16
El sueño de Kelsey
Dorothy y Toto dieron paso a otros sueños
igual de inquietantes. Yo corría por un lugar a oscuras, sola y
perdida. No encontraba a Ren y algo malvado me perseguía. Tenía que
escapar. Unos extraños dedos me tiraban de la ropa y el pelo, me
arañaban la piel e intentaban sacarme a rastras del camino. Sabía
que, si lo conseguían, me atraparían y destruirían.
Doblé una esquina, entré en una gran sala, y
vi a un hombre malvado y oscuro vestido con una suntuosa túnica de
color amatista. Estaba erguido sobre otro hombre al que habían
atado a una mesa. Escondida en una esquina, vi que levantaba un
afilado cuchillo curvo mientras cantaba en voz baja usando un
idioma que yo no comprendía.
De algún modo, supe que tenía que salvar al
prisionero de la pesadilla. Me lancé sobre el hombre y le tiré del
brazo para intentar quitarle el cuchillo. Mi mano empezó a emitir
una luz roja y oí que saltaban chispas.
—¡No, Kelsey, para!
Miré hacia el altar y ahogué un grito. ¡Era
Ren! Su cuerpo estaba destrozado y lleno de sangre, y tenía las
manos atadas por encima de la cabeza.
—¡Kells..., sal de aquí! ¡Sálvate! Estoy
haciendo esto para que no pueda encontrarte.
—¡No! ¡No te lo permitiré! Ren, transfórmate
en tigre. ¡Huye!
Él sacudió la cabeza como loco y
gritó:
—¡Durga! ¡Acepto! ¡Hazlo ya!
—¿Qué es? ¿Qué quieres que haga Durga?
El hombre empezó a cantar en voz más alta y,
a pesar de mi débil intento de detenerlo, levantó la daga y la
clavó en el corazón de Ren. Grité. El latido de mi corazón latió al
ritmo del suyo. Con cada latido, su fuerza disminuía. Su corazón
roto palpitaba cada vez con menos fuerza, hasta que calló por
completo.
Las lágrimas me caían por las mejillas, y
sentía un dolor terrible y punzante. La vida de Ren se derramaba
por la mesa y formaba un charco en el suelo de baldosas. Me dejé
caer en el suelo, a cuatro patas, ahogada por mis emociones.
La muerte de Ren era insoportable. Si estaba
muerto, yo también lo estaba. La tristeza me asfixiaba, no podía
respirar. No me quedaba voluntad alguna, no había incentivos, ni
voces que me urgieran a luchar, a salir a la superficie, a triunfar
sobre el dolor. Nada que me hiciera respirar y volver a
vivir.
La sala desapareció y me vi de nuevo
envuelta en la oscuridad. El sueño cambió. Llevaba un vestido
dorado y unas joyas muy recargadas. Estaba sentada en una preciosa
silla sobre una plataforma en alto, y abajo veía a Ren, de pie,
frente a mí. Le sonreí y extendí la mano, pero Kishan la agarró y
se sentó a mi lado.
Miré a Kishan, desconcertada. Él miraba a
Ren y sonreía con aire de satisfacción. Cuando me volví de nuevo
hacia Ren, su rabia ardía con fuerza, y me miraba con odio y
desprecio.
Intenté librarme de la mano de Kishan, pero
él no me soltaba. Antes de poder liberarme, Ren se transformó en
tigre y corrió a la jungla. Lo llamé a gritos, pero no me oía. No
quería oírme.
El viento agitó las cortinas de color crema,
y las nubes de tormenta entraron, empujadas por el fuerte viento.
Las nubes cubrieron los árboles y oscurecieron el cielo. Cayeron
varios rayos. Oí un potente rugido que recorrió el paisaje. Era el
impulso que necesitaba: conseguí zafarme de la mano de Kishan y
corrí hacia el aguacero.
La lluvia golpeaba el suelo y frenaba la
búsqueda de Ren. Mis preciosas sandalias doradas se quedaron
atascadas en el grueso lodo creado por el agua. No lo encontraba
por ninguna parte. Me aparté de los ojos el pelo, que estaba
empapado, y grité:
—¡Ren! ¡Ren! ¿Dónde estás?
Un rayo cayó con estruendo sobre un árbol
cercano. Los fragmentos de madera quemada volaban por todas partes
mientras el árbol se rajaba, el tronco se retorcía y se convertía
en astillas. Se derrumbó y me atrapó con sus ramas.
