15
La caza
El lustroso tigre negro se me quedó mirando
con suma atención cuando concluí mi relato de los puntos más
destacados de la aventura en la Cueva de Kanheri.
Era ya entrada la noche. La jungla, que
antes me había parecido tan ruidosa, estaba en silencio salvo por
el crepitar de los troncos de la hoguera. Jugueteé con las suaves
orejas de Ren. Él todavía tenía 1os ojos cerrados y ronroneaba
bajito... o, para ser más precisos, roncaba.
Tras volver a transformarse en hombre,
Kishan me miró aire meditabundo y dijo:
—Suena muy... interesante, aunque espero que
no acabes sufriendo algún daño. Lo más inteligente sería que
volvieses a tu casa y nos abandonaras a nuestro destino. Esto
parece el inicio de una misión muy larga y peligrosa.
—Ren me ha protegido hasta ahora, y con dos
tigres vigilándome seguro que no pasará nada.
—Aunque tengas a dos tigres, las cosas
podrían salir mal, Kelsey —insistió él, vacilante—. Además... no
pienso ir con vosotros.
—¿Qué? ¿Qué quiere decir? Sabemos cómo
romper la maldición. No lo entiendo, Kishan, ¡por qué no nos
ayudas? ¿Por qué no te ayudas?
—Por dos razones —respondió él tras cambiar
de postura—. La primera es que me niego a que mi conciencia cargue
con más muertes. Ya he causado demasiado dolor en mi vida. La
segunda es que..., bueno, simplemente no creo que tengáis éxito.
Creo que el señor Kadam y vosotros dos estáis persiguiendo
fantasmas.
—¿Persiguiendo fantasmas? No lo
entiendo.
—Verás, Kelsey —dijo, encogiéndose de
hombros—, me he acostumbrado a mi vida de tigre. En realidad no
está tan mal. He llegado a aceptar que esta es mi vida.
Guardó silencio un momento, perdido en sus
pensamientos.
—Kishan, ¿seguro que no eres tú el que
persigue fantasmas? Te quedas aquí para castigarte, ¿no?
El joven príncipe se puso tenso. Sus ojos
dorados volvieron a clavarse en mí, y su rostro se volvió frío e
indiferente. Vi dolor y sorpresa en su mirada. Mi brusquedad le
había hecho daño, era como si le hubiese arrancado de un tirón una
venda colocada cuidado sobre las heridas del pasado.
Puse una mano encima de la suya y pregunté
con cariño:
—Kishan, ¿no quieres un futuro para ti, una
familia? Sé lo que se siente cuando muere alguien a quien quieres.
Te sientes muy solo, roto, como si siempre te fuera a faltar una
parte de ti. Cuando se van, se llevan con ellos ese trocito de tu
persona.
»Pero no estás solo. Hay gente a la que le
importas y que podría importarte. Gente que te dará una razón para
seguir viviendo. El señor Kadam, tu hermano y yo. Incluso podrías
encontrar a alguien a quien amar. Por favor, ven con nosotros a
Hampi.
Kishan apartó la mirada y siguió hablando en
voz baja.
—Hace mucho tiempo que dejé de desear cosas
que nunca ocurrirán.
—Kishan, piénsatelo mejor, por favor
—insistí, apretándole la mano.
Él me devolvió el apretón y sonrió.
—Lo siento Kelsey —respondió; después se
levantó y se estiró—. En fin, si estáis decididos a seguir con
vuestro largo viaje, Ren tendrá que cazar.
—¿Cazar? —pregunté estremecida; Ren no había
estado comiendo mucho, por lo que yo había visto.
—Puede que coma lo bastante para un humano,
pero está claro que no lo suficiente para un tigre. Es un tigre la
mayor parte del tiempo, así que, para poder defenderte, tendrá que
comer más. Algo grande, como un buen jabalí o un búfalo de
agua.
—¿Estás seguro? —pregunté, tragando
saliva.
—Sí, está muy delgado para ser un tigre,
necesita aumentar de volumen, comer proteínas.
Acaricié el lomo de Ren y le noté las
costillas.
—Vale, me aseguraré de que cace antes de
irnos.
—Bien —respondió.
Inclinó la cabeza, me sonrió y me dio la
mano para despedirse, aunque parecía reacio a soltarla. Por fin
dijo:
—Gracias por esta charla tan interesante,
Kelsey.
Tras decirlo, se transformó en el tigre
negro y se internó en la jungla.
