9 Un amigo

 

Me senté en el borde de la cama para pensar en lo que me había contado Ren. Al mirar el tigre creí haberlo imaginado todo (o quizás albergué la esperanza de que así fuera). «Puede que la jungla me haga alucinar. ¿Es real todo esto? ¿De verdad hay una persona debajo de ese pelaje?»
Ren se estiró en el suelo y apoyó la cabeza en las patas. Me miró con sus maravillosos ojos azules durante un buen rato y, de repente, supe que era real.
Me había dicho que el chamán no llegaría hasta el anochecer, así que todavía teníamos unas cuantas horas. La cama parecía prometedora. Me apetecía echarme una siesta, pero no quería ensuciar nada, así que decidí que lo primero era darme un baño. Fui a investigar la bañera y vi que había que llenarla a la antigua usanza: con un cubo.
Empecé la ardua tarea de llenar el cubo de agua, echarlo en la bañera y volver a empezar. Parecía más sencillo en la tele que en la vida real. Aunque después de tres cubos se me iban a caer los brazos, intenté no hacer caso del dolor, ya que sabía lo bien que me sentaría el baño. Mis cansados brazos me convencieron de que media bañera era más que suficiente.
Me quité de un par de patadas las zapatillas de deporte y me dispuse a desabrocharme la camisa. Cuando ya iba por la mitad, me di cuenta de repente de que tenía público. Me sujeté la camisa desabrochada y me volví: allí estaba Ren mirándome.
—Pues vaya caballero que estás hecho. Has procurado no hacer ruido a posta, ¿verdad? Pues va a ser que no, chaval. Será mejor que te sientes fuera hasta que termine de bañarme —dije agitando el brazo—. Sal... a montar guardia o lo que sea.
Abrí la puerta y Ren salió muy despacio. Me desvestí rápidamente, me metí en el agua tibia y me restregué la piel con el jabón de hierbas casero del chamán. Después de enjabonarme el pelo con la pastilla, que era de algo parecido al limón, y de enjuagarme, me quedé tumbada en la bañera un momento y me puse a pensar.
«¿En qué me he metido? ¿Por qué no me contó nada el señor Kadam? ¿Qué esperan que haga? ¿Cuánto tiempo voy a estar atrapada en esta jungla india?»
Le daba vueltas y más vueltas a las preguntas sin poder pensar en nada coherente. Era un torbellino de confusión que paraba de girar. Desistí en mi intento de encontrarle sentido, y salí del agua, me sequé, me vestí y le abrí la puerta a Ren, que había estado tumbado con el lomo apoyado en la puerta.
—Vale, ya puedes entrar, estoy decente.
Ren entró de nuevo mientras yo me sentaba con las piernas cruzadas sobre la cama y empezaba a desenredarme el pelo.
—Bueno, Ren, ten, por seguro que pienso decirle al señor Kadam todo lo que opino cuando salgamos de aquí. Tú tampoco te has librado, por cierto. Me quedan un millón de preguntas, así que vete preparando.
Me hice una trenza y la sujeté con una cinta verde. Después apoyé la cabeza en los brazos, me tumbé sobre la almohada y me quedé mirando al techo de bambú. Ren apoyó la cabeza en el colchón, cerca de la mía, y me miró con cara felina de disculpa.
Me reí y le di unas palmaditas en la cabeza; al principio me sentía rara, pero él se acercó más y yo superé mi timidez en un segundo.
—No pasa nada Ren. No estoy enfadada, de verdad. Es que me gustaría que hubierais confiado más en mí.
Me lamió la mano y se tumbó en el suelo a descansar mientras yo me ponía de lado para mirarlo.
Debí de quedarme dormida porque, cuando abrí los ojos, la cabaña estaba a oscuras, salvo por un farol que iluminaba suavemente la cocina. Sentado a la mesa había un anciano.