—¡Ren!
El agua de lluvia embarrada se acumulaba a
mi alrededor. Me retorcí con cuidado, dolorida, hasta lograr salir
a rastras de debajo del árbol. El vestido dorado estaba desgarrado
y roto, y yo estaba cubierta de arañazos ensangrentados.
—¡Ren! ¡Vuelve, por favor! ¡Te necesito!
—chillé de nuevo.
Hacía frío y me puse a temblar, aunque seguí
corriendo por la jungla, tropezando con las raíces y apartando la
desagradable maleza gris. Buscaba y gritaba sin dejar de correr, y
me metía entre los árboles para encontrarlo.
—¡Ren, por favor, no me dejes!
—suplicaba.
Por fin vi una forma blanca saltando entre
los árboles, así que redoblé mis esfuerzos para alcanzarlo. El
vestido se me enganchó en un arbusto, pero seguí atravesándolo,
decidida a llegar hasta el tigre. Seguí el sendero de relámpagos
que recorría la jungla.
No me daban miedo los rayos, aunque caían
tan cerca de mí que olía la madera quemada. La luz me llevó hasta
Ren; lo encontré tirado en el suelo. Las grandes marcas de
quemadura de los rayos le habían achicharrado el blanco pelaje. De
algún modo supe que era culpa mía, que yo era la responsable de su
dolor.
Le acaricié la cabeza, y también la suave y
sedosa piel del cuello, y lloré.
—Ren, no quería que acabase así. ¿Cómo ha
podido pasar?
Él se transformó en hombre y susurró:
—Perdiste la fe en mí, Kelsey.
Sacudí la cabeza para negarlo mientras me
caían las lágrimas por las mejillas.
—No, no es verdad. ¡Jamás lo haría!
—Iadala, me
abandonaste —respondió, incapaz de mirarme a los ojos.
—¡No, Ren! —exclamé, rodeándole el cuello
con los brazos, desesperada—. Nunca te abandonaré.
—Pero lo hiciste. Te marchaste. ¿Era
demasiado pedir que me esperaras? ¿Qué creyeras en mí?
—Pero no lo sabía. Es que no lo sabía
—sollocé, abatida.
—Ya es demasiado tarde, priyatama. Esta vez, yo seré el que te
abandone.
Entonces cerró los ojos y murió.
—¡No, no! —grité, sacudiendo su cuerpo
inmóvil—. Ren, vuelve. ¡Vuelve, por favor!
Las lágrimas se mezclaban con la lluvia y me
nublaban la vista. Me las sequé, enfadada, y, cuando abrí de nuevo
los ojos, no solo lo vi a él, sino también a mis padres, a mi
abuela y al señor Kadam. Estaban todos tirados en el suelo,
muertos. Me había quedado sola, rodeada de muerte.
Lloré, y grité una y otra vez:
—¡No! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Una negra angustia se apoderó de mí. Era
espesa y viscosa, se me metía dentro y me bajaba por las
extremidades. Me sentía muy pesada, presa de la desesperación y muy
sola. Me abracé a Ren, y mecí su cuerpo adelante y atrás,
intentando inconscientemente consolarme. Sin embargo, no encontré
alivio alguno.
De repente, ya no estaba sola. Me di cuenta
de que no era yo la que mecía a Ren, sino que alguien me mecía a mí
y me abrazaba con fuerza. Me desperté lo suficiente como para ser
consciente de que había estado soñando, pero todavía notaba el
dolor del sueño.
Tenía la cara empapada de lágrimas reales y
la tormenta también había sido real. El viento azotaba los árboles
de fuera y hacía que la lluvia golpeara la lona. Un rayo cayó sobre
un árbol cercano e iluminó por unos instantes mi tiendecita de
campaña. Con la luz distinguí un cabello oscuro mojado, una piel
dorada y una camiseta blanca.
—¿Ren?
Noté que me limpiaba las lágrimas de las
mejillas con los pulgares.
—Tranquila, Kelsey, estoy aquí. No te
abandonaré, priya. Mein yaha hoon.
Con un gran alivio y un sollozo
entrecortado, levanté los brazos para rodear con ellos el cuello de
Ren. Él se metió más en la tienda de campaña para apartarse de la
lluvia, me puso sobre su regazo y me abrazó. Mientras me acariciaba
el pelo, susurró:
—Tranquila, no pasa nada. Mein aapka raksha karunga. Estoy aquí, no dejaré
que te pase nada, priyatama.
