarios eran crueles y me pinchaban o me azotaban con el látigo. En cualquier caso, tenía suerte, ya que me curaba deprisa y era lo bastante listo como para hacer los trucos que los demás tigres no querían hacer. Un tigre no desea saltar a través de un aro en llamas o que un hombre le meta la cabeza en la boca. Los tigres odian el fuego, así que hay que enseñarlos a temer al adiestrador más que a las llamas.
—¡Suena espantoso!
—Los circos eran espantosos por aquel entonces. Metían a los animales en jaulas demasiado pequeñas. Se rompían las relaciones familiares naturales y vendían a las crías. La comida era mala, las jaulas estaban asquerosas y maltrataban a los animales. Los llevaban de ciudad en ciudad, y los dejaban al aire libre en lugares y climas a los que no estaban acostumbrados. No sobrevivían mucho tiempo —explicó; después de una pausa, siguió hablando, pensativo—. Sin embargo, ahora se estudia cómo prolongar la vida de los animales y cómo mejorar su calidad de vida, aunque vivir en cautividad sigue siendo vivir en cautividad, por muy bonita que sea la jaula.
»Estar enjaulado me hizo pensar mucho en mis relaciones con los demás animales, sobre todo con los elefantes y los caballos. Mi padre tenía miles de elefantes entrenados para la batalla o para levantar cargas pesadas, y a mí me encantaba cabalgar sobre mi semental favorito. Allí sentado en la jaula, día tras día, me preguntaba si el caballo se sentía igual que yo. Me lo imaginaba en su establo, aburrido, esperando siempre a que llegara yo para sacarlo.
Ren me apretó la mano y se transformó de nuevo en tigre.
Me sumí en mis pensamientos. Estar enjaulado debía de haber sido muy duro. Ren había soportado varios siglos así. Me estremecí y seguí caminando detrás de él.
Al cabo de una hora, volví a hablar.
—¿Ren? Hay una cosa que no entiendo. ¿Dónde estaba Kishan? ¿Por qué no te ayudó a huir?
Ren saltó por encima de un enorme tronco caído. En el punto más alto de su salto, se transformó en hombre y cayó al suelo en silencio, al otro lado, sobre los dos pies. Alargué la mano para que me ayudara a subir por encima del tronco, pero, en vez de aceptarla, pasó los brazos por encima del tronco y me rodeó la cintura.
Antes de poder protestar, me levantó en el aire y me pasó por encima del tronco como si yo fuese tan ligera como una almohada de plumas. Me acercó a su pecho antes de soltarme, lo que hizo que me quedara sin aliento. Me miró a los ojos y sonrió lentamente. Me dejó en el suelo antes de volver a ofrecerme una mano. Le di la mía, que estaba algo temblorosa, y nos pusimos de nuevo en camino.
—Por aquel entonces, Kishan y yo procurábamos evitarnos. No supo de lo sucedido hasta que Kadam lo encontró. Cuando comprendieron el problema, era demasiado tarde para hacer nada. Kadam había intentado liberarme sin éxito, así que convenció a Kishan para que permaneciera escondido mientras él intentaba averiguar qué hacer. Como he dicho, intentó ayudarme a escapar, comprarme y robarme durante varios siglos. No funcionó nada hasta que llegaste tú. Por algún motivo, después de que desearas verme libre, pude llamarlo —dijo, y se rio—. Cuando me transformé en hombre de nuevo por primera vez en siglos, le pedí a Matthew que hiciera una llamada a cobro revertido por mí. Le conté que me habían robado y que necesitaba ponerme en contacto con mi jefe. Me ayudó a entender cómo usar el teléfono, y el señor Kadam fue a verme de inmediato.
Ren se transformó otra vez en tigre y seguimos andando. Caminaba cerca de mí, así que yo iba con la mano apoyada en su pescuezo.
Después de varias horas, Ren se paró de repente y olió el aire. Se sentó sobre los cuartos traseros y miró la jungla. Yo presté atención y oí que algo agitaba los arbustos. Primero apareció un hocico negro entre la maleza, seguido por el resto del tigre.
—¡Kishan! —exclamé, sonriendo—. Has cambiado de idea, ¿vienes con nosotros? ¡Qué bien!
Kishan se acercó a mí y alargó una pata que se convirtió en mano.
—Hola, Kelsey. No, no he cambiado de idea, aunque me alegra verte sana y salva —respondió, lanzando una desagradable mirada a Ren, que se transformó en humano sin perder un segundo.
Ren empujó a Kishan y gritó:
—¿Por qué no me dijiste que Kelsey estaba ahí fuera? ¡Nos vio cazar, y la dejaste sola y sin protección!
Kishan contraatacó pinchándole en el pecho con un dedo.
—Te fuiste antes de que pudiera decirte nada. Si te hace sentir mejor, llevo buscándola toda la noche. Además, tú también te fuiste sin decírmelo.
Me puse entre ellos para interceder.