Me senté y me restregué los ojos para terminar de despertarme, sorprendida de haber dormido tanto rato. El chamán estaba ocupado quitando las hojas a varias plantas que tenía extendidas sobre la mesa. Cuando me levanté, me llamó.
—Hola, pequeña dama. Has dormido tiempo. Muy cansada. Muy, muy cansada.
Me acerqué a la mesa, seguida de Ren. El tigre bostezó, arqueó el lomo y se estiró, pata a pata, antes de sentarse a mis pies.
—¿Hambre? Come. Comida buena, ¿eh? —dijo el chamán relamiéndose—. Buen sabor.
El hombrecillo se levantó y sirvió un cucharón del aromático guiso de hierbas que hervía en una olla, sobre la cocina de madera. Colocó también un trozo de pan plano en el borde del cuenco y volvió con él a la mesa. Me acercó el cuenco, asintió satisfecho, y después se sentó y siguió quitando hojas a las plantas.
El guiso olía a gloria, sobre todo después de pasarme un día y medio comiendo barritas energéticas.
El chamán hizo un ruidito con la lengua.
—¿Cuál es tu nombre?
—Kelsey —mascullé mientras masticaba.
—Kaal-si. Buen nombre. Fuerte.
—Gracias por la comida. ¡Está deliciosa!
Él gruñó a modo de respuesta y agitó una mano para quitarle importancia.
—¿Cómo se llama? —le pregunté.
—Mi nombre... demasiado inmenso. Puedes llamarme Phet.
Phet era un hombrecillo marrón con una trenza de hirsuto pelo gris alrededor de la parte posterior de la cabeza. Su reluciente calva reflejaba la luz del farol. Llevaba una túnica de tejido basto y verde grisáceo enrollada al cuerpo, y sandalias en los pies. La tela le envolvía los esqueléticos brazos, y le dejaba al descubierto las nudosas rodillas. Se había echado sobre los hombros un sarong; resultaba sorprendente que la ligera tela no se cayera de su delgada percha.
—Phet, siento haber irrumpido así en su casa. Ren me trajo. Verá...
—Ah, Ren, tu tigre. Sí. Phet conoce por qué estás aquí. Anik dice que Ren y tú vienen, así que fui al lago Suki hoy a... preparar.
Comí un poco más de guiso mientras él me servía una taza de agua.
—¿Se refiere al señor Kadam? ¿Le dijo que vendríamos?
—Sí, sí. Kadam dice Phet —respondió; el chamán apartó las plantas para hacer sitio en la esquina de la mesa y sacó una pequeña jaula en la que había un primoroso pajarito rojo—. Pájaros del lago Suki son muchos, pero este es muy extraordinario.
Se inclinó sobre el pájaro y chasqueó la lengua mientras movía el dedo junto a la jaula. Empezó a tararear y a hablar con él alegremente en su idioma. Después me miró y dijo:
—Phet persistió todo el día para capturar. El pájaro canta una canción bella.
—¿Catará para nosotros?
—¿Quién sabe decir? A veces el pájaro nunca canta, nunca en su vida. Solo canta si hay persona especial. ¿Kaal-si es persona especial?
Se rio a carcajadas, como si hubiera contado un chiste buenísimo.
—Phet, ¿cómo se llama el pájaro?
—Es cría de Durga.
Terminé mi guiso y aparté el cuenco.
—¿Quién es Durga?
—Ah —respondió él, sonriendo—. Durga es bella diosa, y Phet —añadió, señalándose— es fiel humilde servidor. El pájaro canta para Durga y para una sola mujer especial.
Se puso de nuevo a trabajar con sus plantas.
—Entonces, ¿es usted un sacerdote de Durga?
—El sacerdote edifica a otros ciudadanos. Phet existe solo. Sirve solo.
—¿Le gusta estar solo?
—Solo es mente razonada, oír cosas, ver cosas. Más gente es demasiadas voces.