Siguió calmándome con algunas palabras de su
lengua materna hasta que noté que el sueño se alejaba de mí. Al
cabo de unos minutos me dio la impresión de que estaba lo bastante
recuperada como para apartarme, pero decidí conscientemente
quedarme donde estaba. Me gustaba sentir sus brazos a mi
alrededor.
El sueño había logrado que me diera cuenta
de lo sola que me sentía. Desde la muerte de mis padres, nadie me
había abrazado así. Por supuesto, abrazaba a menudo a mis padres de
acogida y a sus hijos, pero nadie había conseguido atravesar mis
defensas, y hacía mucho tiempo que no permitía que nadie sacara de
mí una emoción tan profunda.
Entonces fue cuando supe que Ren me
quería.
Mi corazón se abrió para él. Ya quería y
confiaba en su parte de tigre, eso era fácil, pero vi que su parte
de hombre necesitaba ese amor aún más. Ren se había pasado siglos
sin él..., si es que lo había sentido alguna vez. Así que lo abracé
y no me separé de él hasta estar segura de que se quedaba sin
tiempo.
—Gracias por estar conmigo —le susurré al
oído—. Me alegro de que formes parte de mi vida. Quédate conmigo en
la tienda, por favor. No tienes por qué dormir bajo la
lluvia.
Le di un beso en la mejilla, me tumbé de
nuevo y me tapé con la colcha. Ren se transformó en tigre y se
tumbó a mi lado. Me acurruqué pegada a su espalda y me sumí en un
pacífico sueño sin imágenes, a pesar de la tormenta que descargaba
su furia en el exterior.
Al día siguiente, al despertarme, me estiré
y salí a rastras de la tienda. El agua de lluvia se había evaporado
con el sol, convirtiendo la jungla mojada en una sauna llena de
vapor. Las ramas y las hojas arrancadas por la tormenta cubrían la
zona del campamento. Un foso empapado lleno de agua gris y
cenicienta rodeaba los trozos achicharrados de madera, que era lo
único que quedaba de nuestra hoguera.
La cascada iba más de prisa de lo normal, y
llevaba con ella restos empapados que acababan en el embarrado
estanque.
—Hoy no hay baño —le dije a Ren, que se
había transformado en hombre.
—Da igual, vamos a buscar al señor Kadam. Ha
llegado el momento de continuar nuestro viaje —contestó.
—¿Y Kishan? ¿No has podido convencerlo para
que venga con nosotros?
—Kishan ha dejado clara su postura. Desea
quedarse aquí, y yo no voy a suplicarle. Cuando toma una decisión,
rara vez cambia de idea.
—Pero, Ren...
—Nada de peros.
Se acercó a mí y me dio un tironcito de la
trenza. Después sonrió y me besó en la frente. Lo que pasó entre
nosotros durante la tormenta había reparado la grieta emocional que
nos había separado, y a mí me alegraba comprobar que volvía a ser
mi amigo.
—Vamos, Kells. Hay que hacer la
maleta.
Solo tardamos unos minutos en enrollar la
tienda y meter todo en la mochila. Me alivió saber que volvíamos a
la civilización, con el señor Kadam, aunque no me gustaba dejar así
las cosas con Kishan. Ni siquiera había podido despedirme.
Cuando nos marchábamos, pasé por los
arbustos en flor para que las mariposas echaran a volar. No había
tantas como antes. Se aferraban a los arbustos empapados y batían
las alas lentamente al sol para secarlas. Unas cuantas volaron por
última vez, y Ren esperó con paciencia mientras yo las contemplaba.
Suspiré e iniciamos el camino de vuelta a la autopista en la que el
señor Kadam estaba acampado. Aunque no me gustaba nada el
senderismo y las acampadas, aquel lugar era especial.
Mi tigre se puso delante, como siempre, y yo
lo seguí como pude, intentando evitar sus huellas embarradas para
pisar terreno más seco. Para no aburrirme, le conté que había
hablado con Kishan sobre la vida en palacio y que él había
transportado en su boca una mochila llena de comida para que no me
muriera de hambre.