Ren seguía dormido, con la cabeza sobre mi
regazo, así que me quedé sentada en silencio un poco más. Recorrí
con un dedo las rayas de su lomo y observé sus arañazos. Donde una
hora antes había heridas abiertas, la piel estaba curada casi por
completo. El largo desgarro que le cubría la cara y el ojo había
desaparecido. Ni siquiera quedaba cicatriz.
Cuando se me durmieron del todo las piernas
por el peso de Ren, salí de debajo de su cabeza y avivé el fuego.
Él se limitó a tumbarse de lado y seguir durmiendo.
«La pelea debe de haberlo dejado exhausto.
Kishan tiene razón: necesita cazar. Tiene que conservar sus
fuerzas.»
Ren durmió mientras yo reunía más leña y
cenaba.
Lista ya para irme a dormir, recogí mi
colcha, me la enrollé y me tumbé a su lado. Gruñó un poco, pero no
se despertó, simplemente, rodó para estar más cerca de mí. Usándolo
de almohada, me quedé dormida mirando las estrellas.
Me desperté a última hora de la mañana con
la colcha toda retorcida a mi alrededor. Busqué a Ren, pero no lo
vi por ninguna parte. Sin embargo, el fuego estaba ardiendo, así
que acababa de echarle leña. Me puse boca abajo para intentar salir
de la colcha, y noté un pinchazo por toda la espalda.
Intenté masajearme los doloridos músculos y
gruñí:
—Tanto dormir en el suelo me va dejar hecha
una vieja antes de tiempo.
Me rendí y volví a tumbarme.
Oí unas pisadas y vi que Ren me metía el
hocico en la cara.
—No te preocupes por mí, voy a quedarme aquí
tirada hasta que la columna se me ponga otra vez en su sitio.
Él se volvió y empezó a darme masajes con
sus patas de tigre. Me reí, dolorida, intentando meter aire en mis
pulmones aplastados. Era como tener a un gato muy, muy gordo
afilándose las uñas en un sofá humano.
—Gracias. Ren —chillé—, pero pesas
demasiado. Estás dejándome sin respiración.
Las pesadas patas de tigre pasaron a ser
unas manos fuertes y cálidas. Ren empezó a masajearme la parte
inferior de la espalda, y mi cabeza volvió al vergonzoso incidente
del beso. Me puse como un tomate y me tensé, lo que hizo que el
espasmo de la espalda fuese a peor.
—Relájate, Kelsey. Tienes la espalda llena
de nudos. Deja que lo arregle.
Intenté no pensar en él, así que me puse a
recordar el único masaje que me había dado una experta de mediana
edad. Había dolido bastante y no había vuelto a por otro. Aquella
mujer presionaba demasiado y me metía los nudillos en los
omóplatos. No quise decirle nada, así que lo sufrí en silencio. Fue
una tortura de principio a fin: con cada movimiento, yo repetía el
mantra. «Espero que acabe ya, espero que acabe ya».
El masaje de Ren fue completamente distinto.
Era delicado y aplicaba una presión intermedia con las palmas de
las manos. Después de recorrerme la espalda con movimientos
circulares. Encontró los puntos de tensión y trabajó los músculos
hasta que estuvieron calientes y relajados. Cuando terminó con la
espalda, recorrió la columna con los dedos hasta el cuello de la
camiseta y empezó a masajearme los hombros y el cuello, lo que me
produjo un cosquilleo por todo el cuerpo.
Sus hábiles dedos comenzaron por el
nacimiento del pelo y apretaron formando circulitos cuello abajo.
Después aumentó la presión con movimientos más fuertes desde el
cuello hasta los hombros. Tras rodear el arco del cuello, amasó,
apretó y comprimió los músculos, eliminando el dolor metódica y
lúdicamente. Al final redujo la presión hasta que fue casi una
caricia. Suspiré profundamente, disfrutando al máximo.
Cuando terminó, comprobé los efectos
sentándome despacio. Él se levantó y me sostuvo por el codo para
ayudarme a ponerme de pie.
—¿Te sientes mejor?
—Sí —respondí, sonriendo—. Muchísimas
gracias.
Le abracé el cuello con afecto. Él se tensó
y no me devolvió el abrazo. Me aparté y vi que tenía los labios
apretados y que no quería mirarme a los ojos.
—¿Ren?
Se quitó mis brazos de encima, sostuvo mis
manos delante de él y, por fin, me miró.
—Me alegro de que te sientas mejor.
Se fue al otro lado de la fogata y se
transformó en tigre.
«Esto no va bien —pensé—. ¿Qué ha pasado?