«Tiene sentido. A mí tampoco me importa estar sola. El problema es que, si estás sola siempre, al final te sientes sola.»
—Hmmm. Su pájaro es precioso —comenté, y él asintió y siguió trabajando en silencio—. ¿Lo ayudo con las hojas?
El hombre esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto varios dientes rotos y otros tantos desaparecidos. Los ojos le quedaron casi ocultos entre las profundas arrugas marrones.
—¿Quieres ayudar? Sí, Kaal-si. Mira Phet, sigue. Intenta.
Sostuvo el tallo de una planta y tiró hacia abajo con los dedos hasta quitarle todas las hojas. Después me pasó una rama con hojitas diminutas que parecían una especie de romero. Arranqué las olorosas hojas verdes y las coloqué en la pila de la mesa. Trabajamos muy a gusto juntos durante un rato.
Al parecer, se ganaba la vida recogiendo las hierbas. Me enseñó las distintas plantas que había cortado y me dijo sus nombres y para qué se utilizaban. También tenía la colección seca, la que colgaba del techo, y se pasó unos minutos describiéndomela. Algunos de los nombres me resultaban familiares, aunque otros no los había oído nunca.
Las más interesantes eran la arjuna, la corteza molida de un árbol que se usaba en medicina para facilitar la circulación y la digestión; la cúrcuma, buena para la circulación, pero que también ayudaba al sistema respiratorio; y las hojas de nim, que hacían algo para facilitar la digestión. No hice demasiadas preguntas sobre estas últimas.
También tenía centella asiática, que olía agridulce y, según me dijo Phet, alargaba la vida y daba mucha energía. Las hojas de brahmi ayudaban a pensar mejor, y el shavatari era una raíz que aliviaba los problemas femeninos.
Se subió a un pequeño taburete, bajó algunas de las plantas secas y las sustituyó por las frescas; después sacó un mortero y una mano, me enseñó a desmenuzar las hierbas y a molerlas, y me dejó probar a machacar varios tipos distintos.
Phet abrió un tarro que tenía dentro unas gotas doradas y duras de resina. Lo olí y exclamé:
—¡Recuerdo ese olor de la jungla! Es esa sustancia pegajosa que gotea de un árbol, ¿no?
—Muy bien, Kaal-si. El nombre es resina de árbol boswellia, pero puede que lo llames incienso.
—¿Incienso? Siempre me he preguntado qué sería.
El hombre sacó un trocito y me lo entregó.
—Aquí, Kaal-si, come.
—¿Quieres que me coma eso? Creía que era perfume.
—Toma, Kaal-si, intenta —insistió, y se metió un trocito en la boca, así que lo imité.
Olía a especias, y su sabor era dulce y cálido. La textura era como la de un chicle pegajoso. Phet masticó con los pocos dientes que le quedaban y me sonrió.
—Bueno, ¿eh, Kaal-si? Ahora respira largo.
—¿Qué respire largo?
Me lo demostró respirando profundamente, así que hice lo mismo. Me dio una palmada en la espalda que me habría hecho escupir el chicle de no haberlo tenido pegado para siempre en los dientes.
—¿Ves? Bueno para estómago, bueno para aliento, ningún problema —explicó pasándome el tarrito de incienso—. Guarda, te servirá bien.
Le di las gracias y, después de meter el tarro en la mochila, regresé al mortero.
—Kaal-si, has viajado mucho, ¿sí?
—Oh, sí, mucho.
Le hablé de cómo conocí a Ren en Oregón y del viaje a la India con el señor Kadam. También describí la pérdida del camión, nuestra caminata por la jungla y acabé con el descubrimiento de su cabaña.
Phet asentía y escuchaba con atención.
—Y tu tigre no es siempre tigre. ¿Estoy correcto?
—Sí —respondí mirando a Ren.
—¿Deseas ayudar al tigre?