Hubo algunas cosas que me callé, sobre todo
lo que Kishan me había contado de Yesubai. No quería que Ren
pensara en ella y, además, me daba la impresión de que Kishan
necesitaba hablar en persona del tema con Ren. Así que seguí
parloteando sobre lo aburrida que me había sentido en la jungla y
sobre haberlos visto cazar.
De repente, Ren se transformó en hombre, me
agarró por los brazos y exclamó:
—¿Qué acabas de decir?
Perpleja, repetí:
—Que os vi... cazar. Creía que lo sabías.
¿No te lo dijo Kishan?
—¡No, claro que no! —respondió, apretando
los dientes.
Lo rodeé hasta colocarme sobre unas
piedras.
—Ah, bueno, da igual. Estoy bien, regresé
sin problemas.
Ren me agarró de nuevo por el codo, me giró
hasta que quedé entre sus brazos y me sentó delante de él.
—Kelsey, ¿me estás diciendo que, además de
ver la cacería, también volviste sola al campamento?
Ren estaba más que enfadado.
—Sí —respondí con voz trémula.
—La próxima vez que vea a Kishan lo voy a
matar —afirmó, y me apuntó a la cara—. ¡Podrían haberte matado o...
comido! Ni te imaginas la de criaturas peligrosas que viven en la
jungla. ¡No pienso volver a perderte de vista!
Me agarró de la mano y me empujó delante de
él para que siguiera andando por el sendero. Notaba la tensión que
irradiaba su cuerpo.
—Ren, no lo entiendo, ¿no hablasteis Kishan
y tú después de... comer?
—No —gruñó él—. Cada uno se fue por su lado.
Yo volví directamente al campamento y Kishan se quedó con la...
comida un poco más. Seguramente no capté tu rastro por culpa de la
lluvia.
—Entonces puede que Kishan todavía esté
buscándome. A lo mejor deberíamos volver.
—No, le estará bien empleado —respondió,
riéndose con malicia—. Sin un rastro, seguro que tarda días en
darse cuenta que nos hemos ido.
—Ren, deberías volver y decirle que nos
vamos. Él te ayudó a cazar. Es lo menos que puedes hacer.
—Kelsey, no vamos a volver. Es un tigre
adulto y sabe cuidarse solo. Además, me iba bien sin él.
—No es verdad. Vi la caza, ¿recuerdas? Él te
ayudó a derribar al antílope. Y me dijo que llevabas más de
trescientos años sin cazar, por eso fuimos a buscarte. Decía que
necesitarías su ayuda.
Ren frunció el ceño, aunque no dijo
nada.
Me detuve y le puse una mano en el
brazo.
—Necesitar ayuda de vez en cuando no es una
muestra de debilidad.
Él gruñó sin hacer caso de mi comentario,
pero se metió mi mano bajo el brazo y seguimos caminando.
—Ren, ¿qué pasó exactamente hace trescientos
años?
Él frunció el ceño y no respondió. Le di un
codazo y sonreí para animarlo. Poco a poco, su bello rostro volvió
a relajarse y los hombros se le soltaron un poco. Suspiró, se pasó
una mano por el pelo y me lo explicó.
—Para un tigre negro es mucho más fácil
cazar que para un tigre blanco. No me camuflo con los colores de la
jungla. Cuando tenía mucha hambre y me frustraba no lograr cazar
algún animal salvaje, me aventuraba a entrar en una aldea y me
llevaba una cabra o una oveja. Tenía cuidado, pero pronto se
extendió el rumor de que había un tigre blanco, así que aparecieron
un montón de cazadores dispuestos a atraparme. No solo se trataba
de granjeros que deseaban mantenerme alejado de sus animales, sino
de expertos en caza mayor que disfrutaban de la emoción de abatir a
un animal exótico.
»Colocaron trampas para mí por toda la
jungla, y muchas criaturas inocentes murieron en ellas. Siempre que
encontraba una, la desmontaba. Un día vi una trampa y cometí un
error estúpido; había dos, una al lado de la otra, pero me centré
en la obvia, que era la típica trampa con un trozo de carne
colocado sobre un agujero oculto.
»Estaba examinando el agujero para idear una
forma de conseguir la carne, cuando tropecé con un cable oculto que
disparó una lluvia de lanzas y flechas que cayeron sobre mí desde
el árbol. Salté a un lado para evitar una de ellas, pero la tierra
que tenía bajo las patas cedió y caí al agujero.
—¿Te dio alguna de las flechas? —pregunté,
absorbida por la historia.