—Calmaos los dos, por favor. Ren, estuve de acuerdo con Kishan en que lo mejor para mí era ir con él, y él me cuidó muy bien. Fui yo la que decidió ir a ver la caza, y fui yo la que decidió volver al campamento sola. Así que, si vas a enfadarte con alguien, enfádate conmigo —expliqué, y me volví hacia Kishan—. Siento que hayas estado buscándome toda la noche en plena tormenta. No me di cuenta de que iba a llover, ni de que eso ocultaría mi rastro. Lo siento.
Kishan sonrió y me besó el dorso de la mano, mientras Ren gruñía, amenazador.
—Disculpas aceptadas. Bueno, ¿te gustó?
—¿Te refieres a la lluvia o a la caza?
—A la caza, por supuesto.
—Fue...
—Tuvo pesadillas —soltó Ren en tono de reproche.
Yo hice una mueca y asentí con la cabeza.
—Bueno, al menos mi hermano está bien alimentado. Podría haber tardado semanas en cazar algo él solo.
—¡Me iba perfectamente sin ti!
—No —repuso Kishan, esbozando una sonrisita—, sin mí no podrías haber capturado ni una tortuga coja.
Oí el puñetazo antes de verlo. Fue uno de esos golpes fuertes que hacen castañear los dientes, de esos que solo creía posibles en las películas. Ren me había apartado hábilmente y después había pegado un puñetazo a su hermano.
Kishan dio un paso atrás mientras se restregaba la mandíbula, aunque siguió mirando a Ren de frente, sonriendo.
—Inténtalo otra vez, hermano mayor.
Ren frunció el ceño sin decir nada. Se limitó a tomarme de la mano y andar a toda prisa, arrastrándome tras él por la jungla. Casi tenía que correr para seguirle el ritmo.
El tigre negro pasó como un rayo junto a nosotros y se colocó en nuestro camino. Kishan se transformó otra vez en hombre y dijo:
—Espera. Tengo una cosa para Kelsey.
Ren siguió con el ceño fruncido, pero yo le puse una mano en el pecho.
—Ren, por favor —le pedí.
Él miró a su hermano y después me miró a mí con expresión menos dura. Me soltó la mano, me tocó brevemente la mejilla y se apartó unos metros para que Kishan se acercara.
—Kelsey, quiero que te quedes esto —dijo Kishan.
Se llevó la mano al cuello para sacarse una cadena que tenía metida bajo la camisa negra. Después me la abrochó al cuello y explicó:
—Creo que ya sabes que este amuleto te protegerá igual que el de Ren protege a Kadam.
Toqué la cadena y levanté el amuleto roto para examinarlo más de cerca.
—Kishan, ¿estás seguro de que quieres dármelo?
—Preciosa —respondió él, sonriendo con aire travieso—, tu entusiasmo resulta contagioso. Un hombre no puede estar cerca de ti y permanecer inmune a tu causa. Además, aunque me quede en la jungla, esta será mi pequeña contribución a vuestro empeño —dijo, y se puso serio—. Quiero que tengas cuidado, Kelsey. Lo único que sabemos con certeza es que el amuleto es muy poderoso y que da una larga vida al que lo lleva, pero eso no quiere decir que no puedan hacerte daño o incluso matarte, así que no bajes la guardia. —Me levantó la barbilla y contemplé sus ojos dorados—. No me gustaría que te pasara algo, bilauta.
—Tendré cuidado. Gracias, Kishan.
Kishan miró a Ren, que inclinó la cabeza brevemente, y después se volvió hacia mí. Sonriendo, añadió:
—Te echaré de menos, Kelsey. Ven a verme pronto.
Le di un abrazo rápido y puse la mejilla para que me diera un beso. Sin embargo, en el último segundo, Kishan cambió de posición y me dio un ligero beso en los labios.
—¡Serás granuja! —exclamé, sorprendida; después me reí y le di un puñetazo suave en el brazo.
Él se limitó a reírse y a guiñarme un ojo.
Ren apretó los puños y se le oscureció el rostro, pero Kishan no hizo caso y salió corriendo hacia la jungla. El eco de su risa nos llegó a través de los árboles y se convirtió en un gruñido al transformarse de nuevo en el tigre negro.
Ren se acercó a mí, levantó el colgante y lo acarició, pensativo. Le puse una mano en el brazo, temiendo que siguiera enfadado por lo de Kishan, pero él me tiró de la trenza, sonrió y me dio un cálido beso en la frente.
Después de volver a convertirse en el tigre blanco, me condujo por la jungla durante otra media hora hasta que, por fin, vimos que habíamos llegado a la autopista.
Esperamos hasta que dejó de haber tráfico, la cruzamos corriendo y desaparecimos entre la verde maleza. Ren se guio por su olfato durante un trecho, y al final dimos con una tienda de campaña de estilo militar y corrí a abrazar al hombre que salió de ella.
—¡Señor Kadam! ¡Ni se imagina lo que me alegro de verlo!