—Sí, deseo ayudarlo. Me molesta que me haya engañado, aunque entiendo por qué lo hizo —expliqué; agaché la cabeza y bajé los hombros—. Solo quiero que sea libre.
En aquel momento, el pajarito rojo se puso a cantar una bella canción y se pasó varios minutos haciéndolo.
Phet cerró los ojos, escuchó con expresión de puro éxtasis y canturreó al ritmo. Cuando el pájaro dejó de cantar, abrió los ojos, y me miró encantado.
—¡Kaal-si! ¡Eres muy especial! ¡Estoy lleno de alegría! ¡Phet percibe la canción de Durga! —exclamó; después se levantó y se puso a guardar todas las plantas y tarros—. En estos momentos debes descansar. Un alba importante mañana. Phet, tiene que rezar en las horas oscuras, y tú hay que dormir. Mañana embarcarás en tú travesía. Es dura tanto como difícil. A primera luz, Phet te ayuda en compañía del tigre. El secreto de Durga se revelará. Ahora, ve a dormitar.
—Acabo de echar una buena siesta, todavía no tengo sueño. ¿No puedo quedarme con usted y hacerle más preguntas?
—No, Phet reza. Es necesario expresar gracias a Durga en favor de la bendición inesperada. Dormir es esencial. Phet prepara té para dar sueño a Kaal-si.
Echó varias hojas en una taza y las cubrió de agua hirviendo. Al cabo de un minuto me pasó la taza y me indicó que la bebiera. Olía casi como a menta poleo con un toque de especias similares a los clavos. Bebí u poquito y me gustó el sabor. Él me echó en la cama y envió a Ren conmigo. Tras bajar la intensidad del farol, se echó una bolsa al hombro, me sonrió, salió y cerró la puerta con delicadeza.
Me tumbé en la cama creyendo que no sería capaz de dormirme, pero, en pocos minutos, lo hice, y pasé una noche cómoda y gris, sin sueños.

 

 

 

A primera hora de la mañana, Phet me despertó dando unas palmadas bastante fuertes.
—Hola, Kaal-si y malhadado Ren. Phet reza mucho mientras dormís. Como consecuencia, Durga hace milagro. ¡Hay que despertar! Componeos y conversamos.
—Vale, Phet, me daré prisa —respondí, y cerré la cortina para vestirme.
En la cocina, Phet estaba preparando huevos y ya había colocado un buen plato en el suelo para Ren. Me lavé las manos con el jabón de hierbas, me senté a la mesa, me deshice la trenza y me peiné las ondas del pelo con los dedos.
Ren dejó de comer, se tragó los huevos que tenía en la boca y me observó fijamente mientras lo hacía.
—¡Ren, deja de mirarme así! Comete los huevos. Seguro que estás muerto de hambre.
Me recogí el pelo en una coleta y él, por fin, volvió a su comida. Phet me trajo un plato con una tortilla y una ensaladita formada por una extraña variedad de verduras de su huerto. Después se sentó a hablar con nosotros.
—Kaal-si, en estos momentos soy hombre bendecido. Durga me ha exclamado. Os ayudará. Numerosos años antes, Anik Kadam buscó remedio para aliviar a Ren. Aconsejé que Durga sería buena con el tigre, pero nadie puede aliviarlo. Me pregunta qué hacer. Aquella noche, Phet sueña con dos tigres, uno pálido como luna, otro negro parecido a noche. Durga habla bajito en la oreja, dice que solo chica especial puede romper maldición. Phet sabe que la chica es la bendecida por Durga. Ella lucha por el tigre. Digo a Anik: busca la chica especial de la diosa. Doy instrucciones: chica sola, pelo marrón, ojos oscuros. Estará unida al tigre y, sus palabras son poderosas como melodía de diosa. Ayuda al tigre a ser libre otra vez. Digo a Anik: descubre a la bendecida por Durga y tráela. —Entonces puso sus manos oscuras y torcidas sobre la mesa, y se acercó más a mí—. Kaal-si, Phet percibe tú eres muy bendecida por Durga.