—Sí, varias me rozaron, pero me curo
deprisa. Por suerte, el pozo no tenía estacas de bambú abajo,
aunque estaba bien hecho y era lo bastante profundo como para
evitar que saliera.
—¿Qué te hicieron?
—Al cabo de unos días, los cazadores me
encontraron. Me vendieron a un coleccionista privado que tenía
varias criaturas interesantes. Como resulté ser de trato difícil,
me vendió a otro que, a su vez, me vendió a otro, etcétera,
etcétera. Al final acabé en un circo ruso, y he pasado de circo en
circo desde entonces. Siempre que empezaban a sospechar de mi edad
o a hacerme daño, causaba problemas para que me vendieran lo antes
posible.
Era una historia terrible, desgarradora. Me
aparté de él para rodear un tronco y, cuando volví a su lado, me
dio la mano y seguimos caminando.
—¿Por qué no te compró el señor Kadam para
traerte a casa? —pregunté, compasiva.
—No podía. Siempre pasaba algo que lo
evitaba. Cada vez que intentaba comprarme al circo, los
propietarios se negaban a vender por mucho dinero que les
ofreciera. Una vez envió a otras personas a comprarme, y eso
tampoco funcionó. Incluso contrató a una gente para que me robaran,
pero los capturaron. La maldición mandaba, no nosotros. Cuanto más
intentaba intervenir, peor se volvía mi situación. Al final
descubrimos que el señor Kadam podía enviar a compradores
potenciales que estuvieran realmente interesados en mí. Podía
influir en gente buena para que me comprara, aunque solo si no
tenía intención de quedarse él conmigo.
»El señor Kadam se aseguraba de que me
moviera lo bastante para que nadie notara mi edad. Me visitaba de
vez en cuando para que supiera cómo ponerme en contacto con él,
aunque, en realidad, no podía hacer nada. Nunca dejó de intentar
averiguar la forma de romper la maldición. Dedicó todo su tiempo a
buscar soluciones. Sus visitas lo eran todo para mí. Creo que
habría perdido mi humanidad sin él.
Ren espantó a un mosquito que se le había
posado en la nuca y siguió reflexionando.
—Cuando me capturaron, creía que sería fácil
escapar. Esperaría a la noche y abriría el cerrojo de la jaula. Sin
embargo, en cuanto me capturaron, no pude abandonar mi forma de
tigre. No logré transformarme de nuevo en hombre... hasta que tú
llegaste.
Apartó una rama para que yo pasara por
debajo.
—¿Cómo fue estar todos esos años en el
circo?
Tropecé con una piedra y Ren me sostuvo para
que no cayera. Una vez recuperado el equilibrio de nuevo, apartó a
regañadientes las manos de mi cintura y volvió a ofrecerme una de
ellas.
—Sobre todo, era aburrido. A veces los
propietarios eran crueles y me pinchaban o me azotaban con el
látigo. En cualquier caso, tenía suerte, ya que me curaba deprisa y
era lo bastante listo como para hacer los trucos que los demás
tigres no querían hacer. Un tigre no desea saltar a través de un
aro en llamas o que un hombre le meta la cabeza en la boca. Los
tigres odian el fuego, así que hay que enseñarlos a temer al
adiestrador más que a las llamas.
—¡Suena espantoso!
—Los circos eran espantosos por aquel
entonces. Metían a los animales en jaulas demasiado pequeñas. Se
rompían las relaciones familiares naturales y vendían a las crías.
La comida era mala, las jaulas estaban asquerosas y maltrataban a
los animales. Los llevaban de ciudad en ciudad, y los dejaban al
aire libre en lugares y climas a los que no estaban acostumbrados.
No sobrevivían mucho tiempo —explicó; después de una pausa, siguió
hablando, pensativo—. Sin embargo, ahora se estudia cómo prolongar
la vida de los animales y cómo mejorar su calidad de vida, aunque
vivir en cautividad sigue siendo vivir en cautividad, por muy
bonita que sea la jaula.
»Estar enjaulado me hizo pensar mucho en mis
relaciones con los demás animales, sobre todo con los elefantes y
los caballos. Mi padre tenía miles de elefantes entrenados para la
batalla o para levantar cargas pesadas, y a mí me encantaba
cabalgar sobre mi semental favorito. Allí sentado en la jaula, día
tras día, me preguntaba si el caballo se sentía igual que yo. Me lo
imaginaba en su establo, aburrido, esperando siempre a que llegara
yo para sacarlo.