Nunca se había mostrado tan frío. Debe seguir enfadado conmigo por
lo del beso. O puede que sea por Kishan. No sé cómo arreglar esto,
no se me dan bien las relaciones. ¿Qué puedo decir para que lo
deje?»
En vez de hablar de nosotros, de nuestra
relación o del intento de beso, que era lo que obviamente flotaba
en el aire entre nosotros, decidí cambiar de tema. Me aclaré la
garganta.
—Estooo..., ¿Ren? Necesitas ir de caza antes
de que nos vayamos. Tu hermano me dijo que necesitabas comer, y
creo que sería buena idea tenerlo en cuenta.
Él resopló y se tumbó de lado.
—Lo digo en serio. Le prometí que lo harías
y... no me iré de la jungla hasta que vayas de caza. Kishan dijo
que estabas demasiado delgado para ser un tigre y que necesitabas
comer un jabalí o algo. Además, te gusta cazar, ¿no?
Ren se acercó a un árbol y empezó a
restregarse el lomo contra él.
—¿Te pica la espalda? Puedo rascártela. Es
lo menos que puedo hacer después del masaje.
El tigre blanco dejó de moverse durante un
momento y me miró; después se tiró al suelo y rodó por él, moviendo
el cuerpo adelante y atrás con las patas en el aire.
Dolida porque no me hiciera caso,
grité:
—¿Prefieres rascarte la espalda en la tierra
antes que dejar que lo haga yo? ¡Pues vale! ¡Hazlo tú solito, pero
no pienso moverme de aquí hasta que caces!
Me volví, agarré la mochila, me metí en la
tienda y la cerré.
Media hora después me asomé y Ren no estaba.
Suspiré y empecé a reunir de nuevo leña para nuestros
suministros.
Estaba arrastrando un tronco bastante pesado
hacia la zona de la fogata cuando oí una voz que salía del bosque.
Kishan estaba apoyado en un árbol, observándome. Silbó.
—¿Quién iba a decir que una chica tan
pequeñita podía tener unos músculos tan grandes?
Ni le hice caso y seguí arrastrando el
tronco. Después me sacudí las manos y me senté con una botella de
agua.
Kishan se sentó a mi lado, demasiado cerca
para mi gusto, y estiró las largas piernas delante de él. Le ofrecí
una botella de agua y él la aceptó.
—No sé lo que le has dicho, Kelsey, pero,
fuera lo que fuese, Ren está cazando.
—¿Te ha dicho algo? —pregunté, haciendo una
mueca.
—Solo que se supone que tengo que cuidar de
ti mientras él no está. La caza puede durar varios días.
—¿En serio? No tenía ni idea de que durase
tanto —respondí, vacilante—. Entonces..., ¿no le importa que estés
aquí mientras él no esté?
—Oh, sí que le importa —dijo entre risas—,
pero quiere asegurarse de que no te pase nada. Al menos, para eso
sí confía en mí.
—Bueno, creo que ahora mismo está enfadado
con los dos.
—¿Y eso? —preguntó Kishan, mirándome con
curiosidad y una ceja enarcada.
—Bueno, digamos que hemos tenido un
malentendido.
—No te preocupes, Kelsey —dijo él, y su
expresión se endureció—. Estoy seguro de que se ha enfadado por una
tontería. Le gusta discutir.
—No —respondí, suspirando con tristeza—. En
realidad es culpa mía. Soy una persona difícil, un estorbo, a veces
cuesta mucho aguantarme. Seguramente está acostumbrado a mujeres
más sofisticadas y experimentadas que son más..., más..., bueno,
más que yo.
—Ren no ha estado con ninguna mujer en
general, por lo que yo sé —respondió, arqueando una ceja—. Debo
confesar que ahora siento más curiosidad todavía por el motivo de
la discusión. Me lo cuentes o no, no pienso tolerar que hagas más
comentarios despectivos sobre tu persona. Tiene suerte de contar
contigo, y será mejor que se dé cuenta. Por supuesto —añadió,
sonriendo—, si os peleáis, siempre puedes quedarte conmigo.
—Gracias por la oferta, pero la verdad es
que no quiero vivir en la jungla.
—Por ti, incluso consideraría la posibilidad
de un cambio de residencia —dijo, riéndose—. Preciosa, eres un
premio por el que merece la pena luchar.
Me reí y le di un puñetazo flojo en el
brazo.
—Señor, es usted un ligón. ¿Por el que
merece la pena luchar? Creo que los dos lleváis demasiado tiempo
siendo tigres. No soy una gran belleza, sobre todo cuando estoy en
medio de la jungla. Todavía no sé qué voy a estudiar. ¿Qué he hecho
yo para que alguien quiera luchar por mí?