—Phet, ¿de qué está hablando?
—Eres fuerte, bella guerrera como Durga.
—¿Yo? ¿Fuerte y bella guerrera? Creo que os habéis equivocado de chica.
Ren soltó un gruñido grave y Phet chasqueó la lengua.
—No, cría de Durga canta para ti. ¡Eres la chica precisa! ¡No tires el destino como una mala hierba! Es flor preciada, cara. Paciencia. Espera el tiempo y la flor se abre.
—Vale, Phet, lo intentaré. ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo puedo romper la maldición?
—Durga ayuda en la Cueva de Kanheri. Usa la llave para abrir cámara.
—¿Qué llave?
—La llave es el distinguido sello de Imperio de Mujulaain. Tigre sabe. Encuentra sitio bajo tierra en cueva. El sello es llave. Durga te lleva a la respuesta. Tigre libre.
Empecé a temblar sin parar. Era demasiado para mí: ¿mensajes sobre cuevas secretas, tener la bendición de una diosa india e irme de aventura por la jungla con un tigre? Demasiado para asimilarlo. Me sentía abrumada y mi cabeza no dejaba de gritar: «¡No es posible! ¡No es posible! ¿Cómo me he metido en esta situación tan rara? Ah sí, me presenté voluntaria».
Phet me observaba con curiosidad. Puso una de sus manos encima de la mía. La suya era cálida y arrugada, y me calmó al instante.
—Kaal-si debe tener fe en ella. Eres mujer fuerte. El tigre te protege.
Miré a Ren, que estaba sentado en el suelo de bambú mirándome con cara de preocupación.
—Sí, ya sé que me protegerá. Quiero ayudarlo a romper la maldición, es que es todo tan... sobrecogedor...
Phet me apretó la mano y Ren me puso una pata en la rodilla. Me tragué el miedo y lo aparté de mi mente.
—Bueno, Phet, ¿adónde vamos ahora? ¿A la cueva?
—El tigre sabe dónde ir. Sigue a tigre. Consigue sello. Hay que dar prisa. Antes de ir, Kaal-si, Phet te concederá plegaria y marca de diosa.
Phet levantó un pequeño ramo hecho con las hojas que habíamos preparado la noche anterior. Lo agitó en el aire alrededor de mi cabeza y por cada uno de mis brazos mientras cantaba suavemente. Después sacó una hojita, y me tocó con ella los ojos, la nariz, la boca y la frente. Se volvió hacia Ren y repitió el proceso.
A continuación, se levantó y fue a por un tarrito lleno de líquido marrón. Sacó una fina rama sin hojas, la mojó un poco en el tarro, tomó mi mano derecha y empezó a dibujar diseños geométricos. El líquido tenía un olor penetrante, y los remolinos que dibujaba me recordaban a los dibujos de henna que se hacían en las manos.
Cuando terminó, le di un par de vueltas a mi mano para admirar aquella creación artística tan elaborada. Los dibujos me cubrían el dorso, la palma y la punta de los dedos.
—¿Para qué es? —pregunté.
—Es un símbolo poderoso. La marca permanece muchos días.
Phet reunió algunas hojas y ramas, las echó en la vieja estufa de hierro forjado y se quedó allí un momento, inhalando el humo. Después se volvió hacia mí en inclinó la cabeza.
—Kaal-si, tiempo de partir —dijo, y Ren se fue hacia la puerta; le devolví el saludo a Phet y le di un breve abrazo.
—Gracias por todo lo que ha hecho. Agradezco mucho su hospitalidad y su amabilidad.
Él me sonrió y me apretó la mano. Me eché al hombro la bolsa y la mochila, salí por la puertecita y seguí a Ren.
Phet, sonriente, se asomó para despedirnos con la mano.