Ren me apretó la mano y se transformó de
nuevo en tigre.
Me sumí en mis pensamientos. Estar enjaulado
debía de haber sido muy duro. Ren había soportado varios siglos
así. Me estremecí y seguí caminando detrás de él.
Al cabo de una hora, volví a hablar.
—¿Ren? Hay una cosa que no entiendo. ¿Dónde
estaba Kishan? ¿Por qué no te ayudó a huir?
Ren saltó por encima de un enorme tronco
caído. En el punto más alto de su salto, se transformó en hombre y
cayó al suelo en silencio, al otro lado, sobre los dos pies.
Alargué la mano para que me ayudara a subir por encima del tronco,
pero, en vez de aceptarla, pasó los brazos por encima del tronco y
me rodeó la cintura.
Antes de poder protestar, me levantó en el
aire y me pasó por encima del tronco como si yo fuese tan ligera
como una almohada de plumas. Me acercó a su pecho antes de
soltarme, lo que hizo que me quedara sin aliento. Me miró a los
ojos y sonrió lentamente. Me dejó en el suelo antes de volver a
ofrecerme una mano. Le di la mía, que estaba algo temblorosa, y nos
pusimos de nuevo en camino.
—Por aquel entonces, Kishan y yo
procurábamos evitarnos. No supo de lo sucedido hasta que Kadam lo
encontró. Cuando comprendieron el problema, era demasiado tarde
para hacer nada. Kadam había intentado liberarme sin éxito, así que
convenció a Kishan para que permaneciera escondido mientras él
intentaba averiguar qué hacer. Como he dicho, intentó ayudarme a
escapar, comprarme y robarme durante varios siglos. No funcionó
nada hasta que llegaste tú. Por algún motivo, después de que
desearas verme libre, pude llamarlo —dijo, y se rio—. Cuando me
transformé en hombre de nuevo por primera vez en siglos, le pedí a
Matthew que hiciera una llamada a cobro revertido por mí. Le conté
que me habían robado y que necesitaba ponerme en contacto con mi
jefe. Me ayudó a entender cómo usar el teléfono, y el señor Kadam
fue a verme de inmediato.
Ren se transformó otra vez en tigre y
seguimos andando. Caminaba cerca de mí, así que yo iba con la mano
apoyada en su pescuezo.
Después de varias horas, Ren se paró de
repente y olió el aire. Se sentó sobre los cuartos traseros y miró
la jungla. Yo presté atención y oí que algo agitaba los arbustos.
Primero apareció un hocico negro entre la maleza, seguido por el
resto del tigre.
—¡Kishan! —exclamé, sonriendo—. Has cambiado
de idea, ¿vienes con nosotros? ¡Qué bien!
Kishan se acercó a mí y alargó una pata que
se convirtió en mano.
—Hola, Kelsey. No, no he cambiado de idea,
aunque me alegra verte sana y salva —respondió, lanzando una
desagradable mirada a Ren, que se transformó en humano sin perder
un segundo.
Ren empujó a Kishan y gritó:
—¿Por qué no me dijiste que Kelsey estaba
ahí fuera? ¡Nos vio cazar, y la dejaste sola y sin
protección!
Kishan contraatacó pinchándole en el pecho
con un dedo.
—Te fuiste antes de que pudiera decirte
nada. Si te hace sentir mejor, llevo buscándola toda la noche.
Además, tú también te fuiste sin decírmelo.
Me puse entre ellos para interceder.
—Calmaos los dos, por favor. Ren, estuve de
acuerdo con Kishan en que lo mejor para mí era ir con él, y él me
cuidó muy bien. Fui yo la que decidió ir a ver la caza, y fui yo la
que decidió volver al campamento sola. Así que, si vas a enfadarte
con alguien, enfádate conmigo —expliqué, y me volví hacia Kishan—.
Siento que hayas estado buscándome toda la noche en plena tormenta.
No me di cuenta de que iba a llover, ni de que eso ocultaría mi
rastro. Lo siento.
Kishan sonrió y me besó el dorso de la mano,
mientras Ren gruñía, amenazador.
—Disculpas aceptadas. Bueno, ¿te
gustó?
—¿Te refieres a la lluvia o a la caza?