Al parecer, Kishan se tomó en serio mi
pregunta retórica, porque reflexionó un momento y respondió:
—En primer lugar, nunca he conocido a una
mujer tan dedicada a ayudar a los demás. Pones tu vida en peligro
por una persona a la que conociste hace pocas semanas. Tienes
confianza, determinación, inteligencia y empatía. Me pareces
encantadora y, sí, preciosa.
El príncipe de ojos dorados me tocó un
mechón de pelo. Su evaluación me hizo sonrojar, así que tomé un
trago de agua y dije en voz baja:
—No me gusta que esté enfadado
conmigo.
Kishan se encogió de hombros, bajó la mano y
pareció algo molesto porque hubiera desviado de nuevo la
conversación hacia Ren.
—Sí, sé lo que es ser objeto de su ira y he
aprendido a no subestimar su capacidad de guardar rencor.
—Kishan, ¿puedo preguntarte algo...
personal?
—Estoy a tu servicio —contestó, soltando una
risita y restregándose la mandíbula.
—Es sobre la prometida de Ren.
El rostro se le ensombreció y murmuró en
tono tenso:
—¿Qué quieres saber?
—¿Era guapa? —pregunté, tras un momento de
duda.
—Sí, mucho.
—¿Me puedes contar algo más sobre
ella?
Se relajó un poco y miró hacia la jungla. Se
pasó una mano pelo y respondió, meditabundo:
—Yesubai tenía una belleza hipnótica. Era la
chica más guapa que había visto en mi vida. El último día que la vi
llevaba un reluciente sharara dorado con
un cinturón enjoyado, y el pelo rizado y recogido con una cadena de
oro. Aquel día iba vestida con elegancia como una novia con sus
mejores galas. No he podido olvidar esa imagen suya en todos estos
cientos de años.
—¿Cómo era?
—Tenía un encantador rostro ovalado, labios
carnosos, pestañas y cejas oscuras, y unos asombrosos ojos violeta.
Era bajita, solo me llegaba a los hombros. Cuando se soltaba el
cabello, a menudo se lo cubría con un pañuelo, pero tenía un pelo
suave, sedoso y negro como ala de cuervo. Era tan largo que le caía
como una cascada por la espalda hasta las rodillas.
Cerré los ojos y me imaginé a aquella mujer
perfecta con Ren. Pensar en ello me despertaba una emoción que no
conocía; me perforaba el corazón, me abría un agujero justo en el
centro.
—En cuanto la vi, supe que la quería —siguió
contando Kishan—. Que ella era la única para mí.
—¿Cómo os conocisteis?
—Ren y yo no podíamos entrar en batalla a la
vez por temor a que ambos muriésemos y dejásemos el reino sin
heredero. Así que, mientras Ren combatía, yo me quedaba en casa
entrenándome con Kadam, aprendiendo estrategia militar y trabajando
con los soldados.
»Un día, cuando regresaba a casa de las
prácticas con armas, decidí tomar un atajo por los jardines. Allí
estaba Yesubai, de pie junto a una fuente de la que acababa de
sacar una flor de loto. El pañuelo le caía sobre los hombros. Le
pregunté quién era y ella se volvió rápidamente, se tapó el
glorioso rostro y el cabello, y miró al suelo.
—¿Fue entonces cuando te diste cuenta de
quién era?
—No. Ella me hizo una reverencia, me dijo su
nombre y corriendo hacia el palacio. Supuse que sería la hija de un
dignatario que nos visitaba. Cuando regresé al palacio, empecé a
preguntar de inmediato por ella y pronto averigüé que se había
concertado su matrimonio con mi hermano. Unos celos demenciales se
apoderaron de mí. Era su segundo en todo: Ren recibía todas las
cosas que yo quería. Era el hijo favorito, el mejor político, el
futuro rey y, encima, el hombre que iba a casarse con la chica que
me gustaba.
»Él ni siquiera la conocía. ¡Yo ni siquiera
sabía que mis padres le estuvieran buscando esposa! Solo tenía
veintiún años, y yo, veinte. Le pregunté a mi padre si podía
cambiar los planes y casarme a mí con Yesubai. Argumenté que
podrían buscarle a Ren otra princesa, e incluso me ofrecí a
buscarle esposa yo mismo.
—¿Qué dijo tu padre?
—En aquellos momentos estaba completamente
centrado en la guerra. Le expliqué que a Ren no le iba a importar,
pero él no escuchaba mis súplicas. Insistió en que el acuerdo al
que se había llegado con el padre de Yesubai era irrevocable. Decía
que el padre de la chica había insistido en casarla con el heredero
del trono, de modo que ella se convirtiera en la futura
reina.
Estiró los brazos sobre el tronco en el que
nos apoyábamos y siguió hablando.
—Se fue unos días después y la llevaron en
caravana a conocer a Ren, firmar documentos y pasar por la
ceremonia de compromiso. Solo estuvo unas cuantas horas con él,
aunque el viaje duró una semana. Fue la semana más larga de mi
vida. Después regresó a palacio a esperar. A esperarlo.
»Tres meses estuvo esperando en nuestro
palacio —continuó, clavándome sus ojos dorados—, y yo intenté
evitarla siempre que me era posible, pero ella se sentía sola y
quería compañía. Quería a alguien que paseara por los jardines con
ella, y yo accedía a regañadientes, pensando que sería capaz de
controlar mis sentimientos.
»Me dije que ella pronto se convertiría en
mi hermana y que era malo que me gustara. Sin embargo, cuanto más
la conocía, más profundos eran mis sentimientos por ella y más
resentido me volvía. Una noche, mientras caminábamos por los
jardines, reconoció que habría preferido ser mi prometida.
»¡Estaba eufórico! Intenté abrazarla de
inmediato, pero ella me rechazó. Era muy estricta con el protocolo.
Incluso tenía una carabina que nos seguía a distancia discreta. Me
suplicó que esperase, me prometió que encontraría el modo de que
estuviéramos juntos. Yo estaba henchido de felicidad y decidido a
hacer cualquier cosa para lograr que fuera mía.
Le toqué la mano, y él la apretó y siguió
hablando.
—Me contó que había intentado dejar a un
lado sus sentimientos por el bien de la familia, por el bien del
reino, pero que no podía evitar amarme. A mí, no a Ren. Por primera
vez en mi vida, alguien me escogía antes que a él. Yesubai y yo
éramos jóvenes y estábamos enamorados. Cuanto más se acercaba la
fecha del regreso de Ren, más se desesperaba ella e insistía en que
hablara con su padre. Era algo completamente inapropiado, por
supuesto, pero yo estaba loco de amor y acepté, decidido a hacer lo
que fuera por su felicidad.
—¿Qué dijo su padre?
—Su padre aceptó entregarme su mano en
matrimonio si yo accedía a ciertas condiciones.
—Ahí fue cuando ayudaste a capturar a Ren,
¿no?
—Sí —respondió, haciendo una mueca de
dolor—. En mi cabeza, Ren era un obstáculo que tenía que superar
para quedarme con Yesubai. Lo puse en peligro para estar con ella.
En mi defensa, diré que, en teoría, los soldados deberían
acompañarlo al palacio de su padre y que allí acordaríamos un
cambio en el compromiso. Obviamente, las cosas no salieron como
estaban planeadas.
—¿Qué pasó con Yesubai?
—Un accidente —respondió en voz baja—. Le
dieron un golpe, cayó y se rompió el cuello. La sostuve mientras
moría.
—Lo siento mucho, Kishan —dijo, apretándole
la mano; aunque no estaba segura de querer saberlo, decidí
preguntar de todos modos—. Una vez le pregunté al señor Kadam si
Ren amaba a Yesubai. No llegó a darme una respuesta clara.
Kishan se rio amargamente.
—Ren amaba la idea que ella representaba.
Era bella, deseable, y se convertiría en una reina y una compañera
maravillosa, pero, en realidad, no la conocía. En las cartas
insistía en llamarla Bai y quería que ella le llamara Ren. Ella
odiaba eso. Creía que solo las castas más bajas usaban apodos. Para
ser sincero, ni siquiera se conocían.
Al principio me sentía aliviada, aunque
después recordé la descripción que Kishan había hecho de Yesubai y
pensé que no conocer bien a una chica no significa que no la
desearas. Quizá Ren todavía sintiera algo por su novia
perdida.
Un ligero temblor recorrió el brazo de
Kishan, y supe que su tiempo como hombre había llegado a su
fin.
—Gracias por quedarte conmigo, Kishan. Tengo
muchas preguntas, ojalá pudiéramos seguir hablando.
—Me quedaré aquí hasta que vuelva Ren. A lo
mejor podemos volver a charlar mañana.
—Estaría bien.
Mi triste compañero se convirtió en el tigre
negro y encontró un lugar cómodo para echarse una siesta. Yo decidí
escribir un rato en mi diario.