—A la caza, por supuesto.
—Fue...
—Tuvo pesadillas —soltó Ren en tono de
reproche.
Yo hice una mueca y asentí con la
cabeza.
—Bueno, al menos mi hermano está bien
alimentado. Podría haber tardado semanas en cazar algo él
solo.
—¡Me iba perfectamente sin ti!
—No —repuso Kishan, esbozando una
sonrisita—, sin mí no podrías haber capturado ni una tortuga
coja.
Oí el puñetazo antes de verlo. Fue uno de
esos golpes fuertes que hacen castañear los dientes, de esos que
solo creía posibles en las películas. Ren me había apartado
hábilmente y después había pegado un puñetazo a su hermano.
Kishan dio un paso atrás mientras se
restregaba la mandíbula, aunque siguió mirando a Ren de frente,
sonriendo.
—Inténtalo otra vez, hermano mayor.
Ren frunció el ceño sin decir nada. Se
limitó a tomarme de la mano y andar a toda prisa, arrastrándome
tras él por la jungla. Casi tenía que correr para seguirle el
ritmo.
El tigre negro pasó como un rayo junto a
nosotros y se colocó en nuestro camino. Kishan se transformó otra
vez en hombre y dijo:
—Espera. Tengo una cosa para Kelsey.
Ren siguió con el ceño fruncido, pero yo le
puse una mano en el pecho.
—Ren, por favor —le pedí.
Él miró a su hermano y después me miró a mí
con expresión menos dura. Me soltó la mano, me tocó brevemente la
mejilla y se apartó unos metros para que Kishan se acercara.
—Kelsey, quiero que te quedes esto —dijo
Kishan.
Se llevó la mano al cuello para sacarse una
cadena que tenía metida bajo la camisa negra. Después me la abrochó
al cuello y explicó:
—Creo que ya sabes que este amuleto te
protegerá igual que el de Ren protege a Kadam.
Toqué la cadena y levanté el amuleto roto
para examinarlo más de cerca.
—Kishan, ¿estás seguro de que quieres
dármelo?
—Preciosa —respondió él, sonriendo con aire
travieso—, tu entusiasmo resulta contagioso. Un hombre no puede
estar cerca de ti y permanecer inmune a tu causa. Además, aunque me
quede en la jungla, esta será mi pequeña contribución a vuestro
empeño —dijo, y se puso serio—. Quiero que tengas cuidado, Kelsey.
Lo único que sabemos con certeza es que el amuleto es muy poderoso
y que da una larga vida al que lo lleva, pero eso no quiere decir
que no puedan hacerte daño o incluso matarte, así que no bajes la
guardia. —Me levantó la barbilla y contemplé sus ojos dorados—. No
me gustaría que te pasara algo, bilauta.
—Tendré cuidado. Gracias, Kishan.
Kishan miró a Ren, que inclinó la cabeza
brevemente, y después se volvió hacia mí. Sonriendo, añadió:
—Te echaré de menos, Kelsey. Ven a verme
pronto.
Le di un abrazo rápido y puse la mejilla
para que me diera un beso. Sin embargo, en el último segundo,
Kishan cambió de posición y me dio un ligero beso en los
labios.
—¡Serás granuja! —exclamé, sorprendida;
después me reí y le di un puñetazo suave en el brazo.
Él se limitó a reírse y a guiñarme un
ojo.
Ren apretó los puños y se le oscureció el
rostro, pero Kishan no hizo caso y salió corriendo hacia la jungla.
El eco de su risa nos llegó a través de los árboles y se convirtió
en un gruñido al transformarse de nuevo en el tigre negro.
Ren se acercó a mí, levantó el colgante y lo
acarició, pensativo. Le puse una mano en el brazo, temiendo que
siguiera enfadado por lo de Kishan, pero él me tiró de la trenza,
sonrió y me dio un cálido beso en la frente.
Después de volver a convertirse en el tigre
blanco, me condujo por la jungla durante otra media hora hasta que,
por fin, vimos que habíamos llegado a la autopista.
Esperamos hasta que dejó de haber tráfico,
la cruzamos corriendo y desaparecimos entre la verde maleza. Ren se
guio por su olfato durante un trecho, y al final dimos con una
tienda de campaña de estilo militar y corrí a abrazar al hombre que
salió de ella.
—¡Señor Kadam! ¡Ni se imagina lo que me
alegro de verlo!