Me sentía fatal por la muerte de Yesubai. Me
puse frente a la página en blanco, aunque al final acabé dibujando
dos tigres con una preciosa de pelo largo en medio. Tracé una línea
que iba desde la chica a cada uno de los tigres y suspiré.
Resultaba difícil aclarar mis sentimientos sobre el papel cuando no
había logrado aclararlos en mi cabeza.
Ren no regresó en todo el día, así que
Kishan dedicó la tarde a dormir. Pasé por su lado haciendo ruido
varias veces, pero seguía durmiendo.
—Pues vaya gran protector —mascullé—. Podría
meterme en una jungla y ni se daría cuenta.
El tigre negro resopló un poco, seguramente
para decirme que sabía lo que pasaba, aunque estuviera
durmiendo.
Al final me pasé leyendo el resto de la
tarde y echando de menos a Ren. Incluso cuando era un tigre, me
daba la impresión de que siempre me escuchaba y de que hablaría
conmigo si pudiera.
Después de la cena le di una palmadita a
Kishan en la cabeza y me retiré a mi tienda de dormir. Mientras
acomodaba la cabeza sobre los brazos, no pude evitar fijarme en el
hueco vacío en el que siempre dormía Ren.
Los siguientes cuatro días repetimos la
misma rutina. Kishan se quedaba cerca, se iba de patrulla un par de
veces al día y después volvía para comer conmigo. Después de la
comida se transformaba en hombre, y me dejaba acribillarlo a
preguntas sobre la vida en el palacio y la cultura de su
gente.
La mañana del quinto día, la rutina cambió.
Kishan se transformó en hombre justo después de que yo saliera de
la tienda.
—Kelsey, estoy preocupado por Ren. Lleva
mucho tiempo fuera y no he captado su rastro en mis salidas.
Sospecho que no ha tenido suerte con la caza. No ha cazado desde
que lo capturaron, y de eso hace más de trescientos años.
—¿Crees que está herido?
—Es posible, pero ten en cuenta que nos
curamos deprisa. No hay muchos animales ahí fuera que se atrevan a
herir a un tigre, aunque tenemos cazadores furtivos y trampas. Creo
que debería buscarlo.
—¿Te costará encontrarlo?
—Si es listo, se habrá quedado cerca del
río. Casi todas las manadas se reúnen cerca del agua. Hablando de
comida, me he dado cuenta de que empieza a escasearte. Anoche,
mientras dormías, fui a ver al señor Kadam a su campamento, cerca
de la carretera y te traje más paquetes de comida —me dijo,
señalando una bolsa junto a la tienda.
—Debe de haber sido molesto llevarlo en la
boca todo el camino. Gracias.
—Las que tú tienes, preciosa —respondió,
sonriendo.
—Mejor llevar una mochila en los dientes que
acabar con un mordisco de Ren por haber dejado que me muriera de
hambre, ¿no? —repuse, riéndome.
—Lo hice por ti, Kelsey —aseguró él,
frunciendo el ceño—, no por él.
—Bueno, pues gracias —respondí, poniéndole
una mano en el brazo.
Él me la apretó con la suya.
—Aap ke liye.
Cualquier cosa por ti.
—¿Le has explicado al señor Kadman que vamos
a tardar un poco más?
—Sí, le he explicado la situación. No te
preocupes, está cómodamente instalado junto a la carretera y
esperará allí todo lo que sea necesario. Ahora quiero que metas en
tu mochila algunas botellas de agua y comida. Te voy a llevar
conmigo. Te dejaría aquí, pero Ren insistió en que siempre te metes
en problemas cuando te quedas sola. ¿Es eso es cierto, bilauta? —preguntó, y me rozó la nariz—. No me
imagino una mujer tan encantadora metiéndose en problemas.
—No me meto en problemas, son los problemas
los que me buscan a mí.
—Eso es bastante obvio —respondió él entre
risas.
—Penséis lo que penséis, tigres, sé cuidarme
muy bien —aseguré en tono malhumorado.
—Quizá sea que a los tigres nos gusta mucho
cuidar de ti —dijo él, apretándome el brazo.
Poco después nos pusimos en marcha por el
camino que iba de la cascada. Fue una subida lenta, pero sin pausa,
y me empezaron a protestar las piernas cuando nos acercábamos a la
cima. Dejó que descansara un poco al llegar, y aproveché para
contemplar la vista de la jungla, incluida la de nuestro pequeño
campamento del claro.
Seguimos el curso del río hasta dar con un
gran tronco de árbol que había caído sobre él. No tenía ramas y el
agua le había pelado la corteza, dejando el tronco liso, aunque
demasiado peligroso para usarlo de puente. La corriente era fuerte
y, de vez en cuando, salpicaba por encima del tronco.
Kishan saltó encima y empezó a caminar sin
más. El árbol se balanceaba bajo su peso, pero parecía estable.
Aterrizó al otro lado y se volvió para verme cruzar. De algún modo
logré reunir el valor suficiente para poner un pie delante del
otro. Era como caminar por la cuerda floja del señor Maurizio, con
el añadido de ser una superficie resbaladiza al máximo.
Chillé, nerviosa:
—¡Kishan! ¿Te has parado a pensar que cruzar
este tronco quizá sea un poquito más fácil para un tigre con buenas
uñas que para una chica con una mochila pesada y zapatillas de
deporte? Si me caigo, ¡espero que estés listo para nadar!
Una vez a salvo al otro lado, suspiré de
alivio. Seguimos caminando y, al cabo de unos cinco kilómetros,
Kishan por fin encontró el rastro de Ren y lo seguimos lentamente
durante otras dos horas. Me dejó descansar un buen rato mientras él
se alejaba para localizar la ubicación exacta del tigre
blanco.
—Hay una gran manada de antílopes en el
claro, a menos de un kilómetro. Ren lleva tres días acechándolos
sin éxito. Los antílopes son muy veloces, así que los tigres suelen
fijarse en una cría o en un animal herido, pero en este grupo solo
hay adultos.
»Están nerviosos y alterados porque saben
que Ren los asecha. La manada se mantiene unida, lo que hace que le
resulte difícil de aislar a uno de ellos. Además, lleva varios días
de caza y está muy cansado. Voy a llevarte a un lugar seguro, en
dirección contraria al viento, para que puedas descansar y esperar
mientras yo ayudo a Ren con la caza.
Acepté y volví a echarme la mochila a los
hombros. Me condujo a través de los árboles para subir otra colina.
Kishan se detuvo a oler el aire varias veces por el camino. Después
de subir bastantes metros, me buscó un sitio para acampar antes de
ir en busca de Ren.
Al cabo de un rato estaba absolutamente y
completamente aburrida. No veía mucho desde donde estaba.
Ya me había bebido una botella entera de
agua y empezaba a sentirme inquieta, así que decidí dar un paseo
sin alejarme micho para tranquilizarme y explorar la zona. Tomé
nota de las formaciones rocosas y usé mi brújula para asegurarme de
saber dónde estaba.
Tras subir más la colina, vi una gran roca
que sobresalía por encima de las copas de los árboles. La parte de
arriba era plana y estaba bajo la sombra de un gran árbol. Me subí
encima y las vistas me dejaron pasmada. Subí un poco más, crucé las
piernas y me senté. El río transcurría perezosamente por abajo,
trazando sin prisas sinuosas curvas. Apoyé la espalda en un tronco
y disfruté de la brisa.
Unos veinte minutos después me llamó la
atención un movimiento: un gran animal surgió de entre los árboles
de abajo, con otros animales detrás. Al principio creía que eran
ciervos, pero después me di cuenta de que seguramente se trataba de
los antílopes de los que me había hablado Kishan. Me pregunté si
serían de la manada que Ren y su hermano perseguía. La parte
superior de sus cuerpos era marrón, mientras que la inferior era
blanca. Tenían barbillas blancas y anillos blancos que rodeaban sus
grandes ojos marrones.
Los machos tenían dos largos cuernos
retorcidos que salían directamente de la parte superior de sus
cabezas, como si fueran antenas de televisión. Los cuernos de los
machos más grandes también tenían un mayor tamaño y estaban algo
más retorcido que los de los machos pequeños. El color de su piel
iba del tostado al marrón oscuro.
Se pusieron a beber del río, agitando la
cola. Los más grandes vigilaban mientras los demás bebían. Las
hembras medían metro y medio de alto, y los machos, contando los
cuernos, aproximadamente medio más. Cuanto más observaba sus
impresionantes cornamentas, más me preocupaba por Ren.
«Con razón le está costando cazar
uno.»
La manada pareció relajarse y algunos de los
animales empezaron a pastar. Examiné los árboles en busca de Ren,
pero no lo veía por ninguna parte. Me quedé mirando la manada un
buen rato: aquellos animales eran preciosos.
El ataque fue rápido. Los animales huyeron
en estampida. Kishan era como una flecha negra corriendo por la
jungla. Se concentró en un gran macho que corría velozmente en
dirección de un gran acto de valentía para alejar al depredador del
grupo.
Kishan lo persiguió hasta una arboleda,
saltó sobre el lomo del antílope, clavó las zarpas delanteras en
sus costados y le mordió la columna. Justo entonces, Ren salió como
un rayo de entre los árboles, se puso a la altura del animal y le
mordió una de las patas delanteras. De algún modo, el antílope
logró salir de debajo de Kishan, que cayó al suelo. El tigre negro
empezó a dar vueltas a su alrededor, buscando otra oportunidad para
saltarle encima.
El antílope apuntó con sus largos cuernos a
Ren, que también daba vueltas a su alrededor. El animal estaba
concentrado y se protegía con los cuernos. Movía las orejas a uno y
otro lado, pendiente de Kishan, que se acercaba por detrás.
Kishan saltó y lanzó un zarpazo que dio en
la grupa del animal. La fuerza del golpe derribó al antílope. Al
ver la oportunidad, Ren saltó para morderle el cuello. El animal
herido se retorcía en el suelo, intentando levantarse, pero los dos
tigres tenían ventaja.
Varias veces me dio la impresión de que el
antílope lograría escapar. Se contorsionó en el suelo y, al final,
consiguió alejarse unos pasos. Entre jadeos, observó el lento
acercamiento de los tigres. Temblaba de cansancio y cojeaba, débil,
a la espera del ataque. Los tigres volvieron a derribarlo.
Creía que todo el proceso duraría poco, pero
la caza se prolongó más de lo que yo pensaba. Era como si Ren y
Kishan estuvieran cansando al animal, bailando con él una macabra
danza de la muerte. Los tigres también estaban cansados, era como
si hubieran gastado en la persecución toda la energía reservada. El
proceso de matar en sí lo acometían casi con pereza.
El antílope se defendió con valentía, dio
varias patadas y acertó a ambos tigres con sus pezuñas. Los tigres
apretaron las mandíbulas hasta que el animal por fin dejó de
moverse.
Cuando todo terminó, Ren y Kishan
descansaron, entre jadeos. Kishan empezó a comer primero. Intenté
apartar la vista, quería hacerlo, pero no podía evitar mirar; el
espectáculo ejercía una fascinación indescriptible.
Kishan se agarró con las uñas al antílope y
le clavó los dientes con ganas en el cuerpo. Usando la fuerza de su
mandíbula, arrancó un trozo de carne humeante, Ren lo imitó. Era
asqueroso, vomitivo y perturbador. Aunque me provocaba escalofríos,
no podía apartar la mirada.
Después de comer, los hermanos se movían muy
despacio, como si estuvieran drogados o somnolientos, lo que me
recordó la sensación después del pavo de Acción de Gracias. Se
tumbaron cerca del animal y, de vez en cuando, lamían las partes
más jugosas. Una nube negra de moscas gigantescas descendió sobre
el antílope. Debía de haber cientos de ellas, todas zumbando
alrededor de la presa muerta.
Mientras los insectos los rodeaban, me
imaginé a las moscas aterrizando sobre el antílope, y sobre las
caras ensangrentadas de Kishan y Ren. Entonces fue cuando llegué a
mi límite y tuve que dejar de mirar.
Recogí la mochila y bajé deslizándome por la
agreste colina en unos instantes. Me dirigí a nuestro campamento
original, ya que me preocupaba más enfrentarme a los dos tigres que
perderme. No estaba segura de ser capaz de mirarlos a la cara
después de lo que había visto.
Con solo un par de horas de sol por delante,
me puse a caminar a buen paso, llegué al tronco y crucé el río
antes de que se hiciera de noche. Frené un poco durante los últimos
kilómetros. Oscurecía y habían aparecido nubes de lluvia. Noté
gotitas en la cara y el camino se mojó y se volvió resbaladizo,
aunque el verdadero chaparrón no comenzó hasta que llegué al
campamento.
Me pregunté si la lluvia también caería
sobre los tigres y supuse que aquello era bueno, ya que así les
limpiaría la sangre del cuerpo y espantaría las moscas. Me
estremecía sin querer.
En aquel momento, la idea de comer me daba
arcadas. Me metí en la tienda y me puse a cantar las canciones de
El Mago de Oz para no pensar en las
perturbadoras imágenes de las que había sido testigo, con la
esperanza de que eso me ayudara a dormir. El problema es que me
salió el tiro por la culata, porque, al dormirme, soñé con que el
león cobarde devoraba a Dorothy.